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FORMAS COTIDIANAS DE REBELION CAMPESINA * Jim Scott 1. La HISTORIA NO ESCRITA DE LA RESISTENCIA La argumentacién siguiente se origin en una creciente insatisfaccién con gran parte del trabajo reciente —tanto el mio como el de otros— sobre el tema de la rebelién y revolucién campesinas. Es obvio que la desmesurada atencién prestada a la insurreccién campesina a gran escala fue estimulada ~por lo menos en Norteamérica- por la guerra de Vietnam y uuna especie de romance académico de la izquierda con las guerras de liberacién nacional, En este caso, el interés y la fuente de material se reforzaron mutuamente, ya que los datos histéricos y de archivo eran mas ricos precisamente en el momento en que los campesinos llegaron a convertirse en una amenaza para el estado y el orden internacional existente.! En otros momentos, es deci la mayor parte del tiempo, los campesinos aparecian en los registros histéricos no tanto como actores histéricos, sino como contribuyentes més 0 ‘menos andnimos a las estadisticas o el reclutamiento obligatorio, los impuestos, la emigra- cién laboral, las propiedades de terrenos y la produccién de cosechas. De hecho, a pesar de toda su importancia cuando ocurren, las rebeliones campesinas, y no digamos las “revoluciones” campesinas, son pocas y distantes entre si. No sélo por- {que las circunstancias que favorecen el levantamiento campesino a gran escala son compa- rativamente infrecuentes, sino porque, cuando aparecen, las revueltas que desarrollan son aplastadas casi siempre sin miramientos. Sin duda, incluso una revuelta fallida puede con- seguir algo: algunas concesiones del estado o los terratenientes, un breve aplazamiento de las nuevas y dificiles relaciones de produccién? y, por supuesto, un recuerdo de resistencia ¥y valentia que puede quedar latente para el futuro. Tales logros, sin embargo, son inciertos, mientras que la masacre, la represin y la desmoralizacién de la derrota son demasiado ciertos y palpables. En un sentido més amplio, se podria decir que Ja historiografia de la lucha de clases ha sido sistemdticamente deformada en un sentido que favorece al estado. Los aconteci- * Publicado originalmente en The Journal of Peasant Studies, vol. 13, nim. 2 (1986). * Véase, por ejemplo, Barrington Moote, Jt: The social basis of Dictatorship and Democracy (Boston: Boston Press, 1966); Jeffrey M, Paice: Agrarian Revolution: Social Movements and Export Agriculture n the Underdeveloped World (New York: Free Press, 1975); Eric R. Wott: Peasant Wars of the Twentieth Century (New Haven: Yale University Press, 1976); Samuel L. Pork: The Rational Peasant (Berkeley: University of California Press, 1969), 2 Para un ejemplo de estos beneficios temporales, véase el magnifico estudio de E. J. Howssawn y George Rupé: Captain Swing (New York: Pantheon Books, 1968), pp. 281-99. Historia Social, n° 28, 1997, pp. 13-39, 13 “ ‘mientos que llaman la atencién son los que reciben mas atenciGn del estado y las clases di- rigentes en sus archivos. Asi, por ejemplo, una rebelién pequefa y fitil reclama una aten- cién totalmente desproporcionada respecto a su impacto sobre las relaciones de clases, ‘mientras que a los actos anénimos de evasién de impuestos, sabotaje y robo que pueden haber tenido mucho mayor impacto, raramente se les presta atencién. La pequefia rebelion puede haber tenido una importancia simbélica por su violencia y sus propésitos revolucio- narios, pero para la mayoria de las clases subordinadas histéricamente tales episodios oca- sionales eran de menor impacto que la guerrilla silenciosa y constante que ocurria dia si dia no, Quizé inicamente en el estudio de la esclavitud tales formas de resistencia recibie- ron la atencién debida, y eso fue asi claramente porque ha habido relativamente pocas re- beliones de esclavos (antes de la guerra en el Sur por lo menos) para satisfacer el apetito del historiador. También vale la pena recordar que incluso en aquellos momentos histéri- cos extraordinarios en que una revolucién apoyada por los campesinos ega realmente a tomar el poder, los resultados son, en los mejores casos, un arma de doble filo para el campesinado. Aparte de lo que pueda haber conseguido la revolucién, casi siempre crea un aparato estatal mas coercitivo y hegeménico, el cual a menudo descarga su ira sobre la poblacién rural como no lo habia hecho ningin aparato anterior, Con demasiada frecuen- cia el campesinado se encuentra en la situacién paradéjica de haber ayudado a dar poder a un grupo dirigente cuyos planes para la industrializacién, impuestos y colectivizacién estin muy en contra de los objetivos por los cuales los campesinos habian imaginado estar luchando. * Una historia del campesinado centrada exclusivamente en los levantamientos seria ‘como una historia de los obreros dedicada enteramente a grandes huelgas y disturbios. A pesar de su importancia y de su valor de diagnéstico, pueden decirnos poco sobre el cua- drilétero mas duradero del conflicto y la resistencia de clase: la lucha vital, dia a dia en la fAbrica por mejorar el ritmo de trabajo, el tiempo libre, los salarios, la autonomia, los pri- vilegios y el respeto. Para unos trabajadores que operan, por definicién, con una desventa- ja estructural y sujetos a la represién, tales formas de lucha cotidiana pueden ser la tinica ‘opcién posible. La resistencia de este tipo no descarta los manifiestos, las manifestaciones ¥ las batallas que normalmente flaman la atencién, pero aqui también esti en juego un territorio vital. Para el campesinado, diseminado por el campo y enfrentindose a unos obs- tculos para la accién colectiva y organizada todavia més imponentes, las formas de resis- tencia cotidianas parecerian particularmente importantes Por todas estas razones, se me ocurrié a mi que el énfasis estaba mal puesto en el tema de la rebelién campesina. En su lugar, parecia mucho mas razonable comprender lo que podriamos llamar formas cotidianas de resistencia campesina: Ia prosaica pero cons- tante lucha entre ef campesinado y los que procuran extraer de ellos trabajo, comida, im- puestos, rentas ¢ intereses. La mayoria de las formas que toma esta lucha quedan bien lejos del desafio colectivo directo. Aqui debo mencionar las armas ordinarias de los gru- pos relativamente sin poder: trabajar despacio, disimular, falsa aceptacién, pequefios hur- tos, ignorancia fingida, calumnias, incendios provocados, sabotaje, etcétera. Estas formas brechtianas de lucha de clases tienen ciertos rasgos en comin. Requieren poca o ninguna coordinacidn o plan; a menudo representan una forma de auto-ayuda individual; y normal- mente evitan todo tipo de confrontacién simbélica directa con la autoridad o las normas de la élite. Entender estas formas comunes de resistencia es comprender qué hace la mayorfa de los campesinos “entre rebeliones” para defender sus intereses lo mejor posible. > Algunas de estas cuestiones son examinadas en Scorr: “Revolution in the Revolution; Peasants and Commisars”, Theory and Society, Vol. 7, n= 1,2 (1979), pp. 97-134. Seria un grave error, como lo es con las rebeliones campesinas, idealizar estas “armas de los débiles”. Probablemente slo podrén afectar marginalmente las varias formas de ex- plotacién a las que se enfrentan los campesinos. Ademis, el campesinado no tiene el mo- nopolio de estas armas, como habré podido constatar cualquiera que haya observado a representantes de la autoridad y terratenientes cuando se resisten y boicotean ciertas politi- cas estatales que les son desfavorables. Por otra parte, tales modos de resistencia brechtianos (o schweikianos) no son trivia- les. La desercidn y la evasién del reclutamiento obligatorio y del trabajo pesado sin duda hhan limitado las aspiraciones imperiales de muchos monarcas en el Sureste Asidtico* 0 incluso en Europa. El proceso y su impacto potencial han sido captados de forma inmejo- rable por R. C. Cobb en su relato de la resistencia al reclutamiento y la desercién en la Francia revolucionaria y en los primeros tiempos del Imperio. Desde el aiio V al afio VII, existen informes, cada vez més frecuentes, de una serie de Departa- ‘mentos... de cada recluta de un cantén determinado que habia vuelto a casa y vivia ahi sin ser mo- lestado. Mejor todavia, muchos de ellos no volvian a casa; ni siquiera habian llegado a irse... En el aiio VII también los dedos amputados de la mano derecha la forma més comin de automutilacién— cempiezan a ser una prueba estadistica de Ia fuerza de lo que puede describirse como un vasto movi- ‘miento de complicidad colectiva, incluyendo a la familia, la parroquia, las autoridades locales, can- tones enteros. Incluso el Imperio, con su policia rural mucho més numerosa y eficaz, no consiguid mas que reducir temporalmente la velocidad de la hemorragia que... desde 1812, una vez més alcanzaba ‘unas proporciones catastrficas. No podia haber existido un referéndum mas elocuente sobre la im- popularidad universal de un régimen represivo; y no hay espectaculo més motivador para un histo- riador que un pueblo que ha decidido que ya no va a luchar y que, sin aspavientos, vuelve a casa... la gente Ilana, al menos en este aspecto, tuvo una valiosa participacién en el derrocamiento del go- bbiemo mis nefasto de Francia. * De un modo parecido, la evasin de impuestos es un ejemplo clasico de cémo refre- nar Ia ambiciOn de los estados del Tercer Mundo, ya sean pre-coloniales, coloniales o in- dependientes. No es de extrafiar que tan gran parte de los impuestos en estados del Tercer ‘Mundo se recauden como sobretasas sobre las importaciones y exportaciones; este modelo es, en gran parte, un tributo a la capacidad de resistencia frente a los impuestos de sus sib- ditos, Incluso una lectura superficial de {a literatura sobre el “desarrollo” rural contiene tuna rica cosecha de esquemas y programas gubernamentales impopulares que se han ex- tinguido gracias a Ia resistencia pasiva del campesinado. ¢ En algunas ocasiones esta re- sistencia ha legado a ser activa, incluso violenta. Més a menudo, sin embargo, toma la forma de un rechazo pasivo, sabotaje sutil, evasién y engafio. Los esfuerzos persistentes del gobierno malayo por persuadir a los campesinos de que no cultivaran caucho que com- “Vase ef andlisis de Michael Apas: “From Avoidance to Confrontation: Peasant Protest in Precolonial and Colonial Southeast Asia", Comparative Studies in Society and History, Vol. 24, n° 2 (abril 1981), pp. 217-47. 5R.C, Copp: The Police and the People: French Popular Protest, 1789-1820 (Oxford: Clarendon Press, 1970), pp, 96-7. Para un relato apasionante sobre la automutilaciOn para evitar el reclutamiento, ver Emile Zora: La Terre, traducido por Douglas Parnee (Harmondsworth: Penguin, 1980), © Un fascinante relato de tal resistencia en Tanzania, ver Goran HvDen: Beyond Ujamaa in Tanzania (London: Heinneman, 1980). Para las consecuencias de una politica agraria torpe impuesta desde arriba, véase Robert BATES: Markets and States in Tropical Africa: The Political Basis of Agricultural Policies (Berkeley: University of California Press, 1981). 18 16 petiria con el sector de las plantaciones para el mercado es un caso de este tipo.’ Varios planes restrictivos y leyes sobre la explotacién de la tierra se intentaron aplicar desde 1922 hasta 1928 y de nuevo en los afios 30 con resultados limitados a causa de la resistencia campesina masiva. Los esfuerzos de los campesinos en los estados de corte socialista por prevenir y después mitigar o incluso desbaratar, formas impopulares de agricultura colecti- ‘va representan un ejemplo llamativo de las técnicas defensivas disponibles para un campe- sinado asediado. Aqui también la lucha esté marcada no tanto por unos enfrentamientos ‘masivos y desafiantes como por una silenciosa evasin que es igualmente masiva y mucho mas efectiva en muchos casos. El tipo de resistencia en cuestién quizd puede describirse mejor contrastando las di- versas formas de resistencia de dos en dos, ambas con un objetivo muy parecido, la prime- ra forma seria la resistencia “cotidiana” segin la entendemos aqui, y la segunda los en- frentamientos mis abiertos y directos que suelen dominar el estudio de la resistencia. En el primer grupo queda el proceso silencioso, paulatino por el cual los “ocupas” campesi- 108 se han instalado en tierras de plantaciones o bosques estatales; en el segundo una inva- sién piiblica de la propiedad que abiertamente desafia las relaciones de propiedad. En un Jado queda un proceso de desercién militar gradual; en el otro un motin abierto destinado a climinar o sustituir alos oficiales. De un lado queda el hurto de las reservas de grano pii- blicas o privadas; en el otro un asalto abierto a los mercados o graneros destinado a la re- istribucién de los suministros alimenticios. Dichas técnicas de resistencia estan bien adaptadas a las caracteristicas particulares del campesinado. Siendo una “clase baja” peculiar, geograficamente distribuida, muchas ‘veces falta de la disciplina y liderazgo que promoverian una oposicién més organizada, el ‘campesinado se adapta mejor a las campafias de desgaste de tipo “guerrilla” que requieren poca 0 ninguna coordinacién, Sus actos individuales de trabajo intencionadamente lento y evasion de impuestos, reforzados a menudo por una venerable cultura popular de la resis- tencia, y multiplicados por muchos miles, pueden tener como resultado un completo fraca- s0 de las politicas sofiadas por sus supuestos superiores en la capital, El estado puede res- ponder de varios modos. Las politicas pueden ser reformadas segin unas expectativas més realistas. Pueden ser mantenidas pero reforzadas con incentivos positivos destinados a ani- mar el cumplimiento voluntario. Y, por supuesto, el estado puede escoger simplemente emplear mas coercién. Sea cual sea la respuesta, no debemos olvidar que la accién del campesinado ha cambiado o reducido de este modo las opciones politicas disponibles. Es por esta via, y no gracias a las revueltas, ni mucho menos a la presién politica legal, como el campesinado ha hecho sentir su presencia politica normalmente. Asi pues, cualquier historia o teoria de la politica campesina que intente hacer justicia al campesinado como actor histérico debe necesariamente tratar lo que yo he decidido llamar “formas cotidianas de resistencia”. Por este motivo es importante tanto documentar como aportar cierto orden conceptual a este aparente revoltijo de actividad humana. Las formas cotidianas de resistencia no hacen titulares. Del mismo modo que millo- nes de pélipos antozoarios crean, de buen grado o por fuerza, un arrecife coralino, asi miles y miles de actos individuales de insubordinacién y evasién crean un arrecife corali- no politico particular. Rara vez se da un enfrentamiento dramatico que sea particularmente digo de ser noticia. Y cuando, por seguir con el simil, el barco del estado se estrella con- tra tal arrecife, la atencién se pone casi siempre en el propio naufragio, y no en la vasta 2 El mejor, mas completo informe de esto puede hallarse en Lim Teck Guee: Peasants and their Agricul- tural Economy in Colonial Malaya, 1874-194] (Kuala Lumpur: Oxford University Press, 1977). Véase también ¢l persuasivo argumento de Donald M. Nos, Paul DIENER y Eugene E. Rakim: “Ecology and Evolution: Po- pulation, Primitive Accumulation, and the Malay Peasantry”,inédito, 1979, agregacién de pequefios actos que lo han hecho posible. Es muy raro que los perpetradores de estos pequeiios actos busquen llamar la atencién. Su seguridad depende de su anonima- to. Es también muy raro que los representantes del estado quieran hacer publica la insu- bordinacién. * Hacerlo significaria admitir que su politica es impopular y, sobre todo, cexponer a inestabilidad de su autoridad en el campo: ninguna de las dos cosas es conve- niente para el estado soberano. ? La propia naturaleza de estos actos y el interesado mu- tismo de los antagonistas conspiran asi para crear una especie de silencio cdmplice que de ningin modo borra las formas cotidianas de resistencia del registro histérico. La ciencia histérica y social, escrita por una “intelligentsia” que puede hacer registros escritos que también son creados en gran medida por las autoridades, simplemente no esté bien equipada para descubrir las formas silenciosas y anénimas de la lucha de clases que caracterizan al campesinado. '° En este caso, los que hacen estos registros implicitamente se unen a la conspiracién de los participantes que estan, a su vez, obligados a guardar si- encio, Colectivamente, esta improbable cébala contribuye a un estereotipo del campesina- do, ensalzado tanto en la literatura como en la historia, como una clase que alterna entre argos periodos de abyecta pasividad y breves, violentas y fitiles explosiones de rabia. Tenia siglos de miedo y sumisién tras él, sus hombros se habian endurecido con los golpes, su alma tan aplastada que no conocia su propia degradacién. Podian pegarle y matarle de hambre y robarle todo, aio tras allo, sin que abandonara su precaucién y estupidez, su mente llena de todo tipo de ideas confusas que no entendia bien; y esto continué hasta que una culminacién de injusticia y sufti- rmiento le lanzaron al cuello de su amo como un animal doméstico furioso que hubiera estado sopor- tando demasiadas vejaciones. (Zola, 1980: 91) Hay una pizca de verdad en el punto de vista de Zola, pero s6lo una pizca."" Es verdad que el comportamiento “de cara al piblico” de los campesinos durante épocas de silencio ofrece un aspecto de sumisién, miedo y precaucién, Por contraste, las insurrecciones cam- pesinas parecen reacciones viscerales de furia ciega. Lo que falta en el relato de la pasivi- ‘dad “normal” es la lucha lenta, de desgaste y en silencio, respecto a las rentas, las cose- chas, el trabajo y los impuestos en la cual la sumisién y la estupidez a menudo no son més que una pose, una tictica necesaria, Lo que falta en la descripcién de las “explosiones” pe- riddicas es la visién subyacente de justicia que las origina y sus objetivos especificos que son en realidad bastante racionales en muchas ocasiones. Las “explosiones” en si mismas son a menudo un signo de que las formas “normales” y muy encubiertas de la lucha de clases estin fallando o han Ilegado a un punto critico. Tales declaraciones de guerra abier- * Un ejemplo clisico es la eampatia de colectivizacion soviética en la cual la amplia oposicién a unirse al Kollchoz munca fue publictada hasta que Stalin dio permiso oficial en su discurso “Loco de Exito” de marzo 1930. Antes de esto, uno nunca se habria imaginado que la coercion habia sido utilizada (el eufemismo para coercién fue “6rdenes burocréticas”), que una enorme ocultacién de ganado habia tenido lugar en respuesta a la ‘campafa, o que la oposicién a la colectivizacion fue tan fuerte entre los campesinos medios como entre los ku- laks, Véase R. W. Davies: The Socialist Offensive: The Collectivisation of Soviet Agriculture, 1928-1930 (Lon- ddon: Macmillan, 1980), eapitulos 6,7. * Pero no del todo. Los registros de distrito probablemente aportarin mucho en este aspecto, ya que los oficiales de distrto intentan explicar Ia caida en los impuestos, 0 en las ciffas de reclutamiento a sus superiores ‘en la capital. Uno se imagina también que el registro informal oral es abundante; por ejemplo, reuniones infor- males del gabinete o el ministeio para tratar de los fallos politicos causados por la insubordinacién rural "© La excepeién parcial es, por supuesto, la antropologia. "No quiero en absoluto sugerir que la violencia nacida de la venganza, el odio y la furia no juegue nin- ign papel, slo que no agota el tema como Zola y otros implican. Es cierto que Coss (op. cit, pp. 89-90) de~ fiende la idea de que George RuDé (The Crowd in History, 1730-1848) (New York: Wiley and Sons, 1964) ha ido muy lejos al convertir alos alborotadores en actores politicos burgueses, sobrios y domesticados. "7 18 ta, con sus riesgos mortales, normalmente llegan sélo después de una lucha protongada en un terreno diferente. Il. Dos EJEMPLOs DIAGNOSTICS Con el fin de adentrarme en un andlisis de las formas cotidianas de resistencia, oftez- ‘co una breve descripeién de dos ejemplos, entre los muchos encontrados en el curso de tuna investigacién de campo en un pueblo arrocero malayo desde 1978 a 1980. Uno trata del intento de boicot por parte de las mujeres contra los terratenientes que habian alqui- lado por primera vez cosechadores automaticos para sustituir a la mano de obra manual. El segundo fue una serie de robos anénimos de arroz cosechado que parecian estar aumen- tando de frecuencia. Ambas actividades tenian las caracteristicas de la resistencia cotidia- Ni el boicot, como veremos, ni los robos, presentaban ningiin desafio piiblico o simbé- Jico a la legitimidad de la produccién ni la propiedad. Ninguno requeria una organizacién formal y, en el caso de los robos de arroz, la mayor parte de la actividad se Hevaba a cabo individualmente por la noche. Quiz4 la caracteristica mas importante de estas y muchas otras actividades semejantes en el pueblo sea que no habia autores que se responsabiliza- ran piblicamente de ellas. Antecedentes ‘Antes de examinar més de cerca los dos ejemplos de resistencia propuestos, un breve apunte del pueblo en cuestidn y su historia econémica reciente nos deberlan ayudar a si- tuar este relato. El pueblo, que Hamaremos Sedaka, es una comunidad de unas 74 familias (352 personas) situada en la llanura de Muda en el estado de Kedah, Malasia. La region de Muda ha sido, desde el siglo x1v, el principal productor de arroz de la peninsula, y la pro- duccién de arroz es la actividad econémica dominante con diferencia. La estratificacién del pueblo de Sedaka puede leerse, a efectos practicos, directamente de los datos sobre propiedad de los arrozales y extensién de la tierra de cultivo. La mitad del pueblo pobre en ticrras en 1979 sélo poseia el tres por ciento de los arrozales cultivados por los habitantes del pueblo y cultivaban a su vez (incluyendo tierras arrendadas) el 18% de las hectéreas productivas. La extensién media de esta parte mas pobre del pueblo a penas Tlegaba a un acre, menos de la mitad de los artozales necesarios para proporcionar un nivel de vida mi- nimo a una familia de cuatro. Diez familias no tienen ninguna tierra y un poco mas de la mitad de las familias de Sedaka tienen ingresos por debajo del nivel de pobreza estableci- do por el gobierno. En el otro extremo de la estratificacién las diez familias més ricas po- seen mas de la mitad de los campos arrendados por los habitantes de! pueblo y cultivan, por término medio, mas de ocho acres. Estas familias constituyen la élite econémica del pueblo. Las siete que pertenecen al principal partido malayo (UMNO) dominan la tranqui- la vida politica del pueblo. Para nuestro objetivo, el mayor cambio en la vida econémica y social de Sedaka du- rante la pasada década fue el principio de la doble cosecha en 1971 y la mecanizacién de la cosecha del arroz que trajo consigo. La doble cosecha, en si misma, fue una especie de “boom” para practicamente todos los estamentos del pueblo; los propietarios doblaron sus rentas, los arrendatarios aumentaron sus ingresos anuales, e incluso las 28 familias que de- pendian del trabajo en el campo para gran parte de sus ingresos prosperaron como nunca, transplantando y recogiendo dos cosechas. En un breve perfodo de euforia, las casas fue- ron reparadas y reconstruidas, los cabezas de familia que antes tenian que buscar trabajo cn otros lugares al acabar la temporada pudieron quedarse en el pueblo, y todo el mundo tenian suficiente arroz para alimentar a su familia todo el afio. Otras consecuencias de la doble cosecha, sin embargo, estaban empezando a contrarrestar las ventajas conseguidas por los habitantes mas pobres y fueron agravadas decisivamente por la introduccién de las segadoras trilladoras. En 1975, pricticamente todo el arroz en Muda era cortado y trillado a mano. En 1980, maquinas cosechadoras enormes de estilo occidental que costaban cerca de MS 200.000 y pertenecientes a sindicatos de hombres de negocios, estaban cosechando cerca del 80% de la cosecha de arroz. Es dificil imaginar el impacto visual que causé a los cam- pesinos este salto alucinante de las guadafias y las tinas para trillar a estos escandalosos aparatos con barras cortantes de 32 pies, pero no es tan dificil calcular su impacto en la distribucién de la riqueza rural. Los contratos de asalariados se han reducido casi a la mitad y el transplante sigue siendo la unica operacién importante que aiin requiere trabajo manual. Las bajadas en los ingresos, por supuesto, han sido mayores entre los mas necesi- tados: pequefios propictarios, arrendatarios modestos y sobre todo los asalariados sin tic- ras propias. Si afiadimos al impacto de la mecanizacién los efectos del precio estancado para los productores, el aumento de los costes de produccién y de los precios al consumi- dor, la mitad pobre de Sedaka ha perdido casi todas las ventajas iniciales de la doble cose- cha. La distribucién de la renta, mientras tanto, ha empeorado apreciablemente a medida ue las ventajas de la doble cosecha han ido a parar en gran parte a los grandes cultivado- res que poseen la mayor parte de la tierra y el capital local. Como ocurre con muchos cambios tecnolégicos, los efectos secundarios de la cose- ‘cha mecanizada han sido al menos tan importantes como sus efectos primarios. Para redu- cir a lo esencial una historia muy compleja, podemos decir que estas son las principales consecuencias de la cosecha con segadoras trilladoras: 1. Eliminé practicamente el espigueo, al moler los tallos que antes se dejaban al lado de las tinas para trllar. El espigueo habia sido un alimento subsidiario para muchas fami- lias pobres del pueblo. 2. Favorecié la substitucién del transplante a mano por el sembrado al voleo ya que Ja maquina podfa recoger més ficilmente el arroz sembrado asi y de altura y madurez desi- gual. En 1980 casi la mitad de las hectdreas de arroz se plantaba de este modo, eliminando asi todo el empleo correspondiente al transplante manual. 