2.3.GONZALEZ N Los Derechos Humanos en La Hist 153-186

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Los Derechos Humanos en la Historia _153 —___les Derechos Humanos en ls Historia 153 CapiTuLo XI Los DERECHOS HUMANOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX Y LA PRIMERA MITAD DEL XX 1) Intermedio y fecundidad Como acabamos de sefialar, para llegar a la siguiente Declaracién de Derechos Humanos hemos de esperar un siglo. Largo intermedio pero que en modo alguno serd estéril; al contrario; serd un tiempo precioso de asimilacién y cum- plimienco —cumplimiento siempre insuficiente, ya lo sabemos— del ambi- cioso programa de reformas contenidas en los multiples articulos que las declaraciones hasta ahora estudiadas habian proclamado. Se presté a ello el perfodo de prosperidad y paz que siguié a la Revolucién de 1848 y que salvo crisis econémicas y politicas menores se prolongé en el campo politico hasta el estallido de la I Guerra Mundial, en 1914, y en el eco- némico hasta la gran crisis de 1929!, Progresivamente se fueron introduciendo a lo largo de estos afios en los distintos paises europeos (ajustando, es cierto, en cada caso el calendario de las mismas a su particular marchamo histrico), reformas politicas y sociales que respondian a la llamada de otros tantos derechos fundamenta- les, preferentemente a los que segiin la denominacién actual llamamos civi- les y politicos; tambien cupo un espacio para los econémicos, sociales y culturales, Asi, fue cumpliéndose aquel derecho a la participacién de los ciudadanos en el gobierno de la nacién insistentemente repetido en las distintas declaracio- nes y que conllevaba para su realizacién plena el ejercicio del sufragio univer- sal. El principio del voto censitario tan arraigado en la burguesia y la reticencia a concedérselo a la mujer y alos negros fueron cediendo sus posiciones conforme avanzaban las décadas de la segunda mitad del siglo Xx y las primeras del xX. 1. Es cierto que hubo crisis econémicas a las que podemos calificar de menores, véase p. 136, nota 3. También se movieron las aguas de la politica internacional: guerras de la unidad de Italia y Alemania y, posteriormente, las Guerras Balcdnicas. Pero en una visién amplia, la uni- dad del periodo en el sentido expuesto creemos que queda claramente salvada. Los Derechos Humanos en la Historia hasta quedar recluidos cuando sobreviene la Declatacién Universal de 1948 a miicleos minoritarios de la sociedad occidental. Espafia, por ejemplo, alcanz6 la meta del sufragio universal masculino en 1869 y tras un corto paréntesis de catorce afios, ya de modo definitivo, en 1890. Cuarenta y un afios después, la Constitucion de la II Republica coro- 1né esta cora con la ampliacién del suftagio a la mujer’. Parecido recortido podiamos hacer en el caso de Italia: suftagio universal masculino en 1912, voto concedido a la mujer en 1945. O en el de Inglate- ra, que con su segunda reforma electoral de 1867 ya se puede decir que entr6 cn la via de la participacién de codos los ciudadanos en la vida politica del pais a excepcién de las mujeres. Estas uiltimas, tras la dura lucha a la que ensegui- da hemos de aludir, se integrarfan definitivamente en la comunidad politica, en 1928. ‘Algo semejante sucede con la instruccién entendida como «una necesidad para todos a tenor de la Declaracién de 1793 y que la de 1848 habia hecho pro- gresar hasta el compromiso de «fomentar una ensefianza primaria gratuita». Fue penetrando, insistamos de nuevo, a ritmo distinto segtin los paises, pero de forma imparable en todo el émbito del mundo occidental. Nuestra Ley Moya- no de 1857, no por mds temprana mejor cumplida; las «Schulaufschitzgeset- ze» de Bismark en la recién nacida Alemania de 1872; la implancacién en Francia de la escuela primatia laica y obligacoria de Jules Ferry en 1882, son otros tantos hicos significativos de esta voluntad de los poderes puiblicos de otorgar a todos los ciudadanos el derecho a una instruccién, clave de realizacién petsonal y de una integracién en el desarrollo econémico de la comunidad?. La libertad de conciencia, de religién y de culto es otro de los campos abier- tos al desarrollo de normas de gobierno que tratardn de vencer las resistencias de siglos de historia europea, en los que el cristianismo bajo cualquiea de sus variantes, catolicismo, ortodoxia, protestantismo, habfa tenido la prerrogati- va de religién oficial. ‘Nuestro pais ¢s uno de los ejemplos tal vez mds claro de este largo y dificil camino. Desde aquel Articulo 12 de la Constitucidn de 1812 que proclama a 2. Escierto que hubo retrocesos (dictaduras fascistas o comunistas, gobiernos aucoricarios de le signo) pero siempre fueron/han sido seguidos de una reaccién mds o menos tardia hacia los valores representados por el derecho a la participacién de los ciudadanos en el Gobierno, Esos «nticleos minoritarioss, a los que nos referimos pueden estar representa- dos, situdindonos en la linea divisoria de 1948, en el retraso de Suiza en conceder el voto a la rnujer, 1970, y en el sistema de Apartheid que la Unién Sudafticana ha prolongado hasta 1994. 3, Es desde esta perspectiva y tomando al analfabetismo como su signo exierno mis eficaz desde la que Carlo M. Cipolla en su breve pero enjundioso estudio, Educacién y desarrollo fen Occidente, p. 109 y 5. nos presenta los resultados comparativos, pero siempre en cons- tante progreso, de esta politica educativa. As, sien Francia en 1848, el 30% de la poblacién cra iletcada, en 1890 esta tlkima cifra se habfa reducido al 1096. Para Espafia, resulta espe- cialmente ttl VILANOVA, M.; MORENO, J.: Allas dela evolucién del Analfaberismo en Espa- fia de 1887 a 1981, con referencia en los primeros capfculos a la situacién espafiola a lo largo de todo el siglo x0x Los Derechos Humanos en la segunda mitad del uy la primera mitad det xx 155 da Religién Catélica, apostélica y romana» como la «inica y verdadera» y que lo wes y serd perpetuamente», pasando por formulaciones mucho més concor- des con el nuevo espiritu de libertad emanado de los Derechos Humanos, tal el articulo 11 de la Constitucién de 1837 en la que sobriamente se nos dice que «La Nacién se obliga a mantener el culto y los ministros de la Religion Catélica que profesan los espafoles», y contando con retrocesos parciales como el del articulo a su vez 11 de la Reforma Constitucional de 1845 se hace pre- ciso llegar a las Constituciones de 1869, 1876 y de 1931 (entrar en la de 1978 significarfa rebasar los limites de este capitulo) en las que la libertad de con- ciencia, la interna y la de su manifestacién exterior son reconocidas en con- junto de forma cada vez mas explicita. Cabria también mencionar el constante avance realizado en Ia aplicacién de dos derechos tan fundamentales hacia esa igualdad proclamada en los pri- meros articulos de las declaraciones asi como hacia el derecho a la asistencia social y a la sindicacién que aparecen por vez primera en 1793 y en 1848 res- pectivamente. Prueba de ello son las leyes sociales que emprende Bismarck a par- tir de 1883, el mismo afio por cierto en el que se crea en Espafia la Comision de Reformas Sociales, punto de arranque con todas las rémoras que queramos de nuestra politica social. Un afio después, en 1884, Francia declara finalmente abolida (es cierto que hacia tiempo que no se cumplia) la cristemente célebre Ley Le Chapeller que habia supuesto desde su promulgacin en, 1791 un veto legal a cualquier tipo de asociacionismo obrero en su territorio’. Marcada la pauta no es preciso que sigamos rellendndola con nuevos ren- glones de derechos, avalados con los correspondientes datos. Pero hay mas; a la orilla de este cauce mayor de la historia de los Derechos Humanos nacen en estos afios iniciativas claramente nuevas, enteramente ins- piradas en sus principios, aunque singularizadas en sus objetivos. ‘Nos referiremos concretamente a estas cinco: La Cruz Roja Internacional, el Movimiento Sufragista, la Liga de los Dere- chos del Hombre de 1898, las dos conferencias de La Haya de 1899 y 1907 y la Revolucién Rusa y su Declaracién de Derechos del pueblo trabajador y explotado. 2) La Cruz Roja Internacional La historia de la Cruz Roja gira en torno a dos personajes: Napoleén III y Henry Dunant. La del primero nos es mds conocida. Traigamosla con todo brevemente a la memoria. El hijo de Hortensia Beauharnais —hija a su ver de Josephine Tascher de Lapagerie, segunda esposa de Napoleén Bonaparte, y de Luis, el tercero de la 4, Sobre a libertad religiosa en el caso de Espaia, véase BASTERRA, D. El derecho a la libertad religiasa y su tuelajuridiea. Sobre la inflexi6n que supuso para Espafia en su evolucién hacia tun cumplimiento de los derechos sociales la Comisién de Reformas Sociales, creada por . Moret en 1883, véase El reformismo social en Espata: la Comisién de Reformas Sociales 156 Los Derechos Humanos en la Historia saga de los napolednidas—, es elegido en diciembre de 1848 presidente de la joven reptblica francesa nacida de la Revolucién de Febrero. A partir de esa fecha quien pasard a la Historia como Napoleén Ill, inicia una doble carre- ra ascendente: hacia la concentracién del poder politico —el 2 de diciem- bre de 1851 suprime el articulo de la Constitucién que prohibfa la reeleccién y el 2 de diciembre de 1852 se proclama Emperador— y hacia el objetivo de situar a Francia en el primer puesto entre los pafses europeos por su pros- peridad interna y su prestigio internacional. Era natural que este répido ascenso personal y politico le llevase a olvi- dar sus afios de juventud, cuando aventurero en busca del poder al que se sentia destinado, se habfa afiliado o al menos sido «compafiero de viaje» de la sociedad secreta de los Carbonarios, uno de cuyos primeros objetivos era la expulsién de Austria de Italia como medida indispensable para su tan anhe- lada unidad >. La expedicién militar enviada en junio de 1849 para aplastar la repuibli- ca mazziniana seguida de la presencia constante de un cuerpo de ejército ins- talado en la misma Roma para defender el tiltimo reducto de los dominios del Papa, eran el signo mas claro de la traicién al compromiso, que adquiriera un dia en la sociedad carbonaria. Fue entonces cuando un compafiero de los viejos tiempos, Felice Orsini se lo recordé en la noche del 14 de enero de 1858, con un aviso directo y sin concesiones —una bomba lanzada contra el carruaje imperial—, cuando Napoleén y su esposa Eugenia se dirigian a la Opera. La reaccién de Napoleén III no se hizo esperar. En julio de ese mismo 1¢ una entrevista en el balneario de Plombitres con quien se habia alzado con el proyecto més viable de unidad italiana: Camilo Benso Cavour. El acuerdo entre ambos politicos se cierra tras una serie de mutuas conce- siones. Por parte de Napoleén la primera sera una promesa de intervencién armada en el norte de Italia contra Austria, que un afio después se materia- lizard en dos brillantes operaciones que han pasado a la historia militar uni- versal: Magenta el 4 de junio de 1859 y unos dias después, el 24 del mismo mes, Solferino. De la mano de Napoleén III hasta aqut tenfamos que llegar. Porque en Solferino y en el mismo dfa de la batalla, aguarda al Empera- dor para una cita meramente accidental en Ia historia de los humanos encuen- tros, pero fundamental en la historia de los Derechos Humanos, el hijo de un hombre de negocios suizos, que ha sido educado en un medio calvinista profundamente religioso y que desde su juventud ha dado muestras de un idealismo espiritual y de un internacionalismo superador de fronteras: fun- dard una «Unién