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II.

EL HOMBRE Y LA CUESTIÓN DE DIOS: El encuentro

TEMA 1: JESUCRISTO, REVELACIÓN DE DIOS.

1.1. ¿Por qué Jesucristo frente a los demás?

1. De la búsqueda al encuentro: recapitulación de la asignatura de “Filosofía


Fundamental” y conexión con “El hombre y la cuestión de Dios”.

1. La búsqueda de sentido es la dimensión más radical de la existencia


humana.
2. Respecto de esa búsqueda encontrábamos tres posibles respuestas: el
escepticismo frente a la cuestión y su conformismo del “ir tirando”
(expresados en la “vivencia del instante”, en el recurso insuficiente a la
ciencia o –en el mejor de los casos- en la dedicación a sentidos de
carácter intramundano), el absurdo de la vida (propio del nihilismo) y
la apertura al Misterio y al orden trascendente basada en la esperanza
razonable de un sentido último.
3. Las dos primeras respuestas se nos mostraron como insuficientes en
relación con las aspiraciones más profundas del ser humano. Sólo nos
quedaba la tercera: la apertura al misterio, a una realidad mejor y
mayor que yo mismo, a una realidad que se me presentara no sólo
como una causa última de orden teórico –una idea- sino como Alguien
real –una persona-. La pregunta por el sentido último de la vida se
traducía, así, en la pregunta por Dios.
4. Esta pregunta interpela no sólo a la razón sino a toda la persona (su
inteligencia, su libertad, su “corazón”) comprometiendo, además, su
vida en función de la respuesta que uno dé a ella.
5. Esa respuesta, sea cual fuere, lleva implícita un cierto acto de fe, pues
se mueve en el plano de las certezas morales y/o existenciales.
6. Eso no quiere decir que una razón integral no pueda arrojar luz sobre
la cuestión de Dios. El acto de fe del que hablamos será, así, según el
caso, más o menos razonable.
7. La respuesta teísta está, a todas luces, más y mejor fundada en razón
que las otras respuestas posibles a la pregunta por Dios.
8. Aunque por cauces y medios diversos, lo que buscan los filósofos y las
religiones no es, en realidad, algo distinto: el “Dios de los filósofos” y
el “Dios de la religión” es el resultado de la búsqueda por parte del
hombre de una respuesta a la pregunta por el sentido último de la
realidad y de sí mismo.
9. En este orden, todas las religiones tienen una raíz común en el sujeto
humano, pero –en realidad- son muy distintas unas de otras.
10. En particular, el cristianismo se presenta no sólo como fruto de la
búsqueda de Dios por parte del hombre sino, sobre todo, como fruto de
la búsqueda del hombre por parte de Dios. Sólo Jesucristo, el Dios-
Hombre, se ha postulado a sí mismo como “el Camino, la Verdad y la
Vida” (como Salvador del hombre y del Cosmos).
---A partir de aquí, analizaremos esta pretensión de Jesucristo, en su persona y en su
mensaje, así como la pretensión de la Iglesia de ser su presencia, prolongación y
continuidad real en el tiempo.

2. Razones de nuestro planteamiento y método de aproximación a la figura de


Cristo:

A. El camino que seguiremos toma como punto de partida un acontecimiento


histórico real y muy concreto: Jesús de Nazaret. ¿Por qué?

a) En un momento de la Historia, un hombre se presentó a sí mismo como


Dios –es decir, como el sentido de la existencia, como el liberador de los
hombres, como el creador del mundo-; se presentó a sí mismo, por tanto,
como Aquel a quien el hombre busca.

1- Este es un hecho religioso singular. Ningún fundador de


religión osó hablar de sí mismo en esos términos con visos de
razonabilidad y honestidad: Mahoma se presenta como el
Profeta de Dios, pero no como Dios, a Sidharta sus seguidores
lo llaman Buda –el Iluminado- pero no la Luz, Confucio es
asumido como Maestro pero no como la Verdad. Cristo, en
cambio, se presenta como la Verdad, la Luz y el Dios de los
Profetas...
2- Por este hecho singular, también el Cristianismo (en el que la
figura de Jesucristo lo es todo) es algo completamente distinto
de todo lo demás en la historia de las religiones.

b) Hay además otras razones de orden “práctico” que justifican que nos
centremos en la figura de Jesucristo: estamos en la cultura occidental y,
de las tradiciones religiosas, el Cristianismo es sin duda la más próxima,
amén de la más influyente en la historia del género humano.

---Por eso, tanto para indagar sobre el sentido último de nuestra existencia,
como para comprender la matriz cultural de nuestra existencia concreta,
conviene acercarse, en primer término, al acontecimiento histórico de Jesús
de Nazaret.

B. Nuestro método, por tanto, consistirá en acudir a la Historia, descubrir en ella


el acontecimiento de Jesús de Nazaret, y deducir de ese acontecimiento sus
implicaciones, teniendo en cuenta, siempre, que aunque el dato de la Historia es
necesario, la “cuestión religiosa” no se puede, por principio, agotar en la
Historia.

3. Jesucristo, como acontecimiento singular:

-Pero ¿quién es, qué hizo, cómo conocemos a Jesús de Nazaret?

A. La versión “oficial” de los cristianos –de la Iglesia, por supuesto, pero no sólo
de ella, también de los ortodoxos y los protestantes- nos ha presentado un Jesús
que:
- habla de bondad, perdón y amor –y esto a todo el mundo le parece muy
bien-
- camina sobre las aguas –y aquí ya empezamos a “interpretar” los
textos...-
- cura ciegos de nacimiento
- resucita muertos,
- resucita Él mismo
- dicen que ES DIOS...

B. Como esto último ya no se puede aceptar sin más, desde los primeros
tiempos, y particularmente desde el siglo XVIII se han propuesto algunas
hipótesis para “probar” que Cristo ni era Dios, ni había hecho lo que se decía de
Él:

a) Hipótesis “A”: Jesús no existió, es un MITO


b) Hipótesis “B”: Jesús existió, pero no hizo lo que se nos refiere que
hizo: es una LEYENDA
c) Hipótesis “C”: Jesús existió y se presentaba como alguien divino, pero
en sentido simbólico-figurado o panteísta: es un POETA o un MÍSTICO

C. Frente a esas hipótesis, la tradición cristiana afirmó desde el inicio que Jesús
existió en la Historia y que era simultáneamente hombre y Dios. Eso es lo que
expresa la formulación del Credo de Nicea:

“... fue concebido por el Espíritu Santo, se encarnó de María Virgen


.... padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado
... resucitó al tercer día según las Escrituras”.

Ese carácter histórico de Jesús de Nazaret funda, de hecho, la religión que lleva
su nombre, está en la entraña misma del concepto de “Encarnación” y sobre su
importancia han insistido ampliamente los cristianos desde el inicio mismo.

1.2. Historicidad de Jesucristo y valor histórico del Nuevo Testamento:

El Nuevo Testamento pretende contarnos la historia y el mensaje de Jesucristo,


pero ¿qué tipo de literatura es y en qué contexto se redactó? ¿Qué documentos son los
más antiguos, cuáles son sus fuentes y qué nos dicen acerca del Jesús histórico? Y,
sobre todo, ¿es el Nuevo Testamento –tal como lo conocemos y ha sido aceptado por la
Iglesia- un documento fiable desde el punto de vista histórico? ¿No tendrán más valor
histórico otros textos que, por no pertenecer a las “instancias de poder de la Iglesia”
puedan referirnos mejor y más transparentemente el mensaje auténtico de Jesús? ¿Qué
relación tiene, en definitiva, la historia con la fe y con la teología?

1. La respuesta a estas preguntas pasa por un estudio histórico y un análisis


crítico textual de las diversas fuentes y testimonios antiguos que nos hablan de Jesús.
El examen del que hablamos implica, primero, que hay que acercarse a la
historia del momento en que se desarrollaron los hechos –el tiempo de Jesús y sus
discípulos, y el tiempo de la redacción de los textos-, discernir allí los diversos
ambientes, acontecimientos, personajes y circunstancias. Quiere decir también que hay
que distinguir el valor de testimonio histórico de los documentos: algunos tienen este
valor como testimonios directos, otros como indirectos, algunos tienen más valor que
otros por ser más próximos cronológica y contextualmente a los hechos, habrá que
atender también a su propio huero literario, etc. Quiere decir, finalmente, que hay que
saber también rastrear la génesis, las relaciones, las influencias y dependencias de unos
textos respecto de otros –Dante, por ejemplo, dependerá siempre de Virgilio y éste de
Homero, y nunca al revés-.
Importa resaltar también, no obstante, que si es verdad que esta indagación debe
ser histórica, por el valor que el acontecimiento de Jesucristo representaría en la
Historia, sin embargo, -como ya dijimos-, no basta la Historia para resolver la cuestión
última de ver si Jesús puede ser el sentido de la propia existencia. La Historia puede
responder cuestiones históricas –y así podrá concluir si Jesús existió y qué dijo e hizo-.
Pero no puede responder cuestiones de orden existencial, personal y trascendente. Puede
dar indicios a la reflexión teológica y a la fe, pero no llega a ellas. Ese tiene que ser un
camino posterior.

2. En general, en relación con la realidad histórica de Jesús podemos señalar los


siguientes tipos de documentos testimoniales:
a) Documentos escritos paganos: historiadores, literatos, filósofos, políticos,
juristas,...
b) Documentos escritos judíos: Talmud, Misnah, apócrifos judíos...
c) Documentos escritos gnósticos: apócrifos gnósticos...
d) Documentos escritos heréticos: ebionitas, marcionitas, docetistas, apócrifos
judeo-cristianos...
e) Documentos escritos cristianos no canónicos: Padres y escritos apostólicos y
apologetas, apócrifos cristianos sobre los padres y la infancia de Jesús...
f) Documentos escritos cristianos canónicos: el NT
g) Fuentes redaccionales –orales o escritas-: Proto-Marcos, Proto-Mateo, Proto-
Lucas, Fuente Q, tradiciones orales judeocristianas, himnos litúrgicos
primitivos,...
h) Documentos arqueológicos.

De todos ellos, nos interesa ahora, en primer lugar y especialmente, el Nuevo


Testamento (y más en concreto aún, los Evangelios y sus fuentes redaccionales).

A. Como ya dijimos en la asignatura de Filosofía Fundamental (Cfr. 4.6.3, B.) el


NT consta de 27 libros en los que el tema principal es Jesucristo, su persona y su
mensaje de salvación, sus palabras y sus hechos. Se trata esta cuestión mediante varios
géneros literarios y se contempla desde diversas perspectivas a través de cuatro formas
bien diferenciadas: Evangelios, Hechos de los Apóstoles, Cartas y Apocalipsis.
“Evangelio”, en el griego popular del imperio romano, significaba “buena
noticia”. Los cristianos emplearon el término para designar la buena noticia del Reino
anunciado por Jesús y proclamado por sus discípulos. Cuando la proclamación del reino
pasa a unos escritos, a estos se les llama Evangelios. Son los de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. El libro de los Hechos de los apóstoles, como su propio nombre indica, contiene
los hechos o gestas de los primeros testigos de la Iglesia, los apóstoles, principalmente
de Pedro y Pablo. En el libro se expone qué es la Iglesia y cuál es su misión. Las
“Cartas” son un medio de comunicación que, en el Nuevo Testamento, se convierte en
instrumento de evangelización a distancia por obra, sobre todo, de Pablo. Son cartas
abiertas de comunicación entre el apóstol y las comunidades, y tratan del
acontecimiento cristiano y de cómo se interpreta y aplica su mensaje en las situaciones
más diversas. Por último, el Apocalipsis (el término significa “revelación”) se dirige a
los cristianos perseguidos para alentarlos con la esperanza del triunfo del bien sobre el
mal y de la resurrección sobre la muerte.
Cronológicamente, se suele decir que los escritos de Pablo son los más cercanos
a Jesús. La primera carta a los tesalonicenses es de los primeros años 50, apenas dos
decenas de años después de la muerte de Jesús. Sin embargo, en Pablo tenemos escasas
noticias sobre Jesús antes de su muerte.
Es obvio que, pese a no haber sido discípulo de Jesús durante la vida terrena de
este, Pablo ha tenido información de primera mano (y no solo por revelación) de la vida
de Jesús, de sus obras y de sus enseñanzas. Las frecuentes referencias de Pablo al
“Crucificado” (véase 1 Cor 1) y a “las palabras del Señor” muestran, además, su interés
en no desligar al Cristo resucitado del Jesús de Nazaret. Pero para conocer más sobre la
vida de Jesús hay que volverse a los Evangelios, que, aunque editados con posterioridad
a Pablo y –como las Cartas de este, también teologizados- nos ofrecen multitud de datos
sobre la vida, obras y palabras de Jesús. En una forma literaria (este dato también hay
que tenerlo en cuenta) los Evangelios recogen las fuentes primeras, orales y escritas, y
componen una presentación original de la predicación, muerte y resurrección de Jesús.

B. No se han conservado los manuscritos originales de los Evangelios. De


hecho, los más antiguos manuscritos completos que han llegado a nosotros se remontan
al s. IV. Pero por escritores cristianos del s. II sabemos que en aquellas fechas los cuatro
Evangelios se atribuían ya a los cuatro evangelistas que nos son familiares. San Ireneo,
por ejemplo, dice: “Mateo publicó entre los hebreos, en su propia lengua, una forma
escrita de evangelio, mientras que Pedro y Pablo en Roma anunciaban el evangelio y
fundaban la Iglesia. Fue después de su partida cuando Marcos, el discípulo e intérprete
de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que había sido predicado por Pedro.
Lucas, compañero de Pablo, consignó también en un libro lo que había sido predicado
por éste. Luego Juan, el discípulo del Señor, el mismo que había descansado sobre su
pecho (Jn 13, 23) publicó también el evangelio mientras residía en Efeso” (Contra las
herejías, III, 1, 1). Comentarios muy semejantes se encuentran en Papías, obispo de
Hierápolis, o Clemente de Alejandría (Cfr. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, 3,
39, 15; 6, 14, 5-7).
En definitiva, dos evangelios serían obra de apóstoles: los de san Mateo y san
Juan. Por haber pertenecido al grupo de los Doce, estos autores habían seguido de cerca
de Jesús, habían sido testigos de sus obras y su predicación; de ahí que pudieran escribir
un relato circunstanciado de su vida y recoger en forma de libro al menos lo más
importante de su predicación. Y los otros dos pertenecerían a discípulos de los apóstoles
(Marcos y Lucas), poseedores también de “información” de primera mano.

C. ¿Cómo se redactaron y en qué contexto surgieron los Evangelios?

1) El contenido de nuestros evangelios, los relatos sobre Jesús y sus palabras o


enseñanzas, no nace sin más de la pluma de sus evangelistas o autores. Antes que ellos
lo recogieran y ordenaran en sus libros, el material evangélico había sido transmitido
por los apóstoles durante varios decenios dentro y fuera de la Iglesia en cumplimiento
del mandato que Cristo les había dado: “Id por todo el mundo y predicad la buena nueva
a toda la creación” (Mc 15, 15). De hecho, la forma más inmediata de predicación
apostólica –la primera cronológicamente, también la más común y extensa- fue la
predicación no escrita. Con este término no se ha de entender sólo “predicación oral”,
sino el conjunto de ejemplos, hechos, comportamientos, instituciones, ritos y
celebraciones, ministerios etc., en una palabra, de realidades y de experiencias de vida
por medio de las cuales los apóstoles transmitieron esa “buena nueva” y que, de forma
viva y progresiva, ha ido comunicándose a la Iglesia de todos los tiempos hasta nuestros
días. Este canal de comunicación con el mismo Cristo –a través de los apóstoles y sus
sucesores- es lo que se denomina Tradición y, para la Iglesia católica, es una de las
fuentes de la revelación (junto con la Sagrada Escritura).
El caso es que fruto de esa predicación (en sentido amplio) fueron surgiendo,
paralelamente, diversos escritos con los que los apóstoles también pretendían articular
su transmisión del Evangelio y que son los que aquí van a ser objeto de nuestro análisis.
A título casi esquemático, se podría decir que la redacción de los evangelios se lleva a
cabo a través de un largo proceso en el que la predicación escrita se simultanea con la
no escrita y resulta de esta; un proceso en el que se deben distinguir tres etapas:
a) En primer lugar, el punto de partida es la vida del Jesús terreno, con sus
palabras y su actividad. Dentro de esta merece una mención especial la elección de un
grupo de discípulos que lo acompañaron más de cerca, escucharon su predicación –muy
probablemente incluso la memorizaron- y fueron testigos de lo que hizo, e incluso
fueron objeto de una preparación especial para su misión futura. Estos hombres son los
que garantizan la continuidad entre la primera etapa y las dos siguientes.
b) En segundo lugar, después de la resurrección y ascensión de Jesús, este grupo
de discípulos y la comunidad creyente que nace en torno a ellos da forma a una
tradición de las palabras y los hechos de Jesús. En un primer momento, la transmisión
de la tradición evangélica muy probablemente sólo es “no escrita”. Sin embargo, con el
tiempo, sin que podamos dar fechas precisas, aparecen escritos con colecciones de
dichos o hechos de Jesús, pero siempre al servicio de la predicación.
Por otra parte, en esta etapa segunda tiene lugar un hecho de carácter literario
muy rico en consecuencias: en su forma oral, la tradición es traducida del arameo al
griego por exigencias de la misión fuera de Palestina, que comenzó muy pronto. El
hecho de que el actual texto griego de los evangelios contenga un fuerte colorido
arameo-hebreo nos obliga a reconocer que los evangelios griegos que han llegado a
nosotros se remontan a una tradición oral original aramea.
Asimismo, en todo este proceso de transmisión y traducción, y en el siguiente, el
de la redacción de nuestros evangelios, la tradición sobre Jesús es sometida a una
compleja elaboración literaria, de la que tenemos paralelos en la literatura judía de la
época o de siglos posteriores. Dentro de esta elaboración del material tradicional,
motivada a veces por preocupaciones teológicas y a veces por preferencias literarias,
merecen destacarse sobre todo la selección y actualización del material transmitido.
c) Finalmente, en la tercera etapa, esta tradición, que en gran parte al menos ha
sido fijada ya por escrito, es recogida por los evangelistas en los cuatro evangelios que
poseemos. Cada evangelista escribió en una situación concreta, con una intención
teológica o catequética particular y con diversas preferencias literarias. Ello explica
muchas de las diferencias entre ellos. Ambas cosas, intención teológica y preferencias
literarias, condicionan también la selección, ordenación y actualización del material.

