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Atrás, la Pascua; aquí, casi un plegable Michelin

[Martes] 10 de abril

Un viaje de Pascua puede servir para muchas cosas que ni imaginamos: encontrar un nuevo amor,
pasar por alto las retransmisiones de películas sobre Cristo en la televisión, sentarse bajo un
parasol en una playa con un balde lleno de arena, suicidarse o, en el caso de los escritores,
lanzarnos en la búsqueda de una parte faltante en nuestra novela. Aunque podría ser vida,
también, pero precisamente mi viaje de Semana Santa ha sido para buscar una imagen perdida de
mi novela, que estaba demasiado difusa. He visto la maravilla, y ahora ese paisaje que desde 2001
llevaba cuajándose dentro de mí y materializado en las trescientas y tantas cuartillas que van en
cuenta hasta ahora, ha tomado vida propia, incluso la forma de un mapa, como quien compra en
una estación de Mobil uno de carreteras. Ya puedo fácilmente limpiar la superficie de una mesa de
sus yugos cotidianos y extenderlo, enorme, con toda su geografía insondable reducida a líneas de
colores y puntos señalados por un nombre preciso. Quizá este mapa sea necesario para que se
incluya en la novela, quién sabe, pero creo que si un escritor comienza a darle mucho a sus
lectores, tomándolos por tontos, termina uno entregando demasiado. Es un mapa más bien
privado, como el mapa que tiene Julián o Paola en su cabeza de su casa o apartamento, o como el
mapa del conductor de un camión, que viaja todos los días por la misma carretera, sabiendo ya
donde hay un bache o el instante preciso en que un lagarto asoma por el arcén para cruzar hacia el
otro lado, y así no espachurrarlo en el asfalto.

De este modo, esta Pascua de renovaciones íntimas, de descubrimientos (alguien ahora me


susurra, de "abrir los ojos"), ha sido reconfortante. Hay buenas noticias en todas las direcciones,
según parece. Y un mapa, que con mente y corazón, se incluye en la extensa geografía de mi
novela.

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

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