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Orígenes del bonsái

En la antigüedad:

Con toda probabilidad, el origen del cultivo en contenedor surge de los beneficios que
aporta la circunstancia de poder disponer fuera de su hábitat natural de todo tipo de
plantas, de su facilidad de transporte y del hecho de que el cultivo en maceta proporcio-
na un control absoluto sobre el proceso de crecimiento de la planta.
Ya de civilizaciones tan antiguas como la griega, romana, babilónica, persa, hindú o egip-
cia se conservan registros que nos dan una idea mas o menos clara de como mantenían
diferentes plantas en contenedores, y sobre todo por qué lo hacían. Y si bien es cierto
que en la mayor parte de las ocasiones estos cultivos nada tenían que ver con lo que
más adelante sería conocido como bonsái, es igual de cierto afirmar que prácticamente
ninguna civilización se desarrolla completamente aislada, por lo que los avances de una
suponen la base común de trabajo para las que la seguirán: buena parte de las técnicas
que permiten al maestro japonés asombrarnos al mantener con vida en reducidos conte-
nedores a sus pequeñas obras de arte durante generaciones han tenido un origen más
distante y sorprendente de lo que podríamos suponer.
A continuación comentamos algunos ejemplos.
.1 - Babilonia:
Mesopotamia es considerada como la cuna de las civilizaciones, algo que quizá pudiera
ser discutido, pero lo que nadie puede poner en duda son los tremendos avances en agri-
cultura, entre otras muchas cosas, que nos legaron aquellos pueblos. Por ejemplo desa-
rrollaron todo un sistema de irrigación por surco e inundación que todavía se encuentra
perfectamente vigente en la actualidad, miles de años más tarde. La civilización mesopo-
támica con sus imponentes zigurats, o pirámides escalonadas, desarrollaría la idea de los
pensiles; auténticos jardines colgantes destinados a dar una idea de auténtica montaña.
Este esfuerzo pudo alcanzar su máximo esplendor con los famosos jardines colgantes de
Babilonia, de los que desgraciadamente no ha quedado ningún rastro.
Los jardines colgantes de Babilonia, la antigua Babel bíblica, situada a orillas del Eúfrates
fueron considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo. La historia de la ciu-
dad se remonta miles de años en el tiempo, pero el periodo que nos ocupa se encuentra
en los alrededores del año 600 antes de Cristo, tiempo después de que tras ser destruida
casi completamente por los Asirios y éstos finalmente derrotados, fuera esplendorosa-
mente reconstruida. Gobierna el rey Nabucodonosor II, el más famoso de todos los que
llevaron su mismo nombre. Además de un gran guerrero y conquistador, este rey tam-
bién es un magnífico arquitecto que ha creado una ciudad rebosante de monumentales
construcciones. Solo puede encontrarse un problema; es una ciudad casi completamente
plana, sin elevaciones destacables. Cuenta la historia que esto era algo que entristecía a
Amitys, la esposa del rey, una princesa meda criada entre colinas de exuberante vegeta-
ción. Nabucodonosor no puede soportar ver así a su esposa y ordena traer enormes blo-
ques de piedra, pues los ladrillos utilizados habitualmente no resistirían la humedad de la
gigantesca construcción que tenía en mente: los jardines colgantes. Los jardines se reali-
zan en piedra sobre bóveda y consisten en terrazas superpuestas a 15 metros de altura
una de la otra, alcanzando una altura máxima de 90 metros. En cada terraza se deposita
la tierra adecuada para plantar árboles, arbustos, flores, etc. Y finalmente se construye
una máquina semejante a una noria para llevar agua hasta la terraza superior desde la
que se riega todo el conjunto. En poco tiempo la vegetación resulta visible sobre la doble
muralla de la ciudad: Nabucodonosor ha conseguido crear un monte de exuberante ve-
getación para su esposa.
En el año 539 antes de Cristo, los persas conquistan la cuidad, lo que marca el inicio de
su decadencia hasta el punto en que cuando Alejandro Magno la visita algo más de un si-
glo más tarde ésta ya tiene partes completamente en ruinas. La nueva conquista e in-
cendio por parte de los partos de Evemero allá por el 126 antes de Cristo sellan su final.
