Está en la página 1de 113
Luigi Pirandello DU ea eee TN LUIGI PIMANDBLLO (Agrigento, 1867 -Roma, 1936) es uno de Jos grandes maestros de la literatura universal. Escritor, drama- turgo y narrador innovador, licido analista de la maltiple y cam- biante identidad humana, supo aunar con inigualable destreza arte y vida, operando una auténtica revolucién artistica que dejo tras de sf una obra tan copiosa como irreemplazable. Acantilado hapublicado el libro de relatos La tragedta de un personaje (1922) LUIGI PIRANDELLO UNO, NINGUNO Y CIEN MIL TRADUCCION DEL ITALIANO. ff RAMON MONREAL BARCELONA 2010 ACANTILADO vfruno onrainal Uno, nessuno e centomila Publicado por ACANTILADO Quaderns Crema, SAU, Muntaner, 462 - 08006 Barcelona Tel. 934 144 906- Fax 934 147 107 ‘corren(@acantlado.es wwwacantilado.es © 1004 by Amoldo Mondadori EditoreS.p.A., Milano and Familiati Pirandello, Roma {© dela traducci6n, 2004 by José Ramén Monreal Salvador © de esta edici6n, 2010 by Quaderns Crema s.A.U. ‘Derechos exclusives de edici6n en lengua castellane: ‘Quadems Crema, 8.A.U. 180N: 978-84-92649-78-5 DUPOSLTO LEGAL: B. 39 040-2010 AtGuapevinne Gréfice QUADIKNS CREMA Composicin WONANWA-VaLLS Impresidn y encuaderacin PHIMINA PDICION HN UST CoLECCION noviembre de 2010 jo lis sanciones extablecidas por las eyes, queda rgarosamenteprobibids, sn la aucoriztciin Ale on ilares ol copyright, la reproduc total Meee Reger porcine pneincne mesic © ‘eectrdinleo, actial 0 futtiro—incluyendo las forocopias y la difusiin, través de Intemet—, ya dstebucidn de eemplares de esta ‘lin mediante alquiler 0 préstamo piblicos. CONTENIDO LIBRO PRIMERO 1. MI MUJER Y MI-NARIZ, 11 IL, @¥ VUESTRA NARIZ2, 15 1, jDONITA MANERA DE ESTAR SOLOS!, 19 IV, DE COMO QUERIA ESTAR YO SOLO, 22 V. PERSECUCION DEL EXTRANO, 25 VL. {POR FIN!, 27 VIL. UNA CORRIENTE DE AIRE, 28 VILL. Yy ENTONCES, 2QUE?, 34 LIBRO SEGUNDO OY YO Y ESTAIS VOSOTROS, 39 ¥, BNTONCES, ¢QUE?, 42 UL. CON VUESTRO PERMISO, 47 1¥, PERDONAD DE NUEVO, 49 V. FIJACIONES, 51 VI. MEJOR DICHO, OS LO DIRE AHORA, 52 VIL. ZY QUE TIENE QUE VER LA CASA?, 53 VIII, FUERA, AL AIRE LIBRE, 54 IX. NUBES ¥ VIENTO, 56 X. BL PAJARILLO, 57 | XI. DE VUELTA A LA CIUDAD, 59 XII. ESE QUERIDO GENGE, 62 pipnas TERCERO POR FUERZA, 73 IMIENTOS, 74 Raices, 78 SHMALLA, Bo DB UN TITULO, 81 YO TERRIBLE, 83 AKIO, UNO PARA TODOS, 86 UN POCO DE LAS aLTURAS, 91 HL PARENTESIS, 94 & DOS VistTAS, 95 Y RO CUARTO. |AN PARA Mf MARCO pI DIO JWR DIAMANTE, ror 0 PUE TOTAL, 108 ACTA NOTARIAL, 110 ANIA DIRECTA, 16 LAS PIERNAS, 137 ISA DE DIDA, 158 -HADLO CON pri, 143 JON DE LOS DEMAS, 146 BONITO JURGO, 148 ACACION ¥ RESTA, 149 NAS TANTO, YO MB DECFA:, 151 PUNTO SENSIBLE, 152 LIBRO SEXTO 1 DE TO ATG, 167 II, EN EL vacfo, 169 111, SIGO COMPROMETIENDOME, (71 1. {MEDICO? {ABOGADO? ¢PROFESOR? ;DIPUTADO?, 173 v. ¥ DESPU DE TODO, DIGO YO, ,POR QUE?, 176 VI, VENCIENDO LA RISA, 178 LIBRO SEPTIMO. 1. COMPLICACION, 181 11. PRIMER AVISO, 182 111, BL PISTOLETE ENTRE LAS FLORES, 184 IY, LA EXPLICAGION, 187 V, HL DIOS DE DENTRO ¥ BL DIOS DE FUERA, 194 VI. UN OBISPO INCMODO, 195 Vil. UNA CHARLA CON MONSEROR, 197 VIII, ESPERANDO, 202 LIBRO OCTAVO 1. BL JUBZ QUIERE TOMARSE SU TIEMPO, 213 Ti. LA MANTA DE LANA VERDE, 215 111, LA SUMISIGN, 218 IV. NO CONCLUYE, 220 LIBRO PRIMERO 1 MI MUJER Y MI NARIZ —é Qué haces?—me pregunté mi mujer al ver que me entretenia de manera inusitada delante del espejo. —Nada—Ie respondj—, me estoy mirando dentro de la nariz, en esta aleta. Al apretarme, noto un dolorcillo. —Creia que te mirabas de qué lado la tienes torcida. Me volvi como un perro al que hubieran pisado el sabo. —cLa tengo torcida? sYo? ¢La nariz? A lo que mi mujer repuso tan tranquila: —Pues si, querido. Miratela bien: la tienes torcida hacia la derecha. Tenia yo veintiocho afios y hasta entonces siempre habia considerado mi nariz, si no propiamente bonita, al me- nos muy presentable, igual que el resto de partes de mi persona, Por ello me habia sido fécil admitir y sostener lo que acostumbran a admitir y sostener todos aquellos que no han tenido la desgracia de recibir en suerte un cuerpo deforme, es decir, que es de necios envanecerse de las propias facciones. Por eso, el descubrimiento im- previsto ¢ inesperado de aquel defecto me ittit6 como si fuera un castigo inmerecido. Quiz mi mujer vio mucho més profundamente que yo en aquella irritacién mia y se apresirs a afiadit que, s me preciaba de no tener el menor defecto, no tardaria en desengakarme, porque, asi como la nariz la tenia torcida hacia la derecha, del mismo modo... Qué mas? jAh, mas, mas cosas! Mis cejas parecfan, sobre los ojos, dos acentos citcunflejos, ~*, mis orejas estaban co- mo mal pegadas, sobresaliendo una més que la otra; y otros defectos. —¢Més atin? Pues si, mas adn: en las manos, el dedo mefiique; y en las piernas (jno, torcidas no!), la derecha, un poquito mds atqueada que la izquierda: hacia la rodilla, un po- quito. ‘Tras un atento examen hube de reconocer que todos estos defectos eran ciertos, Y s6lo entonces mi mujer, to- mando sin duda por dolor y humillacién el asombro que sentf inmediatamente después de la irritacién, con el fin de consolarme me exharté a que no me afligiera demasia- do por ello, pues incluso con estos defectos seguia siendo, a fin de cuentas, un hombre apuesto, Desafio a no irritarse a quien reciba como concesién graciosa lo que antes le ha sido negado como derecho. Solté un venenosisimo «gracias» y, convencido de no te- nef ningtin motivo para sentirme afligido ni humillado, ‘no di ninguna importancia a esos leves defectos, pero sf junagrandisima y extraordinaria af hecho de que du- tante muchos afos habia vivido sin cambiar nunca de lay siempre con ésa, y con esas cejas y esas orejas, esas ¥y esas piernas, y que tenia que haber esperado @ jer para darme cuenta de que las tenia defec- nib 12 —iUh, pues vaya sorpresa! ¢No sabemos todos c6+ mo son las mujeres? Estan hechas que ni pintadas para descubrit Jos defectos del maride. Si, claro, las mujeres, no lo niego. Pero también yo, si me lo permitis, en aquella época era de tal manera que, ante cualquier palabra o mosca que volaca, me sumia en abismos de reflexién y de consideraciones que rae mina- ban por dentro y perforaban mi espititu por el derecho y por el revés, como una topera; sin dejar que nada de ello se trasluciera. —Se ve—diréis vosotros—que ten del mundo que perder. No, no. Era por el estado de dnimo en que me en- contraba. Pero, por lo demas, si, también por mi ociosi- dad, no lo niego. Rico como era, dos amigos de confian- 24, Sebastiano Quantorzo y Stefano Fitbo, se ocupaban de mis asuntos tras la muerte de mi padre; el cual, por més que lo habia intentado, por las buenas y por las ma- las, no habia conseguide hacerme terminar nunca nada, excepto, eso sf, casarme muy joven, acaso con la espe- ranza de que al menos tuviera pronto un hijo que no se me pareciera en nada; y, pobre hombre, ni siquiera esto pudo conseguir de mi. Pero, cuidado, no es que opusicra yo resistencia a se- guir el camino por el que mi padre me encaminaba. Los seguia todos, Pero avanzar, lo que se dice avanzar, no lo hacia. Me detenfa a cada paso; me ponia primero de le- jos, Inego cada vez mas cerca, a dar vueltas en torno @ cualquier piedrecita que encontrara, no sin gran asom- bro de que los demas pudieran pasar de largo sin prestar atencidn a esa priedrecita gue para mi, mientras tanto, s todo el tiempo B habfa adquitido las proporciones de una montafia insu- perable) 0 mejor dicho, de un mundo en el que hubiera podido quedarme sin dude a vivir. ¥ asi me habia quedado parado al comienzo de mu- chos caminos, con mi mente rebosante de mundos, o de piedrecitas, que viene a set lo mismo. Pero no me pare- cfa en absoluto que aquellos que se me habia adelanta- do y recortido tado el camino supieran sustancialmente mas que yo. Se me habian adelantado, de eso no cabe du- da, y briosos cual potrillos; pero luego, al final del cami- no, habian encontrado un carro: su carro, al que les ha- bian uncido con mucha paciencia, y ahora tiraban de él, Yo, en cambio, no tiraba de ningiin carro, y por eso no Hevaba ni riendas ni anteojeras; tenia mucha més vista que-ellos; pero it, no sabia adénde ir. Ahora bien, volviendo al descubrimiento de esos leves defectos, me sumi, asi pues, de inmediato, en Ja reflexion de que no conocia bien—zera posible?—ni siquiera mi . propio cuerpo, todo aquello que me pertenecia de forma més intima: la nariz, las orejas, las manos, las piernas. Y volviaa mirarmelas para someterlas a un nuevo escrutinio. Y asf comenzaron mis males. Esos males que en poco tiempo habian de reducieme a un estado mental y fisico 1an deplorable y desesperado, que sin duda me bubiera muerto o yuelto loco de no haber encontrado (como con- taré) el remedio que habia de curarme, om 14 1 TRA NARIZ? vu Ya en seguida me figuré que todos, puesto que mi mu- jer los habia descubierto, todos debian de darse cuenta de mis defectos fisicos y que no advertian en mi nada mis, —¢Qué, me miras la nariz?—le pregunté de sopetén ese mismo dia a un amigo que se me habia acercado para hablarme de no sé qué asunto de su interés. -=No. ¢Por qué?—me dijo él. Y yo, sonriendo nerviosamente, respond: —La tengo torcida hacia la derecha, eno lo ves? Y le obligué a una detenida y atenta observacién, co- mo si aque) defecto fuera una averia irreparable que se hubiera producide en el mecanisme del universo. Mi amigo me miré un tanto asombrado; luego, sos- pechando sin duda que habia sacado tan de repente y sin venit a cuento la cuestién de mi nariz porque no conside- raba digno de atencién y de respuesta el asunto del que él me hablaba, se encogis de hombres e hizo ademan de largarse para dejarme plantado. Yo le cogi por un brazo yle dije: —No, quiero que sepas que estoy dispuesto a hablar contigo de ese asunto; pero en este momento debes dis- culparme. —@Piensas en tu nariz? —Nunca habia advertido que la tenia torcida hacia la derecha. Esta mafiana, mi mujer ha hecho que me diera cuenta de ello, —eDe veras?—me pregunté entonces mi amigo; y en a5 sus ojos se reflejé una go de burla Me quedé miréndolo igual que a mi mujer por la ma- fiana, es decir, con una mezcla de humillacién, de irrita- cidn y de asombro. Entonces, ctambién él hacia tiempo gue lo habia notado? ;Y quiéa sabe cudntos con él! ¥ yo no lo sabia, y al no saberlo, creia que para todos eta yo un Moscarda con Ia nariz recta, cuando, por el contratio, pa- ra todos yo era un Moscarda con la nariz torcida; y quién sabe cuantas veces habia hablado, inocentemente, de ta nariz. defectuosa de Fulanito y de Menganito y cuantas veces por eso no habria hecho reir a los demas y pensar: «jPeto mira a ese pobre hombre que habla de los de- fectos de la nariz ajena!