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Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Juridica Virtual del Instituto de Investigaciones Juridicas de la UNAM www. juridicas.unam.mx DE LAS PERCEPCIONES A LAS PERSPECTIVAS AMBIENTALES. UNA REFLEXION TEORICA SOBRE LA ANTROPOLOGIA Y LA TEMATICA AMBIENTAL Leticia Durand INTRODUCCION n México existen dos estudios BE pioneros sobre la forma en que las personas entienden el en- torno natural y sus transformaciones. Uno de ellos fue publicado en 1993 por Lourdes Arizpe, Fernanda Paz y Mar- garita Velazquez, quienes analizan la diversidad de interpretaciones y pos- turas que existen en torno a la defores- tacién de la selva Lacandona en el es- tado de Chiapas. El otro, realizado por Elena Lazos y Luisa Paré (2000), se de- dica a comprender la manera en que los nahuas de la sierra de Santa Marta en Veracruz entienden los problemas de degradacién de su entorno ecolégico. Ambos trabajos son para mi fuente de inspiracién y referencias obligadas en el anhelo de comprender la dimension social de la problematica ambiental. Sin embargo, mientras Arizpe et al. (1993) y Lazos y Paré (2000) hablan fundamentalmente de percepciones ambientales para referirse a la forma en que las personas conocen y entien- den su entorno natural, el concepto de perspectiva ambiental aporta desde mi Optica personal algunas ventajas. En este trabajo explicaré las diferencias que encuentro entre ambos conceptos y las razones que me hacen inclinarme por el enfoque que plantea la nocién de perspectiva ambiental, esperando que esta discusién aporte algunos elemen- tos para fortalecer el papel de la antro- pologia en el debate ambiental en Mé- 76 xico. Bs necesario aclarar que lejos de ser una contribueién original, las nocio- nes expuestas en este trabajo provie- nen de las ideas de Kay Milton (1996, 2002) y Tim Ingold (1992, 1996, 2000) y otros antropélogos preocupados por Ja tematica ambiental. {QUE ENTENDEMOS POR PERCEPCION AMBIENTAL? El concepto de percepcién ambiental parte, obviamente, del término percep- cin desarrollado y trabajado inicial- mente en la psicologia (Milton, 2002), que considera que la base de la percep- cién son las sensaciones como resulta- do de la estimulacién de los érganos del sistema nervioso (Viqueira, 1977). Sin embargo, pronto quedé claro que las personas no perciben la realidad ex- terna en su totalidad ni de la misma manera. De hecho, como afirma Tuan (1974), durante la percepcién, a la que entiende como el resultado de la sen- sibilidad a los estimulos externos, al- gunos fenémenos quedan registrados mientras que otros son parcialmente detectados o totalmente bloqueados. Esta percepcién parcial se integra a la actitud de la persona, generando una visién del mundo que es al mismo tiem- po individual y social (Tuan, 1974). En ‘una propuesta similar, la teoria gestalt argumenta que las sensaciones son producto tanto de las caracteristicas de aquello que produce el estimulo y del sistema nervioso, como de la experien- cia o el andlisis del fenémeno expe- rimentado que incluye las actitudes, expectativas y experiencias previas (Viqueira, 1977). De esta forma, la per- Letiela Durand cepeién pasa de ser algo que simple- mente nos sucede, a un proceso en el que interviene la experiencia y las vi- vencias personales (Milton, 2002). Este punto de vista desembocé en la idea de la percepcién como un proceso de aprendizaje que produce conoci- miento 0 experiencia sobre el en.orno, yes aqui donde las fronteras de la psi- cologia y la antropologia confluyen en intereses. Al distanciarse la percepeién de respuestas puramente fisiolgicas, la antropologia se abocé a comprender eémo la interaccién con el medio am- biente, esto es la percepeién, genera co- nocimiento (Milton, 2002; Ingold, 2000). ‘Tanto en la antropologia norteame- ricana como en la britdnica de finales de la década de 1960, las respuestas a esta cuestién se centraron en un marco de pensamiento constructivista, donde impera la