Finalmente estamos aquí en Munchi’s, preparados para comenzar a reescribir.
Todo está silencioso, de vez en cuando alguien entra, pero solo es preciso el retroceder de la puerta, una mano entre un paño de limpiar que algo frota. Como todos los días, el clima bonarense es de un tibio graso, entre la sensación térmica hay rachas fuertes de humedad, que como lengua semiseca lame tu piel. Anoche pude dormir mejor, aunque mi interior era como una casa humeante, de estructura negra y retorcida que el bombero Dios logró apagar. Es temprano y ya estoy aquí, poco después que Munchi’s abriera. No estaré mucho de todos modos, pues tengo que puntualizar los preparativos de un viaje a Uruguay. Ahora tomaré parte del primer capítulo, y ya he pedido el primer milk shake. Ojalá tuviera pan de avena y fresa. La mesera cree que voy a “escribir” una novela (y eso suena dispendioso ahora) y sonríe como quien espera que ocurra algo en esta cafetería. Su sonrisa es el primer cumplido en mucho tiempo, esta mañana. Me ha preguntado sobre qué escribo, si podría ser ella algún personaje, que yo no veo ni ambiguo en mi plan. En fin, al menos, si puedo pensar con esta carga de problemas, puliré la nota periodística que antecede la novela. No tengo muchas energías, pero puedo ofrecer la voluntad de escribir. Qué bueno es sentirse productivo, cuando defraudamos a quienes ya no nos quieren…