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2. Elconsejero de principes Elcontesto florentino A principios de 1513 la familia Médici obtuvo su mas bri- ante triunfo. El dia 22 de febrero el cardenal Giovanni de Medici partio para Roma después de enterarse dela muerte de Julio Il, y el 11 de marzo sali del conclave de cardenales elegido Papa con el nombre de Leén X. En cierto sentido ello representaba un nuevo golpe asestado contra las espe- ranzas de Maquiavelo, al aportar una desconocida popula tidad al nuevo régimen establecido en Florencia. Giovanni tac primer florentino que legaba a ser Papa, de acuerdo con Luca Landlucei, el cronista contemporaneo, la ciudad lo celebré con fogatas y salvas de arilleria durante casi una se- ‘mana, Pero, en otro sentido, este curso de los acontecimien- tos supuso un inesperado golpe de fortuna, pues impuls6 al ‘gobierno a decretar una amnistia como parte del general re- ‘gocijo, y Maquiavelo fue puesto en libertad, ‘Tan pronto como salié de la prision, Maquiavelo co- rmenzé a buscar la forma de autorrecomendarse a las auto: ridades de la ciudad, Su antiguo colega, Francesco Vettori, 1. fr consrtno ne ntscres 4s habia sido nombrado embajador en Roma, y Maquiavelo le escribié repetidas veces urgiéndole « utilizar su influencia «a fin de poder obtener un empleo de nuestro senior el Papa» (C 244). A pesar de ello, se dio cuenta pronto de que ‘Vettori era incapaz o quizas se resista a ayudarle. Muy des- corazonado, Maquiavelo se retiré a su pequefia granja en Sant’ Andrea, para -segtin escribié a Vettori «permanecer lejos de cualquier rostro humano» (C516). A partir de este ‘momento comenz6 por vez primera a contemplar la esce ‘na politica menos como participante que como analista. Envi en primer lugar largas y bien razonadas cartasa Vet- tori sobre las implicaciones de la renovada intervencién de ‘espaftoles y franceses en Italia. Posteriormente como ex- plicé en una carta del 10 de diciembre—comenz6 a distraer su forzado ocio con la reflexion sistematica sobre su expe- riencia diplomatica, sobre la lecciones dela historia, y con secuentemente sobre el papel del gobierno. ‘Tal como se queja en la misma carta, se ve reducido «a vivir en una casa pobre con un menguado patrimonio».. Pero esti haciendo que su retiro resulte soportable reclu- ‘yéndose cada tarde en su estudio y leyendo historia clasica, ‘eentrando en las antiguas cortes de los antepasadose afin de «conversar con ellos y preguntarles por las razones de "sus actos», Ha estado también ponderando los puntos de sta que ha ido adquiriendo «en el curso de los cincuenta 3» durante los cuales «se vio implicado en el estudio del te de gobernar», El resultado, dice, es que che compuesto equeio libro Sobre los principados, en el que me sumo, profundamente como puedo, en disquisiciones acerca este asunto». Este epequefto libro» era la obra maestra “de Maquiavelo El Principe, que fue pergenado —como indi- cesta carta— en la segunda mitad de 1513, y completado Ja Navidad de! mismo ao (C 303-305). La mayor esperanza de Maguiavelo, como confiesa a Vettori, era que este tratado pusdiera darle notoriedad ante nuestros sefiores los Medici (C 305). Una razén para atraer de este modo la atencion sobre sf como lo muestra la dedicatoria de £1 Principe era el deseo de ofrecer a los Médici «algin tipo de prueba de que soy un stibdito teal» (3), Su inguietud por i inquina de éstos ha afectado nega- tivamente a sus modos de razonamiento normalmente ob- jetivos, pues en el capitulo XX de El Principe mantiene con {gran entusiasmo que las nuevas autoridades pueden espe- rar hallar «mds lealtad y apoyo por parte de aquellos que al principio de su gestin eran considerados como peligrosos, que de aguellos otros que lo eran como personas de con- fianza» (74). Puesto que esta afirmacién quedard comple- tamente contradicha en los Discursos (236), resulta dificil no advertir que un elemento de especial imploracién inter viene en este punto de los anilisis de Maquiavelo, sobre todo cuando repite ansiosamente que «no cesaré de recor- dar a todo principe» que «mds provecho» se puede esperar siempre de «aquellos que estuvieron satisfechos con el an- terior gobierno» que de cualquier otro (74-75). No obstante la principal preocupacién de Maquiavelo ‘era, naturalmente, dejar claro ante los Médici que élera un hombre digno de un cargo, un experto al que serfa insensa- to preterir. Insite en su Dedicazoria en que «para discernir ‘claramente» ta naturaleza de un principe, el observador no (Geter A tnlamo un principe, sino «uno Bel pueblo» (4). Gon su confianza usual anade que sus propias reflexiones ‘on, por dos razones, de valor excepcional. Hace hincapié envla amptia experiencia en los recientes asuntos» que ha adquirido a lo largo de «muchos aftos» y a través de «rmu- has inquietudes y peligros». Y sefala con orgullo el domi- no tedrico que del gobierno ha adquirido al mismo tiem- 4 i ‘poa través de la «continua lectura» de las antiguas historias indispensable fuente de sabiduria «sobre la que he refle- xionado con profuunda atencién durante largo tiempo» {3}-:2Queé podia, por tanto, ensefar Maquiavelo alos prin cipes en general, ya os Médici en particular, como resulta- do de su estudio y su experiencia? A quienquiera que aco- ‘meta la lectura de FI Principe por el principio podré pare- cerle que éste tiene poco mas que oftecer que un seco y ‘muy esquematizado analisis de los tipos de principado y Jos medios «para adquiriclo y mantenerlo» (42). En el capi- ‘tulo primero comienza aislando la idea de «dominio» y es: tablece que todos los dominios son srepriblicas o principa- dos, Inmediatamente da de lado el primer término, recal- ‘cando que por el momento quiere omitir cualquier tipo de -discusion sobre las reptiblicas e interesarse exclusivamente ppor los principados. Hace seguidamente la trivial observa- ‘cién de que todos los principados son o hereditarios 0 de ‘nueva creacién. Descarta nuevamente el primer término, ‘arguyendo que los gobernantes hereditarios encuentran 10s dificultades y consecuentemente necesitan menos cr lon, Cita elt peincpeor ce ruces \cién, distingue ahora los «totalmente nuevos» de aque- que «son como miembros unidos a la condicién here- litaria del principe que los conquista» (5-6). Se muestra gui menos interesado en la wltima clase, y después de tres elcapitulo VI, con el tema que evidentemente le fascina que ningin otro: el de los «principados completamen- muevos» (19). Vuelve a hacer aqui tna ulterior subdivi- mn de su material y al mismo tiempo introduce la que es izés la mas importante antitesis en toda su teoria politi- antitesis en torno ala cual gira el argumento de Fl Prin- 9. Los nuevos principados, manifiesta, son o bien adqui- _ SF = ridos y mantenidos «por mediaidelaspropias armas y de la Propia virnis, 0 bien «por mediowe las fuerzas de otro 0 sracias ala Fortuna» (19,22). = Volviendo a esta dicotomis final, Maquiavelo muestra ‘menos interés en la primenspexsbilidad. Afirma que aque- llos que han conseguido elpodera través de «su propia vir sy no a través de la Forttana» han sido «los gobernantes mis admirables», y ponecamo ejemplos a «Moisés, Ciro, Romulo, Teseo y otros como ellos». Pero no puede poner ‘inguin ejemplo italiano-delaactualidad (con la posible ex- cepcidn de Francesco Sforza), y su anilisis implica que tal sobresaliente virttismuy escasamente