2) Por lo que hace al contexto, en la investigación actual sobresale una


revalorización del entorno y trasfondo judío de Jesús. No cabe duda de que a esto han
contribuido los descubrimientos qumránicos, el renovado estudio de la literatura
apócrifa, la eclosión de los estudios targúmicos. A partir de ellos, en los últimos años ha
cambiado la visión que se tiene del judaísmo en medio del cual vivió Jesús: ya no es
sólo el judaísmo ortodoxo atado a la Ley, sino también el esenio y el apocalíptico, y el
samaritano y el singular de los galileos, o el de la diáspora (el “judaísmo helenista”, por
ejemplo). Es decir, que Jesús se entiende más plausiblemente en el contexto de los
movimientos internos renovadores del judaísmo y sobre la base de la tradición bíblica
profética, apocalíptica y sapiencial.

D. ¿Cuál es la contribución de cada uno de los Evangelios a nuestro


conocimiento del Jesús histórico?

1) El evangelio de Marcos:
Mc (que se remonta al año 55, aunque algunos estudiosos recientes incluso lo
datan con anterioridad) ve a Jesús como Mesías y como Hijo de Dios. Son los dos
títulos con que encabeza su obra: “Evangelio de Jesús Mesías, Hijo de Dios” (Mc 1,1), y
de acuerdo con esta doble comprensión de Jesús organiza su evangelio: una primera
parte (Mc 1,1 – 8,30) está centrada en el mesianismo de Jesús, la segunda parte (Mc 8,
31 – 16,8) lo está en la filiación divina de Jesús; cada una de las partes aparecen como
cerradas por la respectiva confesión: en Mc 8, 27-30 se confiesa a Jesús Mesías por
parte de los discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo, Pedro le
dice: Tú eres el Mesías”; en Mc 15,39 es el centurión quien confiesa: “Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios”.
Podemos decir, pues, que la visión de Mc sobre Jesús podía ser perfectamente
comprensible para un judío. Pero esta es una visión teológica, una interpretación de una
vida, pues Mesías e Hijo de Dios son dos cualificaciones inverificables. Si queremos
tener datos del Jesús histórico, debemos buscar en las fuentes de Mc.
Comenzamos con las discusiones polémicas de Jesús (con los fariseos, con sus
discípulos; en general, con sus interlocutores). De su análisis se deduce que el uso de la
interrogación en las respuestas se aprecia como una característica de su lenguaje, una
suerte de inconfundible tic o muletilla con la que habla implicando a su oyente y con
enorme seguridad y autoridad. (Por ejemplo: “¿Quiénes son mi madre y mis
hermanos?” –Mc 3, 33-; “¿Acaso se trae la lámpara para taparla con una vasija de barro
o ponerla debajo de la cama?” –Mc 4, 21-; “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no
tenéis fe?” –Mc 4, 40-; o el ya sabido “¿Quién dice la gente que soy yo?... Y vosotros,
¿quién decís que soy? –Mc 8, 27-29). Si Jesús realmente fue así, no lo podemos saber
con absoluta certeza; lo cierto es que así lo vieron y esa es la impresión que causó.
Todos los indicios apuntan a que esta imagen estaba en las fuentes que usó Mc. Pues el
mismo estilo se observa en los textos paralelos de otros evangelistas (en concreto, Lc y
Mt), probablemente también dependientes de la misma fuente de Mc (el llamado
“ProtoMarcos”), y, lo que es más decisivo, es el estilo que se conserva en su enseñanza
y parábolas, tanto en Mc como en las otras fuentes evangélicas independientes de él.
Otro asunto digno de análisis es el de los milagros. En particular, a partir del
relato de Mc se puede considerar históricamente muy seguro que Jesús actuó como
exorcista. Las acusaciones de magia que han quedado en las escasas fuentes judías que
lo mencionan y, sobre todo, la afirmación de san Justino en su Diálogo con Trifón, 69,7:
“Se atrevieron a llamar mago a Jesús”, así lo confirman. Tampoco se puede dudar de la
actuación curativa de Jesús, insertada en su actitud y mensaje liberador de la Ley.
Difícilmente podría el grupo de los discípulos haber creado la imagen del Jesús curador,
cuando tal rasgo falta absolutamente en las expectativas judías del Mesías esperado.

2) El Evangelio de Mateo:
Mt (cuya datación suele admitirse como posterior, aunque cercana en el tiempo,
a Mc), es el más judío de los Evangelios: su conocimiento del mundo rabínico es
notable, su misma composición es muy rabínica y los recursos usados en los relatos
también. La investigación es concorde en situarle en un contexto judeo-cristiano,
especialmente preocupado por la ruptura y el diálogo con el judaísmo.
En su composición destaca el prólogo o historia del nacimiento de Jesús, donde
se subrayan dos aspectos fundamentales de la personalidad de Jesús: Mesías, hijo de
David, por descendencia; Hijo de Dios por el Espíritu. El cuerpo del Evangelio está
estructurado en cinco grandes discursos: el sermón del monte (5,1 – 7,29), el discurso
de la misión (9,35 –10,42), el discurso en parábolas (13, 3-52), el discurso a la
comunidad (18, 3-34), el discurso escatológico (23,1 – 25, 46). En todos ellos el tema
central es el anuncio del Reino de los Cielos.
Es obvio que en el Jesús de Mt hay datos históricos e interpretaciones.
Analizando sus fuentes se puede llegar a un estadio anterior (“Proto-Mateo). Y, por otra
parte, todas las hipótesis sobre las fuentes de los evangelios canónicos coinciden en un
documento escrito que habría servido de fuente a Mt y Lc, cuyo contenido era casi
exclusivamente una colección de dichos o “logia” de Jesús. Esta fuente, llamada Q (de
Quelle, “fuente” en alemán), está postulada por la concordancia de Mt y Lc frente a Mc
en un número considerable de sentencias de Jesús. El detenido estudio de ese material
lleva a considerar una fuente escrita, lo que explica mejor las semejanzas y el orden de
los “logia” en los dos evangelios.
Lo primero que llama la atención en esta colección de “logia” es el marcado
carácter sapiencial .En las palabras de Q se percibe un personaje real con un estilo
inconfundible, coherente siempre, que difícilmente pudo ser inventado. Jesús se deja ver
como maestro de sabiduría, predicador del reino de Dios con parábolas sencillas y
directas, anunciador de la inminencia y presencia del reino de Dios, Hijo del hombre
que exige el seguimiento radical y presenta su palabra como la opción decisiva. Faltan
en esta fuente sentencias sobre su muerte y resurrección, y una evaluación cristológica
desarrollada de Jesús; pero sí hay una “autoestima” o seguridad en sí mismo llamativa y
ya una identificación del hijo del hombre terreno (Jesús) con el apocalíptico Hijo del
hombre cuyo día se anuncia.
En el Jesús de Mt encontramos además un estilo narrativo que, con toda
seguridad, era característico del mismo Jesús. Nos referimos a las parábolas. Mt recoge
16 (7 de ellas exclusivas, 7 estaban ya en la fuente Q y las otras dos provienen de la
tradición de Mc). Nos hallamos, pues, ante un estilo en el que todas las fuentes
coinciden (Lc añade 15 más). Probablemente debieron de existir varias colecciones, en
forma oral o escrita, para uso de la predicación.

3) El Evangelio de Lucas:
Cronológicamente algo posterior a los Evangelios anteriores, también en la obra
de Lucas (Evangelio y “Hechos de los apóstoles”) hay que distinguir la perspectiva
teológica del evangelista y el testimonio de sus fuentes. La perspectiva teológica viene
dada en el discurso que pone en boca de Pedro en Hch 4,12: “No se da en ningún otro
Nombre (Jesucristo el Nazareno) la salvación, puesto que no existe debajo del cielo otro
Nombre dado a los hombres en el cual hayamos de ser salvados”. En Lucas, pues, el
predicador ya se ha convertido en predicado.
Pero Lucas es un historiador que al comienzo de su evangelio ya señala que
conoce y ha investigado escrupulosamente los escritos anteriores a Jesús (Lc 1, 1-4).
Ciertamente conoce a Mc y Q, y además incorpora una buena cantidad de material
nuevo, que podemos colegir procede de fuentes orales y escritas (“Proto-Lucas”), sin
excluir algunas composiciones literarias propias; todo este material, de límites
imprecisos, es el que se conoce como L.
La imagen de Jesús en el evangelio de Lucas es extraordinariamente humana,
llena de dramatismo y con cualidades de misericordia, amor, atractivo, alegría y
delicadeza. Otro rasgo que impacta a Lucas es la actitud radical ante las riquezas de
bienes materiales. Tal rasgo estaba ya en sus fuentes de Mc y Q, pero el Jesús de Lucas
realza con mayor intensidad la oposición ricos-pobres.

4) El evangelio de Juan:
Temporalmente, es el último de los evangelios canónicos, de finales del s. I.
También es el que presenta una cristología más desarrollada: Jesús es el Hijo de Dios,
uno con el Padre, preexistente, por quien todo fue hecho, enviado por el Padre a los
suyos, que no le recibieron, y vuelto a su Padre por la exaltación gloriosa para preparar
un lugar a los que le sigan. Las imágenes que la literatura rabínica ofrecía de la “Torah”
(preexistente, artífice y arquetipo del mundo, bajada del Cielo), el evangelista las
traslada osadamente a Jesús de Nazaret.
No nos interesa aquí, sin embargo, la teología joánica, sino sólo y sencillamente
si Juan es utilizable para reconstruir históricamente la vida de Jesús. A este respecto,
sabiamente R. E. Brown escribe: “Si bien creemos que el cuarto Evangelio refleja unos
recuerdos históricos de Jesús, la mayor amplitud del remodelado teológico de esos
recuerdos hace que los materiales joánicos resulten mucho más difíciles de manejar que
los datos de los sinópticos –es decir, de los demás Evangelios, que tienen una estructura
“argumental” similar- en la investigación del Jesús histórico”. A pesar de ello, no se
puede dudar de que Juan cuenta con una indiscutible base histórica coincidente con los
demás Evangelios (presentación del Bautista, ministerio en Galilea, viaje a Jerusalén,
pasión y resurrección). La conclusión más admitida, pues, es que, pese al carácter tan
teologizado de su evangelio, no cabe su marginación apriorística como documento
histórico.
3. Dijimos antes que no tenemos los manuscritos originales de los Evangelios.
En realidad, no tenemos ningún manuscrito original de ningún libro o pasaje del Nuevo
Testamento.¿Significa eso que se puede, honestamente, poner en duda su fiabilidad y
valor histórico? Vamos a ver que no.

A. Planteemos una hipótesis de trabajo como ensayo previo a nuestro análisis.


Sabemos a ciencia cierta que Camilo José Cela es el autor de La familia de Pascual
Duarte. Pero, ¿y si se perdieran el original y todas las copias de las primeras tres
ediciones? Más aún: ¿y si se perdieran todos los ejemplares castellanos? En esas
imaginarias circunstancias, ¿podríamos dudar de que Cela escribió esa novela?
Ciertamente, no. Hay tantas copias, traducciones, citas, referencias, antologías,
documentos, que no sólo no podríamos poner en cuestión su autoría sino que se podría
reconstruir la novela CON LAS MISMAS PALABRAS DE CELA
Pues bien. Lo que hemos supuesto de Cela es lo que se hace con la literatura
antigua. En realidad, no conservamos originales de nada, pero sí conservamos citas,
traducciones, índices, referencias, antologías, y en el mejor de los casos copias de
copias de copias... que nos permiten –en muchos casos- establecer conclusiones ciertas
más allá de toda duda razonable.

Veamos algunos ejemplos en las Letras griegas:


a)
Homero, Ilíada, ca. 800 a.C.
–Primeras copias (versos sueltos): ca. 400 a.C. (400 años)
–Texto completo: a.D. 900 (1800 años)
–Copias antiguas existentes: 643 (fr y mss)
b) Platón, Diálogos, ca. 400 a.C.
–Primeras copias: a.D. 900 (1300 años)
–Copias antiguas existentes: 7 mss

Y en las Latinas:

a) Tito Livio, Historia de Roma, 59 a.C. - a.D. 19


–Primeras copias (mss fragmentario): a.D. 400
–Segundas copias: a.D. 900
–Copias antiguas existentes: 19 mss
b) Julio César, Guerra de las Galias, 100-44 a.C.
–Primeras copias: a.D. 900 (1000 años)
–Copias antiguas existentes: 10

B. Y ahora, apliquemos el mismo método en nuestro caso. ¿Qué conservamos


del Nuevo Testamento? El NT se refiere a hechos del siglo I en dos momentos:

–Hasta el 30/35: Vida de Jesús de Nazareth


–Desde el 30/35 al 100: actividad apostólica

Cuanto más próximos a los hechos estén los documentos, mayor fiabilidad
histórica tendrán. Se han perdido los originales. Pero ¿cuántas y de cuándo son las
copias antiguas?
325 MSS completos escritos entre el a.D. 250 y el 325
-Distancia máxima con la muerte de Jesús: 290 años
-Distancia mínima con la muerte de Jesús: 220 años
250 MSS incompletos escritos entre el a.D. 200 y el 250
-Distancia máxima con la muerte de Jesús: 220 años
-Distancia mínima con la muerte de Jesús: 170 años

200 MSS escritos (libros sueltos) entre el a.D. 100 y el 200


-Distancia máxima con la muerte de Jesús: 170 años
-Distancia mínima con la muerte de Jesús: 70 años

116 Fragmentos escritos entre el a.D. 40-50 y el 100


-Distancia máxima con la muerte de Jesús: 70 años
-Distancia mínima con la muerte de Jesús: 10-20 años

En total, disponemos de
5366 MSS griegos, 10000 MSS latinos y 9300 MSS en otras lenguas (siríaco, árabe,
copto, armenio,...). A fin de cuentas, unos 25000 MSS del NT antes de la aparición de la
imprenta (s. XV).

-
Comparaciones:

25000 MSS del NT / 643 MSS de la Ilíada / 7 MSS de Platón


Textos más antiguos del NT: 20-50 años de distancia. / Textos más antiguos de
Homero: 400 años de distancia. / Textos más antiguos de Platón: 1300 años de
distancia.

TABLA DE COMPARACIÓN DE AUTORES Y SUS EXTANT MÁS ANTIGUOS


Espacio de
Copia más tiempo entre Número de
Autor Escrito hacia
antigua autor y copia copias (extant)
más antigua

Manuscritos seculares:
Herodoto (Historia) 480 – 425 a.C. 900 d.C. 1,300 años 8
Aristóteles (Filosofía) 384 – 322 a.C. 1,100 d.C. 1,400 años 5
César (Historia) 100 - 44 a.C. 900 d.C. 1,000 años 10
Plinio (Historia) 61 - 113 d.C. 850 d.C. 750 años 7
Tácito (Historia) 100 d.C. 1,100 d.C. 1,000 años 20

Manuscritos bíblicos: (NB: son manuscritos individuales)


Magdalene Ms (Mt 26) Siglo I 50-60 d.C. Coexistente (?)
John Rylands (Jn) 90 d.C. 130 d.C. 40 años
7Q5 (Mc) Siglo I 50-65 d.C. Coexistente (?)
Papiro Bodmer II (Jn) 90 d.C. 150-200 d.C. 60-110 años
Papiros de Chester Beatty (N.T.) Siglo I 200 d.C. 150 años
Diatessaron de Taciano Siglo I 200 d.C. 150 años
(Evangelios)
Codex Vaticanus (Biblia) Siglo I 325-350 d.C. 275-300 años
Codex Sinaiticus (Biblia) Siglo I 350 d.C. 300 años
Codex Alexandrinus (Biblia) Siglo I 400 d.C. 350 años

www.earlychristianwritings.com
-Un documento especial: 7Q5

En 1946, en las llamadas cuevas (1-11) de Qumrán, en las cercanías del Mar
Muerto, se descubrió una colección de más de 800 pergaminos y papiros conocidos
como los “Rollos o Manuscritos del Mar Muerto o de Qumrán” (el conjunto de
documentos hebreos antiguos más voluminoso y completo jamás encontrado).
Contienen copias de los libros canónicos del AT (que coinciden admirablemente con la
versión cristiana a partir de la traducción al griego de los LXX), fragmentos de muchos
libros judíos no canónicos ya conocidos e incluso de otros hasta entonces desconocidos,
y textos propios de una comunidad sectaria y apartada del “mundo”, los esenios, que
habitaba ese lugar antes de su destrucción por los romanos en el 68 d. C.
En la cueva 7 los documentos encontrados –19- estaban escritos en griego (no en
hebreo o arameo), eran todos ellos papiros (no pergaminos, pieles tratadas para escribir)
y estaban escritos por una cara (no por las dos, lo que implica que eran fragmentos de
rollo –más antiguos- y no de códice). En particular, además, el fragmento 5 estaba en un
ánfora sellada –según algunos- con la inscripción “Desde Roma” y las palabras se
escribían sin separación de letras (“scripto continua”).
El papirólogo español P. José O´Callaghan, tras estudiar una fotografía de rayos
infrarrojos de 7Q5 y rechazar que perteneciera a texto alguno del AT (en ningún pasaje
aparece “gene” –el elemento más distintivo del fragmento- acompañado de las letras
que lo acompañan aquí) lo identificó con un pasaje de Mc 6, 52-53: “...pues no habían
entendido lo de los panes, ya que sus corazones estaban obcecados. Habiendo
terminado la travesía, llegaron a (tierra de) Gennesaret y desembarcaron...”. Si eso
fuera cierto, significaría que el Evangelio de Marcos se escribió con anterioridad a 68 d.
C. y, si como algunos proponen, ese texto fuera traducción de un original arameo, es
probable que date de alrededor de 50-55 d. C. o incluso antes.
Antes de hacer pública su hipótesis, O´Callaghan lo comentó con el director del
Pontificio Instituto Bíblico de Roma (al que pertenecía), el hoy Cardenal y Arzobispo
de Milán, Carlo Maria Martini y, a instancias de este, con el papirólogo y profesor de la
Universidad de Trieste, Sergio Daris. Habiendo identificado otro documento, el 7Q4,
como una fracción de los capítulos 3 y 4 de I Tim, y habiendo reforzado su hipótesis
con un estudio directo sobre el fragmento, publicó esta en forma interrogativa
(”¿Papiros neotestamentarios en la cueva 7 de Qumbrán?”) en la revista del Instituto:
Bíblica.
Otros expertos interpusieron serias y, a veces, menos serias pero en todo caso
apasionadas, objeciones:
a) El tamaño y la poca personalidad textual del documento: 3,9 cm. de largo
por 2.7 cm. de ancho y 20 letras. Pero... hay documentos menores (por
ejemplo, el P 73 según la lista de papiros neotestamentarios del crítico Kurt
Aland, aceptados ¿quizás por estar datados en el s. VI o VII?
b) La letra “N”, esencial para la interpretación del papirólogo español y que no
parecía fácilmente identificable. Pero... en 1992 la División de Identificación
y Ciencia Forense de la Policía Nacional de Israel confirmó la letra en
discusión como una “N” y no como una “I” (iota) como proponían otros.
c) El cambio de una “d” por una “t” (“diaperasantes, según los códices
conocidos de Marcos y una transcripción fonética correcta del griego –
viajando a través de, realizando una travesía-, por el “tiaperasantes” de 7Q5).
Pero... O´Callaghan adujo 20 casos de cambio de “d” por “t” en papiros
bíblicos y una inscripción de piedra del rey Herodes en la que se prohíbe –en
griego-, el acceso a los no judíos a una parte del templo de Jerusalén (en
reconstrucción) escribiendo “tryphakton” en vez del correcto “dryphakton”.
d) En 7Q5 falta espacio para tres palabras presentes en los Códices de Marcos:
“epi ten gen” (a/hacia la tierra). Pero... si el fragmento fue escrito cuando la
ciudad de Genesaret existía, lo lógico sería decir “llegaron a Genesaret”; en
cambio, en épocas y escritos posteriores a la destrucción de esa ciudad, lo
apropiado sería decir “llegaron a la tierra de Genesaret”.
e) ¿No podría ser el fragmento de otro texto –según algunos, un pasaje del
apócrifo judío Libro de Henoc- o de cualquier otro texto de la amplia
literatura griega? Parecen descartar esta objeción pruebas paleográficas, pero
sobre todo un estudio de la Universidad de Liverpool que, mediante un
análisis por computadora, contrastó el fragmento con toda la literatura griega
antigua conocida –clásica, bíblica, apócrifa y patrística- (aproximadamente
42 millones de palabras) y sólo encontró coincidencia con el pasaje de
Marcos. Por último, un complejo cálculo matemático realizado por el
matemático Alberto Dou, de la Universidad Autónoma de Barcelona,
estableció que la probabilidad de error en la atribución del fragmento al texto
de Marcos era de uno contra 36.000 billones.