nocién de que la cultura im- pone sentido a un mundo que, en prin- cipio, carece de él (Ingold, 2000; Milton 1996, 2002). Para Mary Douglas, la per- cepcién del mundo se construye a par- tir de un cierto orden social impuesto por imperativos culturales que se trans- miten en los grupos humanos. Esto la leva a afirmar que la naturaleza ha de expresarse por medio de simbolos que no son comunes a toda la humanidad, debido a que todo sistema simbélieo (in- cluso los relacionados con el cuerpo humano que compartimos todas las personas) se desarrolla de forma auté- noma y de acuerdo a sus propias nor- mas; ¥ porque los condicionantes cul- turales y la estructura social producen diferencias y diversificacion entre ellos (Douglas, 1988). Partiendo de una su- posicién semejante, aunque con una raiz intelectual distinta (Ingold, 2000), Clifford Geertz (1996) argumenta que Ja cultura puede ser mejor comprendi- da cuando se interpreta como un con- junto de mecanismos de control (reglas, nociones), que como patrones concretos de conducta observables (costumbres, usos, tradiciones). La cultura es vista nuevamente como un conjunto de sim- bolos, simbolos significantes en su pro- pia terminologia, que ordenan la per- cepcién y la vivencia humanas. Para ambos autores, la cultura da forma ala experiencia y direccién a los sentimien- tos y la accién de las personas; aunque en el caso de Douglas, mas ligada a la tradicién del funcionalisme, la signifi- cacién de lo percibido se da como un proceso colectivo, mientras que para Geertz éste sucede en la esfera indivi- dual (Ingold, 2000). Los planteamientos del construc- tivismo se diferencian poco de las pro- puestas provenientes de la psicologia en el sentido de que establecen una dis- tincién entre la recepeién (lo fisico) y 1a organizacién (lo sociocultural) de lo per- cibido. Seguin Ingold (2000:159) esto produce una visién de la pereepcién como un problema de dos fases: la pri- mera involucra la acogida de los esti mulos e informacién por el individuo, la segunda, la organizacién de esos datos en un conjunto estructurado de representaciones. Dada la enorme influencia del cons- tructivismo en la antropologia de las ultimas décadas (Milton, 2002), una buena parte de las definiciones sobre percepcién ambiental generadas en la antropologia mexicana estén profunda- mente ligadas a esta escuela de pen- samiento, Una de ellas, propuesta por Vargas Melgarejo (1994: 50), se ajusta de forma exacta a esta vision bifasica de la percepcién entendiéndola como: “la forma de conducta que comprende el proceso de seleccién y elaboracién simbélica de la experiencia sensible, que tiene como limites las capacidades bioldgicas humanas y el desarrollo de la cualidad innata del hombre para la produccién de simbolos”. Los trabajos de Arizpe et al. (1993), y Lazos y Paré (2000), parten de la de- finicién de percepcién aportada por Whyte, quien la define como: “la expe- riencia directa sobre el medio ambien- te L...] y la informacion indirecta que recibe (un individuo) a través de otros individuos, de la ciencia y de los medios masivos de comunicacién”. (Whyte, 1985 en Arizpe et al., 1993), Nuevamente, la definicién anterior distingue entre dos elementos de la percepcién: uno directo proveniente de Ja experiencia individual y otro indi- recto que se origina en la interaccién social. El componente directo de la per- cepcién se asocia con la actividad sen- sorial del ser humano, ya que la autora concibe a la percepcién como un proce- so de cuatro componentes: la percep- cién sensorial que indica el nivel indi- vidual, asi como las actitudes, el flujo de comunicacién, la categorizacion y el juicio que representan la interaccién de lo individual y lo social (Lazos y Paré, 2000). Al establecer esta distin- cién, el componente directo de la per- cepcién carece de significado o es ininte- ligible de manera aislada, por si mismo. La nocién de Whyte mantiene, por lo tanto, la dicotomia entre la recepcién 78 de estimulos y su organizacién en