puede esperarse en medio de la corrupcién del mundo moderno (2 ‘sa, por tanto, en el caso de'los principados adquiridos gra- cias ala Fortuna y con la ayuda de armas extranjeras. Aqui, por contraste, encuentra a la moderna Italia llena de ejem- plas, siendo el mds instructivo el de César Borgia, quien cadquirié su posicién gracias 2 la Fortuna de su padres, y ccuya cartera es digna de imitacion por parte de todos aquellos» que han llegado a ser principes «debido a la For- tuna y por medio de las Fuerzas de otro» (28). Este analisis marca el fin de las divisiones y subdivisiones ‘que Maquiayelo establece,y nos lleva al tipo de principados cen los que esta preferentemente interesado. A esta altura parece claro que, aunque ha tenido cuidado de presentar su aargumento como una secuencia de tipologias neutras, ha corganizado astutamente el tratamiento de manera que se dlestaque un tipo particular, y lo ha hecho ast por su espe- cial significacién local y personal. La situacién en que la ne- cesidad del consejo de un experto se muestra especialmen- te urgente es aquella en que un gobernante ha llegado al poder por obra de la Fortuna y de las armas extranjeras, Ningtin contemporaineo lector de El Principe pudo dejar de 2 scons ve eaves » advertir que, en el momento en que Maquiavelo exponia ‘sta pretension, los Médici habian reconquistado su ante rior ascendencia en Florencia por obra de un asombroso {galpe de Fortuna, combinada con la imparable fuerza de las armas extranjeras proporcionada por Fernando de Es- pata, Esto no implica, naturalmente, que el argumento de “Maquiavelo deba ser desechado por no tener mds que una importancia provinciana, Pero esta claro que lo gue pre- tendia era lograr que sus lectores originales centraran la atencién en un lugar yen un tiempo determinados. El Iu {garera Plorencia; el tiempo era el momento en que El Prin Lipe se estaba gestando, La herencia clasica (Cuando Maquiavelo y sus contemporéneos se vieron impe- lidos —como en. 1512~a reflexionar sobre el inmenso peso dela Fortuna en los asuntos humanos, se volvieron general- mente hacia los historiadores y moralistas romanos para proveerse de un autorizado anilisis sobre el cardcter de la diosa, Estos escritores habian dejado asentado que si un go- bernante debe su posicion alla intervencién de la Fortuna, la primera leccidn que debe aprender es temera la diosa, atin cuando se presente como portadora de favores.Livio sumi- nistré una exposicién particularmente influyente de este aserto en el Libro XXX de su Historia a lo largo de la des- cripcién del dramatico momento en que Anibal capitula fi rnalmente ante el joven Escipion. Anibal comienza su di curso de rendicién recalcando admirablemente que este conguistador ha sido en gran medida «un hombre a quien la Fortuna nunca ha defraudadon. Pero esto le induce tini- camente a formular una grave advertencia sobre el lugar i wows que ocupa la Fortuna en los asuntos amanos, No sola- mente es «inmenso ¢l poder de la Fortuna», sino que «la ‘mayor Fortuna es siempre muy pequena como para fiarse de ella». Si dependemos de la Fortuna para elevarnos, eta- 0s expuestos a caer «de la manera més trgicay cuando se ‘yuelva contra nosotros, como es casi seguro que sucedera al fin (XXX, 30, 12-23). No obstante,los moralistas romanos nunca habjan pen- sado que la Fortuna fuera una fuerza maligna inexorable. Por el contrario, la deseribian como una buena diosa, bore dea, y como un aliado potencial del que bien vale la pena atrar la atencién, La razin para procurar su amistad es, naturalmente, que ella dispone de los bienes de Fortuna, que todos los hombres se supone que desean. Bienes que son descritos de diversas maneras: Séneca destaca «los ho- nnores, riquezas ¢ influenciasy; Salustio prefere senalar «la sloria, el honor, el poder». Estaban de acuerdo, en general, ‘en que, de todos los bienes de la Fortuna, el mas grande es el honor y la gloria que le acompaiia. Como Cicerén sefia- aba repetidamente en Los deberes, el mas seftalado bien del hombre es «la consecucién de la gloria», «el acrecenta- miento del honor personaly la glorian, el logro de wla més genuina gloria» que pueda alcanzarse (UI, 9, 31; I, 12,42: 11, 14,48) Lacucstién clave que, en consecuencia, todos estos escri- tores habian suscitado era ésta: c6mo persuadir a la Fortu- na para que mire hacia nosotros, que haga que los bienes fluyan desu cornucopia sobre nosotros mas bien que sobre los dems? La respuesta es que, aunque la Fortuna es una diosa, también es una mujer; y puesto que es una mujer, se siente ante todo atraida por el vir, el hombre de verdadera hombria. Una cualidad que le gusta recompensar de mane ra especial es el valor viril. Tito Livio, por ejemplo, cita re- 2 scons MCTES “ petidas veces el adagio «La Fortuna favorece a los audaces. ero la cualidad que ella mas admira entre todas es la vir 1s, el atributo eponimo del hombre verdaderamente vil. La idea que subyace a esta creencia esté expresaca con total claridad en Las Tiscularas de Cicerén, en las que establece que el criterio para llegar a ser un verdadero hombre, un vir, es la posesion de la virtus en su més alto grado. Las im: plicaciones del argumento son exploradas extensamente en Ia Historia de Livio, en la que el éxito alcanzado por los r0- ‘manos se explica siempre por el hecho de que la Fortuna gusta de seguir e incluso de servira la virtus y generalmen- tesonrie a aquellos que muestran tenerla, Con el triunfo del Cristianismo, este andlisis cisico de la Fortuna fue totalmente abandonado. El punto de vista cris, tiano, expresado en su forma mas cenida por Boecio en La consolacion de la Filosofia, se basa en la negacion del su- puesto de que la Fortuna esté dispuesta a dejarse inftuir. La diosa se pinta ahora como «un pocler ciego», completa- ‘mente indiferente, por tanto, ¢ indiscriminado en el repar- to de sus dones. No se ve ya como un amigo potencial, sino sencillamente como una fuerza sin piedads su simbolo no es ya la cormucopia, sino la rueda que gira inexorablemen- te «comolla pleamar y la bajamar de la matea» (177-179), fa nueva vision de la naturalera de la Fortuna vino acompaiada de un nuevo sentido de su importancia, Por ‘su descuido e indiferencia ante el mérito humano en la dis- tribucion de sus recompensas, se dice que nos recuerda que Jos bienes de la Fortuna son completamente indignos de nuestro empefio, que el deseo del honor y a gloria munda- 1nos es, como Boecio lo sefiala,srealmente nadaw (221). Ella sirve, en consecuencia, para apartar nuestros pasos de los caminos de la gloria, animdndonos a mirar més allé de fnuestra prision terrena para buscar nuestra verdadera 2 wacom mansion, Pero esto significa que, 2 pesar de su caprichosa tirania, la Fortuna és genuinamente una ancilla Dei, un agente de la benevolente providencia de Dios. Forma por ello parte del designio de Dios el mostrarnos que sla fic dad no consiste en las fortuitas cosas de esta vida mortal», yy hacernos asi emenospreciar todos los negocios terrenales, Y regocijarnos con la alegria de los cielos por vernos libres, de las cosas terrenas» (197, 221). Por esta razén, conchiye Boecio, Dios ha dejado el gobierno de los bienes de este mundo en las manos volubles de la Fortuna. Su designio es ensefiarnos que «da satisfaccion no puede obtenerse a tra vés dela riqueza, ni el poder a través dela realeza, ni el res~ ei cceet del