---La polémica sigue a día de hoy, pero quizás sea significativo el hecho de que
la que fuera presidenta de la Asociación Internacional de Papirología, Orsolina
Montevecchi, haya pedido a sus colegas que “ya es tiempo de incluir el 7Q5 en
la lista oficial de papiros del Nuevo Testamento”.

-
Otros documentos interesantes (también por su antigüedad):

a) Papiro P64 del Magdalen College de Oxford:


-Copia de una versión griega del evangelio de Mt 26, 7-8. 10. 14-15. 22-
23. 31. 32-33. (fragmentos en los que se narra la unción de Jesús por
parte de una pecadora pública en casa de Simón, apodado el leproso, así
como la traición de Judas).
-Datado por parte de algunos –a partir de estudios, sobre todo,
caligráficos, de Carsten Peter Thiede-, hacia el año 75 d.C. Permite
suponer la redacción del evangelio de Mt no más allá del año 65 (para dar
tiempo a su traducción del original arameo y a su copiado).
-Por otra parte, este fragmento sería del mismo códice que el papiro P 67
(ambos formarían parte de un documento de alrededor de 90 páginas).

b) Papiro P67 de la Fundación San Lucas Evangelista (Barcelona):


-Copia de una versión griega del evangelio de Mt 3, 9. 15; 5, 20-22, 25-
28 (siete versículos relativos a la predicación de Juan el Bautista y
algunos aspectos del sermón de la montaña).
-Si es un fragmento “hermano” su datación sería similar a la de P64.
c) Las citas de los primeros Padres de la Iglesia:
-El NT se podría reconstruir casi por completo –salvo once versículos- a
partir de las citas que dan los escritores cristianos de los primeros tres
siglos. Así, en el s. II san Justino cita 330 pasajes y san Ireneo 1.819. Y,
en el s. III Clemente de Alejandría da 2.406, Orígenes 17.992 y
Tertuliano 7.258.

4. Desde el principio de la época apostólica, es decir, muy poco tiempo después


de la muerte de Jesús, aparecieron diferentes interpretaciones del mensaje cristiano.
¿Qué lazo había entre el Evangelio de Cristo y la antigua Alianza de Yaveh y el pueblo
de Israel? ¿Qué actitud adoptar ante la jerarquía judía? ¿Había que llevar el Evangelio a
los paganos? Y, en caso afirmativo, ¿qué postura tomar frente a determinadas
prohibiciones rituales y frente a la circuncisión? Sobre estos puntos y sobre otros era
normal que las opiniones divergiesen (el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra,
incluso, estas divergencias y cómo fueron resueltas algunas de ellas en virtud de la
autoridad de los apóstoles y, en particular, de Pedro).
El caso es que menos de diez años después de la muerte de Cristo se dibujan
diversas tendencias en la comunidad cristiana, dentro de la cual, sin duda, surgen
enfrentamientos ideológicos, especialmente entre Pablo y los representantes de la
Iglesia de Jerusalén. Al amparo de la obra grandiosa del Apóstol de los Gentiles y de
algunos otros apóstoles misioneros que fundan en algunas decenas de años múltiples
iglesias en Asia Menor, en Grecia y en Italia, se percibe un cristianismo que se
diversifica conforme se va expandiendo y tomando contacto con el mundo
grecorromano.

A. Es esta la época en que los llamados cuatro Evangelios canónicos, es decir,


los evangelios que la Iglesia reconocería como aquellos que transmitían auténticamente
la tradición apostólica y estaban inspirados por Dios, recibieron su redacción definitiva.
También en este tiempo se constituyeron las colecciones de Epístolas que los apóstoles
habían enviado a las diversas iglesias y que pasarían a formar parte del Nuevo
Testamento.
El hecho de que un cierto número de escritos haya quedado fijado ya en este
tiempo no implica todavía, sin embargo, su reconocimiento universal y exclusivo por
todas las iglesias. Paralelamente a estos escritos, continúa en efecto circulando una muy
rica tradición oral, susceptible de engendrar otros textos o de modificarlos.
Es más, existían quizá otros relatos del mismo tipo que nuestros Evangelios,
aunque no tengamos pruebas seguras al respecto. Las primeras palabras del Evangelio
de Lucas, por ejemplo, “Puesto que ya muchos han intentado escribir la historia de lo
sucedido entre nosotros, según que nos ha sido transmitida por los que, desde el
principio, fueron testigos oculares y ministros de la Palabra” (Lc 1, 1-2), deja suponer
que efectivamente tales textos existían, lo que también confirman algunas alusiones de
los primeros Padres de la Iglesia, los Padres apostólicos, que escribieron a finales del s.
I y a lo largo de todo el s. II.

B. La necesidad de poner por escrito relatos paralelamente a la tradición oral se


hizo sentir con más agudeza a medida que se alejaban de la época de Cristo (no hay que
olvidar que la Iglesia estaba fundada –de hecho- sobre la autoridad que constituían el
Antiguo Testamento y las enseñanzas de Jesús y los apóstoles). Y esta propensión no
hizo más que acentuarse en el s. II, con la multiplicación de las tendencias en el seno del
cristianismo.
En concreto, con el movimiento gnóstico, en el s. II, el cristianismo conoce su
primera crisis seria, que le conduce a la elaboración de una teología ortodoxa que se
opondrá a las tomas de posición diferentes, que serán calificadas de heréticas.
Este movimiento gnóstico no está ligado fundamentalmente al cristianismo, y se
encuentran tendencias gnósticas en el judaísmo, el islam, la filosofía griega y hasta el
hinduismo. Es una actitud existencial completamente característica, un tipo especial de
religiosidad que se encuentra, pues, en religiones diversas y hasta en diferentes épocas.
Se cimenta sobre el concepto general de “gnosis” (“conocimiento”), que permite
escapar a las leyes de este mundo y acceder a la salvación divina y es, básicamente, una
doctrina esotérica. Sus textos comportan siempre un sentido manifiesto y un sentido
oculto, que exige claves de interpretación para ser comprendido, y la salvación es
reservada sólo a los poseedores de la gnosis. (Este aspecto esotérico se opone al
cristianismo ortodoxo, para el que el mensaje de Cristo es universal y, en lo sustancial,
comprensible por todos).
El movimiento gnóstico fue representado por varias grandes figuras, tales como
Basílides, Valentín o Marción, a quienes se conoce sobre todo por sus adversarios, los
apologistas y los Padres de la Iglesia cristiana. Estos últimos les plantaron cara en una
lucha doctrinal encarnizada que definió poco a poco la ortodoxia del cristianismo y que
desembocó en la formación de un canon, es decir, una lista de libros autorizados por la
Iglesia y considerados como inspirados entre la multitud de escritos que circulaban.
Se puede seguir este proceso de establecimiento de los textos canónicos (no sólo
los Evangelios sino, en general, todos los libros que hoy consideramos como propios del
NT) por las huellas que ha dejado en los escritos de los Padres de la Iglesia (Cfr. por
ejemplo, San Ireneo de Lyon, Contra las herejías, III, 11. 8-9), de modo que parece
que, a finales del s. II, se produjo un acuerdo general de las diferentes iglesias a este
respecto, al menos para la mayor parte del Nuevo Testamento (los cuatro Evangelios y
la mayoría de las epístolas)1.
Sin embargo, el hecho de que los cuatro Evangelios sean aceptados por todos no
implica que, a finales del s. II, hayan desaparecido los otros evangelios. Además de los
escritos específicos de las sectas gnósticas, las iglesias continúan profiriendo tal o cual
evangelio, mientras que otros libros no canónicos, sin ser de naturaleza profundamente
1
La definición dogmática del canon bíblico se encuentra en el Concilio de Trento, en su sesión
IV del 8 de abril de 1546. En esa sesión se condenaron los errores protestantes, porque rechazaban la
canonicidad de algunos libros pertenecientes al canon fijado desde antiguo por la tradición apostólica. El
Concilio atiende a dos criterios fundamentales: 1) El uso o costumbre de leer tales libros en la Iglesia
Católica; 2) la presencia de esos libros en la versión latina oficial de la Vulgata. En realidad ambos datos
se refieren a un único criterio: la práctica de la Iglesia. El Magisterio posterior considera que en última
instancia es la tradición apostólica la razón última y más convincente: «Por la misma tradición conoce la
Iglesia el canon íntegro de los libros sagrados» (Dei Verbum, 8). Entonces, parece razonable
preguntarnos: ¿Qué criterios usó de hecho la tradición viva de la Iglesia? Resumidamente podemos
destacar tres criterios objetivos que guiaron a la Iglesia para reconocer cuáles son los escritos inspirados
del NT: el origen apostólico, la ortodoxia y la catolicidad. Ante todo, está el criterio del origen
apostólico. Se consideraron canónicos aquellos escritos que se remontaban con seguridad al círculo de los
apóstoles o de sus colaboradores próximos (Mateo, Lucas). La canonicidad del Apocalipsis o de la Carta
a los Hebreos se discutió precisamente porque se dudaba si tales escritos había que considerarlos obra de
san Juan y de san Pablo respectivamente. Un segundo criterio fue el de la ortodoxia, que pertenece al
«sensus fidelium» de los primeros siglos; es decir, la conformidad de los escritos en cuestión con la
predicación auténtica y con el auténtico anuncio acerca de Cristo, de su vida y de su mensaje. Y el tercer
criterio fue el de la catolicidad de los escritos: los libros que todas o casi todas las Iglesias consideraban
inspirados, como testimoniaba su uso litúrgico, fueron incluidos en el canon; en cambio, los aceptados
sólo por Iglesias aisladas quedaron excluidos del mismo.
herética, gozaban del favor del público. Como consecuencia, en efecto, aparecieron
otras herejías, emparentadas o no con el gnosticismo, y se constata una actitud cada vez
más firme y resuelta de los representantes de la Iglesia para justificar la separación de
estos textos.
En el curso de los ss. III y IV, por fin, el canon que se ha esbozado con
anterioridad se afirma claramente en la conciencia de la Iglesia. (En particular, en
relación con los Evangelios Orígenes de Alejandría afirmará: “La Iglesia tiene cuatro
evangelios; los herejes, muchísimos”). Desde entonces, los escritos del mismo tipo que
se presentan también como la enseñanza del Señor pero que son rechazados por la
Iglesia, están abocados a desaparecer. Calificados de “apócrifos” –que significa
“ocultos”, por referencia a una supuesta enseñanza esotérica, secreta, de Cristo y que,
después, por extensión designa todos los escritos rechazados directa o indirectamente
por la Iglesia-, estos escritos, como las sectas de las que surgieron, no pueden
sobrevivir.

C. Por otra parte, los textos canónicos, también los textos heréticos (aunque en
estos apenas hay referencias a hechos o lugares históricos), estaban especialmente
consagrados a la predicación de Jesús, a su Pasión y a su resurrección. Amplias etapas
de la vida del Salvador, como su infancia y juventud, o la historia de sus padres, se
encontraban dejadas en la sombra y no hacían más que suscitar la imaginación de las
muchedumbres.
Fue así como, muy pronto, nació una literatura cuyo tema principal era la vida de
Jesús y de sus padres, literatura apócrifa en la medida en que era ciertamente rechazada
del canon de las Sagradas Escrituras por la Iglesia, pero que, al no ser considerada como
realmente herética y gozando además de la estima popular, consiguió atravesar los
siglos para llegar hasta nosotros. Las primeras redacciones de esta literatura se remontan
a un período que se extiende desde el s. II hasta el IV, contemporánea, pues, de los
textos heréticos.
Estos primeros escritos han desaparecido, pero pudieron transmitirse y engendrar
numerosas versiones, llamadas revisiones, que añadían a veces otras leyendas al escrito
primitivo, o bien que juntaban varios escritos. Estas múltiples versiones, traducidas a las
diferentes lenguas de la cristiandad, circularon durante toda la Edad Media, y se
conservan varios manuscritos, tanto en copto, siríaco o armenio, como en griego, latín o
eslavo.
Se ha dado a estos relatos, que forman un verdadero ciclo comparable a los
ciclos épicos, el nombre de Evangelios de la infancia y de ciclo de los parientes. Ellos
tratan ya de la infancia de Jesús, ya de la historia de sus padres y, en particular, de su
madre, María.
Algunos elementos antiguos, y quizá incluso históricos, han podido ser
integrados en estos evangelios (lo concerniente a los padres de María –San Joaquín y
Santa Ana-, por ejemplo, que aparece en el Evangelio de la Natividad de María), pero la
mayor parte de los relatos no encierran más que leyendas, a veces fantasiosas (es el caso
de determinados episodios milagrosos de la infancia de Jesús narrados en el Evangelio
del Pseudo Tomás), aparentemente sin gran alcance espiritual y que, sin embargo, son
reveladoras del aspecto popular del cristianismo y no han dejado de tener cierta
influencia en el arte y las costumbres cristianas.
Su influencia decreció notablemente a partir del Concilio de Trento y de la
Contrarreforma católica del s. XVI. Pero, por fortuna para los investigadores,
numerosos manuscritos permanecieron encerrados en diversas bibliotecas y no ha hecho
falta más que la curiosidad de algunos eruditos para hacerlos resurgir.
D. Paralelamente, varios descubrimientos de antiguos manuscritos en Egipto
permitieron conocer un poco mejor los escritos no canónicos de los primeros siglos.
Fue, en primer lugar, un amplio extracto del Evangelio de Pedro encontrado en
1886 por el francés Bouriant en el Alto Egipto. Después, algunas palabras de Jesús
encontradas sobre papiros en Oxyrhinchos, por Grenfell y Hunt, a principios del s. XX
(1902-03: una colección de “logia” o dichos, versión griega del Evangelio según
Tomás). Finalmente, un fragmento de un evangelio apócrifo del s. II descubierto por
Belle y Skeat en 1934, tributario de los evangelios canónicos y en el que se narran unas
disputas entre Jesús y los fariseos así como dos milagros desconocidos hasta ese
momento.
Sin embargo, el descubrimiento mayor fue el de una biblioteca gnóstica en Nag-
Hammadi, (también en el Alto Egipto), en 1945. Los textos de los numerosos
manuscritos (confeccionados, parece ser, hacia el año 330 y enterrados a finales del s.
IV o principios del s. V) estaban redactados en copto –la lengua egipcia hablada por los
cristianos de Egipto y escrita con caracteres griegos- y han renovado completamente los
conocimientos del gnosticismo cristiano.
Entre obras tales como el Libro secreto de Juan, el Libro sagrado del Gran
Espíritu invisible, el Diálogo del Salvador, el Apocalipsis de Pablo etc., hay que señalar,
sobre todo, el Evangelio según Felipe, el Evangelio de Verdad, el Evangelio según
Tomás y el Evangelio de María de Magdala. Casi todas las obras son de carácter
herético y reflejan distintas tendencias gnósticas que, en general, ya eran conocidas
porque las combatieron los Padres de la Iglesia, especialmente San Ireneo, San Hipólito
de Roma y San Epifanio.
La principal aportación de Nag-Hammadi consiste, así, en que ahora tenemos
acceso directamente a las obras de los propios gnósticos, pero se puede comprobar que,
efectivamente, los Santos Padres conocían bien aquello a lo que se enfrentaban.
Generalmente –aunque no es la única clasificación posible- se suelen repartir los
evangelios apócrifos en tres categorías2.

a) Los Evangelios llamados sinópticos (es decir, en los que se encuentra la


estructura general de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas).
Aparte del Evangelio de Pedro, no quedan de estos evangelios más que las
alusiones de los Padres de la Iglesia. Citemos el Evangelio de los egipcios, el Evangelio
de los hebreos, el Evangelio de los nazarenos y el Evangelio de los ebionitas o
Evangelio de los Doce.
b) Los evangelios sectarios, es decir, heréticos.
Antes del descubrimiento de Nag-Hammadi, que muestra la diversidad de estas
producciones, no se conocían más que sus nombres. Los autores cristianos que luchaban
contra las herejías señalan la existencia de un Evangelio de Judas (San Ireneo y San
Epifanio, por ejemplo), un Evangelio de Bartolomé (San Jerónimo), un Evangelio de
Bernabé (Decreto del Papa Gelasio), un Evangelio de Basílides (Orígenes) y algunos
otros.
c) Por último los Evangelios ficción, que reagrupan todo el ciclo de los padres y
de la infancia de Jesús: Protoevangelio de Santiago, Evangelio del Pseudo-Mateo,
Evangelio del Pseudo-Tomás, Evangelios árabe y armenio de la infancia, “Transitus
Mariae”, Historia de José el Carpintero y ciclo de la pasión (Evangelio de Nicodemo).

2
Entre las informaciones de los Santos Padres, los conservados por la piedad cristiana y los
atestiguados de un modo u otro en papiros, el número de evangelios apócrifos (no canónicos) conocidos
es algo superior a cincuenta.
A pesar de la abundancia de material y de los presupuestos iniciales más
neutrales, se suele reconocer que la aportación de esta literatura para conocer datos
históricos solventes sobre Jesús –en comparación con el NT- es escasísima, por no decir
nula.
Veamos dos ejemplos concretos relativos al relato de la resurrección y de las
apariciones de Cristo resucitado:

“... Vieron a tres hombres salir del sepulcro y les seguía una cruz. Las cabezas de
aquellos dos llegaban al cielo, mientras la del hombre que llevaban sobrepasaba
los cielos. Oyeron una voz que decía: ¿Has predicado a los que duermen? Desde
la cruz se escuchó esta respuesta: Sí”. (Evangelio apócrifo de San Pedro -ca.
150, Siria, corriente docetista-)

Visión de María Magdalena: “De nuevo vino hasta el tercer poder que es
llamado ignorancia[...] Cuando el alma hubo vencido al tercer poder, subió más
arriba y vio al cuarto poder, que tomó siete formas [... Y respondió:] ahora
pasaré el resto del tiempo, de la estación, del eón, en silencio...” (Ev. Gnóstico
de María, siglo III).

