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Gilles Lipovetsky La sociedad de la decepcién Entrevista con Bertrand Richard ‘Traduccin de Antonio-Prometeo Moya FA EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA “Tied ec ogi Loci de eexpon Les eidoos Towa Pa, 2006 hag publi ae canard Ministre agit ‘hag dea care Cone Nation di Lie Pica com lp de nicer cle. ‘Cala Coe Naina del Ere Dis cd coli Julio Via Tracie: foto © DR Prima ein may 2008 (© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A, 2008, Pd de Creu, 58 ‘05034 Bsredona ISON; 978-86-399.0276-8 ‘Depésic Lega B, 18505-2008, Prine in Spain Uecdples S.1.U, cs BV 2249, km 74 -Polipone Toxsenlando 5791 Sane Levene d Harane INDICE Preficio, por Bertrand Richard LA ESPIRAL DE LA DECEPCION .. : ‘Conocemos las «culeuras de la vergiien- 2a» y las wculturas de la culpa». Pero con el hedonismo actual, aunado con cierto vespiritu de la épocan hecho de ansiedad y Violencia en las relaciones sociales, se pone en marcha una auténtica maqui- naria de la decepciéa. Los individuos se ven ante exigencias contradictorias ati- zadas € histerizadas por el hiperconsu- mo. En contra de las ideas dominantes, donde més se nota la decepcién es en la parte de los deseos no materiales, Expli- caciones. 9 15 CONSAGRACION ¥ DESENCANTO DEMOCRATICOS Bape ‘Los comportamientos consumistas han alcanzado la esfera politica, Al mismo tiempo, el éxito de la democtacia libe- ral ha menguado el entusiasmo por lla, De ahf una pregunta ins6lita: gno seré la democracia un bien de consumo como cualquier otro? Gilles Lipovetsky sondea @ la ciudadanfa hipermoderna, que es capaz de combinar e! abstencio- nismo més veleidoso con la indigna- cién més sincera ante la sospecha de que se atacan los principios del derecho y Ia libertad. Regreso al cédigo genéti- co de nuestras democracias, LA ESPERANZA RECUPERADA. .. coe El pujante movimiento de hiperconsu- mo que integra y absorbe los deseos mas potentes del género humano tras- torna todos los puntos de referencia morales heredados, codavia operatives hace cincuenta afios. De modo que lu- char frontalmente contra el capitalismo consumista no parece sélo ineficaz, sino también ilusorio. Con epasiones contra pasiones» conseguiremos mantener ale- jada la hidra consumista, 59 99 PREFACIO Hubo un tiempo no muy Iejano en que el pesimismo finisecular de un Arthur Schopen- hauer se expresaba asi: «La vida es un péndulo que oscila entre el suftimiento y el tedio.» Des Esseintes, el célebre ¢ inquieto héroe de A rebours de Joris-Karl Huysmans, paseaba su languidez en una época en que el progreso habia matado el suefio, en que la democracia burguesa habia so- cavado la revuelta, en que los jévenes dividos de aventuras Hegaban demasiado tarde a un mundo demasiado viejo. Ya estaba en marcha la decep- cidn para quien se contentaba con tomarse un vaso de cerveza junto a la Estacién del Norte en ‘vez de hacer un viaje de verdad a Londres, dema- siado fatigoso. Al caracterizar nuestra sociedad hipermoderna como «sociedad de In decepcién», gest Gilles Lipoversky, analista de la hipermo- dernidad, demostrando algo evidence, algo que 9 tiene ya més de un siglo y. continuadores actua- les, de Cioran a Houellebecg, representantes de tun mismo malescar? Evidentemente, el autor de La ena del vacto no oculta que la decepcién es en todo momento ese no-ser-del-todo, esa insatisfuccién existen- cial que arraiga alli donde hay algo humano. Pero para afiadir enseguida que la decepcién moderna se ha radicalizado y multiplicado 2 un nivel desconocido en la historia de Occidente. or qué? Somos quizd més metafisicos y mas propensos al hastio que nuestros predecesores? Seguramente no. Ms bien es que no vivimos {integramente en el mismo mundo. La moda, el hedonismo, el nomadismo tecnoldgico y afecti- vo, el individualismo explorador, sostenidos y exaltados por el consumo, hilo de Ariadna de los trabajos de Gilles Lipovetsky y su clave para in- terpretar nuestra modernidad, nos responsabi zan de nuestra felicidad de manera creciente y al mismo tiempo nos someten a unas exigencias algo dictatoriales que saben vendernos, Cuanto mas dominamos nuestro destino individual, més posibilidades tenemos de inventar nuestra vida, més accesible nos parece la armonfa y més inso- portable y frustrante nos parece su terca negativa a presentarse. Esto es el imperio de la decepciéi esta libertad, vigente en sodas las esferas de la vi- da humana, con fondo de rigor liberal y con la 10 escatologia por los suelos. De aqui la «fatiga de ser uno mismo, las casas de suicidio en alza, las depresiones, las adicciones de coda indole... De esta configuracién surge bisicamente una ten- dencia, no tanto al cinismo cuanto a una forma de pasotismo endurecido y sombrfo que nos con- vierte en los nitios mimados de las sociedades de Ja abundancia. Con tanto consumir acabaremos consumiendo tambien los bienes materiales y s- pirituales que muchas otras generaciones de seres humanos se esforzaton por conseguir. Entre el incesante despilfarro de unos y la tranquila indi- ferencia a la democracia de otros, ya no seremos dignos de las conquistas de nuestros predeceso- res. Pero en Gilles Lipovetsky no se encontrar4 ninguna interpretacién moralizante 0 metafisica de esa era de la decepeidn, sino una agude- za pascaliana para distinguir cudles son sus com- petencias, sus ambivalencias y también sus im- previstos. Es una tentacién, sin duda, sentar al ultraconsumo en el banquillo por esta nuestra agresiva y decepcionante manera de entender la oposicidn clisica entre el materialismo malo y la salvacién por las cosas del alma y el espititu, ‘Manera también de eludir el anilisis concre- to de la porcién de nuestra época que no es atri- buible a una sola identidad: pues qué pensar, dentro de una Idgica puramente despectiva de la modernidad, de la explosién actual del volunta- ul riado y las asociaciones, por ejemplo? Y lo que hoy nos decepciona, nos dice Gilles Lipovetsly, no son forzosamente los bienes materiales, Un ffi- gorifico no tiene vida y por poco que cumpla su isin sarisfactoriamente seguird siendo él mis- mo y no decepcionard. {Se deberi la amarguta a Ja comparacién con las posesiones de otro? Esto ‘ya no es tan matemitico y se puede sentir tanto placer en comprar un Logan como un exquisito Jaguar. No, nos decepcionan mucho més los ser- vicios piiblicos, los productos culturales ~siem- pre nos edecepciona» tal o cual pelicula, tal 0 cual libro y los misterios insondables del amor, de la sexualidad, la intensidad vibratoria de nues- tras existencias, a menudo obstaculizada. Lo que rnos toca lo mds inmacerial, lo mis especifica- ‘mente humano, eso es lo que nos hace derramar lagrimas. :Y c6mo no sentimnos decepcionados, hetidos, dolidos con nuestras Iaboriosas demo- cracias, cuando, pese a tener por wcédigo genéci- cor los derechos humanos, dejan cantos sufri- miientos intactos? Gilles Lipoversky navega por este laberinco guardindose mucho de juzgar. Este pensador at pico, al margen de las guerras de ideas, al que aburten los sistemas y al que las sutilezas del pen- samiento puro dejan estupefacto, busca en los heechos los rasgos elementales de nuestra existen- cia real. En los iltimos afios su mérodo ha ad- 12 quirido una innegable