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ADRIAN HUICI MODENES ESTRATEGIAS DE LA PERSUASION Mito y propaganda politica Tenet ALFAR ADRIAN HUICI MODENES ESTRATEGIAS DE LA PERSUASION Mito y propaganda politica Presentacién de Manuel Angel Vazquez Medel “ALFAR Sevilla, 1996 PRESENTACION EL PODER DEL MITO/ EL MITO DEL PODER Somos los tiltimos ciudadanos de una ciudad imposible. El Agora ya no reine a nadie, pues ha sido destopificada, sustituida por su simulacto, el es- pacio simbélico de la comunicacién televisiva ¢ informética, La acrépolis ha dejado de ser el lugar vivo en el que la elevacién permitfa la proximidad con os dioses: sus templos han sido devastados, y en el altar del dios desconoci- do ha sido entronizado el dios Consumo, mantenido por la religaci6n laica ¢ instrumental de lo publicitario. El becerro de oro se mantiene, frente a la fractura de las tablas de la ley revelada por la absoluta (¢ imposible) iranscendencia. Abatida la diosa Raz6n, que habia pretendido terminar con todos los dioses habidos y por haber, y que estuyo a punto de terminar con el hombre, el vacfo y la oscuridad que deja en su retirada han sido ocupados por un nihilismo «sui generis», que encuentra su justificacién en la pura emer- gencia de un poder impositivo y un tener perverso que nunca se sacian. La imagen de la verdadera consumacién del nihilismo no nos Ta proporciona ningtin texto de Nietzsche, sino los nuevos templos del consumo (los hipermercados). El ideal de la consumacién humana («llega a ser lo que eres») ha sido sustituido por el de la consumici6n («llega a ser lo que tie- fies»), La confrontacién entre el tener y el ser —tal como la habia planteado Brie Fromm parece estar sentenciada desde hace tiempo... Aunque quedan batallas por librar, Tras una larga fase esencialista, metafisica -en la que todas las preguntas {ndamentales se volcaban en la pregunta por el Ser, que siempre eran con- oxtadas desde lo ente~ y una agénica y efimera fase existencial, parece que hemos entrado en una fase interpretativa, que no anula sino que incorpora a Jay anteriores. Tiempo de crisis de la modernidad -de posmodernidad, segtin algunos-, descubrimos que nuestra tnica posibilidad de estar en el mundo es eslut-interpretando. Asf, la dimensién hermenéutica se ha convertido en un inlogtante radical de nuestra comprensién de lo humano, en un existenciario: 10 Manuel Angel Vazquez Medel nuestro modo de experimentar la existencia. Lo humano es interpretar. Des- yelar y velar en la superficie de lo inmanente, al haber terminado el tiempo de la revelacién transcendente. Nuevos profetas proclaman el retorno de Hermes que, como en la escultura de Praxfteles, trae en sus brazos al niiio Dionisos. Comunicacién y desmesura, Fin de todo posible equilibrio. Elogio de la inarmonia. Consagracién del impulso. Aurora de un tiempo castico. El nihilismo como chance, como suerte y destino (Vattimo), aunque menos. En este marco han cafdo las fronteras entre lo piiblico y lo privado: desaparece el velo que separa lo interno de lo externo, y nada parece existir si no se publicita. La publicidad es el nuevo sacramentum mundi. Todo se hace exterior y fluye hacia una superficie plana que amenaza fatalmente la interio- ridad y Ja intimidad. Las palabras navegan, cortadas de todo fundamento (galguna vez lo tuvieron?), en una semiosis ilimitada, que hace imposible la auténtica comunicacién, que siempre sera més un poner en comin que un juego deconstructivo. A través de las palabras (pero también a través de las imAgenes) circula, m4$ que nunca, el flujo de las contradicciones sociales y las marcas del poder: “en todas las épocas el modo de reflexionar de la gente, el modo de escribir, de juzgar, de hablar (incluso en las conversaciones de la calle y en los eseritos més cotidianos) y hasta la forma en que las personas experimentan las cosas, las reacciones de su sensibilidad, toda su conducta, est regida por una