El estilo, como puede comprobarse, es muy distinto al del Nuevo Testamento: en


este hay ausencia de conceptos filosófico-iniciáticos y la narración es de sorprendente
sobriedad. De hecho, no se narra el modo de la resurrección: no hubo testigos de ella...
(El contraste es aún mayor cuando se compara el NT con las “vidas” de Mahoma, Buda
o –todavía mucho más- con los mitos helenísticos).
Los apócrifos, por otra parte, no dan demasiados detalles concretos o históricos,
mientras que el NT abunda en ellos y coincide en gran medida con los historiadores de
la Judea del siglo I –Josefo, Filón-:

-Personajes históricos: Augusto, Tiberio, Herodes el Grande y Antipas, Claudio,


Festo, Berenice, Pilato, Gamaliel, Anás, Caifás,…
-Grupos sociales: romanos, judíos, galileos, griegos, prosélitos, comerciantes,
artesanos, políticos, sacerdotes, esclavos y siervos, prostitutas,…
-Lugares: Jerusalén, Betania, Emaús, Belén, Galilea, Cafarnaum, ríos, lagos,
montes,…
-Hechos históricos: censo de Augusto, nombramientos
-Edificaciones: Templo, piscinas, pórticos, casas, sinagogas,…
-Partidos político/religiosos: fariseos, saduceos, herodianos, publicanos, zelotes,
doctores de la ley, escribas,…

En general, puede decirse que los textos apócrifos más serios (excluidas las
narraciones legendarias, sólo útiles para conocer la piedad popular del momento) son
desarrollos de los evangelios canónicos guiados predominantemente por la mentalidad
gnóstica y judeo-cristiana.
El texto más interesante es, sin duda, el Evangelio de Tomás, de Nag-Hammadi,
texto gnóstico que recoge 114 “logia” de Jesús, la mitad de los cuales tienen paralelo en
los Evangelios canónicos. Pues bien, John P. Meier ha mostrado que los paralelos
canónicos pertenecen a Q, Mc, Jn, a las fuentes especiales M (de Mateo) y L (de Lucas),
y a las redacciones de los evangelistas. Como no parece razonable suponer una fuente
con tal diversidad, la conclusión obvia es que se trata de una recopilación de material
usando los textos canónicos y, por tanto, posterior a estos y dependiente de ellos.
La tesis de Meier no es compartida, ciertamente, por todos los investigadores.
De hecho, aunque en abrumadora minoría, algunos pretenden una dependencia del NT
respecto de fuentes heréticas, gnósticas o apócrifas cristianas. Incluso muchos “best-
sellers” llegan a afirmar que esa fuentes son las originales y los libros canónicos una
traición al mensaje y a la figura real de Jesús. Y esto da abundante argumento para
novelas, películas, debates superficiales, etc.
Para poder discernir la cuestión es necesario analizar como aquí hemos apuntado
la historia de las redacciones de unos y otros tipos de documentos, las influencias de
unos en otros o al revés –sea cuales fueran las fuentes de Homero, por ejemplo, parece
evidente que Shakespeare no estaba entre ellas-, los testimonios que quedan, los
contextos en los que se escriben –propuesta, reacción, contrarreacción- etc.,
Y la realidad es que, cuando se baja de la mera propaganda y las afirmaciones
gratuitas a un estudio algo más detenido, la historia genética de las redacciones muestra
que mientras que los textos canónicos fueron escritos en época apostólica, entendida
esta en sentido amplio, es decir, mientras vivían o los apóstoles o sus mismos discípulos
(así se desprende, como vimos, de las citas que hacen los escritores cristianos de la
generación siguiente y de que hacia el año ciento cuarenta se compusiese una
armonización de los evangelios tomando datos de los cuatro que pasaron a ser
canónicos –Taciano-), los apócrifos se compusieron en tiempo posterior (los más
antiguos, hacia mediados o finales del s. II, pues –entre otras cosas- hasta entonces no
hay referencias a ellos en ningún otro texto).

[Para cerrar este importante asunto, presentamos a continuación, y sin ánimo de


ser exhaustivos, una tabla cronológica en la que se puede contemplar esta comparativa
acerca de la historia genética de las redacciones de los diferentes textos].
AÑO HISTORIA NUEVO TEXTOS DE APÓCRIFOS TEXTOS TEXTOS
TESTAMENTO LOS PADRES CRISTIANOS GNÓSTICOS HERÉTICOS
Ca. 30 Muerte y
resurrección de
Jesús
Predicación
apostólica
Antes del Comunidad de Fuente Q, ProtoDidaché
45 Jerusalén: ProtoMc,
judeocristianos
Comunidad de
Antioquia:
cristianos
helenistas
50-55 Mc
50-65 Comunidades Epístolas paulinas
griegas y romana Mt
Persecución de Hc
Nerón
Grupos pre-
gnósticos
Judaizantes
Antes 70 Guerra Judía Lc Didaché
70 Conquista de
Jerusalén
Antes del Epístolas Clemente
95 católicas Romano
Jn
Antes del Persecución de Ap
100 Domiciano
Ca. 117 Grupos ebionitas Ignacio
Policarpo
Antes del Destrucción de Bernabé Evangelio de
135 Jerusalén Tomás
Diáspora Basílides,
Construcción de Valentín
Aelia Capitolina
Ca. 153 Ireneo, Carpócrates Evangelio de
Justino, Pedro
Pastor de Hermas
II Clem.
Antes del Evangelios Evangelio de los
190 apócrifos Egipcios,
Evangelio de la
Verdad
Ca. 200 Carta a Diogneto Evangelio de
María
Ca. 220 Tertuliano
Ca. 250 Evangelio de
Felipe

Como se ve, si hay algún tipo de dependencia literaria de unas obras respecto de
otras, no puede ser que el NT dependa de los textos heréticos, gnósticos o apócrifos
cristianos, sino más bien al revés.
---De todo lo que hemos tratado, parece que se puede concluir, pues, que el NT
tiene valor histórico, no en el sentido de que Jesús sea Hijo de Dios –cuestión que
todavía no hemos analizado-, pero sí en cuanto a que testimonia con certeza el hecho de
que a mediados del siglo I en Judea se afirma que Jesús de Nazareth se identificaba con
Dios.

1.3. Acceso a la realidad histórica de Jesús:

La inaudita afirmación de Jesús de Nazaret, su identificación con Dios –tal como


aparece en el NT- constituye, de alguna forma, el núcleo de la cuestión sobre el Jesús de
la Historia, el Cristo de la fe y la validez del Cristianismo.
Pero, ¿podemos realmente conocer a Jesús de Nazaret? Como hemos apuntado,
esta cuestión entraña otras dos: averiguar qué hizo y dijo Jesús en realidad –si es que
existió quien conocemos por ese nombre- y qué significa exactamente eso que hizo y
dijo –el sentido y alcance de su pretensión-.
Sobre lo primero se han planteado tres hipótesis más o menos radicales –que ya
planteamos al comienzo de este tema-, y sobre lo segundo otras tres. Tras presentarlas
de forma sintética las analizaremos más detenidamente:

-Hipótesis “A”: [Cristo como mito]

1. Tesis: No existió Jesús de Nazareth, sino que alguien lo inventó.


2. Respuesta: La existencia histórica de Jesús de Nazareth está ampliamente
documentada por los documentos históricos, más que la de cualquier otro
personaje real de la Antigüedad. Hablan de él no sólo los textos cristianos
más antiguos (siglo I y II) –cuestión que, en lo tocante al NT, ya hemos
tratado-, sino también autores de ese tiempo, paganos y judíos, enemigos
políticos o religiosos del cristianismo.

-Hipótesis “B”: [Cristo como leyenda]

1. Tesis: Existió realmente Jesús de Nazareth, rabino judío del siglo I, pero tras
su muerte, sus discípulos se inventaron que había hecho milagros, que había
resucitado y que había dicho que era Dios.
2. Respuesta: El Nuevo Testamento se escribe poco después de la muerte de
Jesús de Nazareth. El análisis crítico, histórico-literario del Nuevo
Testamento, y las condiciones filosóficas, religiosas, sociales, políticas y
culturales del tiempo invalidan esta hipótesis: no hay un espacio de tiempo
suficiente para falsear la historia en un contexto que, además, no puede
admitir una falsificación como esa.

-Hipótesis “C”: [Cristo como poeta / gurú]

1. Tesis: Existió realmente Jesús de Nazareth y dijo de sí mismo que era Dios,
pero en sentido figurado o panteísta.
2. Respuesta: La lectura y el estudio del Nuevo Testamento revelan que Jesús
se identificaba a sí mismo con Dios, no en sentido poético, metafórico ni
mucho menos panteísta, sino trascendente, directo y categórico; es esta
identificación propiamente la que le lleva a la muerte.

-Hipótesis “D”: [Cristo como demente]

1. Tesis: Jesús de Nazareth existió y dijo de sí que era Dios, pero en realidad no
lo era y no lo sabía –caso patológico extremo de complejo de divinidad-.
2. Respuesta: El complejo de divinidad está ampliamente estudiado en
psiquiatría; sus síntomas más característicos son: desdoblamiento grave de
personalidad, enajenación, desconexión de la realidad, actitud agresiva,
soberbia y arrogante, desprecio del prójimo, misantropía, megalomanía,
incoherencia en el pensamiento, la palabra y la acción, trastorno de las
facultades... Ninguno de estos síntomas aparece en Cristo y sí todo lo
contrario: una personalidad rica, equilibrada, armónica, un trato
comunicativo, afable, amistoso, sencillez y olvido de sí mismo,...

-Hipótesis “E”: [Cristo como farsante]

1. Tesis: Jesús de Nazareth existió y dijo de sí que era Dios, pero no lo era y lo
sabía.
2. Respuesta: Si Jesús mintiera en esta afirmación suya, sería el mayor y más
pérfido farsante de la historia, responsable del engaño de miles de millones
de seres, y de todas las consecuencias de ese engaño en algo tan fundamental
como el sentido de la propia existencia. Sería el peor y más diabólico de los
hombres. Pero sus mismos enemigos –en su tiempo y después de él-
reconocen que Cristo era un hombre justo, veraz, noble y bueno. Un hombre
así no puede cometer tal engaño.

-Hipótesis “F”: [Cristo como Señor]

1. Jesús de Nazareth existió, dijo de sí que era Dios y lo dijo con verdad,
porque en realidad es Dios y hombre.
2. Pero esta afirmación es propia y exclusiva de la fe: sólo el hombre con fe
puede reconocer que Jesucristo es Dios. (Por eso, para la razón humana sin
fe, Cristo es una incógnita irresoluble: quizás no pueda admitir
racionalmente ninguna de las primeras cinco hipótesis, pero tampoco puede
–aunque quiera- dar el salto a la sexta. La conclusión es que no sabrá quién o
qué es Cristo. Para resolver la cuestión es necesario abrirse al misterio de la
fe).

1.3.1. ¿Es Jesucristo un mito?

1. La hipótesis “A” sostiene que Jesús es un mito.


a) Plantea que:

1- Jesús no existió, es producto de una o varias mentes que generan un


personaje de ficción en el NT.
2- Por tanto, el NT es a lo sumo una simple obra de literatura y su valor
puramente humano.
3- El NT se escribe como síntesis de los mitos helenistas y la religión
judía.
4- El NT se escribe como consecuencia de un mesianismo exacerbado.

b) Defensores de esta hipótesis:

1- El primer y más encarnizado defensor de esta tesis es David Friedrich


Strauss (1835, Vida de Jesús). Para este autor, la historia de Jesús no es
ni sobrenatural ni natural, sino mitológica.

2- Hoy, apenas hay quien defienda la no existencia del Jesús de los


Evangelios. Entre los que lo hacen, se podría citar quizás a Earl Doherty
(El rompecabezas de Jesús), quien plantea que su figura fue creada por la
pluma de Pablo y Marcos; o al crítico literario Harold Bloom (Jesús y
Yahvé. Los nombres divinos), que ve al Jesús del NT como un personaje
comparable con el “Ulises” de Homero o incluso el “Quijote” de
Cervantes.

2. Contra esta posición, sin embargo, se levanta una multitud de testimonios


históricos –aparte del NT-: paganos, judíos y cristianos; literarios y arqueológicos.
Presentamos a continuación algunos de ellos:

a) Testimonios paganos:

1- Cornelio Tácito (54-119), Annales, XV, 44:

«Así, pues, para acallar este rumor, Nerón acusó como reos y torturó con penas
refinadas a los que el pueblo denominaba cristianos, odiados por sus crímenes.
Su fundador, llamado Cristo, fue condenado a muerte por el procurador Poncio
Pilato, imperando Tiberio. Esta superstición destructora, apenas reprimida,
brotaba de nuevo no sólo por Judea, donde nació dicho mal, sino en la misma
ciudad de Roma, adonde confluye de todas partes, y se exalta cuanto hay de
atroz y vergonzoso».

2- Plinio el Joven (62-113), Epistulae X, 96: ad Traianum Caesarem:

«Afirmaban [los renegados] que la suma de su error o culpa consistía en reunirse


un día señalado antes de salir el sol y entonar un cántico a Cristo como a Dios,
en obligarse mutuamente y con juramento, no a maldad alguna, sino a no
cometer hurtos, latrocinios ni adulterios; a no faltar a la palabra dada ni negar el
depósito recibido. Hecho esto, se retiraban, volviendo después a tomar juntos
una comida inocente... No he hallado en ellos otra cosa sino una superstición
condenable e inmoderada».

3- Suetonio (75-160), Vita Claudii Caesaris, 25, 4:

« [Claudio] Expulsó de Roma a los judíos, autores de continuas revueltas bajo la


instigación de un tal Cresto». [Consta que esta expulsión ocurrió en el año 49, y
la reporta también san Lucas en Hc 18, 2].

(El mismo autor, en su Vita Neronis Caesaris, 26, 2, hace una referencia al
nuevo culto:

«... los cristianos sometidos a tormentos, género de hombres pertenecientes a una


superstición nueva y maléfica»).

4- Mará Bar-Serapión (ca. 90), Epistula ad filium3:

«¿Qué provecho sacaron los atenienses de haber dado muerte a Sócrates..., los
ciudadanos de Samos de haber quemado a Pitágoras..., los judíos de haber
ajusticiado a su Rey Sabio...? Justamente vengó Dios a aquellos tres varones
sabios...; los judíos fueron asesinados y expulsados de su reino y ahora habitan
dispersos por las cuatro partes del mundo. Sócrates no ha muerto (sino que vive)
gracias a Platón, Pitágoras gracias a la estatua de Mera y el Rey Sabio gracias a
las nuevas leyes que promulgó».

5- Luciano de Samosata (120-180), De Morte Peregrini, 11, 13:

«Los cristianos, sabes, adoran a un hombre todavía –el distinguido personaje que
introdujo sus nuevos ritos y por ello fue crucificado... Ya ves, estas desgraciadas
creaturas comienzan con la convicción general de que son inmortales para
siempre, lo que explica el desprecio de la muerte y el fervor que es tan común
entre ellos; y además su original maestro les enseñó que todos ellos son
hermanos, desde el momento que se convierten y niegan los dioses de Grecia y
adoran al sabio crucificado y viven según sus leyes. Todo esto lo aceptan por fe,
con el resultado de que desprecian todos los bienes del mundo y los consideran
simplemente como propiedad común».

6- Julio Africano (ca. 221), Chronographia, 18, 1, cita la obra extinta de Thallus
(ca. 52 a.D.):

«Thallus, en el tercer libro de sus historias explica aquella oscuridad [la acaecida
el viernes santo a la muerte de Cristo] como un eclipse de sol, lo que para mí no

3
“Carta en siríaco que escribe el filósofo estoico Mara Bar Sarapion a su hijo, cautivo de
Roma... su información proviene sin duda de los cristianos sirios”. PÉREZ FERNÁNDEZ, M., Jesús de
Galilea. En SOTOMAYOR, M., y FERNÁNDEZ UBIÑA, J., Historia del Cristianismo. Trotta - U.de
Granada, Madrid 2003, vol. I: El mundo antiguo, p. 117.
es razonable [pues en la fase de luna llena no puede darse un eclipse de sol y
Cristo murió en luna llena de Pascua]».

b) Testimonios judíos:

1- El Talmud, versión de Babilonia: Sanhedrin 43a, cf. t. Sanh. 10:11; y. Sanh.


7:12; Tg. Esther 7:94:

«Se ha enseñado: la víspera de Pascua colgaron a Jesús. Y un heraldo salió


delante de él por cuarenta días [diciendo]: “Será apedreado, porque practicó la
brujería y ha desviado a Israel. Quien sepa algo en su favor, que venga e
interceda por él”. Mas, no habiendo encontrado a nadie en su favor, lo colgaron
la víspera de la Pascua»

2- Las Dieciocho Peticiones (ca. 60 a.D.):

«No haya esperanza para los apóstatas; destruye velozmente en nuestros días el
reino de los malvados. Desaparezcan cuanto antes los nazarenos y los herejes.
Sean borrados del libro de la vida y no sean inscritos con los justos».

3- Flavio Josefo (ca 100 a.D.) Antiquitates Iudaicae XVIII, 33

«Por aquella, época apareció Jesús, hombre sabio, si es que se le puede llamar
hombre. Fue autor de obras maravillosas, maestro para quienes reciben con
gusto la verdad. Atrajo a sí muchos judíos y también muchos gentiles. Este era
el Cristo (el Mesías). Habiendo sido denunciado por los primates del pueblo,
Pilato lo condenó al suplicio de la cruz; pero los que antes le habían amado le
permanecieron fieles en el amor. Se les apareció resucitado el tercer día, como
lo habían anunciado los divinos profetas que habían predicho de El esta y otras
mil cosas maravillosas. De él tomaron su nombre los cristianos, cuya sociedad
perdura hasta el día de hoy»

Sobre la autenticidad del texto citado de Josefo surgió, a partir del s. XVI, una
polémica: las frases en cursiva eran demasiado sospechosas de ser
interpolaciones cristianas, por lo que algunos rechazaban esas frases como
auténticas, otros rechazaban todo el texto y otros lo defendían como válido
argumentando que tal redacción se encontraba en todas las copias conocidas,
incluso las más antiguas –del siglo IV-.