3. Redujo en gran parte la demanda de mano de obra para cosechar, permitiendo asi una reduccién en el salario medio para el empleo atin existente 4, Facilitaba a los grandes propietarios de dentro y de fuera del pueblo la labor de despedir a los arrendatarios que tenfan y llevar ellos mismos el cultivo alquilando los ser- vicios de las miquinas. 5. Creé una nueva clase de arrendatarios ricos, emprendedores deseosos y capaces de arrendar grandes areas para muchas temporadas, pagando el alquiler por adelantado y al contado. Las transformaciones en el cultivo del arroz desde 1971 no sélo han potenciado el empobrecimiento relativo de los habitantes més pobres, sino también su marginalizacién en cuanto a las relaciones de produccién. Hasta 1975 los propietarios y cultivadores ricos tenian més arrozales de los que podian cultivar solos; necesitaban arrendatarios, ayuda para arar los campos, transplantadores, segadores y trilladores. Para asegurarse una mano de obra de confianza, los habitantes mds ricos solian “cultivar” la buena voluntad de su ™ Para un relato detallado véase James C. Scorr: Everyday Forms of Peasant Resistance (New Haven: Yale University Press, en prensa), capitulos 3,4 19 20 mano de obra. Hacfan esto mediante celebraciones ocasionales, entregando zakat (el diez- mo islamico) a los cosechadores, con pequeitos préstamos 0 regalos y un comportamiento socialmente respetuoso. Ahora, los ricos no necesitan a los pobres como mano de obra 0 como arrendatarios. Del mismo modo, tienen pocos incentivos para seguir cultivando su buena voluntad y la marginalizacién de los pobres se refleja en un ostentoso declive en la celebracién de fiestas, en el zakat y en la caridad, y en el respeto patente de los ricos por los pobres. Obstéculos a la resistencia abierta y colectiva ‘A pesar de los reveses econdmicos suftidos por los pobres de Sedaka, a pesar del de- terioro de las relaciones de clase y la evidencia de todo esto, no ha habido situaciones Ila- mativas de conflicto de clase abierto. Las razones por las que este silencio puiblico prevale- ce son dignas de mencién precisamente porque son, creo, comunes a tantos contextos de relaciones agrarias como para sugerir que la resistencia que encontramos aqui es la norma y no la excepcidn. La situacién en que se encuentran los pobres en Sedaka y la Hanura de Muda es, después de todo, parte de la lucha ubicua y silenciosa contra los efectos del desa- rrollo capitalista en el campo; la pérdida de acceso a los medios de produccién (proletari- zaciin), la pérdida del empleo (marginalizacién) y la renta, y la pérdida del poco respeto y posicién social que iban con su estatus anterior. La mayoria de las lecturas de la historia del desarrollo capitalista, o simplemente un vistazo a las situaciones en este contexto, in carian que esta lucha es una causa perdida. Puede que sea solamente eso. Si es asi, el cam- pesinado pobre de Sedaka se encuentra en hist6rica y numerosa compafia distinguida. La silenciosa resistencia de las victimas en este caso puede relacionarse con dos tipos de ra- zones: uno tiene que ver con la naturaleza de los cambios a los que se enfrentan los po- bres, mientras que el otro tiene que ver con los efectos de la represién. Las formas de la resistencia en Sedaka reflejan las condiciones y limitaciones bajo las cuales se generan. Si son abiertas, raramente son colectivas y si son colectivas, rara- mente son abiertas. Aqui la analogia con las escaramuzas guerrilleras, defensivas y en pe- quefia escala, es también apropiada. Los encuentros a penas llegan a ser mas que “inciden- tes”. Los resultados suelen ser inconclusos, y los perpetradores se mueven al amparo de la oscuridad 0 el anonimato, fundiéndose después otra vez con la poblacién “civil” para pro- tegerse. ‘Quiza el dato mas importante que estructura las opciones abiertas a los pobres de Se- daka es simplemente la naturaleza de los cambios que han experimentado. Algunas varie- dades de cambios, siendo lo demas igual, son més explosivos que otros, mas susceptibles de provocar un desafio abierto y colectivo. En esta categoria podemos colocar los cambios masivos y sibitos que destruyen casi todas las rutinas de la vida diaria, y al mismo tiempo, amenazan la supervivencia de gran parte de la poblacién. Aqui en Sedaka, sin embargo, casi todos los cambios que constituyen la revolucién verde han sido suftidos como una serie de movimientos paulatinos en la tenencia de tierras y en la técnica. A pesar de lo do- lorosos que fueron los cambios Hegaron gradualmente y afectaron sélo a una pequefia mi- noria de habitantes de! pueblo cada vez. Cuando los propietarios decidieron llevar a cabo ellos mismos el cultivo o arrendar (pajak) su tierra a ricos operadores comerciales, s6lo ‘unos pocos arrendatarios eran amenazados al mismo tiempo y sus dificultades al principio parecian una desgracia individual mas que una tendencia general. Lo mismo puede decirse del aumento de las rentas y la substitucién del transplante por el sembrado al voleo. Las tuercas se iban apretando poco a poco y a velocidades variables para que las victimas ‘nunca fueran més que unas pocas al mismo tiempo. En este caso como en otros, cada pro- pictario 0 cultivador insistia en que el cambio representaba una situacién particular que afectaba a un individuo, o como maximo a unos pocos. La tinica excepcién a este sistema fue la introduccién de las segadoras trlladoras y, como veremos, provocé lo mas parecido a un desafio abierto y colectivo. Incluso en este caso, sin embargo, el impacto no fue instanténeo, ni falto de una cierta ambigiiedad para ‘muchos en el pueblo. Durante las dos primeras temporadas, el impacto econémico sobre los pobres fue importante pero no devastador. Los campesinos de nivel medio estaban ver- daderamente divididos entre la ventaja de conseguir su cosecha ripidamente y la pérdida de salarios para ellos o para sus hijos. En ningiin momento la cosecha mecanizada supuso una amenaza colectiva a la sup=rvivencia de la gran mayoria de los habitantes del pueblo. Otra caracteristica sorprendente de la transformacién agraria en Kedah —que sirve muy poderosamente para debilitar el conflicto de clase~ es el hecho de que simplemente retire al pobre del proceso de produccién en vez de explotarle directamente. Uno tras otro, los grandes cultivadores y propietarios en el Plan de Muda han eliminado terrenos de lucha potencial acerca de la distribucién de la cosecha y los beneficios del cultivo del arroz. En lugar de la lucha sobre los salarios por segar y trllar, ahora s6lo hay un pago linico al poseedor de la miquina. En lugar de las negociaciones sobre los costes del trans- plante, esti la opcién de sembrar al voleo y evitar el conflicto. En lugar de las tensas dis- putas sobre el jornal y el nivel de las rentas, esta cada vez mds la alternativa de alquilar las mquinas y cultivar uno mismo o arrendarlas a un forastero por un pago tinico. Los cam- bios en si, por supuesto —despedir a un arrendatario, pasarse a las méquinas-, no son faci- les de llevar a cabo. Pero una vez que se han llevado a cabo, el ex-arrendatario o ex-asala- riado simplemente deja de ser relevante; no hay més lucha cada temporada porque los a pobres simplemente sobran. Una vez cortada la conexién y la lucha en el terreno de la pro- duccién, es sencillo cortar la conexién ~y la lucha en el terreno de los rituales, la caridad ¢ incluso la sociabilidad. Este aspecto central de la revolucién verde, en si mismo, tiene mucho que ver con la ausencia relativa de violencia de masas, aqui y en ottos lugares. Si los beneficios de la revolucién verde hubieran dependido de explotar més a los arrendata- rios en vez de despedirlos, o extraer més trabajo por menos paga de los asalariados, las consecuencias en el conflicto de clases seguramente hubieran sido mucho més dramiticas. De este modo, los beneficios de la doble cosecha dependen menos de explotar a los pobres que de ignorarlos y reemplazarios. El conflicto de clases, como cualquier conflicto, ocurre cen un lugar conereto -el suelo para trllar, la cadena de montaje, el lugar donde los joma- les o las rentas se fijan— donde los intereses vitales estén en juego. Lo que ha conseguido la doble cosecha en Muda es mas bien arrasar los lugares donde el conflicto de clases ha ‘ocurrido histéricamente. Un obsticulo relacionado con la protesta abierta ya esta implicito en el paulatino im- pacto de la doble cosecha. El impacto de cada uno de los cambios que hemos tratado esta mediatizado por la compleja estructura social de Sedaka. Hay arrendatarios acomodados y otros muy pobres; hay propietarios que son (0 cuyos hijos son) también arrendatarios y asalariados; hay pequefios propietarios que necesitan el trabajo asalariado para sobrevivir pero también alquilan las maquinas cosechadoras. Asi cada uno de los importantes cam- bios en la tenencia de tierras y en la produccién crea no s6lo victimas y beneficiarios sino también un estrato substancial cuyos intereses no son faciles de discernir. Sedaka no es Morelos donde un campesinado pobre y homogéneo se enfrentaba a un enemigo comin en la plantacién de azticar. De hecho s6lo en circunstancias comparativamente infrecuentes la estructura de clases del campo produjo bien una tinica division decisiva o una respuesta casi uniforme frente a la presién exterior. La situacién en Sedaka es, segin creo, la mas comin, La propia complejidad de la estructura local de clases milita contra la opinién co- lectiva y por tanto contra la accién colectiva en la mayoria de los temas. Los obstaculos para la accién colectiva presentados por la estructura local de clases se componen de otras divisiones y alianzas que transcienden las clases. Se trata de los lavos de parentesco, faccién y rituales que enturbian las aguas de las clases pricticamente en cualquier comunidad pequefia. Casi sin excepcién, operan para beneficiar a los cultiva- dores ricos creando una relacién de dependencia que disuade al hombre o mujer pobre y prudente de actuar en términos de clase. Por si acaso alguien tiene la impresién -a causa de lo expuesto hasta ahora~ de que los obsticulos para el conflicto de clases son solamente una consecuencia de la compleja cstratifieacién local y el cardcter paulatino de los cambios en las relaciones de produccién, ‘me apresuro a afiadir que la represin y el miedo a la represi6n tienen mucho que ver tam- bién. Aqui es suficiente tener en cuenta que los esfuerzos populares por impedir el desa- rrollo de la cosecha mecanizada ocurrieron en un clima de miedo generado por las élites locales, por la policta, por la “Seccién Especial” de las fuerzas de seguridad, por una serie de arrestos politicos ¢ intimidacién. La actividad politica abierta era infrecuente y firme- mente reprimida. Una manifestacién popular en Alor Star, la capital del estado, a princi- pios de los 80, pidiendo un aumento del precio del arroz para el agricultor, fue respondida on arrestos de muchas figuras de la oposicién, amenazas de detencién y promesas de me- didas mas drasticas si las protestas continuaban, El miedo a la represidn o al arresto fue mencionado explicitamente por muchas personas como un motivo para no amar la aten- cién, Un obstéculo final al desafio abierto podria llamarse la “coaccién de lo cotidiano”. La perspectiva que tengo en mente esta mejor expresada en las palabras de Hassan, un hombre pobre al que se le dio menos de lo esperado por Ilenar hacinas de arroz. Al pre- ‘guntarle por qué no habia dicho nada a su rico patron, contests: “Los pobres no se pueden quejar; cuando esté enfermo 0 necesite trabajo, puede que tenga que pedirselo otra vez. Estoy enfadado en mi corazén”. Lo que aqui opera es lo que Marx llamé apropiadamente “la compulsién sombria de las relaciones econémicas”, compulsién que puede ocurrir s6lo en un fondo de represidn esperada (Marx, 1970: 737). Sin posibilidades realistas, de mo- mento, de enderezar su situacién de forma directa y colectiva, los pobres del pueblo tienen poca eleccién si no es adaptarse, como mejor pueden, a las circunstancias de cada dia. Los arrendatarios pueden estar amargamente resentidos por la renta que han de pagar a cambio de una pequefia parcela, pero deben pagarla o perder la tierra; los que apenas tienen tierra pueden deplorar la falta de trabajo asalariado, pero tienen que intentar conseguir las pocas oportunidades disponibles; puede que sientan animosidad contra la camarilla que domina la politica del pueblo, pero deben actuar de forma discreta si quieren beneficiarse de algu- na de las pequefias ventajas que ofrece esa camarilla, Por lo menos dos aspectos de esta adaptacién pragmatica y a regafiadientes merecen atencién, El primero es que no excluye ciertas formas de resistencia, aunque sin duda es- tablece unos limites que sélo alguien temerario se atreveria a traspasar. El segundo es, sobre todo, pragmatico; no implica en absoluto un consentimiento normativo de esas reali- dades. Comprender esto es simplemente darse cuenta de cul es la situacién, con toda pro- babilidad, para la mayoria de las clases histéricamente subordinadas. Luchan