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296 EL ASNO DE ORO angustiaba cra un presentimiento de muerte; yo me hhacfa Jas siguientes reflexiones: «Si en plena escena amorosa soltaran una fiera cualquiera para devorar a Ja mujer, ese animal no va a ser tan despierto, ni va estar tan adiestrado, ni dominaré tanto su apetito como para tirarse sobre la mujer que est4 a mi lado dejéndome a mi tranquilo, por verme libre de con- dena y de culpas, 35. Asi, pues, ya no era el pudor, sino mi propia vida lo que me inquietaba; ahora bien, mientras mi instructor atendia a disponer adecuadamente el echo, mientras la servidumbre en parte se dedicaba a pre- parar la cacerfa y en parte estaba absorta contem- 2 plando el espectaculo, yo daba rienda suelta a mis pensamientos, sin que nadie se preocupara de vigilar ‘a un asno tan manso como yo; poco a poco, sin llamar la atencién, me fui acercando a la salida mAs cercana 3 y escapé galopando a toda velocidad. Después de reco- rrer seis millas sin parar, lego a Cencreas, ciudad considerada como la més ilustre colonia de Corinto, y bafiada a la vez por el mar Bgeo y el golfu de Sale nica. All{ hay un puerto que constituye un refugio muy seguro para las naves y que se ve siempre muy con- 4 currido, Yo procuré evitar las aglomeraciones, bus- cando una playa retirada para tumbarme y descansar sobre Ia finfsima arena, muy arrimado a la orilla para refrescarme al vaho del oleaje. 5 El carro del sol habia traspasado ya la meta del dia, y la tranquilidad de la tarde me habla traido la dulzura de un profundo suefio, LIBRO XI Saludable descanso del asno después de su evasién; sale Ja Tuna; ferviente plegaria de Lucio y consiguiente sparicién de Isis (146). — Fiesta de Tsis. Rn la magn procesién, Lucio come las rosas que ef sumo sacerdote levaba en Ia mano y recobra asi su condicién de hombre (7-13). — Agradecido, Lucio se pone al servicio de la diosa Isis y se hace iniciar en sus sagrados misterios (1425). — Lucio sale para Roma; nuevas iniclaciones y entrada del héroe en el colegio sacerdotal de la diosa (2530). 1. Sobre la hora del primer relevo nocturno'# me desperté una stbita pesadilla: veo el disco de la Tuna Mena, que en aquel instante salia del seno de las olas irradiando un vivo resplandor. Me sent{ al am- paro de la sombra, del silencio y del recogimiento Nocturnos; cre{ ademAs en la augusta diosa y en su 2 soberano poder; me convenc{ de que su providencia rige a su albedrfo los destinos humanos y que, tanto los animales domésticos como las fieras indémitas y hasta Ja misma naturaleza inanimada, todo subsiste por la divina influencia de su luz y de su bendito bene- pldcito; pensé que en Ia tierra, en el cielo o en el mar, los seres vivos se desarrollan con la luna cre- ciente y pierden vitalidad en su menguante; por ulti- mo, dado que el destino ya estaba satisfecho con tan- 3 11 Sobre esta expresién del lenguaje castrense, véase nota 79. 298 EL ASNO DE ORO LIBRO XI 299 tos y tan graves desastres como me habia infligido y ya seas la terrible Prosérpina, la de los aullidos que, aunque tarde, me ofrecia una esperanza de salva- nocturnos, la de la triple faz, que reprimes la agresi- cidn, decidf implorar la veneranda imagen de la diosa Vidad de los duendes, cierras sus prisiones subterr4- 4 que tenia a la vista, Me sacudo en seguida de encima eas, andas errante por Ios bosques sagrados y te el sopor y la pereza; me levanto alegre y decidido; dejas aplacar por un variado ritual; _ con ansias de purificarme inmediatamente, me tiro al ‘tt, que con tu pdlida claridad iluminas todas Jas 3 mar, hundo Ia cabeza bajo el agua por siete veces, murallas, con Ja humedad de tus rayos das vigor y ya que ese numero es el més adecuado a cualquier _ fecundidad a los sembrados y en tu marcha