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ae Las pequenas cosas tienen vida a Abuela perdié el Dedal ¥ eché la culpa al Gato. Arturo perdié un Dardo y sospeché de su hermana Lis, Mama perdié un Carrete de seda ul y dijo: «Es el Duende Familiar». Papa perdié un Dado y el pequeiio Tito, hermano de Arturo y de Pago el Pato. Eleanor perdi un Anillo, aquel dia vio una Urraca y penso mal de ella. Miranda perdié una Carta de Amor y acusé al Viento. EI Abuelo perdié la Boina y suspiré: «Un dia perderé la jeabeza». carta, cogié las Palabras de Amor y dej6 que el papel en blanco siguiera su vuelo. El Dedal, el Dardo, el Carrete, el Dado, el Anillo, la Carta de Amor y la Boina se encontraron un dia y, como no tenian mucho que hacer, hablaron de sus respectivos duefos. Lo mejor del caso fue que tambien aparecieron algunos de los acusados: el Gato, que sentia predileccién por aquel lugar. La Escoba que al barrer barrié el Dado. El Pato, a menudo pagado por el mas inocente. La Urraca que sentia atraccién por las joyas y el Viento, que efectivamente se lievo La Boina, ya muy vieja pero atin itil, cubria por las noches a sus huevos amigos para que no se n ni se perdieran de nuevo. sonrefa cada vez que un nuevo compafiero se incorporaba al grupo. El podia hacer crecer a la Boina a voluntad; por el momento tenia el tamafio de una rueda de bicicleta. 8 ° —— —El tinico que no ha echado las culpas a nadie es ‘el Abuelo —dijo el Gato—. Tengo ganas de coger la Boina y devolvérsela. iAb, no! —suplicé la Urraca—. Si ti devuelves la Boina me veré obligada a devolver la Sortija y no quiero. La Urraca tenfa un bonito plumaje blanco y negro, mejor dicho, negro y blanco. Su voz no resultaba agradable, en cambio se ofa a muchos metros de distancia. Vivia en lo alto de una encina y como le gustaba hurgar en la pinaza del bosque, fue allf donde encontré la Sortija de Eleanor. Sus erias, las urraquitas, intentaron_probarse la Joya, pero era demasiado grande para ellas, de modo que se limitaron| a hacerla rodar. La Urrac: miedo a que la perdieran, la escondié debajo de Ia Boina. —_ == —2Y 1? —pregunts la Urraca al Gato—, ;por qué no devuelves el Dedal a la Abuela? El Gato se atus6 los bigotes. —Siento mucho habérmelo Hlevado, pero si la Abuela fuera Gato sabria Jo emocionante que resulta jugar con un dedal, EI Dedal tuvo algo que decir; apreciaba el calorcillo de Ia Boina, sin embargo, echaba de menos el llodoveo, y la mania de las boinas, Pero Clodoveo, hombre, quitate la poina al menos para dormir», le ecia la abuela quien, con los anos, bien habia perdido su nombre, ‘odos Ja llamaban Abuela y no osabel, como efectivamente se lamaba. Pero no podia acusar a adie de la pérdida de su nombre, orque lamarse Abuela le parecia mejor del mundo. Lo de Rosabel wlenecia a tiempos lejanos. Dijo con cierta nostalgi —Me compré el Abuelo durante su viaje de novios. Podria contar mil cosas porque la Abuela, mientras cosfa, rumiaba un montén de historias que sucedieron y otras mil que se invent6. Result6 buen marido aquel Abuclo que tenia un bonito nombre, 3 —— Saees Cuando Ia Abuela perdié el Dedal, el Abuelo se crey6 en la obligacién de comprarle otro nuevo. —Se parece, pero no es el mismo —dijo ella cuando se lo probé—. Y me viene muy justo. EI dedo se hard a él, mujer. —Los dedales no dan de sf, Clodoveo. Y mis dedos son demasiado viejos para amoldarse. Ademés, aquel dedal me trafa suerte. El Dedal afirmé que Rosabel le encontraba mil cualidades. Metié su cuchara el Pato. —Bah jun dedal! Los Grandes ‘Almacenes estén repletos de ellos. Docenas y docenas de dedales: no te creas nico. —No, si yo... —tartamuded el Dedal, brillante por el uso y poco onl: ces igo: perder un dedal es algo que beurre todos los dias. Lo de jiranda es mucho peor. Bah! —repitié el Pato—. cA wien se le ocurre leer una carta de mor en la ventana? iQué enorme lentacion para el Viento! 