un esquema de representaciones o signi- ficados y la condicién bifisica de la per- cepeién. Las definiciones reelaboradas por Arizpe et al. (1993) y Lazos y Paré (2000) asumen el doble rasgo de la percepcién, y centran su andlisis en la segunda fa- se del proceso: la asignacién de signi- ficados. Al igual que Douglas, para es- tas autoras el nticleo de la significacién se halla en la esfera de lo social y lo colectivo como eje estructurante del co- nocimiento. Esto es particularmente evidente en el trabajo de Arizpe et al. (1993: 14), quienes proponen el térmi- no percepciones sociales para enfatizar que la comprensién del mundo “se va construyendo a partir de los intercam- bios sociales de informacién, conflicto 0 alianza con otros individuos y grupos sociales” Lazos y Paré (2000) y Lazos y Godinez Guevara (2001: 7), aunque uti- lizan s6lo el término pereepcién y lo ex- plican como “el conjunto de compren- siones y sensibilidades de una sociedad sobre su ambiente natural”. A partir de la revision de estos tra- bajos es posible afirmar que en el ém- bito de la antropologia mexicana la percepcién ambiental es entendida, ba- sicamente, como un proceso social de asignacién de significados a los elemen- tos del entorno natural y a sus cursos de transformacién y/o deterioro. Este punto de vista que, como mencioné, asume la inexistencia de una realidad objetiva, ha sido muy importante para demostrar que procesos de degradacién ecolégica como la deforestacién, la con- taminacién y los cambios climéticos son comprendidos e interpretados de formas muy diversas por distintos sec- tores de la sociedad; y que en muchos casos, atin cuando los sectores cientifi- cos e intelectuales se han dedicado a difundir el riesgo que detectan en este tipo de dindmicas, las comunidades e individuos pueden verlos como proce- sos que no son en si mismos negativos, o simplemente, ni siquiera los identifi- can (Durand, 2000, Arizpe et al., 1993; Lowe y Riidig, 1986; Ellen, 1989). Lo anterior indica que, como mencionan Keck y Sikkink (2000: 170): el ambien- talismo no es una serie de principios aceptados universalmente como un marco dentro del cual pueden volver a configurarse las relaciones sobre el uso de los recursos, la propiedad, los dere- chos y el poder”. Es necesario mencionar que la defi- nicién de percepeién que impera en los trabajos mencionados parece, no obs- tante, mantener la dicotomia entre am- biente y cultura, un nudo disciplinario que muchos antropélogos han tratado de desatar desde las primeras décadas del siglo xx (Escobar, 1999; Durand, 2002b). Al entender el ambiente como una construccién cultural o resultado de un proceso de asignacién de signifi- cados, el concepto de percepeién am- biental al que me he referido distingue los dominios de lo natural y lo humano y establece a la cultura como el factor determinante de la relacién, En este sentido la indicacién de Julian Steward (1973), quien afirma que los enfoques relativistas de la década de 1920 sobre la relacién ambiente y cultura, man- tienen lo ambiental relegado a un se- gundo plano y, en un papel pasivo, po- dria atin ser valida. De Ine percepciones a las porspectivas ambientales 79 De acuerdo con Ingold (1992; 2000) el gran problema de las posturas cons- tructivistas reside en el hecho de que sus supuestos fundamentales se hallan en contradiccién. Si las relaciones en- tre los seres humanos y la naturaleza estan mediadas por la cultura, la natu- raleza sin la cultura se convierte en una entidad carente de significado y por lo tanto inexistente, incapaz de ser definida. De manera que la cultura es despojada de cualquier tipo de susten- to sobre el cual puedan desarrollarse los significados, abandonéndonos a la suposicién infértil para aquellos intere- sados en el campo de la antropologia ambiental, de que la cultura proviene de la cultura (Steward, 1973). Milton (1996) resume esta dificultad en la si- guiente pregunta: {como podemos estu- diar las visiones que construyen las personas