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lunes 5 de julio de 2010

MÁS ES MENOS. REFLEXIONES TRAS UN CONGRESO

Fredy Massad

El siguiente texto es una reflexión realizada tras la celebración del congreso


'Arquitectura: Más por Menos'.
Como introducción previa, invitamos a leer el artículo Reunión urgente.

1. UN CARTEL DE LUJO

Como introducción preliminar valga referir la anécdota que sucedió durante


una entrevista que se emitió en CNN+ dos días antes de la inauguración del
congreso ‘Arquitectura: Más por Menos’: durante la conversación con Luís
Fernández-Galiano, director del congreso, el periodista Iñaki Gabilondo
sufría un lapsus y olvidaba el nombre de Francisco Mangado, el arquitecto al
frente de la Fundación Arquitectura y Sociedad, organizadora del congreso.
‘Patxi…he olvidado su apellido. El arquitecto estellés’, se esforzaba por no
titubear Gabilondo, en un lapsus involuntario que no resulta intrascendente,
puesto que es posible interpretarlo como una reacción que desvela el
desconocimiento que, a nivel general, tiene la sociedad acerca del mundo
de la arquitectura.

Es muy posible que ese lapsus no hubiese sucedido nunca al hacer


referencia a un cantante, a un escritor, a una estrella de cine o un
deportista. El gesto era una evidencia del hecho que la arquitectura y la
discusión sobre ella parece ser algo que ha acabado sólo importando a los
arquitectos, situándose muy al margen de la sociedad.

Sea tal vez con intención de subsanar esa alienación de la arquitectura en


su propia esfera endogámica y evitar que el congreso quedara reducido a
ser una reunión de arquitectos sin mayor trascendencia, o por una torcida
comprensión de lo que significa otorgar prestigio a un evento, el tándem
Luís Fernández Galiano - Patxi Mangado (director y promotor del congreso
respectivamente) optó por envolver de un boato que incluyó una apertura a
cargo de miembros de la realeza española y la confección de un cartel de
participantes donde se destacaba la presencia arquitectos laureados con el
premio Pritzker, dos exministros, los decanos de las escuelas de
arquitectura de las Universidades de Harvard y de Columbia y dos
miembros del jurado de los premios Pritzker; de manera que se dotara de
grandeza y repercusión mediática a lo que, en principio, se presentaba y se
esperaba que fuera un encuentro para propiciar el necesario cambio de
rumbo que desatasque a la arquitectura de ese callejón sin salida al que ha
sido llevado en los últimos años y la reconduzca a un encuentro con su
compromiso social desde el que construir un nuevo territorio arquitectónico
de contemporaneidad.
2. ¿CON LAS MEJORES INTENCIONES?

Por la necesidad de la realización de una convocatoria de este tipo, este


congreso suscitaba interés y expectativas.

Bajo el lema ‘Más por Menos’ se planteaba investigar cuáles serían las
claves para una arquitectura “más justa y eficiente, capaz de enfrentarse a
los periodos de crisis y de optimizar los recursos para lograr más calidad
con menos coste”. Ésta podía aparecer, a primera vista, una proclama
bienintencionada, adecuada y oportuna.

Sin embargo, al aproximarse más a él, ‘Más por Menos’ comienza a


aparecer como un lema excesivamente ambiguo y reduccionista, cuyo
planteamiento resulta del todo insuficiente para contener y expresar la
profundidad de los cambios que de hecho son necesarios en este momento
para la arquitectura: la arquitectura no requiere hoy por hoy solamente de
mayor eficacia a menos coste (algo que sería una mera cuestión funcional,
coherente con las necesidades de un tiempo de recesión económica). La
honda crisis de ideas, de pensamiento, de crítica…que afecta a la
arquitectura viene palpándose desde hace tiempo (y era un síntoma
definitorio de ese reciente tiempo eufórico de excesos arquitectónicos). Las
alarmas han saltado sólo cuando esa grave crisis de fondo ha colisionado
con la crisis económica.

