9-1 Introducción
La muerte de “Zuma” fue el principio del fin. No quisieron que se notara el golpe, pero
todo fue diferente. Los carlistas volvieron al asedio de Bilbao, con mayor intensidad que
antes y estuvieron a punto de enterrar al ejército de Espartero, pero solo fue un
espejismo, estos se repusieron y consiguieron levantar el cerco
Los carlistas daban signos de fatiga, la sangría de hombres y dinero empezaba a pasar
factura El apoyo internacional a la causa carlista, no se puede comparar con el liberal.
Les dieron buenas palabras y consejos, algo de dinero, cierta cantidad de armamento y
sobretodo la colaboración a título personal de legitimistas europeos; ese era el bagaje de
los partidarios de don Carlos.
Los colaboradores del ejército carlista, irán apareciendo poco a poco, de improviso, sin
avisar. Se presentarán al mando jugándose la vida en el envite, entrarán en España de
forma clandestina. Se trata de gente muy especial con una mezcla de idealismo,
generosidad e inconsciencia; habían oído hablar de la guerra que se estaba librando,
creían en la legitimidad del pretendiente y en sus países les habían sugerido que verían
con buenos ojos su participación en la contienda. Bullón de Mendoza cree que fueron
cerca de 250, serán los Quijotes del siglo XIX.
Los primeros casos que conocemos fueron el del cirujano Frederick Burgess, del que
hemos hablado ampliamente en el capítulo que hacía referencia al general
Zumalácárregi; el capitán Federico Henningsen, escocés que se apuntó de voluntario
con 19 años y que escribiría unas renombradas memorias de la contienda. Y Charles
Didier que llamaría a don Carlos como “fraile de sangre real”
La Expedición Real
Sin cumplir los objetivos, los carlistas fueron sobre Madrid, gracias al apoyo de
Cabrera, y al llegar a la capital la encontraron desguarnecida, ya que el ejército de
Espartero había salido a buscar al carlista por una zona donde este no se encontraba. El
pretendiente pudo llegar a entrar en Madrid casi sin posición, pero no se decidió a ello;
al parecer había negociaciones en secreto para casar a los hijos de Cristina y Carlos. Al
día siguiente las cosas ya no eran igual Madrid estaba fortificada, las negociaciones
habían fracasado y la Expedición debió volver. Este fue el principio del fin de la
primera guerra carlista.
Especialmente penosa fue la marcha por Aragón, los propios protagonistas harán
comentarios alusivos en sus memorias como veremos a continuación. El hambre será su
principal drama. Uno de ellos afirmaría que, - en Aragón habíamos estado casi a dieta,
en Cataluña pretendían que nos olvidáramos de comer-. Las marchas se cobrarán vidas,
al atravesar ríos, especialmente el Cinca y el Ebro, con numerosos casos de
ahogamientos; aguas con rápidos, barcas destruidas por el enemigo. Escucharemos
casos de suicidios de soldados que ya no aguantaban más, epidemias de mosquitos y
fiebres. Un compendio de penalidades
Según Stendhal, esta aventura demostraría, que España ni era carlista ni liberal, después
de más de seis meses de recorrido norte- sur de España, regresaría con un contingente
parecido de soldados, unos 3000, algunos habían muerto en contienda y otros se habían
incorporado a las filas. En realidad no había pasado nada importante
Esta expedición tuvo menos problemas que la Real, no pasaron tanta hambre, ni
cometieron tanto pillaje, seguramente por el recorrido menos conflictivo y castigado:
Asturias, Galicia, Andalucía. El General Gómez conquistaría efímeramente más de 20
capitales y ciudades diferentes.