> Verdad es que hubiera podido consolarme pensando que, al fin y al cabo, mi nariz era normal y corriente, lo cual venéa a demostrar una vez mas un hecho archisabi- do, 0 8ea, que notamos fécilmente la paja en el ojo ajeno pero no la viga en e} propio. Pero el primer germen del mal habfa comenzado a echar tafces en mi espiritu y no pude consolarme con esta teflexién En cambio, me obsesioné pensando que yo no era pa~ ralos demas aquel que hasta entonces, para smi, me habia figurado ser. Por el momento pensé sélo en el cuerpo y, como aquel amigo seguia plantado delante de mi con aquel aire de burlona incredulidad, para vengarme le pregunté si él, por su parte, sabia que tenia en fa barbilla un hoyuelo que se la dividia en dos partes no del todo iguales; una mds prominente de un lado y otra mas rehundida del otro. ccredulidad que tenia también al- 16 — Yo? {Qué val—exclamé mi amigo—, Ya sé que tengo el hoynelo, pero no como ti dices. —Entremos en esa barberia y verés—le propuse al stante. Cuando mi amigo, una vez que hubo entrado en la barberia, advirtié asombrado el defecto y reconocié que era cierto, no quiso dar muestras de irritacién por ello; dijo que eso, a fin de cuentas, eta una nimiedad. Si, claro, una nimiedad, sin dada; sin embargo, vi, si- guiéndole de lejos, que se detenia primero delante de un escaparate, y acto seguido delante de otro; y més all atin y durante mas rato, por terceta vez, ante el espejo de una puerta cristalera para mirarse la barbilla; y estoy seguro de que, apenas flegar a su casa, se fue corriendo hasta el armario de luna para tomar nueva conciencia més cémo- damente delante de aquel otro espejo de ese nueyo de- fecto. Y no me cabe la més minima duda de que, para vengarse a su vez, o bien para seguir con una broma que le parecié merecfa una mas amplia difusién en la ciudad, tras haber preguntado a algtin amigo (como yo a él) si ha- bia notado alguna vez aquel defecto en su barbilla, debié de descubrir él algtin otro defecto en la frente o en ta bo- cade ese amigo suyo, el cual, a su vez...—jpues si!, jpues si!—me atreveria a jurar que durante varios dias segui- dos en la noble ciudad de Richieri' yo vi (si es que no eran imaginaciones mias) a un néimero muy considerable de conciudadanos mios pasar de un escaparate a otro y pararse delante de cada uno de ellos para observarse, en " Topénima imaginario frecuente en Ia obra de Pirandello, (N. del T.) y la-cara, uno un pémulo, otro la comisura de un ojo, un tercero el Isbulo de una oreja y otros una aleta de la na- riz, Bincluso al cabo de una semana se me acetcé uno con aire perdido para preguntarme si era cierto que, ca- da ver que se ponia a hablar, contrafa sin advertirlo el parpado del ojo izquierdo. —Si, amigo—te tespondi yo precipitadamente—. Y, eves?, yo la natiz la tengo torcida hacia la derecha; pero lo sé por mi mismo; no hace falta que té me lo digas. ¢¥ qué me dices de las cejas? {Las tengo en forma de acento cir- cunflejo! Las orejas, mira, tengo ésta mas salida que la otra; y aqui tienes las manos, planas, ceh? Y Ia juntuta deforma- da de este meiiique. ¢Y qué me dices de mis piernas? ¢Te parece que ésta ¢s como la otra? No, geh? Pero lo sé por mi mismo y no necesito que tit me lo digas. Que te vaya bien. Le dejé plantado y me fui. A los pocos pasos of que me llamaba de nuevo: —/Pss! De lo mas tranquilo, con el dedo, me pedia que me acercara para preguntarme: —Perdona, stuvo tu madre, después de ti, algiin otro hijo? —No, ni antes ni después—le respondi yo—. Soy hi- jo nico. ¢Por qué lo dices? —Porque—me respondié él—si tu madre bubiera te- nido otro hijo, habria sido sin duda otro varén. —Ah, si? ¢¥ téi cémo lo sabes? —Porque dicen las mujeres de pueblo que cuando a un recién nacido le terminan los pelos del cogote en una coletita come la que ti tienes aqui, el que nazca a conti- nuacién serd varén. 18 Me llevé la mano al cogote y con una sonrisa malicio- sale pregunté: —iAh, asf que tengo una...! ¢Cémo has dicho? Y él me contesté: —Una coletita, asi la llaman en Richieri. —iOh, pero si esto no es nada!—exclamé yo—. jPue- do hacérmela cortar! El negé primero con el dedo y luego manifests. —~Por més que te la hagas cortar, siempre queda la sefial, amigo. Y esta vez fue él quien me dejé plantado a mi. ur iBONITA MANERA DE ESTAR SOLOS! A partir de aquel dia ardi en deseos de estar solo, al me- nos durante una hora. Pero lo ciertoes que, mas que de un deseo, se trataba de una necesidad: una necesidad aguda, aptemiante, desazonante, que la presencia 0 proximidad de mi mujer exasperaba hasta la rabia. —¢Oiste, Genge,* lo que dijo ayer Michelina? Quan- torzo ha de hablar contigo urgentemente. —Dime, Gengé, si se me ven las piernas al ponerme la falda asi —Se ha parado el reloj de péndulo, Genge. —Gengé, ¢no sacas ya a la perrita? Luego dices que + Mi mujer habta sacado de Vitangelo, que tal por desgracia es mi nombre, este diminutivo, y me llamaba asf; no sin razén, como se ve- 4, (N. del A.) 19 te ensucia las alfombras y la rifies. Pero el pobre anirna- lito bien tiene que..., digo yo..., no pretenders que... No sale desde ayer por la tarde. —2No temes, Geng®, que Anna Rosa pueda estar en- ferma? No la vemos desde hace tres dias, y la iltima vez le dolia la garganta. —Ha venido el sefior Firbo, Geng®. Dice que volw ri més tarde, :No podrias verle fuera? {Dios mio, qué la- toso es! GO bien fa ofa cantar: Y sime dices que no, querido mfo, mafiana no vendré; majiana no vendré... mafiana no vendré... Pero, epor qué no te encerrabas en tu habitacién, aun- que fuera con dos tapones en los oidos? Sefiores, eso quiere decir que no comprendéis las ga- nas que tenia de estar solo. Encerrarme sélo podia hacerlo en mi despacho, pero alli sin poder echar el pestillo, para no hacer concebir malas sospechas a mi mujer, pues era, no diré que mal- pensada, pero si muy recelasa. ¢¥ si, al abrir fa puerta de improviso, me descubria? No. Y ademas, habria sido inditil. En mi despacho no habia espejos. Yo necesitaba un espejo. Por otra parte, el solo hecho de pensar que mi mujer estaba en casa me isn- pedia evadirme de mi mismo, y justo era esto lo que yo no queria. Pero, para yosotros, ¢qué quiere decir estar solo? 20 Permanecer en compafiia de vosottos mismos, sin ningdn extrafio alrededor. iAh, si!, os aseguro que ésta es una bonita manera de estar solos. Se abre en vuestra memoria una querida ven- tana, por la que asoma risueiia, entre un tiesto de clave- les y otro de jazmines, Titti, que est4 haciendo a gan- chillo una bufanda roja de lana, joh Dios mio!, como la que lleva al cuello ese viejo insopostable del sefior Gia- comino, para quien no habéis escrito todavia la carta de recomendacién para el presidente de la Congregacién de Caridad, que es un buen amigo vuestro, peto también 1 pesadisimo, sobre todo si se pone a hablar de las ca- laveradas de su secretario particular, quien ayer... no, ecudndo fue?, el otro dia que llovia y la plaza parecia un lago con todo aquel centelleo de gotitas al asomar un ale- gre rayo de sol, y en plena carrera, Dios mio, qué lio de cosas, la taza de la fuente, aquel quiosco de prensa, el tranvia que, al cambiar de via, chitriaba despiadadamen- teal hacer el viraje, aquel perro que escapaba: pues bien, os metisteis en una sala de billares, donde estaba él, el se- cretario del presidente de la Congregacién de Caridad; y qué risitas por debajo de sus grandes higotes de color pimienta cuando os pusisteis a jugar con vuestro amigo Carlino, Hamado Lurallena. ¢Y luego? ¢Qué pasé luego al salir de la sala de billares? Bajo un farol que difundia una tenue luz, en la calle htimeda y desierta, un pobre borracho melancélico trataba de cantar una vieja can- cidn napolitana, que hace muchos aiios ofais cantar casi todas las noches en aquel pueblo de montafia entre los castafios, adonde fuisteis a veranear para estar cerca de la querida Mimi, que posteriormente se casé con el viejo a comendador Della Venera, y que fallecié un afio después. jOh, querida Mimi}, ahi Ja tenéis asomade a otea venta- neque verabre'en vuestra memoria... / }S{j sf queridos amigos, os aseguro que es ésta una bonita manera de estar solos! Iv DE COMO QUER[A ESTAR YO SOLO Yo queria estar solo de un modo absolutamente insélito, nuevo, Todo lo contrario de lo que pensais vosotros, es decir, sin méy precisamente con un extrario alrededor. 20s parece ya esto un primer signo de locura? Tal vez porque no reflexiondis bien La locura podia estar ya en mi, no lo niego; pero os Fuego que credis que el tinico modo extrafio de estar de verdad solos es este que yo os digo. La soledad no esta nunca con vosotros; esta siempre sin vosotros, y s6lo es posible con un extraiio alrededor: no importa el lugar o la persona, con tal de que os ignoren totalmente, que vosotros los ignoréis totalmente, de ma- nera que vuestra yoluntad y vuestro sentimiento perma- nezcan en suspenso y perdidos en una incertidumbre an- sgustiosa y, al cesar toda afirmacién de vosotros mismos, cese a su vez la intimidad misma de vuestra conciencia. No hay soledad verdadera més que en un lugar que vive para sf mismo y que para yosotros no tiene ni rasgos ni vor, y donde por tanto el exteao sois vosotros. Asi queria estar yo solo. Sin mi, Quieto decir sin ese yo que ya conocfa, 0 que creia conocer. Solo con un cierto 22, extrafio, que sentia ya oscuramente que no podria apar- far nunca mas de mi lado y que era yo mismo: el extraiio inseparable de mi. iEntonces sélo advertia uno! Y este uno, o la necesi- dad que sentia de permanecer sdlo con éste, de ponerle delante de mi para conocerlo bien y conversar con él, me turbaba sobremanera, con una sensacién entre de recha- zoy de espanto. Si para los demas no era aquel que hasta entonces haba creido ser, equién era yo pata mi? Viviendo, nunca habia pensado en la forma de mi na- riz; en su tamaiio, grande o pequeiio, o en el calor de mis ojos; en la estrechez o amplitud de mi frente, y asi suce- sivamente. Esa era mi nariz, éos mis ojos, ésa mi frente, cosas inseparables de mi, en las que, dedicado a mis asun- tos, enfrascado en mis ideas, abandonado a mis senti- mientos, no podia pensar. Pero ahora