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Feliz Navidad…

Después del desayuno – tamales, café y tortillas- Chunguito se bañó y se puso su mudada
nueva: burros, bluyín y camisa, su padre le dio 5 lempiras, un fuerte abrazo y le dijo “No lo
gastes todo de un solo!” Su madre preparó algunos tamales, los puso en dos ollas, una
mediana y una pequeña y le dijo: “Dale mis saludos a tu abuelita y decile que pasaremos por
ella para ir a la iglesia y los tamales de la olla pequeña se los llevas a la profesora Rafaela – la
maestra de tercer grado de Chunguito” Salió corriendo de la casa haciendo las cuentas de los
cohetes que podía comprar con los cinco lempiras: 1 metralleta, 4 paquetes de cohetillos (de
los rojos), 6 morteros, 4 chifladores y 2 luces de bengala, a lo lejos escuchó la voz de su madre
que le gritaba algo como: “Cipote, deja de correr que vas a botar los…”

Una hora más tarde Llegaba a casa de su abuela, entregó los tamales, dio el mensaje de su
madre, se comió la torreja que le ofrecieron y salió corriendo de nuevo, esta vez hacia la plaza
a comprar sus cohetes en la tienda de Miguelito. Compró todos los cohetes y hasta le sobró un
10 para un topoyiyo1 de leche con coco. Luego pasó por la casa de la profesora Rafaela, le dio
los tamales y ella le dijo que llevaría la olla al día siguiente y que tuviera cuidado con los
cohetes porque tunco no podría seguir estudiando. De regreso a la casa, Chungo, iba
pensando en los cohetes, en la misa y en la fiesta (Esperaba que su prima Dilcia estuviera allí)
En el camino recogió un par de piedras, saco la hulera2 que llevaba en la bolsa de atrás y
comenzó a escudriñar los arboles en busca de algún pájaro o una ardilla, aunque no encontró
nada, no pudo evitar pensar que pasaría si atrapaba un pájaro vivo y le ataba un mortero en la
espalda, justo entre las alas, lo encendía y lo dejaba que volara; la idea de un montón de
plumas enrojecidas que se esparcían en el aire amplió aún más la sonrisa en su inocente
rostro. Al pasar por la quebrada, que quedaba apenas a unos 50 metros de su casa, vio a
Cástulo, agachado a la orilla de la quebrada, lavando su machete, luego se lavó la cara y las
manos, todos llenos de sangre. Chungo se le quedo mirando un poco asustado pues todos en
el pueblo decían que era pautado3 - es decir nadie cortaba café, domaba bestias, pozeaba o
tareyaba tanto como él – y con voz algo temblorosa le dijo “Feliz Navidad, Don Cástulo”, sin
esperar respuesta prosiguió rápidamente su camino.

Al llegar a su casa, Chispa salió a encontrarlo como siempre, sin embargo Chunguito notó
inmediatamente que su perra renqueaba y que estaba llena de sangre, la tomó en brazos y le
gritó a sus padres: “Mamá, Papá, machetearon a Chispa”; esperó un instante y gritó de nuevo,
lo hizo una tercera vez, aún con más fuerza, pero ni mamá ni papá llegaron a ayudarle. Puso a
Chispa en el suelo y corrió a la sala a buscar algo con que limpiar a su perra, pero no sabía qué
hacer para detener la hemorragia. Recordó que su padre tenía una venda que usaba los
domingos cuando jugaba futbol con el “Atlético” y corrió al cuarto a buscarla. La encontró junto
a los tacos y la camiseta numero 9 de su padre, corrió de nuevo hacia donde Chispa y como
pudo, le lavó la herida y le colocó la venda, la tomó en brazos y dio vuelta a la casa para poner
a Chispa sobre los costales viejos en que dormía en el corredor de atrás de la casa donde
también quedaba la cocina. Allí, en el piso, estaba su padre, boca arriba con sus ojos grandes
abiertos, con un pequeño agujero en la frente del que se desprendía un hilo de sangre. Su
madre yacía sobre él, abrazándole y con una herida en la parte de atrás de la cabeza y varias
heridas en la espalda. Chunguito se aferró a ellos y lloró inconsolablemente. Unos primos que
llegaron a visitar a la familia notificaron al auxiliar quien a su vez dio parte al cabo de policía.

1
Charamusca
2
Honda, resortera, slingshot, etc.
3
Que tenia pacto con el Diablo.
Desde ese día Chunguito no volvió a hablar, lo único que repetía incesantemente era: “Feliz
navidad, Feliz, navidad”, no habló cuando los policías le interrogaron sobre cualquier cosa que
pudiera servir para capturar al o los asesinos, no habló cuando escuchó que sus tíos y otros
familiares hablaban de Cástulo, el enamorado de ojos de su madre que en una de sus tantas
borracheras había jurado que si ella no era de él, no sería de nadie y que había siempre
querido comprarles “La Laguna Seca”, finquita que la madre de Chunguito heredó de sus
padres, no dijo nada cuando a su padre le amarraron los pies cuando estaba en el ataúd, pues
según la familia, así el asesino no podría escaparse, de hecho, desde el momento en que
encontró a sus padres muertos, Chunguito no volvió a hablar, es más, después de eso
abandonó la escuela y se le veía deambulando descalzo y sucio por la plaza del pueblo y entre
las fincas a todas horas del día y de la noche. A veces Chunguito o San Nicolás, como le
apodaron en el pueblo, se montaba en un camión, se iba al pueblo vecino y regresaba unos
días después con golpes y moretes causados por las piedras que le tiraban los niños o por las
golpizas que le daban los policías cuando lo encontraban durmiendo en una banca. Un día se
subió al camión y nunca más regresó a su pueblo. La familia de sus padres le buscó por unos
días pero rápidamente se hicieron a la idea de que ya no hubiera un “San Nicolás” en la familia
y terminaron, convenientemente, olvidándose de Chunguito.

Cástulo se quedo en el pueblo, era un buen trabajador y aunque la gente le tenía miedo porque
decían que era pautado, después de 20 años había logrado hacer una pequeña fortuna
comerciando con café. En diciembre del 2009 fue invitado a una exposición de caficultores en
San Francisco, California, donde recibiría el “Grano de oro” por ser uno de los exportadores
de café de estricta altura de mejor calidad. El evento tuvo lugar en un lujoso hotel ubicado en
el área del Unión Square. Al finalizar y a pesar de que era su primera vez en los Estados y
estaba haciendo mucho frio, Cástulo decidió caminar un poco por la calle que da al muelle 39,
tenía ganas de celebrar, de tirar la casa por la ventana, a sus 52 años, se sabía lleno de vida.
Ese día estaba más claro que nunca que las personas que se interpusieron en su camino, las
personas que se negaron a venderle sus propiedades o su café al precio que él ponía, jamás
hubieran llegado donde él estaba, él era un hombre de éxito, un ganador. Cástulo había
luchado y había triunfado. La clave de su éxito y su política de negocios: “El mejor enemigo es
el enemigo muerto”.

Se detuvo en la esquina de Chestnut y Powell a esperar el cambio de luz, a sus espaldas


escuchó la voz de un hombre que le dijo: “Merry Christmas, Don Cástulo” se dio vuelta y
contestó, “No hablo inglés, ¿Cómo sabe mi nombre?” El hombre respondió, “Me llamo Jesús y
acabo de decirle lo mismo que le dije hace 20 años en la quebrada, Feliz Navidad”, acto
seguido le clavó un puñal en el pecho, cruzó la calle y desapareció entre la multitud para
siempre.

Mr.E

Diciembre, 2009

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