estructura teérica, un sistema, que cambia con los tiempos y las sociedades pero que estd presente en todos los tiempos y en todas las sociedades” (M. Foucault, 1985: 33). Nuestro pensamiento y nuestro senti- miento se articulan simbdlicamente. Pero todo signo (y todo sfmbolo) es ideolégico: en cada uno de ellos se inscribe la ideologia y el conflicto social. En nuestro tiempo y en nuestra sociedad esa impronta dindmica a la que Bajtin denominé dialogismo se impone con un peso que no se percibe ape- nas (pues también se ha aligerado: se ha hecho light) pero que aprisiona mas que nunca nuestra precaria libertad. Hasta el punto de que investigadores como N. Luhmann puedan llegar a concebir, provocadoramente (,quizds no tanto?), la sociedad como un sistema que funciona aut6nomamente, incluso mis alla de los seres humanos que la integramos. Una sociedad en la que el poder es el medio de comunicacién primordial, més alld del sujeto (al que Hegel identificaba con el proyecto de modernidad y que, con ella, se encuen- tra actualmente en crisis): “los sistemas sociales siempre se forman a través de la comunicacién, es decir, siempre suponen que procesos de seleccién miltiple se determinan unos a otros por medio de 1a anticipacién o Ia reac- cidn. Los sistemas sociales surgen primero por la necesidad de selecciones convenidas, lo mismo que, por otro lado, tales necesidades se experimentan primero en los sistemas sociales” (N. Luhmann, 1979: 9). ;Quién nos puede Presentacion " sustraer a esa ciega circularidad? {Es verdaderamente posible -como quiere Habermas— una accidn comunicativa orientada a la comprensi6n, al entendi- miento, al enriquecimiento propio y del otro en una dinémica no impositiva, en un sistema en el que las necesidades y el poder no vengan previamente fijados? 20 estamos condenados a que toda interaccién humana sea accién estratégica, accién marcada por una teleologia previa, por la imposicién de lo més fuerte sobre lo més débil, por una voluntad de poder que ningin poder sacia, por la bisqueda del éxito aqui y ahora? Esa imposible polis ha sido vencida por la politica (el arte la téchne 0 (Genica— de vivir en ella y regirla o gobernarla conforme a unas reglas y leyes libremente establecidas, esto es: establecidas por los ciudadanos ~supuesta- mente~ libres). También vencida por la policia (ese “buen orden que se ob- serva y guarda en las ciudades y republicas, cumpliéndose las leyes u orde- nanzas establecidas para su mejor gobierno”, pero también el “cuerpo encar- gado de velar por el mantenimiento del orden publico y la seguridad de los ciudadanos, a las 6rdenes de las autoridades polfticas” /DLE, s/v.). Es eviden- te que el nticleo mismo de la crisis est4 en torno al concepto-clave: orden, ordenanza, 6rdenes... La nocién de orden, “colocacién de las cosas en el lu- gar que les corresponde”, de clara impronta metafisica, toca fondo en el marco de una topologia de la confrontacién: ,cudl es el lugar que correspon- de a qué cosas? zquién lo determina? ,quién lo disfruta 0 padece? gqué espacios de transgresidn se permiten? Frente al orden, el caos... La caologfa se afirma como un vasto territorio de reflexién en el nuevo paradigma cientifico en formacién: ha tocado fondo la visién mecanicista y determinista del universo, propia del paradigma newtoniano-cartesiano, Estamos instalados en las fronteras del caos (gdentro © fuera?) y no encontramos ningtin fundamento fundado, incuestionable, des- de el que establecer un orden. Todo fundamento tiene que autopostularse, que Gutojustificarse: es axiomatico, indemostrable. Porque al fundar, oculta todo iis all4 de sf mismo. Pero el orden se sigue afirmando desde el poder. El centro -tantas veces cuestionado- es més que nunca un desgarrén en el tejido social, cl lugar de la violencia. No hay, pues, orden sin violencia, ni violencia cuyo primer efecto no sea emplazar en un orden (o desorden) determinado. Mucho més sutiles que la