pensaba: «2Y los demas? Los demas no estin en absoluto den- tro de mi. Para los demas, que miran desde fuera, mis ideas, mis sentimientos tienen una nariz, Mi nariz. Y tie- hen un par de ojos, mis ojos, que yo no veo y que ellos ven. 2Qué relacién existe entre mis ideas y mi nariz? Pa- ta mi, ninguna, Yo no pienso con la nariz, ni me preocu- po de ella al pensar, Pero, gy los demas? ¢Los demas que ‘no pueden ver dentro de mi mis ideas y ven desde fuera mi nariz? Para los demas, la relacién entre mis ideas y mi nariz es tan intima, que si aquéllas, supongamos, fueran muy serias y ésta por su forma muy ridicula, se echarfan a reir Asi, siguiendo con este razonamiento, cafen esta otta 33 preocupacién angustiosa: que no podia, viviendo, repre: sentarme a mf mismo en los actos de mi vida; verme co- mo los demas me veian; ponerme delante de mi cuerpo y verlo vivir come si fuera de otro. Cuando me ponia de- lante de un espejo, se ptoducia como un parén en mi; se acabé le espontaneidad, cada uno de mis gestos se me an- tojaba a mimismo fingido o un remedo. Yo aa padia verme vivir. ‘Tave la peieba de ello en la impresién gue, por asi decizla, me asalté cuando, unos dias después, mientras caminaba y charlaba con mi amigo Stefano Firbo, suce- aié qire deimproviso me sorprendi en un espejo por la calle, espejo en el que no habia reparado con anteriori- dad. Una impresién que no duré mas que un instante, porque en seguida se produjo el parén, cesé Ja esponta- neidady dio comienzo el estudio. Al principio no me re- conoci wmf mismo, Tuve la impresion de ver a un extra- fio que pasaba por la calle charlando. Me detuve. Debia de estar muy pélido. Firbo me pregunté: eQué te pasa? —Nitda~tespondi yo. Y dentro de mi, embargado por tun éxtrafio espanto que era al propio tiempo repugnan- cid; pensaba; «éEirw realmente mi imagen la que he entrevisto en un telimpago? Soy asi realmente, yo, desde fuera, cuando, mientras vivo, no pienso en mi? Asi pues, para los demas Soy es¢ extrafio que he sorprendido en el espejo; ése, y ya no yo'tal'como me conozco; ese que yo mismo al princi- pio, al verlo, no he reconocide. Soy ese extraiio al que no puedo ver vivir sino asi, en un instante impensado, Un ex- trafio que pueden ver y conocer sdlo los demés, y yo no.» 24 Y a partir de aquel dia me propuse este objetivo des- esperado: ir persiguiendo a ese extrafio que estaba en mi ¥ que escapaba a mi conocimiento; ese al que no podia detener delante de un espejo porque en seguida se volvia yo tal coma me conocia; ese que vivia para los demas y que yo no podia conocer; que los demas veian vivir y yo no. También yo queria verlo y conocerlo, igual que los demas lo vefan y conocian. Repito, creia atin que ese exttaiio eta uno solo, uno solo para todos, igual que crefa ser yo uno solo para mi. Pere pronto mi terrible drama se complicé con el descu- brimiento de los cien mil Moscarda que yo era n0 sélo para los demés, sino también para mi, todos con este nico nombre de Moscarda, feo a mas no pader, todos dentro de este pobre cuerpo mio, que también era uno, uno y ninguno, jay!, si lo ponia delante del espejo y fo micaba fijo ¢ inmévil a los ojos, aboliendo en él todo sen- timiento y toda voluntad. Cuando asi mi drama se complic6, empezaron mis in- crefbles locuras. v PERSECUCION DEL EXTRANO Hablaré, por ahora, de las chiquilladas que empecé aha- cer a modo de pantomimas, en la alegre infancia de mi locura, delante de todos los espejos de casa, mirando adelante y atrés para no ser descubierto por mi mujer, en la ansiosa espera de que ella, al salit para ir de visita 0 de compras, me dejara finalmente solo durante un buen rato, 25 No es que quisiera ya como un comediante estudiar mis gestos, adaptar mi cara a la expresién de los distin- tos sentimientos ¢ impulsos animicos, sino que lo que por el contratio queria era sorprenderme en [a naturali- dad de mis actos, en las stibitas alteraciones del rostro debidas a cada impulso animico; a un asombro repenti- no, por ejemplo (y enarcaba por cualquier fatil motivo las cejas hasta el arranque del pelo y abria los ojos y la boa, poniendo una cara larga como si un hilo interior tirase de efla}; a un profundo pesar (y fruncia la frente, imaginando la muerte de mi mujer, o bien entornaba tristemente los parpados como queriendo incubar aquel pesar}; a una rabia feroz (y hacia rechinar los dientes, pensando que alguien me habia abofeteado, y arrugaba lwnariz, estirando la mandibula y fulminando con la mi- tada). Pero, en primer lugar, ese asombro, ese pesar, esa ra- bia eran fingidos, y no podian ser verdaderos, porque, de haberlo sido, no habria podido yerlos, pues habrian cesado en seguida por el mero hecho de que los veia; en segundo lugar, los asombros que podian dominarme eran muchos y de muy distinta indole, y sumamente im- ptevisibles también las expresiones que adoptaban, infi- nitamente vatiables también dependiendo del momento y de mis estados de dnimo, y lo mismo ocurria en lo que se refiere a todos los pesares y rabietas. Y por dltimo, aun admitiendo que por un solo y determinado asombro, por un solo y determinado pesar, por una sola y determi- nada rabieta, hubiera adoptado yo de verdad esas expre- siones, éstas eran tal como yo las veia y no como las ha- brian visto los demés. La expresién de aquella rabia mia, 26 por ejemplo, no hubiera sido la misma para alguien que la hubiese temido, para otro dispuesto a disculparla, pa- ra un tercero dispuesto a tomarsela a risa, y asi sucesiva- mente. iAh!, tenia ain el suficiente buen sentido para en- tender todo esto, pero de nada me valié para sacar de la reconocida inviabilidad de mi loco propésito la natural consecuencia de renuneiar a esa empresa desesperada y contentarme con vivir para mi, sin verme ai preocupar- me de los demas. La idea de que los demas veian en mi a alguien que no era yo tal como me conocia; alguien que sélo ellos po- dian conocer mirindome desde fuera con ojos que no eran los mios y que me daban un aspecto destinado a re- sultarme siempre extraiio, pese a estar ea mi, pese a set el mio para ellos (jun «mio», por tanto, que no eta para mil}; una vida en la que, pese a ser la mia para ellos, yo no podia penetrar, esta idea, digo, ya no me dio tregua. eCémo soportar en mi a ese extraiio, a ese exttaiio que era yo mismo para mi? ¢Cémo no verlo? Como no conocerlo? ¢Cémo permanecer para siempre condenado allevatlo conmigo, dentro de mi, a la vista de los demés y sin embargo fuera de la mia? vi jeoR FIN! —eSabes qué te digo, Genge? Que han pasado otros cuatro dias. Ya no cabe duda: Anna Rosa debe de estat enferma. Iré a verla. 27 —Pero, zqué dices, Dida mia? Peto, ca ti te parece? Gon este tiempo de perros? Manda a Diego, manda a Nina a pedir noticias. ¢Quieres coger algo? Me niego, me niego en redondo. Cuando no queréis algo de ninguna de kas maneras, zqué hace vuestra mujer? Dida, mi mujer, se planté el sombrerito en la cabeza. Luego me alarg6 el abrigo de piel para que se lo sostu- viera Sonrei. Pero Dida descubri —¢Te ries? —Querida, ya veo lo mucho que se me obedece. ¥ entonces le rogué que, al menos, no se entretuvie- ra mucho en casa de su querida amiga, si de veras le do- Ifa 1a garganca: —Un cuarto de hora, no mas, Te lo juro, ‘Me aseguré asi de que no volveria hasta el atardecer. Apenas hubo salido, de fa alegria, giré sobre mis ta- fones, frotaindome las manos. «{Por fin!» mi sonrisa en el espejo: vu UNA CORRIENTE DE AIRE Ante todo quise recuperarme, esperar a que desapare- cieta de mi semblante todo rastro de ansiedad y de ale- griay que, en mi interior, se detuviera todo impulso sen- timental 0 mental, para poder llevar mi cuerpo hasta el espejo como si furera extraiio a mi y, como tal, ponerlo de- lante de mi. 28 —Vamos—dije—. Andando! Anduve, con los ojos cerrados, las manos por delan- te, a tientas. Cuando toqué la luna del armario, me detuve a esperar, con los ojos cerrados atin, la mas absoluta cal- ma interior, la mas absoluta indiferencia, Pero una maldita voz me decia por dentro que tam- bién alli estaba él, el extrario, ante mi, en el espejo. Espe- rando como yo, con los ojos cerrados. Estaba, y yo no lo veia. Tampoco él me veia a mi, porque tenia, al igual que yo, los ojos cerrados, Pero equé esperaba él? ¢Verme? No. Elpodéa ser visto; no verme. Era para milo que yo era pa- 1a los demas, que podia ser visto y no verme. Sin embar- g0, al abrir los ojos, glo veria asi como un otto? Este era el quid de la cuestion, jCuéntas veces se habia cruzado mi mirada por ca- sualidad en un espejo con la de alguien que me estaba mirando en el mismo espejo! Yo en el espejo no me veia y era visto; del mismo modo ef otro no se vela, pero veia mi cara y se vela mirado por mi, De haberme expuesto a ver- me también yo en el espejo, acaso habria padido ser visto también por el otro, pero yo no, yo no hubiera podido verlo, Es imposible al mismo tiempo verse y ver que otro esta mirdndonos en el mismo espejo. Mientras pensaba esto, siempre con los ojos cerra- dos, me pregunté: «<¢Es distinto ahora mi caso, 0 ¢s el mismo? Mientras tengo los ojos cerrados, somos dos: yo, el de aqui, y él otro, el del espejo. He de impedir que, al abrir los ojos, else convierta en mi y yo en él. Yo he de verlo y no ser vis- to. ¢Es ello posible? En cuanto yo lo vea, él me vera, y 29 nos reconoceremos. {Pues muchas gracias! Yo no quiero reconocerme; yo quiero conocerlo a él fuera de mi. ¢Es ello posible? Mi esfuerzo supremo debe consistir en es- to: no verme evr wf, sino ser visto por mr, con mis propios ojos, pero como si fuera otro: ese otro que todos ven y yo no, Vamos, entonces, calma, que toda vida se detenga y arencién!» Abri los ojos. Qué vi? Nada, Me vi. Estaba alli, ceftudo, gravido de mi pro- pio pensamiento, con cara de gran disgusto. Me entré una tremenda irritacién y tentado estuve de escupitme yo mismo a la cara. Me contuve. Distendi las acrugas; intenté disminuir la agudeza visual; y he aqui que, a medida que la disminufa, mi imagen se apagaba y poco menos que se alejaba de mé; pero también yo me iba apagando y a punto estuve de desplomarme; y senti que, de seguir con el experimento, me adormeceria. Me mantuve con los ojos fijos. Traté de impedir sentitme tam~ bién yo con aquellos ojos fijos en mi que tenia delante; es decit, que aquellos ojos entraran en los mios, No lo lo- gré. Yo me sentfa aquellos ojos. Los veia enfrente de mi, pero los sentia también de este lado, en mi; sentia que eran mios; no fijos ya en mi, sino en si mismos. Y si por un momento conseguia no sentirlos, ya no los veia. ;Ay! era realmente asi: yo podia vérmelos, pero no ya verlos. Y he aquf que, como imbuido de esta verdad que re- ducia a un juego mi experimento, de pronto mi rostro es- bozé en el espejo una pilida sonrisa. —jEstate serio, imbécil!