La polémica duró hasta 1972, pues en ese año, el profesor Pines de la


Universidad Hebrea de Jerusalén presentó el descubrimiento de una versión

4
El mismo Talmud tiene una sección, las “Toledoth Iesu” –generaciones de Jesús- referida a
Cristo, en la que se da por sentada su existencia histórica, habla de su pertenencia a la dinastía davídica,
su labor de maestro y muestra el convencimiento de los primeros cristianos sobre la virginidad de María.
Sin embargo, aunque, como es sabido, el Talmud recoge las tradiciones rabínicas intertestamentarias (s. II
a.C. – s. II d.C), la validez de esta sección es una cuestión disputada, pues su redacción es plenamente
medieval.
anterior, que confirmaba la autenticidad del testimonium flavianum al tiempo
que lo purificaba de interpolaciones:

«En aquella época vivía un sabio de nombre Jesús. Su conducta era buena y era
apreciado por su virtud. Fueron numerosos los que se hicieron discípulos suyos,
entre los judíos y otras naciones. Pilato lo condenó a ser crucificado y morir.
Pero los que se habían hecho discípulos suyos se pusieron a seguir sus
enseñanzas. Ellos contaron que se les había aparecido tres días después de su
crucifixión y que estaba vivo. Y que era el Mesías del que los profetas habían
contado tantas maravillas» (Antiquitates Iudaicae XVIII, 33; Versión árabe de
Agapio, Universidad Hebrea de Jerusalén).
(Un año después, Dubarle presentó otra versión también en este sentido)5.

c) Testimonios cristianos:

1- Testimonios escritos:

Además de los escritos canónicos (cuya historicidad ya fue tratada) y de los


apócrifos (ya en el s. II y de valor histórico relativo), hay otros testimonios
cristianos acerca de la persona de Jesús de Nazaret: la Didaché (Enseñanza de
los Doce Apóstoles), por ejemplo, es un documento no canónico que nos
presenta algunos elementos esenciales de la vida cristiana primitiva, centrada en
la existencia histórica de Jesús de Nazareth. Está datado hacia el año 70 d.C.
Pero también hay referencias en otros textos de autores de finales del s. I y
principios del s. II como Papías, Hermas o Clemente Romano.

2- Testimonios arqueológicos:

-Cuadrado mágico: se denomina así a una inscripción enigmática cuya


representación más antigua se había encontrado en las ruinas del campamento
romano de Doura Europos (Siria, s. III d.C.) hasta que se descubrió la
inscripción y “clave de interpretación” en las ruinas de Pompeya (sepultada por
el Vesubio el año 78 d.C.):

SATOR P
AREPO A
TENET A T O
OPERA E
ROTAS R
PATERNOSTER
O
S
O T A
E
R

5
DUBARLE, A.M., “Le témoignage de Josèphe sur Jesús d’après la tradition indirecte”, en Revue
Biblique, 80 (1973) 481-513, citado por HERRANZ, M., Los Evangelios y la crítica histórica.
Cristiandad, Madrid 1978, p. 122.
-Ruinas de Cafarnaúm (descubiertas en 1838 por el geógrafo bíblico
norteamericano Edward Robinson) :
.-Iglesia octogonal bizantina (s.V)
.-Testimonio de la peregrina Egeria relativo a la Casa de Pedro,
transformada en iglesia (Domus Ecclesiae) (s. IV)
-Núcleo: Domus Petri (descubierta en 1968).
.-En Insula sacra, ruinas de la sinagoga del s. I mencionada en los
Evangelios.
.-Inscripciones latinas, griegas, sirias, arameas: Pedro, Cristo, Jesús,
Señor. Etc.,

3. En conclusión, podemos decir que, actualmente, los análisis históricos más


rigurosos coinciden en afirmar con toda certeza –incluso prescindiendo por completo de
la fe y del empleo de las fuentes históricas cristianas- no sólo que Jesús de Nazaret
existió sino que vivió en la primera mitad del s. I, era judío, habitó la mayor parte de su
vida en Galilea, formó un grupo de discípulos que lo siguieron, suscitó fuertes
adhesiones y esperanzas por lo que decía y por los hechos admirables que realizaba,
estuvo en Judea y Jerusalén al menos una vez, con motivo de la fiesta de Pascua, fue
visto con recelo por parte de algunos miembros de la jerarquía religiosa judía y con
prevención por la autoridad romana, fue condenado y ejecutado por esta clavado en una
cruz, y enterrado en un sepulcro del que su cuerpo despareció unos días después.
No parecen pocos datos para un personaje de hace veinte siglos. Sin embargo,
con ello no se prueba que fuera como el cristianismo lo había presentado: como alguien
que se autoproclama como Dios. Por eso cabe plantear la siguiente hipótesis.

1.3.2. ¿Es Jesucristo una leyenda?

1. Según la hipótesis “B”, Jesús sería una leyenda:

a) Plantea esta hipótesis:

1- Que Jesús existió pero que los hechos extraordinarios (no solo
admirables) del NT son leyendas posteriores a los hechos reales,
superpuestos a estos y ocultadores o transformadores del verdadero
personaje y de su mensaje, así como de su pretensión.
2- Que, por esta razón, hay que suprimir esos elementos
“extraordinarios” (=“legendarios”) para dar con la figura del Jesús
hombre-histórico.
3- Que la verdadera historia –además- hay que buscarla en otras fuentes,
no vinculadas con la Iglesia oficial –apócrifos-.

b) Defienden esta hipótesis:

1- Hermann Samuel Reimarus (1774, Acerca del objetivo de Jesús y sus


discípulos): Jesús sería un Mesías político que fracasó en sus intentos y
al que sus discípulos encumbraron inventándose la resurrección y la
promesa de su segunda venida como Señor del universo.
2- Posteriormente, y con más detalle, Bernhard Weiss (1822, Vida de
Jesús), Ernest Rénan (1863, Vida de Jesús), Adolf von Harnack (1900,
La esencia del cristianismo) y, en general, la llamada Escuela liberal.
Mantienen estos que entre Jesús y nosotros se interponen las primeras
comunidades cristianas, cuya sugestión interpreta, deforma e impide
conocer el Jesús de la Historia.
Jesús sería sólo un profeta escatológico que anuncia el Reino de Dios y al
que, tras su evidente fracaso, sus discípulos reinterpretan históricamente
en clave mesiánica. Lo importante es su mensaje espiritual, moral o, en
su caso, político.
3- Una interpretación de este último tenor (como crítico social y político)
es la que adoptan los miembros del “Jesus Seminar” (Robert W. Funk –
su fundador, en 1985-, J. D. Crossan y M. Borg, entre otros).
4- Por último, hoy en día, desde posiciones distintas entre sí aunque
ambos deudores del gnosticismo, mantienen una actitud parecida
Sánchez-Dragó (en su opinión, fuentes no eclesiásticas nos muestran la
verdadera historia de Jesús: viaje a la India, relación con Magdalena...) o
autores de best-sellers como el Código Da Vinci (de Dan Brown).

2. En respuesta a esta hipótesis cabría aducir, por una parte, que –como ya
vimos- no parece razonable dudar del valor histórico del NT y del personaje en él
retratado (como anunciador del Reino de Dios, condenado por motivos religiosos etc.,).
No obstante, supongamos que los que abogan por la hipótesis “B” lo hacen
verosímilmente. La cuestión siguiente es ver quién “diviniza” a Jesús. Y a este respecto,
se han planteado las siguientes sub-hipótesis:

-Hipótesis “B1”: La Iglesia medieval (s. VI-XII)


-Hipótesis “B2”: La Iglesia antigua (s. IV)
-Hipótesis “B3”: La segunda generación cristiana (final del s. I – inicios
del s. II)
-Hipótesis “B4”: Los Doce y Pablo (a. D. 50, según Reimarus)
-Hipótesis “B5”: Jesús mismo (a.D. 30)

Las hipótesis “B1”, “B2” y “B3” no se sostienen: como vimos, hay textos del
NT anteriores que testimonian una “divinización” de Jesús ya en a.D. 50.

Tratamiento aparte merece la hipótesis “B4” –Jesús-Dios como invento de Pablo


y los 12-. Para verificarla es necesario cribar el elemento histórico del legendario, y el
procedimiento es el análisis de la crítica textual (qué dice el NT, en qué contexto,
cuándo se escribe, quién lo puede escribir, etc.). Nosotros así lo hemos hecho, y a partir
de ese análisis se puede razonar como sigue.

Uno puede inventar una leyenda cuando hay mucho tiempo por medio, no hay
testigos en contra, el público no tiene el contexto cultural e histórico claro, etc... pero no
lo podrá hacer, en cambio, si las circunstancias son otras. Así, por ejemplo, resultaría
absurdo inventar hoy
que Elvis ha ganado el “Premio Cervantes” por su contribución a
la poesía mística en castellano. ¿Por qué?
-Porque está fuera de su contexto histórico: el premio es posterior a su muerte.
-Porque está fuera de su contexto cultural: no se conoce ningún poema místico
en castellano de su autoría.
-Porque hay testimonios y testigos en contra de ese supuesto testimonio.
En definitiva, no se puede engañar si hay elementos de contraste.

En nuestro caso, ¿cuándo y qué se escribe en el NT? Según las hipótesis más o
menos arriesgadas que ya conocemos, 10, 15, 20 ó 30 años después, se escribe que un
artesano judío se hacía pasar por Dios y por eso fue crucificado, muerto y sepultado,
aunque resucitó y subió al cielo. Que ese personaje era perfectamente histórico,
encuadrado en tiempo, espacio y circunstancias, tratado por las autoridades públicas,
con parientes y conocidos todavía vivos etc., Si hubiera invención, además, téngase en
cuenta que esta no sería de “detalles” triviales (sobre unas supuestas visitas al Templo,
por ejemplo) sino de aspectos fundamentales. La afirmación radical es, ni más ni
menos, que “Dios es un judío de carne y hueso crucificado como un criminal”.
Por otra parte,
¿quién inventa eso? ¿Los Apóstoles y Pablo? ¿Quiénes son ellos?
Los Apóstoles son judíos temerosos de su religión, algunos radicales, gente ruda. En
cuanto a Pablo, es un fariseo conocido, ciudadano romano e instruido en la filosofía
racionalista griega.

Y, por último, ¿en qué contexto histórico, cultural y religioso se produjo esa
“invención”? En el caso del judaísmo, se trata de un contexto plural en lo social e
incluso en lo religioso, pero con una idea de Dios –en todo caso- muy definida: es el
Dios de Israel, el único Dios, puro Espíritu, Absoluto, Trascendente; no se puede hacer
imágenes suyas (el arte no puede expresarlo), ni tan siquiera se puede pronunciar su
nombre; es, en definitiva, un Dios santo y terrible. En el contexto del paganismo, por
otro lado, dominan religiones mitológicas según las cuales “por detrás” de los dioses
hay una “Diké” (una justicia) impersonal, inaccesible, inalterable y eterna; o una
filosofía que presenta a Dios como idea absoluta del Bien, Motor inmóvil, Ley del
cosmos etc., es decir, como algo –no alguien- metafísico y distante.
Pues bien, el Jesús del NT –supuestamente inventado por Pablo y los doce-, se
presenta en este contexto como un Dios revestido de humanidad, con sentimientos,
emociones, fragilidad, necesidad..., que sufre y muere como un criminal y que, no
obstante, resucita, y será el Juez del universo. Dado el contexto, parece lógico que
quienes no conocían a ese personaje tomaran a quien lo predicara como un iluso (así
responderían de hecho los atenienses a Pablo), o –quienes sabían algo de Él por
referencias- por un peligro (así lo interpretaron los jerarcas de la religión judía y por ello
lo condenaron). Pero ¿sería lógico que los apóstoles fingieran creerlo y lo siguieran
hasta la muerte, y que inventaran esa poco convincente imagen ellos que lo conocieron
de cerca y convivieron con Él, que escucharon sus palabras y vieron sus hechos?
Un fraude, por lo demás, supone un móvil: una serie de ventajas y beneficios
que los “ideólogos” pensaran obtener seguramente. En nuestro caso, dado el contexto y
los autores del fraude, las “ventajas” parecían poco razonables y, de hecho, lo que los
Apóstoles obtuvieron fue la excomunión (= marginación), el destierro, la pobreza, la
persecución, prisión, apedreamiento, torturas, muerte atroz y dolorosa
.
Y, por último, ¿eran los Apóstoles “creíbles” por sí mismos? Dicho de otro
modo: si se hubieran propuesto crear un fraude, ¿no habrían fingido una santidad real
(como en el caso, por ejemplo, de las sectas)?. En lugar de eso, la “santidad” de Pedro
era la de un renegado, cobarde, llorica, soberbio, altanero, pendenciero, envidioso, ruin,
terco, presuntuoso, ambicioso... Y la “santidad” de Pablo (en forma de autorretrato) la
de un fanático, cómplice del asesinato de Esteban, orgulloso, acomplejado, impulsivo,
torpe al hablar, lleno de prejuicios, violento, quisquilloso…

3. En definitiva, creo que atendiendo a aspectos ya mencionados en su momento


y a estas reflexiones, podemos pues concluir:

a) Que se puede hacer novela “histórica” de hechos del s. I… en el siglo XIX,


pero no en el propio siglo I: la proximidad del texto a los hechos no permite una
deformación sustancial.
b) Que, como vimos, la crítica del texto no nos mueve a suponer una
yuxtaposición legendaria a la base histórica.
c) Que ni los supuestos autores de esa leyenda ni el contexto facilitarían en
absoluto su creación y difusión.
d) Que no es histórica la imagen de Jesús de los evangelios tardíos –apócrifos,
gnósticos y heréticos-.

Sólo queda, pues, como razonable que Jesús se “divinizó” a sí mismo. Lo que
conduce a nuestra tercera hipótesis inicial: Jesús como poeta o como místico panteísta.

1.3.3.
¿Es Jesucristo un poeta o un panteísta?

1. La hipótesis “C” sostiene que el NT presenta a un Jesús que pretende


identificarse con Dios, pero a título sólo simbólico o panteísta.

a) Plantea, por tanto, esta hipótesis que:

1- No se afirma de Jesús una divinidad real sino simbólica.


2- Los cristianos habrían malentendido ese sentido simbólico divinizando
a un Jesús que ahora habría que “des-divinizar” para descubrir al
verdadero hombre.
3- Pero este descubrimiento es prácticamente imposible y, de hecho, lo
importante de Jesús no sería su historia sino la simbología espiritual de
su mensaje tal como fue captada y predicada por la comunidad cristiana
primitiva.

b) El más importante de los defensores de


esta hipótesis es Rudolf Bultmann (1926, Jesús). Según este autor, la razón no puede
acceder / aceptar el Jesús de la Historia; basta el Cristo de la Fe. Así, por ejemplo, es
indiferente que Jesús haya resucitado; lo importante es que su mensaje me “renueva”
etc., Todo acceso a Jesús pasaría, pues, por una “des-mitologización” del NT: ni sería
Dios, ni resucitaría, ni haría milagros, ni habría nacido virginalmente, ni pretendería
crear una Iglesia...
2. ¿Cómo responder a esta hipótesis?
Conviene hacer notar, de antemano, que -ciertamente- muy a menudo Jesús
habla en símbolos, metáforas e imágenes (parábolas):

“Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre…” (Lc 15, 11
ss).
“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo…” (Mt
13, 44 ss) etc.,

Pero también habla en sentido directo y propio otras muchas veces:

“Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado…” (Mc
10, 33-34).
“Todos vais a fallar por mi causa esta noche, porque está escrito: <Heriré al
pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño>. Pero después de resucitar, iré
delante de vosotros a Galilea (...) Pedro, esta misma noche, antes de que cante el
gallo, me habrás negado tres veces” (Mt 26, 31. 34.).
“Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37).

De este modo:

a) La pretensión de divinidad en Jesús se muestra a veces en metáforas, símbolos


y figuras:

1- Si el Templo es el trono de Dios, Jesús se dice superior al Templo:


–“Destruid este Templo y yo lo reconstruiré…” (Jn 2, 19)
–“Llega la hora en que no adoraréis en este monte ni en
Jerusalén…” (Jn 4, 21)

2- Si el sábado es institución divina, Jesús se dice superior al sábado:


–“El Hijo del hombre es señor del sábado” (Lc 6, 5)
–Cura y “trabaja” en sábado (Cfr. Lc 6, 6-11)

3- -Si la Ley es de origen divino, Jesús se presenta como alguien que


matiza, amplía, modifica la Ley:
–“Habéis oído que se dijo a los antiguos… pero yo os digo…”
(Mt 5, 21-22, 27-28, 33-34, 38-42, 43-44...)

b) Pero utiliza también expresiones mucho más directas y claras en el contexto


lingüístico y religioso de su auditorio:

1- Asume los títulos propios de Dios:


–Buen Pastor (Sal 23 – Jn 10)
–Luz (Sal 27 – Jn 8, 12)
–Agua (Núm 20 – Jn 4)
–Vida (Ez 37 – Jn 11)
–Rey (1 Sam 8 – Jn 12, 12-16)

2- En Jn, reiteradamente dice “Yo soy + atributo”.


-“Yo soy la vid verdadera” (Jn 15, 1).
-“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
-“Yo soy el Maestro y el Señor” (Jn 13, 14).
-“Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).
-“Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35).
-“Yo soy el buen Pastor” (Jn 10, 11).
-“Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12).
-“Yo soy Hijo de Dios” (Jn 10, 36).

No es simplemente una conjugación del verbo “ser” en pres. ind. ac. 1º p.


sing. El atributo corresponde con un título divino, pues “Yo Soy” es el
Nombre santo de Dios: (Ex 3, 14: “<Yo soy el que soy>. Y añadió: dirás
a los hebreos: <Yo-Soy me envía a vosotros>”). En hebreo: YHWH. Y
Jesús se apropia el Nombre divino: “Os digo estas cosas antes de que
sucedan para que cuando sucedan creáis que yo soy” (Jn 13, 19); “Yo sé
que el Mesías está a punto de llegar –le dice la samaritana-... Jesús le
dijo: <soy Yo>” (Jn 4, 25-26).

c) Por otra parte, Jesús habla respecto de sí de una filiación divina totalmente
nueva para el Judaísmo: su ser “Hijo de Dios” es radicalmente distinto de cualquier otra
relación del hombre con Dios. (Esto introduce un elemento inesperado en el
monoteísmo absoluto de Israel: Dios tiene un Hijo). Y sus contemporáneos entienden
perfectamente que está hablando en sentido propio. Por eso buscan su muerte:
“Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de
Dios” (Jn 19, 7).
Esto se ve claro en el juicio: “Te conjuro por el Dios vivo a que digas si eres el
Hijo de Dios – (Autós eipei) ... tú mismo lo has dicho-” (Mt 26, 63-64; Mc 14, 61-62). Y
la consecuencia para el que peca por blasfemia es la muerte: “Vosotros lo habéis oído:
reo es de muerte” (Mt 26, 65-66; Mc 14, 63-64; Lc 22, 70-71).
Y, además, es confesado como tal en distintos textos del NT: “Verdaderamente,
eres Hijo de Dios” (Mt 14, 33 –los apóstoles, tras verle caminar sobre las aguas-); “Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16 –respuesta de Simón Pedro a Jesús-);
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 38 –confesión del centurión
tras los signos que siguieron a la muerte de Jesús-); “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 27-
29 –Tomás, después de ver y tocar al resucitado-); “Tú eres mi Hijo amado, en Ti me
complazco” (Mc 1, 11 –bautismo de Jesús-); “A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único,
que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18).

d) Por último, no se puede sostener una concepción panteísta en el mensaje de


Jesús:

1- Ninguno de sus logia lo justificaría.


