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Eric HOBSBAWM SOBRE LA HISTORIA CrITICA GrIjsLBO MoNDADORI BARCELONA 104 SOBRE LA HISTORIA plazo de las sociedades que sigue siendo inmensamente convincente y casi tan adelantado a su tiempo como fueron los Prolegémenos de Jbn Jaldin, cuyo propio modelo, basado en la interaccidn de diferentes tipos de socieda- des, también ha sido fructifero, por supuesto, especialmente en la prehistoria, la historia antigua y la historia oriental. (Pienso en los difuntos Gordon Childe y Owen Lattimore.) Recientemente ha habido avances importantes en el es- tudio de ciertos tipos de sociedad, en especial los que se basan en la escla- vitud en América (las sociedades esclavistas de la Antigiiedad parecen estar en retroceso) y los que se basan en un numeroso conjunto de cultivadores campesinos. En cambio, los intentos de traducir una historia social exhausti- va en una s{ntesis popular que se han hecho hasta ahora me parecen o bien relativamente fallidos 0, con todos sus grandes méritos el menor de los cuales no es la capacidad de estimular—, esquematicos y tentativos, La his toria de la sociedad todavia se esti construyendo. En el presente ensayo he tratado de sugerir algunos de sus problemas, evaluar parte de su préctica y, de paso, sefalar algunos problemas que podrian beneficiarse de una investi- gacién més concentrada, Pero seria un error concluir el ensayo sin sefialar y dar la bienvenida al notable florecimiento que se registra en este campo. Es un buen momento para ser historiador social. Incluso los que en un principio no nos propusimos ostentar dicho titulo, hoy no queremos renunciar a él. 7. HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, I Este capitulo y el siguiente constituyen el texto, ligeramente revisado, de las Con- {ferencias Marshall gue pronuncié ante la Facultad de Econdmicas de la Universidad ide Cambridge en 1980. No se han publicada hasta ahora. Aunque han sucedido mu ‘chas cosas desde entonces, tanto en la ciencia como en la historia econémica —entre otras la concesién del premio Nobel de economia a historiadores de la economta que se consideran criticamente en este ensayo, los interrogantes que traté de plantear en las citadas conferencias siguen pendientes de resolucién y las textos todavia pa recen dignos de publicarse. Sin embargo, respondiendo a las criticas, he modificado ligeramente mi postura en relacidn can algunos aspectos, Los afiadidos posteriores en tal sentido aparecen entre corchetes. ‘Aunque la frase proverbial dice que todos los soldados de Napole6n lle- vaban un bastén de mariscal en la mochila, pocos de ellos esperaban en serio tener la oportunidad de sacarlo. Durante muchos afios me encontré en una si- tuaci6n parecida a la de los soldados rasos de Napole6n y, por tanto, no s6lo me honra, sino que también me sorprende la invitacién a pronunciar las Con- ferencias Marshall, a las que asistf por primera vez cuando Gunnar Myrdal las dio aqui en los primeros afios cincuenta. Era yo entonces un historiador vinculado marginalmente a esta universidad que trabajaba en los aledatios de la Facultad de Econdmicas en calidad de supervisor y examinador de his: toria econémica, mientras Cambridge me denegaba varios empleos en dos facultades a lo largo de los ais. No cabe duda de que en aquel tiempo la Universidad tenfa la facultad de econdmicas més distinguida de Gran Bretafia y posiblemente del mundo. Soy, pues, muy consciente de que la invitacién a pronunciar estas conferencias es una distincién considerable y doy las gra- cias por ella a la Facultad. ero, aunque les hablo con cierta satisfaccién, también les hablo con mu- cha modestia defensiva. No soy economista y, seguin los criterios de algunos de mis colegas, ni siquiera soy un verdadero historiador de la econom(a, aun- que, por supuesto, estos criterios también hubieran excluido a Sombart, Max Weber y Tawney. No soy matemético ni fil6sofo, dos ocupaciones en las cua- les se refugian a veces los economistas cuando el mundo real les aprieta de- masiado, y cuyas proposiciones podrian parecer a tono con ellos.’ En rest- 106 SOBRE LA HISTORIA men, hablo como profano en la materia. Lo tinico que me estimula a abrir la boca, aparte del placer de constar en los anales como Conferenciante Mar- shall, es la sensacién de que, en el esiado actual de su disciplina, tal vez los economistas se encuentren dispuestos a Escuchiar las observaciones de un profano, basindose en que no pueden tener menos que ver con Ia actual si- tuacién del mundo que algunas de las que escriben ellos mismos. Espero de modo especial que escuchen a un profano que hace un Iamamiento a favor de una mayor integracién, 0, mejor dicho, reintegraciGn, de la historia en ta ciencia econdmica, Porque la ciencia econémica, 0, mejor dicho, la parte de ella que de vez, en cuando pretende tener el monopolio de la definicién de la diseiplina, siempre ha sido victima de la historia. Durante largos perfodos, cuando la economia mundial parece marchar felizmente con o sin que la aconsejen, la historia fomenta mucha autosatisfaccién, La ciencia econémica apropiada tiene la palabra, la ciencia econémica no apropiada se excluye técitamente, 0 se relega al mundo nebuloso de la heterodoxia pasada y presente, que equi- vale al curanderismo o la acupuntura en medicina. Quiz4 recuerden ustedes que ni siquiera Keynes hacfa una distincién clara entre Marx, J. A. Hobson y el, por lo demas, no recordado Silvio Gesell, Sin embargo, de vez en cuan- do la historia pilla a los economistas cuando estén haciendo su brillante gim- nasia y se marcha llevéndose sus abrigos. Los primeros aos del decenio de 1930 fueron uno de tales periodos y en estos momentos vivimos otro de ellos. Como minimo algunos economistas se sienten descontentos del estado de su disciplina. Tal vez los historiadores puedan contribuir a aclararlo, si no a revisarlo, El tema que he escogido, «Historiadores y economistas», tiene también importancia especifica para Cambridge y su Facultad de Econémicas, en la cual la historia econdmica y ia ciencia econdmica han estado uncidas la una a Ja otra, de forma permanente e incémoda, desde los tiempos de Marshall. La relaci6n