41 Viento sonrié modestamente. fabia hecho un montoncito con odas las Palabras de Amor y las bia escondido bajo la gran Boina onde todo cabia. Ni una coma se amigo de hacerse notar— es 10 quepubia perdido. El Duende intervino: —Hay que tener mucho cuidado con las cartas de amor. La Abuela todavia las conserva en su escritorio, bien ataditas con una cinta de seda que empieza a amarillear. También la tinta ha ‘empalidecido, pero la Abuela se sabe de memoria las palabras y eso es lo importante. —Asi es —dijo el Dardo—. Has dado en el blanco. El Duende se esponjé de gusto Pero no dijo esta boca es mia, El Carrete de seda azul se pregunts @ santo de qué se encontraba all, unas veces a la intemperie bajo un cielo tan azul como él y otras bajo aquel extrafio refugio que olfa a ser humano. El no necesitaba calor. El se sentfa satisfecho de su suerte: era Util. Antes de pasar la hebra por el ojo de la aguja, la costurera la mordia suavemente para afinarla. in aquel momento creia ser un amelo. Luego, puntada tras mada, iban naciendo prendas: ilas, blusas, vestidos, ropas de pus. No todas las agujas eran iuuuales, ni hablar. Las de maquina le Coser eran distintas de las de # @ mano. Las primeras iban @loces y todos los puntos eran, sin luda, idénticos. Costuras sin fin Wwe se hacian en un momento. La osluura a mano requeria mas 6 - tiempo. Habia que pinchar la tela deslizar la hebra puntada tras puntada. A veces se hacian nudos aquello ponia a la hebra de muy mal humor. Y también a la costurera. {Cémo podian hacerse aquellos burujos, asi, tan de repent y sin razon alguna? «Estos hilos n valen nada —decia la costurera—. No valen un pimiento. Todo son burujos». El Carrete de seda azul sabia, al igual que sus hermanos, que un dit acabaria en nada. Se gastaria hebr tras hebra, iria dejando trocitos de su vida en una almohada, en una blusa, en una servilleta Enflaqueceria hasta ensenar los huesos y entonces iqué seria de él EI Carrete de seda no sabia cual era la suerte de los suyos una vez acabados. Se lo pregunté al Dueni al fin y al cabo él era el responsabl y le parecia muy competente. Oye, amigo, tadonde va un carrete Jeuando se le termina el hilo? Al Duende le pillé por sorpresa 1a pregunta. «A la basura» estuvo a punto de decir, pero el Carrete era an joven, tan inocentén que le parecio un crimen decirle la verdad, Pues veras —contesté—, es bien encillo. Cada carrete va con su color, El verde al prado, el gris a 18 —La costurera, cuando hablaba de 7F BIO mi, decia siempre «azul cielo». —Pues nada, no lo dudes. Iras al cielo. El Gato guiné un ojo al Duende y sonrié discretamente. Fuga de palabras 1 Dado y el Dardo no podfan verse ni en pintura, n tramposo —decia el Pardo al Dado—, un farolero. Tienes seis caras 'y todas distintas. No puede uno fiarse de ti porque siempre vas a la tuya. Igual da que fie eche un tonto que un listo. Mira quien habla —contest el Dado