2- Sus palabras –precisamente esas que distinguen entre “su Padre” y el
“nuestro”- sugieren más bien lo contrario: un sentido muy claro de la
identidad personal de Dios y del hombre
3- El propio contexto del Judaísmo en el siglo I tampoco justifica una
lectura panteísta
4- Los textos que pudieran presentar un “Jesús panteísta” son tardíos y de
origen claramente gnóstico.
3. En conclusión:

a) El NT presenta un Jesús que dice en sentido categórico, directo y


propio que es Dios.
b) Esta afirmación es captada por sus coetáneos en sentido igualmente
categórico, directo y propio.
c) A causa de tan radical planteamiento, Jesús es condenado a muerte y
ejecutado.

---DESPUÉS DE TODO ESTE RECORRIDO, hemos analizado y dado


respuesta al primer bloque de hipótesis planteadas al inicio de este epígrafe, aquellas
que intentaban descubrir qué había dicho exactamente Jesús, y podemos afirmar que:

1- Jesús de Nazareth existió realmente en la historia humana –Judea, primera


mitad del siglo I-
2- El NT nos da noticia histórica de la enseñanza, la obra y la vida de Jesús de
Nazareth
3- Jesús de Nazareth dijo de sí mismo, en sentido pleno, que era el Dios que
había hecho el mundo

Nos queda ahora el segundo bloque de hipótesis: las que intentaban averiguar qué
quería decir exactamente Jesús con su pretensión inaudita. Para ello, obviamente, habrá
que analizar aún más de cerca esta.

1.4. La pretensión de Jesucristo: Dios con nosotros

-Lo que Cristo pretende y dice de sí en el NT se podría resumir en la siguiente


expresión:

“Yo-soy Dios / encarnado, / el Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre /


para anunciar y hacer presente su Reino entre los hombres, / Aquel que interpela al ser
humano como sentido último de su vida y le ofrece una relación especialísima con Dios;
en definitiva, el Infinito que sacia su corazón”.

¿Qué significa exactamente esta pretensión y que relación tiene con nosotros?
Esto es lo que vamos a examinar en el presente epígrafe.

1.4.1. Sentido de la pretensión de Cristo:

A. Como vimos, Cristo se dice “Dios” mostrándose superior al Templo (Cfr. Jn


2, 19; 4, 21), al sábado (Cfr. Lc 6, 5-11), a la Ley (Cfr. Mt 5, 21 y ss.); y apropiándose
de expresiones y de títulos divinos veterotestamentarios:
JESÚS SE APROPIA EL NOMBRE DE DIOS
Dios según el AT Título o acción común Jesús en el NT
entre el Dios del AT y
Cristo
Gén 1; Is 40, 28 Creador Jn 1, 3
Is 45, 22; 43, 11 Salvador Jn 4, 42
I Sam 2, 6 Resucitar Jn 5, 21
Joel 3, 12 Juez Jn 5, 27; Mt 25, 31-46; Hch
10, 42; 2 Cor 5, 10
Is 60, 19-20; Sal 27, 1 Luz Jn 8, 12
Éx 16, 4. 15. 14-31; Núm. Pan de vida Jn 6, 32-35
11, 7-9
Éx 17, 1-7; Núm 20, 1-13 Agua Jn 4, 7. 37.
Éx 3, 14 Yahveh –Yo soy Jn 4, 25-26; 8, 58; 13, 19;
18, 5-6
Sal 23 Pastor Jn 10, 11
Is 42, 8; 48, 11 Gloria de Dios Jn 17, 1-5
Is 41, 4; 44, 6 Primero y último Ap 1, 17; 2, 8
Os 13, 14 Redentor Ap 5, 9
Is 62, 5; Os 2, 16 Novio Ap 21,2; Mt 25, 1ss; Jn 3, 29
Sal 18, 2 Roca 1Cor 10, 4
Jer 31, 34 Perdona los pecados Mc 2, 7-10
Sal 148, 2 Adorado por ángeles Hb 1, 6
Sal 23; Ez 34, 1-31; Jer 23, Buen Pastor Jn 10, 1-18
1-3
Ez 37, 1-14 Vida Jn 11, 25
Sal 148, 5 Creador de los ángeles Col 1, 16
Is 45, 23 Reconocido como Señor Lc 2, 11; 5, 12; Hch 2, 36;
Fil 2, 11; Ap 22, 20
Is 6, 8-10 Mesías (enviado) Mc 12, 6-8; Mt 16, 16; Lc 2,
11; Jn 4, 34; 5, 36; 7, 28-29;
8, 16; 8, 18; Hch 2, 36
I Sam 8 Rey Mc 11, 1-11; Mt 21, 1-11;
Lc 19, 28-38; Jn 12, 12-16; 1
Tim 1, 17

B. Es el “Hijo de Dios”, el “Mesías” enviado por el Padre, y participa de una


relación de familiaridad estrechísima con Él pues es “uno” con Él.
Veíamos en el epígrafe anterior que esa “filiación divina” –en sentido propio-
está presente en el NT de múltiples formas: resulta especialmente patente durante su
proceso y condenación por blasfemia (Cfr. Jn 19, 7; Mt 26, 63-66; Mc 14, 61-64; Lc 22,
70.71), y es objeto de confesión por parte de muchos en muy distintos pasajes y
momentos de su vida (por ejemplo, Mt 14, 33; 16, 16; Mc 1, 11; 15, 38; Jn 1, 18).
Ahora querría añadir que esta condición también es pretendida por el propio
Cristo en numerosos textos, a la vez que manifiesta la singular modalidad de su relación
con Dios Padre. Especialmente significativo, a este respecto, es el capítulo 10 del
Evangelio de S. Juan:
“Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno.
Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los
judíos, y le decían: <¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo,
dínoslo abiertamente>. Jesús les respondió: <Ya os lo he dicho, pero no me
creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de
mí; pero vosotros no creéis>” (Jn 10, 22-26) ... “<Yo y el Padre somos uno>.
Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: <Muchas
obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras
queréis apedrearme?> Le respondieron los judíos: <No queremos apedrearte por
ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces
a ti mismo Dios>. Jesús les respondió: <¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he
dicho: dioses sois? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de
Dios –y no puede fallar la Escritura- a aquel a quien el Padre ha santificado y
enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: <Yo soy Hijo
de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago,
aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el
Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10, 30-38).

Esta familiaridad de Jesús con el Padre se expresa a menudo en los Evangelios


con el término “Abbá”. Es una palabra que forma parte del lenguaje de la familia y
testimonia esa particular comunión de personas que existe entre los padres y los hijos,
pero jamás nadie había osado emplearla para referirse a Dios. Cuando, para hablar de
Dios, Jesús la utilizaba debía de causar admiración o escándalo en sus oyentes. Desde
luego, un israelita no la habría utilizado ni en la oración. En definitiva, sólo quien se
consideraba Hijo de Dios en un sentido propio podría hablar así de Él y dirigirse a Él
con su significado, similar al de los términos “padre mío”, “papá” o –incluso- “papaíto”.
Así se confirmaría, además, una antigua alusión del profeta Jeremías. En efecto, en un
texto del AT se habla de que Dios espera que se le invoque como Padre: “Vosotros me
diréis: ¡Padre mío!” (Jr 3, 19). Como digo, es como una profecía que se cumpliría en los
tiempos mesiánicos. Jesús de Nazaret la ha realizado y superado al hablar de sí mismo
en su relación con Dios como de aquel que “conoce al Padre”.
En el fondo, el término “Abbá” expresa la misma realidad a la que Jesús alude
en forma tan sencilla y al mismo tiempo tan extraordinaria con las palabras: “Nadie
conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el
Hijo quisiere revelárselo” (Mt 11, 27; Lc 10, 22). Veremos un poco más adelante que un
momento singular de esta revelación lo constituye la enseñanza a los apóstoles del
“Padre nuestro”. Sin embargo, importa ahora dejar bien claro que Jesús establece
siempre una distinción entre “Padre mío” y “Padre vuestro”, es decir, entre su filiación
divina y la nuestra. Incluso después de la resurrección, dice así a María Magdalena: “Ve
a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”
(Jn 20, 17).
¿De dónde viene a Cristo esa familiaridad con Dios? Procede, ya lo hemos visto
explícitamente en el texto antes citado, de que su relación de unidad con el Padre es una
relación real. Así lo confirman también otros muchos textos, al tiempo que muestran la
condición mesiánica de Cristo. Por ejemplo, a los apóstoles les dice: “Si me conocéis a
mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”. Y
cuando Felipe, confuso, le dice: “<Señor, muéstranos al Padre y nos basta>, Jesús le
dice: <¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me
ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi
cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en
el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras>” (Jn 14, 7-11)6.
De forma similar, cuando los fariseos le preguntan dónde está su Padre, Jesús
responde: “Quien conoce al Hijo conoce al Padre” (Jn 8, 19). Y en otros lugares
podemos leer: “El que me ve a mí, ve a Aquel que me ha enviado” (Jn 12, 45). “Yo he
salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mí mismo, antes es Él quien me ha
mandado” (Jn 8, 42). “No estoy solo, sino yo y el Padre que me ha enviado” (Jn 8, 16).
“Yo soy el que da testimonio de mí mismo, y el Padre, que me ha enviado, da
testimonio de mí” (Jn 8, 18). “Pero el que me ha enviado es veraz, aunque vosotros no
le conocéis. Yo le conozco porque procedo de Él y Él me ha enviado” (Jn 7, 28-29).
“Estas obras que Yo hago dan a favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado”
(Jn 5, 36). “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,
34).
Por último, resulta particularmente iluminadora en este punto la parábola de los
viñadores homicidas. Estos tratan mal a los siervos mandados por el dueño de la viña
“para percibir de ellos la parte de los frutos de la viña” y matan incluso a muchos. Por
último, el dueño de la viña decide enviarles a su propio hijo: “Le quedaba todavía un
hijo querido, y se lo envió, el último, diciendo: <A mi hijo le respetarán>. Pero aquellos
viñadores dijeron entre sí: <Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la
herencia>. Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña” (Mc 12, 6-8).
Comentando esta parábola, Jesús se refiere a la expresión del Salmo 118, 22: “La piedra
que los constructores desecharon, se ha convertido en piedra angular”, pues en ella se
manifiesta la verdad sobre Sí como Hijo enviado por el Padre. Es más, se subraya con
toda claridad el carácter sacrificial y redentor de este envío.

C. El NT presenta a Cristo, además, como un Dios “encarnado”, hecho hombre7:

a) El prólogo del Evangelio de San Juan lo expresa así:

6
De esta relación real de familiaridad entre el Padre y el Hijo –dos personas en un solo Dios- el
Catecismo romano dice: “De entre todas las analogías que pueden establecerse para <explicar> la índole
de la eterna generación del Hijo por el Padre, parece la más acertada aquella que se basa en la actividad
intelectual de nuestra mente; por lo cual San Juan denomina <Verbo> al Hijo de Dios. Pues así como
nuestra mente, al conocerse a sí misma, produce una imagen de sí misma que los teólogos han
denominado <verbo>, de parecida manera –y en cuanto es posible comparar lo humano con lo divino-
Dios, al conocerse a sí mismo, engendra el Verbo eterno” (I, c. 3, n. 9).
Para completar lo relativo al misterio cristiano de la Trinidad, habría que añadir –en relación con
el Espíritu Santo, tercera persona divina- que “procede de la voluntad divina como inflamada de amor”.
En definitiva, Dios –que es Acto puro, y todo acto es comunicativo de sí mismo- se manifiesta “ad extra”
(y de forma limitada) en su creación y conservación del cosmos, y “ad intra” (y de forma plena) –por su
conocimiento de Sí- en la comunicación del Padre al Hijo y –por su amor a Sí- en la comunicación de
ambos al Espíritu Santo. “Son dos procesos o comunicaciones <íntimas>, basadas como están en las dos
operaciones <inmanentes> de Dios: entender y amar; y de una eficacia infinita, como infinito es el mismo
Dios” (Jesús GARCÍA LÓPEZ, Metafísica tomista, Eunsa, Pamplona, 2001, pág. 717).
7
También este misterio de la fe cristiana se puede “explicar” analógicamente apoyándonos en la
índole difusiva y comunicativa de Dios como Acto Puro y Bondad infinita. “En Jesucristo –dirá también
García López- se ha hecho realidad paradigmática esa unión o asimilación de lo creado a lo Increado. En
Él se hallan íntimamente unidas, con la unión más excelente que cabe pensar, la unión hipostática, su
Humanidad y su Divinidad. Y en la Humanidad de Jesucristo se encuentran, como resumidas o
integradas, todas las perfecciones repartidas por el universo... Por ello, al unirse Dios, en la persona
divina del Hijo, a esa naturaleza humana que ha hecho suya, que ha asumido como suya, se ha unido
realmente, de algún modo, a la creación entera” (op. cit., pág. 719).
“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era
Dios. Estaba al principio con Dios. todas las cosa fueron hechas por Él y
sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la
vida era la luz de los hombres. Y la luz luce en las tinieblas pero las
tinieblas no la abrazaron. Hubo un hombre enviado por Dios, de nombre
Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que
todos creyeran por él. No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de
la luz. La luz verdadera era ya e ilumina a todo hombre viniendo a este
mundo. En el mundo estaba y por Él fue hecho el mundo pero el mundo
no le conoció. Vino a los suyos pero los suyos no le recibieron. Mas a
cuantos le recibieron dióles poder ser hijos de Dios, a aquellos que creen
en su nombre; que no de la sangre ni de la voluntad carnal ni de la
voluntad de varón sino de Dios son nacidos. Y el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él
clamando: este es de quien os dije: “El que viene en pos de mí ha pasado
delante de mí, porque era primero que yo”. Pues de su plenitud recibimos
todos gracia sobre gracia. Porque la Ley fue dada por Moisés, la gracia y
la verdad vino por Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás, Dios Unigénito,
que está en el seno del Padre, ese nos le ha dado a conocer” (Jn 1, 1-18).

b) Y el anuncio de la Encarnación se narra en el Evangelio de Lucas como sigue:

“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una
ciudad de Galilea llamada Nazareth, a una virgen, desposada con un
varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era
María. Y entrando a ella le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es
contigo. Y ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría
significar aquella salutación. Y el ángel le dijo: No temas, María, porque
has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz
un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande y llamado Hijo
del Altísimo, y le dará el Señor el trono de David su padre, y reinará en la
casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. Y dijo María al
ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues que yo no conozco varón? Y el ángel
le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del
Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será
santo, será Hijo de Dios. Isabel, tu pariente, también ha concebido un
hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque
nada hay imposible para Dios. Y dijo María: He aquí a la sierva del
Señor, hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Lc 1,
26-38).

