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bejar 2008 Sse eat Histocia/fewks EY Mstado Nazi: Cortem perane, —e 3Un Estado excepcionai: Jan Kershaw Para examinar los rasgos que definen el cardcter «exéepcional» de un Estado, probablemente debamos.comenzar indicando qué cs lo que permite clasificar a un Estado como «normal»(’). En mi caso, comienzo por aceptar el concepto de Estado de Max Weber: «Un orden administrativo y jurfdico susceptible de cambio mediante medidas legales <...> (que reivindica) una autoridad vinculante <...> sobre toda accién que tenga lugar en su zona de jurisdiccién, <...> una organizacién coercitiva con una base territorial <...> (donde) el uso de la fuerza s6lo se considera legitimo en la medida en que es permitido por el Estado o prescrito por él»; y conside- rando este concepto como Ia base del Estado «normal», que reside en la autoridad «legal» ejecutada a través de un marco racional y burocrdtico ', Acepto también quc la posibilidad de que esc Estado . se mantenga dependerd de lo que Michael Mann ha denominado su «poder infraestructural»: «La capacidad del Estado para penetrar en la sociedad civil y aplicar logisticamente decisiones politicas cen todo ese Ambito» *, Esta capacidad suele estar bicn desarrollada «The Nazi State: an Exceptional State?», lan Kershaw, New Left Review, of 176, July-August 1989, pp. 44-67. Traduccién de Fabidn Chueca. “Este artfculo es una versién revisada de un informe presentado en el semina- rio sobre «Estado, tevolucién y desarrollo social, celebrado en la primavera de 1988 en el Center for Social Theory and Comparative History, UCLA. Estoy suma- mente agradecido a los participanics cn et scminario por su estimulo y su exftica constructive, Me refiero sobre todo a Perry Anderson, Michael Mann, Maurice Zei- Win, Gunther Roth, Robert Brenner, Jane Caplan, Peter Locwenberg y Saul Friedlinder, 4 Max Weber, Economy and Society, edicién de Ginther Roth y Claus Wittich, Berkeley/Los Angeles/Londres 1968, p. 56. } Michael Mann, «The Autonomous Power of the State: Its Origins, Mecha- nisms, and Results», Archives Européennes de Sociotogie, 25 (1984), pp. 188-190. ; oT SLL AL SULA: ol 120 ZONA ADIERTA 53 en las democracias capitalistas modernas, pero cuando es débil o falla, la consecuencia es el recurso al «poder despético», a accio- nes que la élite del Estado emprende «sin una negociacién auto- mética ¢ institucionalizada con los grupos de la sociedad civil», En el capitalismo moderno, un Estado basado en el poder despéti- co puede considerarse por tanto un «Estado excepcional». Sin em- bargo, el modelo bidimensional de Mann, aun siendo util, no dis- tingue entre diversos tipos de "Estado excepcional", aunque pare- ce importante hacer semejante distincién, tanto en la teorfa como en la auténtica realidad. Con independencia de la perspectiva que se adopte, es obvio que el Estado nazi era un Estado excepcional. Hasta la vision mds superficial y de sentido comin harfa pensar que un Estado que pu- do empujar al: mundo a Ja guerra y ascsinar a seis millones de judfos no era un Estado corriente. En un plano ms complejo y teérico, la excepcionalidad del Estado nazi viene preocupando, desde los pri- meros momentos hasta la actualidad, a analistas de diversas ten- dencias marxistas y ha sido también una premisa fundamental de la mayor parte de ja teoria no marxista. La naturaleza, el grado y las causas de su excepcionalidad siguen siendo, no obstante, cues- tiones sumamente polémicas. Podemos distinguir tres grandes gru- pos de enfoques interpretativos, a los que denominaremos liberal, marxista y estructuralista (o funcionalista). Ya he analizado en otro lugar estos enfoques y he examinado su historiografia y sus méritos relativos a la hora de explicar diferentes aspectos del do- minio nazi >, por lo que aqui me limitaré a resefiarlos sucintamen- te, haciendo referencia en concreto a cémo explica cada uno de ellos el cardcter excepcional del dominio nazi. Bajo el epigrafe de enfoques «liberales» incluyo varias interpre- taciones que, aunque a menudo est4n refiidas entre sf, a veces con bastante dureza, presentan un marco basico comtn. Un rasgo carac- terfstico es su escasa teorizacién sobre la naturaleza del Estado, so- bre su relacién con la economfa o sobre 1a autonomia del ejecutivo politico. Por lo general, se supone implicitamente que la esfera polf- tica de cualquier sistema disfruta de primacfa sobre la economfa, que el poder ejecutivo del Estado es auténomo y que normal- mente existe una diferencia clara entre la esfera publica y la privada. Seguin esta perspectiva, cl papel de primeros actores de Ian Kershaw, The Nazi Dictatorship. Problems and Perspectives of Interpre- tation, Londres, 1985. OCTUBRE-DICIEMBRE DE LY8Y : see Ja escena politica adquiere una extraordinaria significaci6n, de tal modo que, en el caso del Tercer Reich, Hitler se convierte en el principal foco de atencién, mientras que las explicaciones de la naturaleza del régimen nazi giran en torno a las intenciones, las convicciones ideolégicas y cl control dictatorial del fiihrer. De manera andloga, no es habitual que sc atribuya una importancia de primer orden a los acontecimientos de cardcter econémico que tu- vieron lugar en el Tercer Reich, ni siquiera que se analicen de for- ma sistematica. EL CONCEPTO DE TOTALITARISMO Cuando se adopta una postura tedrica, ésta depende casi, inva- riablemente-del concepto de totalitarismo. Por ejemplo, Karl-Dic- trich Bracher rechaza con firmeza y vehemencia la idea de que el nazismo es una variante del fascismo genérico, por entender que cl cardcter tinico del nazismo estriba en la persona y la ideologia de Hitler y que, al final, s6lo importaba la Weltanschauung del fiihrer, pero defiende no obstante de forma inflexible la idea de que las técnicas de dominacién indican una semejanza esencial con el Estado soviético ‘, No es sorprendente que Klaus Hilde- brand, que ha adoptado una perspectiva similar en sus numerosos - escritos *, haya tomado una postura conservadora en la reciente Historikerstreit, subrayando los méritos de las comparaciones en- tre el nazismo y el bolchevismo , Desde un punto de partida dife- rente, el de una biograffa de Hitler (en Ja que apenas aparectan las cuestiones econdémicas), Joachim Fest ha presentado también las virtudes de una posicién totalitaria conservadora en la Historikers- treit”, La vinculacién de la especificidad hitleriana del nazismo “‘Karl-Dietrich Bracher, «The Role of Hitler; Perspectives of Interpretation», ‘en Walter Laqueur, ed., Fascism. A Reader's Guide, Harmondsworth 1979, p. 201; y, del mismo autor, Zeitgeschichitiche Kontroversen, Munich 1976, Parte 1'. 