sensibilidad a lo que frus- twa, alo que malogra, a lo que melancoliza la vida, y eso que se le venfa reprochando que era un optimista a machamartillo, Es cierto que em- pezé a escribir, en 1983, con Ia voluntad de opo- nerse (para contrarrestarlas) a las escuelas de la sospecha que estaban en boga cuando estudiaba filosofia. Es cierto asimismo que este sibarita que se pasea por las ciudades ebservando la publicidad, alas mujeres, las modas, a variedad de compor- tamientos y placeres de unos y otros, ha pensado siempre que en nuestras opciones y en nuestros actos habia muchfsima més libertad de lo que querrian reconocer los hermeneutas de Ia. domi- nacién. De todos modos, su trabajo ha consisti- do siempre en desencerrar los detalles a menudo contradictorios de nuestras existencias, aunque sea a costa del aparato ceérico, que le erae sin cui- dado. ¥ ahi esté el hecho de que la era del consu- ‘mo, del chiperconsumor, como dice él, ha modi- ficado nuestra vida infinitamente més que todas Jas filosofias del siglo XX juntas. Para bien o para mal. Para bien porque, sepiin él, en su funciona- miento hay mucho més liberalismo que en todas Jas actividades de los movimientos antipublicidad, ya que, por ejemplo, nos libera de la dictadura de las marcas organizando el low cost; para mal, porque hoy todo o casi toda se juzga con esque- ‘mas que son los del consumo: relacién calidad 13 precio, satisfaccién/desagrado, competicién/attin- conamiento. Y la verdad es que nada de esto nos hace mis felices. Pero como no pods haber «fin de la Historian, y para Gilles Lipovetsky menos que para los dems, es licito trabajar para que la fiebre consumista, los excesos que le son propios, no sean més que una indisposicién pasajera de la humanidad, Berrranp RICHARD 14 LA ESPIRAL DE LA DECEPCION Gilles Lipovetsky, a juzgar por ta acogida de sus obras y a pesar del tieulo de lx primera, La era del vacio, parece que lo que damina en usted es el optimismo, Inclusa se le ha reprochado que no se interese por los problemas de la vida social actual Sin embargo, en sus dos tilsimos libros, Los tiem pos hipermodernos y La felicidad paradgjica, hay un pesimismo latente, coma si le inguietase por dinde va el mundo. Qué piensa usted? Quizd sea itil recordar el contexto intelec- tual en que eseribs La era del vact. A fines de los afios setenta y principios de los ochenta, el mat xismo estaba en el centro de la palestra intelec- tual. Los problemas de la «false concienciay, la alienacién y la manipulacién estaban a la orden del dia. Siguiendo a otros investigadores © coin- idiendo con ellos (Louis Dumont, Claude Le- 15, fort, Frangois Furet, Marcel Gaucher, Luc Ferry, Alain Renaut), estas recetas me resultaban cada vex mis inttiles para comprender el funciona~ miento de las sociedades desarrolladas. La relec~ tura de Tocqueville desempefié aqui un papel crucial, puesto que permitfa analizar fa sociedad democritica e individualista como algo més que un epifendmeno sin consistencia o la expresién pura de Ja economia capicalista. Asi, siguiendo este camino, me dediqué a descifrar la nueva con- figuracién de las sociedades democriticas, trans~ formadas en profundidad por lo que lamé «se gunda revolucién democrética. Eso iba contra los andlisis de Foucals, pero también contra los de los situacionistas, que insis~ tan en la programacién tensacular de los euerpos y las alae. Totalmente. Alli donde estos autores y mu- cchos otros denunciaban, bajo las imposturas de la democracia liberal, el control totalitario de la cexistencia, yo destacaba el nuevo lugar del indivi- duo-agente, la fuerza autonomizadora subjetiva impulsada por la segunda modernidad, la del consumo, el ocio, el bienestar de masas. Ya no era apropiado interprecar nuestra sociedad como ‘una maquina de disciplina, de control y de con- dicionamiento generalizado, mientras la vida pri- 16 vada y piiblica parecia més libre, més abierta, mds estructurada por las opciones y juicios in viduales. Contra las escuelas de la sospecha, quise destacar el proceso de liberacién del individuo, en relacida con las imposiciones colectivas, que se concretaba en la liberacién sexual, la emanci- pacién de las costumbres, Ia ruprura del compro- miso ideolégico, la vida a la carta». El hedonis- mo de la sociedad de consumo habia sacudido los cimientos del orden autoritario, disciplinatio y moralista: La era del vacto proponia un esque- ‘ma interpretativo de esta «corriente de aire fres- cov, de esta edescrispacién» -término giscardia- rno-, que se observaba en las formas de vida, en la educacién, en los papeles sexuales, en la rela- cién con la politica, De abi la impresién de opti- mismo que produjo este primer libro, y los que le siguieron. En otras palabras, por oponerse alas escwelas de 1a sospecha sus lectores pensaron que era usted opti- isi algunos dijeron gue un defensor demasiado ingenuo dela modernidad. Si. El optimismo que se me atribuyé proce- ia de andlisis que rechazaban las cantilenas de la alienacién y el control programado de la vida pot el capitalismo burocratico. 7 Fue wna imipresin fase? No, en absolute, Pero @ los lectores un poco atentos no se les escapd que la revolucién indivi- dual-narcsista no era un fenémeno totalmente positivo. Si el oprimismo a propésito de la aventu- ra democritica de la libertad era real, no lo era tan- to en zelacién con la felicidad de los individuos: basta leer ls dkimas paginas de Elimperio deb ef- ‘mero para convencerse. Yo me he negado siempre ala denuncia apocalipt 3d demasido ic Lo que sean las sociedades deiocriticas actuales no justifiea, desde mi punto de vist, la demonizacién de que son objeto. Yo quieto teotizar una realidad plural, polidimensional, por lo demés raramente vivid, por ejemplo por sus detractores profesiona- Jes, como un infiemno absoluro. Nuestro universo social nos da derecho a sera la vez optimistas y pe- simistas. No hay contradiccidn: todo depende de Inesfera dela realidad de que se hable As! pues, el cambio de acento que sefalé us- ted al principio de la entrevista es real. Se explica por dos series de fenémenos. En primer lugar, ef entusiasmo liberacionista se ha esfumado: la emancipacién dé los individuos, ya conquistado, no hace sofiar a nadie. Luego tenemos el aire de Ia época, caracteriaado por Ia mundializacién y la ideologta de la saluds es menos ligero y esté cada vvex. mds cargado de incertidumbre e inseguridad 18 El hedonismo ha perdido su estilo triunfal: de un clima progresista hemos pasado a una atmésfera tencia se aligerabar-ahorr todo vuelve a ctisparse la sociedad del entretenimiento y el bienestar convive con la intensificacién de la dificultad de vivir y del malestar subjetivo, Conviene recordar que yo no escribo libros de filosofia pura: yo sélo quiero explicar las légicas que orquestan las trans- formaciones del presente social e histérico desde tuna perspectiva a largo plazo. No hay ninguna cul- tura individualista que sea inmutable, ninguna socioantropologiz democritica sin problemas ni tapas histéricas. La época ha cambiado y mis li- bros acusan este cambio. Pero se trata sélo de wfelicidad paradéjicas? No estamos de peor humor? ¢No sentimas una es- ppecie de decepcién permanente en este mundo nio- nnopolizado por el hedonisma del Homo festivus, escrito por el lorado Philippe Muray? Con el tema de la devepcién pone usted el dedo en una profunda llaga de la vida en les 50- ciedades actuales. Aprovechando Ia ocasién, me gustaria repasar y explorar con usted este «conti- enter de nuestro tiempo, tan importante como insuficientemente analizado. 