violencia fisica, pero no menos contundentes, las formas de violencia que se asientan en Ia ley, en las costumbres y tradiciones, en la palabra, en los sistemas de valores, son el nticleo mismo de la i6n politica. Harry Pross (1981) ha reflexionado sagazmente sobre La violencia de los simbolos socia- Jes; la coexistencia social (pues no merece ser llamada convivencia) est4 Fegulada simb6licamente. Sélo cuando la violencia de los signos no funciona, 12 Manuel Angel Vazquez Medel irrumpe la violencia fisica, Pero antes que ella, y mas poderosa que ella, esta a violencia de lo sagrado, que posiblemente exceda y escape a todo intento de dominacién, pero que siempre se ha intentado instrumentalizar y controlar. ‘A la vez sagrado y social, cl mito es un espacio en el que pueden neutralizarse 0 potenciarse ambas violencias. Hitos insuperables de esa uti zacién terrible del mito, como més adelante analiza Huici, son el nazismo y el stalinismo: ellos impulsan y dilatan la violencia de la fuerza con la violen- cia de una pretendida racionalidad que, negando lo religioso, se apropia de su fuerza sin apelacién posible. El mito es, pues, la primera de las respuestas que conocemos a esta topologia de la confrontacién, a esta teoria del emplazamiento. El mito, como relato de fundacién, que se sittia arquetipicamente en un espacio y un tiempo fuera del espacio y del tiempo, actéa por su propia fuerza, una ver que ha sido aceptado, en todo espacio y en todo tiempo. Su funcién Jegitimadora permite soportar la existencia en el lugar que nos ha sido asigna- do y, con ello, reduce sustancialmente la confrontacién. Porque e] mito intro- duce orden donde previamente no exist{a; tiene una basica funcién organiza- dora, sin la que no es posible la creacién de ese espacio publico al que Hamamos polis. Pero el mito -también- es mucho mas que todo eso... 40 s6lo cumple una funcién legitimadora y alienante? Sin duda no. El mito contribuye a la catarsis, a la canalizaci6n de nuestras pasiones. Su fuerza esté en el relato mismo. Sélo cuando lo que es relativo (también de ‘relato’) se absolutiza, el mito entra en el territorio de la ideologia y de la alienaci6n: de. su utilizacién politica. La funcién mitopoiética relativiza lo que es absoluto sin diluirlo: lo abso- luto est en el relato y a través de él. La manipulacién politica del mito absolutiza lo que es relativo y ejerce -como sefialara Ciorén—una terrible acci6n destructora, y La politica tiene que ver con el mito y con la voluntad de poder. Esta es su impulso y aquél su instrumento. Ninguna politica seria posible sin una articulacién de una voluntad de dominacién con unos instrumentos de domi- nacién, Y ningin instrumento de dominacién es tan poderoso como el mito, porque en é1 se “entrega” la justificacién de una voluntad de sentido que en el marco politico es instrumentada (e instrumentalizada) como voluntad de rea- licacion y de dominacién. EI mito aparece como realidad (como constructo cultural) que pretende hundir sus raices en el territorio de fo real (lo en-sf inaccesible). Pero no nos engafiemos: en el “territorio” de lo real s6lo se inscriben los seres y las accio- nes, Unos y otras necesitan ser captados e interpretados, recibir un sentido. Un sentido que sélo puede provenir de la tensién entre lo virtual y lo real Presentacién 13 (entre el es, el debe ser, el puede ser ): aquello que nos lleva a actualizar y a realizar lo que intuimos como proyecto, como posibilidad, como virtualidad. La politica pertenece, pues, al nivel de la actualizacién: ese punto inter- medio en el que lo virtual recibe el impulso interno (saber) y externo (poder) para convertirse en real. Este impulso es el de la necesidad (no el de la libertad): el que provoca la confrontacién y la prevalencia. La politica es el dominio de una precaria prevalencia, de una precaria derrota (0 de un preca- rio éxito). Y la politica vive en esa precariedad, de esa precariedad... absolutizdndola. La