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En el Día Mundial de la Tierra

Pachamama
J. Enrique Cáceres-Arrieta

El frío es estremecedor porque penetra hasta los huesos; el viento es


recio y congelador por las noches. Está situada a unos 3.484 metros sobre
el nivel del mar: esa es Abra Pampa. Si no estás acostumbrado a las alturas,
es posible que al subir el pueblo sangres por la nariz y respires con
dificultad. Yo iba advertido y medio entrenado por conocer la altura
bogotana de unos 2.600 metros, aunque con gran desventaja: soy nacido y
criado en la costa norte colombiana. En Barranquilla, la puerta de oro de
Colombia.
En ese pintoresco pueblo del nordeste argentino tuve la oportunidad de
filmar en 2001 la reverencia que sus habitantes sienten por Pachamama, la
“Madre Tierra”. Gratos momentos vienen a mi memoria al recordar el ritual
a Pachamama, manifestado en ofrendas de lo que en parte se recibe de ella.
En realidad, lo que más me impresionó fue el respeto que el lugareño siente
por Pachamama.
Pachamama o más comúnmente pacha (del aymara y quechua pacha =
tierra, o en términos más actuales “mundo”, “cosmos”. Mama = la “Madre
Tierra” o la gran deidad), entre los indígenas de los Andes Centrales, no es
una divinidad creadora, mas sí una protectora que cobija a los humanos,
hace posible la vida y favorece la fecundidad y fertilidad.
En el ritual, se cava un hoyo profundo en la tierra para que ella abra sus
entrañas y reciba la ofrenda de los hombres y mujeres de la Puna (territorio
de la provincia de Jujuy, de la cual forma parte Abra Pampa). De rodillas,
delante de la apacheta (especie de altar de piedras), vierten vino, locro,
cerveza de maíz y las hojas de coca, con lo que imploran bonanza en el
trabajo y fructífera labor. El rito reivindica el respeto a la tierra que legaron
las antiguas culturas aborígenes, y se realiza todo el mes de agosto.
Ahora bien, el 22 de abril se celebró el Día Mundial de la Tierra, y
evocando el respeto por la Tierra de las comunidades quechuas y aymaras y
otros grupos étnicos influenciados por ellos en las áreas andinas de
Ecuador, Perú y Bolivia, y también en el norte de Chile y nordeste de la
República Argentina, debe celebrarse el Día de la Tierra.
Sin adorar a esa Pachamama que es creación y sin tenerla en poco para
destruirla, es tiempo de considerarla y respetarla como los indígenas a fin
de cuidar nuestro hábitat, porque de ello depende el futuro de nuestros
hijos, nietos y futuras generaciones.
El reciente desprendimiento de un témpano de 5.538 kilómetros
cuadrados en la Antártida es muy mala señal y una voz de alerta para
empezar a tomar en serio el cuido y respeto por este pequeño, pero
acogedor planeta que ha sido creado y habilitado sabiamente para que
vivamos en él sin que nada nos falte. ¡La decisión es nuestra!

El autor es periodista

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