—le grité entonces—. jNo gin motivo para reirse! ‘Tan instanténeo fue, por lo espontineo de la irrita- hay 30 cidn, el cambio de expresi6n en mi imagen, y tan siibita- mente siguid a este cambio una aténita apatia en ella, que logré ver mi cuerpo sepazade de mi espititu impe- rioso, alli, delante de mi, en el espejo. jAb, por fin! jAhi estaba! ¢Quién era? No era nada. Nadie, Un pobre cuerpo mortificado, en espera de que alguien lo hiciera suyo. —Moscarda...—murmuré, al cabo de un largo silencio. No se movié; siguié mirandome, aténito. Podria haberse llamado también de otro modo. Estaba alli, como un perro vagabundo, sin duesio y sin nombre, al que uno podia llamar Flik y otto Flok, a su an- tojo. No conocia nada, ni se canocia; vivla por vivir, y no sabia que vivia; le latia el corazén y no lo sabia; respiraba y no lo sabja; movia los parpados y no se daba cuenta, Observé su pelo rojizo; la frente inmévil, insensible, palida; aquellas cejas en forma de acento circuntlejo, los ojos verduscos, como picados en algunas partes de la c6r- nea pot unas manchitas amarillentas; aténitos, sin mira- da; aquella nariz torcida hacia la derecha, pero de boni- to corte aquilino; los bigotes pelirrojos que le ocultaban la boca; la barbilla recia, un tanto prominente Si, asi era: lo habjan hecho asi, de este pelaje; no de- pendia de él ser de otro modo, tener otra estatura; podia, eso si, alterar en parte su aspecto: afeitarse el bigote, por cjemplo; pero ahora era asi; con el tiempo seria calvo 0 con el pelo canoso, arrugado y lacio, desdentado; algu- na desgracia, ademas, podia desfiguraclo, hacer que le pusieran un ojo de vidrio o una pata de palo; pero ahora era asi 3 2Quién era? 2Era yo? |Pero podia ser también otro! Podia ser cualquiera, ése. Podia tener aquel pelo rojizo, aquellas cejas en forma de acento circunflejo y aquella nariz que tenia torcida hacia Ja derecha, no sélo para mi, sino también para otro que no fuera yo. ¢Por qué tenia que ser yo, éste, asi? ; Viviendo, yo no me formaba de mi mismo ninguna imagen. cPor qué tenfa, entonces, que verme en aquel cuer- po como en una imagen necesaria de mi? Aquella imagen estaba alli, delante de mi, casi inex tente, como una aparicidn en suerios. Y yo podia perfec- tamente no conocerme asi. g¥ sino me hubiera visto nunca en un espejo, pot ejemplo? ¢No habria seguido teniendo tal vez dentro de aquella cabeza desconocida Jos mismos pensamientos? Si, y muchos otros. ¢Qué te- nian que ver mis pensamientos con aquel pelo, de aquel color, que habria podido desaparecer 0 bien ser blanco 0 negro o rubio; y con aquellos ojos verduscos, que habrian podido también ser negros 0 azules; y con aquella nariz que habria podido ser recta o chata? Podia perfectamen- te sentir también una profunds antipatia por aquel cuer- po} y la sentia, ¥ sin embargo, yo era, para todos, sumariamente, aquel pelo rojizo, aquellos ojos verduscos y aqueila nariz; rode aquel cuerpo que para mi no era nada, si, jnada! Cualquiera podia omarlo para hacerse con él el Moscar- da que mejor le pareciera y gustara, hoy asi y mafiana asé, dependiendo de las circunstancias y del humor del mo- mento. Y también yo... {Pues si! gAcaso lo conocia yo? 2Qué podia conocer de él? El instante en que lo miraba, y nada més. Sino me aceptaba asf o no me sentia tal co- 32, mo me veia, aquél era también para mi un extrafie, que tenia aquellas facciones, pero que hubiera podido tener otras, Pasado el momento en que lo miraba, era ya otro; tanto es asi que ya no era el que habia sido de nifio, y to- davia no era el que seria de viejo; y yo hoy trataba de re- conocerlo en ef de ayer, y asi sucesivamente. Y en aquella cabeza, inmévil ¢ insensible, podfa poner todos los pen- samientos que quisiera, hacer prender las mas variadas visiones: si, un bosque que se oscurecia tranquilo y mis- terioso a la luz de las estrellas; una rada solitaria, invadi- da por la niebla, de la que zarpaba lento y espectral un bar- co al amanecer; la calle de una ciudad hirviente de vida bajo ef nimbo deslumbrante de sol que encendia de re- flejos purptireos los rostros y hacia destellar de luces va- riopintas los cristales de las ventanas, los espejos, los es- caparates de las tiendas. Extinguia de golpe la visién, y aquella cabeza permanecia alli de nuevo inmévil ¢ insen- sible, en un apatico asombro. ¢Quién era? Nadie. Un pobre cuerpo, sin nombre, a fa espera de que alguien lo hiciera suyo. Pero de repente, mientras pensaba estas cosas, suce- did algo que me Hlené de espanco mas que de estupor, Delante de mf vi, no por propia voluntad, cémo la apética y aténita cara de aquel pobre cuerpo mortificado se descomponia de forma lamentable, arrugaba la nariz, ponia los ojos en blanco, contraia los labios hacia arriba ¢ intentaba fruncir el cefio como si quisiera Hlorar; y se mantuyo asi un momento, en suspenso, para luego sacu- dirse de sopetdn dos veces debido a un par de estornu- dos. pobre cuerpo mottificado se habia estremecido 33 por si solo debido a una cortiente de aire que habia en- trado quién sabe por dénde, sin previo aviso y al margen de mi yoluntad, —iJestis!—le dije. Y pade ver emel espejo mi primera tisa de loco. vin ¥, ENTONCES, QUE? Pues, entonces, nada: esto. ¢Os parece poco? He aqui una primera lista de las demoledoras reflexiones y de las terribles conclusiones derivadas del inacente y momen- téneo gusto que Dida, mi mujer, se habia querido dar. Quiero decir, hacerme notar que tenia la nariz torcida he- cia Ja derecha REFLEXIONES: 1'—que yo para los demds ya no era aquel que hasta entonces habia creido ser para mi; at—que no podia verme vivir; 3*—que al no poder verme vivir, era un extrako para mi mismo, es decir, alguien a quien los demds podian ver y conocer, cada uno a st manera; pera yo 10; ‘4’—que eva imposible ponerme delante de ese extrafio para verloy conocerlo; yo podia verme, pero no vero a él; s'—que mi cuerpo, si lo analizaba desde fuera, era pa- ra mi como una eparicion en suefios; una cosa que no sebia que vivia'y que estaba alli, en espera de que alguien lo bi- ciera suyo; 34 6*que, lo mismo que yo me apropiaba de ét, de este cuerpo mio, para ser de vez en cnando como yo queria ser » me sentia, igual podia apropiarse de él cualquier otro pa- ra darle una realidad a su real entender. 7 —que, por iltimo, ese cuerpo era por st mismo wna nada tal y tal nudlidad, que una simple corriente de aire po- dia bacerto estornudar boy y mattana levérselo CONCLUSION Estas dos, por el momento: V—que comencé por fin a comprender por qué Dida, mi mujer, me larsaba Geng; v—que me propuse descubrir quién eva yo al menos para los que tenia mds cerca de mi, los llamados conocidos, ¥ divertirme descomponiendo despectivamente a aquel que yo era para ellos, 35 LIBRO SEGUNDO I ESTOY YO Y ESTAIS VOSOTROS Se me puede objetar: —Pero, zc6mo no se te ocurtié nunca antes, pobre Moscarda, que al resto de la gente les pasaba lo mismo que ati, que no se ven vivir; y que si td no eras para los demas el que hasta entonces te habias crefdo, de igual modo los de- mas podian no ser tal como td los veias, etcétera, etcétera? Yo respondo: Se me ocurrié. Pero, disculpad, gde verdad se os ha ocurrido también a vosotros? ‘Me gustaria suponerlo, pero no os creo. Mejor dicho, creo que si se 0s ocurriera en realidad un pensamiento semejante y arraigara en yuestra cabeza como lo ha he- cho en la mfa, todas vosotros cometeriais las mismas lo- ‘curas que yo cometi. Sed sinceros: nunca se os ha pasado por la cabeza que- rer veros vivir. Procurais vivir para vosotros, y bien que hacéis, sin preocuparos de lo que, sin embargo, podéis set para los demas, no porque no os importe nada la opi ni6n ajena, que si os importa y mucho, sino porque vivis en la feliz ilusién de que los otros, desde fuera, se hacen de vosotros una imagen igual a la que os hacéis de vos- otros mismos. Porque si luego alguien os hace notar que tenéis Ja na- riz un poquito torcida hacia la derecha..., en0?, que ayer dijisteis una mentira..., gtampoco?, vamos, muy pequefia, 39 sin consecuencias... En suma, si en alguna ocasién empe- zéis a sospechar que no sis para los demis el itismo que para vosottos, ¢qué hacéis? (Sed sinceros.) No hacéis na- da, o bien poco. A lo sumo considerdis, con una total y ab- soluta seguridad en vosotros mismos, que los demas os han comprendido mal, os han juzgado mal; y eso es todo. Si mu- cho os apura, acaso tratéis de mejorar esa opinién, hacien- do aclataciones, dando explicaciones: si no, lo dejaréis co- rrer, os encogeréis de hombros exclamando: «Bueno, al fin yal cabo, tengo la conciencia tranquila y ello me basta.» No es asi? Perdonad, sefiores. Ya que me han venido palabras mayores a la boca, permitidme que os haga entrar en la cabeza un pensamiento muy simple. Es el siguiente: que vuestra conciencia no tiene nada que ver en esto. No di- ré que no valga nada, cuando para vosotros lo es preci- samente todo; diré, para complaceros, que de! mismo mo- do yo tengo también la mia propia y sé que no vale nada. 2Sabéis por qué? Porque sé que existe también la vues- tra, Si, Tan distinta a la mia. Perdonadme si por un momento hablo al modo de los fildsofos. Pero, cacaso es la conciencia algo absoluto que puede bastarse a sf misma? Si estuviéramos solos, tal vez si. Peto entonces, amigos mios, no habria conciencia. Por desgracia, estoy yo, y estais vosotros. Por desgracia. Asi pues, ¢qué quiere decir que tenéis vuestra concien- cia y que os basta? 2Que los demés pueden pensar de vosotros y juzga- ros como les plazca, es decir, injustamente, porque vos- otros mientras tanto estais seguros y satisfechos de no haber obrado mal? Oh!, por favor, si no son los demés, équién os pro- porciona, entonces, dicha seguridad, quién os proporcio- na dicho consuelo? Basta con que aquétla vacile un poco y con que éstos se alteren ligeramente o cambien minimamente, jy adiés realidad nuestra! Cae- mos de pronto en la cuenta de que era una mera ilusién, Fiemeza de voluntad, pues. Constancia en los sent mientos. Manteneos fuertes, manteneos fuertes para no dar esos saltos en el vacio, para no ir al encuentro de esas ingratas sorpresas. jPero a qué hermosas construcciones dan pie! XH ESE QUERIDO GENGE iNo, no, querido amigo mio, mantén cerrada la boca! 2€rees que no sé lo que te gusta y lo que no te gusta? Co- nozco bien tus gustos y cémo piensas. 