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Ciudadanía global:

La promesa multicultural de la globalización desde la ciudadanía.


Omar Eduardo Camacho Madrigal

U na de las características que ha adoptado el mundo en cuanto a sus


particularidades como Estado-nación ha sido la democracia como la vía
posible hacia la emancipación política. Como se mencionó en el capítulo
anterior, la globalización y la inercia económica (en especial la norteamericana)
han tratado a la democracia como un bien cultural que debe permear todas las
culturas del mundo.
Frente a las nuevas amenazas de izquierda en Latinoamérica, el gobierno
estadounidense ha continuado su discurso de libertad como la misión última de
la humanidad y por supuesto que la democracia ha sido la base de su
argumentación.
Con anterioridad se planteó que México probablemente entró tarde a la
democracia ya que el poder había migrado hacia las trasnacionales, sin
embargo, el Estado no lo ha perdido del todo y tiene aún mucha ingerencia
sobre el futuro de su país. Lo interesante ahora es comprender las nuevas
dinámicas que se estructuran a la par de la globalización y dentro de las
posibilidades del Estado ante las nuevas geografías del poder (Sassen: 2002).
La democracia viene de la palabra demos que es pueblo y kratos que es
poder en griego. Así como su etimología, su concepción parte desde la cultura
antigua griega, quienes desarrollaron un sistema político en el cual los
ciudadanos griegos elegían el futuro de su pueblo.
Desde esta perspectiva, hoy en día la democracia lleva un sistema más o
menos similar. Obviamente miles de años han transformado su concepto, sin
embargo, la simple definición que acabamos de enunciar es suficiente para
abordar el tema, ya que la ciudadanía es necesaria para acceder a la
democracia. Entonces es importante entender lo que es la ciudadanía y desde
el marco de la globalización, entender lo que es la ciudadanía global.
Por supuesto que el primer paso es definir lo que es el Estado-nación y lo
que esto comprende, para después migrar el concepto a lo global. Será

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necesario hablar también de la multiculturalidad para abordar las identidades


múltiples que un Estado abraza.
El neoliberalismo nos llevó a la democracia (ya tratado en el capítulo
anterior), neoliberalismo más democracia nos llevaría a preguntarnos sobre la
soberanía del Estado-nación; su soberanía nos sumerge en el tema de
ciudadanía y finalmente nos lleva a preguntarnos acerca de la ciudadanía
global, la pregunta central de este capítulo: ¿es posible la ciudadanía global
desde la perspectiva del Estado-nación México? Todo este tema estaría
englobado necesariamente desde el enigma multicultural.

1. El papel del Estado-nación en el tema de la globalización

El Estado-nación y el enigma multicultural.

El enigma multicultural como vía de acceso a la ciudadanía global es un


camino interesante ya que nos permite de entrada comprender las identidades,
en primera instancia, que un Estado-nación alberga; y posteriormente nos
ofrece un panorama de las nuevas identidades que la migración global ha
provocado.
Según Baumann, el enigma multicultural plantea tres identidades
primordiales y exclusivas entre ellas: la nacional, la étnica y la religiosa (2001).
La identidad comprendida como “el conjunto de los repertorios de acción, de
lengua y de cultura que le permiten a una persona reconocer que pertenece a
cierto grupo social e identificarse con él” (Warnier: 2002).
En primer lugar, la identidad nacional se refiere a la manera en la que una
nación se comprende a sí misma desde su espacio territorial, es decir, la
identidad de la nacionalidad parte de la aceptación de distintas etnias y
religiones que comparten un territorio y por ende comparten historia, lengua,
símbolos y cultura. Esta identidad es sostenida por excelencia desde el Estado
y precisamente por eso nos referimos al gobierno no solamente como Estado,
sino como Estado-nación, ya que nación implica la identidad nacional.