ha sido compleja y problemética para ambas partes. Por un lado, el aparato tedrico del propio Marshall era, como se ha sefialado a menudo, esencialmente estitico. Le costaba dar cabida al cambio y la evolucién his- t6ricos. Schumpeter dijo acertadamente, refiriéndose al apéndice de los Principles, que originariamente era un capitulo de introduceién y resumen de la historia econémica, que se lee «como una serie de trivialidades».' A decir verdad, los muy considerables conocimientos de historia econémica del pro- pio Marshall aportan poco més que algunas florituras decorativas e slustra~ tivas a una estructura teGrica que se éoncibié sin dejar mucho espacio para tales afiadiduras. Sin embargo, era consciente de que la ciencia econémica estaba incrustada en el cambio hist6rico y no podia abstraerse de él sin su- frir una gran pérdida de realismo. Sabia que la ciencia econ6mica necesitaba a Ia historia, pero no sabfa cémo encajar ésta en su andlisis, En esto era in- ferior no sélo a Marx, sino también a Adam Smith. Y aunque el plan de es- tudios de Cambridge, al igual que el de otras facultades de econémicas, has- ta ahora (1980) siempre ha incluido un poco de historia econémica, su lugar HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, | 107 en el plan de estudios y el lugar de quienes la impartian en otro tiempo se parecian al caso del apéndice humano. Era indiscutible que formaba parte del organismo, pero su funcién exacta, si la tenfa, distaba mucho dé estar clara Por otra parte, los historiadores de la economia llevaban, y hasta cierto punto siguen Hevando; una precatia doble vida entre las dos disciplinas que les dan su nombre. En el mando anglosajn, al mens, hay normalmente dos historias ecohémicas, tanto si las Hamamos «vieja» como «nueva» 0, como parece mas realista, «historia econémica para historiadores y para econom tas». Bésicamente, la segunda clase es teoria —sobre todo teoria neoclé ca— proyectada hacia atrés. Volveré a hablar de la «nueva» historia econd- mica 0 «cliometria» més adelante. De momento sélo quiero sefialar que, si bien ha atraido a personas de gran capacidad y —en el caso de por lo menos tuna de ellas (que luego obtuvo el premio Nobel], el profesor Robert Fogel— admirable ingenio en la exploracién y 1a explotacin de fuentes histéricas, hnasta la fecha no ha tenido nada de revolucionaria. El] mismo profesor Fogel ha reconocido que incluso en la historia econémica norteamericana, en la que al principio se concentraba la mayoria de los ctidmetras, puede que se hayan alterado, pero no sustituido, las narraciones basicas del crecimiento de la agricultura, Ia ascension de las manufacturas, la evolucién de la banca, la pro- pagacién del comercio y muchas otras cosas que se han estudiado y docu- mentado empleando métodos tradicionales.* En general y con buenos motivos para ello, los antiguos historiadores de la economia, incluso cuando eran competentes en economia y estadistica, desconfiaban de la simple verificacién 0 refutacidn retrospectiva de proposi- ciones de la actual teorfa econémica y el estrechamiento deliberado del cam- po visual de la «nueva» historia econémica. Hasta el titular de la cétedra de historia econémica de Cambridge, J. H. Clapham, al que el propio Marshall habia escogido por su sentido del andlisis econdmico, y que habia sido pro- pensaba que la teorfa econémica no tenfa un papel im- portante que desempefiar en su disciplina. La historia econémica no entrafia la sospecha de Ia teor‘a como tal. Si entrafia algiin escepticismo ante la teoria neoclésica, es debido a su ahistoricidad y a la naturaleza sumamente restric- tiva de sus modelos. Asi pues, los economistas y los historiadores viven en precaria coexis- tencia. Sugiero que esto es insatisfactorio para ambos grupos. Los economistas necesitan reintegrar la historia y esto no puede hacerse por el sencille procedimieny de transformarla en econometria retrospectiva. Los economistas necesitan esta reintegracién mas que los historiadores, por- que la economia es una ciencia social aplicada, del mismo modo que la me- dicina es una ciencia natural aplicada. Los bidlogos que no ven la curacion de enfermedades como su tarea principal no son médicos, ni siquiera cuando estén asociados con facultades de medicina. A los economistas que no se ‘ocupen principalmente, de modo directo o indirecto, de las operaciones de economias reales que ellos deseen transformar, mejorar 0 proteger del em- eoramiento es mejor clasificarlos como subespecie de los fildsofos 0 mate 108 SOBRE LA HISTORIA rméticos, a menos que opten por ocupar el espacio que en nuestra sociedad secular ha dejado vacio el declive de Ia teologia. No expreso aqui ninguna opinién sobre el valor de justificar los designios de la Providencia (0 del Mercado) ante el hombre. De todos modos, las recomendaciones, positivas o negativas, sobre las medidas que deben tomarse son parte integrante de la disciplina, Si no fuera asf, no habria nacido ni durado una disciplina llamada economia. Hay que reconocer que, con el crecimiento numérico, la profesio- nalizaci6n y la academizacién de esta disciplina y de tantas otras, ha apare- cido también gran ntimero de obras cuyo objetivo no es interpretar el mundo ni cambiarlo, sino hacer que progrese la carrera del autor y ganar puntos a costa de otros cultivadores de la disciplina. Sin embargo, podemos dejar de lado este aspecto de la evolucién de la ciencia econémica. La historia, cuyo tema es el pasado, no esté en condiciones de ser una isciplina aplicada en este sentido, siquiera porque no se ha encontrado nin- gin modo de cambiar lo que ya ha sucedido. A lo sumo, podemos hacer especulaciones contrafécticas sobre otras posibilidades hipotéticas. Desde tuego, el pasado, el presente y el futuro forman parte de un continuo y, por tanto, Io que los historiadores tienen que decir podria permitir que se hiciesen tanto predicciones como recomendaciones para el futuro. De hecho, albergo la esperanza de que asi sea. Es indudable que las habilidades del historiador pueden utilizarse para tal fin. No obstante, mi disciplina es tan definida, que Jos historiadores s6lo pueden entrar en el campo de la politica actual de ma- nera extracurricular, o en la medida en que Ia historia forme parte integrante de una concepcin mas amplia de la ciencia social, como en el marxismo. En todo caso, mucho de Jo que hacemos debe permanecer fuera, a saber: todo lo aque distingue el pasado que no puede cambiarse del futuro que en teorfa pue- de cambiarse 0, si asi lo prefieren, apostar sobre resultados conocidos de apostar por anticipado. Pero {necesitan los economistas que se reintegre la historia en la cienci econémica? En primer lugar, algunos economistas obviamente necesitan de la historia, «porque tienen la esperanza de que el pasado proporcione res- puestas que el presente solo parece reacio a dar».’ En un momento en que es comriente que en las conversaciones de céctel se diga que los problemas de la econom{a briténica tienen su origen en el siglo x1X, la historia parece un componente natural de todo diagnéstico de lo que esta mal en ella y puede que tenga su importancia para la terapia. Nada es mas ridiculo que el su- puestu {cada vez més comin] de que la historia econmica es puramente aca~ démica, mientras que notorias pseudodisciplinas como la «gestién» son de a ‘gin modo reales y serias. Durante mucho tiempo —a juzgar por la profesién horteamericana, que es, con mucho, la mayor del mundo— el interés por la historia entre los economistas disminuy6, al tiempo que temas profundamen- te hist6ricos pasaban a ocupar el centro de la atencin. Los temas de historia econdmica o de historia del pensamiento econémico descendieron del 13 por 100 de todas las tesis de doctorado norteamericanas en el primer cuarto de siglo al 3 por 100 en la primera mitad del decenio de 1970. A la inversa, el HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, I 108 crecimiento econémico, que no inspir6 absolutamente ninguna tesis con este nombre hasta 1940, fue el tema del 13 por 100 de todas las tesis, el mayor conjunto de trabajos de doctorado, en el segundo perfodo citado. Esto resulta tanto mas extrafio cuanto que la historia y la ciencia econ6. mica crecieron juntas. Sugiero que si la economia politica clisica se asocia de modo concreto con Gran Bretafia, no es debido sencillamente’a que Gran Bretafia fuera uno de los precursores de la economia capitalista. Después de todo, el otro precursor, las Paises Bajos en los siglos xvu-xvtir, se distinguid ‘menos como praductor de te6ricos de la economia. Fue debido a que los pen- sadores escoceses que tanto aportaron a la disciplina se negaron especifica- mente a aislar la ciencia econémica del resto de la transformacién hist6rica de la sociedad en Ia cual se vefan comprometidos. Hombres como Adam Smith consideraban que vivian una transicién de lo que los escoceses, pro- bablemente antes que nadie, lamaron «sistema feudal» de Ia sociedad a otro tipo de sociedad. Deseaban acelerar y racionalizar dicha transicin, aunque solo fuese para evitar los resultados politicos y sociales probablemente per- judiciales que podia tener el dejar que el «Progreso Natural de la Opulencia» se las arreglara solo, puesto que podfa convertirse en un «orden antinatural y retrégrado».* Cabria arglir que si los marxistas reconocian que el resultado del desarrollo capitalista podta ser ta barbarie, Smith reconoce que. ésta era el posible resultado del desarrollo feudal, Por consiguiente, abstraer la eco- nomia politica clésica de la sociologia histérica a la que Smith dedicé el ter- cer libro de su obra La riqueza de las naciones es un error tan grande como separarla de su filosofia moral. De modo parecido, la historia y el andlisis permanecfan integrados en Marx, el iltimo de los grandes economistas pol ticos clésicos. De una manera un poco distinta y menos satisfactoria desde el punto de vista analitico ambos permanecieron integrados con la ciencia eco- némica entre los alemanes. Recordemos que a finales del siglo xix Alemania probablemente poseia mas puestos de enseftanza de ciencia econémica y ins libros sobre el tema que los briténicos y los franceses juntos. De hecho, la separaciGn entre 1a historia y la ciencia econémica no se hizo sentir plenamente hasta la transformacién marginalista de la segunda. Se convirtié en importante objeto de debate en el curso de la ahora en gran parte olvidada Methodenstreit del decenio de 1880, que salié a la luz a raiz del provocador ataque de Carl Menger contra Ia llamada «escuela hist6rica», Ja cual, de forma especialmente extremada, dominaba entorices la ciencia econémica alemana. Sin efnbargo, seria poco aconsejable olvidar que 1a es cuela austriaca, a la cual pertenecta Menger, también se hallaba embarcada en una polémica apasionada contra Marx. En esta guerra de metodologfas uno de los bandos acabé obteniendo una victoria tan grande, que hace ya tiempo que se han olvidado en gran parte los motivos de la guerra, los argumentos € incluso la existencia del bando de- rrotado, Marx perduré en las escuelas en la medida en que tos argumentos contra él podfan mantenerse en el modo analitico del neoclasicismo: se le po- dia tratar como a un tedrico de la economia, aunque un teérico peligrosa- 110 SOBRE LA HISTORIA monte equivocado. Schmoller y los otros historicistas podfan descartarse se cillamente tachéndolos de economistas nada serios en el sentido analitico, © encasillarlos como meramente «historiadores de la economnfa», como le su cedié,a William Cunningham en Cambridge. A decir verdad, pienso que este es el origen de la historia econémica como especializacién académica en Gran Bretafia. La ciencia econdmica britinica, y en especial Marshall, nunca excluyé la historia y la observacién empirica —las cosas que tan raras veces permanecen igual— tan sisteméticamente del anélisis como los austriacos més extremistas. No obstante, redujo su base y sus perspectivas de un modo que las hizo dificiles de incorporar, excepto de manera trivial, aunque slo fuese dejando virtualmente a un lado durante varias generaciones problemas dindmicos como el desarrollo econémico y las fluctuaciones de la economia, incluso, de hecho, ta mactoeconomia estdtica. Como ha seftalado Hicks, en estas circunstancias hasta la sed de realismo de Marshall sera esencialmente corta de miras ... la ciencia econémica marshalliana alcanza sus mejores mo- mentos cuando se ocupa de la empresa o de la “industria”; es mucho menos capaz de ocuparse de la totalidad de la economia, incluso de la totalidad de a economia nacional>.