Érase una vez un niño llamado Pelayo al que le gustaba
jugar con sus amigos a ser caballeros que montaban en fieros dragones. Los dragones tenían afilados dientes y garras. Su aliento olía a cenizas, porque expulsaban fuego por la boca. Ese día Pelayo tenía que volver a casa más temprano de lo habitual, pues le habían castigado por tardar mucho en hacer los deberes. Este se entretuvo demasiado con sus amigos y llegó quince minutos tarde. Su madre le mandó inmediatamente a su cuarto y le dijo que estaría castigado tres días. Pelayo protestó, pero de nada sirvieron sus protestas, pues la madre se mantuvo firme respecto a su decisión. El niño se fue a su cuarto enfadado y dio un fuerte portazo. En su habitación se tiró en la cama y se echó a dormir. Después de dos horas durmiendo, se despertó y vio algo que abultaba a los pies de la cama, quitó las sábanas y... ¡apareció un dragón muy pequeñito!; se asustó y saltó de la cama de un brinco y se apegó a la pared. El dragoncito se acercó hacia dónde estaba el niño y este se quedó quieto, casi sin respirar y manteniendo la calma. El pequeño se acercó más todavía, hasta llegar casi a tocarse. En ese momento el “dragoncín” rozó, con su diminuta ala, la pierna de Pelayo. De repente fue como si hubieran hecho un lazo de amistad y Pela, como le gustaba que le llamasen, perdió el miedo y se puso a acariciarlo. Este dijo: Te llamaré Dratini. Capítulo 2: APRENDER A VOLAR
A los tres días, el niño salió de su habitación con una sonrisa de
oreja a oreja. A la madre le extrañó verle así, pues siempre que le castigaba salía enfurruñado, pero no dijo nada. Pelayo se preparó para ir al colegio, cuando estaba preparando su mochila, vio a Dratini y le vino de repente una idea a la cabeza: Te llevaré a la escuela para que todos mis amigos te vean. Las tres primeras horas se le hicieron eternas, pero por fin tocó la sirena del recreo. Todos los niños salieron disparados hacia el patio del recreo. Pelayo se quedó dentro con los cuatro niños con los que jugaba habitualmente a ser dragones. Suavemente y con cuidado sacó de su mochila al pequeñín; todos se quedaron boquiabiertos y expectantes esperando a que hiciera algo, pero Dratini no se movió del sitio. Los niños cansados de esperar dieron media vuelta y dijeron: Un dragón enano que no sabe hacer nada, “puff”.