62 ¢Cuantas veces no me habia hablado asi Dida, mi mu- jer? Y yo, tonto de mi, no le habia hecho nunca caso. iPero ya lo creo que ella conocia a ese Geng? suyo «aejor que yo! {$i se lo habia construido ella! Y no era en absoluto un fantoche. Si acaso, el fantoche era yo. ¢Atropello? ¢Suplantacién? iQué val Para atropellar a alguien es preciso que éste alguien exis- ta. Y para suplantarlo es necesario igualmente que exista para cogerlo y hacerlo a un lado, para poner a otro en su lugar Dida, mi mujer, nunca me habia atropellado ni me habia suplantado. Muy al contrario, le habria parecido un atropello y una suplantacién si yo, sebelandome y afirmando como quiera que fuese la voluntad de ser a mi manera, me hubiera quitado de en medio a ese Genge suyo. Porque ese Gengé suyo existia, miemiras que yo para ella no existfa en absoluto, no habia existido nunca, Mi realidad estaba para ella en el Gengé que ella se habia forjado, que posefa pensamientos, sentimientos y gustos que no eran mios, y que yo no hubiera podido al- terar en lo mas minimo sin correr el riesgo de convertir- me al punto en otro que ella ya no hubiera reconocido, un extraito que ella no hubiera podido ya comprender ni amar. Por desgracia nunca habia sabido dat una forma cual- quiera a mi vida; no me habia querido munca firmemen- te de un modo propiamente mio y particular, ya porque nunca habja encontrado obsticulos que despertaran en milavoluntad de resistir y de afirmarme como quiera que 63 tonterias: muy al contrario! Aquélla era la manera de pen- sar de Gengé. i¥ yo, ah, cémo le hubiera abofeteado, apaleado, des- pedazado! Pero no podia tocarlo, Porque, pese a los dis- gustos que le daba, pese a las bobadas que decia, mi mu- jer Dida queria mucho a Genge; para ella, tal como era, respondia al ideal del buen esposo, al que se perdona al- giin defectillo debido a sus otras muchas cualidades. Si yo no queria que Dida, mi mujer, fuera a buscar en otro su ideal, no debia tocar a aquel Genge suyo. Alprincipio pensaba que tal vez mis sentimientos eran demasiado complicados; mis pensamientos, demasiado abstrusos; mis gustos, demasiados poco corrientes; y que por eso muchas veces mi mujer, al no entenderlos, los ter- giversaba, Pensaba, en suma, que mis ideas y mis senti- mientos no podian entrar, sino reducidos y empequefieci- dos, en su pequefio cerebro y en su corazoncito; y que mis gustos no podfan estar de acuerdo con su simplicidad. iPero qué va!, ;qué va! Ella no los tergiversaba, no empequeiiecia mis pensamientos ni mis sentimientos. No, no. Mi mujer Dida, asi tergiversados, asi empeque- fiecidos, tal como le legaban de boca de Gengé, los con- sideraba necios. También ella, ecomprendéis? 2Quién, pues, los tergiversaba y empequefiecia asi? iPues Ja realidad de Gengé, sefiores! Gengé, tal como ella se lo habia forjado, no podia sino tener aquellos pen- samientos, aquellos sentimientos, aquellos gustos. Tonto pero simpatico. ;Ah, si, tan queridito para ella! Ella le queria asi: tontito y queridito. Y lo queria de verdad. Podria aportar gran cantidad de pruebas. Pero basta- ré con ésta: la primera que se me ocurte. 66 Dida, de soltera, se peinaba de manera que no sélo me gustaba a mi muchisimo, sino también a ella. Recién casa- da, cambié de peinado. A fin de dejarle que hiciera lo que quisiera, yo no le dije que ese nuevo peinado no me gusta- ba nada, Cuando he aué que una mafana se presenta an- te mi de repente, en bata, con el peine aiin en la mano, pei- nada como en otro tiempo y el rostro encendido. --iGengé!—me grit6 abriendo la puerta y rompien- doa reit. Yo me quedé admirado, casi deslumbrado. —jOh!—exclamé—, jpor fin! Pero ella en seguida se llevé las manos al pelo, se qui- 16 las horquillas y se solté en cuestién de un instante el peinado, —jVamos, hombre!—me dijo—. Sélo he querido gastarte una broma. ;Ya sé, sefiorito, que no te gusto pei- nada asi! Yo protesté, como movido por un resorte, —Pero, equién te ha dicho tal cosa, Dida querida? Yo te juro que.. Me tapé la boca con Ja mano. —iVamos, hombre!—repitié—. Lo dices para com- placerme. Pero yo no he de gustarme ami, querido, ¢C6- mo no voy a saber cémo gusto mas a mi Genge? Y se fue. eComprendéis? Estaba segurisima de que a su Gen- ge le gustaba més peinada de aquel otro modo, y se pei- naba de aquella otta manera que no me gustaba ni a mi ni alla, Pero gustaba a su Geng@; y ella se sactificaba. €Os parece poco? ¢No son auténticos sacrificios éstos para una mujer? 67 s Cones goi-0 queria tanto! ‘jin ¥,Yo—ahora que finalmente todo se habia aclarado para mi—comencé a volverme terriblemente celoso—no de mi mismo, os ruego que me credis: jos dan ganas de refcos!—, no de mi mismo, sefiores, sino de uno que no era yo, de un imbécil que se habia entrometido entre mi mujer y yo, y no como una sombra insustancial, no—jos ruego que me credis!—, porque él me convertfa a mi en sombra insustancial, a mi, apropidndose de mi cuerpo pa- ra que ella lo amara. Consideradlo bien, ¢Acaso no besaba mi mujer, en mis labios, a alguien que no era yo? gEn mis labios? {No! iQué mios! En qué eran mios, propiamente mos, los labios que ella besaba? ¢Acaso tenia ella entre los brazos mi cuerpo? Pero, geémo podia ser realmente mio ese cuer- po, como podfa realmente pertenecerme, sino eta a mia : quien ella abrazaba y amaba? Consideradlo bien, ¢No os sentirias traicionados por vuestra mujer con la més refinada de las perfidias si os enterarais de que ella, al estrecharos entre sus brazos, sa- borea y goza por medio de vuestro cuerpo del abrazo de otro que est en su mente y en su corazén? Pues bien, gen qué diferia mi caso? {Mi caso era in- cluso peor! ;Porque, en ése, vuestra mujet—perdonad— al abrazaros finge sélo que abraza a otro, mientras que en mi caso mi mujer estrechaba entre sus brazos Ja reali- dad de alguien que no era yo! Y tan real era este alguien que cuando al final, exas- perado, quise destruirle imponiendo, en vez de ta suya, una realidad mfa, mi mujer, que nunca habia sido mi mu- jer sino la mujer de ese otro, se encontré de pronto, horro- rizada, como en los brazos de un extraiio, de un desco- nocido; y dijo que ya no podia amarme, que no podia convivir conmigo ni un minuto mas, y se largé. Si, sefiores, como veréis, se lerg6. Ja gee 68 LIBRO TERCERO 1 LOCURAS POR FUERZA Pero antes quiero contaros, al menos sucintamente, las locuras que empecé a hacer para descubrir a todos esos ‘otros Moscardas que vivian en mis conocidos més préxi- mos, y para destruirlos uno por uno. Locuras por fuerza. Porque, al no haber pensado hasta ese momento en construir de mi mismo un Mos- carda que tuviera a mis ojos una manera de ser especifi- camente mfa, se comprendera que no me fuera posible actuar con una cierta coherencia légica. Tenia que de- mostrarme cada vez a mi mismo que era lo contrario de lo que era o suponia que era en éste o en aquél de mis co- nocidos, tras haberme esforzado en comprender la reali- dad que me habian dado: mezquina, por fuerza, lébil, voluble y casi inconsistente. Pero, eso si: un cierto aspecto, un cierto sentido, un cierto valor debia de tener no obstante para los de- més, aparte de por mis facciones que escapaban a mi vista y a mi capacidad de juicio, y también por muchas cosas en las que hasta aquel momento no habia pensado nunca. Pensar en ello y sentir un impulso de terrible rebe- lién fue todo uno. i DESCUBRIMIENTOS El nombre, pase. Feo a mis no poder. Moscarda, La mos- ca, y lo ittitante de su fastidioso y éspero zumbido. Miespiritu no tenia en modo alguno nombre propio, ni tampoco estado civil: tenia todo un mundo suyo; y yo imprimia cada vez el sello de ese nombre mio, en el que no pensaba en absoluto, a cuantas cosas veia dentro de mi y a mi alrededor. Bien, pero para los demas yo no era ese mundo innominado que llevaba dentro de mi, ente- ro, indiviso, y sin embargo distinto. En cambio, fuera, en su mundo, yo era alguien—separado—que se llamaba Moscarda, una pequeiia y determinada faceta de reali- dad no mfa, incluida fuera de mi en la realidad de los de- mis y llamada Moscarda. Hablaba con un amigo: nada de extrafio: me respon dia; lo veia gesticular; tenia su voz de costumbre, reco- nocfa sus gestos de costumbre. Nada de extraiio, si; pero mientras yo no pensara que el tono que para mi tenia la voz de mi amigo no era en absoluto el mismo que él co- nocia, porque tal vez el tono de su voz tampoco lo cono- cfa él, porque aquélla era para él su voz; y que su aspec- ta era tal como yo lo vefa, es decir, el que yo le daba, al verlo desde fuera, mientras que él, al hablar, no tenia en su mente, ciertamente, ninguna imagen de si mismo, ni siquiera la que él se daba y se reconocia al mirarse en el espejo. iOh Dios!, ey qué sucedia, entonces, conmigo? ¢Su- cedia lo mismo con mi voz, con mi aspecto? Yo na era ya tn yo indistinto que hablaba y miraba a los demés, sino 74 alguien a quien los demés miraban, fuera de ellos, y que posefa un tono de voz y un aspecto que yo no conocia de mi. Para mi amigo era aquello que él era para mi: un cuerpo impenetrable que estaba delante de él y que se representaba con facciones para él perfectamente cono- cidas, las cuales no significaban nada para mi; tanto es asi que yo al hablar ni siquiera pensaba en ellas, ni podia vérmelas ni saber cémo eran; mientras que para él lo eran todo, en cuanto que le representaban para mi tal co- mo era para él, uno entre muchos: Moscarda, ¢Exa posi- ble? Y Moscarda era todo lo que éste decia y hacia en aquel mundo pata mi desconocido, Moscarda era tam- bién mi sombra; Moscarda, cuando lo veian comer. Mos- carda, cuando lo veian fumar. Moscarda, cuando se iba de paseo. Moscarda, cuando se sonaba la nariz. Yo no lo sabia, no pensaba en ello, pero en mi aspec- to, es decir, en el que ellos me daban, en cada una de mis palabras que sonaban para ellos con una voz que yo no podia conocer. en cada uno de mis actos interpretado por cada uno a su manera, siempre estaban implicitos para los demas mi nombre y mi cuerpo. Solo que, ahora ya, por mas que pudiera parecerme estiipido y odioso estar marcado asi para siempre y no poder darme otro nombre, otros muchos a mi antojo, que cuadrasen cada vez con la variada diversidad