* Sevia imitil reanudar la Methodenstreit del decenio de 1880, tanto més cuanto que gitaba en torno a una disputa metodolégica que, de esta forma, ya no tiene gran interés: Ja disputa entre el valor del método deductivo y el {el método inductivo. Sin embargo, quiz4 merezca la pena hacer tres obser- vaciones. La primera es que en aquel momento 1a victoria no pareci6 tan clara como la vemos ahora. Ni la economia alemana ni la norteamericana siguieron de buen grado el ejemplo de Viena, Cambridge y Lausana. La se- gunda es que los argumentos del bando vencedor no se basaban esencial- ment: en el valor préctico de la teorfa econdmica, tal como se define ahora. La tercera observacién, basada en la visidn retrospectiva, es que realmente no hay ninguna correlacién obvia entre el éxito de una economia y la distincién y el prestigio intelectuales de sus te6ricos econémicos, tal como se miden por los criterios retrospectivos de Ia evaluaci6n del grupo paritario neoclésico. Dicho sin rodeos, las trayectorias de las economias nacionales parecen tener poco que ver con el niimero de buenos economistas; en todo caso, en los tiempos en que sus opiniones no alcanzaban difusién internacional con tanta prontitud como hoy. Esté claro que Alemania, que desde Thiinen apenas ha producido tedricos que figurasen mucho, ni siquiera en las notas a pie de pé- ‘gina de libros no alemanes, no ha sufrido como economia dindmica a conse- cuencia de esta escasez. Antes de 1938, Austria, donde abundaban los te6ri- os distinguidos con los cuales consultaba el gobierno, no fue un ejemplo de éxito econémico hasta después de 1945, momento en que da la casualidad de que habia perdido a todos sus distinguidos tedricos de edad sin que nadie comparable los sustituyera. La importancia préctica de los proveedores de ‘buenas teorfas econémicas no es en absoluto manifiesta. No podemos con- formamnos con la analogia original de Menger, que Schumpeter mantuvo hat tel final de su vida, entre la teorfa pura como 1a bioguimica y la fisiologta HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, | ut de la ciencia econémica, en ta cual se basan lu cirugia y la terapia de 1a eco. noma aplicada, A diferencia de los médicos, incluso los economistas que es. tén de acuerdo en Jos principios de la ciencia econdmica pueden tener opi- niones diametralmente opuestas sobre la terapia. Asimismo, si es posible aplicar un buen tratamiento, como evidentemente lo fue en Alemania duran- te la mayor parte del siglo pasado, a cargo de profesionales que no aceptan necesariamente la necesidad de la bioquimica y la fisiclogia de los teéricos, entonces resulta claro que es necesario reflexionar mas sobre las relaciones entre la teoria y la préctica econdmicas. De hecho, como ya he dado a entender, los argumentos neoclésicos con- tra los historicistas aceptaban que su propia tedria tent poca relacién con la realidad, aunque, paradgjicamente, su objecién a los marxistas era que su teoria pura (del valor) no era una guia de la fijacién de precios en el merca- do real. Los te6ricos puros no podian negar que la irvestigacién empirica (esto es, la investigacién hist6rica, del pasado) podia devirnos algo mas sobre Ja economfa que si se ajustaba 0 no a alguna proposicién tedrica. (De hecho, hoy dirfamos que la validacién de los modelos tedricos por parte de la eco- nomia real es bastante mas dificil de lo que pensaba la ciencia econémica positiva.) En lo que se refiere a la politica y la préctica econémica, se reco- nocfa que el papel de Ia teor‘a pura era de todo punto s:cundatio. Bohm-Ba- werk la excluy6 deliberadamente de la guerra de los métodos. «Es s6lo (en teorfa] que se discute la cuestin del método», arguy6. «En el terreno de la politica social préctica, por razones técnicas, el método hist6rico-estadistico es tan indiscutiblemente superior que no vacilo en declarar que una politica legislativa puramemte abstracto-deductiva en los asuntos econémicos y socia- les seré para mf una abominacién tan grande como lo es para otros.»* Hay gobiemnos a los que les convendria que les recordasen esto. Y Schumpeter, que era el més experimentado y realista entre los ausiriacos, lo explicé de forma todavia més clara. «Precisamente porque nuestra teoria tiene un fun- damento firme, fracasa cuando se enfrenta a los fendmenos més importantes de la vida econémica.»? Pienso que en este caso la aficién a provocar empujé a Schumpeter a lan- zar una acusacién demasiado general contra su propio bando. La teorfa pura sf adquirié una dimensién préctica, s6lo que result6 que era totalmente dis- tinta de la que se suponia que tenfa antes de 1914. No esté a mi alcance hablar de las razones por las cuales la teorfa eco- némica evolucions en esterdireccién después de 1870, aunque conviene tener presente que las diferencias entre los dos bandos en la guerra de los métodos eran en gran parte las que existen entre los liberales 0 neoliberales econémi- 0s y los partidarios de la intervencién del gobiemo. Detrds del descontento de los institucionalistas norteamericanos con la ciencia econémica neoclési- ca estaba la conviccién de que era necesario ejercer més control social sobre Jas empresas, en especial las grandes empresas, y que también era necesario que el estado interviniera més de lo que solfan prever los neoclasicistas. Los historicistas alemanes, que inspiraron una parte tan grande del instituciona- 2 SOBRE LA HISTORIA, lismo norteamericano, eran en esencia partidarios de la intervencién de una mano visible y no de una mano oculta: la del estado. Este elemento ideol6- gico 0 politico es obvio en el debate. Hizo que los herejes de la economia trataran el neoclasicismo prekeynesiano como poco més que un ejercicio de relaciones pablicas a favor del capitalismo partidario del laissez-faire, punto de vista poco apropiado, aunque no sea totalmente irrazonable para los lec- tores de Mises y Hayek. De lo que se trata es més bien de que la ideologia pudiese ocupar un lugar tan destacado en el debate, Ia teoria