entre los Cristianos por Correspondencia». ¥ un dato més que no conviene olvidar. También, desde su juvencud, es un admirador de Napoleén Ill en quien veré un digno sucesor de Carlomagno destinado «a 5. Sino fue estrictamente un afiliado sino un «compafiero de viaje, por usar el término de J Ridley, no cambia el planteamiento y Is consecuencias que de él se derivaron. RIDLEY, J.Napoleon ll and Eugenie, p. 61 a primera micad del xx 157 reconstruir el Imperio Romano y dar la paz al continente». Se llama Henry Dunant®, No cursa estudios universitarios. Por voluntad de su padre se orienta hacia los negocios. Son los afios en los que la joven colonia francesa de Argelia parece ofrecer buenas perspectivas de inversién al capital europeo y hacia allf se dirige Henry Dunant. ero lactsis de 1857 le acarrea problemas. Tras algunas soluciones fallidas, para remontar su falta de liquidez piensa en Napoleén III, el héroe de su juventud, rodeado ahora de un equipo de saintsimonianos siempre dispuestos a colaborar en proyectos de alcance internacional y que cuenta entre sus hombres de con- fianza con Maurice Mac-Mahon, con quien la familia Dunant tiene amistad. Pero ni el Emperador ni Mac-Mahon estan en Paris. Ambos caminan en esta primavera de 1959 hacia la Lombardfa y hacia allt se dirige Henry Dunant. El 24 de junio Dunant esté alojado en Castiglione, la pequefia ciudad de 5 000 habitantes préxima a Solferino. Desde alli, oye el fragor de la batalla y se encuentra siendo testigo de un espectéculo dantesco. El trdgico balance son 40.000 muertos y mds de 9 000 heridos que en la pequefia ciudad de cinco mil habitantes no pueden ser atendidos. Era la consecuencia de una concentracién mayor de tropas obviamente faci- litada por la répida expansién de los ferrocarriles y la mayor capacidad mortife- ra del armamento utilizado en ella, efecto a su vez de la ya plena madurez de la primera revolucién industrial. Tres afios después, en 1862, Dunant publica un libro, Recuerdos de Solferi- no, que ya entonces produjo una viva impresidn en la sociedad occidental y que todavia hoy merece ser leido por su mezcla de reportaje y altas reflexiones mora- les. Junto a descripciones muy vividas, «en el silencio de la noche se oyen rui- dos, gemidos, suspiros ahogados Ilenos de angustia y suftimiento», propone al final del mismo una solucién préctica desarrollada en dos puntos: 1) Que en tiempos de paz se creen en los distintos pafses sociedades de soco- ro compuestas por enfermeros especializados que puedan ser aptos para actuar en las guerras. 2) Que este personal quede protegido por un acuerdo internacional’. Eran por tanto dos pasos los que habia que dar: crear esa red de sociedades de socorro y conseguir que los gobiernos les concediesen un estatuto de neutrali- Serdn las dos conferencias —la de octubre de 1863 y la de agosto de 1864 en las que se configurard la furura Cruz Roja. En la primera retine 16 delegaciones de otros tantos paises que se aprestan a secundar la iniciativa. Més dificil es conseguir el segundo objetivo. Aqut se tra- 6. Botsster, P. Histoire Internationale de la Croix Rouge, p. 10 7. DUNANT, H. Recuerdos de Solferino, p. 39. 158 Los Derechos Humanos en la Historia taba de implicar a los mismos gobiernos; de que éstos protegiesen a los gru- pos de socorro creados en la anterior conferencia, que aceptasen respetar las ambulancias y el personal sanitario, que reconociesen el distintivo comuin en todos los paises, para todos los enseres y personas de la nueva organizacién, la cruz roja sobre fondo blanco. Algunos paises expresaron sus reticencias. Quieren que estén integrados en las unidades militares del respectivo pais. Si actuian en los ejércitos causantes de la guerra, puede parecer que justifican su agresién. Nuevamente entra en escena Napoledn III. El va a ser el animador de esta segunda conferencia; aunque finalmente por deferencia hacia Suiza, el pais en que habia sido educado y patria de Henry Dunant, cede a Ginebra la sede de Ja misma. Los 12 representantes oficiales de otros tantos paises (111 europeos més los Esta- dos Unidos) reunidos en la sala del Ayuntamiento de Ginebra suscriben el 22 de agosto de 1864 el «Convenio para mejorar la suerte de los militares heridos», Carta Magna del Comité Internacional de la Cruz Roja Internacional (CICR). ‘La guerra de los Ducados que ya se vivia en este afio de 1864, la austro- prusiana de 1866, la franco-prusiana de 1870, la ruso-turca de 1876, ponen a prueba la experiencia. En esta iltima, Turqufa acepta colaborar con la Cruz Roja y después de la paz adherirse a ella, con la condicién de que sus enfermeros lleven el distinti- vo de la media luna en lugar de la cruz roja. Su propuesta fue aceptada. Pero la verdadera prueba de la nueva institucién humanitaria, la que la hizo alcanzar su plena madurez y abrirla hacia los amplios objetivos de los Dere- chos Humanos fue la 1 Guerra Mundial. «La dura realidad de un conflicto que por su violencia, extensién y duracién no tenia precedentes... la aparicién de armas de destruccién masiva o de efec- tos indiscriminados, los rigores del cautiverio, indujeron a una permanente intervencién del CICR»®. Ya no se trataba solamente de los soldados heridos, se trataba de las pobla- ciones civiles castigadas por el avance de las tropas, de los prisioneros en los campos de concentracién y de los desaparecidos. La II Guerra Mundial amplié atin mas su campo de accién y sirvié para ganarse el reconocimiento de los paises de los cinco continentes implicados en el conflicto. Mas tarde, entrado el siglo xx, ampliard su accién a las victimas de catdstrofes naturales y epidemias, a los refugiados cualquiera que sea la causa de su situa- cién, a los perseguidos politicos en regimenes dictatoriales... de tal manera que hoy puede decirse que es una pieza més, relevante por su calidad y por su capa- cidad de recursos materiales y humanos, que mueve la compleja maquinaria de los Derechos Humanos?. 8. DURAND, A. El Comieé Internacional de la Cra Roja, p. 19. 9. Ella misma desea ser reconocida con esta carta de identidad. Véase La Croix Rouge er les Droits de l'Homme. {Los Derechos Humanos en la segunda mitad del siglo xbx y la primera mitad del xx 159 3) El movimiento sufragista ‘A medida que avanza el cumplimiento relativo y a la vez irreversible de los Derechos Humanos tal como lo hemos expuesto en el primer epigrafe, se hacia més patente la inferioridad en que quedaba la mujer. No es que se la hiciese objeto de cualquier género de condena. Simple- mente se la ignoraba. Los miembros de la Convencidn de Virginia habian comenzado por prescindir de ella en su misma convocatoria. Entre sus 128 representantes no habia ninguna mujer. Seguidamente, y habida cuenta de la funcién eminentemente procreadora y doméstica de la mujer en aquella sociedad colonial, a los Madison, Jeffer- son, Mason, hubo de parecerles normal no incluirla en el nuevo estacuto poll- tico de la colonia que marcaba las lineas directrices de los préximos a nacer Estados Unidos. El articulo 6 de la Declaracién por la que se otorgaba al sufragio solamen- te «a quienes dieran pruebas de permanente interés por la comunidad», iba directamente dirigido, como en su momento expusimos, contra la poblacién negra ¢ india, pero indirectamente abarcaba también al colectivo de las muje- res desinteresadlas en funcién de su reclusién doméstica de las tareas politicas. No hay personajes fereninos en Ia historia —historia aqui en el sentido més clésico del tétmino— de las Trece Colonias durante sus dos siglos de existen- cia. Parecida reflexién podemos hacer respecto a las declaraciones de 1789 y 1793. Es cierto que en la primera se levanté la voz de Olympe de Gouges, pero ya vimos cémo su protesta no rebasé el nivel de la anécdota, del grito solitario que fécilmente se perdié en el torbellino revolucionario. Y respecto a la de 1793 las esperanzas que podfan nacer del importante Papel jugado por Condorcet en su redaccién quedaron defraudadas. Porque «el tltimo filésofo» que se habia distinguido por la incorporacién de la mujer ala vida politica tanto en sus escritos anteriores a la Revolucidn como en su breve perfodo de participacién en el Gobierno durante la Asamblea Legislati- va, no libré ninguna batalla para incluirlas en el articulado de su Declaracién de Derechos. Condorcet mantenfa la tesis de que era preciso un perfodo previo en el que a mujer adquiriese una educacién. Sélo asf podria alcanzar el derecho al sufra- gio! Por lo que hacfa a Francia, la Nacién avanzada en la reivindicacién de dere- chos, habfa que esperar; que esperar y que desesperar. Porque en 1804 caer‘a sobre la poblacién femenina no sélo francesa dada su influencia en numerosos paises europeos e iberoamericanos, el peso del Cédigo que promulgara Napo- le6n. 10. Son verdaderamente llamativos sus alegatos en defensa de la capacidad de las mujeres para toda clase de actividades, tambign en el campo de la politica, incluso con superioridad a los hombres. BADINTER, E. y R. Condorce,p. 296-298. A parte del razonamiento que damos en el eexto, debié de comprender que era una lucha en solicario e intl. 160 Los Derechos Humanos en la Historia Un repaso a su articulado nos conduce a una concepcién de la mujer, siem- pre inferior al varén, jurfdicamente indefensa, alejada de cualquier capacidad de iniciativa econémica, mucho més politica. Sin embargo, algo comenzaba a cambiar en el primer tercio del siglo xix En primera I{nea se encontraban los socialistas utdpicos, Saint Simon, Fou- rier, Owen, muy particularmente por su condicién femenina, Flora Tristén. Todos ellos se mostraron undnimes en su defensa de la mujer. Pero como en otros capftulos de su siempre sugestivo pensamiento, sembraron mds que reco- gieron. Sus mismas extravagancias, recordemos las teorfas de la Gran Madre de los saintsimonianos y la inmadurez de los tiempos fueron causas de ello. En una segunda linea, se encontraba un grupo minoritario de mujeres de la burguesfa que tras romper con las convenciones del momento se habian ganado un puesto en Ia escala de valores culturales e incluso politicos de la Europa de mediado el siglo xix. Desaparecida ya Mme. Staél aunque no su influjo, brillaban las George Sand en Francia; Harriet Taylor (en la sombra pero muy eficaz como veremos) y Florence Nigthingale en Inglaterra; Bettine yon Arnin en Alemania!!. Llegamos asf a las puertas mismas de la Revolucién de 1848. Uno de estos socialistas utépicos recién citados, el fourierista Victor Con- siderant, fue el principal valedor para presentar una candidatura femenina a las elecciones francesas del mes de abril. $i Flora Tristén no hubiera muerto tun afio antes, hubiera sido la sefialada. Se busc6 otra mujer de esa burguesia liberal, Aurore Dudevant, para el gran ptiblico George Sand. Pero no acept6. Su argumentaci6n se eleva de su negativa particular ala cuestién de principi que no era otra que la inferioridad social que arrastraba la mujer. «Las condi- Giones sociales son tales que las mujeres no podrfan cumplir honorablemente un mandato politico... No se debe comenzar por donde habrfa que terminar... es preciso comenzar por la igualdad civil, por la igualdad en el matrimonio»!2, ‘Se creaba as{ un vacio que explica el que cuando el mismo Victor Conside- rant propusiera en la Asamblea la ampliacién del voto a la mujer sélo con: guiera un voro. Fracasada la iniciativa en Francia, los Estados Unidos e Inglaterra van a tomar el relevo. En los Estados Unidos el movimiento en favor de los derechos de la mujer se inicia en ese periodo de su historia que se denomina el segundo renacer, tam- bin el de la redemocratizacién de sus instituciones, concretado en la eleccién de Andrew Jackson como su séptimo presidente en 1829. 