politica es simbolizacién de un imaginario controlado, instrumen- talizado. Pero controlado e instrumentalizado en esta etapa mecdnico-légica por un falso logos justificador: la raz6n instrumental, tecnoldgica, tecnocrética, la razén dominadora del instersticio 16gico-racionalista. La Ra- z6n; el primero de los mitos que constituyen el fascinante ~y terrible pro- yecto de la modernidad. En su dmbito, todos somos impulsados a querer lo que los demas hacen (conformismo) 0 a hacer lo que los demés quieren (totalitarismo). Uno y otro son, como afirma Viktor E. Frankl (1984: 16), secuelas del vacfo existencial y de un neuroticismo que refleja las neurosis nodgenas, consecuencia de un “‘sentimiento radical de falta de sentido”. La politica quiere introducir un sentido donde no lo hay; recibir el impulso de la adhesion incondicional para realizar un proyecto. Por eso la politica esta \vansida ~por su propia naturaleza~ de promesas e incumplimientos. Constitu- ye -pretendidamente~ el nico territorio posible para la realizacién del senti- do colectivo que, arrojado del ambito de lo religioso, debe plasmarse en el aquf y ahora, en la urgencia y en la inevitable imperfectibilidad de la inmanencia. Por ello, constantemente busca transcenderse: utilizar valores incuestio- ables, establecer fundamentos absolutos, remitificar el territorio devastado de esos metarrelatos de legitimacién que la razén ha dejado en evidencia, all descubierto. Sf: la politica en la modernidad es la nueva religién. Su nueva diosa (la Raz6n) no es, en el territorio de lo humano, mds que los otros dioses: un metarrelato de legitimacién que cada cual quiere utilizar en su propio beneficio, Nuevas iglesias (partidos) articulan nuevos credos y nuevos dogmas; establecen ritos de iniciacién; crean sus sfmbolos y erigen los nue- vos altares; establecen jerarquias y prineipios de autoridad... Y se apropian de todos Jos mitos que van a conocer una vida nueva y peculiar que, desgracia- damente atin no ha sido estudiada en profundidad y que, en gran medida, este ensayo pone al descubierto, Razén, Emancipacién, Progreso, Historia, Liber- lid, Igualdad, Fraternidad (con mayésculas): los grandes ideales que pronto van a encarnarse en los nuevos mitos. Comenzando por el de Prometeo ~que 14 Manuel Angel Vazquez Medel robé el fuego a los dioses y propicié el progreso humano-, segtin Carlos Marx, el primer santo de un santoral laico.., ¥ terminando por Dionisos, que algunos posmodernos quieren hacernos creer que es el dios venidero (M. Frank, 1994). Pero ese kommende Gott de Hélderlin posiblemente ya ha Ile- gado (y est constantemente Ilegando ) en estos tiempos de penuria. EI psicoandlisis freudiano —como el anélisis econémico-social del mate- rialismo hist6rico marxista— pretend{a racionalizar, “traer al consciente”, los elementos causantes de la enajenacién mental (0 de la alienacién social). Sin embargo, como acertadamente afirma Frankl (1984: 25), la mitologia psicodinémica no le va a la zaga a la mitologfa india: “Después de presentar estas figuras draméticas, Freud abord6 en sus primeros escritos el ello, el yo y el super yo como si estuvieran implicados en extrafios fraudes, en alianzas subversivas, en desesperadas resistencias y en pirricas victorias, combates de una viveza y fantasia como slo cabe encontrar en la mitologfa india, en la leyenda homérica 0 en la saga nérdica” (JH. Masserman). Algo parecido podrfamos decir de Marx. Parece, pues, imposible, desmitificar sin remitificar. © lo que es lo mismo, vivir al margen del mito, Vivir , desde el mudo de la conciencia, se experimenta desde la relatividad ontol6gica, que comprende nuestra vida como relato, como narraci6n, integrado en otro relato mayor que le da sentido (un metarrelato de legitimacién). El ideal revolucionario de la modernidad, la asuncién (0 la presuncién) de la capacidad humana de auto-redimimnos de nuestra propia miseria, lejos de desplazar