cargo, ni la fama a través de la gloria» 263). La reconeiliacién que hace Boecio de la Fortuna con la Providencia tuvo una duradera influencia en la literatura italiana: forma la base de la discusién que hace Dante de la Fortuna en el canto VII de El Infierno, y suministra el tema del Remedio contra préspera y adversa Fortuna de Petrarca. No obstante, con el redescubrimiento de los valores casi cos en el Renacimiento, esta concepcién de la Fortuna como ancila Dei se vio a su vez desafiada por el retorno a la antigua idea de que debe trazarse una distincién entre Fortuna y hado, Este cambio dio origen a unt nuevo punto de vista sobre la naturaleza de la peculiar sexcelencia y dignidady del hombre. Tradicionalmente se habia dado por sentado que ddescansaba en la posesién de un alma inmortal, pero en la obra de los sucesores de Petrarca encontramos una tenden- cia ereciente a cambiar de acento, de modo que quede bien Saralativenad diel wound Se Nena la ARRON GE GE la libertad del hombre quedaba amenazada por la concep- ci6n de la Fortuna como una fuerza inexorable, Encontra- 2 eckorma ort s ‘mos también la tendencia correspondiente a rechazar la {dea de que la Fortuna es simplemente un agente de la Pro- videncia, Un llamativo ejemplo nos lo proporciona el ata- {que de Pico della Mirandola a la supuesta ciencia de a as- trologia, ciencia que denuncia por implicar la falsa creenci de que nuestras Fortunas nos han sido determinadas ine luctablemente por las estrellas en el momento de nacer, Poco més tarde empezamos.a encontrarnos con tna llama da ampliamente dfundida de una vision mucho mis opti- mista, segiin la cual como Shakespeare pone en boca de Casio ditigiéndose a Bruto- si fracasamos en nuestros es fuerzos por aleanzar la grandeza, a culpa debe estar «no en las estrellas, sino en nosotros mismos». Al adoptar esta nueva actitud ante la libertad, los hama- nistas itaianos del quinientos pudieron reconstrair la ima- ‘gen totalmente clésica del papel de la Fortuna en los asun- tos humanos, Asi lo encontramos en Alberti, en el tratado de Pontano Sobre la Fortuna, y de una manera muy especial en el optisculo de Eneas Silvio Piccolomini de 1444 titula- do Sueno de Fortuna. El escritor suefia que esta siendo guia do a través del reino de la Fortuna, y que se encuentra con Ia diosa misma, que accede a responder a sus preguntas. Filla admite que es implacable en el ejercicio de sus funcio- nes, porlo que cuando le pregunta durante cusinto tiempo sucle mostrarse amable con los mortales, ella replica: «Con ‘ninguno por mucho tiempo». Pero dista mucho de ser in- diferente al mérito humano y no niega la idea de que shay artes por medio de las que se pueden ganar vuestros favo- res». Finalmente, cuando se le pregunta que tipo de cuali ddades le gustan y cudles le disgustan, responde con una alu sin a a idea de que la Fortuna favorece @ fos audaces, de dlarando que «aquellos a quienes les falta valor son mas dignos de odio que cualesquiera otros» “4 sucewen ‘Cuando Maquiavelo analiza sas poderes de la Fortuna en los asuntos humanose, en el pentiltimo capitulo de Ei Principe su postura en este tema erucial nos lo revela como un tipico representante de las actitudes humanisticas. Abre el capitulo invocando la creencia familiar de que los hom- bres «son controlados por la Fortuna y por Dios» y hacien- do notar la evidente implicacion de que «los hombres no dlisponen de recursos contra las variaciones de la naturale- za», pues todo esta providencialmente preordenado (84). En contraste con estos suptestos cristianos ofrece inmedia- tamente un analisis cisico de la libertad humana, Esta de acuerdo, naturalmente, con que la libertad del hombre esta lejos de ser absoluta, puesto que la Fortuna es inmensa- ‘mente poderosa y , concluye que la mitad de nuestras acciones «0 casi» pueden quedar perfectamente bajo nuestro control mais bien que bajo el dominio de la Fortuna (84-85, 89) La imagen de Maquiavelo que mas gréficamente expresa este sentido del hombre es de nuevo de inspiracién clisica, Deja sentado que ela Fortuna es una mujer» y en conse- cuencia és ficilmente atraida por las cualidades virile (87). Asi ve como una auténtica posibilidad el hacerse uno mis- ‘mo aliado de la Fortuna aprendiendo a obrar en armor con sus poderes, neutralizando su variable naturaleza y Jiendo triunfador en todos los asuntos propios. Ello le leva a la cuestién clave que los moralistas roma- ‘nos se habfan planteado: como podemos esperar aliarnos con la Fortuna, cémo podemos inducirla a que nos sonria? Responde a ello en los mismos términos que aquéllos ha- ‘ian utlizado. Sostiene que cella es el amigo» del audaz, de aquellos que son «menos cautos, mas impetuosos». ¥ desa~ rrolla la idea de que se siente més excitada y sensible a la virtus del verdadero vir. Desarrolla en primer lugar el as- pecto negative de la cuestion: que la Fortuna se siente m= pelda ala ira yal odio sobre todo por la falta de vied. Lo mismo que la presencia de la virni acta como un dique frente a su embestida, del mismo modo siempre «dirige su faria alli donde sabe que no existen diques © presas para detenerla». Lega incluso a stgerir que solamente muestra su poder cuando los hombres de virni cesan de hacerle frente -sacando de aqui la conclusién de que admira de tal manera esta cualidad que nunca descarga su més letal ren- cor sobre aquellos que demuestran poseerla (85, 87). 'Al mismo tiempo que reitera estos argumentos clasicos, Maguiavelo les presta un sesgo erdtico, Arguye que la For- ‘tana puede realmente experimentar un perverso placer al ser tratada con rudeza. No solamente sostiene que, porque es una mujer, wes necesario, para mantenerla sometida, pe- garleyy maltratarlay;anade que «con mas frecuencia permi- te ser dominada por hombres que usan tales métodos que por quienes proceden friamente» (87). La idea de que los hombres pueden de este modo sacar provecho de la Fortuna se ha presentado algunas veces ‘como un punto de vista peculiar de Maquiavelo. Pero tam- bién aqui Maquiavelo no hace sino echar mano de un re- pertorio de recuerdos familiares. La idea de que se puede hacer frente a la Fortuna con violencia habia sido puesta de relieve por Séneca,en tanto que Piccolomini habia explora- doen su Sueno de Fortuna las resonancias erdticas de tal creencia, Cuando pregunta a la Fortuna: «jQuién puede ofrecerte mas que otros?» ella contesta que se siente atrai- “ suger da por encima de todo por los hombres «que con més, ‘energia mantienen en jaque mi poder». Y finalmente se atreve a preguntar: «/Quién resulta mas aceptable de tu parte de entre los vivientesé»ella le dice que, en tanto que ‘mira con desprecio «a aquellos que huyen de miv,se siente muy excitada por aquellos que me impulsan a la huidav, Silos hombres se sienten capaces de domefiara la For- ‘una y alcanzar de esta manera sus més altos propésitos, la ulterior pregunta ha de ser qué objetivos debe proponerse 4 i mismo el nuevo principe. Maquiavelo comienza po- sniendo una condicién minima, usando una frase cuyo eco resuena a través de todo El Principe. El propésito funda- mental ha de ser mantenere lo stato, por lo que entiende que el nuevo jefe debe preservar el actual estado de los asuntos, y especialmente mantener el control del sistema vigente de gobierno. Existen, no obstante, fines de mucha ‘mas envergadura que han de ser perseguidos tanto como la mera