en unas con- diciones que en gran parte no han construido ellos y sus imperiosas necesidades materiales necesitan algun tipo de adaptacién a esas condiciones. Si gran parte del comportamiento “conforme” cotidiano de los pobres en Sedeka refleja las realidades de las relaciones de poder inmediatas, sin duda no sera necesario asumir que derivan de alguna hegemonia y consenso simbélicos. La coercién de lo cotidiano es suficiente. Elesfuuerzo por detener la cosecha mecanizada La introduccién de las cosechadoras automaticas, el mas sabito y devastador cambio asociado con la doble cosecha, también provocé la resistencia mas activa. Esta resistencia fue mas alla de las discusiones sobre su eficacia, las quejas por los salarios perdidos y la calumnia contra los que alquilaban la maquina, En todo el “cuenco de arroz” de Kudah hhubo esfuerzos fisicos para impedir su entrada en los campos, incidentes de incendio pro- vocado y sabotaje, y esfuerzos por organizar “huelgas” de transplantadores contra los que primero alquilaron la méquina. Todas estas acciones fallaron en iiltima instancia y no evi- taron la mecanizacion de la cosecha de arroz, aunque sin duda la limitaron y retrasaron algin tiempo. El sabotaje y Ia obstruccidn de las segadoras trilladoras empezé ya en 1970 cuando algunas maquinas experimentales pequeiias se utilizaron en campos de prueba, Sin embar- 20, no fue hasta 1976 cuando empezé la cosecha mecanizada comercial a gran escala, y con ella los actos de venganza mas frecuentes. Los representantes de la Autoridad para el Desarrollo Agricola de Muda decidieron hablar simplemente de “vandalismo”. Se quitaron Jos motores a las maquinas y se lanzaron a las acequias, los carburadores y otras partes vi- tales como los distribuidores y filtros de aire se destruyeron; se ponia arena y barro en el 1 Vale la pena tener en cuenta que ni la represién directa ni la coercién de lo cotidiano serian tan efeetivas limitando las opciones existentes si el campesinado de la llanura de Muda tuvieran la espalda realmente contra la pared, Gracias al sector urbano floreciente en Malasia, un buen nimero de los mas afectados por la doble co secha pueden ejercer la respuesta historia de los campesinos a la opresién: la emigraciGn. Si no hubiera habido estas alterativas, el mismo nivel de represion hubicra sido sin duda menos efectivo. 24 depésito de combustible y se lanzaban varios objetos (piedras, cables, clavos) dentro de los taladros. Por lo menos una maquina fue quemada. Un grupo de hombres despertaron al guardian de noche que dormia en la cabina, le ordenaron que saliera, y, usando queroseno que habian traido consigo, prendieron fuego a la maquina, En muchos pueblos, rumores de violencia posible persuadieron a muchos terratenientes y vacilaron a la hora de alquilar una maquina, Tales técticas en un pueblo de hecho evitaron la cosecha mecanizada durante tres temporadas. Dos aspectos de este sabotaje y otras amenazas merecen una atencién particular. Primero, estaba claro que el objetivo de los saboteadores no era el simple robo, pues nada fue robado. Segundo, todo el sabotaje se hizo por la noche por individuos o pe- quefios grupos que actuaban de modo anénimo. Ademés, estaban protegidos por sus con- vecinos, los cuales, si sabian quiénes estaban implicados, proclamaron su total ignorancia cuando la policia llegé a investigar. Como consecuencia, no se llegaron a hacer juicios. La préctica de apostar a un vigilante nocturno en la maquina data de estos primeros intentos. Més o menos al mismo tiempo, se dieron los principios de un esfuerzo silencioso pero més colectivo por parte de las mujeres para ejercer presién sobre los cultivadores que alquilaban las maquinas. Hombres y mujeres ~a menudo de la misma familia— habian per- dido trabajo por causa de la maquina, pero eran las mujeres las tinicas que atin tenfan algin poder real de negociaci6n. Controlaban todavia el transplante. El grupo de mujeres (kumpulan share) que segaban un campo eran normalmente las mismas que previamente habian transplantado el mismo campo. Estaban perdiendo mas o menos la mitad de sus ga- nancias de temporada y comprensiblemente se resentian de transplantar una cosecha para un cultivador que luego utilizaria la maquina para la cosecha. Asi, parece ser que en Seda- ka y gran parte de la regién de Muda, tales mujeres resolvieron organizar un boicot (boi- kot) que negaria el servicio de transplante a los patronos que alquilaran la maquina, Tres de los cinco “grupos share” en Sedaka hicieron intentos para poner en marcha tal boicot. Cada grupo estaba compuesto por entre seis y nueve mujeres del pueblo. Los otros dos grupos no participaron pero se negaron a ayudar a romper el boicot plantando para cualquier cultivador que estaba siendo boicoteado por otro de los otros tres grupos. ‘No esté del todo claro por qué los grupos de Rosni, Rokiah y Mariam tomaron la iniciati- va. Se componen de mujeres cuyas familias son, por lo general, un poco mds pobres que las de los otros dos grupos, pero sélo un poco. Si confiamos en las explicaciones locales sobre el modelo de resistencia, la idea general es que Rosni y Rokiah dependen en gran parte del trabajo asalariado para mantener a sus familias y son, al mismo tiempo, “valien- tes” (berani).'* En realidad, el boicot supuso una forma muy cauta de resistencia, En ninguin momen- to hubo un enfrentamiento abierto entre un cultivador que usara la maquina y sus trans- plantadoras. En su lugar, se emple6 el ya mencionado acercamiento anénimo e indirecto por medio de rumores e indirectas (cara sembunyi tau). Las mujeres hacian saber median- te intermediarios que el grupo no estaba contento (tak puas hati) con la pérdida de trabajo en la cosecha y estarian poco dispuestas (segan) a transplantar los campos de los que ha- bian alquilado la cosechadora la temporada anterior. También “hacian saber” que cuando y si una maquina se estropeaba a lo largo de la cosecha, un cultivador que quisiera una cose- cha manual no podria contar con sus antiguos trabajadores para sacarle del apuro. Cuando Ilegé el momento, al principio de la temporada de irrigacién de 1977, la pre- ™ Rosai, una viuda, es conocida por su trabajo duro y su independencia mientras que el marido de Rokiah cs considerado bastante débil de carécter, asi que Rokiah normalmente es considerada la cabeza de familia, to- ‘mando todas las decisiones basicas. Mujeres de est tipo, especialmente si ya han pasado la edad de tener hijos, son tratadas pricticamente como “varones honorarios” y estn exentas de muchos de los requerimientos habi tuales de modestia y deferencia que se esperan de las mujeres en la sociedad malaya. caucién volvié a prevalecer para hacer cumplir la amenaza, Ninguno de los tres grupos se negé abiertamente a transplantar arroz. para los que habian cosechado con la maquina la temporada anterior. Mas bien, lo retrasaban; la jefa del grupo “share” le decia al enojado cultivador que estaban ocupadas y no podian todavia ocuparse de su tierra. Sélo unos doce cultivadores habian usado la méquina la temporada anterior, asi que los grupos “share” te- nian bastante trabajo transplantando las cosechas de los que ain no habian mecanizado. Los transplantadores dejaban asi una puerta abierta: evitaban un rechazo directo que hu- biera provocado una ruptura. Totalmente enterados de los rumores de un boicot, los culti- vadores que lo habian suftido se pusieron muy nerviosos al ver que su vivero para las plantas jévenes (semai) estaba pasando su mejor momento y temieron que la cosecha no estuviera totalmente madura antes de la fecha fijada para cortar el suministro de agua. Su 4énimo no mejoraba al ver los campos recién transplantados de sus vecinos junto a sus par- celas vacias. Después de més de dos semanas de esta guerra de nervios -este supuesto boicot que nunca se anuncié totalmente- scis cultivadores “hicieron saber” indirectamente que esta- ban haciendo gestiones para que trabajadores forasteros vinieran y transplantaran sus cose- chas. Los seis cran cultivadores importantes para la media del pueblo, cultivando un total de casi 70 hectareas. Proclamaban en su defensa que habian intentado obtener un compro- ‘miso para una fecha con su grupo local “share” y que, después de haber sido pospuesto otra vez, habjan tomado esta iniciativa. En este punto, el boicot se hundid. Cada uno de los tres grupos sufrié deserciones, ya que las mujeres temian que este trabajo de transplante se perdiera permanentemente por causa de los forasteros. Mandaron répidamente el recado de que empezarian a transplantar la tierra en cuestion en los proximos dias. Tres de los seis cultivadores cancelaron sus acuerdos con los grupos forasteros mientras que los otros tres siguicron adelante, bien porque pensaban que era demasiado tarde para cancelar, 0 porque querian dar una leccién a las mujeres. Los transplantadores legaron del pueblo de Yan (justo fuera del plan de riego) y de Singkir y Merbuk, mas lejanas. Un cultivador, Haji Salim, empleando su considerable influencia politica, llegé a un acuerdo con las autorida- des locales para traer a un grupo de transplantadores tailandeses, préctica que ha seguido haciendo y que ha creado un amargo resentimiento. El breve y abortado intento de parar las maquinas mediante la accién colectiva fue el tema de comentarios desmoralizados o satisfechos, segin de donde se mirara. Ademés del placer o la desilusién expresados, los comentarios coincidian en la inevitabilidad de! resul- tado, Incluso los que més podian perder con la mecanizacién se habian dado cuenta de que si se destapaba el farol, les seria casi imposible moverse més alld de las palabras y las amenazas vagas, Decian tristemente que “s6lo eran palabras y plantamos de todas formas. {Qué podiamos hacer?”. Haber seguido negindose a transplantar tras la Ilegada de los tra- bbajadores forasteros habria significado poner en mayor peligro una supervivencia que ya cera precaria, La futilidad de tal rechazo fue caracterizada en més de una ocasién mediante cl refrin malayo muy parecido al inglés “cortarte la nariz para fastidiar a la cara”. '° ‘como lo expresaba el vecino que se convirtié en el agente de la miquina: “Los pobres tie- ren que trabajar de todas formas; no pueden resistir”. Un interés saludable por su supervi- ‘veneia les obligé a tragarse su orgullo y volver al trabajo. De hecho, la posibilidad de este resultado estaba implicita en el cardcter indirecto del boicot; un enfrentamiento y boicot abiertos habrian significado quemar sus naves. En vez. de esto, dejaron abierta una via de escape. En términos de discurso piblico, el boicot fue un no-suceso; nunca fue declarado abiertamente; por tanto nunca fue abiertamente derrotado; el uso de retrasos y excusas a 1 La traduceién literal del refrin malayo es “Enfadado con su arroz, Io tra por la ventana, dindoselo a los pollos para que se lo coman” (Marah sama nasi, bagi ayam makan) penas plausibles signific6 que la intencidn del boicot en si misma podia ser negada por sus actores. Los objetivos del intento de “huelga” en Sedaka y muchos otros pueblos en la Ila- nura de Kedah eran ambiciosos. '* Las mujeres se proponian nada menos que bloquear un cambio en las relaciones de produccién. Sus medios, sin embargo, hemos visto que eran ‘modestos y disimulados. Y mientras que ciertamente no consiguieron detener la mecaniza- ccién de la cosecha, su intento no ha sido totalmente fitil. Hay pocas dudas de que la cose- cha mecanizada habria sido adoptada més répidamente si no hubiera sido por la resisten- cia, Para los vecinos pobres que viven en el margen, el tiempo ganado ha sido vital. Cinco afios después de la aparicién de las segadoras trlladoras hay todavia cinco o seis cultiva- dores que alquilan mano de obra para parte o la totalidad de su cosecha de arroz porque, dicen, sus vecinos necesitan el trabajo. Probablemente les ha influido la campaiia subterré- nea de difamacién lanzada contra los que invariablemente alquilan las maquina. El robo de arroz: Resistencia de rutina E] intento de detener la cosecha mecanizada, aunque no es tema para una tragedia, sin duda fue algo fuera de lo comtin. Tuvo lugar en una situacién raramente observada de resistencia de rutina frente a salarios, arrendamiento, rentas y la distribuci6n de arroz que es una caracteristica permanente de la vida en Sedaka y en cualquier comunidad agraria estratificada. Un examen detenido de este tipo de lucha expone una forma implicita de sin- dicalismo local que es reforzado tanto por la mutualidad entre los pobres como por una considerable cantidad de robo y violencia contra la propiedad. Ninguna parte de esta acti- vvidad representa una amenaza fundamental para la estructura bisica de las desigualdades agrarias, ni material ni simbélicamente. Lo que si representa, sin embargo, es un proce- so constante de prueba y re-negociacidn de las relaciones de produccién entre las clases. De ambas partes -propietario/arrendatario, cultivador/asalariado- hay un intento continuo por conseguir cada pequefio avance y aprovecharlo a su favor, por desafiar los