También les tocaría combatir y pelear, y tendrían heridos y bajas, pero muy pocos, ya
que se escabullían sin pelea siempre que era posible. A su manera solucionarían el
angustioso problema de sus propios heridos. Muchos se abandonarían a su suerte,
porque la gravedad de las heridas y la necesidad de ir de un sitio a otro no permitían
llevarlos. Otros se conducirían en expediciones pequeñas a los hospitales afines en
Navarra, Vascongadas o Maestrazgo; El capitán Andechaga conduciría una de ellas y el
coronel Isidro Díaz otra. Los más leves los llevaban en carruajes con el ejército; en
alguna ocasión que eran perseguidos, estos carruajes se quedaban rezagados y con
frecuencia detenidos y fusilados.
Los prisioneros era también un asunto que requería estrategia. En muchas ocasiones lo
normal era fusilarlos, pero desde el tratado de Lord Elliot, esa costumbre se había
apaciguado. Gómez era partidario de intercambio de prisioneros, y si eso no salía bien
se solían trasportar con el ejército en espera de llevarlos a las cárceles más estabilizadas
como las del Maestrazgo.
La impresión era que la expedición de Gómez, no siguió las directrices del partido e
hizo la guerra por su cuenta. Al concluir las correrías, el general sería sancionado, por
no seguir las órdenes del mando
Juan Antonio Guergué y Yaniz, natural de Aguilar de Codés- Navarra fue el jefe de la
denominada Expedición a Cataluña, que con 2.700 hombres partirá en agosto de 1835
hacia Aragón y Cataluña, que conquistará sin oposición la ciudad de Huesca y después
se dirigiría a Cataluña. Esta expedición fue la mejor desde el punto de vista táctico;
duraría cuatro meses y terminaría con 3000 soldados más, casi todos catalanes; en algún
momento presentarán problemas de abastecimiento, calzado y alimentos; solucionaron
momentáneamente la situación gracias a los 22.000 reales que llevaban en las arcas al
iniciar la correría. Guergué fue un general muy caballeroso, preocupado por el trato a
los prisioneros; en determinadas circunstancias ordenaba ayudar a los hospitales por los
que pasaba, como al de San Lorenzo de Morunys, proporcionando camas, mantas, y
alimentos sobrantes.
Mas tarde don Carlos le nombrará, general en jefe del ejército carlista principal del
Norte, hasta la derrota de Peñacerrada, que fue sustituido por Maroto.
Una de las últimas expediciones fue la del Conde Negri, al que por lo visto le dieron el
mando, para que saliera de la influencia del pretendiente Carlos. Estuvo por Segovia,
Ávila, León. Fue un completo fracaso y para confirmarlo anotamos unas notas de uno
de sus acompañantes: -Murieron numerosos soldados a causa del frío, se necesitaba la
mayor resignación para seguir, trepando por laderas de montes nevados, sufriendo
desgracias al paso de formidables barrancos. En los ríos helados donde morían
ahogados hombres y caballos….-
Ahora vamos a volver a los caballeros legitimistas europeos, personajes curiosos, que
se pusieron al servicio de don Carlos, sin conocer ni el idioma. Todavía nos sigue
sorprendiendo, la fuerza interior de estos individuos ilustres, que se vieron “obligados”
a sumarse a la guerra. Alguno entre ellos de vuelta a su país ha dejado documentos de
extraordinario valor documental y también sanitario sobre lo ocurrido. Otros dejaron
vida y fortuna en el empeño, serán considerados como auténticos quijotes. El número de
voluntarios lo hemos cifrado en 250. Veamos algunos ejemplos, destacando las facetas
dedicadas a las epidemias y enfermedades.
Por la época que se incorporaron, el bautismo guerrero de la mayoría, fue por la zona
norte de Vascongadas, a mitad de la Iª Guerra Carlista, zona caliente de conflicto
guerrero, cerca del reducto liberal de la ciudad de San Sebastián. La frontera con
Francia era un punto estratégico de entrada controlado por los carlistas, Irún un lugar de
espera a recibir credenciales del Pretendiente para luchar a su lado. Las Expediciones
Carlistas era la política guerrera del momento y en lugar donde ubicarse para la batalla.
