Enfrentamos la vida con herramientas conocidas como si en
verdad se tratase de algo normal. Cada situación es de por sí, toda una prueba a la que nos somete el destino. El poder vivir y convivir suele llevarnos a veces a extremos insospechados y, es que en nuestra fácil y desatendida incursión a la madurez, dejamos de lado señales y valores, sin darnos cuenta que a corto o mediano plazo esta actitud pueda que nos lleve a sentir una total incomprensión y o hasta un dolor inconcebible. En nuestra gama y escala de valores sucede que a veces dejamos colar al orgullo antes de los mismos sentimientos. Otras, nos ocurre que el impulso ante cualquier evento desborda los ímpetus y hace que aparezcamos siendo quienes en realidad no somos. Pareciera que nuestra conciencia se está asentando en la voz de nuestros compañeros de vida, que con su acento desvirtuado nos muestran en una faceta supuestamente propia y a la vez necesitada y esperanzadamente vista por nosotros como ajena, de la que nos sentíamos bien por haberla venido en el tiempo y, con la experiencia, maquillando. Hacer como el torero, dar un pase, un capotazo a lo que nos hiere, no es de por sí la mejor de las perspectivas. Sentarse a esperar para ver el sangrar propio para más tarde tener un motivo de consuelo o una excusa para tomar distancia, tampoco. A este punto, reconozco como paliativo personal que se debe vaciar el vaso que nos envenena, lavarlo y una vez logrado, rellenarlo con paciencia, sabiduría y sí, con el mismo o más amor del que teníamos. Generar motivos de discordia, engendrar odios, convivir con la inaceptable rabia y hasta sufrir, sin que esto sea en sí la panacea a nuestro modo de ser y menos aún a nuestro estilo de vida, tan sólo nos va a dejar un mal sabor de boca y una gastritis inmerecida. Ya uno de los grandes hombres de la humanidad lo decía hace más de dos mil años que de recibir una cachetada, ofrezcamos la otra mejilla. Esto en sí puede tener varias lecturas entre ellas y es la que me acojo, la de poseer la capacidad de recibir no sólo un golpe, pero al hacerlo, tratando siempre de que sea de otro ser. Ante la brillantez de un día de sol, siempre le sigue una noche oscura, pero debemos fijar un poco la vista y destacar las incontables estrellas que son en sí la luz que nos podrá guiar a la felicidad. Samuel Akinin Levy