Pachacuti el modelo de desarrollo andino
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El Modelo de desarrollo andino se encuentra en estado de expansión, pero no solamente porque tenga la virtud de generar una mejor CALIDAD DE RIQUEZA y bienestar que el modelo occidental-capitalista (que solo busca CANTIDAD DE RIQUEZA), sino porque le da a la vida, al trabajo y a la convivencia, un nuevo sentido más armónico y bello. Es un modelo que no produce las deformidades del Capitalismo, y es un paso trascendente que la humanidad podría dar en su devenir por el mundo. Mediante este el hombre se amista con la naturaleza y empieza a verla como su aliada, como su hermana en la vida. Apunta a un solo objetivo: la armonía como finalidad última.
Luis Enrique Alvizuri García Naranjo
Luis Enrique Alvizuri García Naranjo (Lima, Perú, 1955). Publicista, filósofo, locutor, cantautor. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía y de la Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes de la Música, SONIEM.
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Pachacuti el modelo de desarrollo andino - Luis Enrique Alvizuri García Naranjo
El Modelo de desarrollo andino se encuentra en estado de expansión, pero no solamente porque tenga la virtud de generar una mejor CALIDAD DE RIQUEZA y bienestar que el modelo occidental-capitalista (que solo busca CANTIDAD DE RIQUEZA), sino porque le da a la vida, al trabajo y a la convivencia, un nuevo sentido más armónico y bello. Es un modelo que no produce las deformidades del Capitalismo, y es un paso trascendente que la humanidad podría dar en su devenir por el mundo. Mediante este el hombre se amista con la naturaleza y empieza a verla como su aliada, como su hermana en la vida. Apunta a un solo objetivo: la armonía como finalidad última. Esta armonía se alcanza solo cuando se busca, por sobre todas las cosas, la belleza: belleza para trabajar, para alimentarse, para comunicarse y reproducirse. Incluso la distribución de los beneficios de la vida en común, lo que toda sociedad produce, se hace dentro de esos cánones. Las leyes que surgen de este modelo tienen como norte que su aplicación genere belleza; que el contemplar sus resultados sea motivo de maravilla y de alegría. Los valores que impulsa son el equilibrio, el colorido, la satisfacción, etc. Por el contrario, los valores que rechaza son los que corresponden a la actual sociedad de mercado: la acumulación, el individualismo, la propiedad privada de los usos públicos (que no es lo mismo que la propiedad personal), el dinero como valor en sí, la libertad de mantener vicios sin medir las consecuencias y muchos factores más, algunos sumamente conocidos y en exceso analizados. Al ser humano lo único que le ha importado siempre es saber para qué vive, y no cómo y cuánto tiene que comer o comprar. La actual sociedad de mercado solo le ofrece satisfacer sus necesidades, pero de lo demás que él vea cómo se las arregla, como si la vida humana fuese la de una ameba: vivir para satisfacer necesidades (si es que en verdad así vive dicho respetable ser). En cambio, la sociedad de la belleza del modelo andino le promete al hombre las suficientes respuestas como para que este viva con satisfacción plena y con la esperanza que él será eterno, integrándose así con el Universo, en paz y con amor. Si algún modelo no pudiera prometer esto, no tendría posibilidades de subsistir, así atiborre de placeres y objetos a cada uno de los seres humanos de su sociedad.
Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo (Lima, 1955). Ensayista, publicista y comunicador, con estudios de sicología en la Universidad Ricardo Palma y comunicaciones en la Universidad de Lima. Es autor de ensayos filosóficos, poemarios, cuentos literarios y para niños, y compositor e intérprete de canciones de contenido social y reflexivo, con varios discos grabados. Es creador de juegos de mesa, de un módulo educativo para nivel inicial y de una caricatura periodística titulada Zapatón y Zapatilla. Profesionalmente se desempeñó como locutor de radio y televisión, como periodista y como publicista de varias agencias de publicidad del Perú. Actualmente es consultor en comunicaciones empresariales. En 1994 fundó la Asociación Artística y Cultural GAMA y es fundador y presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina SIFANDINA.
Pachacuti, el modelo de desarrollo andino
Lima, diciembre de 2007
© Luis Enrique Alvizuri
Carátula y diagramación: Ricardo Cateriano Zapater Impreso en Perú
Printed in Perú sifandina@yahoo.com
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú 2007-12693
Luis Enrique Alvizuri
Pachacuti
El modelo de desarrollo andino
Lima Perú 2007
CONTENIDO
PREÁMBULO
Si nos pidieran sintetizar el objeto de nuestro pensamiento
y del por qué hablamos de un modelo de desarrollo andino
diríamos que lo importante es entender, primero,
que el concepto desarrollo
conlleva dos maneras de interpretarlo:
el más común, el que se utiliza actualmente,
es aquel que significa progreso,
avance, acumulación, crecimiento,
incremento, expansión, cobertura, etc.
Pero el otro es el que nosotros vamos a manejar
en el transcurso de esta lectura:
desarrollo es desenvolvimiento,
alcance, logro, conclusión, obtención,
plenitud, madurez, apogeo.
La primera definición es la que emplea la modernidad occidental
y de allí su frenética carrera por la acumulación
y el acopio ilimitado de objetos,
tanto materiales como inmateriales.