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Esta identidad promovida y preservada (aunque en realidad transformada)


por el Estado viene a ser una de las tareas primordiales de su gestión, el
unificar los distintos Méxicos que existen e impulsarlos hacia un mismo camino.
De este significado de pertenencia es de donde se desprende la ciudadanía,
tema que posteriormente se tocará.
La nacionalidad es tan sólo un vértice del triángulo de la multiculturalidad,
ya que la etnicidad es otro. Éste se nutre de los orígenes genéticos y de las
raíces a las que pertenecen. Existen distintos tipos de etnicidad como la
mestiza o la indígena. Ésta se construye a partir de la tribu o de la familia,
quien en forma comunitaria desarrollan un mecanismo de preservación cultural
que pretende (más jamás lo logra) perpetuar “pura” a la etnia.
Esta identidad le ha ocasionado serios conflictos al Estado al momento de
unificar a la nación. Tal es el ejemplo en México de los Zapatistas, quienes
exigían la autonomía al no sentir la identidad nacional, sino sobreponer la
identidad étnica, la cual se basa en la tradición como punto central de
identidad. Sin embargo, esta identidad se ha modificado abismalmente a partir
de la mundialización de la cultura, ya que “la industria invade las culturas de la
tradición, las transforma y a veces las destruye […] las culturas antiguas se
transmiten a través de la tradición, mientras que la cultura industrial está
destinada a la innovación” (Warnier: 2002). Siempre ha existido esta “invasión”
de la tecnología a la cultura, ya que “las fronteras culturales siempre han sido
más o menos permeables y que los objetos culturales pueden transmitir
creencias culturales y al mismo tiempo permanecer indeterminados” (Menser y
Aronowitz: 1998), es decir, la tecnología siempre ha transformado a la cultura,
sin embargo, a finales del siglo XX la industria ha desarrollado
exponencialmente su tecnología, lo que ha afectado las culturas locales de
manera notoria.
Finalmente, la última esquina del triángulo multicultural es la religión, punto
separado en la modernidad del Estado-nación. Ésta identidad es interesante ya
que en diversos países sigue siendo la misma que la identidad nacional, sin
aceptar la alteridad religiosa.
El centro del triángulo es la cultura, quien transforma y mueve sus tres
vértices. De esta manera un Estado-nación hace frente a la diversidad religiosa

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y étnica como un proyecto de superetnicidad en el que el Estado-nación abraza


la diversidad como forma de gobierno.
Desde esta perspectiva, la multiculturalidad es vista como una vía moderna
de globalización. Donde un católico convive con un judío y un indio siux con un
francés protestante, la ciudadanía global y la civilización en su máxima
expresión. Sin embargo, en México la realidad es distinta (y más adelante
veremos que la global también).
En primer lugar, la religión sigue siendo un filtro del gobierno, es decir, en lo
absoluto la educación se mantiene laica ni las decisiones gubernamentales.
Éste conflicto se deja ver en las últimas discusiones legislativas, donde los
diputados del PAN peleaban en contra del aborto desde la perspectiva
religiosa, mientras que el PRD y el Partido Alternativa Social y Demócrata
desde la multiculturalidad. Con esto no se pretende establecer dicotomías de
bondad y maldad en la política mexicana, sino encajar conceptos del enigma
multicultural a la cotidianidad de nuestro país.
Baumann afirma que “para conseguir un futuro multicultural, debemos
contratar al Estado viéndolo sólo como un escenario neutral” (2002) por lo tanto
desde la perspectiva de la multiculturalidad, México está lejos de alcanzarlo.
Sin embargo, la situación mundial nos recuerda que esta multiculturalidad es
contraria por el momento a la política internacional. Por ejemplo, Estados
Unidos (país considerado moderno, civilizado y global), basa en gran manera
su identidad nacional en la religiosa. Tal es el caso que su constitución está
formulada desde conceptos Bíblicos y sus billetes se imprimen con la leyenda
“In God We Trust” (En Dios confiamos). Sus presidentes actúan más como
predicadores que como políticos en sus discursos que además siempre van
acompañados del ya clásico “God bless América and God bless you” (Dios
bendiga Norteamérica y que Dios los bendiga).
La religión parece aún estar muy ligada al Estado, sin embargo eso no
significa que las identidades se han mantenido intactas. Éstas siguen siendo
diversas y movibles, ya que “la teoría cultural ha perturbado la idea de una
identidad estable, fija y universal poseída por una persona, idea contenida en el
repertorio cultural del yo con que está famliarizada la mayor parte de la gente
que vive en el mundo occidental moderno” (Barker: 2003) por lo tanto el enigma