muy nervioso—. Yo juego O se tiene suerte 0 no se iene. ‘Tener suerte es una gran leosa, amigo. | Par, paz —aconsej6 1a Boina, lilo sudorosa—. Caramba, qué . EI sol calienta’ mas que lis calva del Abuelo. A ver si HeontraMOS uN retal de sombra, LY ne fue. Lo que pretendia la Boina era distraer a los dos peleones. Habia aprendido a desplazarse y lo hacia fa saltos, como las ranas, pero sin la agilidad de éstas. Plof, plof, plof y se iba a un rincén tranquilo en donde no hubiera discusiones. El Dardo y el Dado quedaron al descubierto, a pleno sol. Lo mismo el Carrete, la Sortija, el Dedal y las Palabras de Amor. El Pato grazn6: —Ahora sf que Ia hemos hecho buena. Si se escapa la Boina estas pequefias cosas se perderdn para siempre. Son unos insensatos. Era cuestion paciencia. Unos dias mas y cada wuelo hubiera encontrado su no hay mochuelo © —protesté la Urraca con su ada. un decir, mujer —interrumpié o--. Yo tenia un plan, pero den es el peor de los 24 2s —_9G WY”. El Dardo salt6 y fue a clavarse en el tronco de la encina. —Buen tiro —aprobé el Duende. —A esto Io Hamo yo suerte —corrigié el Dado. El Duende movié la cabeza de derecha a izquierda, —No es suerte, es maia, El Dardo tembl6 de gusto y las seis caras del Dado enrojecieron levemente. —Si no os importa —sugirio el Pato— voy a darme un chapuz6n en el rfo. ¢Alguien quiere acompafiarme? Se miraron unos a otros. El Pato aquél tenia cada ocurrencia... Ni el Dado, ni el Dardo, ni el Dedal ni la Sortija, ni el Carrete ni la Boina sabjan nadar. Era una metedura de | y de las grandes, haber y todos callaron. © de pronto se oyé un rumor, tuidito alegre parecido al que Jas cuentas de cristal al de un bolsillo. Eran las de Amor. —998 wyw. —Cunto nos gustarfa pasearnos Por el rio —decfan las Palabras —, Es un buen sitio, um hermoso pasa intencién. Crey6, tal vez, que la hoja no valfa nada. Y vaya si val( Convertida en barquito hubiera Podido navegar por aquel rio de agua mansa y fondo arenoso, FI Viento se sintiG muy culpable, Incluso Moré un poco. on SY%: ¥AVa —dijo el Duende, q en aquellos momentos colgaba de rama de un chopo igual que un mico—, no Io hiciste con mala intenci6n, pero la verdad es que h dejado a las Palabras en cueros y asf no se va a ninguna parte. ¥ el Dedal se miraron ilo del ojo. Ellos eran de ¥ plata respectivamente. importantes. Una enorme suerte, lo. 28 » iii —9B wUY. —He de encontrar una hoja de papel —murmuré el Viento. Y el Duende cabeces maliciosamente y luego dijo al Pal 1 Pato lanz6 una carcajada. Ni que fueran piedras. —Un momento. Ya tengo la solucion. En aquel lugar habia mil cosas inservibles 0 que lo parecian. Hoj de papel, no, claro. Una hoja de Papel requiere un lugar... un lugar muy preferente y aquel no lo era. Pero si habia bolsas de plastico bastante buen uso. El Duende cog la mas suave y a pufiaditos fue metiendo dentro de ella las Palabras de Amor sin olvidar uni coma. Luego cerré bien la bolsa con un cordoncillo. —Supongo que no tendras inconveniente en pasearlas un p por el rio —pregunt6 al Pato—. iPodras con ellas? 