19 Naturalmente, como muchos otros sen mientos, la decepcién es una experiencia univer- sal. Coma scr descante cuya esencia es negar lo que es Sartre decis que el hombre 0 €5 To qué es yes lo que no es-, el hombre es un ser que es- ‘cepein. Deseo y decepcién van juntos, y pocas veces se salva la distancia que hay entre la espera y lo real, entre el principio del placer y el princi- pio de realidad. Pero aunque la decepeién forma parte de la condicién humana, es preciso obser- var que la civilizacién moderna, individualista y democratica, le ha dado un peso y un relieve ex- cepcionales, un Area psicolégica y social sin pre- cedentes histéricos. Los filésofos pesimistas de los dos iltimos siglos (Schopenhauer, Cioran) niegan la posibilidad de la felicidad, ya que el deseo y la existencia sélo pueden conducir a una decepcién infinita. De Balzac a Stendhal, de Mus- set a Maupassant, de Flaubert a Céline, de Chéjov a Proust, los temas del tedio, el resentimiento, la frustracién, la vida malograda, las wilusiones per- didas», los sinsabores de la existencia recorren la literatura moderna. En qué otra época habria podido escribirse aquella frase inmortal de Ma- Iarmé: «La carne es triste, ay, y ya he lefdo todos los libros»? Pero atin hay mis: todo indica, inclu- so més alld del espejo de la literatura, que la edad moderna ha contribuido a precipitar las desilu- 20 siones de las clases medias, a multiplicar el nuime- ro de descontentos y amargados por una realidad que no puede coincidir con los ideales democréti- cos. Se ha salvado otra etapa suplementaria, ya ningtin grupo social esté a salvo de Ja catarata de decepciones. Mientras que las sociedades tradic nales, que enmarcaban estrctamente los deseos y Jas aspiraciones, consiguieron limitar el alcance de la decepcién, las socicdades hipermodernas apa- recen como sociedades de inflacén decepeionan- uz, Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, Ia vida coti- diana es una dura prueba. Mas atin cuando la calidad de vidav en todos los dmbitos (pareja, se- xuilidad, alimentacién, hébitas, entorno, ocio, exc.) es hoy el nuevo horizonte de espera de los individuos. ;Cémo escapar a la escalada de la de- cepcién en el momento del wcero defectos» gene- ralizado? Cuanto més aumentan las exigencias de mayor bienestar y una vida mejor, més se ensan- chan las arterias de la frustracién. Los valores he- donistas, la superoferta, los ideales psicolégicos, los rfos de informacién, todo esto ha dado lugar a tun individuo més reflexivo, més exigente, pero también mds propenso a sufrir decepciones. Des- pués de las «culturas de la vergitenza» y de las culeuras de la culpa», como las que analizé Ruth Benedict, henos ahora en les culeuras de la ansie- dad, la frustracién y el desengafio, La sociedad 21 hipermoderna se caracteriza por Ia multiplicacién y alta frecuencia de las decepciones, tanto en el aspecto piblico como en el privado. Tan cierto 5 que nuestra época se empefia en forografiar sistemdticamente el estado de nuestros chascos mediante multitud de sondeos de opinién. El crecimiento del dominio de la decepcidn es con- temporineo de la medicién estadistica del humor de los individuos, de la cuantificacién regular del optimismo y el desénimo de los empresatios y los ciudadanos, de los asalariados y los consumi- dores. Sein eso, sno seré la sociedad de la decepcién la cabeza de puente del desencanto maderno del mundo? Efectivamente. El otro gran fenémeno en que se basa el concepto de civilizacién decepcio- nance es la desregulacién y debilitamiento de los dispositivos de la socializacién religiosa en las so- ciedades hiperindividualistas. Es sabido que la religién no ha impedido jamés las angustias de Ia amargura, pero nadie negard que, en su mo- mento de preponderancia, consiguié crear un re- fugio, un puerto de acogida, un sostén sélido para las penalidades de la existencid. Aunque la fe en Dios no desaparezca, todo indica que la re- ligién ya no tiene la misma capacidad consolado- 22 1, Sélo el 18% de los franceses cree «totalmen- ter en el cielo y el 29% en la vida exerna s6lo dice rezar habitualmente el 20%; la costumbre de rezar habitualmente en la franja de los 18-24 alios ha bajado al 10%. Ance la decepcién los in- dividuos no disponen ya de hibitos religiosos ni de creencias slaves en mano» capaces de aliviar sus dolores y resentimientos. Hoy cada cual ha de buscar su propia tabla de salvacién, con de- recientes ayudas y consuelos por parte de la re- lacién con lo sagrado. La sociedad hipermoderna es la que multiplica las ocasiones de experimen- tar decepcién sin oftecer ya dispositivos «institu cionalizados» para remediarlo. Pero evitemos un malentendido: con la idea de sociedad de la de- cepcién no estoy sugiriendo una época de des- ‘moralizaci6n infinita. Aunque abundan las frus- traciones, tampoco faltan razones para esperar, La desagradable experiencia de la desilusién se difunde sobre el telén de fondo de una cultura desbordante de proyectos y placeres cotidianos. Cuanto més se multiplican las vivencias decep- cionantes, mds numerosas son las invitaciones a no quedarse quietos y las ocasiones de discraerse y gozar. Para combatir la decepcién, las socieda- des wadiconaleytentan a consueo ielipios; Ts a incitaci6n_inces mit, a gozar, a cambiar. Tras las «técnica» reguladas colectiva- — 23 mente por el mundo de la religidn, han llegado las emedicaciones» diversificadas y desreguladas del universo individualista en régimen de auto. servicio. 2 Qué grandes herramientas tebvicas bay para ddescifar la decepcién propia de los Modernos? En el siglo x1X hubo dos grandes pensadores que subrayaron la expansién y lz nueva fsonomia de la decepcién vigente en los tiempos moderrios. Para Alexis de Tocqueville el autor de La demo. cracia en América, Ia abolicién de las prerrogati- vas de nacimiento fomenté el deseo de elevarse, de salir de la propia condicién, de adquitir sin ce. sar nuevos bienes materiales, reputacién y poder: la igualdad de condiciones teansformé ia ambi- cin en un sentimiento universal ¢ insaciable. Pero con la apertura de nuevas esperanzas se multipli- can las frustraciones y Jas envidias: los individuos se sienten heridos por las desigualdades més ni- ‘mis, nadie soporta que el vecino tenga mas que tuno. Los goces materiales son numerosos, pero sds lo son los sentimientos de desdicha que pro- ducen los goces ajenos. De este modo, nos dice Tocqueville, el aumento de los bienes materiales, lejos de reducir el descontento de los hombres, tiende a elevarlo. Crecen fa insatisfaccién y In frustracién, mientras que las desigualdades pier 24 den terreno y se difunden las riquezas materiales Por este motivo, ‘en las sociedades igualicarias wse frustran mds a menudo las esperanzas y los de- seos, se agitan ¢ inquietan més las almas y se agu- dizan las preocupaciones» (La democracia en América, 1835-1840). ‘También Emile Durkheim puso de relieve el alcance de In decepcién y el