3 Véase Klaus Hildebrand, The Third Reich, Londres 1984, pp. 108-109, 112-123. ‘ «Historikerstreit», Die Dokumentation der Kontroverse urn die Eintigartigkeit der hationalsozialistischen Judenvernichtung, Munich 1987, pp. 84-92, 281-292. ” Joachim C. Fest, Hitler, Londres 1974; «Historikersireitm, pp. 100-112, 388- 390. Como es bien sabido, esta dura controversia fue provocada por Ja relativizacién del holocausto realizada por Ernst Nolte, al considerarlo comparable y, en realidad, derivado del terror bolchevique. /bid., pp. 13-35, 39-47, 93-94, Sobre la evolucién de postura de Nolte, véase Hans-Ulrich Wehler, Die Enisorgung der deutschen Ges- chichte, Ein polemishcher Essay zum «llistorikerstreite, Munich 1988, pp. 13-19. a nnn 122 ZONA ABIERTA 53 con una teorfa totalitaria equivale, en nuestro contexto, a decir que la singularidad del Estado nazi pucde atribuirse a la ideologfa de su Ifder y a las politicas que emanaron de ella, mientras que su ex- cepcionalidad era la de una clase de Estado llamado «totalitario» y podfa distinguirse en sus instrumentos de gobierno por rasgos que también caracterizaban a la Unién Soviética, especialmente duran- ] te el régimen de Stalin. Las limitaciones de este grupo de enfoques parecen evidentes. ; Esta marcada tendencia a centrarse en Hitler supone un grado de j autonomfa para el factor de la personalidad que reduce los compo- nentes no personales de una explicaci6n a una significacién super- flua, o en el mejor de los casos eleva la esfera de la ideologia a un plano completamente separado de las fuerzas sociocconémicas y que actéa como variable totalmente independiente. En cuanto co- menzamos a preguntarnos, cuando los datos empiricos nos lo per- miten *, si es cicrto que la concepcién idcoldgica personalizada de i Hier explica adecuadamente el atractivo del nazismo o el motivo de su seguimicnto masivo en cl periodo de asombroso crecimiento y de consolidacién del poder, queda al descubierto Ia debilidad ex- plicativa de la interpretacién liberal basada en la personalidad. Es- to parece evidente aunque accptemos la afirmacién categérica de la primacia de 1a politica y la consiguicnte omisién o minimiza- cin de los factores sociales 0 econdmicos. A menudo se han‘expuesto las deficiencias y las graves limita- ciones del concepto de totalitarismo —pues se trata de un concep- to, no de una teorfa—, por lo que no es preciso insistir demasiado en ellas. Al depender de una descripcién de las supuestas caracte- tisticas y técnicas de dominio comuncs, ni ofrece una tcorfa valida acerca de la construccién de los Estados ni distinguc entre siste- mas sociocconémicos, funciones y objetivos muy diferentes. De- bemos afiadir que el concepto no es habitual en la tipologizacién de la cientia polftica cuando se trata de agrupar sistemas que, en Ia imagen que ofrecfan, mostraban un antagonismo total hacia los dems en lugar de considerarse parte de una «familia» mas amplia como, por ejemplo, las democracias liberales. . Enconttaste con estos enfoques, algunos andlisis marxistas pa- ; recen habér profundizado mucho més en el cardcter exccpcional del Estado nazi, aunque pueden percibirse varias deficiencias sig- ees * Los datos relaciqnados con la «cuestién judfa» se resumen en Sarah Gordon, Hitler, Germans, and the «Jewish Question», Princeton 1984, cap. 2. a ek ae Mee eee eee ee ec ee eee (ee gas (an ee 125 OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1989 nificativas de indole distinta, Los enfoques marxistas-leninistas tradicionales, procedentes de los teéricos de la Komintern de en- treguerras y todavia en uso, sobre todo en los escritos de los histo- riadores de Alemania oriental, siguen siendo, con independencia de los matices y las reservas introducidos en el saber reciente, de- masiado reduccionistas para ser convincentes *. Al describir el Es- tado nazi como Ia dictadura terrorista mds extrema del capital fi- nancicro, con Hitler como instrumento de los intereses capitalis- tas, tienen evidentes dificultades para explicar la prioridad otorga- da, como muy tarde, en Ia parte central de la guerra a objetivos ideolégicos irracionales, en particular el exterminio de los judios. Del mismo modo, ¢l restar importancia al papel de Hitler y al cul- to a la personalidad construido en torno a él forma parte de cierta reticencia: general a admitir la existencia de un nivel notable de auitonomfa én los objetivos y las politicas del ejecutivo nazi. En todos estos aspectos, las variantes marxistas procedentes de mode- los de bonapartismo o de las teorfas del Estado de Gramsci son mucho més valiosas para cl andlisis que ahora nos ocupa. Los andlisis marxistas no ortodoxos (0 desviados) de Leén Trotsky, Otto Bauer y, especialmente, August Thalhcimer, todos los cuales formulan, con diferentes matices, analogfas cnire el fas- cismo y el bonapartismo, tal como se desarrollaba en cl Dieciocho Brumario, impresionan —en parte debido a la esterilidad y los errores del comunismo ortodoxo del momento— por sus esfuerzos intelectuales para comprender la naturaleza del nuevo tipo de peli- gro politico al que se enfrentaban ®. Al reconocer el papel del ont sider politico en un contexto de punto mucrto cn la lucha de cla- ses, al comprender la autonomia del partido de masas fascista (frente a considcrarlo tinicamente una creacién del gran capital) y, sobre todo, al formular la distincién subrayada por Marx entre po- der politico y poder social, estas teorias supusieron un avance sig- nificativo con respecto a otros intentos de comprender la toma Una buena antologia de obras recientes de Alemania oriental puede encon- trarse en Dietrich Eichholiz y Kurt Grossweiler, Faschismusforschung. Positionen. Probleme. Polemik, Berlin (Este) 1980. Véase también Andreas Dorpalen, German History in Marsist Perspective. The East German Approach, Detroit 1985, cap. 8. '® Véase el excelente andlisis realizado en David Beetham, Marxists in Face of Fascism, Manchester 1983, pp. 25-39; véase también Journal of Modern History. 11 (1976), ensayos de Jost Dulffer, «Bonapartism, Fascism, and National Socia- lism»; Gerhard Botz, «Austro-Marxist Interpretations of Fascism»; y Robert S. Wistrich, «Leon Teotsky’s Theory of Fascism». PULL LL at ALA A 5 124 ZONA ABIERTA 53 del poder por-el fascismo. La autonomfa otorgada al ejecutivo fas- cista era menor en el enfoque de Trotsky, que consideré el aplasta~ miento de la direccién de la SA en 1934 como el fin efectivo de la base de masas del movimiento nazi y como un giro hacia una cre- ciente dependencia del gran capital. En el extremo opuesto del es- pectro, la autonomfa bonapartista alcanza su maxima expresién en algunos de los escritos de Bauer ". La excepcionalidad del Estado nazi, segiin esas versiones, se basaba en Ia crisis del capital en una coyuntura concreta de la lucha de clases en la que, temporalmente, el capital y el trabajo estaban en una posicién de equilibrio y en la que, por lo tanto, una tercera fuerza, llevada hacia el poder por los intereses capitalistas, pudo desarrollar un alto grado de autonom{a respecto de esos intereses. Cuando los teéricos marxistas del fas- cismo redescubrieron los escritos de Thalheimer y otros en el de- cenio de 1960, el enfoque «bonapartista» alcanzé mayor difusién y ha influido posteriormente en algunos de los mejores escritos te6ricos sobre el Estado nazi. EL LEGADO DE GRAMSCI El «renacimiento» marxista registrado después de los ultimos afios del decenio de 1960 volvié a despertar también el