11, Es ttl un repaso al Dictionnaire des Femmes céebres, de L. MAZENOD Y G. SHOELLER. Por ser menos conocida llamamos la atencién sobre Bertine von Arnim, a quien debemos una cortespondencia con Goethe que ya de por sf representa un valor literaro y que desde su clase nobillara supo peribeel subiient dels dases destvoreedasen la Alemania anterior ala Revolucién del 48. Véase Dies Buch gehirt dem Kénig. En cuanto a Florence Nightin- gale conviene recordar que Henry Dunant la cita en sus Memorias como una de las perso- znas que mds influyeron en su vida. 12, La Femme au 19e Sidele, p. 183. 161 Dos cortientes de opinién, ambas de signo liberador, arrancan de este punto de inflexién de la historia del joven pais: el que clama por la plena emancipa- cién de los esclavos y el que echa de menos la presencia de las mujeres en la vida politica del pais. Ambas causas correrdn juntas y vendrén a desembocar en la gran crisis de la Guerra de Secesién. Pero de ella saldrén liberados los negros; no las mujeres. El partido republicano al que habfan apoyado en la guerra no las tuvo en cuenta. La enmienda 14 de la Consticucién votada en 1868 por la que se les con- cede a los negros el derecho de ciudadania, al igual que la 15 por la que se les concede el derecho a voto, las va a ignorar. Habrén de esperar hasta la enmien- da 19, que seré aprobada en 1920, para que a la mujer norteamericana se le reconozcan sus derechos politicos!?, Son estos afios intermedios en los que Elisabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony fundan la National Suffrage Association, y Lucy Stone la organiza- cién paralela de la American Woman Suffrage Association. Aquélla mas radi- cal, laica, con una preocupacién afiadida por las mujeres trabajadoras; ésta mds moderada, con un programa mds amplio que el de la pura lucha por la reivindicacién politica, se abre, hacia una potenciacién de centros femeninos de ensefianza, hacia la creacién de hospitales especializados en dolencias que puedan afectar a la mujer. Logran ademds integrarse mejor en esas dos corrien- tes internas de la historia de los Estados Unidos en las tiltimas décadas del siglo que se llaman el Movimiento de Reforma (afios 70) y el Progresismo (afios 90). En el primero, que trata de oponerse al capitalismo salvaje de los capita- nes de industria tantas veces sin escriipulos, hacen valer sus valores propios de sensibilidad y vireudes familiares, base de la auténtica prosperidad de una socie- dad, En el segundo, que trata de profundizar una vez més en las raices demo- créticas que dieron vida a la nacién, ellas recuerdan el olvido en el que se las ha tenido. Seré en la onda todavia del progresismo, y con el aliciente de su colabora- cién activa en la I Guerra Mundial cuando y como les llegard la hora de su incorporacién a la vida politica en la fecha citada de 1920. La lucha por el voto de la mujer inglesa guarda un paralelismo con la de la norteamericana que acabamos de narrar. Si en los Estados Unidos fueron en un primer momento de la mano de los esclavos negros y al final se sintieron defraudadas, en Inglaterra suftieron el desengafo del movimiento catsea que en un primer momento las incluyé en su programa de reformas y que una vez conseguidos —bien fuera que par- cialmente— sus objetivos, las devolvié al puesto que ocupaban en la sociedad tradicional. «Leading male chartists, encouraged and valued women support, 13, «El incentivo para organizarse vino dado por la experiencia de la Guerra de Secesién y més particularmente por las esperanzas que suscit6» EVANS, R. Las feministas. Los movimien- F050 Be 5. "- a 162 Los Derechos Humanos en la Historia but the aim of the movement was to restore the traditional division of labour and sexual power between man and woman in the family, wich, it was argued, had been disrupted by industrializationy'*, También aquf, era preciso comenzar de nuevo. ‘Afortunadamente pronto les salié al paso una de las personalidades més influyentes en el pensamiento politico inglés, de mediados de siglo, John Stuare Mill. Fue a raiz de su relacién con Harriet Taylor, cuando Stuart Mill incorporé a su docerina politica de signo liberal-radical, y en cuanto tal partidario del sufra- gio universal, el voro de la mujer. Su libro On the Subjection of Woman publicado tard{amente (1865) pero en el que como en el resto de su obra, segtin su propia confesién, la influencia de su esposa es decisiva, fue el libro de texto del movimiento sufragista duran- te muchas generaciones,Todavia hoy sus argumentos conservan plena actus lidad!’, Con todo, Stuart Mill fracasé en su intento de que la ley electoral inglesa de 1867 que précticamente consagraba el sufragio universal inglés, se exten- diese también a las mujeres. Fue entonces cuando el sufragismo inglés orga- nizado en torno a la National Society of Woman Suffrage (NSWS) tomé un cardcter activo y en el cruce de los dos siglos, bajo el liderazgo de Emmeline Pankhurst y su Women Social and Political Union, alcanzé perfiles de violen- cia. Se ha hecho notar cémo el mito anarquista de la propaganda por la accién, contagio a la NSWS'6. A los desfiles y manifestaciones al aire libre, siguen la irrupcién en actos puiblicos oficiales, las huelgas de hambre, rocuras de esca- parates... La Guerra de 1914 interrumpié la escalada. Fue la aportacién de la mujer ala causa de la guerra la que hizo reflexionar al Gobierno de Lloyd George y conceder en 1918 el derecho a voto a las mujeres casadas o viudas, duefias de una renta (se volvia a los principios del voto censitario) 0 con un titulo uni- versitario. Diez afios después en 1928, al abrigo del gobierno conservador de S. Baldwin se ampliaria el derecho a todas las mujeres. En el intermedio otros paises situados en la periferia geogréfica y sin pro- tagonismo en la alta politica mundial alcanzaban por una dinémica propia la incorporacién de la mujer a la vida politica. Australia (1902) en el contexto del alud de emigrantes que acuden a las minas de oro a finales de siglo y per- 14, HANNAM, J. Women and politics. En PuRvs, J. Women's History Britain, 1850-1945, p. 219. 15, J. Stuart Mill ega a dedicareseos elogios a su mujer: «Poseia juntas una serie de cualidades {ue en otras personas yo s6lo habia visto separadas... Su inteligencia funcionaba por igual en las mis alas cuestiones flos6ficas y en las pequefias cosas concretas de la vida diatia... He aprendido mas de ella que de todas las demas personas que he conocido juntas». Collected Works of . Stuart Mill . Vol. VI, p. 190-194. Con todo, algunos autores han llegado a cri- ticar estos elogios de J.S.Mill a H. Taylor, ya considerarlos como excesivos dismninuyéndo asi la influencia de H. Taylor en su obra en general y particularmente en el tema de la mujer. MELLIZO, C., Stuart Mill. Bentham. p. XVU-XVIIL 16. Evans, R. Op. Cit. p.223 Los Derechos Humanos en la segunda mitad del siglo xix y la primera mitad del xx 163 suaden a los colonos tradicionales que el voto a la mujer puede ser un medio para mantenerse en el poder; en Noruega (1913) como instrumento de su ‘emancipacién de Suecia; en la Unidn Soviética en el contexto del primer pro- ceso de liberacidn que acompafia al triunfo de la Revolucién de Octubre de 1917. 4) La Liga de los Derechos del Hombre de 1898 Otra institucién nacida en este perfodo y que nos interesa destacar es la Liga de los Derechos del Hombre vinculada al episodio que conmovié toda Francia cn los aftos finales del siglo, el affaire Dreyfus. Es imprescindible una crénica apretada de los hechos. Swartzkopen es el agregado militar alemn en la embajada de este pais en la capital francesa. En su. papelera se encuentra una carta sin firma en la que se anunciaba el envio de unos documentos secretos del Estado Mayor francés. Se busca al autor de este acto de alta teaici6n a los intereses de Francia. Y la acusacién recac en un oficial de Esta- do Mayor, judio de raza, Alfred Dreyfus. Se le condena a ser deportado de por vida en la Isla del Diablo, en la Guayana francesa. La prensa conservadora, naciona- lista, antisemita, lanza una campafia contra los judfos traidores. Pero un abogado, George Piqcart, miembro del servicio de inteligencia duda de la legalidad del proceso y se propone investigar en el entorno de Drey- fus y del Estado Mayor. Pigcart llega a la conclusién de que no es Dreyfus el culpable sino un ofi- cial de origen hiingaro, Esterhazy. La reaccién del Gobierno moderado que preside Felix Meline es... destinarle a Tuinez. El argumento de fondo antise- mita se hace eco y responsable de otro razonamiento que gana cuerpo en la derecha francesa. El ejército es intocable. No puede aparecer como autor de un fallo judicial de tal dimensién. Ahora es cuando interviene Emile Zola con su célebre articulo J'Accuse, publicado en el periédico L’Aurore el 13 de enero de 1898 y que convierte el caso Dreyfus en un tema de opinién nacional. Detengdmonos aqui. Dejemos a un lado los nuevos personajes que inter- vienen en la trama, las sucesivas revisiones del proceso, hasta llegar al 12 de julio de 1906 cuando el Tribunal de Casacién de Paris declara que «equivoca- damente ha habido un error, y nueve dias después en el mismo patio de armas en el que fue degradado, Dreyfus es repuesto en su antigua graduacién y con- decorado con la Legién de Honor. Lo que a nosotros nos importa es que desde el momento en que el articu- lo de Zola hizo saltar el affaire a la opinién, Francia se dividié en dos bandos: los antidreyfusards —convencidos desde el primer momento de la culpabilidad del oficial judfo y a medida que se desarrollaban los acontecimientos, opuestos por razones de alta politica a la revisién del proceso—, y los dreyfusards que par- tfan de la necesidad de revisar la primera condena, y terminaron por entablar un proceso al régimen responsable mds que del error judicial de los torcuosos caminos seguidos para ocultar la verdad; y que unos y otros se alinearon en 164 Los Derechos Humanos en la Historia dos asociaciones contrapuestas. La «liga de los patriotas» la més numerosa — llegé a contar en los dias dlgidos del proceso 100 000 afiliados— y la «Liga de los Derechos del Hombre,» mucho més minoritaria —no alcanzaron en nin- gxin momento del proceso los 9 000 afiliados— pero que contaba con la cali- dad de intelectuales (J. Psicary, J. Reinach) de cientificos (E. Durkheim; E. Duclaux, presidente del Institut Pasteur), de literatos (M. Proust, A. France). Sies cierto que la mayor parte de la base social del catolicismo se agrupa- ba en torno a la Liga de los Patriotas, también lo es que al micleo de libre- pensadores que componian la Liga de Derechos Humanos se acercaron elementos destacados tanto del catolicismo como de la minorfa protestante francesa’”. “Todos ellos se sintieron, ante el caso Dreyfus, herederos de la larga tradi- cidn de los Derechos Humanos precisamente en el capitulo de los derechos en materia penal, aquellos que nos llamaban la atencién en el primer capitulo por su repetitividad en las distintas declaraciones, pero bienvenida decimos ahora esa llamada constante, porque en el caso Dreyfus se demostraba palmariamente que son ellos en los que se juega en tiltima instancia la dignidad, la integridad fisica y finalmente la vida de las personas. ‘Con una perspectiva historica, a nosotros nos importa la Liga de Derechos Humanos por dos razones. Porque introduce en la Historia, a un tiempo His- toria del Pensamiento ¢ Historia de la Politica el tema del intelectual compro- metido. No se podia tener un grado superior de cultura, una mayor conciencia de la realidad social, poseer un prestigio en el seno de esa misma sociedad y mantenerse al margen de las injusticias, tal como la que se estaba produciendo on ocasién del afte Dreyfus, En segundo lugar por su vitalidad interna y continuidad hasta nuestros dias. En 1933 reunia 200.000 afiliados y publicaba una revista que atin existe, Cahiers de Droit de l'homme. ‘Alo largo del siglo xx cada vez que un Estado, cualquiera que sea el Régi- men que lo incorpore, ha intentado encubrir bajo capa de legalidad un atropello. a los derechos de la persona, la Liga de los Derechos del Hombre ha intenta- do hacerse presente: aplastamiento del levantamiento htingaro y agresin de Inglaterra a Egipto en 1956; tortura a las autoridades francesas en Ia guerra de lia entre 1954 y 1962; en fechas més recientes, crfmenes contra la huma- nidad, tal es la denominacién que les hemos dado en el territorio de la anti- gua Yugoslavia. 