limites de las relaciones existentes, por ver precisamente qué puede uno conseguir en el margen e in- cluir este margen como una parte de una reivindicacién territorial aceptada, 0 al menos to- lerada. A lo largo de la tltima década, el transcurso de esta batalla fronteriza, por supuesto ha favorecido consistentemente las fortunas de los grandes cultivadores y terratenientes. No sélo han absorbido gran parte del territorio defendido por los asalariados y arrendata- rios, sino que, al hacerlo, han reducido (mediante la marginalizacién) el perimetro dentro del cual la lucha continda. Sin embargo, dentro de este reducido perimetro, hay una pre- sin constante ejercida por los que esperan reconquistar al menos una pequeiia parte de lo que han perdido. Los resistentes requieren poca coordinacién explicita para llevar a cabo esta lucha, por el simple imperativo de que conseguir una vida tolerable es suficiente para hacer que se planten. Las dimensiones y conducta de esta resistencia mas de “rutina” podria Ilenar volime- nes enteros. Aqui nos centraremos, sin embargo, en el robo de arroz, forma particularmen- te popular donde pueden verse los asuntos mas basicos planteados por la resistencia de '* El cardcter local del boicot y la ausencia de instituciones que pudieran haberlo implantado en todo el ‘mercado de trabajo regional fueron obstéculos devastadores como Io son tan a menudo en la politica campesina Asi, las mujeres de Sedaka, mientras que boicotean a algunos cultivadores lacales, aceptan a la Vez trabajo en ‘otra parte: de ese modo estaban sirviendo de “esquiroles” inconscientemente en otros pueblos de Muda. Y, por ‘supuesto las mujeres de estos pueblos u otras como ellas, eran contratadas para ayudar a romper el boicot en Sedaka. Era un ejemplo clisico de los efectos negativos de la solidaridad cuando es s6lo local este tipo. "7 El robo rural en si es poco notable, es casi un rasgo permanente de la vida agraria estratificada donde quiera y cuando quiera que el estado y sus representantes no puedan controlarlo. Pero cuando tai robo adquiere las dimensiones de una lucha en la cual los derechos de propiedad estin en cuestién, puede convertirse en un elemento esencial de cualquier andlisis cuidadoso de las relaciones sociales. La cantidad de arroz robada en una sola sesién, aunque no era muy grande en propor- cién a la cosecha total, es alarmante para los grandes propietarios y, ademés, estos creen que est aumentando. No hay estadisticas definitivas, por supuesto, pero yo intenté regis- trar todas las pérdidas de arroz de las que tuve conocimiento durante la temporada princi- pal de 1979-1980. Con mucho, la categoria mas amplia de robos fue la de los sacos ente- ros de arroz trillado que se dejaban en el campo durante la noche en la época de la cose- cha, Esta es la lista, ROBOS DE ARROZ TRILLADO POR SACO EN LA ‘TEMPORADA PRINCIPAL, 1979-1980 Cultivador Sacos perdidos Shahnon Haji Kadir Samat ‘Abu Hassan Ghani Lebai Mat Amin Tok Long Idris Lebai Pendek Fadzil A este total debe afiaditse el arroz que fue sustraido por otros medios. Por lo menos ‘cuatro sacos de arroz que secaban al sol desaparecieron. Dos cultivadores muy ticos per- dieron cada uno un saco que estaba guardado debajo de sus respectivas casas. Una canti- dad parecida de arroz fue robada de los graneros de arroz (jepalang) a lo largo de ta tem- porada. * Una pequefia cantidad de arroz fue robada del tallo en los campos. Es dificil decir cudnto, pero la cantidad no cs substancial; los habitantes del pueblo sefialan que el ruido del trillado y la retirada de la paja presentarian un problema para el ladrén, mientras que los ricos deciaran que los ladrones en realidad son demasiado vagos para molestarse en trillar. Finalmente, un informe completo del robo de arroz tendria que incluir alguna es- " Para un examen de otras formas de resistencia de rutina inchuyendo otros tipos de robo, véase mi Every» day Class Relations (New Haven: Yale Press, en prensa), capitulo 7. 1 Este nimero es una estimacién, Fste arroz es robado apartando las tablas del granero 0 haciendo un agujero através del cual se puede coger el arroz. Aunque muchos cultivadores marcan el nivel de arroz dentro del jepalang periédicamente, es dificil saber precisamente cusnto ha sido sustraido. Como norma, s6lo los culti- vadores muy ricos tienen tales graneros; los pobres guardan su arroz en un rincén de Ia casa. ar timacién del grano que los trilladores ~segiin se dice- esconden en sus bolsillos o en sus camisas al final de la jornada de trabajo. Tales hurtos son pasados por alto por la mayoria de los cultivadores y no he intentado calcular cuénto arroz se roba de este modo durante la cosecha. ‘Vale la pena resaltar algunos aspectos del sistema de robo. El primero es que, a ex- cepcién de dos cultivadores que s6lo son moderadamente ricos, todas las victimas estin entre el tercio mis rico de las familias de Sedaka. Puede que esto indique solamente que tales familias tienen més posibilidades de tener més arroz.en el campo en el momento de la cosecha y que los pequefios propietarios, que no pueden permitirse estas pérdidas, se las arreglan para llevar el arroz trillado a su casa répidamente. Es verdad que los grandes cul- tivadores con parcelas lejos de sus casas que no pueden ser trilladas (y por tanto almacena- das) en un solo dia son los mds susceptibles de suftir estos robos. Pero es significativo re- sefiar que el tipo de robos es un resultado del tipo de relaciones de la propiedad que preva- lece en Sedaka. Los ricos, con mucho, poseen lo que vale la pena quitar, mientras que los pobres tienen el mayor incentivo para quitarlo, Nadie duda tampoco de que los hombres pobres /ocales son los responsables de la mayoria de los robos. La cantidad total de arroz robado, quiz 20 a 25 sacos, es menos del uno por cien de Ja cosecha total en una temporada. Segin esto, las pérdidas son bastante triviales y son so- portadas por los que producen un excedente substancial. Sin embargo, si medimos su im- portancia por lo que puede afiadir a la racién de comida de algunas de las familias mas po- bres del pueblo, entonces se vuelve importante. Es interesante saber que 20 0 25 sacos de arroz son mas de la mitad del grano dado voluntariamente por los cultivadores en concep- to de diezmo islamico (zakat peribadi) después de la cosecha. La comparacién es valida precisamente porque oi un par de veces a algunos hombres pobres referirse con una sonri- saa los robos de arroz (curian padi) como “zakat peribadi que uno mismo toma” (zakat peribadi, angkat sindiri). Esto no es una prueba definitiva, pero es posible que algunos de los pobres consideren que tales actos no son un robo, sino la apropiacién debida de lo que antes tenjan por una antigua costumbre, una especie de impuesto pobre para sustituir los regalos y salarios que ya no reciben. En este aspecto, otras dos circunstancias son relevan- tes. Sélo uno de los cultivadores que perdié arroz. (Samat) estaba entre los que los pobres apreciaban por su reticencia a alquilar la maquina, mientras que los demas la habian usado siempre que era posible. Existe también alguna indicacién de que los robos de arroz po- dian usarse como sancién por campesinos descontentos. Asi Sukur una vez me dijo que los cultivadores procuraban emplear a los trilladores que siempre habian invitado, ya que cualquiera que fuera ignorado podria, en su c6lera, robar arroz de los campos. Si realmen- te el robo de arroz contiene un cierto elemento de justicia popular, el alcance de tal resis- tencia ha sido considerablemente reducido por el uso de segadoras trilladoras que posibili- tan la recogida y almacenamiento (0 venta) de la cosecha entera de un cultivador en un solo dia, Las maquinas asi pues no sélo eliminaban la siega manual, el trllado manual, el transporte en el campo y el espigueo; también tendian a eliminar el robo. La actitud de los cultivadores ricos frente a tales robos es una combinacién de célera, como era de esperar, y también de miedo. Haji Kadir, por ejemplo, estaba tan furioso por su pérdida que se planted montar guardia en los campos la noche siguiente armado de una escopeta. No lo Ilevé a cabo porque pens que el mero rumor de que estaria ahi seria sufi- ciente para disuadir a cualquier ladrén. El elemento del miedo puede ser valorado, en parte, si tenemos en cuenta que no se hizo ninguna denuncia policial sobre el robo de arroz en Sedaka. Los cultivadores ricos me explicaron que si hacian tal denuncia y nom- braban a un sospechoso, se sabria rapidamente y temian convertirse entonces en el blanco de mis robos. Haji Kadir, el cultivador més rico del pueblo, una noche vio a alguien robar un saco del campo de un vecino, No sélo no intervino para detener al ladrén sino que ni siquiera informé a su vecino, a pesar de que estaba seguro de la identidad del ladrén. Cuando le pregunté por qué, me contesté que el ladrén le habia visto también, sabria quién era el chivato y le robaria su arroz. En una temporada anterior, Mat Sarif perdié dos sacos de arroz pero me dijo que no queria saber quién lo hizo. Viejo y bastante débil, afiadié simplemente: “Me da miedo que me maten (fakut mampus)”. A’causa de un pufiado de ‘osados hombres pobres del pueblo, pareceria que se ha establecido un pequetio equilibrio de terror que permite que unos hurtos tan limitados continden. tras formas de resistencia de los pobres en Sedaka varian en sus pormenores pero no en lo esencial. Una marca distintiva de pricticamente toda la resistencia en Sedaka es la relativa ausencia de cualquier enfrentamiento abierto entre clases. Cuando la resistencia ' Hay, sin embargo, un modo ms suti de “nombrar® al sospechoso que es una forma tradicional de “hacer saber” (cara sembuny ta). Consiste en consultar a uno de los curanderos (bomoh) del distrito que han adquitido una reputacién por encontrar objetos perdidos o identificar al ladrén. Después de conocer los detalles, cl bomoh utilizar encantamientos (jampi) y conjuraré la forma del ladrén en agua preparada especialmente para la ocasién, Como era de esperar, la cara que asi aparece normalmente se ve como la del hombre de quien el cliente habia sospechado largo tiempo, En el caso del arroz robado, el propésito no es recupetar el aroz. sino identificar al ladrén, El cukivador, cuando regresa al pueblo, cuenta a sus amigos que el bomoh ha visto a al- ‘Buien parecido a tal persona. Las noticias corren y el sospechoso se enteraré de que se le vigila sin una acusa- cidn directa, y mucho menos un informe policial. Asi Haji Kadir dijo que el bomoh, en su caso, habia visto a ‘Taib y a otro hombre no identificado en el agua. Si, realmente, Taib era el culpable, Haji Kadit esperaba que esta acusacién indirecta evitara subsiguientes robos. En dos ocasiones pot lo menos, sin embargo, los habitantes {el pueblo recuerdan que parte o todo el artoz robado reaparecié misteriosamente después de consular a un bomoh. El tipo de discrecién empleada por esos pocos cultivadores que legan a acudir al bomoh es otra ini cid de que un enfrentamiento abierto se considera peligroso. 29 30 €s colectiva, es cuidadosamente discreta; cuando se trata de un ataque a la propiedad de forma individual 0 en grupos pequefios, es anénima y normalmente nocturna. ®” Por medio de su calculada prudencia y sigilo, mantiene, en su mayor parte, el escenario del poder que domina la vida piblica en Sedaka. Cualquier intencién de desbaratar el escena- rio no es aprobada y las opciones se mantienen abiertas. La deferencia y la conformidad, aunque raramente son de cardcter servil, siguen siendo la postura piiblica de los pobres. A pesar de todo ello, entre bastidores puede apreciarse claramente un continuo intento de poner a prueba los limites. La resistencia en Sedaka no tiene practicamente nada de lo que uno esperaria encon- trar en la tipica historia del conflicto rural. No hay disturbios, manifestaciones, incendios provocados, bandidaje social organizado, violencia abierta. La resistencia que hemos des- cubierto no esté unida a otros movimientos politicos, ideologias o cuadros revolucionarios exteriores mas amplios, aunque estd claro que luchas parecidas han estado ocurriendo en casi todos los pueblos de la regién. El tipo de actividades que encontramos aqui requieren poca coordinacién, y mucho menos organizacién politica, aunque podrian beneficiarse de ella. Son, resumiendo, unas formas de lucha casi enteramente circunscritas a la esfera del pueblo. Si somos cuidadosos con el empleo del término, podriamos calificar estas activi- dades apropiadamente como resistencia primitiva. El empleo de “primitiva” no implica, como lo hace Hobsbawm, que sean algo retrasadas y destinadas a ceder el lugar a unas ideologfas y ticticas més complicadas. ' Sélo implica que tales formas de resistencia son estrategias casi permanentes, continuas y diarias de las clases rurales subordinadas en con- diciones dificiles. En momentos de crisis 0 cambio politico importante, pueden ser com- plementadas por otras formas de lucha més oportunas. Es poco probable, sin embargo, que desaparezcan del todo mientras 1a estructura social rural siga siendo explotadora y no equitativa, Son la dura base sobre la que pueden crecer otras formas de resistencia y es probable que persistan después de que esas otras formas hayan fracasado 0 producido, a su vvez, un nuevo modelo de desigualdad. III. QUE SE CONSIDERA RESISTENCIA Pero las actividades que hemos descrito y otras similares, :pueden ser descritas como resistencia? Podemos llamar resistencia de clase a un boicot que ni siquiera fue anunciado? ;Por qué considerar el robo de unos pocos sacos de arroz como una forma de resistencia de clase? No hubo una accién colectiva ni ningtin desafio abierto al sistema de propiedad y dominacién. Muchas preguntas parecidas podrian plantearse referentes a los rumores y difamaciones que son uno de los principales medios por los cuales los pobres de Sedaka intentan continuamente influir en el comportamiento de los ricos. ‘Como primera aproximacién, propongo la siguiente definicién de resistencia campe- sina de clase, definicién que incluye muchas de las actividades que hemos tratado. El pro- pésito que conlleva esta definicién no es resolver estas importantes cuestiones por decreto, sino mas bien destacar los problemas conceptuales que nos encontramos al comprender el » Para encontrar algunos paralelismos interesantes, véase E. P. THOMPSON: “The Crime of Anonym Douglas Hay etal: Albion's Fatal Tree, pp. 255-344. 