solitaria Tito, seguin el divino Pitégoras. Luego, con légrimas en vas derramando tenues resplandores; Jos ojos dirijo a la diosa omnipotente la siguiente sea cual fuere el nombre, sea cual fuere el tito, stiplica: sea cual fuere la imagen que en buena ley hayan de | figurar en tu advocacién, 2 «Reina del cielo 8: ti, as(steme en este instante colmado de desventuras, 4 ya seas la Ceres nutricia, madre inventora de las ti, consolida mi tambaleante suerte, mieses, que en la alegria de encontrar de nuevo a tu td, pon término a mis crueles reveses hija ensefiaste a los hombres a dejar como pasto de y dame la paz. animales la antigua bellota, para comer alimentos més Basta ya de fatigas, agradables, y que ahora habitas los fértiles campos basta ya de peligros. de Eleusis; : . Despéjame de esta maldita figura de cuadripedo; ya seas Ja Venus celestial, que, en Jos primeros devuélveme a mi familia, dfas del mundo, uniste los sexos opuestos dando ori- devuélveme mi personalidad de Lucio, gen al Amor para perpetuar el género humano en una Y si alguna divinidad ofendida me persigue con si eterna procreacién, y que ahora recibes un culto en implacable célera, el santuario de Pafos entre las olas; séame al menos licito morir, ya que no me es licito 2 ya seas la hermana de Febo, que, aliviando con vivire, solicitud a las parturientas, has alumbrado tantos pue- ‘los, y que ahora te ves venerada en el ilustre templo 3. Después de explayarme as{ en stiplicas salpica- de Efes0; das de sentidos lamentos, me vuelve la modorra y ‘sucumbo, como presa del suefio, en el mismo sitio y en el mismo lecho. Apenas habfa cerrado los ojos, he 2 1 Agut nos frece Apuleyo un bello modelo del carmen aguf que, del seno de Jas aguas, surge un divino rostro es ralioan,rasermedia, cate lal se [pS cuya mirada infundirfa respeto a los mismos dioses; fica y a proso, de la que quedan abundantes muestras como luego, poco a poco, salié el cuerpo entero; agita -vio- irmina Eplgraphica 1), ee coos astta, al Carmen de L 2-7 baller rl Se a eens: Jentamente las aguas y se planta inmévil ante mis ojos. ee eee ee at naseen eres 1Qué maravillosa aparicién! Trataré de daros una idea, 3 Erno Norees suponiendo que Ia pobreza del lenguaje humano o la 300 EL ASNO DE ORO propia divinidad quieran hacer posible la descripcién suministréndome todos los recursos de la mas expre- siva oratoria. 4 En primer Jugar su rica y larga cabellera, un tanto rizada, cafa suavemente sobre su escote divino en on- dulaciones sueltas y dispersas. Una corona de variadas clases de flores € irregularmente dispuestas ceifiia, como remate, su cabeza; en su centro y coincidiendo con la frente habia un disco plano que, como un espe- jo, 0 mejor dicho, cual luna simbélica, reflejaba una s blanca claridad. A derecha e izquierda, el disco des- cansaba sobre las anillas de unas viboras a punto de incorporarse, y para mayor realce colgaban por encima unas espigas como atributo de Ceres. Su tini- ca multicolor, de un finfsimo lienzo, pasaba del més esplendoroso blanco al oro del azafrén mis florido, y luego al més vivo granate de la rosa. Pero lo que ‘ante todo y sobre todo deslumbraba mis ojos, era su manto de un oscuro tan intenso que irradiaba reflejos de puro negro. Ese manto envolvia su busto pasando bajo el hombro derecho y cubriendo el izquierdo a manera de escudo; uno de sus extremos cafa en artis- ticos pliegues hasta rematarse en su orla inferior con ‘unos graciosos flecos. 