D. Si el Hijo de Dios –el Mesías- se ha hecho hombre, es para anunciar y hacer


presente el Reino de Dios entre los hombres.
El terreno de revelación del Reino de Dios había sido preparado ya en el AT,
especialmente en la época de la historia de Israel referida en los textos de los profetas y
de los Salmos que siguen al exilio en Babilonia. Son dignos de mención, en especial, los
Cantos de los salmistas a Dios como Rey de toda la tierra, al Dios que “reina sobre las
gentes” (Sal. 47, 8-9) y el reconocimiento exultante: “Tu reino es reino de todos los
siglos, y tu señorío de generación en generación” (Sal. 145, 13). El profeta Daniel, por
su parte, habla del reino de Dios como de aquel “que no será destruido jamás ... y
permanecerá por siempre”. Este reino que se hará surgir del “Dios de los cielos” (el
reino de los cielos) quedará bajo el dominio del mismo Dios y “no pasará a poder de
otro pueblo” (Dn 2, 44).
Inspirándose en esta tradición y compartiendo esta concepción de la Antigua
Alianza, Jesús proclama desde el comienzo de su misión precisamente este reino:
“Cumplido es el tiempo, y el reino de Dios está cercano” (Mc 1, 15). De ese modo,
recoge uno de los motivos constantes de la espera de Israel, pero le da una nueva
significación al proclamar que esta tiene su cumplimiento inicial aquí en la tierra,
porque Dios es el Señor de la historia. En esta perspectiva, Jesús anuncia y revela que el
tiempo de las antiguas promesas, esperas y esperanzas, “se ha cumplido”, y que el reino
de Dios “está cercano”, más aún, está ya presente en su misma persona.
Jesús anuncia muchas veces que el reino de Dios ha venido al mundo. Más aún,
en el conflicto con los adversarios que no dudan en atribuir un poder demoníaco a sus
obras, responde con una argumentación que concluye afirmando: “si expulso a los
demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc
11, 20). En Él y por Él, por tanto, el espacio espiritual del dominio divino toma su
consistencia: a través de Cristo, el reino de Dios entra en la historia de Israel y de toda
la humanidad, pero con una dimensión prioritariamente religiosa (y no política o social,
como esperaban los israelitas de su tiempo).
En efecto, en el pensamiento de Jesús, en su obra mesiánica, en su mandato a los
apóstoles, la inauguración del reino en este mundo está estrechamente unida a su poder
de vencer el pecado y tiene su fundamento en la reconciliación del hombre con Dios
llevada a cabo en Cristo y por Cristo en el misterio pascual. “Cristo –dice san Pablo- es
la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura ... Dios tuvo a bien hacer
habitar en él la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las
del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la
cruz” (Col 2, 15. 19-20. Cfr. también 2 Cor 5, 19).
En consonancia con ello, desde el principio de su vida pública vemos cómo
Jesús no se limita a proclamar la necesidad de la conversión (“Convertíos y creed en el
Evangelio” –Mc 1, 15-) y a enseñar que el Padre está dispuesto a perdonar a los
pecadores arrepentidos, sino que Él mismo asume y perdona los pecados. Afirma, por
ejemplo, que “el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados”
(Mc 2, 10) y lo hace, de hecho, en múltiples ocasiones, con el consiguiente escándalo de
los que lo presencian. Así, ante los escribas de Cafarnaum, cuando le llevan un
paralítico para que lo cure, Jesús dice a este: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc
2, 5). Narra el Evangelio que los escribas que allí estaban pensaban para sus adentros:
“¿Cómo habla este así? Blasfema. ¿Quién puede personar pecados sino sólo Dios?” (Mc
2, 7). Y Jesús toma la palabra para reprenderles: “¿Por qué pensáis así en vuestros
corazones? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico <tus pecados te son perdonados> o
decirle <levántate, toma tu camilla y vete>? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre
tiene poder en la tierra para perdonar los pecados (se dirige al paralítico), yo te digo:
levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 12). El pasaje se cierra narrando que
la gente que vio el milagro, llena de admiración, glorificó a Dios diciendo: “Jamás
hemos visto cosa igual” (Mc 2, 12). En otro momento, cuando estaba sentado a la mesa
en casa del fariseo, Jesús dice a una mujer: “Tus pecados te son perdonados” (Lc 7, 48).
La reacción de los comensales fue también la de escandalizarse: “¿Quién es este para
perdonar los pecados?” (Lc 7, 49).
Por fin, también en el episodio de la mujer “sorprendida en flagrante adulterio” y
llevada por los escribas y fariseos a presencia de Jesús para provocar un juicio suyo de
acuerdo a la ley de Moisés encontramos algunos detalles muy significativos. Ya la
primera respuesta de Jesús a los que acusaban a la mujer, “El que de vosotros esté sin
pecado, arrójele la piedra primero” (Jn 8, 7), nos manifiesta su consideración realista de
la condición humana, comenzando por la de sus interlocutores, que, de hecho, van
marchándose uno tras otro. Además, podemos captar la profunda humanidad de Jesús al
tratar a aquella desdichada, cuyos errores ciertamente desaprueba (pues le recomienda:
“Vete y no peques más” –Jn 8, 11-), pero a la que no aplasta bajo el peso de una
condena sin apelación. En las palabras de Jesús podemos ver igualmente la reafirmación
de su poder de perdonar los pecados, cuando después de haber preguntado a la mujer:
“¿Nadie te ha condenado?” y haber obtenido la respuesta: “Nadie, Señor”, declara: “Ni
yo tampoco te condeno; vete y no peques más” (Jn 8, 10-11).
Ante ese “ni yo tampoco” no podemos quedarnos indiferentes. El sentimiento de
culpa hace al hombre sentirse muy solo. La conciencia de haber cedido al egoísmo, de
haberse traicionado a sí mismo, al ser amado, o a la razón de ser de su vida, lleva al
hombre a la soledad, a la frustración, a la amargura, muchas veces incluso al desierto
total. Y esta es una experiencia demasiado frecuente en el hombre de hoy, y muy dura
en ocasiones. A esto se añade la impotencia que experimentamos para dejar de ser así,
para cambiar a otra forma de ser de modo que nuestra vida no esté “amenazada” por
nosotros mismos, o nuestras ilusiones y lo mejor de nosotros no estén hipotecados por
esa debilidad... Esta es una experiencia profundamente humana: la experiencia de la
necesidad de ser perdonados, aceptados como somos en nuestra fragilidad, o sea,
salvados. Y ante esta situación, sale precisamente al encuentro Cristo cuando perdona
(Cfr. parábola del hijo pródigo o, mejor, del Padre misericordioso: Lc 15, 11-32)8.
Este rasgo particular de la pretensión de Cristo podemos contrastarlo con la
experiencia de un personaje peculiar: Oscar Wilde. Este afamado escritor tuvo en la
cárcel de Reading, adonde había llegado después de una vida agitada, transgresora y
exitosa, y donde estuvo confinado entre 1895 y 1897, un encuentro imprevisto con
Cristo leyendo el Evangelio, y escribió una larga carta que, cuando se publicó, recibió
como título De profundis. En uno de sus párrafos dice así: “Es para mí todavía algo
increíble eso de que un joven campesino galileo se imagine que pueda llevar sobre sus
hombros todo el peso del mundo: el peso de cuanto hasta entonces se había hecho y
sufrido, y de cuanto se tendría que hacer y sufrir: los pecados de Nerón, de César
Borgia, de Alejandro VI, del que fue emperador de Roma y sacerdote del sol; los
sufrimientos de todos aquellos, cuyo número es legión, que yacen entre ruinas; de los
pueblos oprimidos, de los niños de las fábricas, de los ladrones, de los presidiarios, de
los desheredados y de aquellos que se hallan sojuzgados y cuyo silencio sólo Dios
puede oír. Y no sólo llega a imaginárselo, sino que efectivamente lo realiza: así es que
aún hoy en día todos los que entran en contacto con Él, aunque no se prosternen ante
sus altares, ni se arrodillen ante sus sacerdotes, tienen en cierto modo la impresión de
que se les borra la fealdad de sus pecados y se les revela la belleza de sus sufrimientos”
(pág. 130).
Jesús habla, además, de su obra presente y futura como de un nuevo reino
introducido en la historia humana: el Reino de la Verdad, de la Luz y de la
Vida (con el significado que estos términos tienen y que ya conocemos). Cuando Pilato
le preguntó: “Entonces, ¿eres rey? Jesús le respondió: Soy rey, como tú dices. Y mi
misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y para eso
8
Sobre esta parábola y sobre el cuadro de Rembrandt “El regreso del hijo pródigo” trata la
famosa obra –de idéntico título- de Henri J. M. NOUWEN, publicada por Ediciones PPC, Madrid, 1994.
vine al mundo” (Jn 18, 37). Y en otros lugares se añade: “En Él estaba la vida y la vida
era la luz de los hombres” (Jn 1, 4). O también: “Yo he venido para dar vida a los
hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). Cristo, como ya sabemos,
pretende que con su persona hace presente al Padre en el mundo, nos lo da a conocer,
pero sobre todo nos ofrece una participación en la Vida divina constituyéndonos en
hijos del Padre por adopción y, por tanto, en auténticos hermanos los unos de los otros:
“Padre... Yo te he dado a conocer a aquellos que Tú me diste... Como Tú Padre en mí y
yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has
enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como somos uno”
(Jn 17, 6. 21-22). Y de ahí que, cuando sus discípulos le piden: “Enséñanos a orar” (Lc
11, 1), Él les dicta entonces la oración que comienza con las palabras “Padre nuestro”
(Cfr. Mt 6, 9-13) o también “Padre” (Cfr. Lc 11, 2-4).
El cristiano se transforma, de este modo, en un hombre liberado del secular
temor que acompaña al hombre y espera la herencia de una humanidad plena. San Pablo
dirá al respecto: “Vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de
nuevo bajo el temor, sino un Espíritu que os hace hijos adoptivos y os permite clamar:
<Abbá>, es decir, <Padre>. Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de
que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios
y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con Él, seremos también
glorificados con Él” (Rom 8, 15). Más aún, no sólo el hombre sino todo el cosmos desea
y “espera” esta plenificación en Cristo: “la creación misma espera anhelante que se
manifieste lo que serán los hijos de Dios. Condenada al fracaso... la creación vive en la
esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar
así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos, en efecto, que la creación
entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también
nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior
suspirando porque Dios nos haga sus hijos” (Rom 8, 19-23).

E. Por último, Cristo interpela al hombre y le ofrece un compromiso personal


que responde a la pregunta por el sentido último de su vida y sacia la sed de Infinito de
su corazón.
Ya hemos visto que Jesús pretende ser Dios, el Hijo de Dios –uno con el Padre y
con el Espíritu Santo-, el Mesías enviado para anunciar y hacer presente el Reino de
Dios, para la salvación del mundo y de todos los hombres. Esa su pretensión se
condensa en una breve expresión: “No os inquietéis. Creed en Dios, creed también en
mí” (Jn 14, 1). Pero la forma en que aquella se expresa muestra, además, que se trata de
una interpelación y de un compromiso personales, y, por tanto, muy radicales.
Así es como Jesús llama a los que le siguen: personalmente y de forma
comprometedora. Pensemos en todas las llamadas de las que nos han dejado noticia los
evangelistas: todas ellas culminan, de un modo u otro, con un “déjalo todo, ven y
sígueme”. Por ejemplo: “un discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a
mi padre; pero Jesús le respondió: sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos”
(Mt 8, 21-22), forma drástica de decir: déjalo todo inmediatamente por mí. Esta es la
redacción de Mateo, Lucas añade la connotación apostólica de esta vocación: “tú vete y
anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 60). En otra ocasión, al pasar junto a la mesa de los
impuestos, dijo y casi impuso a Mateo, quien nos atestigua el hecho: “Sígueme. Y él,
levantándose lo siguió” (Mt 9, 9; Mc 2, 13-14).
Seguir a Jesús, por tanto, significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y
romper los lazos que –sin quizás darnos cuenta- nos atenazan, sino también distanciarse
de la agitación en que uno se encuentra, e incluso, dar los propios bienes a los pobres.
No todos son capaces de hacer ese desgarrón radical: no lo fue el llamado “joven rico”,
a pesar de que desde niño había observado la ley y quizá había buscado seriamente un
camino de perfección, pero “al oír esto (es decir, la invitación de Jesús), se fue triste,
porque tenía muchos bienes” (Cfr. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22; Lc 18, 18-23). Sin
embargo, otros no sólo aceptan el “sígueme” sino que, como Felipe de Betsaida, sienten
la necesidad de comunicar a los demás su convicción de haber encontrado al Mesías
(Cfr. Jn 1, 43). Al mismo Simón, Jesús es capaz de decirle desde el primer encuentro:
“Tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro)” (Jn 1, 42). El evangelista Juan hace
notar que Jesús “fijó la vista en él”; parece como si Jesús, dada la vocación totalmente
especial de Pedro (y puede que también su peculiar temperamento natural), quisiera
hacer madurar poco a poco su capacidad de valorar y aceptar esa invitación. En efecto,
el “sígueme” literal llegará para Pedro después del lavatorio de los pies, durante la
última cena (Cfr. Jn 13, 16), y luego, de modo definitivo, después de la resurrección, a
orillas del lago de Tiberíades (Cfr. Jn 21, 19).
No cabe duda que Pedro y los apóstoles comprendieron y (salvo Judas)
aceptaron la llamada a seguir a Jesús como una donación total de sí y de sus cosas para
la causa del reino de Dios. Jesús se ha entregado a ellos, la respuesta justa es seguirle de
modo semejante. Ellos mismos le recordarán por boca de Pedro: “Pues nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19, 27). Lucas añade: “todo lo que
teníamos” (Lc 18, 28). Y el mismo Jesús, a quien lo haya hecho, le promete que
“recibirá el ciento por uno en esta vida y heredará la vida eterna” (Mt 19, 29; Cfr. Lc 18,
29-30; Mc 10, 29-30).
Por lo que a nosotros respecta, desde el comienzo del curso hemos descubierto al
ser humano –nos hemos descubierto a nosotros mismos- como buscadores de la verdad
y del sentido de la vida. El hombre que busca es como un caminante o navegante por la
vida; así lo ha visto la literatura y la poesía de los pueblos. Somos buscadores de un
camino. Pues bien, he aquí que aparece alguien que se presenta como ese camino.
Respondiendo a uno de sus discípulos, Tomás, que le preguntaba sobre esta cuestión,
Cristo le dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Jesús es el Camino
porque ninguno va al Padre sino por medio de Él (Cfr. Jn 14, 6). Es la Verdad y da
testimonio de la Verdad (Cfr. Jn 18, 37). Es la Luz del mundo y, así, quien lo sigue “no
anda en tinieblas sino que tendrá luz de vida” (Jn 8, 12). Y, por último, es igualmente la
Vida porque es verdadero Dios. Lo afirma Él mismo cuando dice a Marta, la hermana
del difunto Lázaro: “Yo soy la resurrección y la Vida” (Jn 11, 25). Y en su resurrección
confirmará definitivamente que la vida que Él tiene no está sometida a la muerte; más
aún, que –siendo la Vida- puede hacer partícipes de esta a los demás: “El que cree en mí
aunque muera vivirá” (Jn 11, 25). Nosotros, ante la muerte, propia y de los que nos
importan, experimentamos una total impotencia, mientras que Jesús dice tener poder
sobre ella.

---Concluyamos. Tal es la pretensión de este hombre: ser Dios hecho carne, el


infinito que sacia el corazón del hombre, hecho uno de nosotros y a quien se puede
tocar, ver, acompañar etc., Cristo pretende responder, pues, a todas nuestras
aspiraciones más profundas, pretende dar sentido a nuestras limitaciones, acepta
nuestras debilidades si ante Él son reconocidas, anima nuestros deseos de plenitud y
perfeccionamiento, y acompaña nuestras soledades y cruces transfigurando su
significado. Él pretende ser el único capaz de revelarnos y comunicarnos la vida divina
de modo que el hombre llegue a ser partícipe –de algún modo- del propio Dios y resulte,
así, “divinizado”; quien da un sentido definitivo a la historia de la humanidad y del
cosmos.
¿Es este el sentido de mi vida? ¿Puedo fiarme de Él? Nos llama la atención su
sabiduría, puede que nos resulte atractiva su bondad, pero esta pretensión nos supera,
nos sorprende, a la vez que nos interpela. ¿Es cierto lo que dice? ¿Lleva razón? ¿Está
loco? ¿Miente? ¿Es efectivamente Dios? ¿Qué consecuencias se seguirían de estas
hipótesis? Es lo que ahora vamos a examinar.

1.4.2. La hipótesis “D”: [Cristo como demente]

A. Frente a la inaudita pretensión de Cristo, admitida ya como histórica y real


(no simbólica), alguien podría plantearse la siguiente hipótesis:

-Cristo habría sido un exaltado religioso, que primero se creyó un


enviado de Dios para anunciar el fin del mundo y después llegó a creerse que era
el mismo Dios. Su desequilibrio psicológico habría llegado a ser tal que
desembocó en el hoy conocido como “complejo de divinidad”. Como
consecuencia, su sentido de identidad personal estaría absolutamente
trastornado: no se consideraría humano ni mortal, sino sólo divino.

B. El complejo de divinidad ha sido amplia y profundamente estudiado por la


psiquiatría. Algunos personajes históricos lo padecieron, como, por ejemplo, (de
acuerdo con la información proporcionada por Suetonio) Calígula. La pregunta es:
¿Encaja Cristo en esta hipótesis?
Si así fuera:

a) Cristo sufriría un desdoblamiento grave de la personalidad, sería un


enajenado incapaz de relacionarse con la realidad circundante.
b) Dominaría en él una actitud agresiva, soberbia y arrogante.
c) Habría llegado a pensar que no existe nada ni nadie más importante
que él y sus deseos, lo que le llevaría a un cierto desprecio del
prójimo, a actitudes misántropas y megalómanas que, en definitiva, le
incapacitarían para amar a los demás.

---Pero el Evangelio nos muestra a un Cristo muy distinto: una personalidad rica,
equilibrada y armónica, alguien que se compadece de la muchedumbre y les da de
comer, que llora la muerte de su amigo Lázaro, que predica un mensaje de humildad, de
pobreza y de amor, que tiene un trato comunicativo y afable, un individuo sencillo y sin
grandes pretensiones humanas, que muestra un completo olvido de sí mismo etc., No
parece, por tanto, razonable considerarlo como un demente. De hecho, ni sus seguidores
ni sus enemigos lo tomaron por tal.

1.4.3. La hipótesis “E”: [Cristo como farsante]


A. Esta hipótesis sostiene que Jesús sabía que no era Dios pero que, sin
embargo, se identificaba con Él, de tal forma que pretende engañarnos sobre su propia
identidad. ¿Por qué causa podría hacer tal cosa?

a) Si la causa que le mueve a ese fraude fuera mala –como, por ejemplo,
ejercer un control de manipulación sobre sus seguidores- está claro
que el engaño sería completamente perverso.
b) Pero aunque la causa que le mueve fuera “buena” –como, por
ejemplo, “consolarnos” ante la angustia vital o “fundamentar la
moral” (algo parecido a la actitud mostrada por D. Manuel, el
protagonista de la novela de Unamuno San Manuel Bueno, Mártir)-
tampoco ese fin justificaría los medios: seguiría tratándose de un
engaño y un engaño sobre lo fundamental, el sentido de la existencia
humana. Su mentira no sería, por tanto, una “mentirijilla piadosa”,
sino algo terrible, una mentira que juega con los sentimientos más
nobles, que compromete la vida y la muerte de todos sus seguidores y
de quienes tuvieran que “soportarlos” –la historia posterior
dependería de ella: los martirios y las cruzadas, las inquisiciones y las
renuncias de los santos...-.

-En consecuencia, de acuerdo con esta hipótesis Cristo no solo sería un


indeseable, sino el más pérfido y perverso de los seres humanos: alguien que habría
robado el sentido de la vida de cientos de millones de hombres a lo largo ya de veinte
siglos...

B. ¿Qué se puede decir acerca de esta hipótesis?

-(1)- En primer lugar, que no es esa la imagen que todo el mundo tiene de Jesús.
Antes al contrario, todos reconocieron y siguen reconociendo su bondad y su elevación
moral. Desde luego lo hicieron sus discípulos: “Pasó haciendo el bien...” (Hch 10, 38).
Pero también reconocen su dignidad moral sus propios enemigos, los de entonces (“No
es por ninguna obra buena por lo que queremos apedrearte sino por haber
blasfemado...” Jn 10, 33) y los de siempre9.

-(2)- Por otra parte, una mentira tiene que cumplir los siguientes requisitos:

a) Credibilidad: una “buena” mentira tiene que estar respaldada por


gente que la apoye con su credibilidad personal. Pero...
1- La posición social, política y religiosa de Cristo no fue
relevante.

9
En su Esencia del cristianismo, Adolf von Harnack, por ejemplo, confiesa: “la aparición de
Cristo queda como fundamento único de toda civilización moral; y en la medida en que esta
aparición se fortifica o se atenúa, la civilización moral de nuestras naciones va aumentando o
disminuyendo...”. O como escribe Ernest Rénan en su Vida de Jesús: “Jesucristo no será
superado jamás... queda para la humanidad como un principio infranqueable de renacimiento
moral... En Él se ha condensado todo lo que hay de bueno y de elevado en nuestra naturaleza.
Reposa ahora en tu gloria, noble iniciador ... al precio de unas horas de sufrimiento, que no han
llegado a tocar tu gran alma, Tú has comprado la más completa inmortalidad...”. Sobre la imagen
que de Cristo han tenido los filósofos puede leerse también el artículo de Fernando Savater
“¿Jesús, hombre?” en Alfa y Omega, nº 213/18-V-2000.
2- No tuvo amigos influyentes.
3- No hizo ningún “guiño” a los núcleos de poder.
---La primera condición para que esa supuesta mentira triunfara no se
da, pues, en el caso de Jesús.

b) Verosimilitud: una “buena” mentira tiene que ser creíble para quien
la escucha. Pero...
1- Cristo fue contra la idea de Dios de los judíos.
2- Puso en cuestión su monoteísmo radical.
3- Contradijo su idea de un Mesías político o terrenal.
---Jesús, un judío normal, a la hora de inventar hubiera inventado otra
cosa si quisiera ser un farsante creíble.

c) Tener un propósito: una “buena” mentira busca siempre la obtención


de un beneficio o interés para el que la “teje”. Pero...
1- Cristo no persigue ni poder, ni gloria, ni fama...; de hecho,
cuando se le ofrecen los rechaza.
2- El final de la supuesta mentira le lleva a la muerte.
3- Nadie pretende con una mentira su propia destrucción a
menos que sea un loco –pero esta opción ya ha quedado
descartada-.