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multicultural nos ofrece no solo una diversidad de culturas en un mismo


territorio, sino también una diversidad de identidades en un solo individuo.
En este caso, nos interesaría abordar tan sólo la identidad nacional, ya que
esta nos lleva a la ciudadanía. Sin embargo, como se ha mencionado, la
identidad étnica y religiosa sigue tomando parte en la identidad nacional, ya
que comparten un centro que es la cultura.
En lo referente a la identidad nacional, el Estado-nación es el legitimado a
establecerla, lo que le ofrece la “monopolización de la fuerza física” para
alcanzarlo. Tal es el caso de la golpiza que la policía de Los Ángeles le propinó
a manifestantes inmigrantes el 1 de mayo. Lo que demuestra la lucha por la
identidad nacional jugando a la par de la identidad étnica, como es el caso de
los “minuteman”, norteamericanos quienes en forma de entretenimiento matan
inmigrantes en la frontera con México.

La hegemonía del Estado frente a la sociedad de la información

El Estado en cierta medida es una fuerza hegemónica que mantiene el


sentido de nación de manera arbitraria. Frente a la globlalización y a los
escenarios post-industriales provocados por la sociedad de la información, el
Estado ha visto afectada su lucha por la construcción y el mantenimiento de la
identidad nacional.
Como se mencionaba con anterioridad, la multiculturalidad pone en riesgo
el proyecto del Estado-nación en la medida en que no se puede mantener
neutral al representar una identidad religiosa o étnica, sin embargo, el proceso
de globalización, según muchos expertos, pone mayormente en riesgo el poder
del Estado frente al poder que están adquiriendo las trasnacionales.
Fuera de la esfera política, también al Estado se le está disminuyendo
desde las nuevas tecnologías, ya que la sociedad post-industrial nos lleva a un
comercio multimediado donde el proceso se complejiza, ya que “las infinitas
mediaciones convocan tal abanico de actores que el tecnosistema mundial ha
alcanzado tal nivel de complejidad que resulta acéfalo, y que, por tanto, nadie
es responsable” (Mattelart: 2002) lo que nos lleva a una carencia de ideología y
de identidad. Esta acefalidad vuelve inútil los esfuerzos del Estado, ya que la

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industrialización implica impuestos, control, aranceles, etc; mientras que la


post-industrialización implica descontrol y desterritorialización, esfera
inabarcable por el Estado. Por lo tanto, no se debe de comprender desde la
lógica de los bienes y los servicios, sino más bien desde “la posición
competitiva que las diversas tareas o trabajos realizados ocupan dentro de la
economía global” (Levine: 2002). Los medios de producción ya no son la
medida de la economía, sino la competitividad global.
Parte de la identidad nacional y de la razón del Estado-nación se concentra
en la territorialidad. La sociedad de la información ha llevado a que “espacio y
tiempo, categorías fundamentales de la vida humana, han sido transformadas
bajo la tecnología de la información. El espacio de flujos es una nueva lógica
especial, que se opone al espacio de los lugares” (Arizpe y Alonso: 2002). Si el
Estado ya no tiene cabida en estos nuevos flujos, entonces quién.
Es aquí donde la soberanía se pone en duda y donde el Estado-nación
podría estar en riesgo.

La soberanía y el comercio global.

Como se comentó en el capítulo anterior y se ha reiterado en el presente, el


neoliberalismo desplaza paulatinamente al Estado de las actividades
económicas; cada vez tiene menor ingerencia en la macroeconomía y se
convierte tan sólo en facilitador del flujo comercial.
Las grandes decisiones políticas cada vez están más sujetas al orden
mundial, lo que para algunos ha sido un problema de soberanía, ya que la línea
que divide las decisiones nacionales y las internacionales, por momentos
parece difusa, ya que cualquier decisión que se tome desde lo internacional,
afecta invariablemente lo nacional. Sin embargo, esta afección no es inherente
a la globalización, pero sí está llevando a “la estadounización de la política y de
la cultura” (Stiglitz: 2006).
Ya lo afirma Octavio Ianni cuando habla de que “la globalización no es
jamás un proceso histórico-social de homogeneización, no obstante existan
siempre fuerzas empeñadas en la búsqueda de tal fin” (2002) lo que nos indica
que el problema no es la globalización, sino la manera en la que se enfrenta.