Esta es una de las leyendas que rodean la existencia de los famosos jardines colgantes.
Personalmente la encuentro bastante atractiva, pero si no hay más remedio también po-
demos buscar una explicación algo más prosaica: ya desde los tiempos de Hammuarabi
el espacio comprendido entre la muralla interna y externa de la ciudad se encontraba
permanentemente irrigado por toda una serie de grandes canales que, además añadir
valor defensivo al sistema de murallas, distribuían agua por toda la ciudad, incluidos los
famosos jardines. Que bien pudieran formar parte igualmente del sistema defensivo
aportando reservas de alimentos en caso de asedio; en este caso no se trataría de jardi-
nes ornamentales sino de trigales, huertos y viñas. Todo un alarde tecnológico si tene-
mos en cuenta la época de la que hablamos.
Escojamos la explicación que escojamos sobre los jardines colgantes, lo que resulta inne-
gable son los avances en agricultura, jardinería y sistemas de irrigación que supusieron.
Y la influencia que tuvieron éstos en las generaciones venideras.
.2 - Egipto:
Se conservan pinturas egipcias de unos 4000 años de antigüedad en las que se pueden
ver diferentes árboles cultivados en recipientes tallados en la roca, o incluso imágenes
de árboles siendo transportados entre templos. Y el simple hecho de que estas circuns-
tancias fueran registradas en una época en que ni la escritura ni la pintura estaban al al-
cance de cualquiera debe darnos una idea de la importancia que estos acontecimientos
debían tener en la cultura egipcia.
Textos de la época nos cuentan como el faraón Ramses III donó a diferentes templos más
de quinientos jardines, formados por olivos, palmeras datileras, lotos, diferentes herbáce-
as, etc., todos ellos cultivados en distintos contenedores. En este caso su función era
parcialmente ornamental pues también se beneficiaban de sus frutos o propiedades me-
dicinales.
1.3 - India:
Miles de años antes de que apareciera en Japón el primer bonsái ya nos encontramos con
un tratado hindú, el “Vaamantanu Vrikshaadi Vidya”, en el que se describe el arte de cul-
tivar árboles enanos y que posiblemente sea la base técnica del bonsái que hoy conoce-
mos. La gran diferencia con el arte del bonsái actual radica en que mientras que para los
japoneses, por ejemplo, se trata de algo eminentemente ornamental, en la cultura hindú
resultaba de gran importancia, no únicamente para la ciencia botánica sino también para
la medicina.
En su época de mayor esplendor, los antiguos hindúes dominaban un vasto imperio que
se extendía desde zonas costeras hasta las montañas más altas, con una increíble varie-
dad climática que ponía a su disposición un no menos variado repertorio vegetal. Poco a
poco los médicos hindúes fueron descubriendo las diferentes propiedades curativas que
muchas de estas plantas, en ocasiones árboles de gran porte, podían ofrecerles. Apren-
dieron a utilizar árboles como por ejemplo la acacia, el tamarindo o el ficus, y de estos,
cinco de sus partes: hojas, corteza, raíces, frutos y flores, mezclándolas para formar mul-
titud de remedios. Resultaba natural que acabaran cultivándolos en un recipiente para
mayor comodidad, pues era gracias a estos árboles en maceta que un médico situado,
por mencionar algún lugar, en una región árida de la India podía disponer en todo mo-
mento de los elementos básicos necesarios en su profesión sin verse obligado a esperar
que le fueran traídos desde sus lugares de origen. De este modo se fueron desarrollando
las técnicas necesarias para mantener con vida en una maceta a lo largo de cientos de
años árboles gigantes originarios de los climas más diversos.
1.4 - Europa:
Por otro lado en Europa se desarrolló una forma de arte que si bien poco tiene que ver
con el bonsái guarda con él algunos puntos en común en el sentido de utilizar la planta,
en ocasiones también cultivada en un contenedor, como elemento ornamental. Se trata
del conjunto de técnicas y cánones estéticos que acabaría llamándose “Topiary” y por el
que se podaban diferentes plantas de jardín con formas geométricas o incluso de anima-
les (esferas, pirámides, conos, ciervos o elefantes son figuras típicas), manteniendo en
ocasiones tamaños reducidos. Para hacernos una idea podríamos pensar en alguno de
los setos minuciosamente recortados formando muros de separación de forma perfecta-
mente regular que hoy en día todavía abundan en nuestros jardines. A grandes rasgos
podría hablarse de una forma simplificada de topiary, y quizá ahí radique el origen del
gusto occidental por los setos milimétricamente alineados.