interés por los escritos gramscianos sobre el fascismo, que han ejercido una considerable influencia ". Uno de los mayores méritos de este andlisis reside en su nueva ruptura con el economicismo para exa- minar no s6lo la crisis del capitalismo, sino también la crisis genc- ral del Estado (que, por supuesto, Gramsci analiz6 desde el punto de vista de la crisis de control o hegemonfa de las clases dominan- tes). Otra caracterfstica significativa fue la inclusién por Gramsci del «cesarismo» como expresién de «la solucién concreta en la que a una gran personalidad» —o «lider carisméticom, como lo, ca- lificé en otro lugar— se le conffa la misién de «arbitraje» en una situacién hist6rico-polftica caracterizada por un equilibrio de fuer- zas que se encamina hacia la cat4strofe» ". Presente en el modclo bonapartista, cl componente del «cesarismo» se desarrollaba aqut de modo mds explicit. " Véase Beetham, pp. 28, 35-36. " Nicos Poulantzas, Fascismo y dictadura, Madrid 1973. » Antonio Gramsci, Selections from Prison Notebooks, eds. Quintin Hoare y Geoffrey Nowell Smith, Londres 1971, pp. 211, 219. + OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1989 125 La interpretacién de Gramsci, aunque corregida en varios as- pectos importantes, constituyé la base fundamental del andlisis mds completo realizado hasta la fecha sobre el fascismo como Es- tado capitalista «excepcional»: el que se encuentra en la obra de Nicos Poulantzas. Jane Caplan ha sometido este andlisis a una ex- celente y completa critica que demuestra algunas graves deficien- cias de la interpretacién histérica de Poulantzas que ponen en du- da sus propuestas tedricas '*. No obstante, debemos exponer aqui brevemente su teorfa del Estado «excepcional». En su desarrollo de Ia teorfa de Gramsci, Poulantzas manten{a que la funcién precisa del Estado fascista era actuar como media- dor en cl restablecimiento de la dominacié6n y la hegemonfa politi- cas de los grupos dirigentes amenazados en la crisis general. Sin embargo, rechazando explicitamente:la idea gramsciana de «equi- - librio de fuerzas que se encaminan hacia la catéstrofe», Poulantzas analizaba el fascismo como instrumento de la ofensiva de la bur- guesfa después de una derrota previa de la clase trabajadora. Aun aceptando que el poder del Estado siempre ha disfrutado de una autonomia relativa de la esfera econémica, que se amplié tempo- ralmente ‘hasta un grado excepcional con el fascismo, Poulantzas insistfa en que el Estado fascista no consiguié incrementar su in- dependencia del capital —y mucho menos establecer la primacfa de la politica—, sino que se limit6 a reorganizar la dominacién del capital monopolista. Una vez alcanzado este objetivo con relativa rapidez, el Estado fascista no actué como mero agente del gran ca- pital ni se puso a sus érdenes, pero sf lev6 a cabo una politica que era, «en tiltimo andlisis, y masivamente, una politica conforme a los intereses a largo plazo de ésta» (la fraccién hegeménica del bloque de poder) '*. Asi pucs, para Poulantzas el fascismo en el poder —en este caso cl Estado nazi— cquivalia a la forma mas ex- trema de Estado capitalista excepcional, que se distingufa del bo- napartismo y de la dictadura militar por el cardcter especffico de la lucha de clases, las relaciones de produccién y la forma concreta de la crisis polftica ", Es evidente que su relativa autonomfa del gran capital, basada en su papel imprescindible en la reconcilia- "* Jane Caplan, «Theories of Fascism: Nicos Poulantzas as Historian», History Workshop Journal, (1977), pp. 83-100. Polantzas, p. 90. ™ Polantzas, p. 93; véanse también pp. 71-77, 89-92. be eS Ls La La Lr Lr Ls Ls Gs LL 126 ZONA ABIERTA 53 cién temporal de las fracciones y las contradicciones internas del bloque de poder, distinguié al Estado fascista de las formas «nor- males» de Estado capitalista, Pero esta autonomfa era diferente y menor que la relativa autonomia «bonapartista» derivada del equi librio de las dos fuerzas sociales principales. Asf, la excepcionali dad del Estado fascista no se distingufa por el alcance de su inter- venci6n en la esfera econédmica, sino por las formas que empleaba, los cambios radicales en los aparatos ideolégicos estatales y su re- lacién con el aparato represivo del Estado ". La crisis politica general que precedié al fascismo fue también una crisis de la ideologia dominante, por lo que cl Estado excep- cional era necesario, segiin Poulantzas, tanto para limitar mediante la represi6n Ja «distribucién» del poder a través de los aparatos del Estado «normal», como para legitimar esta represién mediante la intervencién ideolégica abierta, la restriccién y el control con el fin de organizar y consolidar nuevamente la ideologfa dominante, Esto condujo a la dominacién, bajo et fascismo estabilizado, del aparato represivo del Estado y, dentro de él, de la policfa politica ", Sin embargo, Poulantzas nunca determiné, ni tedrica ni empfrica- mente, cual fuc la relacién exacta de todo esto con la restauracién de la hegemonfa de la clase dominante. Cuando ya ha tenido lugar la estabilizaci6n —que, segtin la interpretacién de Poulantzas, aparece alrededor de 1934 en el caso alem4n— el andlisis se torna excesivamente incompleto. Como ha sefialado Jane Caplan, el res- to est poco claro y se basa en suposiciones a priori discutibles ®, Esta misma observacién puede formularse a propésito de la mayor parte de las interpretaciones bonapartistas y gramscianas, si no de todas. La principal preocupacién teérica de estas interpreta- ciones se refiere al proceso de toma del poder, y en este sentido su. enfoque, sobre todo el modelo de Gramsci, es digno de elogio. (Se podrfa afiadir, sin embargo, que resulta m4s convincente cuanto mds se aparta del reduccionismo economicista. En esa medida; po- dria afirmarse incluso que los componentes especificamente mar- xistas del andlisis gramsciano no son imprescindibles; que su cx- plicacién de la crisis de representacién burguesa complementa ~ ficlmerite los andlisis no marxistas segtin los cuales la «toma» del poder tuvo su origen en cl fracaso de la polftica de las élites, en " thid., p. 399. " Thid., p. 400. * Caplan, pp. 8B ss. OCTUBRE: DICIEMBRE DE 1989 der una situacién de crisis de legitimacién terminal de un sistema de polftica pluralista y de representacién de intereses). Pero cuales- quicra que sean sus méritos a la hora de explicar las circunstancias de la toma del poder por el fascismo, estas variantes de 1a teoria marxista parecen estar en un terreno mucho menos firme cuando analizan la naturaleza y cl alcance de la autonom{a del régimen cuando el fascismo s¢ ha instalado en cl poder. ECONOMIA Y POLITICA En relacién con este aspecto nos resultard de utilidad la expe- riencia Gnica, como marxista, de Alfred Sohn-Rethel en el funcio- ‘namiento, de un organismo central de representacién de intereses de grandes empresas, la Miteleuropdischer Wirtschaftstag, en los primeros afios del dominio nazi". Para Sohn-Rethel, la excepcio- nalidad del Estado nazi cra resultado del carécter excepcional de la crisis capitalista, La