el espacio mitico, lo ubicé alli donde se escapaba a las luces de la raz6n: en el territorio del sentimiento y de lo insconsciente. Asf -como afirma Octavio Paz (1991: 524) en su discurso “Poesia, mito, revolucién”- “hija de la historia y la raz6n, la Revolucién es hija del tiempo lineal, sucesivo e irtepetible; hija del mito, la RevoluciGn es un momento del tiempo cfclico, como el giro de los astros y la ronda de las estaciones. La naturaleza de la Revolucién es dual pero nosotros no podemos pensarla sino separando sus dos elementos y desechando el mitico como un cuerpo extrafio... y no pode- mos vivirla sino enlazéndolos. La pensamos como un fenémeno que respon- de a las previsiones de la raz6n; la vivimos como un misterio. En este enigma reside el secreto de su fascinacién”. ‘Somos —decfamos~ ciudadanos de una ciudad imposible, de una pélis que no puede ser habitada. Da igual que la denominemos tecndpolis... La dimen- sién tecnoldgica instrumental, medidtica, anula el sentido mismo de una polis que afirma nuestra presencia. Ahora, perdida toda posibilidad de justificacion ante una instancia transcendente, el tinico camino que nos queda para afirmar nuestra presencia en el mundo es entrar en el espacio de la re-presentacidn, en Ja sociedad del espectaculo. En ella, lo técnico acaba por anular lo politi- Presentacion 15 co, que deberfa fundamentarse en el sentido de la sociabilidad, en Ia cesion libre y voluntaria de esa parte de violencia que nos corresponde para que sea administrada conforme a principios convenidos y pactados. En este escenario del poder y de la imposicién todo lo dicho es prevalencia: todo hablar dominacién. Aqui es donde se articula Ia voluntad persuasiva de la propaganda politica con el material mitico, como tan Nicida- mente nos hace ver Adridn Huici en las paginas siguientes. Pedro Lain Entralgo (1996; 192) ha definido muy bien esa dindmica suasiva, deslindéndola de la conviecién: “Por obra de la funcién suasiva del habla, el hablante persuade (mueve al oyente hacia su opinién), disuade (Ie aparta de la que hasta entonces tenfa) 0, si se me permite el neologismo, antisuade (da lugar a una opini6n distinta a la suya); tres formas distintas de Ja accién que bésicamente nombra el verbo latino suadeo, y que no seria im- pertinente traducir por “suadir”, influir el que habla sobre el sentir del que le oye. En todo caso, la persuasién no debe ser confundida con la conviccién. Fista es la aceptacién de lo que demuestra un razonamiento cientifico 0 légi- 0; aquella, el asentimiento a lo que sugieren la verosimilitud o el encanto de lo que se dice con este propésito recurrfa Sécrates al relato de un mito- 0 la utoridad que se atribuye al hablante. El grado extremo de la persuasién es 1a fascinacién. En ella se cumple plenamente la segunda parte de una sentencia de Sartre: “Ia palabra es mégica para quien la escucha”; es magica porque no Glo por la raz6n y 1a evidencia le mueve”. No deja de ser curioso y paradéjico: 1a vida politica, tal como la conoce- mos, con su cara y su cruz en el proyecto de la modernidad, pretende fundar- so cn la raz6n y en Jo razonable, en la conviccién, en la conftontacién de las ideas 0 en el consenso... Sin embargo, la dindmica social de masas en las democracias formales burguesas parece excluir toda posibilidad de convic- widn (de accién comunicativa, en sentido habermasiano), La urgencia del #jercicio del poder, la imposibilidad de mostrar algunas de sus facetas oscu- fas ~que algunos llaman imptidicamente las “cloacas del Estado” exigen una aeoidn persuasiva. A veces, desprovista de raciocinio, convertida en pura Voluntad, en puro arrastre, persiste como fascinacién y como magia. Francisco Ayala (1972 y 1990), que en relacién con estas cuestiones unticip6 intuyé muchas de las claves de nuestro presente, tiene paginas vordaderamente magistrales sobre “La opinién pablica”, “Propaganda y de- mocracia”, “Propaganda y politica” o “El