pura y la historia podian lanzarse mira- das hostiles desde uno y otro lado de un abismo cada vez mayor, un bando podia descuidar la préctica y el otro hacer igual con la teor‘a, sencillamente porque ambos podian considerar que 1a economia de mercado capitalista esencialmente se autorregulaba. Ambos (exceptuando los marxistas) podian dar por sentada su estabilidad general y secular. Los teéricos puros podian considerar las aplicaciones précticas como secundarias, toda vez que la teo- rfa aportaba poco excepto enhorabuenas, a menos que los gobiernos propu- sieran medidas —principalmente fiscales y monetarias— que perturbaran seriamente las operaciones del mercado, En esta etapa su relacién con la for- ma en que la empresa privada y el gobierno levaban sus asuntos se parecia, bastante a la relaci6n de los eriticos y los teéricos cinematograficos con los cineastas antes del decenio de 1950. A la inversa, los empresarios y —ex- cepto en los campos de las finanzas y la politica fiscal— los gobiernos no ne- cesitaban mas teorfa de la que estaba implicita en el sentido comin empitico Lo que necesitaban las empresas y el gobierno era informaci6n y pericia técnica, cosas por las que los teéricos puros no sentian mucho interés y no podfan proporcionar. Los administradores y los ejecutivos alemanes pensaban que Ia necesitaban mas que los briténicos. Mientras la ciencia social alema- na los alimentase con’ un gran caudal de estudios empiricos admirablemen- te preparados, no les importaba que no existiese ningtin Marshall, Wicksell ‘© Walras alemén, Ni siquiera los marxistas, por el momento, tenian que preo- ccuparse por los problemas de una economia socialista, o cualquier economia de la cual fueran responsables, como atestigua la falta de toda consideracién seria de los problemas de la socializacion. La primera guerra mundial empe- 26 a cambiar esta situacién, Se da la paradoja de que los limites de un planteamiento historicista 0 ins- titucionalista, que rechazaba la teoria pura, se hicieron evidentes precisamen- te en el momento en que hasta las economias capitalistas, cada vez més de- pendientes de los sectores piblicos o dominadas por ellos, tuvieron que ser administradas 0 planificadas deliberadamente, Para esto se requerian instru- ‘mentos intelectuales que los historicistas y los institucionalistas no propor- cionaban, por més que se inclinaran a favor del intervencionismo. Vemos que durante la era de las guerras mundiales aparece una economia de gestion y planificacién basada en la teorfa. La esperanza de una vuelta a la «normali- dad» de 1913 aplazé un poco la adaptaciGn de la ciencia econémica neoclé- siva, pero después de la depresin econémica de 1929 dicha adaptacién avan- HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, 1 113, 26 répidamente. La aplicacién de la teor‘a neoclisica a la politica erecié, al abandonar los te6ricos puros su hasta entonces bastante notable falta de in- terés por la expresion y el andlisis numéricos de sus conceptos, por ejem- plo, por las posibilidades de la econometria, que se institudionaliz6 con este nombre en el decenio de 1930. Al mismo tiempo se emipezd a disponer de importantes instrumentos operacionales, algunos procedentes de la economla politica cldsica premarginalista o macroeconomia, por mediaciGn del marxis- mo, como el andlisis de input-output que aparece por primera vez en el es tudio preparatorio de Leontiev para el plan sovietico de 1925; otros, dé las mateméticas de los cientificos aplicadas a la investigacién de operaciones mi- litares, como en el caso de la programacién lineal. Aunque los efectos de la teorfa econsmica neoelésica en la planificaci6n socialista también se retrasa- ron, por razones histéricas ¢ ideolégicas, en la préctica su aplicabilidad a las economfas no capitalistas también se ha reconocido desde la segunda guerra mundial Por tanto, la teorfa pura, convettida en operacional y ampliada de esta ma- nera, ha demostrado tener més relacién con la préctica de lo que Schumpeter pens6 en 1908. Realmente ya no se puede decir que no tiene ningdin uso prdctico. Con todo, en términos médicos —si me permiten que insista en la vieja metéfora— no produce fisiGlogos, patGlogos ni diagnosticadores, sino escdners para explorar el cuerpo. A no ser que esté muy equivocado, la teo- ria econdmica facilita escoger entre decisiones y tal vez ctea técnicas para tomar decisiones, ponerlas en préctica y supervisarlas, pero ella misma no genera decisiones positivas sobre la politica que debe seguirse. Desde luego, cabe argilir que esto no es nuevo. Siempre que la teorfa econémica ha pa. recido seftalar de modo inequivoco determinada politica, ;no sospechamos salvo en casos especiales— que las respuestas se han incorporado de an- temano en la demostracién de su carécter inevitable? Mientras que los te6ricos neoclésicos produjeron mejores instrumentos politicos de lo que al principio sospecharon, sus adversarios historicistase in: titucionalistas han resultado peores de lo que esperaban en Io que se re precisamente a la funcién de la que se enorgullecen, a saber: guiar a un es- {ado partidario del intérvencionismo econémico. En este sentido, su anticua- do positivismo y su carencia de teoria iban a resultar fatales. Por esta razén, Schmoller y Wagner y John R. Commons forman ahora parte de aquella his. toria que cultivaban tan asiduamente. Sin embargo, en dos sentidos su apor- tacién no puede rechazarse> En primer lugar, como ya se ha sugerido, fomentaron un estudio concre- to verdaderamente serio de la realidad econdmica y social que tanto preocu- aba a Marshall, Antes de 1914 Ios alemanes se asombraban constantemente Y con razén al observar la pura falta de interés de los economistas briténicos por los datos reales de su economia, y la endeblez y la irregularidad consi- guientes de la informacién cuantitativa sobre ella, De hecho, alli donde los estudiosos briténicos y alemanes trataban de modo féctico el mismo tema, como Schulze-Gaevernitz y Sydney Chapman trataron la industria algodone. 