de mis sentimientos y acciones; slo que ahora ya, repito, habi- tuado como estaba a llevar aquella carga desde el mismo momento de nacer, podia hacer ya caso omiso de todo ello, y pensar que yo, al fin y al cabo, no era ese nombre; que ese nombre para los demas era una forma de Hlamar- me, no bonita, pero que hubiera podido ser atin més fea. 7 zAcaso en Richieri no habia un sardo que se Ilamaba Poreu? Si. —Sefior Porcu. Y sin embargo no respondia en absoluto con un gru- fiido. —Si, para servirle. Respondia con extrema cortesia y sonriente. Tanto es asi que a uno casi le daba vergiienza tener que Hamarle de ese modo. Dejemos, pues, el nombre, y dejemos también las fac- ciones, a pesar de que—ahora que ante el espejo se me ha- bia hecho duramente patente la necesidad de no poder darme a mi mismo una imagen de m{ distinta @ aquella con la que me representaba—sentia también esas facciones ajenas a mi voluntad y desdefiosamente contrarias a cual- quier deseo que pudiera nacer en mi de tener otras que no fueran ésas, es decir, este pelo, este color, estos ojos asi, verduscos, y esta nariz y esta boca; dejemos, digo, también las facciones, porque al fin y al cabo era menester recono- cer que hubieran podido ser monstruosas y habria tenido yo que cargar con ellas con resignacién silo que queria era vivir; no lo eran y, por tanto, adelante, pues; después de todo, podia darme por satisfecho con ellas. Pero, zy la posicién? Quiero decir la posicién que no dependia de mi, la posicién que me determinaba, al mar- gen de mi, al margen de toda voluntad mia. La posicién de mi nacimiento, de mi familia. No habia pensado nun- ca en ella a fin de valorarla tal como podian valorarla los demas, cada uno a su manera, claro esté, con su particu- lar balanza, con el peso de la envidia, el peso del odio o del desdén 0 qué sé yo. 76 Hasta entonces me habia crefdo un hombre en la vi- da, Un hombre, y punto, En la vida. Como si me hubiera bastado en todo a mi mismo. Pero asi como aquel cuerpo no me lo habia hecho yo, asi como aquel nombre no me lo habia dado yo, y asi como en la vida me habian puesto otros sin contar con mi voluntad, asi también, sin contar con mi voluntad, me habjan cafdo encima otras muchas cosas, dentro, alrededor; otras muchas cosas que habian sido hechas para mi, dadas por los demas, en las que cfectivamente nunca habia pensado, a las que nunca ha- bia dado una imagen, la imagen extrafia, enemiga, que esgrimian contra mi. iLa historia de mi familia! La historia de mi familia cn mi ciudad; no pensaba en ella; pero para los demas sa historia estaba en mi; yo era alguien, el dltimo de es- ta familia; y Hevaba impreso su sello en mi cuerpo y guign sabe cudntos habitos de conducta y de formas de pensar sobre los que nunca habia reflexionado, pero que los demas reconocian claramente en mi, en mi manera de andar, de reir, de saludar. Me creia un hombre en Ja vida, un hombre cualquiera, que vivia al dia una vida en el fondo ociosa, aunque Ilena de curiosos pensamientos erraticos; y no, no: aunque para mf podia ser uno cual- quiera, para los demas no; para los demas tenia muchos rasgos distintivos, que yo no me habia dado ni buscado y de los que nunca me habia preocupado; y esa misma ca- pacidad mia de creerme un hombre cualquiera, quiero decir, ese mismo ocio mio, que crefa propio de mi, ni si- guiera era mio para los demas: me lo habia proporciona- do mi padre, dependia de la riqueza de mi padre; y era un ocio terrible, porque mi padre. 77 jAh, qué descubrimiento! Mi padre... La vida de mi padre... ur LAS RA[CES Se me apareci6. Alto, gordo, calvo. ¥ en sus claros y ca- si vidriosos ojos azulados su acostumbrada sontisa bri- laba para mi con una extrafa ternura, que era en parte de compasisn y en parte también de burla, pero una bur- la carifiosa, como si en el fondo le complaciera que yo fuera metecedor de esa burla suya, considerandome ca- si un lujo de bondad que él podia permitirse impune- mente. Sélo que esta sontisa, en su poblada barba, tan peli- rroja y tan cerrada que le descoloria las mejillas, esta sonrisa bajo los grandes bigotes un tanto amarillentos en el medio, eta ahora traicionera, una especie de muda y frfa mueca alli escondida y en la que yo nunca habia re- parado, Y esa ternura para conmigo, al aflorar y relucir en sus ojos por aquella mucca disimulada, me parecia abo- ra horriblemente maliciosa: me desvelaba de golpe tan- tas cosas que me recortian la espalda unos escalofrios. He aqui que la mirada de esos ojos vidriosos me tenia, si, me tenia fascinado para impedirme pensar en estas co- sas, de las que sin embargo estaba hecha la ternura que sentia por mi, pero que a pesar de todo eran horribles. «Pero si tu eras y sigues siendo un tonto..., si, un po- bre ingenuo atolondrado, que vas detrés de tus pensa- mientos, sin retener jamas ninguno para detenerte; y nun- 78 ca nace en ti un propésito sin que te pongas a darle vuel- tas, y te lo piensas tanto que al final te duermes, y abres al dia siguiente los ojos y lo ves delante de ti, sin saber ya cémo se te pudo ocurrir cuando ayer hacia ese aire y ese sol; por fuerza habia de quererte yo asi, geomprendes? 2Las manos? ¢Qué me miras? ;Ah!, gestos pelos rojizos del dorso de los dedos? Las sortijas..., ¢demasiadas? Y este gran alfiler de corbata, y también la leontina del re- oj... Demasiado oro? ¢Qué miras?» Veia extraflamente a mi angustia apartarse no sin es- fuerzo de esos ojos, de todo ese oro, para fijarse en unas venillas azuladas que se le transparentaban sinuosas en lo alto de su palida frente que reflejaba pena; del relu- ciente craneo rodeado de pelos rojizos, rojizos igual que los mios—es decir, los mios igual que los suyos—zy por qué mios, si tan evidente era que proventan de él? Y ese crdneo reluciente se me desvanecia poco a poco como tragado por el vacio del aire. {Mi padre! En el vacio, ahora, un silencio aterrador, gravido de todas las cosas insensatas ¢ informes, porque permane- cen en la inercia mudas e impenetrables al espiritu. Fue un instante, pero eterno. Senti en él todo el es- panto de las necesidades ciegas, de las cosas que son im- posibles de cambiar; la cércel del tiempo; el nacer ahora y no antes ni después; el nombre y el cuerpo que nos es dado; el encadenamiento de las causas; 1a semilla sem- brada por aque! hombre, mi padre, sin querer; mi venida al mundo, por esa semilla; involuntario fruto de ese hom- bre; atado a aquella rama; brotado de aquellas raices. 79 Iv LA SEMILLA Entonces vi por primera vez a mi padre como nunca lo ha- bia visto: fuera, en su vida; peto no como era para si, co- mo se sentia en si, cosa que yo no podia saber, sino como totalmente ajeno a mi, en la realidad que, tal como ahora se me aparecia, podia suponer que le daban los demas, Tal vez les haya ocurrido a todos Jos hijos. Notar co- mo un no sé qué de obsceno que nos mortifica, en aque- Ilo que es para nosotros todo padre que se respete. No tar, quiero decir, que los demés no dant ni pueden dar a ese padre fa misma realidad que le damos nosotros. Des- cubrir cémo vive y es hombre fuera de nosotros, para si solo, en sus relaciones con los otros, si esos otros, al ha- blar con él o al empujarlo a hacerlo, a reir, a mirar, se ol- vidan por un momento de que nosotros estamos presen- tes, y nos permiten entrever asi al hombre que ellos conocen en él, al hombre que él es para ellos. Otro. ¢Y cémo? Imposible saberlo. En seguida nuestro padre ha hecho una sefial, con la mano o con los ojos, para avisar de que estamos nosotros presentes. Y esta pequefia se- ial furtiva, si, ha abierto en cosa de un instante un abis- mo dentro de nosotros. El que estaba tan cerca de nos- otros, he aqui que ha saltado lejos y lo hemos entrevisto alli como un extrafio. Y sentimos nuestra vida toda co- mo desgarrada, excepto en un punto por el que sigue es- tando ligada a ese hombre. Y este punto es vergonzante. Nuestro nacimiento, sepatado, escindido de él, como un caso comin y corriente, tal vez previsto, pero invo- luntario en la vida de ese extrafio, prueba de un gesto, 80 fruto de un acto, algo que en suma ahora, si, nos aver- giienza, nos provoca desdén y casi odio. Y si no propia- mente odio, notamas un cierto fastidio agudo también en los ojos de nuestro padre, que en ese instante se han encontrado con los nuestros. Somos para él, alli, de pie y con dos vigilantes ojos hostiles, lo que él no se esperaba del desahogo de una necesidad o un placer momenténeos suyos: esa semilla arrojada que él desconocia, erguido ahora y con dos ojos saltones de caracol que miran a ciegas y juzgan y que le impiden sentirse adn totalmente a gusto, libre, otro también respecto a nosotros. v TRADUCCION DE UN TiTULO Nunca hasta aque! momento habia disociado a mi padre asi de mi. Siempre habia pensado en él, lo habia recor- dado como padre, tal como era para mi; bien poco a de- cir verdad, puesto que, habiendo muerto mi madre muy joven, me mandaron a un colegio lejos de Richieri, y lue- goa otro y después a un tercero en el que me quedé has- ta los dieciocho afios para ir a continuacién a la universi- dad, donde durante seis afios pasé de una carrera a otra sin sacar provecho practico de ninguna de ellas, razén por la cual fui finalmente teclamado a Richieri y en se- guida, ignoro si como recompensa 0 como castigo, obli- gado a tomar mujer. Dos afios después, murié mi padre sin dejarme de si mismo, de su afecto, otro recuerdo vi- vo que esa sonrisa de ternura que era—como he dicho— uun poco de compasién y un poco de burla. Pero, qué habia sido ello en si? Ahora mi padre se morta definitivamente. Lo que habia sido para los de- més... ;Y tan poco para mi! Y esa sonrisa que me dirigia le venia también de los demas, ciertamente, de la reali- dad que los demés le daban y que él sospechaba... Ahora lo entendia y entendia el porqué, de forma horrible. —zA qué se dedica tu padre?—me habian pregunta- do muchas veces en el colegio mis compaiieros. Y yo respondia: —Es banquero. Porque mi padre, para mé, era banquero, Si vuestro padre fuera verdugo, ¢cémo se traduciria en vuestra familia este titulo para conciliarlo con el amor que vosotros sentis por él y que él siente por vosotros?, oh, él que tan bueno es con vosottos!, job, lo sé, lo sé!, no hace falta que me lo digais; puedo imaginarme per- fectamente el amor de un padre semejante por su hijo, la trémula delicadeza de sus grandes manos al abotonarle la camisa blanca alrededor del cuello. Y luego, mafiana, al amanecer, sus manos, terribles, en el patibulo, Porque también un banquero, puedo imaginarmelo perfectamen- te, pasa del diez al veinte y de! veinte al cuarenta por ciento, conforme crece en la ciudad, junto con la falta de estima ajena, su fama de usurero, que el dia de mafiana pesaré como un oprobio sobre su hijo que por el mo- mento lo ignora y se distrae detras de extraios pensamien- tos, un pobre lujo de bondad, porque verdaderamente se la merecia, os lo digo yo, esa sonrisa de ternura, medio de compasién y medio de burla. 