Parece ser que esta forma de expresión artística fue inventada por un allegado del empe-
rador romano Augusto y ya hay escritos que demuestran que se practicaba comúnmente
hacia el siglo I después de Cristo. El jardinero romano; topiarius, tenia un escalafón im-
portante dentro de una sociedad que ya entonces debía adaptar sus obras a los costes
del suelo sobre el que tenía que trabajar. Los jardines urbanos romanos eran interiores,
patios cerrados en el interior de las casas que conforme se fue disparando el precio del
suelo fueron reduciéndose en tamaño y obligando así al topiarius a aguzar el ingenio
para sustituir el espacio por pinturas, falsas perspectivas y otros trucos destinados a en-
gañar la vista. En los balnearios y termas eran frecuentes los jardines más paisajistas de
inspiración griega y en las avenidas las alineaciones de árboles de sombra; como es el
caso del plátano, que tenia un carácter casi sagrado para los romanos.
Cipreses, bojs y tejos eran los árboles preferidos en las composiciones, pues son árboles
que desarrollan follajes muy tupidos y por tanto se prestan a ser “esculpidos” con las for-
mas más diversas. Es importante tener en cuenta que, a diferencia de un bonsái, en este
caso no se desplazaban ramas, simplemente se favorecía el crecimiento lo más denso
posible de una masa informe de verde para luego recortar la figura deseada de la misma
forma que lo haría un escultor o un carpintero: eliminando lo que sobra. Quizá no sería
hasta los alrededores del siglo XVI que este arte no alcanzó su máximo esplendor gracias
a magníficos tejos cultivados en los jardines ingleses.
Todavía se conservan algunos jardines cultivados siguiendo estas formas clásicas, pero
en realidad la práctica del topiary cayó en desuso hacia el siglo XVIII a favor de unas for-
mas de arte con aspecto menos artificial, quedando únicamente el gusto por los setos
bien recortados.
Es interesante compararlo con el tipo de arte practicado en China en que se cultivaban
árboles en miniatura, y que, como veremos más adelante, se trata del ancestro directo
del bonsái propiamente dicho. Ambos buscaban dar un aspecto artificial al árbol, todo lo
contrario al gusto japonés. Pero mientras que en Europa se tendía a recargar las compo-
siciones con la mayor cantidad de elementos posible, en China los espacios vacíos juga-
ban un papel tan o más importante que los cubiertos por vegetación. Una tendencia cul-
tural que también se manifiesta en la pintura o la música, por citar un par de ejemplos.
2 - En China:
La primera mención del arte del bonsái en China, o por lo menos del embrión de lo que
más tarde sería el bonsái, se remonta a la época de los Tsin, allá por el siglo III antes de
Cristo, pero es difícil definir un origen exacto. El antiquísimo interés chino por la creación
de jardines fue derivando con la sucesiva incorporación de rocas a éstos, hacia un interés
por representar un paisaje en miniatura, y en ocasiones no tan en miniatura, pues algu-
nas de estas colinas artificiales formadas por una acumulación de grandes rocas, tierra y
vegetación, llegaban a tener decenas de metros.
Conforme pasaron los años la obstinación por reproducir paisajes continuó en auge aun-
que la tendencia era reducir cada vez más la escala, pasando del paisaje tamaño jardín
hasta un paisaje tamaño contenedor durante la dinastía Tang, allá por los siglos VII a X
de nuestra era. Y del cultivo de paisajes en contenedor, al cultivo de un árbol individual
no había demasiada distancia: se conserva una pintura de la época en que se puede ver
a lo que parece ser una sirvienta llevando un bonsái con las dos manos sobre la tumba
de Zhand Huai, segundo emperador de los Tang Wu Zetian. E incluso importantes poetas
empiezan a hacer referencia en sus obras a los paisajes en miniatura.