nica f6rmula para que la.burguesfa alema- na se recuperase consistfa en volver a una modalidad de acumula- cién capitalista m4s «absoluta», que s6lo podfa lograrse mediante el poder del Estado para producir un nivel clevado de represin y asaqueo» inequivocos (lo cual implicaba inevitablemente, por tan- to, la guctra). En este sentido, el ejecutivo gobernante nazi ” —y Sohn-Rethel era inflexible en que Hitler goberné de hecho— y la clase capitalista estaban unidos por las reglas inexorables del capi- talismo. La dominacién politica dependfa de que se siguicra la 16- gica de la acumulacién ilimitada y «absoluta» de capital y, por tanto; la dominacién del gran capital. La burguesfa, por su parte, “no podfa renunciar a la forma de dominacién politica que le ofre- cfa esta oportunidad. Como dijo supuestamente el ministro de Economfa, Hjalmar Schacht, los gobernantes nazis y las élites eco- némicas estaban «cn el mismo barco», comprometidos en un pro- ceso que, una vez en movimiento, no podia dar marcha atrés ®. + También este andlisis es digno de clogio. Con més eficacia que ninguna otra interpretacin, pone de manifiesto la-dialéctica exis- tente entre el curso inexorable del desarrollo de la economfa ale- 2" Alfred Sohn-Rethel, The Economy and Class Structure of German Fascism, 2 edicign (con epilogo de Jane Caplan), Londres 1987, 2 [bid., p. 104. A eee 128 ZONA ADIERTA 53 mana y los objetivos de los dirigentes nazis, que empujaron en la misma direccién. También en este caso, el punto débil estriba en que, en el fondo, sigue siendo una interpretacién economicista. Aunque concede a los dirigentes nazis una «autonomfa relativan, no examina el cardcter y la evolucién de csta autonom{a mediante un andlisis sistematico de la estructura cambiante del Estado nazi, una deficiencia que es comin a los andlisis marxistas més comple- jos. Del mismo modo, el énfasis economicista normal y la com- prensible ansiedad por evitar las interpretaciones personalistas han Ievado generalmente a cierta reticencia a emprender un anilisis sistemdtico del papel de Hitler y a reducir de modo exagerado su significacién. Aceptando que el papel de Hitler plantea problemas importantes para el andlisis marxista, un historiador ha sefialado: «Todavfa no tenemos ni los materiales previos para una interpreta- cién marxista del poder personal del Ifder fascista en los afios de entreguerras» ™, De forma andloga, el dinamismo ideolégico, bue- na parte del cual parece como punto de referencia a Hitler, slo con dificultad puede integrarse de modo convincente en un marco analftico centrado en la naturaleza del capitalismo y el cardcter de la «clase dominante» burguesa bajo el fascismo. Y puesto que in- cluso los enfoques bonapartistas y gramscianos han prestado esca- sa atenci6n a la base de los partidos fascistas, pues suelen tender a despacharla implicita o explfcitamente como pequciia burguesta desclasada y manipulada por la propaganda fascista, es diffcil que puedan hacer justicia a la dindmica de la motivacién social que se oculta tras el apoyo popular al partido de masas y a las continua- das consecuencias que esto tuvo en la Ifnea polftica seguida cuan- do los nazis habfan tomado el poder. El andlisis marxista —Poulantzas es un ejemplo de primer or- den en su estado mds refinado— también manifiesta escaso interés” por los cambios significativos que se dieron en cl seno del cartel del poder del Tercer Reich (aunque fueron un componente esencial del brillante y temprano estudio de Franz Neumann) *, por los cambios que experiment6 la estructura del poder nazi en los doce afios de dictadura, y por la erosion del gobierno «racional». Estas consideraciones, sin'embargo, han constituido un aspecto funda- % Tim Mason, «Open Questions on Nazism», en Raphael Samuel, ed., Peo- ple's History and Socialist Theory, Londres 1981, p. 205. ® Franz Neumann, Behemoth. The Structure and Practice of National Socia- lism, Londres 1942, OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1989 e ay mental de varias obras importantes y muy influyentes, no marxis- tas y, en esencia, no teéricas sobre el Estado nazi que, para distin- guirlas de las interpretaciones que se centran en las «intenciones» de Hitler, han recibido el calificativo de «estructuralistas» o «fun- cionalistas», Exponentes destacados de estas posiciones son Hans Mommsen y Martin Broszat. : La obra de Mommsen subraya principalmente la desintegracién del gobierno ordenado en el Tercer Reich. Su explicacién se centra en dos aspectos: la ausencia de planificacién coherente y clara, que condujo a una caida hacia impulsos destructivos y cada vez més salvajes, y la complicidad de las élites tradicionales en este proceso. Aunque Hitler como persona no es importante para la in- terpretacién de Mommsen *, el elemento dindmico en la desinte- graci6n del gobierno se sitda, no obstante, en el «estilo caprichoso de lidcrazgo» que Hitler habfa desarrollado en el partido antes de la «toma del poder» y que trasladé posterioriente a la maquinaria gubernamental ”. . Broszat ha dirigido su atencién a la relaci6n existente entre el crecimiento del «absolutismo del fihrer» y la ampliacién de las esferas de poder politico dirigido ideolégicamente, y ha intentado vincular esta relaci6n a 1a funcién social de Hitler como elemento integrador de fuerzas dispares y contradictorias en el Tercer Reich. Aun sin poner en duda la importancia de la ideologfa de Hitler, Broszat busca de nuevo una explicacién funcional, considerando inicialmente el Lebensraum y el antisemitismo como «metdforas ideolégicas» que s6lo gradualmente se convirtieron en auténtica realidad *, Broszat rehye expresamente una explicacién teérica, y ya en-las notas introductorias a la edicién alemana de su libro sobre el’Estado nazi comenta la dificultad que entrafia situar el Tercer Reich, caracterizado por la ausencia de estructura y la for- ma amorfa de gobierno, en una tipologia de gobierno convencional ”. 4 Lega a llamar a Hitler «dictador débil». Hans Mommsen, «Nationalsozialis- muse, en Sowjetsystem und demokratische Gesellschaff. Eine vergleichende Enty- Hopddie, 7 vols., Friburgo/Viena, 1966-1972, vol. 4, columna 702. 