4. Todo el remate bordado y hasta el lienzo de fondo estaba sembrado de radiantes estrellas, y, en el centro de ese firmamento, una luna Ilena despren- dia rayos de fuego. Ello no impedia, sin embargo, que sobre ¢l vuelo del insigne manto se hubjera afiadido un nuevo bordado con una corona integrada por toda 2 clase de flores y de frutas. Los atributos que Hevaba Ja diosa eran muy diversos: en la mano derecha tenia ‘un sistro de bronce cuya plancha fina y moldeada a manera de cinturén circundaba unas varillas que al ritmo de la triple cadencia de su brazo emitfan un LIBRO XI 301 sonoro tintineo. De su mano izquierda colgaba una 3 naveta de oro, a cuya asita, en su parte més saliente, servia de remate un dspid con el cuello en alto y extraordinariamente hinchado. Sus divinos pies leva- ban como calzado unas sandalias confeccionadas con hojas de palmera, el Arbol de Ia victoria, era la estampa y empaque sobrecogedor de la diosa, cuando, eetatedo aretens| ae ny eaeas ec se digné dirigirme Ja palabra: 5. «Aquf me tienes, Lucio; tus ruegos me 7 rmovido. Soy la madre de la inmence nateraiees ta duefla de todos Jos elementos, el tronco que da ori- gen a Jas generaciones, Ja suprema divinidad, Ja reina de Ios Manes, la primera entre los habitantes del cielo, Ja encarnacién tinica de dioses y diosas; las luminosas bévedas del cielo, los saludables vientos del mar, los silencios desolados de Jos infiernos, todo esté a mer- ced de mi voluntad; soy Ia divinidad nica a quien venera el mundo entero bajo miltiples formas, varia- dos ritos y los mds diversos nombres. Los frigios, meros habitantes del orbe, me aman diosa de Pi nonte y madre de los dioses; soy Minerva Cecropia para los atenienses autsctonos; ‘Venus Palla para ies islefios de Chipre; Diana Dictymna para los saeteros de Creta; Prosérpina Estigia para los sicilianos trilin- giles; Ceres Actea para la antigua Eleusis; para unos 3 soy Juno, para otros Bellona, para:los de més alld Rhamnusia; Jos pueblos del Sol naciente y los que reciben sus wltimos xayos de poniente, las dos Etio- pias y los egipcios poderosos por su antigua sabidurfa me honran con un culto propio y me conocen por mi verdadero nombre: soy Ia reina Isis. He venido 4 por haberme compadecido de tus desgracias; heme aqui favorable y propicia, Déjate ya de Morar, pon fin tus lamentos, desecha tu pesimismo; ahora, por mi 302 EL ASNO DE ORO providencia, empieza a amanecer el dia de tu salva- cién. Presta, pues, religiosa atencién a las 6rdenes que te voy a dar. ss »Desde los tiempos mds remotos la piedad ha puesto bajo mi advocacién un dial: es el dia que nacerd de esta noche, dfa en que amainan los tempo- rales del invierno, se calman las olas del proceloso mar, vuelve a ser posible la navegacin, y mis sacer- dotes me consagran una nave recién construida como para ofrecerme Jas primicias del tréfico. Has de espe- Tar esa ceremonia sin impaciencias ni ilusiones pro- fanas. 6. »Pues yo daré instrucciones al sacerdote para que ate una corona de rosas al sistro que él ha de Tlevar en la mano derecha durante el solemne ritual. 2 Asf, pues, sin titubear, te abrirés paso entre la multi- tud e irds con todo fervor a formar en mi séquito; cuenta con mi beneplécito, Cuando estés bien cerca, muy devotamente, como si fueras a besar la mano del sacerdote, das un mordisco a las rosas y al punto te quitarés de encima el pellejo de ese maldito animal 3 que, ya hace tiempo, me resulta inaguantable. No te asustes ni consideres dificil ninguna de mis recomen- daciones. Pues en el mismo instante que te estoy ha- blando a ti, me estoy apareciendo, en suefios, a mi sacerdote para decirle lo que ha de hacer después. 