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Mari Monarca de Angélica Cortázar, una obra que apuesta para que los niños
vayan al teatro
Se acostumbra creer que los niños son pequeñas personas que no conocen nada, que
apenas pueden hablar, que no piensan y que menos razonan, que sólo les interesa todo lo
que brilla y, por consiguiente, todo lo que se etiqueta como infantil tiende a tener ese
corte soso y frío de un imaginario improbable, en donde se explica todo con una
tonalidad rosa, para que, creen los adultos, los niños puedan entender.
En palabras de la autora, “las historias llegan a uno para que sean contadas”, en este caso,
Mari, una mariposa que visitó la casa de Angélica y tenía su ala rota, fue la que hizo
posible que esta maravillosa y colorida anécdota se llevara al teatro, Mari Monarca,
impregnada con música original de Darío Parga y toda la carga histriónica de Eden
Coronado que aporta a los personajes, nos lleva a una reflexión y a enfrentar un mundo
interno, el seguir o no a nuestro corazón, ese impulso que nos hace en ocasiones cometer
locuras y, en el caso de Mari, el decidir buscar a su mamá, nos hace llegar lejos, “viajar
hacia todos lados, a la fantasía, hacia la conciencia”, enfrentar personajes extraordinarios
que no percibimos a pesar que los vemos diario, enfrentarse a las bondades y malicias de
las personas, de las situaciones.
Angélica Cortázar logra que el público, junto con Mari, se enfrente a situaciones que
muchas veces dejamos pasar por alto, nos cuenta cómo percibir los verdaderos colores
del alma de las personas, escenificada en una enorme y peluda gata blanca, Marga, y un
trío de nubes juguetonas, ya que “no todo lo que es blanco tiene alma blanca”, y al
contrario, quien se resguarda debajo de púas que pudieran hacernos sangrar, podría ser
una de las personas más esplendidas y enternecedoras, Erizo Castaño, un pintor que vive
apartando a todos de su hogar, ve que Mari tiene su ala rota y decide ayudarla
llevándonos a la mayor reflexión que nos muestra esta obra, le pide a Mari que cierre
sus ojos y pinte lo que más felicidad le da, el lienzo termina lleno de colores y todos, de
alguna forma, al igual que Mari plasmamos lo que más nos hace sonreír.
Mari Monarca nos permite vivir todo ese mundo que dejamos pasar como adultos, un
mundo con una fluidez natural, de personajes entrañables y fácil de querer u odiar, en
donde los niños deciden lo que ellos quieren, en donde se enfrentarán tanto a lo bello
como a lo deplorable que podemos percibir en el mundo, afrontar a las pequeñas voces, y
no las de otros como la Tía de Mari, la de una hada catarina o la voluble tecnología, pues
la catarina regala Mari un GPS que lleva a Mari al lado contrario del que su corazón le
señala. Seguir el impulso del deseo, pero siempre estar alerta, desconfiar de la gente pero
no rechazarla, temer a las situaciones pero confrontarlas.