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Llegando a Comalá vamos a darle la noticia al Municipio.

Allá esperan que les llevemos lo que dicen en la


capital. Yo no sé si vamos a llegar hoy, se está haciendo noche. Eufemio apretó el paso porque le urge
llegar con su querida. A su hermano no le gusta que ande dejando amores en todos lados, pero él no
para por eso.

-No es cosa que yo pueda decidir, Miliano.- le dice.

Ya casi no se ve luz, los árboles tapan el poco sol que queda en el cielo. Caminamos a buen paso porque
conocemos bien estos lares. No tenemos que ver la vereda, sabemos a dónde vamos. ¡Pobres los que no
son de aquí! A estas horas se deben de dar buenas perdidas, eso pienso yo. Eufemio va delante de mí,
oigo sus pasos sobre la hojarasca pero ya no lo veo.

Me quito el sombrero para orearme la cabeza. Uno pensaría que a estas horas ya no hace calor, pero
calor sigue haciendo, nomás es diferente. Allá en la capital hasta frío pasamos, además no llevábamos ni
un jorongo para atajarnos el frío. Lo bueno fue que donde nos quedamos eran bien gentes, hasta
champurrado caliente nos dieron. Yo guardé la mitad para la mañana porque pensé que ya no nos iban a
dar para el desayuno. ¡Canijo Eufemio! Cuando desperté ya se lo había tomado.

- Hora que me acuerdo Eufemio, ¿qué hiciste de mi champurrado en la mañana?

Le pregunto, él sigue caminando delante de mí y me dice:

-Ahí ya se divisa la Iglesia ¿qué no?

Yo le respondo:

-Sí, ¡pero te digo de mi champurrado!

Eufemio se queda callado y lo escucho caminar más rápido, a mis pies se empieza inclinar la vereda. Nos
vamos apoyando en las ramas para no resbalarnos. Allá abajo se ve una luz. Las piedrillas se adelantan a
nuestro paso en el camino. Eufemio llega a lo plano y yo lo sigo por la vereda. Ahora la luna pinta todo
de azul.

Eufemio y yo nos acercamos a la choza, el piso bajo mis pies se siente más plano. Ya llegamos a los
escalones de madera, se oyen crujir cuando los subimos. Los perros salen de atrás de la casa y nos
mueven la cola. Nosotros abrimos la puerta y nos metemos como los dueños en las haciendas.

Un domingo en la Alameda

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