5) Las dos Conferencias de la Haya, la de 1899 y la de 1907 En estas dos conferencias de 1899 y 1907 que se celebran en la ciudad que nuestros pacifistas del siglo xvuit habian ya sefialado como la més apropiada para presidir una gran paz europea, viene a confluir un amplio movimiento 17. Miquet, P El caso Dreyfus, p. 55. Realiza también un aniliss ideol6gico de los compo- nentes de la eLigue des Droits de Homme», CazM, E... The Dreyfis Affaire, p. 89-101. Los Derechos Humanos en la segunda mitad de! siglo xix y la primera micad del 0¢ 165 en favor de a superacién de los conflictos bélicos, en s{ de muy viejas rafces, pero que a partir de mediados del siglo habfa adquirido una fuerza renovada, Ello se debia a la proliferacién de sociedades privadas de signo pacifista, de inspiracién filantrépica o econémicas unas, de cardcter religioso otras, que comienzan a aparecer en el cruce de los siglos xvIMl y XIX y que llegado un momento deciden aunar sus esfuerzos y darse a conocer a la sociedad median- tela celebracién de unos denominados Congresos de la Paz en los que se deba- sfan temas te6ricos como el derecho a la guerra o los limites de la guerra justa y sobre todo se formulaban propuestas concretas que condujesen a la aboli- cién de los conflictos armados 0 al menos a su humanizacién, tales como el arbitraje internacional, la reduccién de armamento o el trato que debia darse a los heridos y prisioneros; en este tiltimo punto en conexién con el progra- ma de accién de la Cruz Roja estudiada més arriba. EI primero de ellos se celebré en Londres en 1843 y en él vinieron a encontrarse ya veintirés asociaciones pacifistas de Estados Unidos, Inglaterra y la Europa con- tinental. Siguieron los de 1848 en Bruselas, 1850 en Frankfurt, Paris en 1867, nuevamente en Bruselas en 1874... Pero el destinado a tener una repercusién mayor fue el convocado con ocasién de la historica fecha de 1889. En ella veni- an a coincidir el centenario de la Revolucién, la fundacién de la II Internacional y la Exposicién Universal de Parts. Tres resortes, de distinta indole pero los tres con clara vocacién de relaciones amistosas entre los pueblos. El primero, el cen- tenario de la Revolucién Francesa, de cardcter hist6rico llamaba la atencién sobre los Derechos Humanos en el capitulo del derecho a la seguridad expuesto ya en el articulo I de su Declaracién para el que la guerra era su enemigo mayor. El segundo, la fundacién de la II Internacional recogfa la tradicién de las organiza- ciones obreras de cualquier signo contrarias a unos conflictos armados que pro- movidos desde los gobiernos burgueses dejaban sentir sus dolorosos efectos sobre las masas populares, las mds afectadas por la desviacién de los presupuestos a fines bélicos y las que masivamente nutrian los ejércitos que iban a luchar. Finalmen- te la tercera, a brillante Exposicién de Paris de ese afio —la de la Torre Eiffel, las fuentes luminosas y las Halles— de signo en cierto modo opuesto en su origen ala anterior. Porque también la burguesia comercial industrial se unfa a este cla- mor de paz universal que en aquellos tiempos queria decir paz en el mundo occi- dental y més concretamente de Europa. Las exposiciones universales que jalonan la segunda mitad del siglo representaban el triunfo del librecambismo, con su consigna de paz y comercio como dos valores intercambiables. Tal era el espiritu que animaba una de aquellas sociedades pacifistas que surgieron en los afios cua- renta: la asociacién librecambista para la paz de Richard Cobden. Pero hacia falta que la misma clase gobernante se integrara en este amplio movimiento en favor de la paz. Sélo asi se podria llegar a acuerdos que reper- cutieran en el curso de la vida politica internacional. Y fueron los zares rusos imbuidos de cierto pacifismo tolstoiano y siempre amenazados por las erup- ciones intermitentes de la Cuestién de Oriente quienes tomaron la iniciativa. Cinco afios después de la Conferencia de la Paz de Parts de 1889, ascen- dia al trono de los zares Nicolés II. Nat 166 Los Derechos Humanos en la Historia Enel verano de 1899; logeé reunir en La Haya a catorce representantes de otros tantos paises europeos ms otros cinco de América y Asia. Resultado de las sesiones que se prolongaron durante algo més de dos meses fue la creacién de un Tribunal Permanente de Arbitraje y el compromiso de aceprar ciertas normas de actuacién en caso de guerra, tales como la prohibicién de gases asfi- xiantes y de las balas explosivas"®. Pero esta primera dejé el sabor agridulce de un primer paso dado en favor de la paz unida a la limitacién de los paises participantes y de los resultados obtenidos. Ast se llegé a la Segunda Conferencia de la Haya. En este caso el principal promotor fue Theodor Roosevelt, quien tuvo la gentileza de ceder la presidencia al zar Nicolas Il. Asistieron 44 representantes de otros tantos Estados y tuvo lugar entre el 15 de junio y el 18 de octubre de 1907. En ella se revisaron con vistas a su reconocimiento por los nuevos miembros asisten- tes los acuerdos de 1899 y se profundizé en el tema de la seguridad colectiva de los pueblos. Se decidié que a una ruptura de hostilidades debfa preceder una declaracién de guerra. Por divergencias no se llegé a aprobar el arbitraje obligatorio. Existfa el problema de fondo que sélo podia obligar a esos 44 estados que asistfan a la Conferencia. En las dos guerras mundiales del siglo xx, los que las iniciaron no habian acudido a esta Conferencia. No se llegé a més. Pero la importancia de ambas conferencias fue grande. En ellas se incubaron ideas germinales que pasando por la Sociedad de Nacio- nes, alcanzarfan a la Organizacién de Naciones Unidas de 1945 que deposi- tarfa en su Comisién de Derechos Humanos la responsabilidad de crear un cédigo superior de convivencia que librara a la humanidad de una nueva gue- rra general, la que no consiguieron evitar ni las dos conferencias de La Haya ni la Sociedad de Naciones. 6) La Revolucién Rusa y su Declaracién de Derechos del pueblo trabajador y explotado Llegamos asi a 1914. En agosto de este afio, se rasga definicivamente ef velo que deja atrds un siglo XIX que venia siendo una simple prolongacién de sf mismo desde que en 1900 se le dio el adiés oficial y se abre ante los que vivie~ ron aquellas fechas y ante nosotros como historiadores en toda su realidad el siglo xx, marcado en primer lugar por dos guerras, que cualquiera que sea el nom- bre con que las queramos llamar, tienen el denominador comtin de su capa- cidad creadora-destructora en dimensiones hasta ahora desconocidas en la Historia Universal. Y en la primera de ellas se abre paso con esa marca crea- dora-destructora, la Revolucién de Octubre seguida de la implantacién de un régimen comunista primero cn Rusia, mds tarde en amplios territorios de los cinco Continentes hasta su final autodestruccién en 1989. 18. GROVEN, J. The pacifism in the modern world, p. 380. Los Derechos Humanos en la segunda mitad del siglo xix y la primera mitad del xx 167 Pues bien; esa Revolucién de Octubre, apenas afianzada minimamente en Rusia, se apresura a promulgar el 10 de julio de 1918 unos derechos del pue- blo trabajador y explotado que en el fondo no son sino una condena del sis- tema econémico capitalista considerado como la rafz de todos los males. La Declaracién de Derechos del pueblo trabajador y explotado rompe el estilo de las declaraciones que conocemos hasta ahora. Nos encontramos ante un discurso programitico en el que se establecen las condiciones para la supre- sin de lo que en el articulo 3 se denomina con una expresién de resonancias saintsimonianas, «la explotacién del hombre por el hombre» Puntos esenciales de ese programa serdn: «Abolir definitivamente la divi- sién de la sociedad en clases», «Aplastar sin piedad a todos los explotadores». «Realizar la socializacién de la tierra», «Suprimir los elementos pardsitos de la sociedad», Pese al cardcter at(pico tanto en el fondo como en la forma de este docu- ‘mento su imporcancia es grande dentro de la historia de los Derechos Huma- nos. Porque en primer lugar y prescindiendo ahora de su formulacidn incluso de su fundamentacidn ideolégica, en él se abordan temas muy profundos den- to de la problemdtica de los Derechos Humanos que como hemos ido vien- do habjan quedado en un segundo plano en los documentos y practica anteriores. En segundo lugar, por su vocacién de universalidad. As{ lemos: su fina- lidad serd «realizar la organizacién socialista de la sociedad y hacer triunfar el socialismo en todos los pafses» No era, pues, esta universalidad un vago deseo, como tantas veces habfa sucedido en declaraciones anteriores, En este caso se oftecian las garantias de alcanzarla desde el momento en que se la concebfa unida a la revolucién mun- dial inscrita ya en la doctrina de K. Marx y que Lenin estaba dispuesto a cum- plir a través de la Tercera Internacional, puesta a punto en 1921. En tercer lugar el texto de la Declaracién de 1918 pasaré también en este caso a formar parte de una Consticucién, la de 5 de diciembre de 1936 con lo que ello significa contar con medios legales de cumplimiento. Ast, en esta Constitucién se da prioridad a los derechos sociales sobre los derechos indi- viduales. El derecho al trabajo, el derecho al descanso, el derecho a la asis- tencia social, el derecho a la instruccién, son los que ocupan el primer lugar, quedando en un segundo lugar por el sitio que tienen por la extensién ¢ inclu- so por su formulacién restringida, los derechos individuales de libertad de expresién y de reunién. Y nos queda la cuarta razén de su importancia. Cuando se inicia la Il Gue- ra Mundial esta interpretacién de los Derechos Humanos tiene vigencia en un amplio territorio de 10 000 000 de km y una poblacién de 160 000 000 de 19. Tal vez la exposicién mas clara de la tesis marxista sobre los Derechos Humanos previa a la Declaracién Universal de 1948 sea la expuesta por Boris Tcheschko, con ocasién de la ‘consulta que realizé la UNESCO Jo largo del afio 1947 a distintas personalidades de todas las tendencias y areas geogréficas. En Los Derechos del Hombre. p. 235-263.5. 