3 Véase E. J. Honsaawm, Primitive Rebels: Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20th Centuries (New York: Norton, 1965). Aunque es un ensayo muy aclaratorio en easi todo, ereo que contie- ne, de forma inadecuada, una teoria de la historia de las clases bajas que propone que todas las formas primit as de resins en sy momento ern eemplaadas por una forma mis progessa hasta que una visibn ma lura marxista-Teninista se alcance. cconcepto de resistencia y defender una comprensién mas bien amplia del término, segiin mi opinion. La resistencia de las clases bajas en el Ambito del campesinado es cualquier acto(s) por miembro(s) de esta clase cuya intencién sea mitigar 0 negarse a peticiones (ej. rentas, impuestos, deferencia) impuestas por clases superiores (ej terratenientes, el estado, propietarios de la maquinaria, presta- mistas) 0 avanzar en sus propias peticiones (ej. trabajo, tierras, caridad, respeto) frente a estas clases superiores. Tres aspectos de esta definicién merecen un breve comentario. En primer lugar, no hay un requerimiento de que la resistencia tome la forma de una accién colectiva. En segundo lugar ~y este es un tema espinoso~ las intenciones estin incluidas en la definicién. Volve- remos a este problema, pero por ahora, la formulacién propuesta supone que muchos actos de resistencia intencionados pueden tener un efecto de rebote y provocar consecuencias {que eran totalmente inesperadas. Finalmente, la definicién reconace lo que podriamos Ila- mar resistencia simbélica 0 ideolégica (por ejemplo, los rumores, la difamacién, el recha- zo de categorias impuestas, la retirada de la deferencia) como parte integral de la resisten- cia de clase. El problema de las intenciones es enormemente complejo y no simplemente porque los ladrones de arroz de nuestro ejemplo anterior no quieren ser identificados, ni mucho ‘menos hablar de sus intenciones una vez localizados. El tema de discusién principal tiene ue ver con nuestra tendencia a pensar en la resistencia como una serie de acciones que in- cluyen al menos algin sacrificio individual 0 colectivo a pequefia escala para conseguir ‘una mejora colectiva de mayor alcance. Las pérdidas inmediatas de una huelga, un boicot ‘© incluso el negarse a competir con otros miembros de su propia clase por la tierra o el tra- bajo son casos obvios, Sin embargo, cuando hablamos de casos de robo, encontramos una combinacién de las ventajas individuales inmediatas y lo que puede ser resistencia. ;Como podemos juzgar cual de los dos propésitos es prioritario 0 decisivo? Lo que esti en juego aqui no es una cuestién trivial de definicién, sino més bien la interpretacién de toda una serie de acciones que a mi parecer se encuentran hist6ricamente en el corazén de las rela- ciones cotidianas entre las clases. El cazador furtivo inglés del siglo xvi puede haber re- sistido frente a las pretensiones de las clases altas de poseer la caza salvaje, pero sin duda estaba igual de interesado en el guisado de conejo. El campesino del Sureste asiatico que escondia su arroz y posesiones del recolector de impuestos puede que estuviera protestan- do contra los elevados impuestos, pero estaba igualmente asegurindose de que su familia tuviera suficiente arroz hasta la proxima cosecha. El recluta campesino que desertaba de! ejército quiz resistia contra la guerra, pero seguro que también huia del frente para salvar la piel. ” ;Cual de estos motivos tan profundamente intrincados entre si debemos tomar como principal? Incluso si pudiéramos preguntar a los protagonistas en cuestion e incluso si pudieran contestarnos sinceramente, no esta nada claro que ellos pudieran hacer una dis- tincion clara. Los estudiosos de la esclavitud, que han examinado esta cuestién més detenidamente, ya que estas formas de auto-ayuda eran casi siempre la tinica opcién posible, tienden a escartar tales acciones como resistencia “real” por tres motivos. Estos tres motivos apare- cen en el andlisis de la “rebelién” de los esclavos que hace Gerard Mullin. ‘Al valorar estas diferencias observables en el comportamiento de los esclavos, los eruditos se suelen pregunlar si una actitud rebelde en particular representaba una resistencia frente a los abusos de la » Véase James C. Scort: Everyday Forms of Peasant Resistance (New Haven: Yale University Press, 1984), capitulo & 31 cconcepto de resistencia y defender una comprensién mas bien amplia del término, segiin mi opinion. La resistencia de las clases bajas en el Ambito del campesinado es cualquier acto(s) por miembro(s) de esta clase cuya intencién sea mitigar 0 negarse a peticiones (ej. rentas, impuestos, deferencia) impuestas por clases superiores (ej terratenientes, el estado, propietarios de la maquinaria, presta- mistas) 0 avanzar en sus propias peticiones (ej. trabajo, tierras, caridad, respeto) frente a estas clases superiores. Tres aspectos de esta definicién merecen un breve comentario. En primer lugar, no hay un requerimiento de que la resistencia tome la forma de una accién colectiva. En segundo lugar ~y este es un tema espinoso~ las intenciones estin incluidas en la definicién. Volve- remos a este problema, pero por ahora, la formulacién propuesta supone que muchos actos de resistencia intencionados pueden tener un efecto de rebote y provocar consecuencias {que eran totalmente inesperadas. Finalmente, la definicién reconace lo que podriamos Ila- mar resistencia simbélica 0 ideolégica (por ejemplo, los rumores, la difamacién, el recha- zo de categorias impuestas, la retirada de la deferencia) como parte integral de la resisten- cia de clase. El problema de las intenciones es enormemente complejo y no simplemente porque los ladrones de arroz de nuestro ejemplo anterior no quieren ser identificados, ni mucho ‘menos hablar de sus intenciones una vez localizados. El tema de discusién principal tiene ue ver con nuestra tendencia a pensar en la resistencia como una serie de acciones que in- cluyen al menos algin sacrificio individual 0 colectivo a pequefia escala para conseguir ‘una mejora colectiva de mayor alcance. Las pérdidas inmediatas de una huelga, un boicot ‘© incluso el negarse a competir con otros miembros de su propia clase por la tierra o el tra- bajo son casos obvios, Sin embargo, cuando hablamos de casos de robo, encontramos una combinacién de las ventajas individuales inmediatas y lo que puede ser resistencia. ;Como podemos juzgar cual de los dos propésitos es prioritario 0 decisivo? Lo que esti en juego aqui no es una cuestién trivial de definicién, sino més bien la interpretacién de toda una serie de acciones que a mi parecer se encuentran hist6ricamente en el corazén de las rela- ciones cotidianas entre las clases. El cazador furtivo inglés del siglo xvi puede haber re- sistido frente a las pretensiones de las clases altas de poseer la caza salvaje, pero sin duda estaba igual de interesado en el guisado de conejo. El campesino del Sureste asiatico que escondia su arroz y posesiones del recolector de impuestos puede que estuviera protestan- do contra los elevados impuestos, pero estaba igualmente asegurindose de que su familia tuviera suficiente arroz hasta la proxima cosecha. El recluta campesino que desertaba de! ejército quiz resistia contra la guerra, pero seguro que también huia del frente para salvar la piel. ” ;Cual de estos motivos tan profundamente intrincados entre si debemos tomar como principal? Incluso si pudiéramos preguntar a los protagonistas en cuestion e incluso si pudieran contestarnos sinceramente, no esta nada claro que ellos pudieran hacer una dis- tincion clara. Los estudiosos de la esclavitud, que han examinado esta cuestién més detenidamente, ya que estas formas de auto-ayuda eran casi siempre la tinica opcién posible, tienden a escartar tales acciones como resistencia “real” por tres motivos. Estos tres motivos apare- cen en el andlisis de la “rebelién” de los esclavos que hace Gerard Mullin. ‘Al valorar estas diferencias observables en el comportamiento de los esclavos, los eruditos se suelen pregunlar si una actitud rebelde en particular representaba una resistencia frente a los abusos de la » Véase James C. Scort: Everyday Forms of Peasant Resistance (New Haven: Yale University Press, 1984), capitulo & 31 32 esclavitud o una resistencia “real” frente a ta propia esclavitud. Cuando se examina el comporta- mento de los esclavos a la luz de su contenido politic, los trabajadores de mas bajo nivel, los tra- bajadores del campo, salen mal parados. Hablando en general, su “pereza” y pequefios hurtos repre- sentaban un tipo de rebeldia limitado, quiza egoista. Sus reacciones frente a los abusos inesperados © cambios sibitos en la rutina de Ia plantacién eran como mucho solamente actos simbélicos contra la esclavitud. Pero los planes sistematicos y organizados de los esclavos de las plantaciones para obstaculizar el trabajo en la plantacién —sus actos persistentes de desgaste contra las cosechas y al- ‘macenes, y robos cogperativos por la noche que sostenian el mercado negro- eran mis “politicos” en sus consecuencias y tepresentaba tna resistencia frente a la propia esclavitud (Mullin, 1972: 35; cursivas mias). Aunque la postura de Eugene Genovese en esta cuestién difiere en algunos aspectos im- portantes, él también insiste en distinguir entre formas “pre-politicas” de resistencia y una resistencia més significativa frente al régimen de esclavitud. La distincién para él, como indica la cita siguiente, se basa tanto en el terreno de las consecuencias como en el de las intenciones. Estrictamente hablando, s6lo la insurreccién representaba una accién politica, y algunos decidieron definirla como la dinica resistencia genuina ya que desafiaba directamente el poder del régimen. Desde ese punto de vista, las actividades que otros llaman “resistencia cotidiana a la esclavitud” -robar, mentir,fingir, zafarse del trabajo, asesinar, cometer infanticidio, suicidarse, incendiar~ po- drian calificarse como pre-politicas en el mejor de los casos y como apoliticas en el peor... Pero la “resistencia cotidiana frente a la esclavitud” generalmente implicaba una aceptacién y no tenfa més sentido que asumir un status quo cuya norma, segtin la percepcién 0 definicién de los esclavos, habia sido violada. (Genovese, 1974: 598) Combinando estas perspectivas superpuestas, el resultado es una especie de dicotomia entre la resistencia real por un lado y las “actividades” simbélicas, incidentales 0 incluso epifenoménicas por otro. La resistencia “real”, se propone, es (a) organizada, sistemitica y cooperativa, (b) basada en unos principios o desinteresada, (c) tiene consecuencias revolu- cionarias, y/o encarna ideas o intenciones que rechazan la base de la propia dominacién. Las actividades “simbélicas”, incidentales o epifenoménicas por el contrario son (a) desor- ganizadas, asistemdticas ¢ individuales, (b) oportunistas y “egoistas”, (c) no tienen conse- ‘cuencias revolucionarias, y/o implican, en su intencién o légica, una acomodacién al siste- ma de dominacién, Estas distinciones son importantes para cualquier andlisis cuyo objeti- ‘vo sea delinear las varias formas de resistencia y mostrar c6mo se relacionan entre si y con Ja forma de dominacién en la que ocurren. Mi desacuerdo es mas bien con la idea de que estas iltimas formas son, al fin y al cabo, triviales 0 inconsecuentes, mientras que las pri- ‘meras se puede decir que constituyen la verdadera resistencia. Esta posicién, en mi opi- nién, fundamentalmente interpreta mal la propia base de la lucha econdmica y politica Ile- vada a cabo diariamente por las clases subordinadas no sélo esclavos, sino campesinos y obreros también- en un marco represivo. Se basa en una