En sus primeros pasos coincide con los generales Iturralde, Eraso, Guibelalde, Gómez,
Zabala, Guergué, y Villarreal, pero el único general de verdad es “Zuma”, que le ha
recibido bien, pero a la vez le ha manifestado que necesita más soldados que oficiales.
Sus memorias, tienen numerosos aspectos de interés. Es un buen biógrafo para sus jefes:
Describe con minuciosidad las estrategias bélicas: Narra anécdotas de Cabrera, al que
conoció montado a caballo al estilo femenino, obligado por una herida recibida en las
posaderas, y al que oyó decir, defendiéndose de los que le acusaban de ser poco
religioso: -No soy un beato, pero hago milagros-. También hablaba con respeto de
Carlos de Foix, Conde de España, jefe carlista catalán, del que decía era un hombre de
unos 60 años, ágil y fuerte, siempre y cuando no sufriera crisis reumáticas que le
paralizaban temporalmente.
Dejó escritos unos interesantes apuntes sanitarios, que hacen referencia a plagas de
insectos hambrientos en verano, en el pirineo catalán, que les ponían hinchados brazos y
Escribe sobre la dureza de las batallas, caminos poco apropiados, emboscadas, trampas,
todo un sinfín de contratiempos para poder avanzar. Una de las cosas que más dolía al
caballero, era tener que abandonar sus propios heridos en los pueblos y ciudades
después de las batallas, no tenían manera de trasportarlos
La expedición Real tuvo en Aragón momentos muy malos. Al atravesar el río Cinca, de
aguas poco profundas pero de corrientes rápidas, se quedaron sin barcas, y los soldados
atravesaron el río apoyados unos en otros, sufriendo numerosos casos de ahogamientos
de soldados.
Pero quizás el pasaje más interesante para nosotros hace referencia a una herida de bala
en el muslo, que recibió el Príncipe en el valle de Arán, cerca de un puente, que en
principio no parecía importante y que se infectó gravemente, con muchísimos dolores y
fiebre, por no poder detenerse a curarse durante varios días, debido al ajetreo de la
batalla. La primera cura la recibió de un párroco de un pueblo, que le escondió y vendó
la pierna; cita Lichnowski, que no le administró el bálsamo samaritano habitual de las
curas, pero hizo algo más importante, le cedió su cama para que pudiera descansar.
Dominaba entre los cirujanos carlistas, seguramente después del desastre de la herida
de Zumalacárregui, que cualquier herida que no marchase bien desde el principio había
que amputar la pierna.
Al parecer el Príncipe Lichnowski, desconfiaba de los cirujanos españoles, por una mala
experiencia anterior, con un señor que ejercía de cirujano obligado por la falta de
profesionales; en realidad era cocinero de campaña. El suceso ocurrió cerca de San
Sebastián en Tolosa, Lichnowski había recibido una herida de bayoneta leve en una
rodilla y el matasanos le había hecho pasar un mal rato.
Rahden era un militar curtido que había participado junto a los ingleses en Waterloo,
donde fue herido de gravedad y después junto a los franceses, en la defensa de la ciudad
de Amberes. A sugerencia de su país, se trasladó a España para ayudar a don Carlos,
pasando la frontera por Urdax. Don Carlos le recibiría con grandes atenciones, ya que
era conocido de su mujer de los años vividos en Salzburgo; las primeras noches
españolas, antes de entrar en combate, las pasaría en Irún en un suntuoso alojamiento,
propiedad del párroco, con diez soldados de escolta, un carruaje y dos mulas. Lucharía
al principio bajo el mando del Infante Sebastián por la zona de Vascongadas y después
con Cabrera y el Príncipe Lichnowski por Aragón y Cataluña.