2 Hans Mommsen, «Hitler Stellung im nationalsozialistischen Herrschafissys~ tema, en Gerhard Hirschfeld y Lothar Kettenacker, eds., Der «fithrerstaads: Myt~ hos und Realitdt, Stuttgart 1981, pp. 43-72, % Martin Broszat, «Soziale Motivation und Fuhrer-Bindung des Nationalsozia- lismusa, Vierteljahreshefte fdr Zeitgeschichte, 18 (1970), pp. 392-409; y, det mis- ‘mo autor, The Hitler State, Londres 1981, especialmente los cepltulos 8-9 y 11. Martin Broszat, Der Staat Hitlers, Munich 1969, p. 9. LAA AA AH Li ee ae 130 ZONA ABIERTA 53. Broszat tiene poco que decir explicitamente sobre la posicién del capital en el Tercer Reich, y no intenta teorizar de modo sistemAti- co sobre la naturaleza del poder de Hitler. Sin embargo, me parece que su enfoque, junto con el de Mommsen, ofrece unas posibilida- des para considerar la cxcepcionalidad del Estado nazi que van mAs alld de la rigidez que se aprecia incluso en los mejores andli- sis marxistas. EL PAPEL DE HITLER En los pérrafos que siguen me basaré, en algunos aspectos, en las interpretaciones de Broszat y Mommsen, aunque también afia- diré alguna puntualizacién, La argumentacién que propongo tiene su origen cn el descontento con las descripciones del Estado nazi - acentradas en Hitler» de forma personalista y con el reduccionis- mo econdmico y las posiciones funcionalistas extremas, en las que el papel de Hitler prdcticamente desaparece. Sitio la excepcionali- dad del Estado nazi en la excepcional posicién de po! i Sin embargo, a diferencia de los partidarios del grupo de interpre taciones «liberales», no pongo el énfasis en la «personalidad» co- mo clave de su poder personal, aunque tampoco reduzco su papel al de mera «funcién» del dominio nazi, ni le considero un «dicta- dor débil». El poder de Hitler era real ¢ inmenso, no un fantasma, Pero no fue un bien estatico. Sometido a limitaciones relativas hasta 1938, adquirié después un grado de autononifa que resultaba extraordinario en un sistema capitalista moderno, incluso en con- diciones de régimen dictatorial. Desde el principio, cl depositario fundamental del poder cra Hitler. Pero fue la complejidad de un sistema cuya Iegitimacién, estructura ¢ impulso dindmico se apo- yaban en Ia autoridad simbélica del fithrer la que hizo posible el poder de éste, cada vez mis ilimitado y real y basado en organis- mos —sobre todo el creciente aparato coactivo policial de las SS= que eran la expresi6n institucional de ese poder. El papel de su autoridad simb6lica como fithrer fue decisivo, por tanto, para -ampliar el alcance de la expresién concreta del poder personaliza- do de Hitler y, por consiguiente, para aplicar en la préctica de for- ma definitiva los objetivos ideolégicos que ocupaban el centro de su Weltanschauung personal desde los primeros aiios del decenio de 1920. 4 El concepto de «autoridad carismdtica» de Max Weber sigue siendo imprescindible como componente de esa explicacién. Al OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1989 131 contrario de lo que ocurre con Ja autoridad «tradicional» de los gobernantes hereditarios o 1a burocracia impersonal de la autori- dad «legal» que caracteriza a la mayor parte de los sistemas politi- cos modemos, esto denota una forma de dominacién politica basa- da fundamentalmente cn la percepcién.—por un «séquito» de par- tidarios— det heroismo, la grandeza y cierta «vocacién» cn un Ite der proclamado. Asf, la «comunidad carismatica» de seguidores se mantiene unida gracias a los vinculos personales de la creencia de sus integrantes en el lider y su «misin». En su forma pura, como sefial6 Max Weber, «la autoridad carismatica tiene un cardcter es- pecificamente ajeno a las estructuras habituales de todos los dfas». Por consiguiente, y a diferencia de las dos formas restantes de do- minacién, el «poder carismético» es intrinsecamente inestable, tiende a aparecer en situaciones de crisis y puede derrumbarse, cuando no se cumplen las expectativas 0 cuando se «rutiniza» y se convierte en un sistema susceptible de reproducirse’tnicamente mediante la eliminacién de la pura esencia «carismatica» ™, Desde una perspectiva marxista se ha dicho que cl concepto de «poder carismitico» es dificil de conciliar con Ia existencia de un Estado capitalista moderno ", A mf me parece, por el contrario, que fa naturaleza y la funcién del «poder carismatico» puede com- prenderse con toda facilidad en el seno de los sistemas cstatales capitalistas en crisis, aunque su incapacidad para reproducirse sig- nifique que seguramente seguird siendo una solucién temporal pa- ra cl capitalismo. Dentro de la tcoria marxista, la base para una in- corporacién plena de las consecuencias corrosivas, contrarias al sistema e irracionales de la «autoridad carismética» nos la ofrecen las breves notas de Gramsci sobre cl «cesarismo» *, por escasa que fucra necesariamente su relacién con conclusiones empfricas sobre el régimen nazi, Naturalmente, Max Weber citaba sobre todo a los mandos militares, los chamanes y los profetas como ejemplos de, carisma, pero también aludia a los peligros —concretamente cn el contexto alemén— que implicaban las formas «puras» de la aclamaci6n cesarista de un Ider cuyo poder se basase en la dema- gogia con las masas, la fe de las masas y la afirmacién plebiscita- ria? ® Weber, pp. 241-254. »' Mason, «Open Questions», p. 207. Gramsci, pp. 219-223, » Weber, pp. 1449-1453. ey aa sino <...> libre ¢ independiente, exclusivo ¢ ilimitado», era en efecto un Estado excepcional. El «mito del fithrer» —la imagen heroica y carismética de Hi- ter que respaldaba el «poder del fizhrer»— puede reclamar para sf el papel de eje y fucrza motriz del Tercer Reich “. A nivel popu- lar, pudo encontrar algiin atractivo para casi todo aquel que no hu- biera sido instruido antes de 1933 en los bloques ideolégicos con- trarios del socialismo/comunismo y cl catolicismo politico (la ma- yorfa de, la poblacién no organizada). El grado indudablemente elevado de popularidad que Hitler obtuvo de! aplastamicnto de la izquierda, de la deslumbrante recuperacién cconémica, de la serie de asombrosos golpes diplomdticos y de la renovada fortaleza de las armas alemanas y el prestigio mundial proporcioné un impor- tante elemento integrador que, como no dejaron de seijalar los gru- pos de oposicién de izquicrda, hizo que la resistencia no sélo fuera sumamente peligrosa sino en gran medida incficaz. Sobre todo en el nivel activista, las «concepciones» ideoldgicas de largo alcance de Hitler actuaron como agente movilizador crucial, proporcionan- do el estfmulo necesario para una nueva liberacién de energia cuando las cosas se estancaban, y como sancién o legitimacién vi- tales para las iniciativas ideolégicas de los demés. El partido, prin- cipal vehiculo de transmisién del «mito del fithrer», también ga- rantizé una base para la aclamacién constantemente renovable, persuadiendo a los indecisos, debilitando a los oponentes y presio- nando a los autoritarios a la antigua del régimen, quicnes, a partit de. mediados del decenio de 1930, deseaban hacer un alto y conso- lidarse en lugar de «ir a la ruina». Bn este tercer nivel, el de las élites no nazis, pese a que estaba claro que el «carisma» de Hitler habfa sido menos importante que la politica tangible del poder en la walianza» de 1933, el «mito del fihrern desempcii, no obstan- te, un papel significativo. Por un lado, estaban aquellos —en parte pertenecientes a circulos intelectuales— a los que les convencié la versién {ntegra del mito. Pero, si excéptuamos a los partidarios de- cididos, muchos dirigentes de la burotracia estatal y de las fuerzas armadas estaban dispuestos a expresar admiracién por Hitler, cua- lesquiera que fuesen sus reservas acerca de! resto del régimen na- zi. En el caso de algunos integrantes de grupos de élite que final- “ He analizado con mayor amplitud estos aspectos en mi obra The «litter Myth», Image and Reality in the Third Reich, Oxford 1987. — halal ee a 140 ZONA ABIERTA 53 mente Ilegaron a una profunda