La segunda es la que se aplica a filosofías como la andina,
donde el objetivo del ser humano es alcanzar su madurez plena,
en armonía con su entorno.
Haciendo una comparación,
el Occidente moderno crece sin medida y sin control,
más allá de sus posibilidades.
Es como esos gigantes que,
afectados de niños por alguna enfermedad,
empiezan a estirarse
hasta que ya no pueden mantenerse en pie
y mueren tempranamente a consecuencia de su tamaño.
En el pensamiento andino
la idea es que el hombre debe crecer
hasta adquirir su proporción ideal
y se desempeñe tal como debe ser,
evitando todas las anormalidades
—entre las que se encuentran el enanismo
(la falta de desenvolvimiento)
y el gigantismo (el exceso).
Es lo que vemos también en la naturaleza.
Una flor alcanza su desarrollo
cuando esta tiene todas las condiciones para abrirse
y mostrarse plenamente.
A partir de allí se inician otros procesos
(la transformación en fruto, la polinización)
que solo se dan con la adquisición de dicho desarrollo.
Esto significa que estamos hablando
de dos modos diferentes y opuestos
de entender la vida del ser humano.
El uno está convencido que su objetivo es
la posesión tanto del planeta como del Universo en pleno,
tanto de lo intra como de lo extra atómico.
El otro plantea la armonía como proceso para llegar al fin
que es la plenitud,
cosa que suscita lo que entendemos como la belleza,
fin máximo al que aspira la filosofía andina.
Todo lo que existe posee una dimensión
y proporciones que les son propias;
fuera de estas líneas maestras
se produce la deformidad que lleva a la destrucción,
o sea, surge un fenómeno, una aberración.
Toda anomalía es dolorosa
porque quiebra el equilibrio con el medio
y solo se sostiene con aditamentos artificiales.
La promesa occidental,
según la cual el hombre debe conquistar su medio
y dominarlo porque lo conoce,
está actualmente agotada
debido a que ya no atrae a la mayor parte
de los que pertenecen a esa civilización.
Tanto sus pensadores como sus simples individuos
se encuentran ahora a la caza de nuevas ideas,
nuevas filosofías, nuevas promesas
que les digan que sí existe una mejor forma de vivir
que no sea destrozando al planeta
y satisfaciendo hasta el hartazgo y en exceso
las necesidades materiales.
Es recién en esta época que se puede contemplar
el monstruo que ha creado la vigilia de la razón,
no porque esta sea mala en sí
(pues la emplean todos los animales en su diario vivir)
sino porque, llevada al extremo
y usada como medida de todas las cosas,
convierte la vida del hombre
en un esfuerzo sobrehumano por racionalizarlo todo,
olvidándose, en este intento,
de alcanzar su principal objetivo que es,
a nuestro entender,
tener una respuesta al porqué de la existencia.
En cambio, el modelo de desarrollo andino
es una guía para que todos los hombres y mujeres
orienten su existencia hacia la realización,
hacia el lugar a donde debe estar el ser humano.
Es una propuesta (promesa)
en la que, logrando ubicarnos en nuestro sitio
—en la justa medida con el medio y con nuestro interior—
podremos alcanzar el fin
que es el florecer para luego dar fruto
y así continúe la cadena de la vida.
Este esfuerzo y resultados
nos van a ir produciendo la belleza,
que es un estado de contemplación
que conmociona nuestro interior
y produce un placer intenso,
que no es igual al que provocan los sentidos,
sino al que se experimenta mediante la fe espiritual.
Muy brevemente,
sintetizaremos la explicación de nuestra estructura filosófica
de la siguiente manera.
El hombre no sería lo que es
si no fuese porque algo lo impulsó a dejar de ser lo que era.
Las teorías contemporáneas afirman
que se trató de un proceso material,
producto de una serie de necesidades.
A eso le llaman evolución
y afirman que no es una teoría sino la verdad.
Es un hecho que ocurrió hace millones de años,
pero lo aseguran como si lo estuvieran viendo.
Sin embargo, es difícil creer
que una especie llegue a ser lo que somos ahora
por simples cuestiones biológicas.
La naturaleza no permite que ningún ser vivo
exista sin que este encuentre todo lo que necesita.
Cuando no lo halla es porque dicha especie ha llegado
al límite de su capacidad
al no tener ya el ambiente adecuado para subsistir.
El pre hombre no tendría por qué ser la excepción a esta regla
(y no ha habido ninguna).
Tuvo que haber algo más que las solas carencias y necesidades
para que aparezca esta extraña criatura sobre la Tierra.
Ni los pulgares, ni el medio ambiente,
ni el tamaño del cerebro crean hombres,
pues ello solo son consecuencias
de un determinado modo de vida.
A nuestro entender
(y admitimos que en esto
tenemos tanta certeza o error como cualquier otro)
creemos que aquello que hizo que un determinado animal
—de los miles de millones que hay y ha habido—
se convirtiera en lo que nosotros somos actualmente
fue una extraña fuerza,
un desconocido impulso
que lo afectó a él y solo a él (hasta ahora).
A esa misteriosa causa la denominamos impulso filosofante,
una peculiar inquietud que hizo que el pre humano, inexplicablemente,
se diera cuenta de algo que ningún