Al finalizar la guerra se retiraría a escribir sus memorias. El barón expresa con claridad,
las amarguras y penalidades de la guerra, las privaciones y miserias, las marchas
angustiosa huyendo del enemigo, especialmente las acontecidas en Concabella,
Estadilla y Solsona. A pesar de los malos ratos y de la derrota final, se siente satisfecho
de haber participado en la guerra, con la sensación del deber cumplido.
En uno de los pasajes de las memorias, refiere el barón, una situación personal de
agotamiento extremo, después de diez días de marcha: -Acatarrado, afónico, respirando
El pillo se llamaba sargento Mils, un individuo de muchos recursos, que llevaba entre
sus bolsillos siempre, sal , pimienta y vinagre, que se aprovisionaba sobre la marcha,
sustrayendo lo que podía de cultivos y frutales, que en momentos de abundancia,
cocinaba la paella como los mejores cocineros y sabía requisar “ las sobras” para
peores ocasiones.
Por eso cuando su jefe le decía:-Comemos en cinco minutos-, entonces pasara lo que
pasara, sin importar donde estuvieran, siempre tenía una salida airosa, en el peor de los
casos una onza de chocolate, o una sopa de ajo aprovechando unos trozos de pan, algo
de aceite y unos ajos que siempre llevaba consigo Mils.
Un día lo perdió, o mejor dicho creyó perderlo, el cocinero desapareció, se fugó sin
decir nada, no lo volvió a ver, pero supo de su existencia. En una correría por Aragón,
descansaron en una aldea, no tenían alimentos, pero Rahden recibió un paquete con
nueces de su parte.
También critica a alguno de los jefes, Sebastián entre ellos, y a la cohorte de civiles y
eclesiásticos, los hojalateros, que tenían dineros y se las arreglaban para adquirir comida
abundante que no compartían con los demás. Salva de la quema a Don Carlos al que
considera de comidas frugales
Lo peor para Goeben era la política con los propios heridos de las Expediciones, que
como luego comentaremos le tocó sufrir en sus propias carnes. Los ejércitos carlistas se
veían obligados a ir de un lado a otro, huyendo de la batalla directa, con grandes
caminatas y lo que no podían hacer era trasportar a sus propios heridos. La mayoría de
las veces los abandonaban a su suerte, en general a su más que probable mala suerte. En
el mejor de los casos, se organizaban expediciones de los heridos hacia Cantavieja para
ser atendidos en los Hospitales de Cabrera. También consta que Gómez hizo algún
pacto con algunas poblaciones y con el mando liberal para formar hospitales neutrales
donde se atendiesen a heridos de ambos bandos en igualdad.
El paso de los ejércitos por ríos caudalosos era siempre un problema y más con las
improvisaciones que presidían las expediciones. En concreto el paso del Ebro, como el
del Cinca produjo ahogamientos múltiples, pulmonías, congelaciones, también cientos
de deserciones de soldados, que veían sucumbir a sus compañeros y que no querían que
les pasara lo mismo.
Estaba el soldado agotado, cansado de la vida, harto de una guerra que no entendía,
dominado por una fatiga que no podía recuperar; quería morirse. En las batallas se
exponía a las balas liberales, esperando que una de ellas terminara con su vida.
Extenuado y hambriento, después de una escaramuza, cometió la torpeza de saquear una
casa en busca de comida, siendo denunciado a sus mandos.
Terminado el castigo, el soldado fue ayudado por sus compañeros a subir a su caballo y
una vez iniciada la marcha sacó su pistola y se pegó un tiro, quedando muerto en el
acto.
Rappard era un oficial prusiano de caballería; entre sus características físicas tenía un
labio superior muy grande decorado con un bigote majestuoso, que algunos quisieron
afeitar y que el nunca dejó que se lo cortaran, ni siquiera mientras dormía. Prefería
morir en campaña antes de perder su bigote.
En una batalla cerca de Huesca, recibió una descarga de trabuco, que le destrozó cara y
cráneo. Sus amigos lo buscaron entre un montón informe de cadáveres. El oficial fue
identificado gracias al bigote.