descontento en las modernas sociedades individuialistas, que, a causa de su movilidad y su anomia, ya no ponen limi- tes a los deseos. En les sociedades antiguas, los individuos vivian en armonfa con sw condicién social y no deseaban més que lo que podfan es- perar legitimamente: en consecuencia, las decep- ciones y las insatisfacciones no pasaban de cierto umbral. Muy distintas son las sociedades moder nas, en las que los individues ya no oa qué es sible y qué no, qué aspiraciones son legitimas Y eules excesivas: «sofiamos con lo imposible. Al no estar ya sujetos por normas sociales estrictas, los apetitos se disparan, los individuos ya no es. in dispuestos a resignarse como antes y ya no se contentan con su suerte. Todos quieren superar Ja situacién en que se encuentran, conocer goces y sensaciones renovadas. Al buscar la felicidad cada vez més lejos, al exigir siempre més, el indi- viduo queda indefenso ante las amarguras del presente y ante los suefios incumplidos: «Conti- ‘nuamente se conciben y frustran esperanzas que 25 dejan was de sf una impresién de cansancio y de- sencanton (El suicidio). Alli donde Tocqueville vela el aumento de la decepcién en el seno de uuna sociedad que favorecta «los pequefios place- res tranquilos y permitidos», Durkheim se fija en la cenfermedad del infinivo» (ibid), que, desen- cadenada por la pérdida de aucoridad de las nor mas sociales, genera una profunda decepeién. Qué nos permite hay diagnosticar el erecimien- to dela decepci6n? nidad, el momento actual se caracteriza por In desuropizacién o In desmitificacién del fueuro. La modernidad triunfance se ha confundido con tun desatado optimismo histérico, con una fe in- quebrantable en la marcha irreversible y conti- ‘nua hacia una wedad de oro» prometida por la di- ndmica de la ciencia y la técnica, de la razén o la revolucién. En esta visién progresista, el faruro se concibe siempre como superior al presente, y las grandes filosofias de la historia, de Turgot a Condorcet, de Hegel a Spencer, han partido de fa idea de que la historia avanza necesariamente para garancizar la libertad y la felicidad del géne- 10 humano, Como usted sabe, las tragedias del siglo Xx, y en la actualidad, los’nuevos peligros recnolégicos y ecolégicos han propinado golpes [ Ala escala de Ia historia secular de la moder- 26 muy serios a esta creencia en un futuro incesan- temente mejor. Estas dudas engendraron la con- cepcién de la posmodernidad como desencanto ideol6gico y pérdida de la credibilidad de los sis- temas progresistas. Dado que se prolongan las es peras democriticas de justicia y bienestar, en nuestra épaca prosperan el desasosiego y el de- sengaiio, la decepcién y la angustia. ;¥ si el fueu- 10 fuera peor que el pasado? Een este contexto, la creencia de que la siguiente generacién vivird mejor que la de sus padres anda de capa caida. En 2004, el 60% de los franceses se mostraba optimista respecto de su futuro, pero sdlo el 34% tenfa la misma confianza en el de sus hijos. No olvidemos, sin embargo, que este pesimismo no ¢s isresistible: el 80% de los estadounidenses cree que sus hijos vivirin por lo menos al mismo nivel que sus padres Nuestra época exté puer caracterizada por la desapariciin de las grandes ueoplas futuristas. :No cree que habria que hablar, hoy mée-que nunca, de las edesilusiones del progres», que decta Raymond Aron? La ciencia y la técnica alimentaban la espe- ranza de un progreso irreversible y continuo: hoy despiercan la duda y Ia inquietud con la destruc cid de los grandes equilibrios ecolégicos y con a las amenazas de las industrias tansgénicas. La caida del muro de Berlin y el librecambismo pla- netatio debfan traer crecimiento, estabilidad, re- duccién de la pobreza. El resultado ha sido, so- bre todo en Africa, en América Latina y otros lu- gates, el aumento de la miseria y el estallido de crisis econémicas y financieras. En cuanto a la rica Europa, hay paro crénico de masas y més precariedad en los empleos. Los derechos socia- les protegian desde siempre mejor a los trabaja- dores: hoy vemos las sacudidas del Estado-pro- videncia, la reduccién de la proteccién social, cl cuestionamiento de las conquistas sociales. Se pensaba que las desigualdades se reducirfan pro- gresivamente en virtud de una especie de «ten- dencia ala media» de la sociedad: pero las de- sigualdades aumentan, Ja movilidad social dismi- rnuye, el ascensor social esté averiado. Por todas partes reaparecen los extremos y se fortalecen, en- tre los mds despojads e incluso en ciertos sectores de a clase media, con Ia sensacién de desclasa- miento social, de fragilizacién del nivel de vida, de una forma nueva de marginacién, La légica del «anejor todavias ha sido sustituida por la desorien- tacién, el miedo, la decepcién del «cada vez me- nos». En toda Europa crece la impresién de que Jas promesas del progreso no se han cumplido. En Asia, la mundializacién se recibe con confian- za en el futuro. No asi en Europa, y menos en 28 Francia, donde las desregulaciones liberales gene ran descontento y decepcién, miedo y a veces re- vuelta, Usted ba escrito algo terrible en La felicidad paraddjica: «Una de las ironias de la época es que dos excluidos del consumo también son una especie de hiperconsumidores :Qué conclusiin hay que sacar de esto? {Que el consuma sobrecargado acultu- ra, castra, aboga toda pasibilidad de revuelta? Ta pobreza de nuestros dias no es la del pas do, Antafio, los desheredados lo eran casi de na- cimiento, Hoy ya no ocurre asf. Todo 0 casi todo el mundo vive en un contexto de apremio de las necesidades y de bicnestar, todo ef mun- do aspira a participar en el orbe del consumo, el ocio y las marcas. Todos, al menos en espititu, rnos hemos vuelto hiperconsumidores. Los edu- cados en un cosmos consumista y que no pueden tener acceso a él viven su situacién sintiéndo- se frustrados, humillados y fracasados. Solicitar ayudas sociales, econominar lo esencial, privarse de todo, vivir con fa angustia de no llegar a fin de mes: aquf, la idea de decepcién es sin duda in- suficiente, dado que se conjuga con vergtienza y autorreproche, La civilizacién del bienestar de masas ha hecho desaparecer la pobreza absoluca, pero ha aumentado la pobreza interior, la sensa- 29 cién de subsistir, de sub-existir, entre quienes no paricipan en la afiesta» consumista prometida @ todos. En cuanto a la revuelta «castrada», ya se ha- blaba de ella en los afios sesenta. Marcuse decia que el consumo habia conseguido integrar a la clase obrera creando un hombre unidimensional que no se oponfa ya al orden de la sociedad ca- pitalisca. Sin embargo, este andlisis presenta difi- cultades. En primer lugar, vuelven las denuncias radicales del mercado y de la técnica. A conti- rnuacidn, que la idea de rupeura revolucionaria ya no es crefble, pero no por eso se ha embotado en absoluto la capacidad de critica social. La verdad es que se ha generalizado en el conjunto de esfe- ras de la vida social. Matrimonio entre homose- >xuales, la droga, las madres de alquiler, la alimenta- cidn, las modalidades de consumo, los programas de tclevisién, el velo iskimico, fa construccién eu- ropea, el trabajo dominical; zqué dominio esca- pa ya al cucstionamiento y la disensigo? Aunque i perspectiva revolucionaria no esté ya vigente, la vuianimidad” en Tas opiniones ho es To quénos~ ‘amenaza, All margen de las heridas infligidas por el sub- consumo, gio recibe también frontalmente el uni verso laborat la onda expansiva de la decepcién? 