4 Segin mis instrucciones, la densa masa del pueblo se retirard para dejarte paso; ante la alegrfa del ritual y Ja espectacularidad de la fiesta, nadie se escandalizaré del horrible disfraz que Ilevas encima, nadie pensaré mal ni tendrd la malicia de acusarte al ver la repen- tina metamorfosis. ue El 5 de marzo, fecha en que se reanudaba la navegacién en el Mediterréneo. La ebarca de Isis» inauguraba la temporada, ‘LIBRO XX 303 »Pero has de recordar ante todo (y sea ésta una conviecién grabada para siempre en el fonds del corm, z6n) que el resto de tus dfas, hasta exhalar el iltimo suspiro, te debes a mi servicio. Es justo que si alguien te hace el favor de devolverte tu puesto entre los hombres, ti te consideres deudor suyo toda la vida. Por lo dems, tu vida seré feliz y gloriosa bajo mi 6 amparo, y cuando, egado al término de tu existencia, bajes a los infiernos, también alll, en el hemisferio subterréneo, como me ests viendo ahora, volverds a verme brillante entre las tinieblas del Aqueronte y soberana en las profundas moradas del Estigio; y ti, aposentado ya en los campos Elisios, serés asiduo devoto de mi divinidad protectora. Y si tu escrupu- 7 Josa obediencia, tus piadosos servicios y tu castidad inviolable te hacen digno de mi divina proteccién, tenis también que sélo yo tengo atrbuciones para ngar tu allé de ites fijados ‘tu destino». aa a 7. Aqui terminé el oriculo venerando y se desva- necié Ja imagen de la invicta divinidad. Al punto me 2 desvelo por completo entre el temor y Ia alegria; acto seguido, inundado de abundante sudor, me pongo en pie profundamente admirado ante Ja clarisima apari- cién de la poderosa divinidad, corro a bafiarme en Jas aguas del mar y, sin pensar més que en sus augus- tos mandatos, iba repasando punto por punto sus Tecomendaciones. De pronto, en cuanto se disiparon 9 Jas sombras de la oscura noche y apuntaron los 4ureos rayos del sol, he aquf que, como un dia de romeria y de verdadero triunfo, grupos animados discurren por doquier y Henan todas las calles. Con tanta ale- gia, unida a la mfa propia, el mundo entero me pare- cla rebosar felicidad: toda clase de animales, todas Jas familias y hasta el aire que se respiraba me daban 304 ‘EL ASNO DE ORO 4 una impresién de paz y satisfaccién. A la bruma de la vispera habfa sucedido de pronto un dia claro y apa- cible: hasta las avecillas, con sus trinos bajo el deli- cioso y templado aliento primaveral, entonaban armo- niosos conciertos para regalar el ofdo con dulces me- Jodfas a la madre de los astros, creadora de las esta- 5 ciones y reina del universo entero. Més todavia: hasta Jos arboles, tanto Ios fecundos frutales como los que se conforman con darnos el producto estéril de su sombra, todos se desarrollaban al soplo del Austro, se engalanaban con los brotes de nuevos pimpollos y susurraban leves murmullos moviendo suavemente sus brazos. Habfa cesado el rudo fragor de las tor- mentas, el mar habfa calmado Ia furia turbulenta de su oleaje y besaba la arena en suave ondulacién. Y el cielo se hab{a quitado su velo de bruma e irradiaba en su natural pureza toda su transparente luminosidad. 8, Ya desfilan, a paso lento, en cabeza de la so- lemne comitiva y abriéndole paso, los bellfsimos dis- fraces votivos que cada cual se ha amafiado a su 2 gusto. Uno Ievaba un correaje y hacla de soldado; otro, con su capa, sus polainas y sus venablos, hacia de cazador; un tercero Ilevaba zapatos dorados, bata de seda y un aderezo de valiosas joyas; su peluca Postiza y su movimiento de caderas completaban el 3 disfraz femenino. Otro Hamaba Ja atencién con sus rodilleras, su escudo, su casco y su espada: parecia salir de la escuela de gladiadores. Habfa quien, pre- cedido por los fascios y vestido de purpura, hacia de magistrado; y quien, con un manto, un bastén, unas sandalias de fibra vegetal y una barba de macho, acta de filésofo. Habfa un cazador de pajaritos con cafias y liga, y un pescador con otra clase de cafias 4y anzuelos. También vi una osa mansa: iba en litera, PS —— LapRO x1 305 disfrazada de dama distinguida; un mono con un gorro de pafio, con vestido amarillo a la moda frigia y Con una copa de oro en la mano recordaba al pas- tor Ganimedes; un asno al que