30 até la bolsa al cuello ¥y @ste por poco da con el tierra. Las Palabras de Jo visto, pesaban como a —VvYe wy —iDiantres! —exclamo mientras trastabillandose se dirigia al rio—. Cuanto pesan estas malditas Palabras. Y parecian tan. poquita cosa. El Gato y la Urraca contemplaba al Pato desde la orilla. Ninguno d os dos era partidario de los remojones, en cambio bebieron de! aquella agua tan limpia y el Gato miro con apetencia los peces que brillaban sobre el fondo blanco de rio. —Volar, lo que se dice volar, no vuela —coment6 la Urraca con cierta presuncién y refiriéndose a Pato—. Pero en cambio nada mt bien. {Nadas ti? —pregunté al Gato. —Puedo nadar si quiero, pero no me apetece. Me he despertada con cistica. —iEres muy viejo? | —contesté ofendido el Estoy en mi plenitud. 8 eso? —pregunté la mejor de la vida, si ! Yo voy para vieja. eontemplé detenidamente a Fn efecto, entre el negro dian verse ciertas plumas 2 ” IO fuera por las canas. . Aquiera te tomaria por una urraca adolescente. MNo son canas, tonto. Soy asi. También ti eres blanco y negro. {Sabes una cosa? Los animales encanecemos jamas. El Gato se hizo el tonto. __No me digas. Entonces ilos blancos son blancos desde que hacen? Yo creia que eran Osos Viejos, cansados de vivir y de viajar... “Ni hablar —interrumpi6 la ‘Urraca. —Pero iqué disparate estan haciendo las muy Gesgraciadas! —exclamé de pron el Gato y pegé un brinco. No podia creer lo que veian st ojos. La Urraca sali flechada nido para proteger a sus crias: a4 GQ WY. Pato parecia ahogarse, las Palab de Amor se escapaban de la bolsa de plastico y se mantenian a flote, bailando de alegria, arrastradas rio abajo por la corriente. El Pato salié del rio graznando desesperadamente y medio voland medio corriendo fue a reunirse co sus companeros. Era menester avisar al Duende y al Viento. La Palabras corrian el riesgo de perdk la vida. CRS IRN oy F901 ii 7 eS. YY Cuando el Pato Ilegé donde sus amigos, le castafieteaba el pico. Tan nervioso que casi no podia hablar. —Las Palabras, las Palabras al fin decir a sus compaferos—. han escapado y van rio abajo. obres Palabras de Amor! —suspiré la Boina—. Si 36 il Pato severamente. fruncié el entrecejo y a del Pato. 37 GO WHY. Palabras no se hubieran escapado. Y tenfa raz6n, EI las hubiera ensartado, una tras otra sin olvidarse de una coma, con sus hebras de seda. De este modo ninguna se hubiera perdido. Al tirar de una seguirfan todas mientras que ahora jcualquiera las reunfa de nuevo! La boina peg6 un bote, plof, y dijo que las palabras, fueran 0 no de amor, tenfan tendencia a darse a la fuga. A veces los hombres Jamentaban haberlas dicho en un momento de ira o en un momento de ilusiGn, pero el mal era irremediable y la palabra campaba Por sus respetos. —No hay nada que hacer —susurrs a vieja Boina—. Es de esperar que esas infelices encuentren ripidamente una isla y otras cartas de amor Heguen, también, a manos ” de esa imprudente que las lee en la ventana. Al fin y al cabo, centenares de miles de cartas de lor han perecido entre llamas © debido a la carcoma del tiempo. Peor es mi suerte. La Sortija y el Dedal se arrimaron 4 Ia Boina, que parecfa muy. afectada, ~—Anda, mujer, alegra ese dnimo, ‘Tu duefio te echa de menos. Cualquier dia de estos recordaré donde te puso. No fue lejos de agut. Seguro, La Boina cabeces asintiendo. El Abuelo habfa salido para dar su Paseo cotidiano por aquellos andurriales tan hermosos. No se separaba jamés de su boina, pero aquel dia cra particularmente caluroso. Se tumbé bajo la encina, Se quité Ia boina y se enjugé la calva cuidadosamente. Sin prestar atencién —cada dia era més flaca su memoria— deposit6 1a boina sobre una piedra tan redonda y pulida como su cabeza. Y de un color pardusco