168 Los Derechos Humanos en la Historia habitantes. Es ya mucho. Pero los avatares de la politica exterior hacen que esa URSS unida a los vencedores desde junio de 1941 sea uno de los interlo- cutores de més peso en la Carta de San Francisco y en la Declaracién Univer- sal de 1948, derivada de ella. Enseguida veremos su influencia. Los Derechos Humanos en la Hi 169 Capfruto XII LA DECLARACION UNIVERSAL DE 1948 EN SU CONTEXTO HISTORICO 1) 1948 o el sentido de una fecha Llegamos asf a la siguiente y iltima Declaracién de Derechos, la Declaracién Universal de Derechos Humanos de 1948 0 de las Naciones Unidas, como también se la suele llamar, con razén, como enseguida vamos a explicar. Conviene en primer lugar evitar la confusién que pudiera derivarse de los cien afios justos que la separan de la anterior Declaracién, la recién estudiada de 1848. El centenario es meramente casual; queremos decir que ésta nueva en ningin momento se elaboré pensando en que se cumplia el centenario de aquella; no estd emparentada con ella més alld de esa linea superior de suce- sién histérica que venimos observando en todo el proceso de desarrollo de los Derechos Humanos. ‘Més atin y hurgando un poco més en el afio exacto de su nacimiento, cabria decir que tal fecha, la de 1948, es enteramente aleacoria. Porque en primer lugar, el primer proyecto fue que se produjese simulténeamente a la promul- gacién de la Carta fundacional de las Naciones Unidas, el 26 de junio de 1945. Seguidamente, una vez.que se vio que esto no era posible, los mds entusiastas quisieron preparar su texto para que estuviera listo con ocasién de la primera reunién de la recién nacida organizacién mundial celebrada en Londres en enero de 1946, Sirudndonos ahora en el otro extremo si se aprobé un 10 de diciembre de 1948, ello fue en tiltima instancia muy al final de la tercera reu- nidn anual de las Naciones Unidas, la celebrada en Paris. Eran tales las difi- cultades internas a la altura de aquel mes y afio en el seno de la Asamblea que a punto estuvo de retrasarse su aprobaci6n para la siguiente convocatoria, la de 1949, De hecho dos dias después, el dia 12 de diciembre, se interrumpie- ron las sesiones en un clima de tensién. Tal vez habfa sido su tltima oporcu- nidad. Las palabras que pronuncié Mrs. Eleanor Roosevelt ante la Asamblea en la noche misma del 10 de diciembre momentos antes de procederse a su votacién tienen algo de grito de angustia, de un «por favor no dejemos pasar esta oportunidad: No estamos ante un tratado. No se trata de ningun convenio Oe Ww 170 Los Derechos Humanos en la Historia internacional. No es y no lleva consigo ningiin cardcter de ley o de compro- miso legal. Estamos ante principios basicos de Derechos Humanos y liberta- des... que servirén como norma comin de progreso para todos los pueblos y naciones»', Y aun asf, la voracién como es sabido no logré ser undnime: de los 56 paises miembros entonces de las Naciones Unidas, 48 votaron afirmativa- mente, pero 8 se abstuvieron; fueron éstos, los 6 paises del recién nacido blo- que comunista que ya pertenecfan a Naciones Unidas, més la Arabia Saudf y Ja Unién Sudafricana. Las razones las explicaremos en su momento. 2) La Declaracién Universal de 1948 y su dependencia de la I Guerra Mundial Pero sigamos con la cronologfa. Afio mds o menos, lo que si es indudable es que se tata de un texto estrechamente igado ala inmeiata posigueta, que guid al conflicto mundial iniciado en 1939; en otros términos, la Declara- de la Il Guerra Mundial. Veé- cién Universal de Derechos Humanos es hij moslo. No es este el momento de sefialar la importancia de este conflicto, por su duracién, seis afios (menos quince dias); por la amplitud de su escenario —los cinco continentes se vieron comprometidos en ella y cuatro de ellos directa- mente afectados—; por la capacidad de destruccién de su armamento, y por la total remodelacién del mapa politico mundial y més concretamente euro- peo que llevé consigo. El afio 1945, suponfa sin lugar a duda uno de esos hitos mayores de la historia universal que obligan a la humanidad a pensar sobre las bases tiltimas de su existencia. Pues bien el punto de mira, el centro de esa refle- xién, fue una conciencia especialmente aguda de los Derechos Humanos y libertades fundamentales de la persona. A su violacién y olvido se debia en la Sptica de los vencedores, la tragedia que la humanidad acababa de vivir; en consecuencia, su aceptacién como base tiltima de la sociedad serfa la mejor garancfa para iniciar una larga y, por qué no, definitiva era de paz universal. Tal conexién entre la recién sufrida II Guerra Mundial y la Declaracién que ahora estudiamos se advierte con un simple repaso al mismo texto y se afianza todavia més si se profundiza en las discusiones que precedieron a su definitiva puesta a punto. En numerosas ocasiones, el recuerdo de la tragedia bélica que la humani- dad acababa de suftir condiciona o cuando menos orienta el sentido del texto. Veamos algunos ejemplos: Ya en el mismo Preémbulo se nos dice como justificacién de la Declara- cién que «el desconocimiento y el menosprecio de los Derechos Humanos, ha originado actos de barbarie ulerajantes para la conciencia de la humanidad...». Son una clara alusién a los crimenes nazis, al genocidio judio... que apenas sf se habian filtrado durante los afios mismos de guerra pero que habian saltado a la publicidad a partir de los primeros meses de 1945. 1, Human Rights. A Documentary... 3. La Declaracién Universal de 1948 en su contexco histérico 17 Con cierto énfasis que hoy @ la vista de abusos muy posteriores y recientes nos puede parecer ingenuo, intervendré su principal ponente, René Cassin, al tratar del derecho a la vida contenido en el articulo 3, afirmando que si este dere- cho fundamental hubiera estado en la conciencia de la humanidad en 1933 se hubiran podido detene los mikplesarentados conta a vida comerdos por Hider”. El articulo 4 por el que se condena la esclavicud fue una nueva ocasién para que en el curso de los debates se aludiese a la reciente guerra, en uno de sus epi- sodios més tristes. Porque el rechazo a la esclavitud, llamémosta ast tradicional, ya habia sido enunciado como hemos visto por la Declaracién de 1793 y més expresamente por lade 1848, Pero como hizo notar la delegada polaca Mme. Kalinowska en nuestros dias se han introducido formas nuevas de esclavitud, los campos de concentracién. Con el estilo preciso ¢ intencionado a la vez, propio de un texto de esta indole, el articulo en cuestién afiadiré este matiz: «queda prohibida la esclavitud bajo todas sus formas». ‘Mas expresamente, al llegar el articulo 14 referido al derecho de asilo se le afiadiré un segundo parrafo por el que quedarfan excluidos de tal derecho «quie- nes hayan cometido actos opuestos a los principios de las Naciones Unidas». Al hilo de la discusién el delegado ruso Pavlov hizo notar que los responsables de los crfmenes nazis eran los sujetos directos de tal exclusién sin que obstase el hecho de que sus abusos hubieran sido cometidos con anterioridad a la declara-~ cidn en curso. Los demés miembros de la Comisién aceptaron la interpretaci6n de Pavlov. Nuevamente, al llegar el articulo 26 en el que se proclama el derecho a la edu- cacién se incluirfa en su pdrrafo 2 una referencia al contenido de esa educacién; no habrfa de ir dirigida al culto a la guerra y ala exclusién de otros pueblos, como se hao en la Alemania nazi sino ea la toleranciay amistad entre los pueblos y...a mantenimiento de la paz‘ Tal dependencia de la Declaracién a la II Guerra Mundial, un articulo tras otro que llega a parecernos una fijacién mental, encontré todavia su expresién, més radical en la propuesta hecha por la URSS ya en los comienzos mismos de la claboracién del texco de que en lugar de una Declaracién de Derechos Huma- nos lo que procedia era sacar sin mds un texto suscrito undnimente por todos los vencedores condenando los crfmenes nazis. Aforcunadamente fue una propues- ta que no prosper6. Pero la URSS continué empecinada en su ideas y todavia en al ultimo momento cuando ya la Declaracién estaba a punto de ser aprobada, el 10 de diciembre de 1948, hubo de ofrse su queja de que a la Declaracién no se afia~ diese una condena del régimen nazi motor y responsable tiltimo del conflicto?. VeRDOODT, A. Naiszance et signification de le Declaration... p. 95. Vero00pF, A. op. cit, p.104. VeRDOODT, A. op. cit, p. 155. Yearbook of the United Nations 1948-1949, p. 529. SN ET 23 Los Derechos Humans en la Historia Es el momento de concluir; las consecuencias de esta dependencia son a la vex positivas y negativas. Es indudable que la Declaracién ha de estar eter- namente agradecida a la IT Guerra Mundial o mejor (no vamos a bendecir el conflicto en sf) a la conciencia de lo que en términos existenciales de la época llamarfamos angustia y salvacién que provocé su nacimiento. Pero no es menos cierto que por importante que sea este confflicto en la historia universal y més, atin en el siglo XX no escapa al aspecto coyuntural de todo hecho hist6rico, agravado en nuestro caso por la aceleracién a que se ve sujeta la historia en tiempos recientes. Problema que ya nos planteamos en otro momento y del que atin nos hemos de volver a ocupar’. 3) La Declaracién Universal de Derechos Humanos de 1948 en el marco de las Naciones Unidas Esta filiacién de la Declaracién de 1948 respecto a la II Guerra Mundial se concreta en su insercién dentro de la insticucién por antonomasia nacida como consecuencia de ella, las Naciones Unidas. Insercién que se nos hace también, patente en primer lugar muy claramente en el mismo texto. Ya en el quinto Considerando de su Predmbulo se nos dice «que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fun- damentales del hombre...». Y al final del mismo se nos sefiala que «La Asam- blea General (el érgano principal de la nueva institucién) proclama la presente Declaracién Universal de Derechos Humanos». Naciones Unidas se conside- rarén por tanto desde el primer momento como las responsables de su naci- miento y en lo sucesivo gestoras de su cumplimiento. Y entrados en el articulado se advierte un interés especial en no perder de vista esta titularidad, si as{ podemos llamarla, de las Naciones Unidas, respec toa la Declaracién. As(en el articulo 16 se recomienda que los principios de las Naciones Uni- das estén presentes en los programas educativos, y en el articulo 29 con el que prdcticamente se cierra la Declaracién se advierte que cuanto se ha expuesto en los veintiocho articulos anteriores tiene valor solamente en cuanto «no se oponga a los propésitos y principios de las Naciones Unidas». Nuestra conclusién ¢s similar a la que cerraba el anterior epfgrafe. Tal vin- culacién tendré efectos positivos y negativos. Positivos, en cuanto que impri- miré a la Declaracién un sello de auténtica universalidad real que no tenian las anteriores declaraciones, por més que manifestaran su voluntad de serlo. Esce valor se acrecentaré a medida que vayan ingresando en las Naciones Uni- chs nuevos estados miembros hasta ser como es hoy una organizacién a la que con sus 185 miembros no se le escapa ningtin espacio del globo ni grupo social. Todos ellos se sienten vinculados al alto cédigo moral que representa. Dispondré ademés de medios organizativos y de difusin —un centenar de 6. Véase capitulo 1, p 16, y capieulo XVII, p. 253. La Declaracién Universal de 1948 en su contexto histérico 173 organismos dependientes de ella se ocupan hoy de los Derechos Humanos— sostenidos por el presupuesto de las Naciones Unidas de los que hubiera care~ ido de haber nacido de forma més independiente. Las Naciones Unidas fue- ron conscientes de la responsabilidad que adquirian con esta débil criatura que su Asamblea General lanzaba al mundo el 10 de diciembre de 1948, y en la misma sesi6n y ahora con el resultado de 41 votos a favor y 9 abstenciones se vot6 una resolucién por la que se urgia a los estados miembros a que «diseri- buyan, den a conocer, publiquen, hagan lecturas y explicaciones