combinacién irénica entre ideas leninistas y burguesas de lo que constituye la accién politica. Las tres primeras de las com- paraciones anteriormente expuestas serdn tratadas aqui. La cuestién final de si las inten- ciones son acomodaticias o revolucionarias requerirfa un andlisis extenso y separado. Empecemos con la cuestién de las acciones que son egoistas, individuales y desorga- nizadas. Dentro de la logica de Genovese y especialmente de Mullins, est incluida la idea de que tales actos carecen intrinsecamente de consecuencias revolucionarias. Esto puede que ocurra a menudo, pero también es cierto que no existe apenas una revolucién moderna que pueda explicarse adecuadamente sin referirse precisamente a esos actos cuando tienen lugar a gran escala. Retomemos el tema de la desercién militar y el papel que ha jugado en las revoluciones, La Revolucién Rusa es un caso lamativo, Las erecientes deserciones de las tropas por parte de los soldados rasos -en su gran parte campesinos en el ejército za- rista en el verano de 1917 fueron una parte principal e indispensable del proceso revolu- cionario en dos aspectos por lo menos. En primer lugar, fueron responsables del hundi- miento de la mas importante institucién represiva del estado zarista una institucién que ya habia suprimido otro levantamiento revolucionario en 1905. En segundo lugar, los deserto- res contribuyeron directamente en el proceso revolucionario del campo participando en las tomas de tierras a través de las provincias centrales de la Rusia europea. Y esta muy claro que la hemorragia en las fuerzas zaristas era ampliamente “egoista”, “desorganizada” “individual”, aunque miles y miles de individuos tiraron las armas y se volvieron a casa. El ataque en Austria habia sido aplastado con enormes pérdidas de tropas y oficiales; la racién de pan habia sido reducida y los “dias de ayuno” inaugurados en ei frente; los soldados sabian, ademas, que si se quedaban en el frente se perderian los beneficios de las tierras tomadas en el campo. * La desercidn oftecia a los campesinos reclutados la po- sibilidad de salvar la piel y de volverse a casa donde el pan, y ahora la tierra, eran asequi- bles. Los riesgos eran minimos, ya que la disciplina del ejército se habia disuelto, Uno apenas puede imaginar un conjunto de objetivos mas “egoistas”. Pero fueron precisamente €s0s objetivos egoistas, Ilevados a cabo por masas desorganizadas de soldados campesinos “auto-desmovilizados” los que hicieron posible la Revolucién (Carr, 1966: 103). La desintegracién de la armada zarista no es més que uno de los muchos ejemplos donde la suma de una multitud de pequerios, egoistas actos de insubordinacién o deser- cién, sin intencién revolucionaria, han creado una situacién revolucionaria. La disolucién de los ejércitos nacionalistas de Chaing Kai-shek en 1948 o el de Saigén en 1975 podrian sin duda analizarse en términos similares. Y bastante antes del debacle final, los actos de insubordinacién y no aceptacién en cada ejército -también en el ejército de EE.UU. en Vietnam, deberiamos afiadir— habfan puesto unos limites claros a lo que las fuerzas contra- rrevolucionarias podian esperar y requerir de sus propios soldados rasos. ® La resisten- cia de este tipo no es, por supuesto, un monopolio de la contrarrevolucién, como George Washington y Emiliano Zapata, entre otros, descubrieron. Podemos imaginar que la logica eminentemente personal de Pedro Martinez, un soldado de las fuerzas zapatistas, no era muy diferente de la de los soldados zaristas que abandonaban el frente. Alli es donde me decidi por fin (la batalla de Tizapén). jLa batalla fue algo horrible! jLos disparos can tremendos! Fue una batalla totalmente sangrienta, tres dias y tres noches. Pero yo lo soporté un dia y luego me fui. Dejé el ejército... Me dije a mi mismo: “Ya es hora de volver con mi esposa, ‘eon mis hijos. Me voy”, me dije a mi mismo “No, mi familia es lo primero y estén muriendo de hambre. Ahora me voy”. (Lewis, 1964: 102) 2 Vease Allan WitpMaN: “The February Revolution inthe Russian Army”, Soviet Stadies, Vol. 22, n:* 1 (julio 1970), pp. 3-23; Mare Fexto: “The Russian Soldier in 1917: Undisciplined, Patriotic and Revolutionary”, Slavic Review, Vol. 30, 3 (sept. 1971), pp. 483-512; Bartington Moose: Injustice (White Pains, New York ME, Sharpe, 1979), p. 368, y Theda SkoPOL: States and Social Revolutions (Cambridge: Cambridge Univer- sity Press, 1979), pp. 135-8, Existe un consenso sobre el hecho de que la propaganda bolehevique no contribu provocar estas deserciones. 3 Alguien quizl queria tldar as tomas de tera y saqueo de propiedad aristocrtica de acto revolucions- Tio, ciertamente lo fue en sus consecuencias en 1917. Pero fue un asunto en gran parte espontineo y fuera del ‘contol de cualquier partido y es muy improbable que Tos que tomaron la tera se estuvieran viendo consiente- mente como los causantes de un gobiemo revolucionario, y mucho menos de uno bolchevigue, Vease SkOcrO: ap. cit, pp. 135, 138. 2 E éxito inicial de Solidaridad en Polonia puede, de modo similar, atribuirse al hecho de que un régimen popular no pudiera conta con su propio ejércto para reprimir a la poblacién civil rebelde, y se vieraforzado a recutie ala odiada polciaparamilitar, los “Zomos”. El refrescante candor de Pedro Martinez nos sirve para recordar que no hay una relacion necesariamente entre la banalidad del acto de supervivencia y las obligaciones familiares por un lado y la banalidad de las consecuencias de tales actos. Multiplicados muchas veces, actos que de ningiin modo podrian considerarse “politicos” pueden tener las conse- ‘cuencias mas masivas para los estados y para los ejércitos. La cuestiOn aqui no esté en absoiuto limitada a la desercién de los ejércitos, que ha sido elegida s6lo como ilustracién diagnéstica. Es aplicable con casi igual fuerza a la tra- dicién de la lucha campesina, al robo, al intento de evitar el trabajo duro; las consecuen- cias de tales actos de auto-ayuda pueden ser totalmente desproporcionadas con respecto a las ligeras intenciones de los propios actores. Mientras que las consecuencias del comportamiento campesino son esenciales para ‘cualquier andlisis més amplio de las relaciones de clase o de estado, no deseo argumentar que la resistencia deba ser definida sélo con referencia a sus consecuencias. Tal punto de vista tropieza con formidables dificultades propias, por la “ley de las consecuencias no in- tencionadas”. Cualquier definicién de resistencia requiere asi al menos alguna referencia a las intenciones de los actores. El problema con los conceptos de resistencia existentes no es por tanto que deban inevitablemente tratar de intenciones y significado o consecuen- cias. Mis bien, el problema radica en una insistencia engafiosa, estéril y sociolégicamente ingenua al distinguir actos egoistas, individuales, por un lado y acciones presumiblemente “con principios”, desinteresadas, colectivas, excluyendo a las primeras de la categoria de resistencia “real”. Una cosa es insistir en tales distinciones con el fin de comparar formas de resistencia y sus consecuencias; pero usarlas como criterio basico para determinar qué constituye la resistencia es no tomar en cuenta las propias fuentes de la politica campesina. No es casualidad que los gritos de “pan”, “tierras” y “no a los impuestos” que tan a menudo residen en el centro de la rebelion campesina estén tan unidos a las necesidades materiales basicas de la familia campesina. Tampoco deberia ser més que un t6pico que la politica campesina cotidiana y la resistencia campesina cotidiana (y por supuesto la acep- tacién cotidiana) fluyen de estas mismas necesidades materiales fundamentales. No nece- sitamos asumir mas que un deseo comprensible de sobrevivir por parte del campesinado ~asegurar su seguridad fisica, asegurar su provision de alimento, asegurar sus ingresos en metilico— para identificar la fuente de su resistencia con las demandas de los grupos de presién, recolectores de impuestos, terratenientes y patronos. Ignorar el elemento de interés propio en la resistencia campesina es ignorar el contex- to determinado, no sélo de Ja politica campesina, sino de la politica de la mayoria de las clases bajas. Es precisamente la fusin entre el interés propio y la resistencia lo que consti- tuye la fuerza vital que anima la resistencia de campesinos y proletarios. Cuando un cam- pesino esconde parte de su cosecha para evitar el pago de impuestos, al mismo tiempo esté enando su estémago y privando al estado de una cantidad de grano. * Cuando un solda- do campesino deja el ejército porque la comida es mala y las cosechas en su casa estén para recoger, esté al mismo tiempo cuidando de si mismo y negandole al estado carne de cafién. Cuando tales actos son raros y aislados, son de poco interés; pero cuando Ilegan a ser una pauta consistente (a pesar de no estar coordinado ni organizado) estamos hablando de resistencia. La naturaleza intrinseca y en cierto sentido, la “belleza” de gran parte de la resistencia campesina es que a menudo confiere ventajas inmediatas y concretas mientras al mismo tiempo niega recursos a las clases dirigentes y que requiere poca o ninguna orga- nizaciéon manifiesta. La obstinacién y fuerza de tal resistencia fluye directamente del 2% Una resistencia tal no es, por supuesto, monopolio de las clases bajas. La evasién de impuestosy la lla- ‘mada economia sumergida en paises capitalistas avanzados son también formas de resistencia, aunque llevadas ‘8 cabo con mas vigor y mis éxito por las clases medias y altas. hecho de que esté tan firmemente enraizada en la lucha material compartida experimenta- da por una clase. Requerir a la resistencia de la clase baja que tenga ciertos “principios” y sea “desinte- resada” no es s6lo una difamacién de la categoria moral de las necesidades humanas fun- damentales. Es, més fundamentalmente, una mala interpretacién de la base de la lucha de clases que es, ante todo, una lucha sobre la apropiacién del trabajo, la produccién, la pro- piedad y los impuestos. Los asuntos relacionados con “'ganarse el pan” son la esencia de la politica y la resistencia de las clases bajas. El consumo, desde esta perspectiva, es tanto el objetivo como el resultado de la resistencia y la contrarresistencia. Como lo expresa Utsa Patnaik, “El consumo no es mas que el ‘trabajo necesario’ histéricamente, la parte de pro- ducto neto que se les permite retener a los pequefios productores como resultado de su lucha con las clases que se apropian del excedente” (1979: 398-9). Es por tanto el niicleo interesado de la lucha de clases de rutina: el esfuerzo a menudo defensivo por mit vencer la apropiacién. Los pequefios robos de grano o el hurto en et suelo de trillar pueden parecer triviales mecanismos de “adaptacién” desde una posicién ventajosa; pero desde ‘una perspectiva més amplia de las relaciones de clase, cémo se divide la cosecha en reali- dad es una cuestién nuclear. ‘Otra ventaja del concepto de resistencia que empieza con las necesidades materiales de interés propio es que es mucho mds acorde con cémo los propios actores histéricos ex- perimentaron la “clase” en primer lugar. Aqui, suscribo plenamente la conclusién de E. P. ‘Thompson basada en su propio e interesantisimo anélisis de la historia de la clase trabaja- dora. ‘Segin mi punto de vista, se ha prestado demasiada atencién teérica (gran parte de ella simplemente no histérica) a la “clase” y demasiado poca a la “lucha de clases”. De hecho, la lucha de clases es el primer concepto, asi como el mas universal. Hablando claro, las clases no existen como entidades separadas: uno mira alrededor, encuentra una clase enemiga y se pone a luchar. Por el contrario, las personas se encuentran en una sociedad estructurada de cierto modo (erucialmente, pero no exclusi- vvamente, segtin las relaciones de produccién), experimentan la explotacién (0 la necesidad de man- tener el poder sobre los que explotan), identifican puntos de interés antagonistas, empiezan a luchar cen tomo a esos puntos y en el proceso de la lucha se descubren a si mismos como clases, llegan a conocer este descubrimiento como conciencia de clase. La clase y la conciencia de clase son siem- pre el itimo, no el primer estadio en el proceso histbrico real. (1978: 149) La tendencia a calificar de insignificantes a los actos “individuales” de resistencia y reser- var el término de “resistencia” para la accién colectiva u organizada esta tan mal enca- minada como el énfasis en la accién “basada en unos principios”. El lugar privilegiado acordado a los movimientos organizados, sospecho, surge de una de dos orientaciones po- liticas: una, esencialmente leninista, que considera viable s6lo la accién de clase que es dirigida por un partido de vanguardia que sirva de “sostén general”, la otra, derivada mas directamente de una familiaridad y preferencia por la politica abierta ¢ institucionalizada tal y como se conduce en las democracias capitalistas. En ambos casos, sin embargo, hay una falta de comprensién de las circunstancias sociales y politicas dentro de las cuales