Cuenta una antigua leyenda que existió una vez un poderoso mago chino llamado Fei
Jiang-Feng capaz de encerrar en una urna casas, montañas e incluso bosques enteros.
Teniendo en cuenta que en buena parte de las ocasiones estas leyendas suelen tener un
cierto fondo de verdad, pude que en realidad haga referencia a uno de los pioneros en el
arte del cultivo de árboles en miniatura. Por otro lado es completamente comprensible
que fuera considerado como algo mágico, pues hasta hace relativamente poco tiempo
las técnicas de cultivo eran poco menos que secretas, de hecho en lugares tan supuesta-
mente civilizados e ilustrados como el París del siglo XIX, lugar en que hicieron aparición
los primeros bonsáis llegados a Europa, éstos fueron considerados inicialmente maravi-
llas, fruto sin duda de arcanas artes mágicas procedentes del lejano oriente.
Con el transcurso del tiempo, la práctica del cultivo de paisajes en contenedor fue exten-
diéndose cada vez más y la prueba de ello es que cada vez van apareciendo referencias
más numerosas en la literatura. De cualquier forma se trataba de un arte eminentemen-
te destinado a la nobleza, o por lo menos a las capas altas de la sociedad. Resulta algo
evidente, pues ningún campesino podría permitirse el lujo de un enorme jardín con pai-
saje, ni dispondría del tiempo necesario para su cuidado aunque se tratara de un paisaje
en maceta.
Al mismo tiempo que la práctica de cultivar paisajes en maceta ganaba adeptos, lo mis-
mo sucedía con el cultivo de árboles individuales. Pinturas que datan de la dinastía Sung,
(960-1280 de nuestra era) muestran cada vez con mayor frecuencia imágenes de plan-
tas cultivadas en macetas profusamente decoradas. Las especies más comunes eran pi-
nos, cipreses, bambúes, orquídeas o crisantemos. Durante esta época las plantas cultiva-
das en maceta recibían el nombre de “pun-wan”, pero en otros momentos de la historia
fueron referidas como “pen-sai” o “pun-sai” e incluso en el periodo comprendido entre la
dinastía Ming (1368-1644) e inicios de la Ching (1644-1911), el nombre usado para des-
cribir las plantas cultivadas en maceta con paisaje fue “pun-ching”, así que como se pue-
de apreciar la denominación de estas pequeñas plantas ha sufrido gran cantidad de cam-
bios con el paso del tiempo. Durante este periodo China vivió una época de relativa paz y
prosperidad por lo que el interés por los paisajes en miniatura se extendió entre las di-
versas capas sociales, apareciendo como un hobby popular en diversos tratados de botá-
nica (en una obra del 1688 aparece referido como “pen-tsuai” que resulta el equivalente
chino de la palabra japonesa bonsái, un término que pasó a ser usado como un verbo,
con el significado de “plantar en una maceta”).
De este renovado y creciente interés surgieron multitud de estilos dependiendo de la
zona geográfica, con nombres tan curiosos como: “Estilo pagoda”, “Estilo Lombriz”, “Es-
tilo Dragón Danzante”, etc., nombres que, dejando a un lado lo sorprendentes que resul-
tan, denotan el alto grado de artificialidad de las formas que exhibían los árboles a los
que hacían referencia. Incluso hacia el final de la dinastía Ching se encontraba en boga la
tendencia de conseguir formas que recordaran determinados ideogramas de la escritura
china con un significado especial. El árbol debía sugerir un pensamiento.
Estos estilos inusuales poco a poco fueron desapareciendo, pero aun así la escuela china
de bonsái tiene tendencia a crear composiciones con un aspecto más artificial que la ja-
ponesa, con un mayor hincapié en el paisaje frente al árbol individual.