30 No cuesta imaginar el resentimiento de los jévenes que estén inactivos durante afios 0 que ‘van de miniempleo en miniempleo, de cursillo en cursillo, sin acceso a Ia sociedad de hiperconsumo y, en definitiva, sin ganarse la propia estima. En tl otro extremo de Ia existencia, con el paro per- petuo de personas de més de cincuenta afios, ob- servamos también mucha decepcién: jodmo no estar amargados cuando nos Sentimos «tirados después de usados, cuando nos hemos vuelto sinserviblesy, inttiles para el mundo? Ante esto los individuos se sienten humillados y fracasados a nivel personal, alli donde antafio estas situacio- nes se vivian como destino de clase. Hoy, el éxito fo el fracaso se remicen a la responsabilidad del individuo. De pronto, la vida entera se nos pre- senta como un gran desbarajuste, con el sufti- miento moral de no estar a fa altura de la tarea de conscruimos solos. Por lo demés, ni siquiera los que tienen traba- jo estan totalmente libres de desilusidn. Muchos estudios sefialan actualmente la presencia de «de- presiones» eiitre los directivos: estin estresados y se han vuelto escépticos, descontentos ¢ indife- rentes: ellos son los nuevos decepcionados de la empresa. Los que tienen titulo distan de ocupar puestos 2 la alcura de sus ambiciones. Al mismo tiempo, aumenta el ntimero de asalariados que se quejan de no ser debidamente valorados por sus 31 supetiores y de no set respetados por los usuarios ylos clientes. En la accualidad, la sfalta de recono- Cimiento» figura en segundo lugar (decrés de las presiones por la eficacia y los resultados) como factor de riesgo de la salud mental del individuo en el trabajo. El aumento de la decepcisn no deri- va mecinicamente de los despidos, las deslocaliza- ciones o la gestién estresante del potencial de cada individuo: arraiga igualmente en los ideales indi- Vidualistas de plenitud personal, vehiculados a gran escala por la sociedad de hiperconsumo. El ideal de bienestar ya no se refiere sélo a lo mate- rial: ha ganado el pulso en la propia vida profesio- nal, que debe llevar a buen cérmino las promesas de realizacién personal. Ya no basta con ganarse la vida, hay que ejercer un trabajo que guste, rico en contactos, con «buen ambientev. De aqui el cre- ciente desfase entre las aspiraciones a la realizacién de uno mismo y una realidad profesional a menu- do estresante, ofensiva o fastidiosa, A medida que se destradicionaliza, la actividad profesional se vuelve una esfera més decepcionante, aungue los asalariados no acaben de reconecerlo. Casi todos dicen que son «felices en el trabajo y que «on- fan en la empresa», pero, mira por dénde, creen {que los demés se sienten infelices e insatisfechos. eDirla usted que el fracaso de las filosofias mo- rales dela flicidad es mds responsable de la decep- 32 citn que el endurecimiento neoliberal al que se en- frentan los individdivs? Los dos fenémenos se conjugan juntos y se potencian entre sf. La exigencia de vealizarse y ser felices se intensifica incluso cuando las dificulta- des objetivas aumentan un punto. Bajo el efecto de esta confluencia, la decepcién es una expe- riencia que se extiende, EL neoliberalismo no es el tnico generador de decepcibn, también tenemos el sistema escolar. Cre- ce la conviecién de que la excuela ya no permite as- cender en la escala social, que ls teulos ya no ga- rantizan la obtencién de un empleo de calidad. ¥ a veces, cuando se procede ce un barrio diftil, los ti tulos ya no permniten tener empleo de ninguna clase. La verdad es que esa idea carece de fiunda- mento sélido, porque los titulados tienen més oportunidades de introducizse en la vida profesio- nal que los que carecen de referencias acacémicas Sin embargo, es innegable que hoy los tirulos no permiten tanto como durante la Treintena Glo- riosa [1945-1973] acceder a los empleos que seria. Iicico pretender. Cada ver es menos segura la con- cordancia entre el titulo y el nivel del empleo. asta os afios sesenta, la escuela de la Repiblica y la prolongacién de la escolaridad crearon una es- 33 peranza de promocién social entre las capas me- nos favorecidas. Esta dindmica se ha encasquilla- do, El éxito escolar y la seleceién de dlites siguen estando determinados en amplisima medida por el origen social. Sélo una pequefia fraccién de hi- jos de inmigrantes consigue entrar en [a universi- dad. De aqui la pérdida de confianza y las desilu- siones en relacién con la escuela, que no llega 0 apenas llega a cumplir su papel de correctora de desigualdades y agente de movilidad social. En la base de la escala social, muchos jévenes se pre- guntan por qué estudiar una cartera si ésta no permite obtener un empleo correspondiente a sus esperanzas y ellos estén condenados al paro y a Jos salarios de hambre. La institucién, que anta- fio era portadora de un proyecto igualitario y de promocién social, ya no lo es. Cada afio salen del sistema escolar 160.000 jévenes sin ninguna clase de titulo o calificacién, Entre el 20% y el 35% de los jévenes de sexto curso no sabe leer y es bir bien. La probabilidad de que los nifios pro- cedentes de las capas populares sean directivos es cada vez menor. El problema es tan grave como escandaloso: la escuela es hoy el centro de la de- cepcidn. Una especie de «melancolia del saber, por uti- zara expresin del novelisea Michel Rio, que hace que se mire mds hacia el pasado, hacia la es- 34 cuela de la Tercera Republica, que hacia la reforma de la escuela actual. En efecto. Pero las razones no son sélo escola- es, Antes, la escuela, pero también el ejército, la Repiiblica, estaban a la altura del proyecto politi- co de integracién nacional de las diferentes poblaciones inmigrantes. Este modelo funciona- ba, era capaz de despertar el deseo de ser francés, el orgullo de ser francés... como mi abuelo, que egé de Rusia. Nosotros estamos en otro plano: el sentimiento de ser parte de una nacién decre- ce entre los jévenes, mientras que aumentan los particularismos religiosos y localistas. La méquina de integrar, de hacer que los franceses se sientan felices de serlo, se ha averiado, ;Cémo aislar este fenémeno de la agudizacién de la precatiedad del empleo y de la degradacién de la situacién econé- mica y social? El paro de los jévenes y de sus pa- dres crea sentimientos de injusticia y margina- cidn. Los jévenes de la periferia estin en cierto ‘modo hiperintegrados en nuestra sociedad, por su aspiracidn a gozar de las ventajas de este mundo. No tienen alma de inmigrante, en absoluto: for- ‘mados por el universo consumista, comparten sus suefios. Mientras tanto viven en el infierno de una cotidianidad hecha de frustraciones: por eso unos caen en [a violencia y a delincuencia y 2 otros les tienta el repliegue identitatio, incluso el isla- 35, ‘mismo radical, que fancionan como instrumentos de reconocimiento y afirmacién de uno mismo. Caben pocas dudas al respecto: en la sociedad hiperindividualista, la integracién en la comuni- dad nacional exige como condicién imprescindi- ble la integracién por el trabajo. Pero condicién imprescindible no significa condicién suficiente en una época en que se consolidan la negacién de todas las formas de depreciacién de uno mismo y Ja necesidad de reconocimiento piiblico de las di- ferencias locales. Para volver a poner en marcha la amdquina integradora, hardn falta, al margen del crecimiento sostenido, politicas que tengan en cuenta, de un modo w otro, la cuestién de la di- versidad etnoculsural: en pocas palabras, promo- ver medidas para remediar las précticas discrimi- natorias de que son objeto las minorias visibles en Jas empresas, los medios, los partides politicos. Tambien hari falta, en el dmbito educativo, fo- mentar las becas y los dispositivos de sostén que permitan a los «marginados» y a los jévenes de fa- miliasinmigrantes tener un mayor acceso a la me- jor educacién. No habré integracién sin una poll- tica justa hacia las mifiorias visibles, sin acciones decididas que aumenten la igualdad de oportuni- dades. Pese a todo, jno es la vida privada el lugar fa- vorito dela espiral de la decepcién? 