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Desde el punto de vista multicultural, la soberanía es necesaria para


construir la identidad nacional. Como se mencionaba, el Estado se ha
establecido como el velador de la identidad. Tal es el caso de la Secretaría de
Gobernación quien vigila los medios de comunicación para que hagan el uso
correcto de los símbolos patrios. Al debilitarse la soberanía de un Estado-
nación, la ciudadanía se pone en riesgo al encontrar huecos identitarios en la
construcción del proyecto nación.
Es importante mencionar que la dependencia de los mercados financieros
internacionales no es precisamente un fenómeno de la globalización del todo.
Es en parte una consecuencia del endeudamiento internacional que existe, ya
que al tener grandes deudas con el Banco Mundial o el Fondo Monetario
Internacional, genera una pérdida de control (Kymlicka:2003), aunado a las
políticas neoliberales de descentralización de las decisiones, las políticas
macroeconómicas están fuera de control en México, lo que no significa
precisamente la pérdida de soberanía, sino la pérdida de control sobre algunos
aspectos de la esfera política.
El argumento de la perdida de soberanía del Estado parecería ser el triste
futuro de nuestro país. Sin embargo, no es del todo correcto, ya que en
realidad la soberanía no se ha puesto en riesgo. En los escenarios
internacionales, las decisiones no se toman desde el imaginario global, sino
desde el nacional, por ejemplo, los Estados europeos al entrar en discusiones
en cuanto a la Unión Europea, no argumentan desde el demos europeo, sino
desde su propia nacionalidad, es decir, Alemania no discute la reglamentación
de la UE para mejorar las condición de dicha unión, sino directamente en
repercusión de su Estado (Kymlicka: 2003). De la misma manera, México no
discute en los foros latinoamericanos como latinoamericano, sino como
mexicano.
Borja y Castells aseguran que el contexto territorial de lo local es todavía
muy importante en las estrategias de gestión de lo global, ya que las facilidades
o dificultades que un Estado le ofrezca a la inversión extranjera determinan en
gran medida la generación de competitividad. (2000).
En este marco, ni la ciudadanía nacional ni la soberanía están en riesgo al
entrar a la globalización. En primer lugar, porque sigue muy arraigado el
sentido de ser mexicano y todo lo que culturalmente esto implica y además

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porque la inversión extranjera no puede entrar arbitrariamente a nuestro país,


sino requiere del aparato burocrático del Estado-nación, para entrar, de ahí que
el neoliberalismo no sea liberalismo, sino una nueva manera de mercado libre.
Entonces, la ciudadanía nacional y la identidad que esto comprende, está
lejos de desaparecer.

2. La Ciudadanía nacional y global en un contexto


multicultural.

Construcción de la ciudadanía.

Una vez aclarados los puntos de multiculturalidad, Estado-nación y


soberanía, el siguiente paso es abordar la ciudadanía para comprender si en
realidad en México hay ciudadanos globales.
La ciudadanía implica el sentido de pertenencia a una nación. Es parte de la
identidad nacional envuelta en el enigma multicultural. Implica la aceptación de
mi territorio y de la identificación a partir de él. Es el sentirse mexicano.
Habermas afirma que “lo que une a los miembros de una sociedad que
viene en principio definida por el pluralismo social, cultural […] no puede
consistir en otra cosa que en principios abstractos y en procedimientos
abstractos de un medio republicano artificial, es decir, generado en medio del
derecho”(2001). Quien genera este “medio republicano artificial”
invariablemente este el Estado y su aparato burocrático.
Esta necesidad de pertenencia es inherente a la necesidad de construir un
yo complejo. Por lo tanto, el Estado-nación le provee de elementos
identificadores al sujeto para construir su propia mismidad. Lejos de reflexiones
filosóficas que no le corresponden a este trabajo, la nacionalidad vivida desde
la ciudadanía comprende distintas concepciones, ya que la ciudadanía implica
no sólo la titularidad de derechos, sino también la participación y el compromiso
en el destino social (Bojórquez: 2002).