4 SOBRE LA HISTORIA ra britdnica, es dificil negar la superioridad del trabajo de los alemunes. De vez en cuando la escasez de datos que fueran fruto de investigaciones efec- tuadas en Inglaterra obligaba a traducir monografias élemanas sobre temas briténicos. Asimismo, muy a menudo las pocas investigiciones empiticas que se hicieron en Gran Bretafa antes de 1914 procedfan del campo de la het: rodoxia econémica, como los economistas de Oxford que en gran parte han sido olvidados porque gravitaron hacia el servicio social y piblico (por ejem- plo, Hubert Lewellyn-Smith en el Ministerio de Comercio, y Beveridge), o de fabianos decididamente institucionalistas que habsan simpatizado con los his- toricistas en la guerra de los métodos y cuya London School of Economics se fund6 como centro antimarshalliano. El tinico estucio briténico féctico y serio de la concentracién econémica antes de 1914 fue obra de un funciona- rio fabiano que fue también el principal artifice de la creacién del primer Censo de la Produccién en 1907-* A la inversa, no hubo ningdn equivalente de Ia masiva serie de monografias aplicadas que prodyo en Alemania la Ve- rein fiir Sozialpolitik sobre temas econémicos ademés de sociales. Durante ‘muchos afios no hubo ningén equivalentevde aquella iniciativa instituciona- lista que fue el American National Bureau of Economic Research. Desde la segunda guerra mundial nos hemos visto obligados a ponernos hasta cierto punto a la altura de los demés, pero no cabe duda de cue durante el periodo de entreguerras muchos de los debates entre economisas briténicos se basa- tban en lo que se ha dado en llamar «estadisticas sugestivas» mas que en al- guna de la informacién detallada de la que ya entonces se disponfa. En resu- ‘men, los debates tendian a descuidar la informacién sobre la economia salvo la que fuese visible para el proverbial hombre de la calle, como era el caso del desempleo En segundo lugar, los heterodoxos eran mucho més conscientes tanto de las cosas que nunca permanecen igual como de los canbios hist6ricos reales habidos en la economfa capitalista. Han tenido lugar dos grandes transfor- maciones de dicha economia durante los iiltimos cien afios. El primero, ha- cia finales del siglo XIX, es aquel contra el que la gente de la época traté de Tuchar bajo etiquetas como «imperialismo», «capitalismo financiero», «co- lectivismo> y otras, a la vez que se reconocia que los diversos aspectos del cambio estaban relacionados. El primero de estos cambios se observ6 relati- vamente pronto, aunque no se analiz6 como era debico; pero pienso que lo hizo exclusivamente gente que era heterodoxa o marginal: historicistas ale- manes como Schulze-Gaevernitz. o Schmoller; J. A. Hobson, y, desde luego, artistas como Kautsky, Hilferding, Luxemburg y Lenin. En esta etapa la teoria neoclisica no tenia nada que decir sobre ello. De hecho, Schumpeter, liicido como siempre, arguy6 en 1908 que la «teor‘a pura» no podia tenet nada que decir sobre el imperialismo salvo lugares comunes y reflexiones filos6ficas inexactas. Al cabo de un tiempo, cuando él mismo traté de dar tia explicacidn, partié del dudoso supuesto de que el nuevo imperialismo de la época no ten(a ninguna relacién intrinseca con el capitalismo, sino que era tuna reliquia sociol6gicamente explicable de la sociedad precapitalista. Mar- HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, 1 us shall era consciente de que algunas personas pensaban que la concentracién econdmica era fruto del desarrollo capitalista y se preocupaban por los trusts yy los monopolios. Sin embargo, hasta el final de su vida los consideré casos ‘especiales. Su creencia en Ja eficacia del libre comercio y la entrada libre de nuevos competidores en las industrias parecia inquebrantable. Es cierto que, como realista, nunca supuso que la competencia fuera perfecta, pero mostra- ba pocas sefiales de reconocer que la economia capitalista.ya no funcionaba como en el decenio de 1870. Sin embargo, al publicarse Industry and Trade en 1919, ya no era razonable suponer que estas cuestiones, por importantes, que fuesen en Aiemania y los Estados Unidos, no tenian ninguna importan- cia en Gran Bretafia, Hasta la Gran Depresién no se ajusté ta teoria neoclé- sica a la «competencia imperfecta» como norma de la economia. E] segundo gran cambio es el que se produjo, 0 arraigé, en el cuarto de siglo que siguié a la segunda guerra mundial. Si bien ahora resuiltaba obvio que una vuelta al mundo del decenio de 1920 no era ni posible ni deseable, no puede decirse que la nueva fase de la economia mundial fuera analizada de modo apropiado por los economistas ortodoxos en sus propios términos hist6ricos. Hay que decir que hasta la mas fuerte de las escuelas heterodoxas que han perdurado, la marxista, se mostré mucho més reacia a mirar con ojos realistas el capitalismo de la posguerra de lo que se habfa mostrado en los decenios de 1890 y 1900. El acentuado renacer de la teorizacién abstracta de los marxistas contrastaba de modo bastante lamentable con la torpeza con que los marxistas afrontaron —o, hasta el decenio de 1970, evitaron afron- tar— las realidades del mundo que les rodeaba. No obstante, en la medida en que se reconocia una realidad historicamente nueva, era desde una posi- cién marginal. J. K. Galbraith formul6 su visidn del «nuevo estado indus- tial, que ya estaba immplicita en sus anteriores El capitalismo americano y La sociedad opulenta, principalmente en términos de la economia metropo- litana de las grandes sociedades anénimas, en gran parte independientes del «mercado». Sefialaré de paso que fue recibido de modo mucho més favora- ble por los profanos en la materia, que entendieron de qué estaba hablando, que por sus colegas. Desde Santiago los economistas de 1a Comisién Econé- mica para América Latina de la ONU criticaron la creencia de que los cos- tes comparativos destinaban el tercer mundo a producir materias primas y pidieron su industrializacién. Sin embargo, hasta el final de la «Edad de Oro» en los primeros afios setenta no se juntaron los dos fenémenos (esta vez fue- ron en gran parte neomarxistas heterodoxos quienes se encargaron de ello) en la visién de una fase transnacional del capitalismo en la cual la institucién a través de la que se expresa la dinémica de acumulacién capitalista es la gran empresa y no el