Keltsch tuvo que reponerse como pudo del susto y siguió peleando. Después pasó la
noche al raso, con frío, lluvia y sin lumbre
Al día siguiente la situación mejoró; había finalizado la batalla, habían dormido algo y a
cubierto en una nueva posición. El propio capitán buscó a Keltsch y le hizo la primera
cura. En el brazo había orificio de entrada y salida, con poca hemorragia. Le vertió la
cantimplora de agua por un orificio, saliendo el líquido por el otro; después le vendó el
brazo con tiras de su camisa. La herida curó antes de lo previsto y al terminar la guerra
no le quedaba ni cicatriz.
Se ha comentado que Chopin residió en Mallorca unos meses durante la guerra carlista.
El gran maestro era un enfermo crónico pulmonar desde la cuna; su padre padecía una
forma crónica de fibrosis y tuberculosis pulmonar y su hermana Emilia falleció de un
proceso respiratorio agudo, que bien pudo ser una forma fulminante de tuberculosis. Se
decía que Chopin había heredado la tuberculosis de su familia, tal como se creía en los
aforismos hipocráticos: -De un tísico nace otro tísico-.
Desde pequeño era un tosedor habitual, con muchas flemas, todas las mañanas
necesitaba hacer unos ejercicios respiratorios de expulsión de flemas, que denominaban
“toilette bronquial”, creció enclenque con fatiga fácil ante el esfuerzo físico; en la
correspondencia de esos años se encontraban alusiones a sus padecimientos: -Tengo que
tomar píldoras todos los días y bebo media botella de tisanas-. En otros documentos
personales de identidad se escribe: -Profesor de piano, estatura 1,70, rubio, ojos entre
grises y azules, tez blanca, orejas desprendidas, músculos débiles, peso 48,5 kilos.
Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840)
Javier Álvares Caperochiqui
Doctor en Medicina y Cirugía
2009
Las circunstancias de la estancia de Chopin en Mallorca no fueron afortunadas para el
compositor. El invierno de 1838 fue de los más crudos que se recuerdan, las casas no
estaban bien acondicionadas, repercutiendo en un empeoramiento de su quebrada salud;
por si eso no fuera suficiente contratiempo, se corrió por la isla la noticia que era
enfermo tísico, siendo rechazado por la sociedad. Fue tratado por los médicos Pedro
Arabi, Bernardo Fiol y Miguel Olea, siguiendo las normas de los grandes tisiólogos
europeos. Le ponían emplastes, tomaba tisanas de hierbas de Altea como la Malvarica,
que aborrecía, le hicieron sangrías contra su voluntad, le aplicaron sanguijuelas,
cataplasmas y dieta estricta que era lo que mejor llevaba. Ni Chopin que había visto la
inutilidad del tratamiento en su hermana, ni su acompañante la escritora George Sand,
ni seguramente sus doctores creían en la eficacia del mismo
Con pragmatismo y sentido del humor, escribía el genio a un amigo contando sus
impresiones sobre la atención médica: -En estas dos semanas he estado enfermo como
un perro. Pasé de la fiebre a los 18 grados, a pesar de las rosas, naranjos, palmeras e
higueras. Tres médicos notables me han atendido: uno olfateaba mis esputos, otro me
palpaba para ver de donde procedían estos y el tercero me auscultaba mientras yo
expectoraba. El primero me ha dicho que moriría, el segundo que estaba apunto y el
tercero que ya estaba muerto-.
Muchos especialistas negaban que Chopin padeciera la tisis. Cierto que era un enfermo
crónico pulmonar desde niño, pero de una enfermedad pulmonar no tuberculosa,
seguramente hereditaria. La mayoría de los investigadores piensan que posiblemente
estuvo afecto de una fibrosis quística pulmonar o de dilataciones de los bronquios
(bronquiectasias), enfermedades que producían abundantes mucosidades,
expectoraciones e infecciones.