habfan aplicado un Par de alas caminaba junto a un viejo achacoso: que- ser respectivamente Belerot een fonte y Pegaso: ambos 9. Entre estas diversiones y algaradas populares de libre organizacién, ahora emprendfa la marcha la verdadera procesién de la diosa protectora. Unas mu- 2 jeres con vistosas vestiduras blancas, con alegres y Variados atributos simbélicos, lenas de floridas coro- nas primaverales, iban caminando y sacando de su seno pétalos para cubrir el suelo que pisaba la sagra- da comitiva, Otras Uevaban a su espalda unos bri- Mantes espejos vueltos hacia atrés: en ellos la diosa en marcha podia contemplar de frente la devota mul titud que seguia sus pasos. Algunas Uevaban peines a de marfil y con gestos de sus brazos y movimiento de Jos dedos parecian arreglar y peinar a su reina. Entre elas las habfa que, como si gota a gota perfumaran @ la diosa con balsamo y otras materias olorosas, inun- daban de aromas las calles. Ademés, una gran mul 4 titud de ambos sexos Uevaban Jémparas, antorchas, cirios y toda clase de Iuces artificiales para atraerse Jas bendiciones de la madre de Jos astros que brillan en el cielo. Seguia, en deliciosa armonfa, un conjunto de caramillos y flautas que tocaban las mds dulces™ melodias. Detrés venfa un coro encantador, integrado por Ja flor de Ja juventud con su traje de gala, tan blanco come la nieve: iban repitiendo un himno pre- cioso, letra y musica de un poeta mimado por las Musas: Ia letra contenfa ya como una introduccién 48 CF. nota 75, 306 EL ASNO DE ORO 6 a los votos mds solemnes. Formaban en el cortejo los flautistas consagrados al gran Serapis, que con su instrumento lateralmente dispuesto y apuntando al de ido derecho, repetian el himno propio del dios y su templo. Independientemente estaba el autrido grupo de quienes chillaban porque se dejara paso libre a la piadosa comitiva. 10, Entonces lega la riada masiva de los iniciados en los divinos misterios: hombres y mujeres de todas las clases sociales, de todas las edades, flamantes por la inmaculada blancura de sus vestiduras de lino. Ellas Hevaban un velo transparente sobre sus cabellos profusamente perfumados. Bllos, con la cabeza com- a pletamente rapada, lucfan 1a coronilla, como astros terrestres de gran veneracién. Sus sistros de bronce, de plata y hasta de oro formaban una delicada or- questa, Los pontifices sagrados, como grandes perso- najes, iban enfundados en blancos lienzos que les cefifan el pecho y Jes cafan sin vuelo ninguno hasta los pies; Uevaban los simbolos augustos de los dioses 3 todopoderosos. El primero sostenia una ldmpara de gran luminosidad, pero que no recordaba en nada las que iluminan nuestras comidas vespertinas: era una naveta de oro, que en el centro de su cubierta echaba 4 una abundante Tama. El segundo, de igual indumen- taria, sostenia con ambas manos un altar, es decir, un altar «del Amparo», pues debe su nombre especifico a la auxiliadora providencia de la diosa soberana. El tercero evaba una palma de oro artfsticamente for- 3 jada y ademés el caduceo de Mercurio. El cuarto exhibia el simbolo de la justicia, esto es, la palma de la mano izquierda completamente abierta: por su 16 Divinidad egipcia identificada con Osiris, el maride de Isis, ‘LIBRO XI 307 Peculiar torpeza, su absoluta inhabilidad para trucos de prestidigitacién, parecia ser més apta que la dere- cha para representar a la Justicia; también Ievaba un 6 Pequefio vaso de oro, moldeado en forma de tetina 7; con ese vaso iba haciendo libaciones de leche. Un quinto ministro Uevaba una zaranda de oro lena de Tamitas de oro; y el sexto iba cargado con una 4nfora. 