Ya la noche haba tomado los ltimos rincones de las calles que se resistan con mprobo

esfuerzo. Es ese momento en el que las olas juegan con la playa al corre que te pillo
olvidndose de expulsar a esos seres molestos que invaden el mar por el da. Dos de estos
seres, ajenos a estos juegos y poco pudorosos ante la mirada de las estrellas, yacen en la arena
como relojes que no consumen tiempo sino pasiones.
l, ella; ella, l, quizs ninguno, quizs los dos solo sean uno, dos amantes que entretejen sus
cuerpos abarrotados de pasin. Ms all de ellos nada hay, despus del primer beso todo dej
de existir. Solo dos amantes que se encuentran una y otra vez entre los vaivenes del amor. Una
y otra vez. Unos jadeos que se enroscan y se desenroscan. La aagaza de sus cuerpos que se
alejan y se atraen constantemente para que se d el encuentro una y otra vez. Una y otra vez.
Unas miradas que se rizan entre s y que no dejan ni siquiera que el aire las traspase. Unos
dedos entrecruzados que el destino ha anudado en ese momento de respiracin profunda,
como queriendo absorberse el uno al otro.
l entre sus piernas, dejndose atrapar por las piernas de ella. Busca entre el cabello negro
azabache de ella hasta que sus manos quedan enmaraadas y tira de l como se tira de las
riendas de un corcel para que corra con frenes hasta la extenuacin. El hombre henchido de
fuego clava sus caderas en las de ella que brillan como espuelas dibujadas por la frgil luz de la
noche. Busca el cuerpo de ella con sus labios, busca acapararla toda con su boca, recorrindola
con un regusto a la sal que el mar le ha regalado despus del bao.
Ella ya no sabe a sal. Ahora toda ella tiene el sabor de l por todo su cuerpo. Se yergue sobre l
y contempla su cuerpo para acalorar su mente y que un nuevo remolino de carne amante
comience. Sus senos se agolpan contra el pecho de su amor buscando que sus corazones
estn lo ms cerca posible. En este empuje la amante le clava sus dedos en la espalda hasta
que un grito de placer aviva la danza concupiscente de los dos enamorados.
Llega el tiempo de los besos. Sus lenguas no retroceden envalentonadas por el amor y la
pasin. Las miradas se acompaan de palabras que saben a hidromiel y a un porvenir que se va
a inscribir en el destino como la historia ms bonita de amor.
El tiempo de la danza sobre la arena acaba porque el sol amanece.
El tiempo de dos amantes que lo van a ser para siempre comienza porque el amor amanece.