particular mente en las escuelas y otras insticuciones docentes» de este histérico documento destinado a consolidar la paz mundialy”. Pero esta vinculacién a la maxima organizacién mundial también tendré efectos negativos. Porque hay un articulo dentro de la Carta de las Naciones Unidas que en los afios sucesivos se interferird con demasiada frecuencia en el cumplimiento de la Declaracién. Es el articulo 2.7.: «Nada, se dice en él, de lo contenido en la presente Carta podré autorizar a las Naciones Unidas a inter- venir en materias que afectan esencialmente a la jurisdiccién de un determi- nado Estado ni sus miembros podrin solicitar que tales materias sean sometidas a discusién». Afiade, es cierto, una excepcién: «a no ser que se trate de mate- rias que afectan a la paz y seguridad internacional». Este articulo de la Carta resultaba explicable en una situacién como la de 1945, cuando tantos estados acababan de ser objeto de agresién hasta encontrarse en trance de desapari- cién y ahora se esforzaban por recuperar su identidad. Pero con vistas al futu- ro iba a significar un constante obstéculo para el normal cumplimiento de los derechos Rundamentalescontenidos en la Declaracién. Porque aquellos esta- dos maltrechos pronto se rehicieron y su organizacién y fortaleza interna con- tinué la marcha ascendente emprendida por el Estado Moderno desde su nacimiento. La razén de Estado seguirfa siendo su alto principio rector y ese articulo 2.7 les irfa a servir de ficil coartada ante las reclamaciones de los indi- vviduos y de las corporaciones naturales insertas en el Estado y que ven violados sus derechos. Algo de esto ya presentfan los autores de la Comisién que elaboré el texto. Porque en un momento de las deliberaciones su presidenta, Mrs. Roosevelt, llegé a decir —replicando al delegado soviético— que queria convertit al Esta- do en el depositario y gestor tltimo de los distintos derechos, que en el fondo la Declaracién nacia como una defensa del individuo contra el Estado®. Sin llegar a esta apreciacién generalista con un claro valor dialéctico de Mrs. Roosevelt, la historia de los casi cincuenta afios transcurridos desde su aprobacién nos demuestra que son ellos los estados quienes més frecuente- mente violan los Derechos Humanos. En tales casos, y los ejemplos son mul- tiples, siempre pueden refugiarse en la concha de la defensa de sus intereses vitales de seguridad e integridad contenidos en el articulo 2, parrafo 7 de la Carta. 7. Yearbook of The United Nations, 1948-1949, p. 537. 8. Lastt, J. Eleanor. The years alone, p. 75. | \ 174 Los Derechos Humanos en la Historia Ahora bien, zcémo sucedié este compromiso tan intimo, con sus ventajas y desventajas, de las Naciones Unidas con los Derechos Humanos? Es un apar- tado que no podemos eludir en un estudio sobre la interrelacién entre Derechos Humanos e historia. Se nos impone un ejercicio de vuelta atrés, a fin de captar toda la ampli- ud del fenémeno que estudiamos. Las Naciones Unidas, recordémoslo, tienen una doble partida de origen. Nacen por un lado de la incapacidad de aquella Sociedad de Naciones que nacida en 1919 habfa fracasado en su objetivo principal, el de garantizar la paz mundial. Pasando por encima de conflicts menores, pero sintomaticamente insistentes (guerra Grecoturca, de Abisinia, conflicto chino-japonés), la ll Gue- tra Mundial vino a significar la tiltima y decisiva prueba de este fracaso. Por otra parte tras veinte afios de funcionamiento se apreciaban con claridad algunos fallos fundamentales en su misma concepcién y estructura organizativa. Resulté ser falsamente universal, demasiado europea, sobre todo desde que los Estados Unidos renunciaron a incorporarse a ella. Demasiado rigidos en sus funciones y limitados en su area de actuacién los organismos que la compo- nfan, concretamente se precisaba el voto undnime de la Asamblea para sus reso- luciones. En su declaracién de principios habia dejado précticamente de lado la problemética social cuando el creciente desarrollo industrial originaba miil- tiples situaciones de tensién en el seno de las sociedades y cuando el comunis- mo se ofrecia como opcién salvadora. Fuera de unas declaraciones generales en su documento fundacional no habia sabido inyectar en la nueva organizacién un ideario que le permitiese levantar el vuelo de un documento anclado en el puro derecho positivo y fuese constante fuente de inspiracién cara a las nuevas cir- cunstancias histéricas que pudieran sobrevenis?. Estos puntos débiles son los que con distinto grado de acierto, segtin los casos, va a intentar corregir la nueva organizacin mundial sustitoria, Seré mundial, logrard una relativa democratizacién de sus decisiones ya que las reso- luciones de la Asamblea se adoptardn por mayorfa, Introducird a través de su Consejo Econémico y Social un amplio frente de actuacién en temas relati- vos a la cuestién social y, sobre todo, lo que a nosotros ademas més nos inte- resa, contraerd el compromiso de elaborar de forma inmediata un ideario de convivencia universal; serd la Declaracién de Derechos Humanos que segui- damente vamos a estudiar. A parte de otras alusiones indirectas, cuatro veces a lo largo de los 111 articulos que componen la Carta se alude a los Derechos Humanos, citindo- les con este nombre. En su momento las explicitaremos; ahora nos basta con notar que si se descarta la paz mundial tan relacionada por cierto con ellos 9. Enel Predmbulo del Pacto se dice muy generalmente que «las partes contratantes man- tendran relaciones internacionales fundadas sobre la justicia y el honors. WALTERS, EP Historia de la Sociedad de Naciones, p. 59. M. MEDINA ORTEGA, en La Organizacién de as Naciones Unidas, p.14-16, se hace también eco de esta vision critica de Ia Sociedad de Naciones. La Dedlaracién Universal de 1948 en su contexto histérico 175 ningtin otro tema de los muchos que se tratan en el documento recibirfa tal trato de favor. Naturalmente tan fuerte vinculacién no era improvisada. Venia de atrés. En ottos términos, la larga historia que condujo a la Conferencia de San Fran- cisco de abril-junio de 1945 y que dio pie al nacimiento de las Naciones Uni- das corte paralela con la larga historia también de una preocupacién de la clase politica internacional (con la colaboracién de grupos privados de la més varia- da indole) por poner en pie con ese motivo una nueva Declaracién de Derechos Humanos. ‘Veamos los pasos que se dieron en ambos procesos y su final confluencia. Estamos a comienzos de 1941. El 6 de enero el presidente Roosevelt pro- clama ante el Congreso de los Estados Unidos las cuatro libertades. Eran tiem- pos en los que los Estados Unidos actuaban oficialmente de meros espectadores del conflicto. Ala posicién aislacionista enraizada en la doctrina Monroe se habfa afia- dido el desengafio ante el idealismo wilsoniano. Pero habia una via indirecta de apoyat alos aliados y ese es el sentido de la proclamacién de las cuatro libertades: libertad de palabra y expresi6n, 2)libertad de religién, 3)una humanidad libre de indigencia, 4)una humanidad libre del miedo. Siete meses después, el 14 de agosto de 1941, se producia un encuentro a bordo del trasatléntico Augusta, entre el mismo presidente Roosevelt y el Pre- mier briténico, W. Churchill. En este escenario singular, con claros efectos propagandisticos —Ia foro de los dos estadistas sonrientes en medio de un Oceano dominado por los sub- marinos alemanes recortié el mundo— ambos politicos suscribieron un docu- mento que recibié el nombre de Carta del Atlintico. Conviene que retengamos Ja denominacién de Carta que pasard luego al documento fundacional de las Naciones Unidas. En uno y otro caso, en la Carta del Aeldntico y en la Carta de las Naciones Unidas, s¢ tracaré de eludir un titulo més de acuerdo con la terminologia al uso en el Derecho Internacional pero que entrafiaba el pro- blema de necesitar el refrendo de los parlamentos que se adheriesen a ella y principalmente, tal vez, el de su inspirador y primer firmante, el del Congre- so de los Estados Unidos. La Carta del Aclintico volvia a recoger los principios de las cuatro liberta- des, sélo que ampliados y con resonancias més préximas, sobre todo en su punto séptimo, a la fucura Declaracién de Derechos Humanos. He aquf su enumeracién: 1) Rechazo de coda expansidn territorial. 2) Ningiin cambio de territorio sin. previa consulta a las poblaciones afec- tadas. 3) Derecho de los pueblos a escoger su propia forma de gobierno. 4) Libre acceso a las materias primas. 5) La mds amplia colaboracién entre todas las naciones en el terreno eco- némico con el objeto de asegurar mejores condiciones de trabajo, progreso econémico y seguridad social para todos. 176 Los Derechos Humanos en la Historia 6) Libertad de los mares. 7) ¥ el séptimo punto, que preferimos reproducir literalmente: «Los EUA. ¢ Inglaterra propugnan una paz que no sélo abata para siempre la tirania nazi, (sino que mediante una eficaz organizacién internacional) proporcione a todos los estados y pueblos los medios para vivir al abrigo del miedo y de la necesi- dady'9, Seis meses después —en el intermedio se habla producido el ataque japo- nés de|Pearl| Harbor is inmediata participacién, ahora st, directa de los EUA. en la Guerra—. El 12 de enero de 1942 Roosevelt retine en Washington alos 26 paises que en aquel momento formaban parte del bando aliado. Todos jun- tos suscriben un nuevo documento en la linea de los dos anteriores pero en el que el tema de los Derechos Humanos quedaba ya expresamente formulado. Los estados firmances, se dice en él, consideran que «es indispensable, una vic- toria completa sobre sus enemigos para defender la vida, la libertad, la inde- pendencia y la libertad religiosa as{ como para conservat los Derechos Humanos y la justicia tanto en su propio pais como en las otras naciones>. El documento quedaba abierco a nuevas firmas. Y en los meses siguientes otros 21 paises se adherieron a él; es decir, que nos encontramos ya practica- mente con el bloque de pafses que en su dia, un 10 de diciembre de 1948, votarin la Declaracién. Pero atin quedan algunos pasos por cubrir. Nuevo eslabén de la cadena. El 30 de octubre de 1943 tiene lugar en Moscti una Conferencia a nivel de ministros de Asuntos Exteriores a la que asisten EUA, China, Reino Unido y la URSS, es decir, cuatro de las cinco grandes potencas que con el afiadido a dsm hora de Francia consiuirén los miem- ros fijos del futuro Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. De esta Conferencia sale una Declaracién en la que por vez primera se afirma la nece- sidad y el propésito inmediato de crear un nuevo organismo internacional, atin no se le da nombre, que sustituya a la Sociedad de Naciones y sea el impul- sor de ese nuevo orden mundial que habrfa de seguir al final de la guerra. En él leemos concretamente que las cuatro potencias «reconocen la necesidad de establecer en la fecha més répida posible una organizacién internacional basada en el principio de la igualdad de soberan{a de todos los estados, gran- des o pequefios, amantes dea paz y destinada al mantenimiento de la par y seguridad internacional». En concreto proponen reunirse en octubre del pré- ximo afio de 1944 con el fin de preparar el borrador del documento funda- cional de la nueva organizacién mundial. Dumbarton Oaks, un barrio periférico de Washington, acoger4 con cierto adelanto sobre la fecha programada —entre el 28 de agosto y el 7 de septiembre de 1944— a los mismos cuatro ministros de Asuntos Exteriores de la Confe- rencia de Mosci. Alli se preparé el anteproyecto de la