11. Inmediatamente detrés, accediendo a caminar sobre piernas humanas, marchan shora los dioses. El primero, de aspecto sobrecogedor, era el gran men- sajero que enlaza el cielo y el inferno: rostro negro © dorado™, pero ciertamente sublime, sobre su largo y erguido cucllo de perro; se llama Anubis; leva un ‘caduceo en la mano izquierda y agita con la derecha una palma verdosa. Le iba a la zaga una vaca levan- 2 tada en ancas; esa vaca, simbolo de la fecundidad, encarnaba a la diosa como madre universal; iba apo- yada a la espalda de un santo sacerdote que la sos- tenia sin perder su hierdtica compostura, Otro sostenfa Ja cesta de los misterios: guardaba celosamente en su interior los secretos de Ia sublime religién. Otro Uevaba sobre su bienaventurado corazén Ja venerable 3 imagen de Ja divinidad suprema, sin encarnarla ya en forma de un animal doméstico, de un ave, de una fiera, ni tampoco de un ser humano; por un ingenioso descubrimiento, cuya novedad en si ya inspiraba res- eto, ideé un simbolo inefable para esa religién en- vuelta en el mayor y més misterioso secreto: se acudié 4 a Ia forma material —en oro puro— de una pequefia urna muy artfsticamente vaciada, de fondo perfecta- mente esférico y cuyo exterior iba decorado con mara- 411 Stmbolo de la fecundidad de Ia naturaleza o de la Ma are Isis. Ms_EI doble color (oro y negro) corresponde al doble caréc- ter de su poder, que se extiende al Cielo y al Infierno. 308 BL ASNO DE ORO villosas figuras del arte egipcio. Su orificio de desagiie, no zauy alto, se prolongaba por un cafio a modo de largo chorro; del lado opuesto sobresalfa en amplia curva el contorno del asa, a cuyo vértice iba anudado un dspid con la cabeza muy erguida y el dilatado cuello . todo erizado de escamas. 12. Ahora veo llegar Ja gracia que mi divina pro- tectora me habfa prometido: con mi destino y mi vida en la mano, se acerca el sacerdote, precisamente en Ia actitud que enticipadamente me habfa descrito Ia divina anunciacién: para la diosa, trafa un sistro en Ja mano derecha, y para m{, una corona, corona bien merecida por cierto, ya que, con tantas y tan rudas pruebas como habla aguantado, con tantos peligros como habfa corrido, ahora Ja gran diosa, en su provi- dencia, me concedia la victoria sobre la Fortuna que 2 tan encarnizedamente me habla perseguido. No obs- tante, sin dejarme Ievar de una stbita alegria ni de un arrebato precipitado, con la debida cautela para que Ia imprevista irrupci6n de un cuadripedo no per- turbara el orden pacifico de la ceremonia religiosa, a marcha lenta, midiendo las pisadas como lo harfa una persona, muy poco a poco y de refilén, me fui desli- zando insensiblemente entre la multitud, que, por evi- dente inspiracién divina, me iba dejando paso. 13, Ahora bien, el sacerdote, aleccionado por el orfculo nocturne —como pude comprobar— y mara- villado de ver las circunstancias adaptarse con tanta precisién a la misién que se le habfa confiado, se detuvo de pronto y, alargando por propio impulso la mano derecha, colocé la corona al alcance de mi hoci- 2 0. Yo, entonces, temblando de emocién, con el pulso acelerado y ¢l coraz6n palpitante, me tiré sobre aquella corona de frescas y lamativas rosas, y ansioso de ver LIBRO xt 309 realizarse la promesa, las tragué de un bocado. No salf 3 defraudado por Ja celestial promesa: al punto se esfu- maron Jas horribles apariencias de animal que me envolvian, Empez6 por caerme el basto pelambre; se me afina luego la recia piel, me desaparece la obesi- « dad abdominal, los cascos de los pies dan paso a unos dedos con ufias, mis manos ya no son pies y se pres- tan a las funciones de miembros superiores, mi largo 5 cuello recobra sus debidas proporciones, mi rostro y mi cabeza se redondean, mis enormes orejas vuelven @ su reducido tamafio primitivo, aquellos dientes que Parecian cascotes recobran proporciones humanas, y de aquella cola que antes era mi mayor suplicio... jno habia