Este tiempo que ha propiciado la necesidad de iconizaciones y de


divinizaciones debe ser leído más allá de su superficie. Es momento de que
comencemos a ver esos edificios más que como muy criticables desperdicios
materiales que han incurrido en la más absoluta inutilidad al poco de su
construcción, para comenzar a analizar su obsesiva grandilocuencia como
un símbolo del extravío en que nuestra cultura ha ido sumiéndose a lo largo
de este periodo.

Por ello, cuando el congreso comenzó a publicitarse (y exhibir su aval de


prestigio y trascendencia) sin tomar realmente distancia de esa cultura del
espectáculo, de la grandilocuencia arquitectónica, sino mediante la llamativa
noticia de la concurrencia a él de varios arquitectos laureados con un
premio Pritzker y de muchas otras figuras que habían sido participantes, de
una u otra manera, de la fiesta de la abundancia hipercapitalista y el
espectáculo de la arquitectura icónica, parecía fundamental formularse una
primera pregunta esencial: qué interpretación y utilización se trataba de
hacer de este estado de crisis en este congreso. ¿Iba a ser este congreso la
ocasión de que esas figuras formularan una reflexión autocrítica o se
acabaría convirtiendo éste en otro escenario que se abría para facilitar
oportunistas amnesias y sus metamorfosis en profetas de la sostenibilidad y
la responsabilidad social?

La primera respuesta es que durante ‘Más por Menos’, lamentablemente,


fue imposible vislumbrar en ningún momento la intención de poner en crisis
un modelo agotado y auto-condenado a su propio colapso. De una manera
muy clara, este congreso ha corroborado cómo la supuesta reflexión acerca
de ese periodo de fanfarrias arquitectónicas no ha hecho sino convertirse en
un atractivo recurso para aparentar la emergencia de una supuesta
reflexión crítica con visos de ansias de renovación y cambio pero que no es
sino otro atractivo y muy políticamente correcto objeto de consumo
mediático y de convenientemente posicionamiento para este momento. Una
postura que, como una peligrosa y absurda paradoja, viene formulada
además por muchos de los personajes pertenecientes que auspiciaron ese
sistema del que hoy estarían renegando, tras haberse nutrido de él.

Esa supuesta postura crítica de reacción se posiciona desde una actitud que
se siente salvaguardada y legitimada por la respetabilidad ética que parece
inherente en la negatividad de la crítica que emite. Vitupera los efectos y
actitudes de la arquitectura del star-system pero enroscándose en una
postura superficial y meramente anecdótica, sin acometer una autocrítica
que permita comprender hondamente porqué lo que denominamos ‘alta
arquitectura’ ha cambiado la reivindicación humanista y social de la
modernidad por el cinismo del 'todo vale' neocapitalista. Pero que además,
y principalmente, está absolutamente ciega a la evidencia de que esos
procesos que han definido la arquitectura de este periodo han sido, pese a
su negatividad, efectivamente transformadores y han sentado las bases
desde las que será necesario dar el paso adelante para reformular en
positivo la presencia y definición activa de la arquitectura en la sociedad
contemporánea.

‘Más por menos’ ha afirmado las estructuras de la espectacularidad contra


las que supuestamente su premisa de base reaccionaba. De otra manera,
qué sentido tenía convocar a unos arquitectos que han tenido un
protagonismo de primer nivel presentándoles a través del lustre del
Pritzker. ¿No han acabado siendo los Pritzker uno de los factures cruciales
para fomentar esa cultura del espectáculo arquitectónico que -parecía
sobreentenderse - era algo contra lo que ese lema e intenciones de este
congreso pretendían reaccionar? ¿Tiene sentido, por esa misma razón,
seguir otorgando credibilidad y sumo prestigio al premio que otorga una
fundación privada, propiedad de una cadena hotelera?

No obstante, si algún aspecto paradójicamente favorable pudo extraerse de


esa concepción del debate desde la espectacularidad fue comprobar cómo
muchas de las voces que han tenido de un mayor peso durante esa era de
excesos fueron puestos en evidencia, por su propia vanidad e inanidad,
como individuos aislados en una esfera situada absolutamente fuera de este
tiempo, dejando patente cómo la arquitectura necesita un profundo cambio
de actitud y que éste no va a proceder de ninguno de esos que han
detentado la hegemonía durante ese periodo que ha acabado conduciendo a
la arquitectura a estado comatoso.