que serfa la Carta de las Naciones Uni- das, con sus distintos organismos, Asamblea, Consejo de Seguridad, Tribunal 10. Citado en, Manue, J.B. La Comissi6n des Droits de !' Homme de 'ONU, p. 16, a quien segui- ‘mos en todo este epigrafe. La Decharaci Universal de 1948 en su contexto histrico 17 de Justicia, Consejo de Fideicomisos y sus respectivos marcos de accién y com- petencias. Pero la importancia que tiene para nosotros esta Conferencia es que en ella, en funcién y con tarea de lobby se introdujeron una serie de organizaciones y personalidades privadas, hoy las denominamos ONG, herederas de la tradi- cién de Derechos Humanos que hemos venido exponiendo en los capitulos anteriores que habian ido siguiendo el proceso de las distintas declaraciones y conferencias que se habfan ido sucediendo desde 1941 y que estaban decididas ano dejar que se perdiese ese hilo de preocupacién por los Derechos Huma- nos que venia percibiéndose con creciente claridad en todas ellas. Alli estaban, entre otras personalidades y organizaciones, H. Wells, Wil- fred Parsons, que representaban a la Asociacién Catélica por la paz interna- cional, miembros del Comité Judio; asf como los del Free World y de la Comisién Internacional de la Paz!!. Ellos fueron los que pese a las reticencias, sobre todo de China y la URSS, lograron introducir en el anteproyecto de la que habia de ser la Carta de las ‘Naciones Unidas una alusién directa a unos Derechos Humanos que formasen parte del nticleo de Ja futura organizacién. Expresamente se decia en su Pre- Ambulo: «Que la organizacién deberia facilitar la solucién de los problemas internacionales en los dominios econémico y social as{ como en otros proble- mas humanitarios y favorecer el respeto a los derechos del hombre y a sus liber- tades fundamentales»!2, Llegamos asf a la Conferencia de Yalta, celebrada en la primera quincena de febrero de 1945. La guerra est précticamente concluida. Urge aprobar y sobre todo poner en préctica el anteproyecto elaborado en Dumbarton Oaks. Es efectivamente en Yalta y en el seno de la histérica Conferencia cuando se convoca para el 25 del préximo mes de abril y en la ciudad de San Francis- co la confetencia fundacional de la nueva organizacién mundial que por ini- ciativa de ED. Roosevelt habfa de denominarse de las Naciones Unidas; esto es, de las naciones que unidas habfan luchado y vencido al fascismo inter- nacional. A San Francisco Hegan puntualmente en la fecha fijada las delegaciones de los 50 pafses que hasta aquel momento haban declarado la guerra a las poten- cias del Eje. El ultimo Argentina, que lo habia hecho sélo unos dias antes, el 27 de marzo. Hay un ambiente a la vez de euforia y tensién. Abril de 1945 es uno de los meses de més vibracién histérica de nuestro siglo xx. En sus primeros dias tiene lugar la baralla de Okinawa que supone la derrota definitiva de la flota japo- nesa. EL 12 de abril muere FID. Roosevelt. Elrelevo de H Truman se produ- ce con normalidad. El dia 22 los aliados alcanzan la linea del Po y el 25 los 11. Manu, J.B. Op. cit., p. 23-27 trata este punto y enumera a las pioneras de las ONG de rango més internacional 12, Citven VERDOODT, A.: op.cit, p.45. ay 178 Los Derechos Humanos en la Historia 1usos llegan a los suburbios de Berlin. Dos dias después, el 27, Mussolini —sor- prendido cuando intentaba pasar la frontera— es ejecutado sumariamente y el mes se cierra con el adi6s a la historia de Hitler en una escena con resonan- cias wagnerianas. Pero centrémonos en nuestro tema. La Conferencia de San Francisco no recibié con buenos ojos el encargo de Dumbarton Oaks de que los Derechos Humanos hubieran de formar parte de la naruraleza misma de la organizacién que se proponian crear. Se oponia la URSS, que temia que a través de ellos podrian introducirse interferencias en su politica interior. También Inglaterra, que se debatfa en aquellos meses con graves problemas coloniales, tratando en concreto de con- tener la independencia de la India. Tampoco la postura de los Estados Unidos parecfa enteramente favorable. Estaba dispuesto a que el tema de los Derechos Humanos estuviese presente en la Conferencia, pero sin que mantuviese rela- cién con la Carta de las Naciones Unidas. Tal era la situacién cuando en los primeros dias de mayo y concretamente en la sesién del 4 de este mes se produjo un cambio favorable a la Declara- cién. Es indudable que fue un factor decisivo la posicién del secretario de Esta- do de los Estados Unidos Edward Stettinius, muy vinculado a Roosevelt en su tiltima etapa de gobierno y que en opinién de J.2. Humphrey Ilevaba el tema de los Derechos Humanos «in the heart of the matter». A juicio de A. Verdoot ejercieron una especial influencia las noticias que llegaron en esos dias sobre los recién descubiertos campos de concentracién nazis. Tampoco puede olvidarse la labor constante de las ONG, las mismas que habfan hecho su labor en los pasillos de Dumbarton Oaks, ahora més numerosas y més decididas a lle- gar hasta el final en su propésito de no dejar que naufragase el proyecto de una nueva Declaracién. Humphrey se muestra més reservado al querer dar explicaciones concretas de tan importante giro. «How this was achieved, has never been explained»! En todo caso los Derechos Humanos se salvaron y a partir de ese momen- to ocuparon un papel primordial en el contenido de la Carta y consiguiente- mente en el destino de Naciones Unidas y de la sociedad universal a la que representaban. ‘Veimoslo: a lo largo de los 19 capitulos de que consta la Carta, en cuatro cocasiones se hard mencién explicita de los Derechos Humanos. En el articulo 13, cuando al tratar de los fines de la Asamblea General, se sefiala que uno de ellos es el de «fomentar la cooperacién internacional en materias de cardcter econémico, social, cultural, educacional, de la salud y sanitario y ayudar y hacer efectivos los Derechos Humanos y las libertades funda- ‘mentales de todos sin distinci6n de raza, sexo, lengua o religiSn». Enel articulo 62, cuando se especifican las funciones del Consejo Econé- 13. Humesney, J. 2 Human Right and the United Nations, p13. 179 mico y Social, y se dice que una de ellas es la de whacer recomendaciones con el ‘fin de promover el respeto hacia los Derechos Humanos y libertades fundamenta~ les de todos y la efectividad de tales derechos y libertades». ‘Més adelante, en el articulo 68 y nuevamente dentro de las tareas del Con- sejo Econémico y Social, al encargar a este organismo que «cree comisiones en (os campos econémico y social ast como para la promocién de los Derechos Huma- nos» 4, Finalmente en el articulo 76, al ocuparse del érgano destinado a los proble- ‘mas de los paises sometidos a mandato, el llamado Consejo de Fideicomisos, la Carta sefiala que uno de sus fines es «Promover el respeto por los Derechos Huma- nosy ls libertades fundamentales de todos sin distincién de raza, sexo, idioma y reli- ion. er éxito que suponfa una presencia tan insistente de los Derechos Huma- nos en el texto mismo de la Carta animé a algunos miembros de la Confe- rencia a pedir que ésta no se cerrase sin elaborar y aprobar un texto declaratorio sobre Derechos Humanos. Pero la iniciativa fue techazada. Se puso como primera excusa la falta de tiempo. La Conferencia venia celebrindose a lo largo de tres meses y se querfa ponerle ya fin. Los jefes de Estado tenfan prisa por volver a sus paises. La post- guerra planteaba a todos ellos problemas urgentes que requerian su presencia. Esta dificultad hizo mella y la Conferencia se disolvié a finales de junio sin haber redactado el para muchos anhelado documento. Hoy podemos decir que afortunadamente. Hubiera sido demasiado preci- pitado. Y como nota René Cassin, la misma Declaracién salié ganando al ser aprobada como documento independiente de la Carta fundacional de las Nacio- nes Unidas, ya que aunque estas desapareciesen un dia, como sucedié con la Sociedad de Naciones, la Declaracién continuarfa conservando todo su valor!>. Pero el presidente Truman, que acababa de suceder al fallecido Franklin D. Roosvele, en el discurso final de la Conferencia —era el anfitrién— salié al paso del desinimo que pudo cundir entre quienes temfan que el retraso se con- virtiese en abandono con unas palabras que hoy reconocemos como trascen- dentales en la historia de la Declaracién. «Tenemos buenas razones, dijo, para pensar que se llegar a una Declaracién internacional del hombre. Esta Declaracién formard parte de la vida interna- cional de la misma manera que el Bill of Rights forma parte de nuestra Cons- titucién». La Declaracién estaba garantizada'$, 14. Con relacién a este articulo se ha hecho notar que mientras que a las demas comisiones que se han de crear, se les deja sin determinar, se nombra ya concretamente la de Derechos Humanos. 15. Cassin, R. Organization de la vie Internationale... en La Penser et Uaction, p.19 y s 16. Cuemens, C. Truman speaks, p.56. A parte de la importancia que suponia la voluntad de sacar adelante la Declaracign por parte del primer dignatario de los EUA, a nosotros nos inceresa la alusin al Bill of Rights; dicho en otros términos, a la Declaracién de Virginia de la que emanaron esos Bill of Rights. Se volvia al primer eslabén de la cadena. 180 Los Derechos Humanos en la Historia 4) El proceso de elaboracién. De la Comisién Nuclear a la definitiva Comisién de Derechos Humanos ‘A partir de aquel momento toda la poderosa, bien que incipiente, maquinaria de las Naciones Unidas de la que los Derechos Humanos iban a ser pieza esen- cial, comenzé a funcionar. En diciembre del mismo afio de 1945 tuvo lugar en Londres una llamada «reunién preparatoria» que puso en marcha los distintos onganismos que la habfan de componer: Asamblea, Consejo de Seguridad, Con- sejo de Fideicomisos, Secretarfa, Consejo Econémico y Social. Estos dos tiltimos son los que afectarfan mds directamente a la Declaracién de Derechos Humanos. Dentro de la Secretarfa se introdujo una llamada «Divi- sién de Derechos Humanos» destinada a largo plazo a coordinar cuanto en materia sobre este tema se llevara a cabo en el seno de las Naciones Unidas, y en un plazo inmediaco a hacerse cargo de los distintos proyectos de Declaracién que provenientes de las ONG habjan llegado a la Organizacién ya en la misma Conferencia de San Francisco, y seguirian llegando después. Para presidirla se escogié a un canadiense que venia cjerciendo hasta entonces como profesor de derecho internacional en la Universidad de Montreal, J.P. Humphrey. En cuanto al Consejo Econémico y Social, al que el articulo 68 de la Carta habfa dado el expreso encargo de elaborar el texto de la Declaraci6n, apenas quedé constituido, en su primera reunién de 16 de febrero de 1946, cred ya una primera Comisién de Derechos Humanos compuesta de nueve miembros elegidos con un amplio criterio de representatividad geogréfica y cultural a la que significativamente se le dio el nombre de Comisién Nuclear. ‘Su cometido seria solamente el de configurar la personalidad y competen- cias de la definitiva Comisién de Derechos Humanos, expresamente recomen- dada por el articulo 68 de la Carta. En su tinica reunién celebrada en mayo de 1946 configuré un modelo de Comisi6n de Derechos Humanos destinada no sélo a elaborar la Declaracién sino, una ver ésta aprobada, a realizar el segui- miento de la misma. Estarfa compuesta de dieciocho miembros, no guberna- mentales, sino elegidos libremente desde los érganos superiores de las Naciones Unidas, renovables cada tres afios y a la que los estados habrian de rendir cuen- ta del cumplimiento de la Declaracién. Finalmente, tanto