estado-nacién. [En los decenios de 1980 y 1990 esto pasaria a ser la moneda de cambio de un neoliberalismo revivificado. No es necesario que nos ocupemos aqui de si esta formulacién subestima 0 no el papel de a economia nacional.) Mientras que los heterodoxos quizé tardaron mas de lo que cabfa esperar en reconocer una nueva fase del capitalismo, parece que los economistas or- 16 SOBRE LA HISTORIA todoxos mostraron poco interés por el asunto. Er 1972 el ya fallecido Harry Johnson —inteligencia sumamente poderosa y licida, pero no imaginativa— atin predecfa que Ia expansi6n y la prosperidad mundiales continuarfan inin- terrumpidamente hasta finales de siglo salvo si estallaba otra guerra mundial © se producfa el derrumbamiento de los Estados Unidos. Pocos historiadores hhubieran mostrado tanta confianza. Mi argumento da a entender que la economfa, divorciada de la historia, es como un barco sin timén y que los economistas sin Ia historia no tienen una idea muy clara de hacia dénde navega el barco. Pero no sugiero que estos de- fectos puedan remediarse por el sencillo procedimiento de utilizar unas cuan- tas cartas de navegacién, esto es, prestando mds atencidn a las realidades eco- némicas concretas y a la experiencia historica. La verdad es que siempre han abundado los economistas deseosos de tener los ojos abiertos. Lo malo es gue, si son fieles a la tradicién convencional, sa teoria y su método como tales no les han aydado a saber dénde deben mirar y qué deben buscar. El es- tudio de Ios mecanismos econdmicos estaba divorciado del estudio de los fac- tores sociales y de otro tipo que condicionag el comportamiento de los agentes que constituyen tales mecanismos. Esto es algo que hace mucho tiempo Maurice Dobb sefial6 en Cambridge. Lo que sugiero es una reserva més radical en relacidn con la ciencia eco- ‘némica convencional. Mientras se defina como la define Lionel Robbins, es decir, puramente como una cuestién de eleccién —y asi la define todavia el libro de texto de Samuelson, que es la biblia del estudiante—, s6lo puede (ener una relacién fortuita con el proceso real de produccién social que es su tema ostensible, con lo que Marshall (que no estuvo a la altura de su defini- ci6n) Hlamé «el estudio de la humanidad en las cosas corrientes de la vida». Lo que ocurre es qué se concentra en actividades dentro de este campo, pero hay muchas otras actividades a las que puede aplicarse el principio de la eleceién econdmica. Divorciada de un campo especifico de la realidad, la ciencia econémica debe convertirse en lo que Ludwig von Mises denominé «praxiologia», que es una ciencia y, por ende, una serie de técnicas para progratnar; y también, © como otra posibilidae, un modelo normativo de cémo el hombre econémico deberia actuar, dados unos fines sobre los cua- les, como disciplina, no tiene nada que decir. La segunda opcin no tiene nada en absolute que ver con la ciencia. Ha Ievado a algunos economistas a ponerse el alzacaelto del te6logo (Iaico). La primera, como ya hemos sefialado, es un logro importante y, como también hemos sefialado, tiene una importancia préctica inmensa. Pero no es lo que hacen las ciencias sociales ni las ciencias naturales. Schumpeter, Kicido como siempre, se neg6 a definir su campo excepto como «una enumeracién de los “campos” principales que ahora se reconocen en la préctica docente», porque no era, en su opiniGn, «una ciencia en el sentido en que lo es la actistica, sino més bien una aglomeracién de campos de investigacién mal coordinados y coincidentes».” Fogel puso inconscientemente e] dedo en el mismo defecto cuando alabé a Ja economfa por la «gran biblioteca de modelos econémicos» HISTORIAOORES Y ECONOMISTS, a la que podian recurrir Jos clidmetras."" Las bibliotecas no tienen ningtin principio excepto la clasificaci6n arbitraria. Lo que se ha denominado «el imperialismo» de la ciencia econémica desde el decenio de 1970, que mul- tiplica las obras sobre la economia de la delincuencia, del matrimonio, de la educacién, del suicidio, del medio ambiente y de lo que sea, s6lo indica que a la ciencia econdmica se la considera ahora como una disciplina de servi- cio universal, aunque ello no quiere decir que pueda comprender lo que hace la humanidad en el curso normal de la vida, ni cmo cambian sus ac- tividades Y, pese a ello, los economistas no pueden por menos de interesarse por el andlisis del material empirico, pasado o presente. Pero esto no es mas que una mitad del tiro de caballos que arrastra lo que Morishima dijo una vez que era el carruaje de dos caballos de la metodologta, La otra mitad se basa principalmente en modelos estéticos que se apoyan en supuestos generaliza- dos y muy simplificados, cuyas consecuencias se analizan luego, para lo cual hoy dia se emplean principalmente términos matemiticos. ;Qué hay que ha- 1" para conducirlos juntos? Por supuesto, buena parte de ia ciencia econd- mica se ha acercado bastante a la creacién de modelos que se derivan de la realidad econdmica, esto es, de la produccién en términos de inputs reales y no en términos de utilidades; e incluso de economias divididas en sectores cada uno de los cuales tiene su propio modo de accién socialmente y, por ende, econémicamente especifico. Naturalmente, como historiador estoy a favor de estos modelos hist6rica- mente especificos, basados en una generalizacién de la realidad empirica. Una teorfa que supone la coexistencia de un sector central oligopélico de la economia capitalista y un margen competitivo es obviamente preferible a una que suponga un mercado totalmente libre y competitivo. Sin embargo, me pregunto si siquiera esto responde al gran interrogante sobre el futuro, del que los historiadores son siempre conscientes y que ni tan s6lo los econo- mistas pueden descuidar, siquiera porque la planificacién a largo plazo es lo que deben —o deberfan— hacer no s6lo los estados, sino también las gran- des sociedades andnimas. ,Adénde se dirige el mundo? {Cuéles son las ten- dencias de su desarrollo dinémico, con independencia de nuestra capacidad de influir en elas, que, como deberia estar claro, es muy pequefia a largo plazo? (Cuando escribé el presente articulo Ia economia global y transnacional