igual que Ia boina. Como Ia vista no lo acompafiaba no Ia vio al regreso. Fue su mujer, PO WY Rosabel, la que al ver a su Clodoveo descubierto exclamé: « de Amor desperdigadas y colocarlas en orden sobre una hoja de papel —incluso para un buen Duende— era trabajo de chinos. Se fue rio abajo, rio abajo con la esperanza de encontrar por el camino alguna de las Palabras que le indicara el modo de reunirlas a todas, pero ni una sola quedo en las orillas ni tampoco en el hermoso dique construido por los castores. Le faltaba poco para la desembocadura del rio cuando vio en sus margenes un viejo con un cedazo. Se dirigié aél, —iQué haces, buen hombre? —Busco oro. EI viejo, atezado por el sol, le explicé que en el rio todavia podian encontrarse pepitas. Que sdlo era 9 ee cuestién de paciencia y él tenia de sobra. —Hiace treinta afios que lavo arenas. Tengo veintinueve pepitas, cuando encuentre la que hara treinta me retiraré y me daré la gran vida. El Duende lo miré con un poco de lastima. Pensé que veintinueve pepitas no compensaban veintinueve afios de vida, pero se callé. En el fondo el hombre no hacia dafio a nadie. El viejo miré al Duende sin extraflarse. Como si ver un Duende fuese la cosa mas natural del mundo. —iEres un enanito? —Ie pregunts al fin. —Si —contesté el Duende para no perder tiempo en explicaciones. —i¥ qué buscas en estas orillas? 7” —Unas Palabras de Amor perdidas en la mar. —Ya veo —asintié el viejo—. Ayer por la tarde se me Ilené el cedazo de ellas. —iNo guardaste ni una? —No. {Para qué? —Me hubieras hecho un gran favor. He prometido reunirlas de nuevo y creo haber confiado demasiado en mis fuerzas, El Duende se sent6 al lado del viejo. Tenia ganas de Horar. —iVas a ponerte a Iorar por algo tan tonto como unas palabras? iAnda ya! —Y al ver en los ojos - del Duende unas légrimas como pufios tuvo listima de él—. Vamos, hombre, ti no conoces el mar. Devuelve a la tierra lo que no le sirve. Las mareas no son mas que una limpieza a fondo, como quien dice. —Entonces? —Pues claro. Date prisa. O mucho me equivoco © todas esas palabras que buscas estén esperando que alguien las recoja. El Duende peg6 un brinco de alegria. Metié su mano en el rfo, sacé de él una pepita gorda como un huevo y se la dio al viejo. —Gracias —le dijo—. Vales un tesoro. El viejo se qued6 bizco. Aquella pepita, sf, era un tesoro. En la playa, enredadas entre algas secas, pechinas y caracolas, encontré las Palabras. Las pobres tiritaban de frio. El Duende se quit el gorrito y las Palabras se acomodaron dentro de él, mas contentas que unas pascuas. —Ahora es cuestién de encontrar una hoja de papel —les dijo mientras apretaba el gorrito contra su pecho para que no se perdiera ni una. En el camino de regreso encontré una papeleria y en la papeleria una hoja de papel. Llegé donde sus compaferos le esperaban en un abrir y cerrar de ojos. a Y el Viento sali6 volando. A partir de aquel momento fue todo bastante bien. El Gato se ocupé del Carrete y del Dedal que aparecieron en los respectivos costureros de la abuela y de la madre. El Pato lev al Dado en su pico y al Dardo bajo una de sus alas. Los dejé en el dormitorio de ‘Tito para que sus hermanos, Arturo y Lis, le dejaran en paz y el padre confesara que se habia equivocado al dudar del pequefio. Eleanor encontré el anillo en el joyero y se limits a decir:

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