éstos, los estados, como los individuos podrian elevar a ella sus quejas en caso de advertirse por cualquiera de ellos su violacién. Con las variantes que veremos, es la Comisién. de Derechos Humanos todavia vigente en nuestros dias. La Comisién Nuclear creyé también conveniente crear algunas subcomi- siones destinadas a asesorar a la Comisién de Derechos Humanos una vez cte- ada, en materias mds especializadas. Tales ser‘an, las de libertad de informacién y de prensa para los temas relacionados con la libertad de expresién, de aboli- cién de las medidas de discriminacién y de proteccién de las minorias. También revalidaron una ya existente que habia nacido sobre la marcha en los dias mismos de la Conferencia de San Francisco sobre la condicién de la mujer. El Consejo Econémico y Social, en su tercera sesi6n, la que celebré entre LaDeclaracién Universal de 1948 en su contextohistérico 1 septiembre y diciembre de 1946, ratificé la propuesta de la Comisién Nucle- at, aunque introdujo en ella algunos cambios significativos. Sus dieciocho miembros habrian de ser gubernamentales, es decir, nom- brados por los respectivos gobiernos y no consideré a la Comisién el érgano apropiado ni para que los estados rindiesen cuentas de su actuacién en mate- ria de Derechos Humanos ni para que los individuos expusiesen sus reclama- ciones. Por otra parte, aunque ello no supusiese propiamente una rectificacién, elevé a la categoria de Comisidn (la tinica de las tres propuestas por la Comi- sién Nuclear) a la Subcomisién sobre la Condicién de la Mujer, prueba ine- quivoca de su voluntad de que la Comisién iniciase sus trabajos con una especial sensibilidad hacias los temas referidos a la mujer. Seguidamente pasé a nombrar a los dieciocho miembros de la que seria definitiva Comisién de Derechos Humanos. Cuidé de que estuviesen representados en ella los cinco continentes y en lo posible toda la diversidad de culturas e ideologfas de la humanidad. Se deno- minaria Comisién de Derechos Humanos!”. Nombrados sus miembros por los respectivos estados, la Comisién se cons- tituyé sin pérdida de tiempo, casi con alguna precipitacién, en la segunda quin- cena de enero de 1947'8, 5) Los trabajos y los dfas en la elaboracién del texto La Declaracién se elabors a lo largo de tres sesiones. Una primera, la que tuvo lugar del 27 de enero de 1947 al 10 de febrero de 1948; una segunda, que se celebré del 2 al 17 de diciembre del mismo afio, y la tercera y definitiva, en mayo-junio de 1948. La principal decisién de la primera convocada, como hemos sefialado con cierta precipitacién, supuso un paso en fals Se eligié de entre los miembros de los dieciocho paises que se encontraban presentes un comité ejecutivo compuesto de tres personas, que al mismo tiem- po serfa el encargado de redactar el primer borrador de la Declaracién: Eleanor Roosevele (EUAY, viuda del fallecido presidente Franklin Delano; el Dr. Peng- Chun-Chang (China) y el Dr. Charles Malik (Libano) Pero esta decisién fue pronto contestada. El delegado ruso planted la critica de que un documento tan importante no podia ser dejado, siquiera fuese en su fase de preparacién, a sélo tres personas, habida cuenta ademds que entre los tres no se contaba ningiin europeo. La queja, respaldada por el Consejo Econémico y Social, dio lugar a que ese Comité de los tres se ampliara a ocho. A los tres pafses dichos se afia- 17. En conereto habria tres asidticos, sete europeos, cinco americanos, dos afticanos y Oceanta estaba cepresentada por Australia. 18, René Cassin se queja de esta prisa. El, que venta en barco desde Europa, no pudo llegar a tiempo para esta primera reunin: CassiN, R. La Pensée et U'Action, p. 105. fe GI “Se 182 Los Derechos Humanos en la Historia dieron los representantes de otros cinco: Bielorusia, Filipinas, Francia, Pana- md y la URS". Asi se llegé a la segunda sesi6n de la Comisién, la que se celebré del 2 al 17 de diciembre del mismo afio de 1947 y que estuvo dominada por dos pro- blemas: cuales serfan los principios bsicos de la Declaracién; dicho en otros tér- minos, qué filosofia la habria de sustentar y qué valor habria de tener la Declaracién que saliese de sus manos: si el de una simple proclamacién de Derechos en la tradicién de anteriores declaraciones o el de un pacto vincu- lante para los estados, acompafiado en tal caso por medidas concretas que garantizasen su cumplimiento. En cuanto a la filosoffa comuin de la Declaracién fue J. Humphrey quien desde la Divisién de Derechos Humanos de la Secretaria General marcé el cri- terio de que no debia sustentarse en ninguna de las grandes escuelas de pen- samiento que se habfan sucedido en las diferentes culturas y a lo largo de la historia de la humanidad, Se trataria solamente de un trabajo de compilacién, deir yuxtaponiendo derechos uno detris de otro de modo que cada uno fuera subsistente de por si. Mas dificil resule6 resolver el segundo tema de discusién, el del valor de la Declaracién: mera proclamacién de principios o documento vinculante y defendido por unas garantfas de aplicacién, para los estados que quisieran adherirse a él? Ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo sobre este punto, optaron por una solucién que podelamos calificar de saloménica. Los dieciocho miembros de la Comisién se dividirfan en tres grupos, com- puesto cada uno de seis miembros: uno de ellos prepararfa un texto bajo forma de proclamacién de derechos; el segundo redactarfa el correspondiente a una Convencién o Pacto vinculante, y el tercero se ocuparfa de fijar las garantias, es decir, el modo de aplicacién de dicho Pacto. Pronto se vié que la razén esta- ba de parte de quienes sacrificaban el bien mayor al bien menor y preferfan hacer ante todo pie en una Declaracién destinada a ser proclamada sin cardc- ter vinculante. Porque sucedié que mientras que el primero de los tres grupos de trabajo entré enseguida en materia y fue efectivo, el segundo y sobre todo el tercero encontraron tales dificultades internas que sus resultados a lo largo de los meses siguientes y sobre todo a la hora de rendir cuentas de su labor a la reunién ple- naria de los dieciocho resultaron ser muy escasos. Pero no adelantemos mate- tia. Quedémonos con el primer grupo, el encargado de preparar una Declara- cién sin més. Tampoco tuvo la tarea ficil. 19, En este sentido es interesante ver cémo volvié a renacer la idea que vimos aparecié ya en 1789 y con més claridad en 1793, de ampliar la consulta antes de poner en pie un borra- dor. Ast, el historiador, E. H. Carr, dentro de una encuesta organizada desde la recién cre- ada UNESCO entre personalidades relevantes de la vida intelectual en aquel momento (J. Maritain, S. de Madariaga, Theilard de Chardin, M. Gandhi...), en Los Derechos del Hom- bre. p. 39. La Declaracién Universal de 1948 en su contexto histi 183 Porque los seis destinados a preparar el texto base para la Declaracién, al encontrarse ante la dificultad de ponerse de acuerdo, decidieron desandar el camino y atin ir més lejos que la propuesta de tres miembros adoptada por la Comisién en su primera sesién. Después de reducir los ocho miembros a tres, Francia, Lfbano y Reino Unido, estos tres deciden encomendar la tarea a uno solo, al representante de Francia que no era otro que René Cassin. Este, con gran celeridad, presenté un proyecto de 45 articulos que los seis consideraron valido. Una segunda dificultad se interpuso en la labor de este primer subgrupo el destinado a redactar la Declaracién. Fue una dificultad que mds tarde pasarfa a la Comisién de los dieciocho cuando volvieran a reunirse todos juntos, lo que sucederia en la tercera sesién, la de junio de 1948. Fue una dificultad grave cuyos efectos llegan hasta nues- tros dfas Para entenderla es preciso partir de un dato puntual y clave a la vez. La Unién Soviética contaba en dicho grupo con una clara superioridad numéri- ca. Se desprendta de una concesién que Roosevelt y Churchill hicieran a Sta- lin en la Conferencia de Yalta, la de que en la nueva organizacién la Unién Soviética contase con tres puestos, el de la URSS propiamente tal, el de Ucra- nia y el de Bielorusia. Esta concesién se agravé cuando a la hora de crear la Comisién de los dieciocho esos tres representantes entraron en ella. A ellos, habrfa que afiadir —por su alineamiento con la voz y voto comunista— a Yugoslavia, que también entré a formar parte de la Comisién de los diecio- cho. Al dividirse la Comisién en los tres grupos de seis que acabamos de sefia~ lar, los delegados de la URSS y de Bielorusia recayeron en el primer grupo, el encargado del texto-Declaracién. Dos por tanto de los seis votos eran suyos. Expongamos ya el sentido de esta dificultad. Se trataba de la valoracién que habia de hacerse de los dos tipos de derechos que ya vimos deslindarse a par- tir de la Declaracién de 1793, los individuales, también denominados civiles y politicos, y los econémicos, sociales y culturales. Los paises democréticos, capitaliscas, occidentales, cualquiera sea la deno- minacién que queramos darles sin la oposicién de los representantes del mundo oriental ¢ islimico, més atin en ocasiones con su clara connivencia, eran deci- didos partidarios de dar todo el realce a los primeros y de asentarlos no en la voluntad del Estado sino en la naturaleza misma de la persona humana, ambas cosas dentro de la tradicién de Derechos Humanos conocida hasta entonces ¥ que nosotros hemos venido estudiando. La Unién Soviética, apoyada naturalmente por Bielorusia en la Subcomi- sién de los seis, y por Ucrania y Yugoslavia en la de los dieciocho tendfa a minusvalorarlos por abstractos intitiles. Y en todo caso a hacer depender su naturaleza y sobre todo su cumplimiento del poder del Estado. Como con- trapartida trataban de cargar todo el peso de la Declaracién en los Derechos econémicos sociales y culcurales. Los componentes del primer grupo no se oponian en sf a la presencia de esta segunda serie de derechos. Temfan su maximalismo. Expuestos con el 184 Los Derechos Humanos en la Historia alcance en su contenido y con Ia contundencia en la forma que proponia la URSS supondrian una carga imposible de cumplir para la mayor parte de los estados a no ser que se convirtiesen a un sistema comunisca. Tal era la situacién cuando se abrié la tercera y tiltima sesién de la Comi- sién de los dieciocho el 24 de mayo de 1948. Visto el escaso trabajo realizado por los otros dos grupos, el de los pactos y el garantfas y ante los primeros s{ntomas de la Guerra Fria, cuyos efectos comen- zaban a percibirse en el seno no sdlo de la Comisién sino en los mismos 6r nos superiores, el Consejo Econémico y Social y la Asamblea, se decidié disolver las tres subcomisiones y tratar de salvar cuando menos un documento, el que estaba més adelantado, la Declaracién. El material de los otros dos, el del pacto y el de las garantias, quedarfa aparcado para mejor ocasién. Las reuniones de esta tercera sesién, ya con el pleno de los dieciocho miem- bros originales, fueron prolongadas y tensas. R. Cassin dird que en ocasiones dramiticas”. Hoy se puede decir que aqui se decidié no diremos el éxito de la Declara- cién pero al menos lo que tiene de positivo. Los paises democraticos aguantaron los ataques de la URSS a la primera parte de la Declaracién, incluso hicieron concesiones, como en el caso de su condena al colonialismo de occidente. Pero al llegar los articulos dedicados a los derechos econémicos y sociales se opusieron tanto a su maximalismo como al protagonismo que en ellos se concedia al Estado.

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