3 - En Japón:
La cultura japonesa siempre ha mantenido importantes contactos con China, siendo este
país una de sus mayores influencias, por no decir la mayor. Existen referencias de esta
interrelación en etapas tan tempranas como durante la dinastía Chin (226 – 206 antes de
Cristo) con numerosos ejemplos; algunos tan curiosos como el caso de un famoso mago
chino llamado Hsu Fu que fue enviado al Japón por un emperador a la búsqueda del Elixir
de la Vida, fuera lo que fuera ese misterioso Elixir. Más adelante aparecen referencias de
numerosos enviados japoneses recorriendo distintas regiones de China para aprender su
cultura, además de numerosos contactos entre los distintos reyes y señores japoneses
con los emperadores chinos.
Tras la introducción del budismo en Japón alrededor del siglo VI de nuestra era, primero a
través de Corea y más tarde directamente desde China, multitud de monjes se desplaza-
ron hasta Japón, resultando éstos en buena parte de los casos grandes entusiastas del
arte del bonsái. Por lo que posiblemente las primeras noticias sobre el cultivo de árboles
en miniatura llegasen a Japón de mano de dichos monjes.
De todas formas hemos de esperar hasta el siglo X para encontrar referencias en la lite-
ratura japonesa que mencionen la recolección de árboles en miniatura de la naturaleza.
Al parecer no se conservan los textos originales, sino un texto que menciona a otro en el
que se hablaba del tema, por lo que hay que tomárselo con algo de cautela, pero tenien-
do en cuenta el tiempo transcurrido desde que los primeros aficionados constatados em-
pezaron a circular por Japón tampoco es demasiado arriesgado concederles algo de cre-
dibilidad. Las primeras alusiones directas al bonsái que nos han llegado pertenecen al
periodo de Kamakura (entre los siglos XII y XIV) y entre otras destaca una obra bastante
célebre, que combinando caligrafía y pintura, ilustra la vida del monje budista Honen
Shonin, fundador de la secta budista Jodo y al parecer gran entusiasta del bonsái. En
esta obra, que data aproximadamente del siglo XIII, se pueden contemplar diversas pin-
turas de bonsáis, pero lo realmente interesante es que está haciendo referencia a la vida
en el Japón del periodo Heian (794-1191) lo que nos lleva a pensar que el arte del bonsái
ya existía bastante antes de el periodo en que se escribió el texto.
Los datos que tenemos indican que aunque las técnicas empleadas en este periodo eran
notablemente avanzadas, el gusto de las clases altas, que a fin de cuentas eran las que
practicaban este arte, tendía a la formación de árboles de una artificialidad rayando lo
grotesco.
Otra referencia que se puede destacar es una obra de teatro Noh, escrita sobre el siglo
XIV, que cuenta como un samurai pobre recibe un día la visita de un shogun viajando de
incógnito, y sacrifica lo que debían ser sus únicas posesiones de valor, sus tres bonsáis,
quemándolos para que su huésped no pasara frío. Dejando a un lado cualquier otra con-
sideración, esta obra nos permite constatar como la cultura del bonsái se encontraba ex-
tendida ya por todo Japón, y además el hecho de que uno de los tres bonsáis fuera un
pino nos permite aventurar que ya se apreciaba al árbol por su forma y no simplemente
por sus flores o frutos.
El pino siempre ha tenido un papel muy destacado en la cultura japonesa del bonsái con
una importante carga simbólica. El pino representa la longevidad, pero además según su
forma puede simbolizar multitud de cosas; como ejemplo se puede mencionar un estilo
no clásico que en ocasiones se denomina “La mano de Buda”, y que a grandes rasgos
podría considerarse como una variante del estilo vertical informal. En este tipo de bonsái
la suave curva de su tronco y la particular forma arqueada que toma la copa da realmen-
te la impresión de una mano cubriendo aquello que se encuentre en su base; representa
la mano protectora que Buda extiende sobre el hombre. Hoy en día no quedan muchos
ejemplares pero en otros tiempos solía colocarse en la entrada de los jardines como sig-
no de bienvenida.
Con el transcurso de los años el arte del bonsái se fue popularizando sobretodo en el pe-
riodo Edo (1603-1867), periodo en el que el Japón feudal conoció una cierta época de paz
y prosperidad que hizo que todas las formas de arte florecieran y se extendieran. De he-
cho, sería a mediados de este periodo en que tanto las técnicas de jardinería como de
paisajismo alcanzarían su máximo esplendor con una increíble variedad de plantas culti-
vadas. El arte del bonsái no fue una excepción.
