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El despertar de la conciencia · José Manuel Martínez Sánchez

El despertar de la conciencia
José Manuel Martínez Sánchez
Blog: www.lasletrasdelaire.blogspot.com

I. Yo soy eso
Eso es la esencia de todo, es lo que no se puede nombrar y está en cualquier
parte. Lo señalamos al señalar cualquier cosa, porque está ahí, todo lo
interpenetra, está a la vista donde quiera mirarse, de forma directa. Eso es el ser y
el ser es eso que todos somos, en todo espacio ilimitado de percepciones,
vivencias, emociones, pensamientos y no pensamientos. Dentro y fuera, más allá
de cualquier división. Todo eso lo señala la propia vida en su total manifestación,
por ello decimos que la iluminación sucede, que se traduce en una forma
actualizada, liberada, de presenciar las cosas. Con la mente señalando a eso que
es su ser.

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II. El Todo en todas las partes


La mente busca identificarse con algo constantemente y al hacerlo se torna
selectiva, de hecho es selectiva por naturaleza. No obstante, con cualquier cosa
que se identifique no será real, porque es incompleta, restrictiva, toma una parte
del todo. La mente no sabe lo que sabe, porque no lo observa, lo obvia. Saber y
sabor tienen la misma raíz etimológica; sabe –pues- el que conoce el sabor de las
cosas. Y ese sabor se experimenta, se prueba; y de esta forma es como se
adquiere el conocimiento. En toda acción hay el sabor del conocimiento al
atender claramente al movimiento que conduce del observador hacia lo
observado, comprendiendo su no escisión, es decir, mediante la atención a la
propia experiencia y su integración de la multiplicidad consecuente –o no
dualidad- de los hechos o fenómenos acontecidos. Vemos así que toda diferencia
conforma un todo global, una unidad mayor, una plenitud inherente a su
diversidad aparente, al igual que fonemas distintos constituyen una unidad de
sentido que llamamos “palabra”, muchas palabras una frase, etc. En la Bhagavad
Gita (IV.24) se nos dice que “Brahman es la ofrenda”, que “Brahman está en
toda acción”. Y a ello Shankara comenta que tanto quien ofrenda, como lo que se
ofrenda, como el acto mismo de ofrecer, es ese Absoluto o Brahman mismo. Al
ver a lo Absoluto en toda acción, nos sincronizamos, nos unificamos con la
conciencia total. Nace con ello la experiencia de la sabiduría, al emprender los
pasos que destilan el sabor de su senda.
En el Atma Puya Upanishad leemos: “La mente constantemente apuntando hacia
Eso, es la ofrenda”. Eso señala al Todo, al Absoluto (la mente que apunta a la
conciencia) y mire a donde mire, no hay restricción alguna, simplemente libertad,
darnos cuenta. Estar ahí, arraigados por entero en lo sin límite permite a la
conciencia ser presencia del hecho consciente. La desatención es olvido de la
conciencia. En la voluntad hay un sentimiento de que es el “yo” quien hace las
cosas, de que en su atención está eligiendo la realidad y creándola (como bien
explicó Schopenhauer), pero en el profundo ahora son las cosas mismas las que
tienen su voluntad de ser, las que eligen al ser. Una voluntad continua que no se
esfuerza por hacer real lo que es, pues siempre ha sido. Una voluntad que
acontece, que vive en su realización y que observa a la conciencia como forma
misma de su naturaleza, de un modo no selectivo, no condicionado por el acto
que busca un resultado. Ocurre perfecto el resultado en la actualización de la
realidad, en ese ahora donde todas las cosas están como deben estar.
En este mundo vivido, que se libera del lastre del “yo” reductor, uno comprende
como manifestó Nisargadatta, que “yo soy el mundo” y que “el mundo es yo
mismo”. El jnani, esto es, el conocedor de la verdad, tal como lo escribió Robert
Adams, es quien “ve el Sí mismo Infinito en todo y todo en el Sí mismo Infinito,
que es su Ser”, esto apunta a una visión trascendental pero que se asienta en su
ahora, en la visión ordinaria, en la objetividad permanente donde aflora el ser,
allí por entero las cosas son vistas, lo visto es la visión trascendental, lo Supremo
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es el estar aquí, completamente. Es una visión desde dentro y no por ello anula
lo que ve afuera, lo comprende instantáneamente desde su asentado Sí mismo en
un acceso continuo a ese Sí mismo que vive consigo.