Podría pensarse que el congreso de Pamplona se planteó como una


tapadera, como una huida hacia adelante donde el conformismo y la
frivolidad de los discursos, con honrosas excepciones, fueron preocupantes
escudos defensivos. En ningún momento, se trató de abrir el debate y se
dio cabida a voces discordantes o discrepantes, acalladas desde la propia
concepción de un panel en el que los acuerdos ideológicos o la corrección
política impidieron crear puntos enclaves sobre los que cimentar una
discusión creativa y productiva.

La ausencia de auto-crítica y la marketinización de los discursos -dando más


la sensación que, antes que a colegas de profesión, algunos de los ponentes
se encontraran se encontraran ante clientes (ante quienes no es bueno
plantear dudas)- envueltas en una actitud de auto-satisfacción y
complaciente conformismo fueron, lamentablemente, las constantes
predominantes. La postura inmovilista y el espíritu corporativo del diseño de
Luís Fernández-Galiano convirtió a la mayoría de los debates más en
amables tertulias que en conversaciones-discusiones entre profesionales
que, ante la urgencia de la perspectiva de futuro, deberían haber practicado
una disección del statu quo sin temores y en profundidad. Los únicos
momentos más críticos o revulsivos surgieron casi por casualidad y no por
inducción.

3. TRES PRITZKER TRES

De Renzo Piano pasó inadvertida posiblemente su confesión más sincera:


‘estoy perdido hoy’. Aunque pasó a hacerlo patente con un discurso plano,
intentando en todo momento justificar la validez de su arquitectura sin que
hubiera necesidad de ello, puesto que a estas alturas nadie duda del que ha
sido su buen hacer como arquitecto. No obstante, sus intentos de
persuasión para presentarse como un arquitecto sostenible avant-la-lettre
fueron demasiado forzados, máxime cuando recurrió a un retrato suyo
navegando en su velero para impresionar al auditorio sobre su
interpretación high-class de sensibilidad ecológica y compromiso con la
sostenibilidad . Su intervención pareció sugerir que su interés en este
congreso se concentraba en el intento de tratar de mantenerse como una
figura de vigencia en el escaparate arquitectónico.

Quienes seguimos la trayectoria de Herzog & de Meuron, desde sus


principios hasta la fecha, seguramente no esperábamos que Jacques Herzog
pudiera sorprender con un discurso de talante social, pero había sin duda
cierta expectativa por ver cómo afrontaría responder y acomodar su
discurso en el tema de este congreso un arquitecto que, particularmente en
los últimos años, se ha ocupado en producir una arquitectura de esnobismo
y para regímenes de talante autoritario.

Herzog comenzó su defensa mediante el ataque: argumentando que el lema


del congreso le parecía ‘estúpido’, pero sin molestarse en razonar por qué
había acudido hasta allí o en plantear un posible concepto alternativo a
éste. Supo, con habilidad, ocultar bajo la alfombra los edificios más
excesivos del estudio (como el Estadio Olímpico de Pekín o, dos proyectos
actuales, como el Edificio de Oficinas BBVA en Madrid o la Torre de París, el
condominio Bond 40 o el proyecto para la torre en Leonard Street ambos
Nueva York …o sus incursiones en megaproyectos como el de ser
patrocinador de ORDOS 100: una urbanización construida para proporcionar
a millonarios viviendas de lujo). En Pamplona, Herzog persistió en su huída
hacia adelante culpando a promotores y dio una lección de cinismo a la que
nadie se atrevió a replicar, salvo Glenn Murcutt, pero tal vez tímidamente.
La pequeña discusión que surgió entre ambos quedó finalmente en una
anécdota.