la resistencia campesina se desarrolla tipicamente. La calidad individual y a menudo anénima de gran parte de la resistencia campesina evidentemente se adeciia a la sociologia de la clase de ta cual surge. Al estar diseminados ‘en comunidades pequefias y faltarles generalmente los medios institucionales para actuar colectivamente, es probable que empleen aquellos medios de resistencia que son locales y requieren poca coordinacién. Bajo circunstancias especiales de privacién material arrolla- dora, un hundimiento de las instituciones represivas o la proteccién de la libertad politica (més raramente, las tres a la vez) el campesinado puede y de hecho se ha convertido en un movimiento de masas organizado y politico. Tales circunstancias, sin embargo, son muy raras y de poca duracién. En la mayor parte de lugares y momentos estas opciones politi- cas simplemente han sido exeluidas, La tendencia hacia formas de resistencia individuales y discretas no son solo lo que un marxista esperaria de los pequeiios productores y los tra- ‘bajadores rurales, sino que también son formas con ciertas ventajas. Al contrario de las or- ganizaciones formales jerarquicas, no hay un centro, un liderazgo, o una estructura identi- ficable que pueda ser neutralizada. Lo que le falta en téminos de coordinacién central puede compensarse por la flexibilidad y la persistencia, Estas formas de resistencia no ga- naran batallas decisivas pero son admirablemente utiles en campafias de desgaste a largo plazo. Si tenemos que limitar nuestra investigacién sobre la resistencia campesina a la acti- vidad formalmente organizada, buscariamos en vano, ya que en Malasia como en muchos otros paises del Tercer Mundo asi como en occidente, tales organizaciones 0 bien estén au- sentes o son la creacién de las autoridades o la élite rural. Simplemente nos perderiamos. mucho de lo que esté ocurriendo. La actividad politica formal puede ser la norma para las élites, la “intelligentsia” y las clases medias en el Tercer Mundo y en occidente, clases que tienen un monopolio casi total de las técnicas y accesos institucionales, pero seria ingenuo esperar que la resistencia campesina pueda tomar o tome normalmente la misma forma. Tampoco deberiamos olvidar que las formas de resistencia campesina no son sélo un producto de la ecologia social del campesinado. Los parimetros de resistencia también son establecidos, en parte, por las instituciones represivas. Si tales instituciones hacen su “tra- bajo” eficazmente, pueden suprimir cualquier forma de resistencia que no sea la indivi- dual, la informal, la clandestina. Asi, es perfectamente legitimo —incluso importante dis- tinguir entre varios niveles y formas de resistencia: formal-informal, individual-colectiva, pablica-anénima, las que desafian el sistema de dominacién-las que apuntan a beneficios ‘marginales. Pero deberia quedar claro al mismo tiempo que lo que quiz4 estemos midien- do en este intento es el nivel de represién que estructura las opciones que estén disponi- bles. Segiin las circunstancias a las que se enfrentan, los campesinos pueden oscilar entre la actividad electoral organizada y los enfrentamientos violentos, y los actos silenciosos y anénimos de retrasar el trabajo y los hurtos. Esta oscilacién en algunos casos puede deber- se a cambios en la organizacién social de! campesinado, pero es igualmente posible, 0 quizé incluso més, que se deba a cambios en el nivel de represién. Mas de un campesinado ha sido brutalmente reducido de la actividad politica abierta y radical en un momento a los actos de resistencia obstinados y esporadicos en el siguiente. Si nos permitimos llamar “resistencia” s6lo a la primera situacién, simplemente permitimos que la estructura de do- ‘minacién defina para nosotros lo que es resistencia y lo que no lo es. Muchas de las formas de resistencia que hemos estado examinando pueden ser “ac- ciones individuales”, pero eso no quiere decir que no estén coordinadas. Aqui de nuevo un concepto de coordinacién derivado de los ambientes formales y burocriticos es de poca utilidad a la hora de entender las acciones en comunidades pequefias con redes informales muy densas y ricas subculturas de profundidad historica frente a las demandas exteriores. ‘No es una exageracién decir que gran parte de la cultura popular de la tradicién campesina se remonta a una legitimacién, o incluso una celebracién de precisamente las formas de resistencia astutas y evasivas que hemos examinado. Con éste y otros medios (por ejem- plo, cuentos de bandidos, héroes campesinos, mitos religiosos) 1a subcultura campesina ayuda a garantizar el disimulo, la caza furtiva, el robo, la evasion de impuestos, la deser- ccién, etc, Mientras la cultura popular no es una coordinacién en el sentido formal, a menu- do consigue un “‘clima de opinién” que, en otras sociedades mas institucionalizadas, re- 4queriria una campafia de relaciones piiblicas. Lo sorprendente en la sociedad campesina es hhasta qué punto una variedad de actividades complejas desde el intercambio de trabajo al cambio de casas, los preparativos para una boda o las fiestas estén coordinados por unas redes de comprensién y prictica. Lo mismo ocurre con los boicots, las “negociaciones” salariales, la negativa de los arrendatarios de competir unos con otros o la conspiracién de silencio en torno a los robos. No se han creado organizaciones formales porque no se re- quiere ninguna; y sin embargo se consigue una forma de coordinacién que nos avisa de que lo que esté ocurriendo no es s6lo una accién individual. ‘Alla vista de estas consideraciones, pues, volvamos brevemente a la cuestién de la in- tencidn, En el caso de muchas formas de resistencia campesina, tenemos todas las razones para esperar que los actores permanezcan mudos acerca de sus intenciones. Su seguridad puede depender del silencio y el anonimato; el tipo de resistencia en si puede depender de la apariencia de conformidad; sus intenciones pueden estar tan enraizadas en la subcultura campesina y en la lucha rutinaria y asumida procurando la subsistencia y supervivencia de la familia que no se dicen. Los peces no hablan del agua. En un sentido, por supuesto, sus intenciones estin inscritas en los propios actos. Un soldado campesino que, como los demas, deserta del ejécito, esté en realidad diciendo con esta accién que los propésitos de esta institucién y los riesgos y sacrificios que conlle- va no prevalecen sobre sus necesidades o su familia. En otras palabras, el estado y su ejé cito han fracasado en el intento de comprometer a este sujeto en particular en sus propési- tos para buscar su aceptacién. Un recolector que roba arroz de su patrono esta “diciendo” que su necesidad de arroz tiene prioridad frente a los derechos formales de propiedad de sujefe. Cuando se trata de aquellos escenarios sociales donde los intereses materiales de las clases dominantes entran directamente en conflicto con el campesinado (rentas, salarios, empleo, impuestos, reclutamiento, divisién de la cosecha) podemos, creo yo, inferir algo de las intenciones a partir de la naturaleza de las propias acciones. Esto es especialmente asi cuando hay una pauta sistematica de acciones que mitigan o niegan su parte correspon- diente de la cosecha. Las pruebas sobre las intenciones son siempre bienvenidas, pero no ‘debemos esperar demasiado. Por esta razén, la definicién de resistencia antes mencionada pone especial énfasis en el esfuerzo por frustrar las demandas materiales y simbdlicas de las clases dominantes, El objetivo, después de todo, de la mayor parte de la resistencia campesina no es directamente derribar o transformar un sistema de dominacién sino mas bien sobrevivir hoy, esta semana, esta temporada dentro de él. Los fines usuales de los campesinos, como dijo muy apropiadamente Hobsbawm, son “trabajar el sistema con la minima desventaja para ellos” (1973: 12). Sus intentos persistentes por “toet poco a poco” pueden fallar, pueden aliviar marginalmente la explotacién, pueden conseguir una re-ne- Bociacién de los limites de la apropiacién, pueden cambiar el curso del desarrollo subsi- guiente y pueden, mas raramente, ayudar a derribar el sistema. Sin embargo, estas son po- sibles consecuencias. Su intencién, por contraste, ¢s casi siempre la supervivencia y la per- sistencia, El cumplimiento de ese objetivo puede requerir, segtin las circunstancias, ya sea la resistencia menor que hemos visto o acciones mas draméticas en defensa propia. En cualquier caso, la mayoria de sus esfuerzos serin vistos por las clases dominantes como truculencia, engafio, pereza, hurtos, arrogancia; resumiendo, todas las etiquetas creadas para denigrar las muchas caras de la resistencia. La definicién de las clases dominantes puede, en otros momentos, transformar lo que no es mas que la lucha irreflexiva por la subsistencia en un acto de desafio. Deberia estar claro que la resistencia no es simplemente todo lo que los campesinos ‘hacen para mantenerse a si mismos y a sus familias. Gran parte de lo que hacen debe en- tenderse como aceptacién, por mucho que sea a regafiadientes. La supervivencia puede empujar a algunos productores o campesinos a salvarse a expensas de sus compaiieros. El campesino pobre sin tierras que roba arroz de otro hombre pobre o que ofrece més al pro- a7 pietario por un arrendamiento esti sobreviviendo, pero ciertamente no esta resistiendo en el sentido definido aqui. Una de las preguntas clave que debe plantearse sobre cualquier sistema de dominacién es hasta qué punto consigue reducir a las clases subordinadas a es- trategias meramente del tipo “pide a tu vecino” para sobrevivir. Ciertas combinaciones de disgregacién, terror, represién y necesidades materiales apremiantes pueden realmente con- seguir el suefio maximo de la dominacién: hacer que los dominados se exploten entre si. ‘Aun aceptando que slo aquellas estrategias de supervivencia que niegan 0 mitigan las demandas de las clases dominantes pueden llamarse resistencia, nos siguen quedando una amplia variedad de acciones por considerar. Su variedad oculta una continuidad basi- ca. Esa continuidad reside en la historia de los persistentes esfuerzos de los productores re- lativamente auténomos por defender sus intereses fisicos y materiales fundamentales. En diferentes momentos y lugares se han defendido frente a los impuestos y el reclutamiento obligatorio det estado agrario tradicional, frente al estado colonial, frente a las intrusiones del estado capitalista (por ejemplo, rentas, intereses, proletarizacién, mecanizacién), frente al estado capitalista moderno y, deberiamos afladir, frente a muchos estados supuestamente socialistas también, La revolucién, cuando y si llega, puede eliminar muchos de los peores malos del antiguo régimen, pero es raramente el final de la resistencia campesina, ya que las élites radicales que toman el estado es probable que tengan objetivos diferentes en mente de los de sus partidarios campesinos. Pueden querer implantar una agricultura co- lectivizada mientras que los campesinos, por el contrario, quieren mantener sus minifun- dios; pueden querer una estructura politica centralizada mientras que el campesinado desea su autonomia local; pueden querer imponer contribuciones en el campo para poder industrializar; y casi seguro que querrin fortalecer el estado frente a la sociedad civil. Asi se hace posible para un observador astuto como Goran Hyden encontrar notables paralelis- mos entre la anterior resistencia del campesinado tanzano frente al colonialismo y el capi- talismo y su resistencia actual frente a las instituciones y politicas del estado socialista de Tanzania hoy (Hyden, 1980: passim). Ofrece un apasionante relato de cémo el “modo campesino de produccién” ha frustrado los planes del estado mediante el trabajo excesiva- ‘mente lento, la privatizacién de trabajo y tierras que el estado se habia apropiado, la eva- sién de impuestos, la emigracién y el “asalto” a los programas del gobierno para favorecer sus propios planes. En Vietnam, también, después de que se consumara la revolucién en el sur asi como en el norte, las formas cotidianas de resistencia campesina han continuado. La expansién subrepticia de parcelas privadas, la retirada de mano de obra de las empresas estatales para la produccién propia, el dejar de entregar grano y ganado al estado, la “apro- piacién” de créditos y recursos estatales por parte de las familias y los equipos de trabajo y el crecimiento estabie del mercado negro, son todas ellas pruebas de la tenacidad de los pequefios productores bajo las formas del estado socialista, Las obstinadas, persistentes ¢ irreductibles formas de resistencia que hemos estado examinando pueden asi representar Jas armas realmente duraderas de los débiles antes y después de la revolucién. ‘Traduccién de Marina Sanchis Martinez REFERENCIAS ‘Abas, Michael, 1981, “From Avoidance to Confrontation: Peasant Protest in Precolonial and Colo- nial Southeast Asia”, Comparative Studies in Society and History, Vol. 23, n2 2, abril, pp. 217-47. 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