acerca de la naturaleza cuan- do somos incapaces de definirla? Por otro lado, el énfasis en el cons- tructivismo y su visién antiesencialista de la naturaleza sobrestima la capaci- dad del hombre para influenciar su en- torno natural, pero al mismo tiempo debilita el poder de transformacién so- ciocultural de la naturaleza (Stonich, 1999). Un buen ejemplo de esto son los movimientos sociales y Ja efervescencia civica que se desencadenaron a partir de los sismos de 1985 en la ciudad de México. Parece necesario, entonces, en- contrar un balance entre la construc- cién sociocultural de la naturaleza y la construccién natural del entorno social y cultural (Stonich, 1999). Una posible ruta para lograr el equi- librio anterior reside en considerar que el entorno natural tiene la capacidad de influir a los individuos directamen- te, mas alld de su experiencia social, sin el filtro de la cultura. Para ser con- gruentes con esta idea necesitamos, como explica Ingold (1992, 2000), aban- donar la idea de que los seres humanos habitan un mundo culturalmente cons- truido en su totalidad, distinguiendo entre percepcién e interpretacién. En cierto sentido, esto equivale a expandir la distincién entre los componentes di- rectos e indirectos que se vishumbran en la definicién de percepcién aportada por Whyte (197, en Lazos y Paré, 2000). DISTINGUIENDO PERCEPCION EINTERPRETACION Las ideas de Ingold estén profunda- mente influidas por una corriente de la psicologia desarrollada a mediados de 1960 denominada psicologia ecolégica, donde J. Gibson destaca como su princi- pal exponente. Gibson se opone a la idea de percepeién que ha dominado Ja psicologia, que supone que nuestras inferencias del mundo son producto de la recepeion de estimulos, que se con- vierten en sensaciones que luego son organizadas e interpretadas. Al contra- rio, considera que esta idea no toma en cuenta la interaccién activa que, en bus- ca de informacién, se establece entre los organismos y su entorno natural (Darley et al., 1990). Consideremos, por ejemplo, el hecho de dar un paseo por alguin sitio. Desde la psicologia mas tradicional o cognitiva nuestra percep- cién del lugar se construye a partir de Ios estimulos que recibimos, como la luz 0 los olores. Sin embargo, durante el 80 Leticia Durand paseo estamos en continuo movimien- to, avanzamos, nos detenemos, voltea- mos, volvemos atrés, de tal forma que los haces de luz que provienen de los objetos que nos rodean o las moléculas que estimulan nuestra nariz estan siempre en transformacién, pues lle- gan a nosotros desde distintos planos, ‘Angulos y distancias producto de nues- tro trénsito. Para Gibson, entonces, no es posible considerar a la percepcién como un prerrequisito de aecién siendo més bien la accién en sf misma e impli- cando un proceso de exploracién, ajuste y Teorientacién continuo (Ingold, 2000). Si la percepcién es accién, lo que perci- bimos est en funcién directa a la for- ma en Ja que actuamos y percibimos aquello que los objetos nos ofrecen en el contexto de la accién en la que nos encontramos. Lo que se produce, entonces, a través de la percepeién, no son representa- ciones del mundo sino habilidades para manejarse en él, lo que da cabida poste- riormente a Ia posibilidad de explicar y describir las acciones discursivamen- te a uno mismo y a los otros, es decir, de interpretar (Ingold, 1996). Puede de- cirse entonces que la cultura, conforma- da por percepciones ¢ interpretacio- nes, hace referencia a todo aquello que existe en la mente de las personas, pero dado que mucho de lo que pensamos, sentimos y sabemos proviene directa- mente de nuestra propia experiencia en el mundo, esto es, de la percepeién, la cultura no sélo es una construccién social (Milton, 1996). Las diferencias que podemos hallar en la forma en que las personas y grupos sociales perciben e interpretan su entorno pueden expli- carse por la experiencia social que“edu- ca nuestra atencién” o nos hace mas sensibles a ciertos ofrecimientos (affor- dances) del entorno (Ingold, 2000). La definicién de cultura propuesta que surge de la distincién anterior, ofrece dos ventajas para la antropo- logfa ambiental y, en particular, para lo que hoy conocemos como estudios de percepeién ambiental, En primer lugar, retoma al ambiente como un compo- nente activo de la percepcién estable- ciendo una diferencia crucial con el en- foque constructivista, al plantear que Ia interaccién social no es la vinica fuen- te de informacién con significado que existe sobre el mundo. La distincién en- tre pereepcién e interpretacién nos per- mite considerar a la naturaleza en sf misma como fuente de significado, impide diferenciar 1a accién de la per- cepeién del contexto 0 el entorno en el que se produce y considerar la posibil dad de estudiar tanto los impactos na- turales sobre los grupos humanos como la relacién contraria (Milton, 1996). La importancia de este punto radica en vi- sualizar que los resultados de la per- cepcién no son estructuras simbélicas cada vez més complejas, sino un nuevo estado del individuo y del ambiente de esa persona. En segundo lugar, dado que la cultu- ra proviene de la experiencia misma de la existencia no puede ser concebida como un intermediario entre lo natural y lo social, siendo mas bien una forma de situarnos en el mundo. No existe di- visién alguna entre naturaleza y cultu- ra pues uno moldea al otro en el curso del proceso de vida, lo que nos libera de Ja dicotomia entre el mundo real (natu- De las percepeiomes a las perspectivas ambientales raleza) y el socialmente construide (cul- tura), y nos permite entender al hom- bre y la naturaleza como entidades inseparables tanto en su definieién co- mo en su relacién (Descola y Palsson, 1996). Esta idea permite poner fin al intento de discernir si es la naturale- za la que moldea a la cultura o la cul tura la que imprime significado a la na- turaleza, uno de los debates centrales de la antropologia del siglo xx (Durand, 2002), para preocuparnos por las for- mas de crear ambiente considerando como punto focal, las variaciones entre y dentro de grupos sociales (Milton, 1996). Desde este punto de vista, los conflictos sociales asociados al uso y manejo de los recursos naturales no surgen sdlo de la contraposicion de diferentes discursos en torno a la natu- raleza, sino del enfrentamiento de am- bientes distintos que definen la condue- tay la postura de los diversos actores involuerados (Stonich, 1999). HACIA LAS PERSPECTIVAS: AMBIENTALES Si aceptamos la posibilidad de distin- guir entre pereepcién ¢ interpretacién, el término percepcién ambiental que presenté al inicio de este ensayo, no parece adecuado para referirnos a las formas de vivir o entender la naturale- za, pues estariamos haciendo referen- cia, en términos estrictos, al conoci- miento que proviene de la experiencia directa y olvidando su reestructuracién a partir de la experiencia social o su in- terpretacién. Elementos que por lo de- més serian imposibles de distinguir empiricamente (Milton, 1996). En este 81 sentido, el concepto de perspectiva ambiental (Durand, 2000), puede ser util para aclarar la relacién entre cul- tura, percepcién e interpretacién, en el estudio de la dimension social de la problematica ambiental; ayudando a manejar de manera coherente Ia exis- tencia de diferencias en la concep- tualizacién del entorno natural y su transformacién en el interior de grupos culturales, asi como las semejanzas en- tre grupos aparentemente distintos. La existencia de variaciones o dis- crepancias en las pereepeiones ambien- tales es un resultado comtn de este tipo de estudios (Redford y Stearman, 1993; Arizpe et al., 1993; Kaus, 1993; Matzumoto, 1996; Hill, 1998; Haenn, 1999; Gillingham y Lee, 1999; Mehta y Kellert, 1998; Pyrovetsi y Daoutopou- los, 1997; Durand, 2000; Lazos y Paré, 2000; Lazos y Godinez, 2001; Durand, 2002b). En México, por ejemplo Arizpe et al. (1993:150) nos dicen que: “El andlisis del trabajo de campo [...] hizo emerger el siguiente mapa