Existen referencias que hablan de lo que podríamos considerar un congreso de artistas,
estudiosos de los clásicos chinos y poetas que tuvo lugar en las inmediaciones de la ciu-
dad de Osaka a principios del siglo XIX con el propósito de discutir las técnicas y estilos
más recientes en el mundo de los árboles en miniatura. Según parece a esta reunión le
debemos la decisión de usar la palabra “Bonsái” para referirnos a un árbol cultivado de
forma artística en maceta.
Por fin el bonsái iba saliendo poco a poco del dominio absoluto de las capas altas de la
sociedad para irse asentando como un hobby cada vez más popular. Y buena prueba de
ello son los cada vez más numerosos centros de jardinería y escuelas que surgieron a
partir del siglo XIX. A mediados-finales de ese siglo la tendencia aislacionista del gobier-
no empezó a cambiar; en realidad tampoco es que cambiara sino más bien que finalmen-
te consiguieron derrocar el gobierno feudal instaurando otro de corte más moderno. Se
inició una época de occidentalización en el que los contactos con Europa se multiplica-
ron.
Los occidentales llegados a Japón quedaron cautivados por las formas más artificiosas
del bonsái (quizá por que esa había sido la tendencia tradicional europea en jardinería) y
por tanto en los alrededores de la ciudad de Edo, el actual Tokio, se formó una próspera
industria destinada a producir en grandes cantidades pequeños árboles con formas a
cual más extraña. Kyoto y Osaka representaban la escuela clásica y por supuesto en se-
guida protestaron enérgicamente, despreciando ese tipo de obras destinadas al consumo
exterior. Parece ser que con el tiempo consiguieron salirse en parte con la suya pues los
trabajos producidos en Edo fueron derivando hacia unas formas más elegantes.
El final del siglo XIX y el inicio del XX significo el desarrollo de una nueva y relativamente
pudiente clase social dedicada al comercio que impulsó definitivamente el arte del bon-
sái, incrementando enormemente la demanda tanto internamente como para la exporta-
ción. Aparecieron verdaderos profesionales dedicados a extraer material prometedor de
las montañas pero gradualmente como es lógico las fuentes se fueron agotando; el nú-
mero de árboles miniaturizados de forma natural por las duras condiciones de vida que
les habían tocado era limitado y finalmente se agotaron. Esto llevó a la aparición de un
nuevo tipo de industria: los centros especializados en el cultivo de material apto para ser
convertido en bonsái. No es que antes no hubieran existido centros de jardinería; hay re-
ferencias hasta de unos doscientos años antes, pero la diferencia es la escala y el núme-
ro de éstos que surgieron. Aparecieron así los primeros pre-bonsáis, materiales listos
para ser trabajados y convertidos en verdaderos bonsáis por los maestros de la época.
Durante la era Meiji (1868-1912) se produjo el inicio de lo que se podría considerar como
el bonsái moderno, e incluso el propio emperador lo impulsó como un arte nacional, ofi-
cializando definitivamente el término “bonsái”. Las tendencias en este “bonsái moderno”
son realizar mayoritariamente obras de tamaño medio, fácilmente transportables con
dos manos, frente a los grandes árboles de periodos anteriores, además de tratar de al-
canzar la belleza natural del árbol con obras muy alejadas de los artificiales estilos de an-
taño. Al mismo tiempo esta nueva etapa del bonsái significó su consagración definitiva
como hobby destinado a todas las capas sociales.
Un acontecimiento muy destacable en el mundo del bonsái tuvo lugar tras una serie de
terribles terremotos acaecidos en 1923. Muchos de los cultivadores y maestros afincados
en Tokio se trasladaron a una pequeña localidad llamada Omiya, fundando lo que hoy en
día se conoce como “la ciudad del bonsái”, el centro neurálgico de este arte. Todavía hoy
es el lugar de referencia en el que se concentran una mayor cantidad de talentos, una
verdadera Meca del bonsái que todo profesional o aficionado sueña con visitar alguna
vez.