Herzog ofreció como burdo razonamiento acerca de la iconocidad de la


arquitectura de los últimos tiempos el hecho de que también durante el
Barroco los papas propiciaron la monumentalidad de la arquitectura,
encarnada en Bernini. Pero se distrae flagrantemente el suizo al no
comprender la obvia imposibilidad de la analogía al tratar de paralelizar
conceptos de sociedad y cultura totalmente distintos, sobretodo
entendiendo que la gran apuesta por lo social (con sus luces y sus sombras)
tras haber atravesado la Modernidad no puede haber sido borrada de un
plumazo en los últimos veinte años.

Glenn Murcutt dejó claro que es un buen arquitecto, un profesional


responsable, y mostró una grandeza humana expresada con una actitud de
cercanía que parece ya imposible en figuras de este nivel. No obstante, en
su intervención evidenció cómo ha sido superado por un presente
tecnológico, mostrando ciertas reacciones tal vez excesivamente
conservadoras, unos planteamientos que solamente pueden ser viables en
casos como el suyo, una rara avis, que trabaja en solitario, dibujando a
mano. Murcutt dejó una buena sensación: es un ejemplo inspirador en un
sentido trascendental de la idea del arquitecto y sus valores éticos, pero
desafortunadamente no transmitió opiniones o soluciones verdaderamente
aplicables que ayuden como referencia a cómo articular el futuro de la
profesión. De su intervención, nos quedamos con el valor su espíritu.

Murcutt dejó una lección más conceptual que práctica, que a pesar de
plantear de una forma conservadora las formas de hacer, nos induce a
recordar la necesidad de recuperar la voluntad ética de la arquitectura
conquistada durante el siglo XX. Posiblemente ésta sea la misma sensación
que transmitió la muy interesante ponencia de Víctor López Cotelo.

Anne Lacaton y Matthias Sauerbruch describieron con corrección, pero sin


excesiva implicación, sus proyectos. Lo mismo sucedió con la exposición de
Carlos Jiménez, miembro del jurado del Premio Pritzker, o de David
Chipperfield. No obstante, permaneció la sensación de que estas eran
ponencias que podríamos haber escuchado en otros ámbitos. El auténtico
interés que había en su participación debería haber surgido durante los
diálogos-debates, que en su mayoría fueron desfortunadamente moderados
como dialogos cargadas de intrascendencia, más centradas en los elogios y
la palabra amable que en un intento de revisar y analizar el presente
comprometidamente.

4. NECESITAMOS OTRO NUEVO HÉROE

José María Fidalgo (ex secretario general de CC.OO.) elogió como


‘arquitectos tercermundistas’ a los ponentes procedentes de lo que
denominó ‘países pobres’, un estereotipo preocupante ya que es
absolutamente erróneo concebir como ‘países pobres’ a Chile o Colombia,
puesto que no lo son: se trata en realidad de países que padecen de una
grave descompensación social, pero que en modo alguno son ‘países
pobres’.

El arquitecto carismático y fashionable por excelencia (esto es, Jacques


Herzog) había desencantado al auditorio con su intervención, pero un
potencial digno sucesor estaba a punto de subir a escena: Alejandro
Aravena, que se transformó en una de las absolutas figuras del congreso.

Para una sociedad que necesita encumbrar héroes y nuevas narrativas


sobre ellos, Aravena se perfila como un ideal héroe para este momento.
No obstante, a veces es necesario ser un aguafiestas, y exponer la falacia
de las ilusiones en las que el público quiere creer. El perfil de Aravena se
cimenta sobre trampas y, a poco que se escarbe, se descubre el engaño.

El caso de este arquitecto chileno (León de Plata al arquitecto más


prometedor en la Bienal de Venecia en 2008, y miembro del actual jurado
de los premios Pritzker) es interesante, puesto que ilustra cómo supo
acomodar muy hábilmente su intervención a la temática del congreso,
utilizando su perfil más aparentemente comprometido, mediante la firma
ELEMENTAL, su buque insignia, su ‘do-thank’ como él lo denomina;
mientras que, como un gran prestidigitador, supo dejar para otro momento
más indicado sus proyectos de otra naturaleza, convenciendo al auditorio de
que el de arquitecto social es su único perfil.