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La ciudadanía es construida desde tres distinciones: la republicana, la


liberal y la comunitarista.
La ciudadanía republicana implica el participar activamente en la
democracia representativa, en buscar solucionar problemas de desigualdad
social y participar activamente en la política.
La ciudadanía liberal tiene un sentido más individualista en el que el sujeto
asume sus derechos. Reconoce su libertad y respeta la diversidad que la
nacionalidad implica. Es libre de participar o no en la vida política de su país.
La ciudadanía comunitaria sobrepone los derechos comunitarios sobre los
individuales. Lucha por la igualdad social, promueve relaciones de amistad y de
amor y participa en actividades de voluntariado.
Estas tres definiciones de ciudadanía carecen de volumen e invitan a un
“deber ser” del ciudadano, es decir, el enunciarlos no significa el aceptarlos
como definición completa de la ciudadanía, ya que desde mi punto de vista son
un poco limitadas, sin embargo, nos sirven para comprender los alcances de
ciudadanía.
Las tres definiciones y cualquier otra relacionada con la ciudadanía resulta
inseparable del concepto de Estado-nación, de ahí la insistencia en reforzar su
definición. Entonces, la ciudadanía viene directamente de la pertenencia a un
Estado liberal, republicano y democrático. Tres conceptos “globalizados” en el
sentido de una visión universal como meta política.

Ciudadano global

La ciudadanía global comprende los mismos conceptos llevados a la esfera


mundial. Es decir, el sentirse parte de las bondades del derecho internacional,
como la igualdad, la libertad, entre otros. La ciudadanía global habla
indudablemente no sólo de la sociedad de la información y de los escenarios
post-industriales, también entran en juego las ONGs y las organizaciones como
la ONU, quienes luchan por esos “derechos universales”. El alcanzarlos y el
sentirse parte de ellos implicaría una ciudadanía global.
Hasta el momento parecería que la ciudadanía global es posible y sobre
todo en México, país afiliado políticamente a la democracia cosmopolita que

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acepta los valores universales de los derechos humanos. Se podría decir que
aquellos quienes tienen acceso a dichos derechos se podrían anexar a la
ciudadanía global.
El tener la ciudadanía global implica también el tener acceso a los bienes
culturales globales. En ese sentido la tarea de muchos mexicanos por ser
ciudadanos globales es fácil, ya que el comercio global de las industrias
culturales han permitido que sus bienes lleguen de manera directa a un gran
número de población (Arizpe y Alonso: 2001), desde comer una hamburguesa
en McDonalds hasta ver MTV.
La ubicuidad de la información por medio de las redes globales de
comunicación ha permitido que los insumos culturales que portan nos lleguen
de manera inmediata. Claro que esto implica que cada sociedad y cada sujeto
negocie el contenido simbólico con su propia ciudadanía y desde sus distintas
identidades (Thompson: 1998), es decir, no homogeinizia. El Internet es el
medio por excelencia que ejemplifica la ubicuidad de la información y por
supuesto que sus características de sociedad de la información como la
exuberancia, la omnipresencia, irradiación, velocidad, interactividad, entre otras
(Trejo: 2006) lo convierte en el medio que representa esta era de servicios
llamada por Mattelart los escenarios post-industriales.
Entonces, si el acceso al Internet nos permite ser “globalizados” y ser
ciudadanos globales, alrededor de 19 millones1 de mexicanos son ciudadanos
globales, ya que han sido alguna vez usuarios de Internet y aproximadamente
12 millones lo son semanalmente. Entonces, ¿somos ciudadanos globales sólo
cuando estamos en Internet o siempre?
Parecería una pregunta tonta, sin embargo, la ciudadanía como cantera de
identidad, no basta con ser usuario de Internet, implica el habitar el
ciberespacio, dato cualitativo que el INEGI no ha tomado en cuenta, el uso que
se le da al Internet.
Al parecer sólo algunos pocos mexicanos podrían considerarse (hasta el
momento) como ciudadanos globales, sin embargo, existe un elemento que
pone en duda la ciudadanía global, es decir, parece que en el fondo dicha
identidad es inexistente no sólo en México, sino en el mundo.