Hay quien afirma que el periodo comprendido desde 1914 hasta la actualidad se corres-
ponde con una edad de oro en el mundo del bonsái, pues está alcanzando cotas de desa-
rrollo jamás soñadas con anterioridad. Tal vez sea cierto, o tal vez no, pero sí resulta evi-
dente que tras nacer y desarrollarse en China, Japón ha sabido adaptar este arte apor-
tando su propia personalidad y carácter. El bonsái japonés tiende a ser suave tanto en la
forma como en el sentimiento que transmite, con un carácter marcadamente natural y
armonioso. En China, por el contrario, tanto formas como sensaciones son más dramáti-
cas e intensas; los árboles son más estilizados, con menos ramas y ángulos mucho más
marcados. Su carácter es tal vez menos natural pero en ocasiones mucho más impresio-
nante.
En Occidente:
Como ya vimos con anterioridad, el periodo de occidentalización ocurrido en el Japón de
mediados del siglo XIX despertó el interés de los europeos por la cultura del bonsái; no
hay forma de saber cuántos ejemplares llegaron hasta Europa fruto de este interés, ni
cuantos sobrevivieron más de unos pocos meses. Probablemente no demasiados, si tene-
mos en cuenta las primeras teorías un tanto ingenuas que surgieron para tratar de expli-
car un fenómeno a todas luces imposible según los conocimientos occidentales.
Las primeras colecciones propiamente dichas fueron presentadas en Europa en la Exposi-
ción Universal de París, en el año 1878, con gran éxito. Para el año 1907 hay referencias
a una pequeña colección permanente en Inglaterra; y no fue hasta 1909 en que se pro-
dujo en Londres la primera exposición propiamente dicha. Las reacciones fueron diver-
sas, pero siempre con grandes dosis de sorpresa. La mayoría quedó cautivada por su be-
lleza, pero también se alzaron voces hablando sobre las horribles crueldades supuesta-
mente practicadas sobre los árboles. Teniendo en cuenta que en aquel entonces poco o
nada era lo que se sabía sobre las técnicas de cultivo, resulta sorprendente repasar la
variedad de teorías emitidas al respecto, algunas francamente hilarantes. Se habló de re-
cortes de hojas, de vendajes alrededor del árbol similares a aquellos con los que se im-
pedía el crecimiento de los pies de las princesas siguiendo los cánones de belleza orien-
tal de la época, de confusas teorías botánicas por las que un árbol situado bocabajo se
injertaba sobre otro situado en una posición normal para así poder obtener raíces en la
parte superior tal y como parece que existen en los estilos de cascada, e incluso se habló
de magia. Es más, el mismo hecho de que la gran mayoría de bonsáis llegados a manos
occidentales perecieran al poco tiempo contribuyó a reforzar la idea de que debía existir
algún tipo de misterio en su origen.
Durante la Primera Guerra Mundial el bonsái volvió a caer en el olvido para el mundo oc-
cidental, algo por otra parte totalmente comprensible pues tenían entre manos otros pro-
blemas más acuciantes. En el periodo entre guerras resurge de nuevo el interés por es-
tos arbolitos, escribiéndose los primeros tratados serios sobre el tema en occidente. Se
cuenta que Paul Claudel siendo embajador de Francia en Japón fue sorprendido en más
de una ocasión sentado ensimismado delante de un pequeño bosquecillo de arces. El
propio embajador explicó más tarde que contemplando esos árboles no podía evitar ima-
ginarse a él mismo junto a uno de esos arces y que en ocasiones casi podía llegar a oír el
gorjeo de los pájaros en sus ramas. Sea como fuere, la Segunda Guerra Mundial puso
punto y final a este renovado interés durante otros cinco años. Tras la guerra el bonsái
reapareció de nuevo, sobretodo en Estados Unidos debido a la gran cantidad de tropas
que mantenían estacionadas en Japón. En no pocas ocasiones el soldado volvía a casa
con algún pequeño arbolito y una nueva afición.
Afortunadamente, desde entonces el bonsái no ha dejado de extenderse por los cinco
continentes y hoy en día en casi todos los países pueden encontrarse multitud de asocia-
ciones que están aportando nuevas ideas, estilos y formas de entender este arte.
Quizá sea realmente cierto que estamos viviendo una época dorada en el mundo del
bonsái.

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