1.4.4. Hipótesis “F”: [Cristo como Señor]

Si Cristo no fue ni un impostor ni un loco, “tiene que” ser verdad lo que Él


pretende ser: la suma y convergencia de indicios, la ausencia de razones contrarias de
peso, el atractivo de su figura, etc., hacen razonable y humana la certeza moral de que la
pretensión de Cristo es verdadera. Ahora bien, lo cierto es que sólo puedo “verificar” si
es así siguiéndolo, es decir, dando el salto de la fe. Esta era la última hipótesis (F) sobre
la identidad de Jesús: Cristo como Señor. Se podría resumir así: Jesús de Nazareth fue
un personaje histórico, dijo que era Dios y lo dijo con verdad porque en realidad es Dios
y hombre. Pero sólo el hombre de fe puede reconocerlo así. En cambio, para la razón
humana sin fe Cristo es y será siempre una incógnita irresoluble: no podrá admitir
ninguna de las primeras cinco hipótesis, pero tampoco podrá –aunque quiera- dar el
salto a la sexta: no sabrá quién o qué es Cristo.
En definitiva, para resolver la cuestión es necesario abrirse al misterio de la fe,
de una fe –eso sí- razonable. Esta razonabilidad (la credibilidad de la pretensión de
Cristo) es la que ahora vamos a considerar en sus “signos”.

1.5. Credibilidad de la pretensión: el signo de la Muerte y Resurrección de Cristo

De acuerdo con el Nuevo Testamento, Aquel que hemos visto pretender ser igual
a Dios muere con muerte ignominiosa y humillante. Estamos aquí ante una paradoja
absoluta de la figura desfigurada de Cristo. Aquel que reunía a las multitudes y
arrastraba tras sí a los discípulos muere solo, abandonado e incluso negado y
traicionado por los suyos. El viviente por excelencia (“Yo soy la vida”) está contado
entre los muertos. El inocente por excelencia, el santo de Dios, muere como un sin Dios,
en la soledad y la necesidad de los pecadores.
También este rasgo es único en la historia. Sin duda, el universo de la mitología
conoce la idea del dios sufriente e incluso del dios moribundo. Pero, aparte de tratarse
de una concepción mítica y no de afirmaciones concernientes a un hombre preciso en la
historia, el sufrimiento está expuesto como una prueba marginal que oculta
pasajeramente la belleza del dios inmortal, mientras que Jesús va a la muerte como al
meollo, al núcleo principal de su misión. Ni siquiera el judaísmo, única entre las
religiones precristianas que tuvo conciencia de la acción de Dios en la historia, entrevió
la realidad del Dios crucificado.
Sin embargo, el evangelio ve en la cruz el lugar en que resplandece la gloria del
amor divino, del mismo modo que ve en la resurrección la manifestación de su poder:
son las dos caras –en realidad, igualmente luminosas- de una única moneda, de la
misma persona: Jesucristo10. Del “signo” de la resurrección es del que ahora nos vamos
a ocupar.

1.5.1. El acontecimiento de la Resurrección:

En los relatos del Evangelio se advierte la ruptura entre la desolación del Viernes
(día en el cual Jesús es crucificado) y la euforia del Domingo (día en el que se establece
su resurrección). En tres días, y desde una perspectiva puramente humana, se pasa del
fracaso al triunfo (Véase, como ejemplo, la narración sobre la aparición a los de Emaús.
Cfr. Lc 24, 13-35). Y dos mil años después millones de personas siguen diciendo que
Cristo está vivo. ¿Qué ha pasado? Sus discípulos dicen: Cristo ha resucitado.
Se trata de otro “acontecimiento singular”: hay testigos que dicen que vive. No
hay ningún otro hombre en la historia del que se haya afirmado seriamente algo
semejante. Nótese que no hablamos sin más de la resurrección de Jesús, sino de su
predicción (presente, como vimos, por ejemplo en su equiparación con el Templo de
Jerusalén –Cfr. Jn 2, 19-) y, sobre todo, del testimonio que la concierne. Ciertamente, a
diferencia de otros rasgos de la vida de Cristo que son hechos materialmente inscritos
en la historia (Jesús fue históricamente crucificado bajo Poncio Pilatos a causa de su
reivindicación divina), la resurrección no es un hecho empíricamente comprobable
según los criterios del método histórico. Y esto, por la misma razón de su naturaleza.
Pero lo que sí es absolutamente histórico y puede ser objeto de estudio de acuerdo con
las exigencias del método científico es el hecho del testimonio dado por los apóstoles y
por los primeros discípulos de esta resurrección de Jesús.

a) A este respecto cabe decir, en primer lugar, que ese testimonio relativo a la
resurrección y manifestado en el Nuevo Testamento, es masivo y universal. Los cuatro
Evangelios fueron redactados a la luz de la fe pascual y no pueden comprenderse más
que bajo esta luz. No se pueden captar adecuadamente si no se leen en función de sus
10
Si la teología tradicional basaba su discurso apologético en elementos como las profecías o los
milagros, hoy la clave de la discusión sobre la credibilidad de la pretensión de Cristo se centra en su
persona: es la excepcionalidad del personaje la que interpela nuestra libertad.
Es este un cambio de perspectiva que permite integrar perfectamente todos los aspectos. En
efecto, por una parte, las profecías sobre Cristo presentes en el Antiguo Testamento (Cfr. “Profecías y
figuras mesiánicas de Cristo” y Cristo. ¿La gran verdad o sólo mentira?, pp. 107-114) y también
diseminadas oscuramente en otras tradiciones culturales en un tiempo de expectativa universal (Cfr. “La
única persona universalmente preanunciada”) apuntan a su condición mesiánica, pero es su persona la que
llena de sentido esas esperanzas humanas. Y lo mismo cabe decir de los milagros, pues aunque muestran
un singular poder que puede constituirse en signo convincente y llamada a la fe, también son inseparables
de su persona y de su vida; más aún, su sentido está en estas (Cfr. Cristo. ¿La gran verdad o sólo
mentira?, pp. 134-138).
últimos capítulos (Cfr. Mt 28, Mc 16, Lc 24 y Jn 20 y 21). No sólo hablan, cada uno de
ellos en su conclusión, de la resurrección de Jesús, sino que su mismo concepto, que es
ser una “buena nueva”, sería impensable y contradictorio si el portador y objeto de este
“gozoso anuncio” no hubiese terminado más que con el fracaso de la muerte en cruz. En
cuanto al libro de los Hechos de los Apóstoles, está enteramente dedicado al anuncio de
la muerte y de la resurrección de Cristo.
Lo mismo cabe decir de San Pablo, cuyas epístolas están todas sostenidas por la
fe en la resurrección, como atestigua este pasaje célebre entre todos en que se enfrenta
con los que (¡ya entonces!) negaban la resurrección: “Y si se proclama que Cristo ha
sido resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros dicen que no
hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, ni siquiera
Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha sido resucitado, vacía por tanto es (también)
nuestra fe; y resulta que hasta somos falsos testigos de Dios, porque hemos dado
testimonio en contra de Dios, afirmando que Él resucitó a Cristo, al que no resucitó si
es verdad que los muertos no resucitan, ni Cristo ha sido resucitado. Y si Cristo no ha
sido resucitado, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. En este caso,
también los que durmieron en Cristo están perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo
sólo es para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres. Pero no;
Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que están muertos” (1 Cor
15, 12-20).
También la Epístola a los Hebreos está por entero supeditada a la fe pascual. Y
el papel de la resurrección es igualmente central en las Epístolas de Santiago, Pedro,
Juan y Judas, y sobre todo en el Apocalipsis, que culmina con la contemplación del
Cordero pascual, inmolado y resucitado (Cfr. Ap 5)11.
b) Y ese testimonio, en segundo lugar, es tan fuerte que llega hasta nosotros a
través de los tiempos en la fe de los creyentes (mártires, santos y cristianos de todas las
épocas).

--- No obstante, algunas hipótesis han intentado explicar diversamente el


misterio de aquella tumba vacía que da origen al Cristianismo. Examinémoslas
brevemente.

1.5.2. La hipótesis del fraude:

La primera es la hipótesis del fraude.

11
Se ha discutido mucho acerca de las divergencias de detalle entre unos relatos de la
resurrección y otros: el número de las mujeres que se dirigieron hacia la tumba de Jesús y se encontraron
con que el cadáver ya no estaba allí, los motivos por los que fueron, el día e incluso la hora exacta en que
lo hicieron, o el número y naturaleza de los que les comunicaron que Jesús había resucitado. Unos
entenderán que dichos relatos aportan datos irreconciliables entre sí y que, por tanto, el testimonio entero
acerca de la resurrección queda en entredicho o es, sin más, manifiestamente falso; otros creerán que esas
divergencias se pueden resolver atendiendo a la diversidad de las perspectivas propias de los distintos
evangelistas y que, desde ese punto de vista, no sólo no son contradictorias entre sí sino complementarias
o –en todo caso- explicables atendiendo a las circunstancias.
En realidad, son debates interesantes, sin duda, pero difícilmente resolubles. En mi opinión, el
hecho verdaderamente significativo y sustancial es que, atravesando y superando un proceso de dudas que
los propios relatos lejos de ocultar ponen en evidencia y que es perfectamente razonable teniendo en
cuenta la “noticia”, todos los apóstoles llegaron a la convicción firme de que Cristo había resucitado (y de
que había signos patentes de que efectivamente así fue, que ellos manifiestan como testigos) con una
intensidad tal que, desde ese momento, cimentaron sus vidas y su predicación sobre esa seguridad.
A. Según esta, los apóstoles y discípulos habrían engañado a todos sobre el
destino final del cadáver: la resurrección sería un engaño, una ficción inventada por
ellos frente al fracaso de su Maestro.

B. Pero esta hipótesis tiene, al menos, dos dificultades muy serias:

a) Los primeros cristianos (comenzando por sus supuestos inventores) habrían


sostenido esta “mentira” hasta el extremo de morir por ella.
b) Y, por otra parte, sería una mentira que no cumple las reglas de una buena
mentira. Veamos:
1- ¿
Es creíble?:

–Según los relatos evangélicos, los primeros testigos son mujeres. En efecto,
quienes primero ven a Cristo resucitado fueron algunas de las mujeres que le habían
seguido en vida: María Magdalena, María de Cleofás, María (madre de Santiago el
Menor), Salomé, Juana y otras. Pero el montaje de este supuesto testimonio es muy
poco verosímil. A nadie se le hubiese ocurrido plantear algo así teniendo en cuenta la
poca fiabilidad que la época daba a los testimonios femeninos. El historiador judío
Flavio Josefo (s. I) dice en sus Antigüedades judaicas: “Los testimonios de mujeres no
son válidos y no se les da crédito entre nosotros, por causa de la frivolidad y la
desfachatez que caracterizan a este sexo”. Los romanos no daban tampoco ningún valor
a la palabra de una mujer. Celso dice así: “Los galileos creen en una resurrección
atestiguada tan sólo por algunas mujeres histéricas”. E incluso para la primitiva
comunidad cristiana aceptar que habían sido mujeres las primeras en testimoniar a
Cristo vivo no fue nada fácil, pues también esto violentaba su mentalidad. De hecho,
Pablo (1 Cor 15, 3) no cita mujeres en su lista de testigos de la resurrección cuando
pretende convencer de la credibilidad de la resurrección a los cristianos griegos, remisos
a una fe como esa.
–Y los apóstoles –como ya sabemos- eran hombres simples y normales, sin gran
capacidad de persuasión, cobardes y apocados... (y que, sin embargo, como
consecuencia de su convicción acerca de la resurrección de Cristo, cambian
radicalmente su actitud y su vida: del miedo a la audacia en la predicación).

2- Por otro lado, ¿es verosímil la historia de la resurrección?.

–Una resurrección como la de Cristo no cabía en el pensamiento judío. Los que


creían en la resurrección la concebían escatológica y universalmente. Que Jesús hubiese
resucitado en solitario y antes del fin de los tiempos era inverosímil para ellos. Además,
en todo caso, podrían haber pensado en un Cristo redivivo (vuelto a la vida temporal
que acaba con la muerte, como Lázaro, por ejemplo), no resucitado (es decir, vencedor
de la muerte, del espacio y del tiempo –Cfr. Hch 13, 32-37-).
-Sería además una mentira que podría ser desmentida facilísimamente por los
enemigos de Jesús: bastaba con mostrar el cadáver. Y si el cadáver no aparecía,
tampoco podía argumentarse con facilidad un robo: el sepulcro estaba custodiado por
una guardia romana, advertida y preparada (Cfr. Mt 27, 62-66). Los supuestos
“asaltantes” habían dado muestras de poco valor ante criadas y populacho y no es
verosímil que tuvieran entonces arrestos para enfrentarse a soldados entrenados para
matar. Además, si esa lucha se hubiera dado (unos judíos corrientes vencedores de los
romanos), la noticia se habría propagado por Jerusalén como un reguero de pólvora. Y
por lo que hace a la hipótesis de la dormición de la guardia, sostenida ya en tiempos
apostólicos (Cfr. Mt 28, 11-15), es igualmente poco verosímil: el derecho sancionaba
con pena de muerte esa falta, los supuestos ladrones no se escondieron sino que, antes al
contrario, se lanzaron abiertamente a la predicación de Cristo resucitado etc.,

3- Por último, tampoco parece posible encontrar un móvil claro de ese supuesto
engaño teniendo en cuenta la pretensión y, sobre todo, el previsible final de sus
mentores.

1.5.3. La hipótesis de la alucinación:

A. Se ha sugerido también otra hipótesis: los apóstoles, hundidos por el fracaso y


psíquicamente destrozados y sugestionados por las palabras de Cristo, sufrieron una
alucinación.

B. Pero aquí también hay dificultades insalvables:

a) En primer lugar, parece claro que los apóstoles no fueron sugestionados por
Cristo: Éste sólo les habló tres veces de la resurrección y en ninguna de ellas
comprendieron a qué se refería.
b) Además, los apóstoles no parecían especialmente proclives a estos
fenómenos. Tomás no quiere visiones sino “pruebas” (Cfr. Jn 20, 24); los apóstoles
manifiestan no hablar de “fábulas” sino de lo que han visto (Cfr. 2 Pe 1, 16-18) y
tocado. El propio Cristo resucitado quiere ser palpado para que reconozcan la diferencia
(Cfr. Lc 24, 36-40; Jn 20, 22), come ante ellos (Cfr. Lc 24, 43; Jn 21, 12-15) etc.,
c) Y, por otra parte, no parece que los síntomas que la psiquiatría describe en el
caso de un alucinación coincidan con los rasgos presentes en nuestro caso:

1- Ninguna alucinación de este tipo va acompañada nunca de la duda sobre lo


que se cree haber visto o percibido. Pero María Magdalena o los discípulos de Emaús, al
principio dudan e incluso no reconocen a Jesús en un primer momento. Parece poco
razonable: ¿mi proyección exterior de un deseo se produce y no reconozco al personaje
que es fruto de mi mente?
2- Una alucinación, a lo sumo, dura horas –no días (cuarenta días nada menos,
hasta el momento de la Ascensión de Cristo)-.
3- Además, estaríamos hablando de una alucinación colectiva, de múltiples
personas y en distintos momentos (María Magdalena, los once en el Cenáculo, los
discípulos de Emaús, los apóstoles –una vez más- junto al lago de Tiberíades, más de
quinientos hermanos reunidos, e incluso el mismo Saulo –Pablo-, nada predispuesto
subjetivamente –más bien al contrario- a este fenómeno etc.,).
4- Finalmente, la improbable alucinación explicaría sólo las apariciones
posteriores a la muerte, pero no la tumba vacía o la pérdida del cadáver. Y si los
discípulos lo habían robado, ya no cabría hablar de alucinación, volveríamos a la teoría
del engaño.

1.5.4. La razón frente al acontecimiento de la Resurrección:


En realidad, nadie ha dado una explicación alternativa a la resurrección que
satisfactoriamente explique:

-La existencia de los relatos de la resurrección.


-El origen de la fe cristiana.
-La existencia de la tumba vacía.
-El fracaso de los enemigos de Cristo para frenar esa supuesta mentira o leyenda.

Sólo si verdaderamente Cristo resucitó encuentran esos enigmas respuesta plena.

1.5.5. El sentido de la Resurrección: Jesucristo, sentido de la existencia humana:

Terminemos. ¿Cuál es la significación y alcance de esta resurrección de Jesús a


los ojos del Nuevo Testamento? Nos la cuenta San Lucas en el libro de los Hechos de
los Apóstoles (2, 22-24.36) y se resume en la siguiente afirmación: “A este Jesús que
crucificasteis porque se hacía igual a Dios, Dios lo resucitó”.

a) La pretensión divina de Jesús llevó a los hombres a decidir su muerte


humillante en la cruz y la resurrección de entre los muertos aparece como la respuesta
de Dios a la condena de Jesús por parte de los hombres. Dicho de otro modo: al
resucitar a Jesús, el Padre acredita la reivindicación de ser el igual de Dios, le da la
razón y justifica así a Jesús condenado por blasfemo. A este respecto, la resurrección es
una rehabilitación del crucificado.
b) En segundo lugar, la Pascua confiere a Jesús su verdadera figura, figura de
gloria, al transfigurar su rostro desfigurado por los hombres.
c) Y finalmente, al resucitar a Jesús entregado al poder de la muerte y colocado
en el rango de los pecadores, Dios inaugura en él una humanidad y un mundo nuevos
que han cruzado el doble abismo de la muerte y del pecado. Pascua es, para la fe
cristiana, el inicio de lo que la Escritura llama un “cielo nuevo y una tierra nueva”.

En definitiva, Cristo no es un loco, no es un mentiroso: según el Nuevo


Testamento, CRISTO ES DIOS. Está vivo, su Resurrección no es una mentira, ni un
delirio, ni un mito. La razón y el corazón me piden un sentido. El sentido está ahí y es
creíble. Aceptarle es decir SÍ a mi humanidad. Sin duda, sigue siendo necesario un
cierto salto: todo esto implica en última instancia la fe, que es DON. Porque la
Resurrección se da en la Historia, pero sale de la Historia: es un acontecimiento singular
que se da en el tiempo, pero que escapa al tiempo: entra en lo eterno. Pero con este
análisis, lo inaudito se nos muestra como algo razonable. Y, además, con su
Resurrección, Jesús se constituye en “fuente de salvación y vida eterna”, es decir, con
ella ha vencido a la muerte –la última consecuencia del pecado, del mal- y por tanto nos
abre el camino al cumplimiento de las esperanzas más profundas de nuestro corazón: la
felicidad y la vida eterna (Cfr. Testimonio de Giancarlo Cesana).
En el próximo tema, veremos qué significa seguirle: Jesucristo, como Camino.

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