de posicio- nes de los habitantes de la selva lacan- dona con respecto a la deforestacién: la campesina dependiente, la campesina independiente sustentabilista, la con- servacionista, la desarrollista, la anti- campesinista y la fatalista”; diferen- ciadas con base en la relacién entre la concepcién de desarrollo y los cambios ambientales, la relacién hacia el Estado y la capacidad de cambio observada en los participantes en procesos sociales. Estos resultados son congruentes con la amplitud geogrdfica de la zona suje- ta a estudio, caracterizada ademas por una gran diversidad sociocultural; sin embargo, cuando la escala de andlisis 82 Leticia Durand se reduce a poblaciones que comparten rasgos culturales y socioeconémicos, las discrepancias entre las percepciones se mantienen. Lazos y Paré (2000: 108) ex- plican, con relacién a Ja pérdida de los recursos naturales vivida por los habi- tantes nahuas del municipio de Tata- huicapan (Veracruz), que “para algunos estas pérdidas reflejan un paisaje tris- te, una tierra cansada y agotada; no obstante, para otros, estas pérdidas son minimizadas frente a las posibilidades de una regeneracién natural o de una liberacion de los recursos perdidos des- de el interior de los cerros. Como ve- mos, las percepciones de la poblacién sobre esta desolacién van de extremo a extremo”, Del mismo modo, al enfocar Ia atencién hacia sujetos sociales parti- culares como las mujeres, Godinez y Lazos (2002: 26) explican que dentro de una comunidad nahua, “a pesar de que todas las mujeres perciben el agota- miento ambiental y todas han mostra- do una actitad pasiva, el sentir de cada generacién al respecto es muy diferen- te. Mientras que para las ancianas la mengua de los recursos es un proble- ma grave que les genera angustias, |. Jas mujeres jovenes lo ven como algo indiferente en la medida en que es con- secuencia del progreso del pueblo”. Las diferentes concepciones sobre el deterioro ambiental reportadas en los. estudios anteriores, representan en sentido estricto formas distintas de ver y actuar en el mundo que existen den- tro de grupo sociales, sin embargo, el término percepcién ambiental tiene di- ficultades para enmarcar esta comple- jidad. Si las percepciones se construyen socialmente y si existen elementos cul- turales consistentes que nos permitan definir a un conjunto de personas como tun grupo sociocultural, es decir, como mujeres nahuas o campesinos de la sel- va Lacandona, je6mo puede explicarse que esos elementos que proporcionan identidad y cohesién al grupo como tal no tengan la suficiente fuerza para ho- mogeneizar las percepciones? Al pare- cer sucede que las vivencias indivi- duales son de suma importancia en la conformacién de las pereepeiones sobre la naturaleza, Las experiencias perso- nales, las historias familiares, los re- cuerdos, las amistades se producen en un contexto social pero sus huellas se imprimen en las personas y no en la so- ciedad o el grupo cultural en su conjun- to. Asi, se torna necesario afirmar que los portadores de las concepciones del entorno natural son en realidad los in- dividuos y no el grupo cultural en con- junto. Sin embargo, las diferencias indi- viduales no implican que una persona doje de formar parte de conjuntos socio- culturales mas amplios como los gru- pos 6tnicos, los credos religiosos 0 las nacionalidades. Lo que si implica es que estos conjuntos sociales, que pue- den ser identificados como culturas 0 identidades culturales especificas —so- bre la base de ciertos rasgos, por demas arbitrarios, que consideramos centra- les- estan diferenciados en su interior por formas diversas de crear ambiente, lo que Milton (1996) denomina pers- pectivas culturales; independientemen- te de si hablamos de una pequefa comunidad rural o de una nacién. A par- tir de la propuesta de Milton (1996) pue- do referirme entonces a las perspecti- vas ambientales como el conjunto de De las percepeiones a las perspectivas ambientales normas, supuestos y valores que resul- tan