supervivencia, yal especificar cudles son éstos, Ma- 4quiavelo se revela a si mismo como un auténtico heredero dle los historiadores y moralistas romanos. Presupone que todos los hombres desean por encima de todo alcanzar los biienes de Fortuna. Ignora totalmente de este modo el pre- cepto ortodoxo cristiano (puesto de relieve, por ejemplo, por Santo Tomas de Aquino en el Régimen de principes)se- gun el cual un buen gobernante debe evitar las tentaciones dle gloria y riquezas mundanas a fin de asegurarse el logro de las recompensas cclestiales. Por el contrario, a Maquia- velo le parece evidente que los mayores galardones por los ue los hombres estin obligados a competir son «la gloria y las riquezas» ~los mas preciados dones que la Fortuna tie- ne en sus manos para otorgar (85). Lo mismo que los moralistas romanos, Maquiavelo da de lado la adquisicién de riquezas como ocupacién funda- 2 eheansenmo oe rence ” mental, y arguye que el més noble emperio para un prinei- pe «prudente y virtuoso» debe ser introducir una forma de gobierno tal «que le procure honor» y le haga glorioso (87). Existe para los nuevos gobernantes, aflade, a posibilidad de alcanzar una «doble gloria: ellos no s6lo tienen la oportu- nidad de «comenzar un nuevo principado, sino tambien de sfortalecerio con buenas leyes, buenos ejércitos y bue- ‘nos ejemplosy (83). La consecucién del honor y gloria mundanos es por tanto el mas alto de los fines para Ma quiavelo, no menos que para Cicerén y para Tito Livio, Cuando se pregunta en l capitulo final de El Principe sila condicidn de Italia es favorable al feliz éxito de un nuevo principe, trata la cuestién como si fuera equivalente a pre: {guntarse «si en el momento presente las circunstancias se confabulan de manera que ofrezcan el honor de un nuevo principe» (87). ¥ al expresar su admiracién por Fernando de Espana-el hombre de estado a quien més respeta entre Jos contempordneos- la razén que da es que Fernando ha realizado «grandes cosas» de tal categoria que le confieren «fama y gloriay en muy alto grado (76). Estos objetivos, piensa Maquiavelo, no son dificiles de al- canzar ~al menos en su forma mas elemental~ cuando un principe ha heredado un dominio chabitual ala familia de ‘un gobernantey (6). Pero resultan muy dificiles de aleanzar para un nuevo principe, en especial si éste debe su posicién ‘aun golpe de buena Fortuna. Este tipo de gobernantes «no pueden tener raices»y estin expuestos a ser barridos por el primer soplo que la Fortuna quiera enviarles (23). ¥ no ‘pueden -0 mis bien, no deben- depositar confianza algu- ‘na en la continua henevolencia de la Fortuna, pues ello sig- nifica contar con la mas falsa de las fuerzas en los asuntos humanos. Para Maquiavelo, la siguiente -y més crucial cucstion~ ¢s, por consiguiente, éta: jqué maximas, qué a acm preceptos pueden ofrecerse a un muewo principe, tales que, si slos observa prudentementes, hardn que parezca ser «un aantiguo principe» (83)? El resto de El Principe vaa tratar de luna manera preponderante de responder a esta cuestion, La revolucién de Maquiavelo Elconsejo de Maquiavelo a los nuevos principes se divide en dos partes principales. La tesis primera y fundamental que sustenta es la de que elos cimientos principales de todos los estados» son las buenas leyesy los buenos ejrcitose. Mas «atin, los buenos ejércitos son quizsis mas importantes que las buenas leyes, porque «no puede haber buenas leyes alli donde los ¢jércitos no son buenos», mientras que si hay ‘buenos ejércitos «debe haber buenas eyes (42-43). La mo- taleja—expuesta con un tipico toque de exageracién—es que un principe prudnte no debe tener «otro objetivo ni otro interés» que sla guerra, sus leyes y su disciplinay (51-52). Continua Maquiavelo especificando que los ejércitos son basicamente de dos tipos: mereenarios a sueldo y mili cias ciudadanas. El sistema mercenario era en Italia de uso ‘asi universal, pero Maquiavelo procede en el capitulo XI a lanzar un enétgico ataque contra él. «Durante muchos anos» los italianos chan sido dirigidos por generales mer- cenarios» y los resultados han sido desastrosos la peninsu- la entera cha sido invadida por Carlos, saqueada por Luts, violada por Fernando y agraviada por los suizos» (47). Y nada mejor podria haberse esperado, pues todos los meroe- narios son «ineptos y datinos». Son «desunidos, ambicio- 505, indisciplinados, desleales» y su eapacidad de arruina- ros «queda pospuesta tanto como queda pospuesto el ata- que a vos mismo» (43). Para Maquiavelo, las implicaciones Looms HERRERA ° eran obvias, y las expone con toda firmeza en el capitulo XIIL. Los principes sensatos deben siempre «rechazar estos ejercitos y aplcarse a los propios». Tan vigorosamente per- ibe esto, que incluso anade el casi absurdo consejo de que «eprefieran perder con sus propios soldados que vencer con los atros» (49). Tal vehemencia de tono necesita alguna explicacién, es pecialmente ala vista del hecho de que muchos historiado- res han llegado a la conclusion de que el sistema mercenario fiuncioné habitualmente con perfecta eficacia. Una posibili dad es que Maquiavelo en este punto estuviera siguiendo tuna tradicién literaria. La afirmacién de que la verdadera soberania incluye el poscer ejécitos habia sido puesta de re- lieve por Livio, por Polibio,asi como por Aristoteles, y man- tenida por varias generaciones de humanistas florentinos después que Leonardo Bruni y sus dscipulos hubieron he- cho revivir el argumento. Seria muy extrano, empero, que Maquiavelo siguiera de una manera tan servil a sus mas queridas autoridades. Parece mas bien que, aunque dirige lun atague generalizado contra los soldados a sueldo, debe hhaber estado pensando en particular sobre las desgracias de su ciudad natal, que sin duda sufrié una serie de hurnilla~ Giones a manos de sus jefes mercenarios en el curso de la prolongada guerra contra Pisa, No solamente fue un com- pleto desastre la campafia de 1500, sino que un fracaso se- mejante acabo siendo la nueva ofensiva lanzada por Floren- cia en 1505: los capitanes de las companias mescenarias se amotinaron tan pronto como comenzé el combate, y hubo de ser abandonada en el transcurso de una semana. ‘Como hemos visto, Maquiavelo qued disgustado al des cubrir, en tomo a la debacle del 1500, que los franceses mi- raban a los florentinos con desprecio a causa de su incom- petencia militar, y en especial por su incapacidad de reducir a soutien a Pisa a la obediencia. Después del renovado fracaso de 1505, tomé el asunto a pecho ydiseAé-un detallado plan ira reemplazat las tropas florentinas a sueldo por una mi- ciudadana. El Gran Consejo acepté la idea provisional- ‘mente en diciembre de 1505, se autori26 a Maquiavelo a {que comenzara a reclutar en la Romagna Toscana. En febre- ro siguiente estaba listo para celebrar su primera parada en la ciudad, acontecimiento visto con gran admiracién por el ‘ronista Luca Landucci, quien dejo escrito que fue concep- tuado como el mits belo espectaculo jamais oftecide a Flo- rencia». Durante el verano de 1506 Maquiavelo escribid ‘Una provision para lainfanteria, subrayando «qué poca es- peranza se puede poner en lasarmas extranjeras ya sueldo», y arguyendo que la ciudad debe, en lugar de con ellas, ser «pertrechada con sus propias armas y con sus propios hom- bres» (3). Al final del afio el Gran Consejo quedé finalmen- te convencido, Fue creado