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Pedro J.

ARTÍCULO DE OPINION: “EN EL VIENTRE MATERNO” Cubells & JL


Terranegra

El nacimiento de un hijo está lleno de incomprensiones, de una


lucha continua por el poder. Para colmo, las cenizas de nuestro
pasado cultural siguen presentes haciendo a la figura paternal, un
homínido prehistórico.

Nos recuerda al famoso mito de la caverna. En él, se cuenta que


un prisionero atado de manos, pies y cabeza, tan sólo ve el reflejo de
los objetos, sus sombras reflejadas por la luz de un fuego. Logra
escapar y, tras un largo y duro camino de ascenso a la salida de la
caverna, queda cegado por la luz del sol. Es asombroso el símil, entre
éste mito y la situación del niño/a al nacer.

Prisionero ingenuo del verdadero mundo exterior, el niño pasa 9


largos meses en el vientre materno. Llegada la hora, el ansioso
momento de la madre y el padre en el que su hijo/a nace. La luz
cegadora del neón, le impide ver toda la parafernalia de objetos y la
marabunta de manos que le atosigan. En tan sólo unos minutos, ha
pasado de la tranquilidad absoluta al auténtico caos. Bambando de
aquí para allá sin respiro; el mayor reto de su vida, respirar, aprender
a vivir en unos minutos, ¡¡¡¡¡Qué estrés!!!!!

Tanta información me colapsa - pensará -. Tantas caras nuevas,


o simplemente algo que luego sabré que son caras. Tantas manos,
tantas miradas, tanto ruido, tanto movimiento... y de pronto, un calor
especial, mi madre me ha tocado mientras mi padre mira ansioso su
tesoro. Ahí, en ese momento, empezó la guerra.

A los días, llegué a otro sitio nuevo, “mi casa”. Mi padre


conducía, mi madre no me soltó ni un momento. Otra vez me sentí
un extraño en el mundo.

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Pedro J.
ARTÍCULO DE OPINION: “EN EL VIENTRE MATERNO” Cubells & JL
Terranegra

Más cosas nuevas, pero me sentía mejor, más tranquilo. Ya no


estaba asustado, ahora quería ver cosas nuevas y comer.

Poco a poco, con las tareas extra que aportaba a mi familia, me


di cuenta de que había una necesidad de mí, me sentía sin voto en
todo aquello. La única manera de dar una tregua era haciéndome pis.

Más tarde, fui acostumbrándome a que mi padre me bañara, y


jugase conmigo; y mi madre me diera de comer, me acunara, me
durmiera, en fin, a los placeres de un<<maraja>>. No lo entendía,
¿Porqué mi madre no me bañaba o jugaba conmigo?

Treinta años después y con el miedo en el cuerpo, me


encuentro en el paritorio con mi mujer, a punto de dejar mis dedos
planos como la hoja de un libro. ¡Mi hijo va a nacer! Está a punto. Lo
veo salir, y por los gritos que da su madre, va a ser grande. Pero no
importa, yo estaré ahí, lo haremos juntos. “La unión hace la fuerza” y
ese, ese es nuestro superpoder.

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