de la vivencia del entorno natural y permiten comprenderlo y explicarlo. El concepto de perspectivas ambien- tales aporta algunas otras ventajas sig- nificativas. Por un lado, al considerar que no todo en la cultura se construye socialmente, es decir que existe la per- cepeién directa como un proceso que genera conocimiento y experiencia; los fenémenos que suceden dentro de la es- fera individual cobran importancia, y se torna mis facil comprender la exis tencia de diferentes visiones o viven- cias del entorno dentro de un mismo grupo cultural. Partimos, entonees, de una relacién entre las perspectivas am- bientales y las identidades culturales mucho mds compleja, donde en ciertos casos una identidad cultural implica cierto entendimiento particular del mundo pero, en otros, una pluralidad de perspectivas (Milton, 1996). De esta forma evitamos elaborar juicios y su- puestos a priori sobre qué es y cémo es comprendido por determinados grupos culturales, lo cual ha sido una desven- taja constante en trabajos de corte et- noecologico que establecen como una caracteristica de las culturas “tradi- cionales” (rurales no occidentalizadas) su equilibrada relacion con el entorno natural (Durand, 2000; Denevan, 1992), caracterizando desde el inicio el tipo de perspectiva que prevalecen en estos grupos. Una ventaja mas es aquella consi- dercién de que son los individuos los portadores de las perspectivas ambien- tales, y que éstos tienen la posibilidad de moverse dentro de un espectro geo- grdfico en el que el contexto social, cul- 83 tural y econémico se transforma, las perspectivas ambientales sé mantienen como un elemento cultural pero sin es- tar ancladas 0 pertenecer de manera exclusiva a una identidad o grupo cul- tural. Esto nos expliea, cémo es que muchos de los ideales y acciones del ambientalismo sean adoptados y re- construidos por grupos culturales tan diversos como los caucheros del Ama- zonas, las clases acomodadas de los paises del norte, los indigenas cafetale- ros del sureste de México, o las pobla- ciones urbanas marginadas de El Cairo en Egipto (Ford Foundation, 2002; Leff et al., 2002; Inglehart, 1996). Las perso- nas preocupadas por las condiciones de su entorno natural comparten esta perspectiva ambiental, pero pertenecen a culturas diferentes al igual que los catélicos, los pacifistas 0 los que luchan contra la globalizacién. Es notoria, la posibilidad que tienen las perspectivas ambientales de moverse en el espacio geograifico y cultural, como una conse- cuencia de la globalizacién, y de pro- ponernos el estudio de la forma en que las perspectivas ambientales son influi- das, modificadas o creadas por estos procesos recientes de interaccién eco- némiea y social. CONCLUSION Una caracteristica de los problemas de dogradacién ecolégica es que no estén limitados a las fronteras yeopoliticas de las naciones, estados 0 regiones, y que sus consecuencias se resienten mas allé de los sitios en los que se originan. Esto trae como consecuencia que atin en problematicas de corte muy local, Leticia Durand esté generalmente implicada una di versidad de actores con posiciones e in- tereses distintos, lo que nos lleva siem- prea hablar de la necesidad del didlogo y la cooperacién como elementos indis- pensables en la busqueda de solucio- nes, La antropologia puede, en este sen- tido, transformarse en herramienta titil para hacer que todos los discursos sean audibles y comprensibles; puede ayu- darnos a hacer que los entendimientos de otros se traduzean en términos que as personas, que no son esos otros, puedan también entender (Rappaport, 1994 en Puntenney, 1995). Los otros a los que me refiero son obviamente aquellos sectores de la poblacién mas marginados: los indigenas, los nifios, Jas mujeres, los ancianos, los producto- res de subsistencia. Pero igualmente es necesario tender estos puentes de co- municacién entre y dentro de los secto- res cientificos, la clase politica, los em- presarios y los ambientalistas, pues aqui también existen graves lagunas de comprensién (Einarsson, 1995; Year- ley, 1995). La necesidad de didlogo y la coo- peracién son sin duda resultado de la cocxistencia de perspectivas ambien- tales distintas 0, como mencionan Leff et al.