un nuevo comité del gobierno los Nueve de la Milicia-; Maquiavelo fue elegido secretario del mismo, y tno de los ideales mas acariciado por el hu- ‘manismo florentino se hizo realidad, ‘Se podria suponer que el entusiasmo desplegado por Maquiavelo en favor de sus milicias debiera haberse enfria- lo como resultado de su desastrosa aparicién en 1512, cuando fueron enviadas a defender Prato y fueron barridas sin esfuerzo por la infanteria espafiola. Pero de hecho su entusiasmo permaneci6 integro. Un ano mas tarde lo en- contramos asegurando a los Médici al final de EI Principe que lo que debian hacer «ante toda» era equipar a Floten- «ia «con su propio ejército» (90). Cuando publicd su Arte de la guerra en 1521 “la inica obra de teoria politica apare- cida durante su vida— continué reiterando los mismos a ‘gumentos. Todo el libro I est dedicado a vindicar «el mé- todo del ejército ciudadanoy contra aquellos que habian eomtam ernc ins st dudado de su utilidad (580), Maquiavelo concede, natural- mente, que tales tropas estn lejos de ser invencibles, pero insiste atin en su superioridad sobre cualquier tipo de fuer- zas (585). Concluye con la extravagante afirmacion de que decir de un hombre que es sabio y que al mismo tiempo encuentra equivocada la idea de un ejército ciudadano es incurrir en contradiccidn (583), Ahora podemos entender por qué Maquiavelo qued6 tan impresionado por César Borgia como caudillo militar, {por qué afirm6 en £1 Principe que ningun precepto meior podia darse a un nuevo gobernante que el ejemplo del du- ‘que (23). Maquiavelo tenia presente, como hemos visto, la ‘ocasion en que el duque tomé la cruel decisiin de eliminar a sus lugartenientes mercenarios y sustituirlos por sus pro- pias tropas. Esta atrevida estrategia parece haber causado tun decisivo impacto en la formacion de la idea de Maquia- velo, Vuelve a ella tan pronto como suscita la cuestion de la politica militar en el capitulo X11 de Et Principe, traténdo- la como una ilustracion ejemplar de las medidas que cual- ‘quier nuevo gobernante debe adoptar. Borgia es alabado ante todo por haber reconocido sin dudarlo un momento ‘que los metcenarios son «inconstantes ¢ infieles» y mete cen ser implacablemente «aniquilados». Llega incluso a clogiarle de una manera atin mas empalagosa por haber asimilado la elemental lecci6n que un nuevo principe nece- sita aprender si quiere mantener su estado: debe dejar de confiar en la Fortuna y en las armas extranjeras, llegar a te- ner ssoldados propios» y constituirse en «el Unico senior de sus tropas» (25-26, 49). Las armas y los hombres: estos son los dos grandes te- ‘mas que Maquiavelo desarrolla en £ Principe. La otra lec- cién que quiere aportar a los gobernantes de st tiempo es que, ademas de tener un s6lido ejército, un principe que quiera escalar las mas altas cimas de le gloria, debe cultivar las cualicades propias del gobierno principesco. La natura- leza de estas cualidades habia sido analizada de manera convincente por los moralstas romanos. Ellos habian esta- blecido en primer lugar que todos los grandes caudillos ne- cesitan en gran medida ser afortunados. Porque sila Fortu- na no sontie, ninguna suma de esfuerzos humanos sin su ayuda puede pretender llevarnos hasta nuestros mis altos propésitos. Pero, como hemos visto, sostuvieron tambien {que un tipo especial de caracteristicas las propias del vir— atienden a atraer las miradas favorables de la Fortuna y de ‘este modo casi nos garantizan el logro del honor la gloria y Ja fama, Los supuestos subyacentes a esta cteencia fueron perfectamente resumidos por Ciceron en Las Tusculanas. Dedlara que, si actuamos por el ansia de virtus, sin pensa- mmiento alguno de aleanzar la gloria como resultado, ello nos proporcionara la mejor oportunidad de alcanzar igual- mente la gloria, con tal que la Fortuna nos sontia; porque la gloria es la recompensa de la virtus (I, 38,91). ste analisis fue asumido sin alteracion por los hombres de ta italia del Renacimiento. A fines del quinientos habia surgido un extenso genre de libros de consejos para princi- pes y alcanzado una extensa audiencia sin precedentes a través del nuevo medio de comunicacion que era la im- prenta. Distinguidos escritores como Bartolomeo Sacchi, Giovanni Pontano y Francesco Patrizi escribieron todos clos tratados destinados a servir de guia a los nuevos go- bbernantes, fundados en el mismo principio fundamental: que la posesién dela virtus es la clave del éxito del principe. (Como Pontano proclama de una manera mas bien grandi- Jocuente en su tratado El Principe, cualquier gobernante ‘que quiera alcanzar sus mas nobles propésitos «debe ani: ‘arse a seguir los dictados de la virti» en todos sus actos 1 cons oa eres 3 publicos, Virtus «es la cosa mis espléndida del mundo», mas espléndida incluso que el sol, porque «los ciegos no pueden ver el sol» mientras que «si pueden ver a virtuscon Ja maxima claridads ‘Maquiavelo reitera con toda precisién las mismas opinio- ines acerca de las relaciones entre virt, Fortuna ylogro de los Fines propios del principe. Se hace patente por vez primera esta lealtad ala tradicion humanista en el capitulo VI de El Principe, donde afirma que wen los principads totalmente ‘nuevos, aquellos en los que el principe es nuevo, resulta mis ‘6 menos dificultoso el mantenerlos segtin que el principe ‘que los adquiere sea mas o menos virtuoso» (19). Queda co rroborada mis tarde en el capitulo XXTV, cuyo propéisito consiste en explicar «Por qué los principes italianos han per ido sus estados» (83). Maquiavelo insiste en que sno deben cupar ala Fortuna» de su desgracia porque ésta «solamente ‘muestra su. poder» cuando los hombres de virti eno se aprestan a ressttla (84-85), Sus perdidas son simplemente debidas ano reconocer que «slo son buenas aquellas defen sas» que «dependen de ti mismo y de tu vir (84), Final- ‘mente, el papel de la virt queda subrayado nuevamente en dl capitulo XXVI, la apasionada «Exhortacién» a liberar a Ftalia con que concluye El Principe, En este punto Maquiave- Jo se vuelve nuevamente hacia los incomparables caucillos mencionados en el capitulo VI por su. «asombrosa virsto» —Moisés, Cito Teseo- (20). Quiere dar a entender que no otra cosa sino la unién de susasombrosas capacidades con la mejor buena Fortuna sera capaz de salvar a lala. Y anade en un arrebato de absurda adulacién impropio de é- que la wgloriosa familia» de los Médici afortunadamente posee todas las cualidades requeridas: tiene un tremenda virti la Fortuna le favorece con prodigalidads y es no menos wfavore: ‘ida por Dios y por la Iglesia» (88). st acum Se ha lamentado con frecuencia que Maquiavelo no ofrezca definiciOn alguna de la virtd,e incluso (como sefia la Whitfield) se muestra «ayuno de cualquier uso sistema tieo del vocablo». Pero ahora resultaré evidente que hace uso del término con completa consistencia. Siguiendo a sus, autoridades clisicas y humanistas, trata el concepto de vir~ | tticomo el conjunto de cualidades capaces de hacer frente a los vaivenes de la Fortuna, de atraer el favor de la diosa'y remontarse en consecuencia a las alturas de la fama princi- pesca, logrando honor y gloria para si mismo y seguridad para su propio gobierno, Queda atin, no obstante, por considerar qué caractertsti- cas especificas hay que esperar de un hombre que tenga la condicién de virtuoso. Los moralistas romanos nos han le- gado