En consonancia con el congreso, Aravena mostró su amanerada faceta


social, dejando de lado otros edificios firmados por él, y que difícilmente se
encuadran dentro de ese perfil. Tras una larga disertación sobre Chairless,
un modelo de silla diseñada para Vitra, que según él mismo explicara es un
diseño utilizado por los indios ayoreo (que habitan en territorios entre
Bolivia y Paraguay) - a quienes dijo que donaba parte de los beneficios
obtenidos- y sobre el reciente terremoto de Chile explicando una forma de
transportar agua dentro de un neumático. Mediante la exhibición de esta
‘silla’, Aravena mostraba, casi sin quererlo, su filosofía: copiar diseños
simples y envolverlos en un estuche ‘cool’, tal y como ha hecho de las
viviendas de la Quinta Monroy (Iquique): la apropiación de un diseño
simple, y ya aplicado, pero que él impregna de un halo mediático de
conciencia social a gusto del siglo XXI para presentar su proyecto para la
construcción de unas viviendas en las que reasentar a cien familias en la
misma área que habían estado ocupando ilegalmente durante treinta años,
cuyo concepto se basa en el modelo denominado ‘vivienda incremental’: el
arquitecto lleva a cabo el diseño y construcción de base, las viviendas se
entregan sin finalizar, quedando a cargo del propietario incrementar la
superficie construida según sus propias necesidades.

En el discurso de Aravena fueron emergiendo opiniones más coherentes con


un alegato al marketing y a la idea de una arquitectura – limosna. Con
sinceridad, confesó haber encontrado en la arquitectura social el factor a
través del que otorgar relevancia a su trabajo; confesó no ser un altruista ni
tener intención de que ELEMENTAL se convierta en una ONG. Y ocultó o dijo
en voz muy baja, que su compañía está financiada por la principal empresa
petrolera privada de Chile, COPEC; que los modelos de vivienda incremental
no son un descubrimiento suyo, sino que llevan aplicándose en
Latinoamérica desde la segunda mitad del siglo XX, mientras que él
proponía que surgían de investigaciones desarrolladas en la universidad de
Harvard.

La dinámica mediática ha hecho que este proyecto se haya valorado desde


todos los ámbitos sin conocerse su realidad cotidiana: las viviendas de la
Quinta Monroy son lugares míseros. Además de ser entregadas sin
terminaciones no ofrecían a los compradores en el momento de la
adquisición ni siquiera recursos ‘elementales’ como agua caliente, y
transforman finalmente un proyecto social con ambiciones de
transformación social a medio plazo en un proyecto de caridad farisea,
donde el beneficiado en ningún caso han sido los residentes sino el
arquitecto para quien un manifiesto de conciencia social y de reivindicación
ha servido de un trampolín para una deseada (y asumida como necesaria)
fama.

Se ha calificado esta arquitectura de clasismo esteticizado, que sólo propicia


la segregación social, creando guetos de pobreza. Y ciertamente debe
cuestionarse el modo en que a través de emprendimientos como éste, la
arquitectura social queda en manos de intereses privados que, lícita o
ilícitamente, priorizarán sus beneficios sobre la calidad de la vivienda que
ofrecen. Una propuesta como la de ELEMENTAL en países donde el estado
no tiene una tradición de promover la vivienda social, complica aún la
situación al colaborar en la privatización, en lugar de exigir desde la
arquitectura al estado que éste asuma esta obligación. En lugar de tomar
una postura política desde la arquitectura se opta por ponerse en las filas
del mercado.

El contrapunto a Aravena lo planteó el colombiano Giancarlo Mazzanti, que


desde una posición de perfil más discreto, mostró una propuesta de impacto
urbano en áreas degradadas que tiene como objetivo la revitalización de
áreas degradadas de Medellín. Pese a unas propuestas arquitectónicas
tendientes a una cierta monumentalidad y con inevitables tics a la
arquitectura de moda, explicó un interesante actuación de proceso
regenerativo de las áreas degradadas sobre las que se ha actuado y la
concepción de edificios de finalidad pública y multi-usos, donde pueden
concentrarse a lo largo del día diversidad de turnos de diferentes funciones
al servicio de los ciudadanos.