1
INEGI.

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No hay ciudadanos globales.

Un punto primordial de la ciudadanía es el espacio territorial y como hemos


revisado, el Estado-nación juega un papel trascendental en la acepción a la
ciudadanía. Como ya citaba Mattelart, la post-industrialización es acéfala, por lo
tanto no cuenta con un Gobierno Global que controle sus actividades, lo que
nos dice que la identidad global es inexistente, ya que esta requiere, desde la
definición de Warrier citada con anterioridad, de pertenencia. La pertenencia
requiere de un centro.
El enigma multicultural que Baumann trabaja, nos indica que la identidad
nacional tiene su base en la territorialidad. El Globo como territorio es
imposible, al menos en este momento, ya que siguen existiendo naciones e
identidades nacionales.
De ahí precisamente el sentido de abordar la soberanía de cada Estado. Si
existiera un gobierno global que le hubiera quitado el poder al Estado, entonces
la ciudadanía global sería posible. Sin embargo, no existe un centro en las
nuevas dinámicas de la globalización. El mundo carece de espacialidad (por
contradictorio que parezca). La democracia como forma de gobierno impide
que la ciudadanía nacional migre hacia la global e incluso como una nueva
identidad.
Como se abordó anteriormente, el Estado-nación siempre velará por su país
antes que por la globalidad. La ciudadanía global es una ilusión que ha
provocado el devenir deslumbrante del siglo XXI. De manera similar como lo
menciona García Canclini, estamos hablando de una ciudadanía global
imaginada.
Esta ciudadanía necesitaría de una territorialidad (aunque fuera virtual). En
ese sentido, sólo sería posible esta identidad desde el ciberespacio (Camacho:
2007), donde el ciberciudadano realmente habite un espacio líquido que le
agregue nuevos conceptos de su mismidad. Entonces la identidad global será
posible. Un mundo que ya anuncia Piscitelli de manera controversial:

Un día cercano cruzaremos una compuerta evolutiva que dividirá la historia en


dos. Antes y después de ese momento – muy próximo – todo será distinto; de

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un modo quizá nunca visto en la historia evolutiva, salvo cuando aparecieron


los primero seres vivientes, aunque estos no eran conscientes (¿habremos de
ser nosotros?) de pertenecer a un nuevo reino. (2002)

Entonces ya podrá anexarse una nueva identidad al complejo juego el


enigma multicultural y la ciudadanía global será posible.

3. Conclusión.

Es interesante el bajar de la globalización imaginada a la cotidianidad en


nuestro país. Considero interesante el proceso de buscar una ciudadanía
global en un contexto local ya que de inicio mi hipótesis era que sí era posible
esta identidad, sin embargo, después de un análisis un poco más profundo,
encuentro una nueva tesis que es la ciudadanía global como una promesa aún
imposible.
En nuestra afán por “globalizarnos”, hemos encontrado términos incorrectos
para abordar el fenómeno. El globalizar las reflexiones académicas del campo,
nos ha llevado a relativizar el uso del término y confundimos la herramienta con
el fin mismo. Tal vez como un anhelo de la globalización es correcto el aspirar
a una ciudadanía global, y agregando una nueva civilidad e identidad al enigma
multicultural, es decir, ya no hablaríamos solo de nacionalidad, etnicidad y
religión, sino también de una identidad global.
En lo personal creo que nos estamos acercando a dicha identidad, sin
embargo, todavía falta tiempo para que el Estado-nación se convierta en un
Estado-mundo. No como una visión de dominación del mundo, más bien como
parte de este proceso global que nos arrastra cada vez más a la información y
a la desterritorialización.
Por una parte Piscitelli nos anuncia la cercanía de un cambio irreversible en
el mundo, mientras que Stiglitz invita a un regreso económico al Estado. Ambas
propuestas nos hablan de perspectivas y prospectivas de la globalización, sin
embargo, no están precisamente peleadas. En ese sentido, la discusión de

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este fenómeno se debe centrar más bien en cómo enfrentarlo más que en
seguir sofisticando su teorización.

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