resistencia al régimen, esta persis- tente admiracién o disposicién a eximir a Hitler del oprobio gene- ral hizo incluso que durante mucho tiempo estuviesen cautivos de la politica del régimen. En un segundo plano, la subestimacién ini- , cial y duradera del poder “cesarista” de la posicién de Hitler —una subestimacién comtin a la izquicrda y la derecha nacional-conser- vadora— signific6é inevitablemente que, cuando los intereses co- menzaron a chocar, la élite especfficamente nazi, y sobre todo la cuasi-auténoma autoridad del fiihrer, resultaron incontrolables. LOS CAMBIOS EN EL SENO DE LAS ELITES Durante buena parte del decenio de 1930, ¢ incluso hasta me- diada la guerra, no hubo necesariamente incompatibilidad entre los objetivos nazis y los de sectores destacados de las élites domi- * nantes. Se podria hablar de intereses ideolégicos, estratégicos y econémicos que en gran parte se complementaban mutuamente y empujaban en la misma direccién general. Pero esto no deber{a ocultar el hecho de que en el seno de'las élites dominantes tenfan lugar cambios importantes, y de que las antiguas «élites del po- der» iban quedando reducidas en buena medida a simples «élites funcionales». La investigacién reciente ha mostrado, por ejemplo, que los propictarios de Jas minas del Ruhr, un sector importante del anterior foco reaccionario de la industria pesada, se sentfan desconcertados en lo que se referfa al curso de los acontecimientos a mediados del decenio de 1930 “*. Ahora existia un nuevo eje, con Géring como hilo conductor, entre la Luftwaffe, el Plan Cuatrienal y el gigante quimico IG-Farben (la desaparicién de Schacht como cerebro de la economfa fue el contrapunto del cambio en el equili- brio de poder), Esta evolucién, junto con cl correspondiente efecto de tira y afloja de la politica nazi y los intereses econémicos, sig- nificé que las vias de retirada se cerraron répidamente cuando «el capital y el fascismo estuvieron encadenados juntos en una rela- cién de dependencia mutua» “. Esto no deberfa ocultar hasta qué ~punto los ditigentes nazis marcaban la pauta en los dltimos afios del decenio de 1930. “ Véase John R. Gillingham, Industry and Politics in the Third Reich, Londres 1985, “'Sohn-Rethel, p. 138. + OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1989 asta También entre los mandos de las fuerzas armadas tenfa lugar un cambio significativo, a medida que una nueva élite «funcio- nal», estrechamente vinculada a Hitler, sustitufa a representantes de la vieja guardia como Beck y Fritsch “', En 1938 la suerte esta- ba prdcticamente echada. Cuando la politica de alto riesgo —pro- vocada por Ia carrera de armamentos, la agudizacién de la tensién internacional, el agravamiento de los problemas econémicos, junto con los objetivos expansionistas de la ideologfa nazi— se hizo inevitable, quienes se preocupaban cada vez mds por los peligros quedaron desbordados ¢ impotentes. Por consiguiente, los impor- tantes cambios que experimenté la estructura de poder del régimen nazi entre 1933 y 1939 reforzaron la esfera de autonomfa corres- pondiente a Hitler y fomentaron la aplicacion practica de los im- perativos ideolégicos vinculados a la «concepcidn» del fithrer. La repercusién de la «autoridad carismatica» de Hitler en la estructu- ra de gobierno del Tercer Reich constituyeron el elemento crucial de este proceso. El enfoque hitleriano del gobierno de Hitler era en muchos as- pectos insdlitamente no intervencionista. El acceso al fithrer cra diffcil, incluso para sus ministros, e imposible para algunos. Atri- buirle especialmente una decisién clara era a veces una misién im- posible. Su no intervencién era un reflejo de su principio darwi- nista de lucha (dejar que el mds fuerte en una disputa se decantara a través de la competencia). Esta actitud se correspondfa con su estilo enteramente no burocrdtico, su distanciamiento de la admi- nistraci6n rutinaria y su desinterés por las sutilezas legislativas. También era resultado directo del tipo de liderazgo que Hitler en- carnaba. Para proteger su imagen «carismatica» exaltada, construi- da en torno a la unidad nacional, Hitler no podfa permitirse el lujo de intervenir en las cotidianas disputas polfticas que desunfan. La intervencién limitada no era indicio, sin embargo, de que Hitler fuese un «dictador débil». Nada importante podfa hacerse en el Tercer Reich sin la aprobacién del fithrer o contra sus descos, aunque ambos supuestos estaban expresados en términos més gene- rales que especfficos. En materias que le preocupaban, sobre todo la polftica exterior, su mano rectora era evidente desde el principio y fue mds decisiva atin a partir de mediados del decenio de 1930 ”. Su desigual intervencién en la polftica antijudfa duran- “ Klaus-JUrgen Muller, The Army, Politics and Society in Germany, 1933- 1945, Manchester 1987, pp. 35-41. © Véase Kershaw, Nazi Dictatorship. pp. 114-120; y Jost Dutfler, «Zum ‘deci- el el el ee en AU Ls Ls trl 142 ‘ZONA ABIERTA 53 te el decenio de 1930 estuvo condicionada técticamente en buena medida por su falta de disposicin en aquellos afios a que se le re- lacionase ptblicamente con la cara «sérdida» del nazismo. Tam- bién en este caso, como en otros aspectos brutales de la politica racial, cuando las medidas polfticas se radicalizaron y los condi- cionamientos externos desaparccicron, la intervencién personal de Hitler se amplié. E incluso en los asuntos econdémicos, en los que Tara vez intervenfa, su memordndum de 1936 fue decisivo para respaldar el nuevo curso del Plan Cuatrienal, excluyendo efectiva- mente el debate interno y las estrategias alternativas propugnadas en las altas csferas durante la crisis de 1935-1936. Sin embargo, pese a todas estas reservas, el «Estado del fithrer», sobre todo en sus primeros afios, funcioné en su mayor parte sin una mano rectora clara, Hitler era el punto de referencia de las iniciativas polfticas m4s que un agente de formulacién de polfticas, El resultado fue que se dio rienda suelta a toda forma de impulso competitivo, lo que condujo menos a un gobierno dirigido que al oportunismo depredador, la autoseleccién y las iniciativas arbitrarias y no coordinadas, aunque todo cllo se ajustara a los pa- rémetros de lo que se consideraban objetivos ideolégicos visiona- tios de Hitler *, Esta peculiar combinacién determiné el creci- micnto de la fuerza auténoma de la autoridad del fithrer y la pro- gresiva radicalizacién de las esferas relacionadas mds estrecha- mente con sus predilecciones ideolégicas. LA REMODELACION DEL ESTADO Sometido al impacto corrosivo de la autoridad “carismatica", superpuesta de modo parasitario a las estructuras formales de go- bierno, el antes muy exaltado Estado alemén era visto ahora, como todo lo demés, en términos puramente funcionales como un medio para alcdnzar un fin (un instrumento para conseguir el éxito de 1a imprecisas aunque indiscutibles concepciones del fihrer un bien que podfa ser desechado a voluntad cuando no sirviera para alcan+ zar el fin exigido, Cuando, en opinién de Hitler, una tarea podfa sion-making process’ in der deutschen