Indiscutible e indispensable fue la intervención del arquitecto burkinés


Diabedó Francis Keré quien mostró la construcción de un verdadero
proyecto social, pleno de racionalidad y sentido común, sostenible sin
necesidad de forzar sobre él esa etiqueta. El riesgo que se cierne sobre él es
cómo adoptará, reinterpretará y desfigurará este discurso sencillo y de gran
potencial la maquinaria de marketing de la arquitectura, y como sobrevivirá
este espíritu indemne a esa deglución. Keré pasó (sin duda,
involuntariamente) a encarnar en este congreso el referente sobre el que
proyectar ese punto compasivo que tanto complace al buenismo europeo.
Pero esto al margen, lo que más se debe valorar fue la sincera emotividad
de su presentación, que inspira a la recuperación de valores perdidos, pero
que debe entenderse que no es extrapolable a la realidad de un primer
mundo en crisis.
Debe tenerse en cuenta el interés que está empezando a surgir respecto a
la arquitectura africana ("Small Scale, Big Change: New Architectures of
Social Engagement”, la próxima exposición en el MoMA como ejemplo).
Pero es no obstante necesario que, descue nuevo, se difumine la necesidad
de analizar problemas y soluciones del aquí y ahora volviendo la vista hacia
realidades que, si bien pueden proporcionar otras referencias y paradigmas,
no son las que definen las circunstancias de este contexto de crisis. Por esa
razón, surge la pregunta de por qué el congreso no convocó panelistas
locales, arquitectos trabajando en proximidad con la realidad del momento,
que hubieran podido exponer y analizar desde su conocimiento y
experiencia, el estado de la situación.

5. EL LOCO Y LA NADA

Esta carencia es la que hace cuestionar la imprescindibilidad de


intervenciones como las de Mark Wigley, decando de la escuela de
arquitectura de la Universidad de Columbia, que acomodado en su retórica
pedante bien poco aportó, y bien poco se tomó la molestia en aportar; tal
como Mohsen Moustafavi, su homólogo en la Universidad de Harvard, con
un discurso un tanto críptico. Ante ambos se hace preciso cuestionarse si se
les invita más a intervenir en este tipo de encuentros más por sus
influencias dentro del ámbito académico que por su capacidad a instigar una
contribución real a la reflexión.

Pero tal vez la presencia más bizarra fue la del pensador Slavoj Zizek quien
desarrolló un discurso zafio y demagógicamente provocador que culminó en
la escatológica visión de Europa a través del diseño del inodoro y la relación
del ser humano con sus excrementos. No obstante, cuando intentó hablar
de arquitectura, su postura se notaba totalmente desorientada, y
organizado con un perceptible estructura de ‘cut & paste’ sobre textos ya
desfasados de los años 90, siendo incapaz de esconder mediante el
efectismo su carencia de una cultura arquitectónica mínima.

Este defecto también se manifestó (abiertamente) entre algunos de los


representantes de otros ámbitos intelectuales, algo que hacía imposible
validar suficientemente sus juicios y comprender su presencia dentro de un
congreso de arquitectura. Sirva como ejemplo el comentario de la
historiadora del arte Estrella de Diego, que intervino como relatora, quien
confesó no tener el menor conocimiento de arquitectura, y afirmó en uno de
los debates de cierre que la crisis era un factor positivo porque ‘limpiaría el
panorama’. Una perspectiva que resulta insoportablemente ingenua y
reveladora de un desconocimiento que no permite valorar la gravedad,
tanto a nivel material como ideológico, de esta situación.

Conviene destacar –como excepción entre los relatores- la intervención del


periodista de Llàtzer Moix -autor del recientemente publicado ‘Arquitectura
Milagrosa’- quien fue el único que evidenció haber estado mostrando
atención a los discursos que habían ido teniendo lugar. Aunque tal vez
demasiado comedido y tibio, su visión crítica dejó flotando un cierto aire de
insatisfacción.
El panorama español e internacional cuenta con pensadores de prestigio
que podían haber aportado reflexiones mejor sustentadas, menos
diletantes, reflejando una mayor heterogeneidad de aproximaciones y
planteamientos y eludiendo la complacencia, también instintivamente
menos proclives a la laudatorias exaltadas, pero que estuvieron ausentes en
este congreso.