(2002),de la convivencia de lo di- verso. Si la mayor parte de los habi- tantes del planeta experimentaramos la naturaleza de forma similar, seria todo mas sencillo, pero el hecho es que no es asi. No obstante parece que las soluciones institucionales, técnicas y cientificas a los problemas ambientales serdn siempre parciales en tanto no lo- gremos modificar los valores, los estilos de vida y las précticas derivadas (Kley- mayer, 1994; Puntenney, 1995), cuyas consecuencias tratan una y otra vez de ser abatidas mediante medidas de re- gulacién. Quiz al hablar de valores existe la tentacién romantica de pen- sar que hemos perdido valores que antes caracterizaban a las sociedades humanas y que les permitian portar una ética ambiental (Kleymayer, 1994), cuya existencia actual reconocemos en muchas culturas no occidentalizadas. Esto puede ser cierto, incluso cuando conductas sociales que son ambiental- mente equilibradas pueden derivar de situaciones que nada tienen que ver con la ética. Sin embargo, la dificultad estriba en la idea de que a partir de la recuperacion y diseminacién de este tipo de valores olvidados podremos en- frentar los retos de la crisis ambiental. La inoperancia de argumentos de este tipo radica en el hecho de que la diver- sidad es practicamente un rasgo esen- cial de las sociedades humanas, que es- tén siempre en continuo movimiento y cambio. El derrumbe de las practicas religiosas o la secularizacién no se pre- senté como una consecuencia de la modernidad tal y como se habia previs- to, y hoy en dia cuando la globalizacién impera con su influencia estandari- zadora vemos resurgir en muchos luga- res del planeta las identidades locales (Giddens, 2000; Leff et al., 2002). Todo parece indiear que la comunidad hu- mana seguir siendo culturalmente di- versa. Las diferencias quiz no sean las smismas, pero estardn presentes, Es di- ficil pensar que podamos proteger las caracteristicas del entorno ecoldgico a partir de la construccién y disemina- cién de valores universales. Si la cultu- percepeiones a las perspectivas ambientales ra es vista como un recurso importante en Ja lucha por la conservacién am- biental es justamente porque nos plantea alternativas, caminos distintos (Kleymayer, 1994; Milton, 1996). El estudio de las perspectivas am- bientales puede ayudarnos a explicar cémo algunas personas o grupos socia- les producen su ambiente de una u otra forma, qué es exactamente lo que apre- cian o rechazan, y cémo estas experien- cias determinan lo que se considera ambientalmente adecuado o permitido. Con este tipo de conocimientos es posi ble dejar de pensar en la sustentab dad como un objetivo monolitico, y comenzar por la construceién de diver- sas sustentabilidades. No necesitamos una perspectiva ambiental universal que abrace la busqueda de sustentabi lidad como valor primordial, el gran reto para la antropologia se encuentra en su capacidad para adecuar la sus- tentabilidad a la multiplicidad de pers- pectivas ambientales que caracteriza a as sociedades humanas. BIBLIOGRAFIA. nize, Lourdes, Fernanda, Paz y Marga- rita Vat Asquez (1993), Cultura y cambio global: percepciones sociales sobre la defo- restacién en [a selva Lacandona, Cuer- navaca, Miguel Angel Porniia/criv-UNaM, Daaey, J.M., S. GLUCKSBERG ¥ RA. KINCHLA (1990), Psicologia, México, Prentice-Hall Hispanoamericana. DeNevan, W. M, (1992),"The prystine Myth: the landscape of the Americas in 1492”, Annals of the Associations of American Geographers, vol. 82, ntim. 3, pp. 369-385. 85 Desco.a, Philippe y Gisli PaLsson (1996), “Introduccién” en P. Descota y G. PALs- SON (eds,), Nature and society: Anthropo- logical perspectives, London, Routledge. DOUGLAS, Mary (1988), Simbolos naturales. 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