un completo andlisis del concepto de virtus, descri- biendo al verdadero vir como aquel que esté en posesion de tres dstintos aunque conexos grupos de cualidades. Ente dieron que esta dotado, en primer lugar, de las cuatro vir- tudes «cardinaless: prudencia, justicia, fortaleza y templan- za las virtudes que Cicerén (siguiendo a Plat6n) comien za analizando por separado en las secciones qu Deberes-. Pero le atribuian también una serie cualidades que més tarde habian de ser consideradas como cspecificamente «principescas» por naturaleza. La primera de ellas—la virtud central de Los deberes de Cicerénera la ‘que éste lam6 chonestidad», significando con ella la buena voluntad de permanecer fel y comportarse honradamente ‘con todos los hombres en todos los tiempos. Todo ello ne- cesitaba completarse con dos atributos més, descritos en Los deberes, pero que fueron analizados de un modo mas extenso por Séneca, quien dedicé un tratado especial a cada uno de ellos. Uno era la magnanimidad, el tema desa- rrollado en el De la compasién, de Séneca; el otro era la li 2 mcosstsn pe Pancames s beralidad, uno de los temas mayores analizados en De los benefcios. Finalmente, se decia del verdadero vir que debia caracterizarse par el decidido reconocimiento del hecho de ‘que si queremos aleanzar el honor y la gloria, debernos es- tar seguros de que nos comportamos lo mas virtuosamen: te que podemos. Esta discusién —sobre que el comporta- miento moral es siempre racional- se sittia en el corazén mismo de Los deberes de Cicerén. Observa en el libro I que ‘muchos piensan «que una cosa puede ser moralmente rec: ta sin ser conveniente, y conveniente sin set moralmente recta», Pero esto es un engaito, pues sélo por métodos mo~ rales podemos esperar aleanzar los objetos de nuestros de- seos, Cualquier apariencia en contrario es completamente falaz, pues ea conveniencia nunca puede entrar en conic: to con la rectitud morals (Il, 39-10). ‘Este anilisis fue adoptado de nuevo en st integridad por los escritores de libros de consejos para principes del Rena- todas las cualidades que son normalmente sconsideradas buenas». La posicion en que todo principe se encuentra es la de procurar proteger sus intereses en un ‘mando sombrio en el que la mayoria de los hombres «no son buenos». Se sigue de ello que, sil «insiste en hacer que suis negocios sean buenos» en medio de tantos que no lo son, no solamente fracasari en la obtencidn de «grandes cosas» sino que «seguramente sera destruido» (54). La critica que hace Maquiavelo det humanismo clisico y del contemporéneo es simple pero devastadora, Argumen: ta que si un gobernante quiere alcanzar sus més altos pro- pésitos, no siempre debe considerar racional el ser moral; por el contrario, hallard que cualquier intento serio de spracticar todas aquellas cosas por las que los hombres se consideran buenos» acabaré convirtiéndose en tna tuino: sa e irracional politica (62), Pero jqué hay de la objecion cristiana que dice que ésta es postura demencial y pecami: rosa, pues olvida el dia del juicio, en el que finalmente to- das las injusticias sera castigadast Sobre esto Maquiavelo nada dice. Su silencio es elocuente: en realidad hace época; su cco restiena a través de Europa, recibiendo como res- puesta un silencio consternado al principio, y luego un gri- to de execracién que atin no se ha extinguido del todo. Silos principes no deben conducirse de acuerdo con los dictadas de la moral convencional, scomo deben hacerlo? La respuesta de Maquiavelo -el micleo de su positivo con- sejoa los nuevos gobernantes—se oftece al principio del ca- pitulo XV. Un principe prudente debe guiarse ante todo por los dictados de la necesidad: «Para mantener su posi ci6n», edebe conseguir el poder de no ser bueno, y apren- der cuando usarlo y cusindo no», segiin que las cireunstan- cas lo indiquen (55). Esta doctrina fundamental se repite tres capitulos mas adelante. Un principe prudente «defien- de lo que es bueno cuando puede», pero «sabe como hacer el mal cuando es necesarion. Mas atin, debe resignarse ante el hecho de que «se ver necesitado con frecuenciay a ac sa acumen tuar «en contra de la verdad, en contra’de la caridad, en contra de la humanidad, en contra de la religiéne si quiere mantener su gobierno» (62). Como hemos visto, Maquiavelo se dio cuenta de la im- portancia crucial de esta intuicién en una etapa temprana de su carrera diplomética. Fue a raiz. de su conversacion con el cardenal de Volterra en 1503 y con Pandolfo Petruc~ ci mos dos afios despues cuando se sintié impulsado a for- ‘mular el que habia de ser més tarde su pensamiento polit ‘co central: que la clave de un gobierno pleno de éxito est cen reconocer la fuerza de las circunstancias, aceptando lo «que la necesicad dicta, y armonizando el propio comporta- rmiento con los tiempos. Un ano después de que Pandolfo le diera esta receta para el éxito de los principes, encontra- mos a Maquiavelo formulando por primera vez una serie semejante de observaciones como ideas propias. Durante su estancia en Perugia en 1506 observando el asombroso progreso de la campafia de Julio Il, comenz6 a meditar en ‘una carta dirigida a su amigo Giovanni Soderini acerca de las razones del triunfo y del desastre en los asuntos milita- res y civiles, «La Naturaleza»,afirma, «ha dado a cada hom- bre un talento e inspiracién particularese que «nos rige a cada uno de nosotros». Pero «los tiempos varfanr y westin sajetos a frecuentes cambios», de manera que «aquellos que no aciertan a cambiar sus modos de proceder» se ven abocades a disfrutar de ebuena Fortuna en una ocasién y de mala en otra». La consecuencia es obvia: si un hombre quiere «gozar siempre de buena Fortuna», debe ser «lo st ficientemente prudente como para acomodarse a los tiem- pos». En realidad, si cada uno «dominara su naturaleza» de teste modo, e ehiciera su camino al compas de su tiempo», entonces «resultaria ser verdad que el hombre prudente se convertiri en dueno de las estrellas y de los hados» (73). conser ve scares » Al escribir El Principe siete aftos mis tarde, Maquiavelo copié practicamente estos «Caprichos», como Jos llamé con desden en el capitulo dedicado al papel de la Fortuna én los asuntos humanos. Todo el mundo, dice, quiere se- gir su natural inclinacion: uno «acta con precauicién, el ftro impetuosamente; el uno por la fuerza, el otro por la ‘mafay. Pero entretanto, stiempos y negocios cambian», de manera que un gobernante que no «cambie su modo de proceder» se vera obligado tarde 0 temprano a habérselas con ka mala suerte. No obstante si spuiera cambiar su na- turaleza con los tiempos y los negocios, a Fortuna no cam biaré», Asi el principe triunfador sera siempre aquel aque adapta su modo de proceder a la naturaleza de los tiem- [poss (85-86). Resultaré evidente ahora que la revolucién realizada por Maquiavelo en el genre de los libros de avisos de principes estaba basada en efecto en la redefinicion del concepto cen- tral de virti. fl suscribia la acepcion convencional de que virti es el nombre de aquel conjunto de cualidades que ha- cen capaz aun principe de aiarse con la Fortuna y obtener honor, gloria fama, Pero separa el sentido del término de ‘cualquier conexién necesaria con las virtudes cardinales y Principescas, En lugar de ello argumenta que la caractri ‘ca que define a-un principe verdaderamente virtuoso debe ser la disposicién a