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El hada ms hermosa ha sonredo

al ver la lumbre de una estrella plida,


que en hilo suave, blanco y silencioso
se enrosca al huso de su rubia hermana.
Y vuelve a sonrer porque en su rueca
el hilo de los campos se enmaraa.
Tras la tenue cortina de la alcoba
est el jardn envuelto en luz dorada.
La cuna, casi en sombra. El nio duerme.
Dos hadas laboriosas lo acompaan,
hilando de los sueos los sutiles
copos en ruecas de marfil y plata.
Llueve sobre el campo verde...
Qu paz! El agua se abre
y la hierba de noviembre
es de plidos diamantes.
Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
ms verde, ms oloroso,
ms idlico que antes.
Llueve; los lamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo est gris
melanclico y fragante.
Y en el ocaso doliente
surgen vagas claridades
malvas, rosas, amarillas,
de sedas y de cristales...
Oh la lluvia sobre el campo
verde! Qu paz! En el aire
vienen aromas mojados
de violetas otoales.
De las generaciones de las rosas
que en el fondo del tiempo se han perdido
quiero que una se salve del olvido,
una sin marca o signo entre las cosas
que fueron. El destino me depara
este don de nombrar por vez primera
esa flor silenciosa, la postrera
rosa que Milton acerc a su cara,
sin verla. Oh t bermeja o amarilla
o blanca rosa de un jardn borrado,
deja mgicamente tu pasado
inmemorial y en este verso brilla,
oro, sangre o marfil o tenebrosa
como en sus manos, invisible rosa.
Eran mares los caales
que yo contemplaba un da

(mi barca de fantasa


bogaba sobre esos mares).
El caal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores ms bien son plumas
sobre espadas de esmeralda...
Los vientos -nios perversosbajan desde las montaas,
y se oyen entre las caas
como deshojando versos...
Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los caales,
porque teniendo puales,
se dejan robar la miel...
Y qu triste la molienda
aunque vuela por la hacienda
de la alegra el tropel,
porque destrozan entraas
los trapiches y las caas...
Vierten lagrimas de miel!

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