atin 1 parecfa tan triunfante como parece a mediados de los afios noventa, y, por tanto, la sencilla creencia de que el futuro consistirfa en un sistema mundial de mercado libre realmente incontrolable atin no nos distraia de la tarea de ‘examinar en realidad lo que traeria.] Precisamente en esto radica el valor de las visiones hist6ricamente arrai- gadas del desarrollo econémico como la de Marx y la de Schumpeter: ambos se concentraron en los mecanismos econémicos internos especificos que mueven a una economia capitalista y le imponen una direccién, No estoy ha- blando de sila visién de Marx, inds elegatite, es preferible x la de Schurpe- ter, que sitda las dos fuerzas que mueven al sistema —las innovaciones que 118 SOBRE LA HISTORIA hacen que avance, los efectos sociolégicos que le ponen fin— fuera del mis- mo. Sin duda la visién schumpeteriana del capitalismo como una combina- cién ce elementos capitalistas y precapitalistas ha contribuido mucho a ilu- minar a los historiadores del siglo xx. El interés de este tipo de planteamiento de la dinémica hist6rica no estri- ba en si nos permite poner a prueba sus predicciones. Dado lo que son los eres humanos y las complejidades del mundo real, es arriesgado hacer pro- fecias. ‘Tanto en Marx como en Schumpeter influyen la ignorancia y sus de- 8e05, temores y juicios de valor. El interés de estos planteamientos esté en el intento de ver los acontecimientos futuros en términos que no sean lineales, Porque incluso el intento mas sencillo en este sentido tiene un resultado im. Portante, El mero reconocimiento por parte de Marx de una tendencia secular a que la comperencia libre genere concentraci6n econémica ha sido enorme- mente fértil. La mera conciencia de que el crecimiento global de la economia o €s un proceso homogéneo o lineal, gobernado por ia doctrina de los cos- tes comparativos, produce mucha iluminaci6n. El simple hecho de reconocer gue hey periodicidades econémicas a largo plazo que encajan en los cambios bastante considerables de la estructura y el estado animico de la economia y la soc-edad, aunque, como las ondas de Kondratiev, no tengamos la menor idea de cémo explicarlas, hubiera reducido la confianza de los economistas convencionales en los decenios de 1950 y 1960. aca que la ciencia econémica no continde siendo victima de la historia, intentendo constantemente aplicar sus instrumentos, en general con retraso, & los acontecimientos de ayer que se han vuelto lo bastante visibles como para dominar el panorama de hoy, es necesario que forme o redescubra esta pers- Pectiva historica, Porque puede que esto tenga relacién no s6lo con los pro- blemas de mafiana, sobre los que, si es posible, deberfamos pensar antes de ue nes abrumen, sino también con la teoria de mafiana, Permitanme concluir con una cita de un exponente de otra teoria pura. «Cuando pregunto sobre la importancia de las ideas de Einstein sobre el espacio-tiempo curvo —es- cribe Steven Weinberg—, mas que en sus aplicaciones a la relatividad ge- neral misma, pienso en su utilidad para formular las préximas teorias de la sravitecién, En fisica las ideas son importantes siempre de modo prospecti- vo, mizando hacia el futuro.» No puedo comprender ni aplicar la teorta de los fisicos, mas de lo que comprendo y aplico la mayorfa de las ampliaciones de Ta teor.a en las ciencias econémicas. Sin embargo, coma historiador me preo- Cupa siempre el futuro: ya sea el futuro tal como ya ha nacido de algin pa- sado anterior, 0 tal como es probable que nazca del continuo del pasado y el presente. No puedo evitar la sensacién de que en lo que se refiere a esto los economistas podrian aprender de nosotros asi como de los fisicos 8. HISTORIADORES Y ECONOMISTAS, II Cabe la posibilidad de que los economistas estuvieran de acuerdo sobre cl valor que tiene la historia para su disciplina, pero no que los historiadores pensaran lo mismo sobre el valor de la ciencia econémica para la suya, Esto se debe en parte a que la historia abarca un campo mucho més amplio. Como hemos visto, es un inconveniente obvio de la ciencia econdmica como disci- plina que se ocupa del mundo real e! hecho de que seleccione algunos y s6lo algunos aspectos del comportamiento humano como «condmicos» y deje que del resto se encarguen otros. Mientras su tema se defina por la exciusién, los economistas no podrén hacer nada al respecto, por més conscientes que sean de sus limitaciones. Como ha dicho Hicks: «Cuando se cobra concien cia de [los] vinculos (que conectan la historia econémica con las cosas que normalmente consideramos que son ajenas 2 ella), nos damos cuenta de que el reconocimiento no es suficiente»." La historia, en cambio, no puede optar a priori por excluir ningun as- pecto de la historia humana, aunque de vez en cuando opta por concentrarse en algunos y descuidar otros. Por comodidad o por necesidad técnica, los his- toriadores tienden a especializarse. Algunos se ocupan de la historia diplo- mitica, otros de la eclesidstica y otros se limitan a la Francia del siglo xv Sin embargo, bésicamente toda Ia historia aspira a ser lo que los franceses aman «historia total». Ast ocurre también en el caso de la historia social, aunque tradicionalmente se ha cultivado en conjuncién con la historia eco- némica. A diferencia de la primera, en ningin caso puede la segunda consi- derar que algo es ajeno a su esfera potencial. Se puece decir sin temor a equivocarse que ningéin economista comparte la aparence creencia de un ex director del Times de Londres en el sentido de que, si Keynes hubiera tenido unas preferencias sexuales diferentes, se hubiese parecido mas a Milton Friedman, menos todavia que su vida privada tenga algo que ver con el juicio que merezcan las ideas keynesianas. En cambio, no me cuesta imaginar aun historiador social o general que tal vez piense que amas cosas arrojan luz sobre una fase determinada de Ia historia de la sociedad britinica. ‘Asi pues, hasta el campo especializado de la historia econdmica es més amplio que el campo convencional de la ciencia econénica tal como se de- fine actualmente. Clapham opina que es valiosa principalmente en la medida

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