hacer siempre lo que la necesidad dicta sea mala virtuosa la accién resultante~ con el objetivo de alcanzar sus fines mds altos. De este modo, virni denota concretamente la cualidad de flexiblidad moral en un prin- Cpe: «Bl debe tener siempre su espiritu dispuesto a volverse ‘en cualquier direcci6n al compas del soplo de la Fortuna y segin lo requiera la variabilidad de los asuntos» (62), “Maquiavelo se esfuerza en hacer notar que su conclusion abre una sima infranqueable entre él y toda la tradicion de pensamiento politico bumanista, y lo hace asi en su estilo ‘és rabiosamente irdnico. Para los humanistas clasicos y sus innumerables seguidores a virtud moral ha sido la e3- racteristica que definia al vir, el hombre de la verdadera hu- manidad. De aqui que dar de lado la virtud no era sola- ‘mente obrar irracionalmente;significaba también abando- nar el propio estatus de hombre y descender al nivel de las bestias, Tal como Cicerdn lo habia dejado expresado en el libro de Los deberes, de dos maneras distintas se puede ha- cer el mal, por la fuerza o por el engano. Ambas, declara, «son propias de las bestiasy y «totalmente indignas del hombre: la fuerza porque tipitica al ledn y el engano por- aque «parece pertenecer a la astuta zorra» (I, 13,41). En contraste con ello, a Maquiavelo le parecia que la vi- rilidad no es suficiente, Hay realmente dos maneras de obrar, dice al comienzo del capitulo XVI, de las que «la primera es propia del hombre y la segunda de los anima- les». Pero «puesto que la primera con frecuencia no es sufi- ciente, el principe debe acudir a fa segunda» (61). Una de las cosas que, por tanto, el principe debe saber es a que ani males imitar. Famosa es la advertencia de Maquiavelo de que llegara a ser el mejor si celige entre los animales la 20- ra y el ledn», complementando los ideales de la caballero- sidad con las artes indispensables de la fuerza y el engaio (61), Esta concepcién queda subrayada en el capitulo si- sgaiemte, en el que Maquiavelo discurre sobre uno de sus fa- ‘voritastipos histdricos, el emperador romano Septimio Se- vero. En primer lugar, nos asegura que el emperador era sun hombre de muy gran virti> (68). Y luego, ampliando <1 juicio, afade que las grandes cualidades de Septimio Se- vero eran las propias de «un ferocisimo leén y una astutisi- ‘ma zorray,a resultas de lo cual fue stemido y respetado por todos (63). const DuPANcis 6 Prosigue Maquiavelo sus analisisindicando las lineas de conducta que son de esperar de un principe realmente vir- tmoso. En el capitulo XIX plantea la cuestion negativamen- te, asemtando que un gobernante asi no debe hacer nada digno de desprecio, y debe tener siempre el mayor cuidado «en impedir todo lo que le haga odioso» (63). En el capitu- lo XXI se exponen las implicaciones positivas. Un principe tal debe siempre actuar «sin duplicidades» para con sus aliados y enemigos, manteniéndose decididamente «como tun vigoraso defensor de su propia causay, Al mismo tiem- ‘po procurard presentarse a st mismo ante ellos con la ma- yor majestad que le sea posible, realizando «cosas extraor~ si quiere mantener su posicién y evitar ser engartado (62). Fstas son dificultades graves, peo pueden ser superadas. El principe necesita recordar solamente que, aunque no es, necesario poser todas las cualidades generalmente consi dderadas como buenas, es «muy necesario aparentar tener- Jas» (66). Bueno es que se le considere generoso; es sensato cl parecer misericardioso y no cruel; es esencial en general “ smowinto ser «considerado como persona de grandes méritos» (56, 58, 64). La solucién consiste en llegar a ser «un gran simu- lador y un gran disimulador, aprendiendo «a confundir las cabezas de los hombres con patrafas» y hacer que se ‘ream vuestros engatios (61). Magquiavelo recibié una pronta leccién sobre el valor que tiene el confundirlas mentes de los hombres, Como hemos visto, estuvo presente en la lucha que tuvo lugar entre Cé- sar Borgia y Julio Ten los meses finales de 1503, y es evi- dente que las impresiones que sacé de esta ocasidn estaban todavia muy presentes en su mente en el momento de es- cribir en El Principe acerca de la cuestién del disimulo. In- ‘mediatamente se refiere al episodio del que fue testigo, ha ciendo uso de él como de su principal ejemplo sobre la ne~ cesidad de mantenerse en guardia contra la duplicidad prineipesca. Julio, ecuerda, se las apan6 para ocultar sw odio por Borgia de un modo tan inteligente que logré que el duque cayera en el enorme error de creer que «los hom- byes de alto rango olvidan las viejas injurias». Fra capaz de disponer de sus poderes de disimulo para un uso decisivo. Habiendo ganado la eleccién papal con el apoyo de Borgia, rapidamente revel6 sus verdaderos sentimientos, se volvi6 contra el duque y sfue causa de su ruina final». Borgia, sin dda, se equivocé en este punto, y Maquiavelo piensa que se mereci6 el severo castigo de este error. Debiera haber sa- bdo que el talento para confundir las mentes de los hom- bres es parte del arsenal de un principe afortunado (34), Maquiavelo no puede, empero, haber sido inconsciente dde que, al recomendar las artes del engaio como clave del éxito, coria el peligro de parecer demasiado locuaz, Otros moralistas ortodoxos habfan estado siempre dispuestos a pensar que la hipocresia podia emplearse como un atajo para la gloria, pero habian acabado siempre desechando tal posibilidad. Cicerén, por ejemplo, habia escudrifnado ex- plicitamente la cuestién en el libro II de Las deberes, solo para abandonarla como wun absurdo, Cualquiera que, de- clara, «dese gloria duradera con el engafion «esta: muy equivocador. La razon es que «la verdadera gloria echa rat- ces profuundas y despliega anchas ramasy alli donde «todos los disimulos caen pronto al suclo como fragiles flores» (Il, 12,43). Maquiavelo responde a esto, lo mismo que antes, recha- zando tales sentimientos primitivos con su mas ironico es- tilo, Insiste en el capitulo XVII en que la prctica de la hi pocresia no es indispensable unicamente para el gobierno del principe, sino que puede mantenerse sin mucha dificul- tad tanto tiempo como se requiera. Dos razones se ofrecen, para esta conclusidn deliberadamente provocativa. Una es ‘que la mayoria de los hombres son tan cindidos, y sobre todo tan proctives al autoengano, que normalmente toman, las cosas segiin su valor aparente de una manera totalmen- te actitica (62). La otra es que, cuando se trata de valorar el comportamiento de los principes, inciuso los mas perspi- caces observadores estén en gran manera condenados a juzgar seguin las apariencias, Aislado del pueblo, protegido por «la majestad del gobierno», la posicin del principe es tal que «cada cual ve To que aparentais ser», pero «pocos perciben lo que sois» (63). Por tanto, no hay razéin para su- poner que yuestros pecados os descubran; por el contrario, ‘un principe que engana, siempre encuentra hombres que se dejan engafiar a si mismos (62), 1a tiltima cuestion que Maquiavelo analiza es qué acti- tud debemos tomar frente a las nuevas normas que ha que- rido inculcarnos. A primera vista parece adoptar una pos- tura moral relativamente convencional, En el capitulo XV se muestra de acuerdo en que «seria muy de alabar» en los oe squats ‘nuevos principes el exhibir aquellas cualidades que nor- ‘malmente son consideradas buenas, y equipara el abando- no de las