Aussenpolitik 1933-1939», en Manfred Fun- ke, ed., Hitler, Deutschland und die Machte, Dusseldorf 1978, pp. 186-204, * Como seflalé un destacado nazi, (ue un caso de «trabajo en favor del fiihrer», Noakes y Pridham, Narism 1919-1945, vol. 2, p. 207. + OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1989 realizarse mejor fuera del aparato del Estado o era demasiado im- portante para ser confiada a los ministros del gobierno y a la ma- quinaria burocrdtica, el Estado era simplemente evitado. Se crea- ban nuevas y poderosas autoridades, dependientes inicamente de Hitler en lo que se referfa a su esfera de competencia y localizadas fuera del aparato del Estado o formando hfbridos con organizacio- nes del partido y el Estado. El Plan Cuatricnal de Goring y el im- perio policial de las SS de’ Himmler fucron los casos mas impor- tantes, Un ejemplo menos conocido aunque notable del extraordi- nario poder que pod{a asignarse a funcionarios aparentemente in- significantes fuera del marco de gobicrno normal era la Cancilleria del fithrer. Creada para atender las peticiones dirigidas a Hitler asf como sus asuntos personales, en 1938-1939 tomaba la iniciativa en la denominada «accién de eutanasia» que, bajo la direccién de personal de la Cancillerfa, provocé la muerte de mAs de 70.000 en- fermos mentales 0 incurables-en Alemania a mediados de 1941 *. También en asuntos exteriores, iniciativas diferentes, a veces enfrentadas y contradictorias, proporcionaron una licencia para impulsos cada vez més duros y pcligrosos. La influencia de un di- plomitico aficionado, Ribbentrop, que sustituyé al conservador Neurath como ministro de Exteriores en febrero de 1938, es un ejemplo *. Los golpes diplomaticos de Hitler entre 1933 y princi- pios de 1938 habian fortalecido de forma desmesurada la posicidn del fiihrer con respecto a las élites conservadoras del ministerio de Eateriores y del éjército, y esos c{rculos —especialmente cn la cri- sis de los Sudetes— se encontraron en minorfa oponiéndose a los peligros inherentes a una trayectoria de agresién exterior. Por otra patte, teniendo en cuenta los continuados éxitos de Hitler, reforza- dos por Ja capitulacién de las potencias occidentales en al Acuerdo de Muhich, los argumentos de esas élites fucron cada vez més difi- ciles de defender. Libre ahora de toda fuerza conservadora, la es- fera de competencia y la propensién de Hitler hacia jugadas peli- grosas en politica exterior quedaban plénamente complementadas por factores estructurales: la intensificacién de las dificultades econémicas y el impulso de la carrera de armamentos. Una vez + Vedse Jeremy Noakes, «Philip Doubler und die Kanzlei des Fubrers der NS- DAP: Beispiel ciner Sonderverwallung im Dritten Reich», en Dieter Rebentish y Karl Teppe, eds., Verwaliung contra Menschenfidhrung im Staat Hitlers, Gbtingen 1986, pp. 208-236. # Véase Wolfgang Michalka, Ribbentrop und die deutsche Weltpolitik 1933- 1940, Munich 1980. Wu es Ls LL Aa Lo l44 ZONA ABIERTA 53. iniciada la guerra, las victorias de los primeros momentos fueron debilitando la oposicién interna que persistfa entre los militares y se dio rienda suelta al instinto de juego. Su expresién mds extraor- dinaria ¢ irracional no fue la apertura de un segundo frente con la invasién de la Unién Soviética, que obedecfa a razones estratégi- cas y econdémicas asf como a objctivos puramente idcolégicos, sino la imprudente y frivola declaracién de guerra a los EE UU en diciembre de 1941: por vez primera, una jugada claramente perde- dora. También en la polftica antijudfa se produjo una fragmentacién de la formulacién de la polftica antes de 1938, alentada por la falta de directrices y de coordinacién de la politica central y por la ca- dena de autoridades enfrentadas con interés.en hallar una «solu- cién a la cuestién judfa» *. Aquf se encontraba por excelencia el espacio de las iniciativas privadas para forzar el ritmo de la radi- calizacién, El objetivo quedé establecido merced al deseo conoci- do del fizhrer de limpiar Alemania de judfos, pero el camino que habla de seguirse para alcanzar el objetivo no quedé nada claro. Esta situacién en sf misma proporcioné el marco para la radicali- zacién desde abajo, sancionada desde arriba. Hitler marcé la pauta mientras otros forzaron el ritmo. En el seno del «carte! del poder» del Tercer Reich, el aparato policial de las SS, que habfa ampliado considerablemente su base de poder, tenfa una raz6n de ser en la consecucién de los objetivos ideolégicos de Hitler, un interés fun- damental en la «cuestién judfa» y una maquinaria administrativa en la oficina de Eichmann para organizar una «solucién a la cues- tién judfa». Su posicién decisiva como «organismo de resolucién de problemas» del régimen, establecida mediante cl aplastamiento de la oposicién interna, se amplié ahora para proporcionar una so- lucién a la «cuestién judfa», sobre ia cual adquirié un control de-* cisivo en noviembre de 1938. Por otra parte, los grupos de po- i » Véase especialmente Karl A. Schleunes, The Twisted Road to Auschwitt, Ur- bana/Chicago/Londres 1970; y Uwe Dietrich Adam, Judenpolitik im Dritten Reich, Disseldorf 1972, El reciente articulo de David Bankier titulado «Hitler and the Po- licy-Making Process on the Jewiss Question», Holocaust and Genocide Studies, 3 (1988) ha demostrado que Hitler desempeié un papel mds activo en la toma de de- cisiones sobre la «cuestidn judfaw en la década de 1930 de lo que hasta ahora se su- Ponta, aunque normalmente sus intervenciones respondfan a iniciativas de otros y, aunque foment6 una implacable radicalizacién, no significé una politica firme y clara, en comparacién con el objetivo que habfa que alcanzar: librar a Alemania de los judfos. -OCTUBRE-DICIEMBRE DE LOY a der de la industria, la burocracia estatal y el ¢jército también esta- ban profunda y crecientemente comprometidos en la polftica anti- judfa. Incluso en los casos en que no forzaron ¢l ritmo, la polftica discriminatoria del régimen no fuc incompatible con los intereses de estos grupos hasta bien entrada Ja guerra, en cuyo momento el componente fundamental de la ideologfa nazi y el m4s cercano a las obsesiones de Hitler habfa.adoptado la forma concreta de «so- lucién final», La irracionalidad del exterminio de los judfos por motivaciones ideolégicas s6lo puede comprenderse desde la pers- pectiva del progresivo debilitamiento del gobicrno ordenado, adaptado a objetivos racionales, por la disposicién para trabajar para alcanzar los objetivos visionarios de un «lfder carismatico» libre de limitaciones institucionales, Las afinidades entre las élites no nazis y los dirigentes nazis no -comenzaron a deteriorarse seriamente hasta las ultimas fases de la guerra, cuando la derrota se presentia y la irracionalidad y arbitra- riedades crecientes de los dirigentes del régimen se consideraron contraproducentes para la perpetuacién del poder social de las éli- tes tradicionales. Incluso en aquellos momentos, muchos habfan «quemado sus naves» y estaban vinculados a Hitler y al régimen por su complicidad activa en una guerra barbara