82, vi EL BUEN HIJO TERRIBLE Me presenté justo entonces ante Dida, mi mujer, con el espanto pintado en los ojos por este descubrimiento, pe- ro velado el espanto por una humillacién, una tristeza que obligaban sin embargo a mis labios a esbozar una va- cua sonrisa, ante la sospecha de que nadie pudiera creer- las y admitirlas de verdad en mi. Recuerdo que estaba en una habitacién luminosa, vestida de blanco y envuelta toda ella en un fulgor de sol, colocando en el gran armario de tres cuerpos laqueado de blanco y oro sus vestidos nuevos de primavera. Haciendo un esfuerzo, agriado por una secreta ver- giienza, para encontrar una voz que no pareciera dema- siado extratia, le pregunté: —¢Verdad que td sabes, Dida, cual es mi profesién? Con una percha en la mano de Ja que colgaba un ves- tido de tul isabelo, Dida se volvié para mirarme como si no me reconociera. Aténita, repitic —¢Tu profesién? Y tuve que volver a saborear el acre regusto de aquella vergiienza para volver a coger, como de un desgarro de mi espiritu, la pregunta que pendia de él. Pero esta vez se me deshizo en la boca: —Si—dije—, ga qué me dedico yo? Dida, entonces, se me quedé mirando un instante, para soltar acto seguido una gran carcajada. —Pero, equé dices, Genge? El estallido de aquella carcajada hizo desvanecerse de golpe mi horror, la pesadilla de aquellas necesidades 83 clegas contra las que mi espiritu, sumido en profundas clucubraciones, habia topado hacia poco, estremecién- dose. iAh!, por supuesto, para los demas era un usurero; para mi mujer Dida un estépido. Gengé eta yo; uno éste de aqui, en la mente y ante los ojos de mi mujer; y quién sabe cudntos otros Gengés fuera, en la mente o sélo ante los ojos de la gente de Richieri, No se trataba de mi espi- itu, que dentro de mise sentia libre ¢ inmune, en su in- timidad originaria, a todas aquellas consideraciones de las cosas que habian ido @ parar a mi, que habian sido hechas pata mi y dadas por los demés, y principalmente de ésta del dinero y de la profesién de mi padre. éNo? gY de qué se trataba, pues? Aunque podia re- conocer como no mia esta despreciable realidad que los demas me daban, jay!, preciso eta reconocer sin embar- go que aunque me hubiera dado yo una, para mi esta rea- lidad no habria sido mas verdadera, como tal realidad, que la que me daban los demas, que aquella en la que los demés me hacian consistir con ese cuerpo que ahora, de- lante de mi mujer, tampoco podia parecerme mio, ya que se lo habia apropiado aquel Genge suyo, que acababa de decir una estupidez por la que tanto se habia retdo, ;Mi- ra que querer saber su propia profesién! |Como si no la supiera! —Un lujo de bondad...—dije, casi entre mi, hacien- do surgir a la voz de un silencio que me parecié fuera de la vida, porque, sombra delante de mi mujer, ya no sabia desde qué lugar yo—en tanto que yo—le estaba hablando. —2Qué dices?—repitié ella, desde la sélida seguri- dad de su vida, con ese vestido color isabelo en el brazo. 84 Y como yo no respondi, se acereé a mi, me cogié por los brazos y me soplé en los ojos, como si quisiera borrar de ellos una mirada que no era ya de Geng, de ese Gen- 2 que ella sabia que, lo mismo que ella, tenia que fingir que ignoraba cémo se traducia en la ciudad el nombre de la profesién de mi padre, Pero, gno era yo peor que mi padre? Ah! Al menos mi padre trabajaba, jPero yo! ¢Qué hacia yo? De buen hijo terrible. Ef buen hijo que hablaba de cosas extraiias (extravagantes incluso): del descubrimiento de la nariz que tenfa torcida hacia la derecha: o bien de la otra cara de la luna; mientras que el llamado banco de mi padre, gracias a dos fieles amigos, Firbo y Quantorzo, seguia trabajando, prosperaba. En el banco habia también so- cios menores, asf como los dos fieles amigos que estaban —como suele decirse—cointeresados, y todo iba viento en popa sin que yo me inmiscuyera en nada, apreciado por todos los socios, por Quantorzo, como un hijo, y por Firbo, como un hermano; todos ellos sabian que conmi- go era inttil hablar de negocios y que bastaba con lla- marme de vez en cuando para fitmar; yo firmaba y eso era todo, No todo, porque también de vez en cuande ve- n(a alguien a rogarme que le diera una carta de recomen- dacién para Firbo 0 para Quantorzo; y entonces yo des- cubria en su barbilla un hoyuelo que se la dividia en dos partes no perfectamente iguales, una mas prominente de un lado y otra mas rehundida del otro. eCémo no me habjan dado una paliza de muerte has- ta entonces? Pues no lo habian hecho, sefiores, porque asi como yo hasta entonces no habia tomado distancia de mi para verme, y vivia como un ciego en la posicién en 8s que me habian puesto, sin considerat cual era, porque habia nacido y crecido en ella y por eso la encontraba na- tural, también para los demas resultaba natural que yo fuera asi; me conocian asi; no podian pensar en mi de otto modo, y todos podian mirarme ya casi sin odio ¢ in- cluso sonreft ante ese buen hijo terrible, eTodos? De golpe senti clavados en mi alma dos pares de ojos como si fueran cuatro puiiales envenenados: los ojos de Marco di Dio y de su mujer, Diamante, con los que me topaba cada dia de camino de vuelta a casa, vin PARENTESIS NECESARIO, UNO PARA TODOS Marco di Dio y su mujer Diamante tuvieron la suerte de set (si mal no recuerdo) mis primeras victimas. Quiero decir, las primeras clegidas para el expetimento de la destruccién de un Moscarda. Peto, econ qué derecho hablo yo de ellos? ¢Con qué derecho doy aqui aspecto y voz a otros fuera de mi? para vosotros y para los demas. Pero, perdonad: si, para vosotros, yo no tengo otra realidad fuera de la que vosotros me dais, y yo estoy dis- puesto a reconocer y admitir que ella no es menos verda- dera que la que yo podria darme, mejor dicho, que ella para vosotros es la unica verdadera (jy Dios sabe cmo es esa realidad que me dais!), vais a quejaros ahora dela que yo os dé, con toda mi buena voluntad de representa- ros del mejor modo posible a vuestra manera? No presumo que sedis como yo os represento. Ya he afirmado que ni siquiera sois ese uno que os representiis a vosotros mismos, sino muchos al mismo tiempo, de acuerdo con todas vuestras posibilidades de ser, segiin los azares, las relaciones y las circunstancias. Y por tan- to, Zqué injusticia os hago yo? Sois vosotros quienes me Ia hacéis a mi al creer que no tengo yo o que no puedo te- ner otra realidad fuera de esta que me dais, la cual, creed- me, es s6lo vuestra: una idea vuestra, la que os habéis he- cho de mi, una posibilidad de ser como vosotros la sentis, como a vosotros os parece, tal como la reconocéis en vosotros posible; ya que de aquello que yo pueda ser 24 para mi, no s6lo nada podéis saber vosotros, sino nada ni siquiera yo mismo. x DOS VISITAS Y me alegra que ahora mismo, mientras estabais leyendo este librito mio con esa sontisita un tanto burlona que desde un principio ha acompaiiado vuestra lectura, dos visitas, una dentro de la otra, hayan venido a demostra- ros de repente lo tonta que era vuestra sonrisa. Estais atin desconcertados—bien lo veo—, irtitados, confusos por el papelén que habéis hecho con vuestro viejo amigo, al que habéis echado, al poco de haber llega- do el nuevo, con un pretexto poco convincente, porque no aguantabais verlo mas alli delante, oirle hablar y reft en presencia del otro. ¢Cémo? ¢Echarlo asi, cuando, po- co antes de llegar el otro, tanto os gustaba hablar y reir con él? Echado. gA quién? ¢A vuestro amigo? ¢En serio creéis que lo habéis echado? Reflexionad un poco. No habia ninguna razén para echar a vuestro viejo amigo, en siy por si, al presentarse de improviso el nue- vo. Ellos dos no se conocfan; los habéis presentado vos- otros; y hubieran podido pasar juntos media horita en vuestra sala de estar charlando de sus cosas. Ninguna in- comodidad ni para uno ni para el otro. La incomodidad la habéis sentido vosotros, y tanto mas viva ¢ insoportable cuanto mis veiais que ambos iban 95 bais de pasar ha podido resultaros ingrata, esto no es na- da, porque no sélo sois dos, sino quién sabe cudntos, sin suberlo, creyéndoos siempre uno. Prosigamos, acercando posiciones para ponerse de acuerdo, Un acuet do que vosotros habéis roto en seguida, ¢Por qué? Por- que vosotros, ¢no queréis entenderlo aiin?, vosotros de repente, es decir, al llegar vuestro nuevo amigo, habéis: descubierto que erais dos, uno tan distinto al otro, que por fuerza en un determinado momento, no pudiendo soportarlo ya, habéis tenido que echar a uno de los dos. Y no a vuestro viejo amigo, no; os habéis echado a vos." otros mismos, habéis echado a ese uno que sois para vuestro viejo amigo, porque habéis sentido que era com: pletamente distinto al que sois, o queréis ser, para el nuevo, Esos dos no eran incompatibles entre sf, no eran ex- trafios el uno para el otro, sino ambos de lo mas corteses yacaso estaban hechos para entenderse de maravilla; pe- ro sf lo eran los dos vosotros que habéis descubierto de’ repente en vosotros mismos. No habéis podide soportar® que las cosas de uno se mezclaran cop las del otzo, ya que! no tenian realmente nada en comin entre si. Nada, nada,’ ya que vosotros para vuestro viejo amigo tenéis una rea~ lidad y otsa para el nuevo, tan distintas que vosottos mis) mos 0s habéis dado cuenta de que, al ditigiros a uno, el otro se habria quedado mirandoos estupefacto; no os hu: biera ya reconocido. Habria exclamado para sus aden- tros: «Pero, ecémo? gis éste?, ges asi?» Y ante el insostenible embarazo, siendo dos al mismo tiempo, habéis buscado un pretexto poco convincente’ para libraros, no de uno de ellos, sino de tino de los dos’ que esos dos os obligaban a ser al mismo tiempo. Vamos, vamos, volved a leer este librito mio, sin son-) reiros ya de nuevo como lo habéis hecho hasta ahora Y creed también que, sila experiencia por la que aca-\| 96 97 LIBRO CUARTO 1 DE COMO ERAN PARA Mi MARCO DI DIO Y SU MUJER DIAMANTE Digo «eran»; pero quiza viven todavia. Donde? Tal vez atin aqui y podria verlos mahana mismo. Pero, gdénde es aqui? No tengo ya un mundo para mi; nada puedo saber del suyo, donde imaginamos que ellos estan. Si mafiana me los encuentro por la calle, sabré de cierto que andan por la calle. Podsia preguntarle a él: —¢Eres tii Marco di Dio? Y él me responderia: —Si, soy Marco di Dio, —2 andas por esta calle? Si, Por esta calle. —cY ésta es tu mujer Diamante? —Si. Mi mujer Diamante. —2Y esta calle se llama asi y asa? —Asi y asd. Y tiene muchas casas, muchas travesias, muchos faroles, etcétera, etcétera, ‘Como en una gramética de Orlendorf.’ Pues bien, esto me bastaba entonces, como ahora a vosotros, para establecer la realidad de Marco di Dio, de su mujer Diamante y de la calle en la que atin po- dria encontrérmelos, como entonces me los encontraba. 2Cuindo? Oh, no hace muchos afios. {Qué bonita pre- * Quizés Heinrich Gottfried Ollendorf (1803-1865), autor de un método para aprender lenguas extranjetas en seis meses. (N. del T.) 101 cisién de espacio y de tiempo! La calle, hace cinco aiios. La eternidad se ha colapsado para mi, no sdlo en es- tos cinco afios, sino en cuestién de un minuto. Y el mun- do en que vivia entonces se me antoja mas remoto que la més remota de las estrellas del firmamento, Marco di Dio y su mujer Diamante me parecian dos pobres desgraciados, a quienes sin embargo la miseria, que si bien, por un lado, parecia haberles convencido ahora ya de le inutilidad incluso de lavarse la cara todas ag mafianas, por otro sin duda les convencia también de no dejar piedra por remover, no ya para ganar ese poco que les bastaba cada dia para matar el hambre, sino para con- vertirse de la noche a Ja mafiana en millonarios: »i-llo- na-rios, como él decia, silabeando, con sus ojos de mirada torva, desorbitados. Yo me lo tomaba entonces a risa y todo el mundo refa conmigo al oirle hablar asi. Ahora siento pavor solo de pensar que podia reirme de ello iinicamente porque to- davia no se me habfa ocurrido dudar de esa reconfortan- tey providencialisima cosa a la que llamamos lo normal de las experiencias, por la que podia considerar un sue- iio digno de risa que alguien pudiera convertirse de la no- che ala mafiana en millonario. Pero, gy si esto, que se ha revelado ya un bilo finisimo, quiero decit, lo normal de las experiencias, se hubiera roto dentro de mi? ¢Y si por el simple hecho de repetirse dos o tres veces hubiera ad- quirido por el contrario para mi un cardcter de normali- dad este sueiio risible? En ese caso, tampoco a mi me re- sultaria imposible dudar de que uno puede convertirse de la noche a la mafiana en millonario. Quienes viven fe- lices Hevando una vida normal no pueden imaginarse 102 qué cosas pueden ser reales o verosimiles para quien vi- ve al margen de toda regla, como ese hombre precisa- mente, Se crefa un inventor. Y un inventor, amigos mios, un buen dia abre los ojos, inventa algo y ya esta: jse hace millonario! Muchos lo recuerdan ain como un salvaje, recién Ile- gado del campo de Richieri, Recuerdan que fue acepta- do por aquel entonces en el taller de uno de nuestros mas reputados artistas, ya fallecido, donde en poco tiempo aprendié a trabajar con gran destreza el marmol. Pero un buen dia el maestro quiso tomarlo como modelo para un grupo escult6rico que, exhibido en escayola en una ex- posicién, alcanzé fama con el titulo de Sétiro y nitio El artista habia sabido traducir en arcilla sin menos- cabo una visién fantastica, sin duda no casta pero hermo- sisima, y sentirse complacido por ello y cosechar elogios, El delito estaba en la arcilla, No sospeché el maestro que en aquel discipulo suyo pudiera nacer la tentacién de traducir a su vez aquella vi- sién fantéstica, de la arcilla en que tan loablemente esta- ba fijada para siempre, en un impulso momentaneo y no ya tan loable, cuando, agobiado por el bochorno de un mediodia estival, sudaba en el taller mientras estaba es- bozando en el mirmol aquel grupo escultérico, El nifio real no quiso mostrarse de una docilidad tan risuefia como la que exhibja el falso en arcilla; pidié so- corro; acudié gente; y Marco di Dio fue sorprendido en un acto que era propio del animal que de forma inespe- rada habia salido de dentro de él en aquel momento de bochorno, 103 Ahora bien, seamos justos: animal lo era, si, y de lo mas asqueroso, en aquel acto; pero por otros muchos actos honestamente atestiguados, cacaso no era ya Mar- co di Dio aquel buen joven que su maestro declaré ha- ber conocido siempre en le persona de su desbasta- dor? Sé que con esta pregunta ofendo vuestra morali- dad. De hecho, me respondéis que si en Marco di Dio pudo nacer semejante tentacidn es evidente que no era ese buen hombre que su maestro decia. Pero podria haceros observar que las vidas de los santos estan Ile- nas de tentaciones semejantes (y aun més bajas). Los santos las atribuian a los demontos y, con la ayuda de Dios, podian vencerlas. Asi también los frenos que ha- bitualmente os imponéis a vosotros mismos impiden por lo general que esas tentaciones se den en vosotros 0 que surja de improviso fuera de vosotros el ladrén 0 el asesino. El agobiante bochorno de un mediodia esti- val nunca ha conseguido derretir la costra de vuestra habitual probidad ni tampoco enardecer momenténea- mente al animal primario que hay en vosotros. Podéis condenar. Pero, ey si ahora me pongo a hablaros de Julio César, cuya gloria imperial tanta admiraci6n despierta? —iQué vulgaridad!—exclamaréis—. En esos momen- tos no era ya Julio César. Nosotros lo admiramos por los momentos en que era verdaderamente él. Muy bien. Bl. Pero, eveis? Si Julio César era é sélo en esos momentos en que vosotros lo admirais, cuando no estaba en ellos, gdénde estaba? ¢Quién era? ¢Nadie? 2Uno cualquiera? ;Quién? 104 Habria que preguntarselo a Calputnia, su mujer, oa Nicomedes, rey de Bitinia,* Y a fuerza de machacar, os ha entrado por fin tam- bign esto en la mollera: que no existia un dinico Julio Cé- sar. Existia, si, un Julio César tal como él, en gran parte de su vida, se representaba; y éste tenia sin duda un va- lor incomparablemente mayor que los demés; pero no en cuanto a realidad. Os ruego que me credis, porque no menos real que este Julio César imperial era ese irritante remilgado, barbirrapade, descocado y muy infiel a su mujer Calpurnia, 0 cl muy impiidico de Nicomedes, rey de Bitinia. EI problema es siempre, sefiores, éste: que todos ellos habian de ser llamados con el solo nombre de Julio César y que en un solo cuerpo de sexo masculino debian cohabitar muchos y también una hembra, la cual, que- riendo ser hembra y no encontrando la manera de serlo en aquel cuerpo masculino, lo fue donde y como pudo, de forma antinatural, y muy imptidicamente por cierto y también varias veces reincidente. El satiro que habia en aquel pobre Marco di Dio sur- gi6 una sola vez y tentado por aquel grupo escultérico de su maestro. Sorprendido en ese acto momenténeo, fue condenado para siempre. Nadie tuvo consideracién para con él, y tras salir de la cércel, se dedicé a concebir los mas descabellados planes para escapar a la ignominiosa mise- ria en que habia caido, siendo carne y ua con una mujer que un buen dia vino a dl, nadie sabia cémo ni de dénde. * Hijo de Nicomedes II], amante de César, por lo que refiere Suetonio en su Vida, XLIX. (N. del T) los Desde hacia diez afios decia que se iria a Inglaterra a la semana siguiente. Pero, ¢acaso habian pasado para él esos diez afios? Habian pasado para quienes se lo ofan decir. EI mantenia siempre su decisién de itse a Inglate- tra ala semana siguiente. Y estudiaba inglés, O al menos evaba desde hacia afios bajo el brazo una gramética in- glesa, abierta y doblada siempre por el mismo sitio, de manera que aquellas paginas por las que siempre la abria resultaban totalmente ilegibles por el roce del brazo y la suciedad de la americana, mientras que las siguientes ha- bian permanecide increiblemente limpias. Pero hasta la parte sucia se la sabia, Y de vez en cuando, yendo por la ca- Ile, ditigia por sorpresa, con el cefio fruncido, alguna pre- gunta a su mujer, como si quisiera poner a prueba su ra- pidez mental y madurez: s Jane a happy child? Y la mujer respondia rapida y seria: —Yes, Jane is a happy child. Porque también su mujer iba a irse a la semana guiente a Inglaterra con él, Era algo espantoso, y a la vez digno de lastima, el ver cémo habia conseguido atraer a esta mujer y hacerle com- partir como una perta fiel ese suefio suyo de convertirse en millonario de la noche a la mafiana con el invento, por ejemplo, de unos «vateres inodoros pata pueblos sin agua corriente» en las casas. ¢Os reis? Su seriedad era tan tre- mebunda justo por esto, porque todos se lo tomaban a tisa. Mejor dicho, era terrible. Y se volvia tanto mas te- rrible cuanto mas aumentaban a su alrededor las risas. Y éstas habian llegado ya a tal punto que, si alguien se detenia a escuchar sus planes sin reirse, ellos, en vez 106 de sentirse complacidos por ello, lo miraban con ojeriza, no sélo con sospecha, sino también con odio. Porque la burla de los demas se habia convertido ya en el aire en que su sucfio respiraba. Si les quitaban la burla, corefan el riesgo de asfixiarse Asi me explico por qué su peor enemigo fue mi padre. En efecto, mi padre no solo se permitia con ellos ese lujo de bondad al que me he teferido mas arriba, sino que también se complacia en alentar, con inagotable mu- nificencia y con esa sonrisa suya tan especial, las tontas ilusiones de algunos que, como Marco di Dio, iban a llo- rarle su desgracia por no tener con qué llevar a cabo sus proyectos, su suefio: jla riqueza! —,Cuanto?—preguntaba mi padre ;Oh!, poco. Porque siempre era poco lo que les iba a bastar para llegar a ser ricos: mi-llo-na-rios. Y mi padre daba. —Pero, ceémo? ¢No decias que bastaba con muy po- 0...? Bueno. Nolo habia calculado bien. Pero ahora, real- mente... —2Cuanto? Oh, poco! Y mi padre daba y daba. Pero luego, en un momento dado, se acabé lo que se daba. Y entonces ellos, como es fécil imaginar, no le quedaban agradecidos de que no hu- biera querido disfrutar burlonamente hasta sus Gltimas consecuencias de su total desilusién y de poder achacar- le ad en cambio, sin remordimiento, el fracaso, en lo mejor, de sus ilusiones. Y nadie con més safia que ellos se vengaban llamando a mi padre usurero. 107

También podría gustarte