virtudes principescas con el proceso de aprender «ano ser bueno» (55). La misma escala de valores se repite en ef conocido capitulo sobre «Como el principe debe ‘mantener sus promesas». Maquiavelo comienza por afir- ‘mar que todo el mundo constata cusn digno de alabanza es el que un caudillo «viva con sinceridad y no con engarion (61), y continda insistiendo en que un principe no debe simplemente aparecer convencionalmente virtuoso, sino que debe «serlo realmente» cuanto esté en sti mano, «ob- servando lo que es recto cuando pueda» y dando de lado las virtudes cuando lo dicte la necesidad (62). No obstante, en el capitulo XV se introducen dos argu- ‘mentos muy distintos, cada uno de los cuales ¢s desarrolla- do seguidamente. Ante todo, Maquiavelo se muestra un tanto burlon acerca de sise puede decir con propiedad que aquellas cualidades que se consideran buenas, pero que son sin embargo ruinosas, merecen realmente el nombre de virtudes. Puesto que son proclivesa acarrear la destruccién, prefiere decir que «parecen virtudes»; y puesto que sus ‘opuestas aparecen mas aptas para aportar «seguridad y bie rnestar», prefiere decir que «parecen vicios» (55). Los dos capitulos siguientes se dedican a esta cuestién. El capitulo XVI, titulado «Liberalidad y mezquindad», recoge tun tema tratado por todos las moralistas esicos, y le da completamente la vuelta, Cuando Cicerén en Los deberes I, 17, 58 y Il, 22,77) analiza la virtud de la liberalidad, la define como un deseo de «impedir cualquier sospecha de ‘mezquindad;y, al mismo tiempo, como la toma de con- ciencia de que no hay vicio mas nocivo para un lider poli- tico que la mezquindad y la avaricia, Maquiavelo replica «que, si esto es lo que entendemos por liberaliad, éste no es el nombre de una virtud sino de un vicio. Argumenta que tun gobernante que quiera evitar la reputacion de ruindad, hallaré que «no puede descuidar ninguna forma de prodi galidady. Como resultado de ello, se encontraré teniendo que cagobiar excesivamente a su pueblo» para pagar su ge- nerosidad, politica que pronto le haré «odioso para sus siibditos». Por el contrario, si comienza por abandonar ‘cualquier deseo de actuar con magnificencia, podra ser til- dado de miserable al principio, pero «en el curso del tiem- po ser consicerado mis y mas liberal, y practicard de he- ccho la verdadera virtud de la liberatidad (59). Una paradoja semejante aparece en el siguiente capitulo, titulado «Crueldad y misericordiay. También éste fue un tema favorito en los moralistas romanos, siendo el ensayo de Séneca Dela compasién el mis élebre de los tratados s0- bre el tema. Segiin Seneca, un principe que sea misericor- dioso, siempre hard ver «cuin renuente es a mover su ‘mano» para el castigo; acudird a éte solamente «cuando haya colmado su paciencia un agravio grave y repetidov: y |o infligiré solamente «despues de sentir gran disgusto pot ello» y «después de una larga dilacién, al mismo tiempo que con la mayor clemencia posible (I, 13,451, 14, 1: 11,2,3). Enfenténdose con esta postura ortodoxa, Maquiavelo in siste una vez més en que representa una concepcidn com pletamente falsa de la virtud implicada. Si comenzais tra- tando de ser misericordioso, de modo que slos males se propaguens y acudls al castigo solamente despues de que «los crimenes o los saqueos» empiecen, vuestra conducta ser mucho menos clemente que la de un principe que ten- a la valentia de empezar por «unos cuantos ejemplos de crucldad». Maquiavelo cita el ejemplo de los florentinos, ‘que querian evitar «ser llamados crueles» en una determi- nada ocasin, y obraron en corisecuencia de tal manera que de ello result la destruccién de toda unarciudad —un resul- tado mucho mas cruel que cualquier crueldad que ellos pu- dieran haber ideado-, Este modo de proceder se contrapo- ne al comportamiento de César Borgia, que wera considera do cruel», pero us6 «su bien conocida crueldad> de tal ‘modo que «reorganizé Ia Romagna», la unié y «restableci6 cen ella la paz y a lealtad», alcanzando todos estos benéticos resultados por medio de su supuesto caricter vicioso (58). Ello conduce a Maquiavelo a una cuestin intimamente ‘conexa que plantea més adelante ~con un aire similar de paradoja autoconsciente-en el mismo capitulo: «Es mejor ser amado que ser temido, o viceversa?» (59). Una vez mis la respuesta clisica habia sido proporcionada por Cicerén cen Los deberes, afl miedo es una débil salvaguarda de un poder duradero», en tanto que el amor «puede dar seguri- dad de mantenerlo a salvo para siempre» (Il, 7, 23). De ‘nuevo Maquiavelo manifiesta su total desacuerdo, «Es mu cho mas seguro» replica, , aprovecharin cualquier ocasin para engafiaros en st propio provecho, Pero si os hactis temer, dudarin en ofen- deros 0 injuriaros, a resultas de lo cual se os hard mucho ‘més fic mantener vuestro estado (59). La otra linea de argumentacion de estos capitulosrefleja un rechazo atin mas decisivo de la moratidad humanista ‘convencional. Maquiavelo sugiere que, aun cuando las cua- lidades normalmente consideradas como buenas sean real- mente virtudes~de manera que un caudillo que se mofe de cllascaera sin duda en el vicio- no debe preocuparse de ta- les vicios si os juzga tanto tities como indiferentes para la conduccién de su gobierno. El principal interés de Maquiavelo en este punto consis- te en recordar a los nuevos caudillos sus deberes funda mentales. Un principe prudente «no debe lamentarse de recibir reproches por esos vicios sin os cuales difcimente podria mantener su posicién»s debera ver que tales riticas son simplemente una inevitable carga que debe soportar cen el desemperio de su obligacién fundamental, que es mantener su estado (55). Las implicaciones de esto son desplegadas en primer lugar en relacién con el supuesto vi- cio de la ruindad, Una vez que un principe prudente advie- rne que la mezquindad es «uno de los vicios que le permiten reinar», jurgard que «es de poca importancia el atraerse el apelativo de hombre mezquinoy (57). Esto mismo se apli ca en el caso de la crueldad. La disposicién para actuar con severidad ejemplar es crucial para el mantenimiento del orden tanto en los asuntos militares como en los civiles Esto significa que un principe pradente no «se preocupa por el reproche de crueldad», y que «es esencial también no preocuparse de que le lamen a uno cruebs si sees jefe dear ‘mas, porque «sin tal reputacién» no podréis esperar jamais ‘mantener vuestras tropas «tinidas o listas para accién algu- nay (60). En ultimo lugar, Maquiavelo somete a consideracién si esasunto importante para un caudillo rehuir los vicios me- nores dela carne si se quiere mantener su estado Los escri- tores de libros de consejos para principes afrontan esta cuestién con un espiritu estrechamente moralsta, hacién dose eco de la insistencia de Cicerdn en cl Libro I de Los de- eres en que el decoro es wesencial para la rectitud moral», y por ello toda persona que ocupe puestos de autoridad debe evitar cualquier fallo de conducta en su vida personal (1,28, 98). En contraposicion a esto, Maquiavela responde con un encogimiento de hombros. Un principe prudente ” sour «se protege contra estos vicios si puedes; pero si encuentra aque no le es posible, entonces «pasa sobre ellos sin darles cdemasiada importancia», «no molestandose por tnos sen timientos tan vulgares» (55).

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