36 En las sociedades dominadas por la indivi- duacién extrema, la esfera de la intimidad es la que suite la decepeién de manera més inmediata ¢ intensa, Pensemos en el cérmino «udecepcién»: se vincula sobre todo con la vida sentimental Nuestras grandes desilusiones y frustraciones son mucho mas afectivas que politica 0 consumistas. ¢Quién no ha vivido esta tortusante experiencia? Elestrecho vinculo del amor con la decepcién no es nada nuevo, evidentemence. Lo nuevo es la rultiplicacién de las experiencias amorosas en el curso de la vida. No es que nos desengafiemos ‘mis que antes: es que nos desengafiamos més a menudo. {Cémo se explica que la decepeién esté to- davia asociada hasta este punto a la vida senti- mental? Hay que olvidarse de ese lugar comin que dice que las relaciones comerciales han con- seguido fagocitar todas las dimensiones de la vida, incluidos los sentimientos y el amor, una vieja idea que se encuentra ya claramente formulada en Marx. En realidad, no hay nada més inexactot el amor no deja de celebrarse en la vida cotidiana, en las canciones, el cine, la televisién, las revistas. Si el utilitarismo comercial progresa, lo mismo le oourre a la sentimentalizacién del mundo, Ya no hay matrimonios por interés, slo el amor une a la pareja; las mujeres suefian todavia con el Prin- cipe Azul y los hombres con el amor; se sigue 37 obrando de manera desinteresada con los hijos y se les quiere més que nunca. Para muchos de nosotros, el amor sigue siendo la experiencia més deseable, la que mejor representa la wverda- dera vida». Los hechos estén ahi: la comercializa- cidn de las formas de vida no comporta en abso- luto ta descalificacién de los valores afectivos y desinteresados. Lejos de ser una antigualla, la va- loracién del amor es el correlato de la cultura de Ja autonomfa individual, que rechaza las pres- cripciones colectivas que niegan el derecho 2 la buisqueda personal de la felicidad, Con la dind- mica individualizadora, rodos quieren ser reco- nocidos, valorados, preferidos a los demés, de- seados por st mismos y no comparados con seres anénimos © «intercambiables». Si adjudicamos tanto valor al amor es, entre otras cosas, porque responde a las necesidades narcisistas de los indi- viduos para valorarse como personas jinicas, Pero precisamente por brillar en el firma- mento de los valores, el amor genera con fre- cuencia lacerantes decepciones. Llega un mo- mento en que deja de haber «encandilamiento» se apagan las perfecciones y los encantos que adornaban al otro. ;Qué idealizacién, qué suesio puede durar indefinidamente entre la imperfec- cién de las personas y la repeticién de los dias? Poco a poco descubrimos aspectos del otro que ‘no nos gustan y nos ofenden. El amor no es sélo 38 ciego: también es frégil y fugitivo. Las personas que aman en determinado momento dejan de amar porque los sentimientos no son objetos mutables y las personas no evolucionan de ma- neta sincrénica. Lo que era eufotia se vuelve aburrimiento 0 desinimo, incomprensién o itri- tacién, drama con su racién de amargura y 2 ve- ces de odio. Las separaciones, los divorcios, los conflictos por la custodia de los hijos, la falta de comunicacién intima, las depresiones que sur- gen de ahi, todo esto ilustra las desilusiones en- gendradas por la vida sentimental. En este senti- do hay que escuchar a Rousseau: dado que el hombre es un set incompleto, incapaz de bastar- se solo, necesita a otros para realizarse. Pero si la felicidad depende de otros, entonces el hombre est inevitablemente condenado a una «felicidad frigily. Depositamos en el otro esperanzas tre- ‘mendas, peto el otro se nos escapa, no lo posee- mos, cambia y nosottos cambiamos. Ast, cada cual ve burladas sus mejores esperanzas. Ex convincente lo que dice usted del amor, pero de sodos modes, no es patente que la ligica del con- sumo infliye en la légica de la construccién del amor? El imperative perfeccionista, las cwalidades de las que hay que jactarse, ¢no nos transforma todo esto en cparticulasy del mercado de la competencia amorasa y sexual, como ha sefalado Michel Howe- 39 Uebecq, entre otros? El sentimiento se mantiene, es verdad, pero su forma de expresiin sno se ha perdi- do, 0 quied deberla decir modifieado? Desde la década de 1950, los mejores obsex- vadores advircieron que la vida sexual era ya una esfera estructurada como el consumo. Podria decirse pues, con mas exactitud, que no vamos de experiencia sexual en experiencia sexual, sino de experiencia amorosa en experiencia amorosa. En cierto sentido, esta turn over [rotacién} afec- tiva concuerda con la légica de la renovacién perpetua del hiperconsumo. Pero la vida amo- rosa no se mueve por los mismos resortes afecti- vos, ya que ahi se aloja Ia esperanza del «para siempre», asi como los comportamientos «desin- teresados». A pesar de todo lo que ha cambiado, la relaci6n amorosa no es equivalence a las relacio- nes que tenemos con los servicios y las mercan- clas. En el consumo, el cambio continuo se vive con alegrfa; en la vida amorosa, se vive como fracaso. Se espera mucho del otro. como los productos denunciados por los nuevos militan- tes. Han llegado los tiempos del sradicalismo portitily, de la disidencia Iidico-espectacular, Hlamativamente en sintonfa con el especticulo publicicario. Por lo demés, no es sélo la simple 110 complicidad de estas corrientes con el universo que condenan. Pues lejos de hacer descarrilar el sistema, proporcionan nuevo combustible al or- den medidsico-publicitario. No se trata en modo alguno de una fuerza subversiva, sino de un nue- vo elemento de la sociedad del entretenimiento medidtico. El efecto de los activistas antipublici- dad en el funcionamiento de la economfa comer- cial es muy pequefio, por no décir nulo; en cam- bio, reciben una amplia cobertura medidtica. Es una rebelién confortable, una protesta-entreteni- miento que sirve para llenar las piginas de los medios. Estas iniciativas no cambiarén en abso- tuto el orden comercial, pero dan ideas nuevas a la mercadotecnia y a la publicidad: paradéjica- mente, contribuyen a la renovacién y a la creati- vidad de la mercadotecnia que pretenden abolir. Y afiadicia que, sies verdad que a escala planeca- ria el