intelectual y los medios sudiovisuales”. Algunas de sus opiniones (jen 1955!) van al coraz6n mismo del problema del poder (al que nuestro autor considera, no Jo olvidemos, mo Una usurpacién), sus relaciones con los medios de comunicacién y el {iso que de ellos hace: “el empleo que hoy se hace de ellos atenta directamen- 16 Manuel Angel Vazquez Medel te al nticleo de la personalidad individual, minando la libertad en esa estruc- tura interna que es condicién de la total libertad del hombre. En comparacién con los atentados sinuosos -y, por eso, tanto mds eficaces~ que se perpetran de manera universal ¢ incesante contra ella a través de Ja prensa, radio, cine y television, son relativamente insignificantes los ataques violentos ditigidos sobre la libertad material de los individuos” (1972: 160). Y, tras analizar ventajas e inconvenientes del régimen de libre competencia privada en busca del éxito comercial frente a la utilizacién de los medios como servicio puibli- co, realiza un andlisis y un dictamen que —a cuatro décadas de distancia— renueva su vigencia y la extiende a otros medios: “Si los gobernantes suelen mostrar tanto interés en monopolizar la radio, es porque, como nadie ignora, a propaganda confiere un poder sobre las multitudes muy superior y mucho més profundo que el conferido por medios violentos de control policfaco. Nadie se engafia a la fecha sobre este punto: Ia propaganda domina la con- ducta colectiva; y bien sabemos que el yehfculo més ficiente de propaganda es, hoy por hoy (1955), la radio. Monopolizarla vale tanto como tener en las manos la imaginacién y la informacién del pueblo, ditigiendo sutilmente su voluntad en el sentido que el gobernante desea. No hay, pues, tirania compa- rable, en toda la historia de las instituciones politicas, a la tiranfa ejercida sobre las mentes a través de estos medios de comunicacién en masa, puesto que con ellos no se presiona ya fisicamente a los hombres para violentar y doblegar su conciencia, sino que se la capta y corroe hasta destruir su autono- mia” (1972: 161-162). En un texto anterior, en plena Segunda Guerra Mundial, Ayala pone una ‘vez més el dedo en la llaga al establecer impecablemente el problema de una circularidad que puede amenazar la vida democratica: la transformacién de la opinién publica en fuerza politica, cuando muchas veces, previamente, ha sido una fuerza politica que ha perdido en gran medida su legitimidad la que influye y transforma la opinién piblica. Sobre la primera cuestién, he aqui sus palabras: “Uno de los grandes problemas del régimen de opinién piblica, © en otras palabras, de la democracia liberal, es la manera de transformar la opinién publica en fuerza politica, Esto implica un salto, la superacién de un abismo, el transito desde el orden de la raz6n al de la voluntad. Pues la opini6n es un producto mental, un puro enunciado de razén, y vive por entero dentro de la 6rbita del pensamiento; mientras que la fuerza politica es puro querer, decisién, y pertenece al mundo de Ia voluntad” (1972: 181). Ayala traza la incuestionable vinculacién de la nueva publicidad y de las técnicas de persuasién politica con el proyecto de la modernidad, establecien- do importantes paralelos entre una y otra en un proceso peligroso de degene- Presentacién 17 racién: “La propaganda comercial y la propaganda politica se remiten a los mismos orfgenes culturales: derivan de los supuestos de la Ilustracién, por més que en su desenvolvimiento Ileguen a oponérseles y a negar todas sus consecuencias inmediatas; proceden de una concepcién mecanicista del mun- do, que viene calcada sobre el esquema de la relacién econémica. Y, en efecto, un andlisis a fondo descubre este economicismo bésico en las diversas manifestaciones culturales, y concretamente en la vida politica, a lo largo de toda la Modernidad. De ahf la fidelidad con que el proceso politico repite los rasgos que aparecen primero en el proceso econémico, El