y genocida. Ade- més, la guerra habfa ampliado considerablemente el nimero de los que se habfan bencficiado materialmente del Tercer Reich. Las propiedades estatales fueron divididas como posesiones feudales medievales y entregadas a individuos particulares —no sélo s4tra- pas del partido, sino también mariscales,de campo de la Wehr- macht— * como botin de gucrra o cn concepto de soborno para conservar su lealtad. En esfe artfculo he mantenido que la excepcionalidad del Esta- do nazi-radica no s6lo en las condiciones que permiticron que Ile- gara al poder un outsider como Hitler, al frente de una fuerza poli- tica poco comin, sino también en el car4cter extraordinario, en un Estado capitalista moderno, del tipo de poder que ejercié. Esto culmin6 gradualmente en el predominio de objetivos puramente ideolégicos que, en el fondo, iban en contra de la reproduccién del orden socioeconémico y, de hecho, del propio sistema politico. No + Véanse las importantes «donacionese a Keitel, Guderian, von Leeb y von Reichenau en; Bundesarchiv Koblenz, R431/1087a; y para la politica rezonada de soboro seguida por Hitler para conservar la lealtad, Hildegard von Kotze, ed., He- eresadjutant bei Hitler 1938-1943. Aufeeichnungen des Majors Engel. Stuttgart 1974, pp. 85-86. A a al Pl , i ey 146 ZONA ADIERTA 53 s6lo 1a destruccién a gran escala, sino la autodestruccién eran ve~ ros{milmente inmanentes al «sistema» de poder nazi. EI peculiar modelo de poder que representaba Hitler era résul- tado de una tendencia de la cultura politica burguesa alemana que alcanz6 una significacién desproporcionada, pasando de la perife- ria al epicentro de la vida politica, en las circunstancias coyuntu- rales de una crisis pluridimensional del Estado de Weimar. Para una minorfa, aunque considerable y creciente, las crisis acumula- das desde 1918 habjan significado una experiencia tan traumdtica que rechazé el Estado «racional y legal» y sus formas asociadas de politica en favor de la salvacién que podfan traerles una «religién politica» y su lider misional. Si tenemos en cuenta la naturaleza profunda de las divisiones ideolégicas en el seno de la Alemania de Weimar, el grado de conflicto entre la modernidad muy avanza- da y los valores sociales arcaicos, y el derrumbamiento de las tan encomiadas ambiciones nacionalistas ¢ imperialistas, no debe sor- prendernos que la «religin politica» se considerase una lucha fun- damentalista sin cuartel y hasta el fin entre el «bien» y el «mal», en la que la «comunidad carismatica» estaba dispuesta a someterse totalmente al «espfritu rector» de su Ifder. La fe de los adeptos no fue suficiente para llevar'a Hitler al poder, pero fue un factor de importancia vital a la hora de «trabajar en favor del ihrer» duran- te el Tercer Reich, Ni una crisis econédmica importante ni la inestabilidad crénica del gobierno habrian sido suficientes por sf mismas para ponet fin a la democracia de Weimar. Pero la profunda crisis de legitima- cidh, reflejada en la pardlisis y la destruccién progresiva de un sis- tema parlamentario y pluralista, y Ja crisis paralela de tas élites polfticas, dispuestas a destruir el sistema parlamentario y capaces de hacerlo pero incapaces de constrvir una base de masas alterna- tiva y viable para el sistema autoritario, brindaron el «espacio, po- I{tico» en el cual el nazismo pudo convertirse en arma deseabl¢ de la ofensiva de la élite contra la izquierda *. La necesidad de tesol- ver el conflicto mediante la represién de los «enemigos del Esta- do», unida a una exaltacién de la «unidad nacional», otorgaton a «Hitler un instrumento importante en las luchas por el poder dé fi- nales de 1932 y principios de 1933. El fracaso de las estrategias + Sobre el concepto de «espacio politico, véase Juan J. Linz, «Political Space and Fascism as a Late-Comers, en Stein Ugelvik Larsen, Bernt Hagtvet y Jan Pet- ter Myklebust, eds., Who Were the Fascists?, Bergen/Osto/Tromso 1980. OCTUBRE-DICIEMBRE DE LY8Y ae alternativas de las élites explica el extraordinario espacio para la maniobra que ya hab{a logrado la camarilla que rodeaba al presi- dente del Reich Hindenburg, en especial al disidente von Papen, que desempeiié cl papel decisivo en la instalacién de Hitler en cl poder el 30 de cnero de 1933. Una alternativa en forma de dicta- dura militar, que habrfa puesto en prdctica sin duda politicas reac- cionarias y represivas pero que habrfa evitado la peor solucién —el gobierno de Hitler—, fue posible hasta el mismo momento de Ja designacién de Hitler. Al llegar al poder en estas condiciones, cl nuevo tipo de lide- razgo polftico que encarnaba Hitler ofrecia a las élites un instru- * mento para la aparente solucién de la crisis y la reafirmacién de su base de poder social. La aceptacién por la élites del liderazgo de nuevo estilo, por otra parte, dio a Hitler la iniciativa en el «cartel del poder», La mayor parte de los triunfos estaban en sus manos, aunque no lo pareciera cuando accedié a la Cancillerfa. La masiva popularidad de Hitler, que é1 siempre pudo avivar mediante un nuevo «éxito» espectacular, fue una fuente fundamental de fuerza. Otra fue la fragmentacién del gobierno y la construccién de com- plejos de poder de importancia crucial que dependian estrecha- mente de Ja autoridad de Hitler y estaban destinados a tratar de al- canzar los que se percibfan como sus objetivos ideolégicos. Por lo tanto, cl Estado «normativo» sucumbié gradual pero inexorable- mente a las usurpaciones que habfa sufrido en virtud de medidas “ejecutivas asociadas a la concepcién del lider «carismatico» *, Es- ta superposicién de una «autoridad carlsmiatica» irracional a una forma de Estado moderna, avanzada y burocratica alcanz6 su apo- geo en el asesinato en masa de los judios. Si Hindenburg no hubiera confiado el poder en encro de 1933 a Hitler sino a una dictadura militar, y si dicho régimen hubiera per- manecido en el poder (lo cual es intrinsecamente dudoso), casi con seguridad se habrfan puesto en prdctica una politica exterior revi- sionista y alguna forma de discriminaci6n racial, especialmente contra los judios. Pero con cualquier persona distinta a Hitler co- mo jefe del gobierno alemén, las posibilidades de guerra europea generalizada habrfan disminuido en gran medida. Y sin Hitler, apenas puede concebirse que la discriminacién contra los judios hubiera conducido al asesinato de millones de ellos en la «solu- * Sobre el dualismo del Estado enormativo» y «ejecutivo», véase Ernst Fraen- kel, The Dual State, Nueva York 1941, 148 ZONA ASIERTA 53 cién final», Esta especulacién no pretende personalizar la «culpa» en Hitler, sino sugerir que la excepcionalidad del Estado nazi no “puede separarse de la excepcionalidad de la figura de su Ifder. Sin embargo, esa excepcionalidad reside menos en el hecho de que Hi- tler fuera un individuo extraordinario y extraiio que en la forma caracterfstica de autoridad politica que encamaba y en su impacto corrosivo en el Estado mds avanzado econémica y culturalmente de Europa. Foes cit aL Ly Noa Vy

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