poder del consumo estd todavia en sus co- ‘mienzos (China y la India apenas han entrado todavia en materia), les esperan muchas decep- ciones a los antipublicitarios, demasiadas para contatlas. Sin embargo, estas luchas que proclaman que la felicidad comercial no nos satisface expresan Ja bisqueda de un horizonte que no sea el del consumo pasajero y la agresividad comercial. Al menos ah{ tenemos una buena noticia: el capita lismo de hiperconsumo no ha conseguido trans- i formar a los individuos en compradores puros. Bs innegable que el orden comercial tiene un po- der tremendo, pero no es ilimitado, pues la «ti- ranfa de las marcas» no impide en absoluto las crfticas ni guardar las distancias respecto del con- sumismo. Lo demuestra el aumento de la concien- cia antimarea, de la que da fe el éxito mundial del libro de Naomi Klein, asi como el empuje del fe- némeno de los valterconsumidores», Vemos igual- mente el crecimiento de lo que a veces se llama cacencién a la gangae: no comprar caro parece ahora més inteligente, menos impuesto, mds mali- cioso. Ast, conforme se consuma la omnipresencia de las marcas, los individuos se independizan de elias. Entonces, gno ve usted ninguna virtud en estos movimientos de protesta? Hablemos claro; no han sido los activistas antipublicidad quienes han favorecido el creci- miento de esta sensibilidad «critica 0 descon- fiada. El principal artfice ha sido el propio ca- pitalismo: el low cost y el «maxidescuento» han contribuido infinitamente més a distanciar de las ‘marcas al consuinidor que los actos de resistencia de los antipublicitarios. En efecto, los arciculos de uprimeros precios» son ya de buena calided: entonces, gpor qué pagar tres veces mds por un 42 logotipo? Hay en marcha una dindmica de dis- tanciacién y desfidelizacién respecto de las mar- cas, Lo que hace al cansumidor mis experto 0 reflexivo es este nuevo despliegue del mercado, no las wtransgresiones» de los antipublicitarios, Por un lado, la dindmica del mercado que diver- sifica la oferta y los precios, por otro la indivi- duacién de lo social y Ia debilitacién de fos mo- delos culturales de clase, y por'tiltimo el acceso a més informacién a través de los medios o de In- terner, esto es lo que hace guardar distancias al consumidor, que ahora es mas exigente en cues- tidn de calidad, precios y servicios. En este con- texto, el hiperconsumidor ha adquirido un poder yuna libertad de eleccién que no existian antes. Puede variar y combinar las compras, aprovechar tuna alternativa real en cuestién de precios, aece- der a productos 0 a servicios antes reservados a las clases pudientes (el avién, por ejemplo). Bajo el efascismo de las marcas» aumenta el pader del Homo conswmericus. Y si bien hay un aumento innegzble de la vida comercializada, es insepara- ble de una mayor autonomia del consumidor- agente. Dice usted que nuestro sistema no es totalitario. Pero gno se podria ver, en el fracaso de los movi- mientos antipublicidad para ser subversives, la prueba de la formidable eapacidad de digestiin de 113, cate sistema que, a fuerza de absorberto todo, ya no permite la protesta verdadera? La capacidad de wrecuperacién» del capiralis- mo es un tema que esti sobre el tapete desde hhace cuarenta afios. En los afios sesenta, por ejemplo, se condenaba Ia integracién de la clase obrera en las estruccuras establecidas del capita- lismo. Hoy se denuncia el «pensamiento tinico», la desaparicién de los modelos de rupnura, la ab- sorcién de las vanguardias artisticas por el carna- val de la Cultura y ef Museo. La observacién es exacca: todo lo que es «transgresom, radical 0 subversivo tiende a disolverse en el sistema infi- nito del consumo y la comunicaeién, Los hippies y los punkies consiguieron cambiar la moda; la bohemia y el anticonformismo son absorbidos por la nueva burguesia «informaday; las obras transgresoras se venden a precio de oro; el lujo juega 2 la provocacién. Es evidente que las nue- vvas sociedades liberales «soportan» muy bien las rebeliones, comprendida la que se cree més radi- cal. Si la subversién no existiera, habria qui ventarla, Sobre este asunto haré dos observacio- nes. En primer lugas, se simplifica demasiado cuando se descalifica el fenémeno de la oposi- cién insticucionalizada con las sempivernas légi- cas de la distincién y el consumo competitive. Hay algo mas profundo en juego: es el culto a lo 14 Nuevo, que es consustancial ala civilizacién mo- derna, democritica c individualista, como ya he- ‘mos visto. Si la disidencia cultural se absorbe tan bien, no es sélo porque permite establecer dife- rencias entre lo simbilico y lo social, sino tam- bién porque ¢s el ejemplo vivo del principio de Jo Nuevo. En segundo lugar, la deglucién siste- mitica de la disidencia no es indicio de ncoto- talitarismo, sino més bien de una sociedad de movimiento e invencién acelerados que necesita climinar parte de sf para renovarse y reinventar- se a perpemidad. Como todo se absorbe ense- guida, hay que reintroducir lo nuevo sin cesar. Todo lo contrario de la sociedad coralita es una sociedad dirigida por el poder pol que se dedica a contener la entrada de lo nuevo. Si hay radicalism, no esti ya en los Grandes Rechazos (anticapitalismo, anticonsumismo, an- tidesarrollo), que parecen retéricas de encanta- miento. Se encuentra en la invencién permanen- te de lineas internas de transformacién, en los avances intelectuales, cientificos y técnicos que cambian efectivamente lo real sin las ilusiones el izquierdismo cultural, No suftimos una falta de unegatividad, sino un déficit de upositividads y de inteligibilidad de la vida. Accualmente, la tecnociencia es mds subversiva que la politica y que el campo cultural: ellaes el verdadero motor de la eeevolucién permanente» y sin duda lo seré 115 cada vez mis. En la sociedad hipermoderna, la institucién més racional, la tecnociencia, es igual- mente el més transgresor, el més desestabilizador de los referentes de nuestro mundo, Exo que ha dicho de la ansipublicidad es una impertinencia. Harta usted la misma observacién irénica acerca del altermundialismo? :No podria decirse que en el tema de la reduecién de la deuda de los més pobres han tenido una influencia positi- sua ciertacorriente del altermundialismo o is sra~ bagjos de Joseph Stighta? Las manifestaciones aleermundialistas han te- nido el mérito, como sefiala Stiglite, de fomen- tar el examen de conciencia entre los gobernan- tes; ellas llamaron la atencién sobre los efectos negativos de la liberalizacién de los mercados fi- nancieros, sobre Jas promesas que no cumple la mundializacién y sobre tas insuficiencias de las grandes instiruciones econémicas internaciona- les. Han desempefiado sin duda un papel en el proceso de cancelacién de la deuda de algunos de los paises més pobres, en los acuerdos para el en vio de medicamentos genéricos, en el proyecto de ley para crear un impuesto de solidaridad en Jos pasajes de avin, con objeto de aumentar la ayuda al desarrollo. En este sentido, la corriente altermundialista es un contrapoder til para ha- 116 cer visibles las injusticias degradantes y reanudar el debate pubblico. Pero este aspecta no debe ocultar ni la con- fasidn identitaria ni fa pobreza programética del fendmeno. ;Qué es exactamente el