transito desde el aviso meramente informativo de los primeros tiempos de la propaganda co- mercial hasta el anuncio actual que responde a un previo estudio de las disposiciones de la masa, de sus proclividades, sus puntos sensibles, con vistas a actuar sobre los mas diversos resortes psicolégicos, expresa la misma trayectoria que el trénsito desde el artfculo de fondo de un diario conservador hasta una campafia de agitacién del doctor Goebbels” (1972: 206-207). Pero Ayala nos dice, muy acertadamente, que este crecimiento paralelo (y perverso) de la propaganda en el campo econémico y en el politico no sélo caracteriza los regimenes totalitarios: “los métodos publicitarios de la fase mas desenvuelta del capitalismo se han transportado ahi al terreno de la politica, y no es posible descubrir una diferencia de fondo entre las campafias de propaganda de dos consorcios rivales y las de los dos grandes partidos horteamericanos, por ejemplo, enfrentados en los comicios” (1972: 207). Este lexto, recogido posteriormente en el volumen a cuya fecha remitimos, perte- hece a una larga nota erftica al libro de F.C. Barltlett La propaganda po- litica, y por tanto originalmente redactado en 1942. En él Ayala hace una severa critica de la utilizacién de «lo nacional» como criterio de confronta- ién de los pueblos, y augura, tras el final de un conflicto bélico de la iugnitud de la Segunda Guerra Mundial, un nuevo orden futuro que carac- foriza con dos notas que aun en nuestros dias esperan su realizacién: “nuevo fundamento de Ja cultura sobre una recta escala de valores y nueva jerarquizacion orgénica de la sociedad, con lo cual volverd a una posicién subordinada la vida econémica, y la produccién estaré al servicio del hom- bre, en lugar de que, como hoy ocurre, el hombre se encuentre al servicio de la produccién” (1972: 229), MAs lejos -y a la vez més cerca que nunca~ de este ideal parece que ehtramos en una fase nueva y distinta de la historia de la humanidad. Posible- mente se abra una fractura més profunda atin que la que marcaron la revolu- wién neolftica y Ia revolucién industrial. Algunos hablan de un trénsito de fase, incluso de lo post-biolégico (Moravec) y de lo post-humano (no olvide- fos que una de las manifestaciones fundamentales de lo mitico en nuestros 18 Manuel Angel Vazquez Medel dias es el mito del final ), Alvin y Heidi Toffler (1994: 21), para quienes esta- mos ante “la conmocién social y la reestructuracién creativa més hondas de todos los tiempos”, es indudable que esta nueva civilizacién emergente “trae consigo nuevos tipos de familia; formas distintas de trabajar, amar y vivir; una nueva economia; nuevos conflictos politicos, y, mds allé de todo esto, una conciencia asimismo diferente”. En el fondo, la gran revolucidn, mas que puramente tecnoldgica 0 tecno-cientifica es una revolucién del conocimiento y de la mente. En esta encrucijada no podemos optar entre mitos y logos. Hay que recha- zar con la misma fuerza el mito mistificador y el logos impositivo. Ello supo- ne re-conocer y recuperar la dimensién racional y la dimensién imaginaria, incluso fantastica, de lo humano. {Puede ser 1a solucién una Idgica dialogal? Leonardo Boff (1994: 106) apunta en esta direccién: “La légica dialogal presupone el logos pericorético (perichoresis significa el juego de relaciones entre todos), el logos que vive en la inter-retro-relacién con todos y a través de todos, El logos pericorético se adecua a la complejidad de la realidad; es el que permite ver al contrario y hasta al contradictorio como complementarios dentro del gran sistema de la vida y de la humanidad. Por medio de él se impide la generalizacién de un particular més fuerte bajo el pretexto de representar Ja universalidad, La universalidad s6lo se da en la conjuncién de los particulares concretos que se respetan, se aprecian, entran en didlogo y juntos aprehenden el misterio de la vida y del mundo y se ponen a su