III. El buda que somos


Buda alcanzó la iluminación al comprender las causas del sufrimiento, de este
modo se liberó de la ignorancia y de las ataduras del deseo. En el sentido más
profundo, comprendió que no había nada que alcanzar. La comprensión le trajo
el despertar, lo sacó de la ignorancia y le llevó más allá del apego a la existencia
y el consecuente deseo de devenir. Partió firme hacia el conocimiento,
liberándose de todo el enjambre -logrando la cesación completa- del deseo y de
sus causas. Esto lo realizó meditando, yendo hacia dentro. Es decir, no
evadiéndose de sí mismo, sino viendo a través suyo lo que el ser es. Nos
trasmitió que esto se podía lograr (que había un camino medio, equilibrado, para
experimentar el claro despertar), que todos podemos acceder a esa dicha del
autoconocimiento, a esa liberación que consiste en saber vivir sin ser presa de las
emociones, pasiones, deseos y motivos egoístas.
Fue su propia luz desde entonces, el devenir dejó de ser causa de aflicción
involuntaria y se trasladó al gran dominio de la comprensión de la verdad en todo
momento, en todo movimiento, en toda acción y palabra, consciente, compasiva
y profundamente atenta. Esta es parte de la valiosa sabiduría que Buda nos
trasmitió, que él supo al encontrarla en su interior, fue la verdad que llevaba
consigo el buda que también todos tenemos dentro como fermento, semilla, parte
evolutiva, de la conciencia que somos.
La historia de Buda nos habla de nosotros mismos, de la propia historia interior
del hombre, de un hombre que se trata con profundo respeto, que busca
encontrarse porque se ama y porque quiere cuidar lo que hay dentro de él, porque
sabe que el sufrimiento, el egoísmo o el odio nada le aportan y que esa liberación
anhelada es sencillamente un acto de amor, el límpido acto de amor hacia el ser
que sabe que vive en él así como en todos (al puro ser, no al sentimiento de
individualidad –no hay tal atman: anatman- sino al ser en todo) por eso Buda
predicó ese encuentro con la conciencia, predicó esa forma de estar en el mundo
completamente en armonía, consigo mismo y con los demás, completamente
aquí, ahora, y no en otro lugar, abierto a la verdad que se traduce de la
contemplación no enturbiada por nada, directamente fijada en lo que está aquí (el
dharma).
En el Isha Upanisad encontramos estas bellas palabras: “Quien ve en todos los
seres al yo y al yo en todos los seres, a nadie odia”. Es así que el amor no conoce
de destinatarios concretos sino que es el amor por sí mismo el que se revela en
todo acto hacia dentro o hacia fuera, es su propia personificación, donde
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entramos nosotros, ellos, aquellos y todos los seres, es la identidad auténtica con
lo Absoluto, con el Brahman. Leemos en el Brihad Araniaka Upanisad: “Hay
identidad entonces entre el Atman, el yo individual, miel de todos los seres, y
Brahman”, una identidad total con lo sin nombre, aquello que es todo y nada o ni
todo ni nada, la verdad interior, inmaterial, pero viva, consciente, en el corazón
de los hombres: el amor compasivo. Qué bella verdad la que trae el
conocimiento, el despertar. Sólo nos queda añadir entonces, como expresa el
Dammapada: “Feliz es el nacimiento de los Budas”.

IV. Más allá de la vista: la visión interior


Es trascendental aquello que va más allá de la medida. En el proceso espiritual la
escala pronto deja de tener sentido pues se trasciende todo sentido de medir lo
que en sí mismo ya es altura sin límite: la entrada a la conciencia. Trascender
deriva de trans-scandere: “más allá de la escala”. La mente fija patrones trazados
de medición (meditar deriva de medir) y el hecho trascendental consiste
precisamente en el abandono de esa lógica establecida de los hechos. Por tanto,
aunque meditar derive de medir ciertamente hablamos de desmedir, de soltar, de
ampliarse continuamente fuera de toda medición previa, dejando que la realidad
sea lo que tenga que ser. Wittgenstein ya dedujo que el propio sujeto era el hecho
trascendental y místico, al no hallar otra forma “lógica” de definirlo.
En meditación, esto es, en el proceso de autoconocimiento del ser, no hay un
lugar al que llegar, la escala se trasciende, hablamos de una meditación, al estar
bien enfocada, atenta y consciente, puesta en el momento presente, en la vivencia
del ahora, en el ahora, sin camino que alcanzar, sin ascenso ni descenso, sin ruta,
sin escala marcada. Esa zona consciente en el Vedanta, especialmente en la
Mandukya Upanisad, se corresponde con el cuarto estado o turiya, integrador,
supraconsciente, más allá y abarcador a la vez de los tres anteriores: vigilia,
ensueño y sueño profundo o sin ensueños. En otras etimologías como en la de
ascetismo, vemos también esa forma de entender la espiritualidad en forma de
ascenso hasta lo sagrado, palabra que en sánscrito (tapas) nos habla de calor o
purificación y que en la mística cristiana ha tenido un valor en ocasiones
semejante. Junto al ascetismo en el hinduismo, concretamente en el yoga, y como
se señala en los Yoga Sutras de Patanjali (II,1), el autoconocimiento (o estudio
de sí mismo) y la devoción al Ser Supremo (o Brahman) configuran el estado de
yoga, siendo así éstas las acciones que hay que tomar para tal consecución
unitiva (kriya yoga).
La meditación, en primer término, supone un proceso de purificación o
eliminación de los obstáculos que impiden al ser mostrarse a sí mismo, siendo
luego el trabajo un trascender los límites del pensamiento para conectar con lo
Absoluto, Sí-Mismo, No Dualidad o Ser no condicionado. Es la entrada a la

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visión interior, el acceso a “formas” interiores que corresponden a otro espacio y


a otro tiempo distinto al que captamos ordinariamente, el otro espacio es el
infinito y el otro tiempo es la eternidad. ¿Y cómo la mente puede alcanzar ese
estado tan extraordinario? Porque deja de ser mente al reconocerse como
conciencia. A partir de ahí se va hacia dentro, y ya no es la mente la que se
reconoce como conciencia, sino la propia conciencia ante sí misma. Ese es el
primer proceso de evolución de la conciencia, el reconocimiento de una identidad
mucho mayor que el “yo”, la del ser, después se inicia un ir hacia dentro que
revierte el proceso en desidentificación, esto es, ocurre la liberación de cualquier
identificación (que supone una libertad aún mucho mayor), ya que este proceso
descrito, como Ramesh Balsekar señala, “no se refiere a la evolución de ningún
tipo de identidad, no hay tal cosa como una identidad”. Si no, volveríamos a
aferrarnos a algo que creemos ser que somos y he ahí otra vez la egoicidad. El Yo
soy queda despojado de identidad, porque se baña en la totalidad silente de la
verdad indescriptible, esa que nace antes del mismo sentimiento de Yo soy; y en
ese misterio hallado sencillamente aparece lo que es. Hablamos así de la visión
interior: la del ser que es.

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