altermundia- lismo cuando este movimiento se presenta como un mosaico heterogéneo compuesto por tercer- mundistas, antiimperialistas, nacionalistas de iz quierda, marxistas, alternatives y ecologiscas? Carente de unidad y movimiento hecho de mo- vimientos, pot si fuera poco no propone ningtin esbozo de modelo alternative, ningiin programa convincente, ningtin sistema de recambio que pueda dar lugar a un mundo liberado de la po- breza y las desigualdades. :Poner fin al horror capitalisea? Para sustituirlo con qué? Conoce- ‘mos los calamitosos resultados a que estin conde- nnadas las economias dirigidas. eDesglobalizar», reinstaurar las medidas proteccionistas? Eso es olvidar todo lo que el crecimiento econémico de Asia oriental, en particular, debe a la formidable dindmica de las exportaciones. Ademés, zquién ignora que el nacionalismo comercial acabarfa con las empresas exportadoras? zAbolir la udicta- dura de los mercadoss? Si, pero zeémo? Si «es posible otro mundo», no serd precisamente la ta- sacién de los movimientos internacionales de ca- pitales lo que permitird realizar el gran designio anunciado. La tasa Tobin no basta para impedir 7 los éxodos masivos de fondos de especulacién y no habria podido impedir la crisis asidtica de 1997. Es de primera necesidad denunciar los errores cometidos por el Fondo Monetario In- ternacional o el Banco Mundial y enderezar cr ticas a los «fundamentalistas del mercador. Pero no por eso debemos poner en la picota fa mun- dializacién capitalist, que ha hecho que dismi- nuya la pobreza y permitido la alfaberizacién de sillones de personas. No hay una versién tinica del mercado y podemos construir una mundia zacién menos andrquica y més preocupada por Ja justicia social. Pero sobfe la forma de llegar a eso, el altermundialismo no dice nada. Plantea problemas a los que no aporta ninguna solucién viable. En el bosquejo de otra mundializacién influiré mds la racionalizacién del propio capita- lismo que las consignas radicales del antiiberalis- mo econémico, Algunos proponen gue haya wn nusmeras clau- sus en la adguisicién de bienes duraderos, para li- ‘itar el consumo. 2Es igual de inconcebible? Vieja polémica: cémo determinar lo que es superfluo y lo que es necesatio, Dénde comien- zan y dénde terminan las efalsas» necesidades? @Se va a impedir a los turistas que viajen en avién porque supone un derroche de energla? Los ene- U8 migos de la vida comercializada tienen razén al decir que la carrera desenfrenada del consumo no da la felicidad, pero su acaque contra lo «inti- tily estd demasiado impregnado de ascetismo. Al- gunas de nuestras alegrias se basan en frivolida- des, en placeres ficiles, en pequefios Tujos: es una de las dimensiones del desco y de Ia vida huma- na. Se puede pensar que esta parte inuitil, en las condiciones actuales, es un exceso, pero no hay que buscar su erradicacién pura y simple. Seria mayor el mal que el bien obtenide, porque sdlo tuna sociedad autoritaria y antidemocrética puede imponer una alteracién semejante de la vida coti- diana. La «sencillez voluntatia» acabaria siendo enseguida sencillez despética. De todos modos, esta utopfa no tiene ninguna posibilidad de reali- zarse, ya que choca de frente con la aspiracién del individuo democrético a los goces ficiles y variados. Esto no impide que se puedan concel y legitimar medidas limitadoras para reducis, por ejemplo, los consumos més contaminantes, los que més atenten contra el medio natural. :Cémo cabria esperar una cosa ast en esta socie- dad de la decepcién? Usted ya ha mencionado la si- nistross actual pero hay que esperar algo mds que el simple equilibrio entre decepcién y placeres: hay que recuperar el gusto por el progres, por un mun do mejor. ng No faltan razones para tener esperanza. Em- pezando por !a propia mundializacién, que deja entrever la posibilidad de que miles de millones de personas salgan del subdesarrollo. Que el nue- vo orden econémico genere desigualdades extce- mas no debe hacernos olvidar esta dimensién. No hay ninguna razéa para no tener esperanza en los ciencias y las técnicas. En los iltimos dece- nios la poblacién ha ganado cada afio tres meses de esperanza de vida. Una nifa tiene hoy el 50% de probabilidades’ de vivir por lo menos cien atios. Una vida mas larga y con mejor salud: casi sada, no despreciemos el placer de ver acercarse este suefio inmemorial de la humanidad. Pero en un plano completamente distinto hay otra dimensiéa que deberia suscitar algiin optimismo. Una caracteristica de nuestras socie- dades es que la vida en ellas es cada ver. mds abier- ta, es decir, ms mévil, no esté socialmente pre- determinads, se basa en un amplio abanico de opciones, posibilidades y modelos. Sin duda son Jegidn las ansiedades, las depresiones, las lesiones de la autoestima, pero también gozamos de ma- yor nimero de estimulos y ocasiones para cam- bar ls cizcunstancias. Nuestra época tiene esta caracteristica, que offece multitud de puntos de apoyo para cambiar y combatir més répidamente las desdichas que nos afligen, En la época hipe- individualist, la vida permite més recuperacio- 120 nes, alternancias y cambios frecuentes: ¢s una so- ciedad que se dedica a fomentar la «resiliencia», Ja posibilidad de salir de una cosa introduciéndo- se en otra, Al abrir el futuro y sus opciones, la so- ciedad hipermoderna aumenca las posibilidades de poner al individuo en movimiento, de rehacer su vida, de recomenzar con otto pie. Si bien son numerosas las. insatisfacciones,y las decepciones, también lo son las ocasiones de librarse de cllas. La sociedad actual es una sociedad de desorgani- én psicoldgica que es inseparable de un pro- ceso de relanzamiento subjetivo permanente por medio de una multitud de epropuestas» que re- rnuevan la esperanza de felicidad. Cuanto més de- cepcionante es la sociedad, més medios imple- menta para reoxigenar la vida. No es exo ilusorio y artificial? La ilusién es también uno de los medios para salir del pesimismo. Desde este punto de vista hay una sabidurfa de la ilusi6n, Aunque la socie- dad individualista de la hiperoferta nos pierde, ros salva al mismo tiempo porque nos presenta mis oportunidades de redinamizarnos y dedicar- nos 2 nuevos objetivos. No hablamos de wtiranfa de la felicidads, aunque vivimos en una sociedad cen que nos sentimos culpables por no ser feces Porque hay otra dimensidn: esté en que la cre- 121 ciente oferta de felicidad (especticulos, viajes, juegos, deportes, técnicas psicocorporales) re- dunda en un aumento de razones*para esperar una mejora aceprable de nuestra suerte. ;Aumen- ta la esperanza las ilusiones y las decepciones? Sin duda, pero zcdmo vivir sin esperanza, sin Ia idea de «otra cosav? El grado cero de Ia esperanza es el horror. ¢Cémo no entender que las invitaciones ala plenitud permizen también confiar en un fu- turo diferente y nos ayudan a modificar los ele- mentos insatisfactorios de nuestra vida? La época hipermoderna contiene muchos defectos, pera al menos permite imaginar y emprender cambios mas frecuentes en la vida personal: da acceso a las posibilidades al ofrecer multitud de fSrmulas para la felicidad. Veros on recrudecimiento de las erticas contra el capitalismo de consumo.

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