servi- cio”. Pero el logos pericorético, como la accién comunicativa habermasiana pertenecen al horizonte de Ia utopia. Una utopfa que ha de ser recuperada en tun suefio que, aunque fuera inalcanzable, justificaria nuestras vidas y nues~ tros esfuerzos. Tal vez estos ideales sean nuevos nombres para viejos mitos... Llegamos, paciente lector, al final de este excesivo prélogo que no tiene otra funcién que la de preparar para una aventura fascinante: Ja de la lectura de este espléndido libro de Adrian Huici. Como es bien sabido en el mundo del espectdculo que es nuestra sociedad toda, cuando se espera un aconteci- miento especial es preciso “caldear el ambiente”. Es el modesto ~y digno- papel de los “teloneros” en los grandes conciertos, y es el que he querido asumir, Como se vera, las pdginas precedentes son un didlogo con las que siguen, Y se comprenderin mejor ~probablemente~ una vez se haya leido la obra, Pero entonces ya no seran necesarias. Cada lector debe emprender su personal diélogo con las grandes cuestiones que por estas paginas transitan. Presentacién 19 Pero atin solicito una pequefia concesién de los lectores: 1a de intentar situar en sus justas coordenadas humanas ¢ intelectuales el autor y la obra que tienen entre manos Conocf a Adridin Huici en los dfas finales de una primavera madrilefia alla por 1988. El escenario: un seminario de Teoria de la Literatura en el Instituto de Cooperacién Iberoamericana que durante varios afios tuve el honor de compartir con Jorge Urrutia. Desde nuestros primeros contactos nos sorpren- di6 la sintonfa en relacién con temas muy diversos, en los que Adridn exhibfa su espléndida formacién en Filologfa Clésica: los mitos como articulacién narrativa de una biisqueda de sentido; el lenguaje simbélico como intento de complementacién de una unidad perdida; Ia dimension interpretativa como inica manera posible de estar en el mundo y procurar ~frdgilmente~ com- prenderlo; el interés por el proyecto de la humanidad y su crisis; nuestra rebeldia ante el abandono de todo referente ut6pico... En los dias finales de septiembre de ese mismo afio, Adridn ofrecfa en Cadiz una espléndida ponencia sobre el sustrato mitico de Los santos inocen- tes de Delibes, que més tarde serfa publicada en Discurso. A partir de ese momento ~y ya como sevillano de adopeién— la relacién de amistad e intelec- (al con Adridn Huici ha sido ininterrumpida, y ha conocido momentos im- portantes, hasta Hegar al presente como compajieros -bien que en horizontes distintos--de un imposible y pronto extinto Departamento de Comunicacién en la Universidad de Sevilla, Solo recordaré los trabajos de ese pequefio grupo “Hermes” en el que, junto con Angel Acosta, llegamos a organizar el 7 Seminario Internacional sobre lo Imaginario (luego habria un segundo y es- pero que pronto un tercer encuentro) y su espléndida Tesis Doctoral sobre “El milo clésico en la obra de Jorge Luis Borges” que tuve el honor de dirigir. Puedo atestiguar que Ia actividad docente de Adrién Huici se nota en las piiginas que siguen~ es de las més altamente apreciadas por nuestros alumnos de Publicidad (y por los muchos de Periodismo y Comunicacién Audiovisual ule acuden a sus clases atrafdos por su merecido prestigio), Del rigor de su {tabajo investigador es muestra significativa este volumen que ha de marcar, sin duda, un hito en el émbito de estudio de la propaganda politica, Manuel Angel Vazquez Medel Universidad de Sevilla Sevilla, julio 1996. REFERENCIAS Ayala, F. (1972): Hoy ya es ayer, Madrid, Ed. Moneda y Crédito. ‘Ayala, F, (1990): El escritor en su siglo, Madrid, Alianza. Boff, L. (1994): Nueva Era: la civilizacién planetaria. Estella, Verbo Di- vino, 1995. Foucault, M. (1985): Saber y verdad. Madrid, La Piqueta, Frank, M. (1994): El dios yenidero, Lecciones sobre la Nueva Mitologia. Barcelona, Eds. del Serbal. Frankl, V.E. (1984): El hombre doliente. 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