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See e edad dd vd dd dnvvevseeer he” de un autista escapar de sf mismo? ¢Cuél es el ‘sexo de los autistas? ; Para averiguarlo me fui de putas. Pero esto me rece un capitulo aparte. CAPITULO VI La costumbre de acecharlas de lejos me enseno Jo cerca que anda la compasion de la repugnancia. ‘Al menos, en la forma en que intentamos poner ra- Zones a algo que esta casi mas cerca del miedo. Me Tlevaba a ellas —siempre a cierta distancia, lo que ya hacfa sospechar de que algo andaba mal en mf, Zomo aquel adolescente que desprecia las revistas | pomogrificas después de hojearlas deprisa, miran- do a los lados por el temor a ser descubierto en pleno delito— una mérbida curiosidad. Ya de ado- Iescente empecé a cuestionarme si mi eseasa ape- tencia sexual no seria la punta del iceberg de algo peor. De la repugnancia podria hablar mucho, las fal- das reventonas, los muslos desvalidos, los. sexos trajinados, la desmafiada pastosidad de sus caras, la obscenidad contenida en la jocosa ostentacion de su impudor, y asf, entre estas viejas razones, iba pasando inadvertidamente a otro sentimiento mas | Brayo a uno mismo, mas facil de sobrellevar, como es la coinpasién, incluso la melancolia —cudnta soledad en aquellos taconeos por las aceras des. 12 = gastadas, qué deterioro de la estima propia se es- condfa en su desparpajo, sus risas y sus maneras procaces, si en el fondo esas mujerzuelas, perdén, esas mujercillas, la miseria; ten misericordia de nosotros. Nunca reconocf el menor deseo por mi parte y me decia a mi mismo, falso y condescendiente: «Sentiria que abuso de ella.» Pensando en Candela y buscando el puterfo, fi- jada ya nuestra fecha de bodas (lo que son las co- sas: hay que esperar a casarse para ser adolescen- te), tropecé finalmente con el Club El Tambor Ale- gre, candilejas mortecinas sefalizando su hugar en la noche de un callején largo como el dedo de la parca, al final de un largo paseo en solitario reco- rriendo un trayecto mil veces frecuentado, sin can- dilejas, sin farolillos, sin candelas, porque uno se distrae asi cuando no tiene otra cosa mejor que ha- cer y acaba ocupandose de sf mismo, que es la oct- pacién mas improductiva y recurrente.' + En la barra una mulata hispida de expresion ‘apacible y feliz. esperaba la clientela escuchando la cadena Dial. Pedi una cerveza y murmuré en algo semejante a una pregunta si era «un local de alter- ne». Me dijo alegremente que si, mi lindo, y ense- guida me dio a entender que mi timidez. y aquello del «local de afterne» le gustaban. Después se puso a bailar deslizéndose de un lugar a otro, sacudien- do la cabeza y canturreando algo que, segtin pude identificar, no tenia nada que ver con la cancién de la radio, pero sf con el ritmo de su cuerpo (que por tanto, tampoco tenfa que ver con aquélla). Ha- bia flores por todas partes, azucenas, dalias, jaz- 14 eee eee eee EEE EEE EEE mines, y una jaula enorme con varias docenas de periquitos, muchos de los cuales permanecian fue- ra, besdndose sobre los finos alambres y mirando- nos de lado, como miran los periquitos y casi to- dos los peces. Era un lugar irreal e incongruente. La mulata alegre deslizndose en la penumbra, yo con mi cara de zoquete mirandome desde el espe- Jo, los periquitos coreando una balada de la Flores. La mulata me sirvi6 una copa casi sin permiso, me cogié las manos y me transmitié su contento sa- candome a bailar sin testigos. Era fea y casi vieja. Pensé que estaba loca, pero yo también lo estaba De todas formas, no bailamos. —Ouerria... querria ver a las chicas. —Son fabulosas. Has elegido bien. —Adin no he elegido nada Lo hards. Se estan arreglando, Ahora mismi- to bajan, carifio. Subi6 por una escalera de caracol sordamente enmoquetada de azul y agujereada de tacones, sin perder su aire jovial. Of algunos rumores y risas procedentes de arriba. Quiza les hubiera contado un chiste y yo era su protagonista. Eran atin las nueve y debfan de acabar de abrir. No sabia atin si habfa yo ido alli para algo mas que curiosear, asi que me sentf algo corrido porque de algiin modo ya me estaba comprometiendo (ellis se_prepara- ban para presentarse ante mi, como esclavas que se exhiben en el mercado ante un patricio rico y solitario). Eclipsarse de allf me parecié lo mas sen- sato ¢ indecoroso. Nunca he sabido negarme a comprar algo después de preguntar el precio y comprobar que funciona 0 que es agradable al tac- 125 aaaaar to, creo que ése es uno de mis principales proble- mas de relacién, quiero decir, si supiera tolerar ¢! esto de crispacién del dependiente o la depen: dienta y devolver a la estanteria un cacharro boni- to y digno de ser comprado sin rechistar por al- guien de buen gusto y sensatez, entonces seria pro- bablemente un tipo con muchos amigos, una agen: da llena de ndimeros de teléfono, no me habia ca- sado con Candela y ahora no estarfa en un puticlub sufriendo por no poder largarme después de haber sido amablemente invitado a un baile. Me quedé contemplando la forma sincronizada de moverse de los periquitos, como diminutos autématas, la rotacién de sus cabezas sin cuello aparente, su abs truso lenguaje. Qué se dirian?

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