6. QUE TODO CAMBIE PARA QUE NADA CAMBIE

Pero finalmente, para qué sirvió ‘Más por Menos’: porque nunca quedó
suficientemente claro en su planteamiento cuáles eran sus objetivos. En su
concepto se perciben tal vez más connotaciones de buenismo y actitud
caritativa que de actitud revulsiva, y de sentimiento de pertenencia del
arquitecto a la sociedad y de su deber para con ella; y durante la
celebración del congreso se habló demasiado de belleza pero muy poco de
sociedad, y en él, la pronunciación de la palabra ‘ética’ parecía ser
inconscientemente tabú.

La fundación ‘Arquitectura y Sociedad’, queriendo monopolizar la bandera


de una situación de justicia, ha puesto de manifiesto el peligro a que se
intente imponer un revulsivo moralizante a esta estructura del espectáculo
para pretender falsamente haber subvertido sus estructuras.

Pese a que su impulsor Patxi Mangado aboga por una arquitectura sin
manierismos, sin ‘caligrafías’ ni ‘filigranas’, este congreso estuvo plagado de
actitudes afectadas, de ideas a medias, de una euforia para algunos que era
simultáneamente una gran decepción para los que pensamos que es
necesario poner definitivamente los problemas sobre la mesa con valor para
la auto-crítica. Hacer un análisis fuerte y sin complacencias.

Siempre detrás de este tipo de convocatorias subyacen intereses que poco


tienen que ver con el aparente propósito con que se presentan, más aún
cuando la cita se afana por diseñar un cartel donde luzcan gran
representantes de los poderes fácticos del mundo arquitectónico: no sólo
por quienes son situados sobre el escenario sino por la influencia que tienen
muchos de los invitados asistentes. A través de esta convocatoria, algunos
han cimentado sus desfasados pedestales, mantenidos muchas veces a
base de discursos caducos, y otros, aumentar su presencia mediática
recurriendo a estos artificios para lanzar su propia proyección personal.

Y esto es posiblemente lo que ha hecho de ‘Más por Menos’ una oportunidad


perdida, porque ahí se ha pospuesto irresponsablemente la realización real
un debate ya no necesario, sino urgente. La fundación ‘Arquitectura y
Sociedad’ logró el impacto mediático que buscaba, pero acalló desde
adentro toda disidencia, legitimando una postura conservadora que
preserva el status quo, escenificando una mirada hacia el futuro, simulando
que todo va a cambiar pero sin que nada, esencialmente, cambie.

Una ocasión desperdiciada para el debate arquitectónico actual, pero en la


que algunos han conseguido unos minutos más de supervivencia para su
negocio jugando a las apariencias.

Ídolos héroes como Aravena o ídolos que pese a su evidente fracaso y


engaño siguen elevados, como Herzog, cuando lo importante y necesario
sería deshacerse ya, urgentemente, de los héroes y recuperar los principios
éticos y la relación con la sociedad, que –pese a lo que pueda parecer- son
conquistas relativamente recientes en la historia de nuestra cultura y que
fueron borradas casi de un plumazo por el cinismo de algunos personajes
de actual relevancia, tanto arquitectos como pensadores y críticos.

El encuentro ha puesto de manifiesto el aferramiento a la noción de lo


espectacular y el espectáculo: la persistencia de la desorientación, la falta
de una búsqueda clara, sigue alentando la necesidad de seguir sustentando
la arquitectura en la devoción y fidelidad casi ciega a ídolos-iconos, a
sustentar el desarrollo de la arquitectura en una actitud de ‘quiero creer’
que sigue anteponiendo la fascinación acrítica a la reflexión, sin entender
que la sociedad exige profundidad y no una exhibición de figuras.

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