ni rastro! El pueblo no vuelve de su asom- 6 bro, las almas piadosas adoran a la divinidad que ha manifestado tan claramente su supremo poder y cuya grandeza iguala la fantasia de las visiones nocturnas; todos pregonan a voz en grito y sin discrepancias lo facil que ha sido la metamorfosis; todos tienden los brazos al cielo, como testigos del insigne favor de la diosa, 14. Yo, estupefacto, atdnito, sin decir palabra ¢ inmévil, no podia con la felicidad tan repentina y tan completa que sentia, Ante todo, ¢qué podria decir y cémo empezar? ¢De dénde sacarfa un exordio para 2 estrenar mi voz? ¢Qué palabras serian de feliz augurio con ocasién de haber recobrado el lenguaje? ¢Qué términos serian bastante elocuentes para expresar mi agradecimiento a la augusta diosa? El propio sacerdote, bien enterado, por divina ins- 3 piracién, de toda la serie de mis desgracias, aunque no por ello menos conmovido ¢1 también ante el in- signe milagro, mandé, por gestos, que ante todo se me diera un manto de lino para cubrirme; pues en 4 cuanto el asno me habia quitado de encima su nefando 310 EL ASNO DE ORO envoltorio, yo me habfa encogido y aplicado las manos estrechamente como velo natural para cubrir mi des- nudez en la medida de lo posible. s Entonces, uno de los que integraban la piadosa escolta se quité sin vacilar su tunica exterior y me Ja eché instanténeamente encima. Después de esto, el sacerdote, con ademén de inspirado y expresién verdaderamente sobrenatural, extasiado en mi presen- cia, habla en Jos siguientes términos: 15, «Después de tantas y tan variadas pruebas, después de los duros asaltos de la Fortuna y de las ams terribles tormentas, por fin, Lucio, has Megado al puerto de Ja Paz y al altar de la Misericordia. Ni tu nacimiento ni tus méritos o tu destacado saber te han servido nunca de nada; la flor resbaladiza de una Juventud ardiente te ha hecho caer en Ja esdiavitud de la pasién, y has cosechado la amarga recompensa ade una desdichada curiosidad. Pero la Fortuna, con toda su ceguera y con la pretensién de exponerte a los més graves peligros, en su imprevisora maldad, ha guiado tus pasos hacia la felicidad de nuestra religién. Ahora ya se puede ir, ya puede dar libre curso a su furor y buscarse otra victima para saciar su crueldad; pues las vidas que la majestad de nuestra diosa ha tomado a su servicio ya no estén al alcance de un 2 golpe hostil. Salteadores, fieras, esclavitud, idas y ve- nidas por los mAs escabrosos caminos, diarias amena- zag de muerte, ¢de qué ha servido todo ello a la im- placable Fortuna? Ahora ya estés bajo la tutela de una Fortuna, pero ésta es clarividente y hasta ilu: mina a los dems dioses con su esplendorosa luz. 4 Pon ya una cara més alegre, en consonancia con tus 09 TYche, es decir, Fortuna, figura entre las denominaciones de Isis. ‘LIBRO XI 31 Dlancas vestiduras, y siimate con paso triunfal al cor- tejo de la divinidad salvadora. Abran sus ojos los impios, vean y recomozcan su error: abi va, libre de sus pasadas angustias por la providencia de la gran Isis, abi va Lucio, feliz y triunfante vencedor de su destino. No obstante, para mayor seguridad y garantia, 5 alistate en esta sagrada milicia, para Ia cual hace pocas horas la diosa requirié tu juramento, consdgrate desde este instante al servicio de nuestra religin y sométete Voluntariamente al yugo de ese ministerio. Pues, cuan- do hayas entrado al servicio de Ia diosa, entonces sf que sentirés las dulzuras de tu libertad», 16. Asi habl6 el inspirado y egregio pontifice con vox. cansada y entrecortada, En cuanto callé, me sumé 2 a la marcha del sacro cortejo, como un asistente més a la ceremonia. Toda la ciudad me conocfa; Ia gente me sefialaba con el dedo y Ia cabeza como a un per- sonaje eélebre. Todo el mundo hablaba de mf: «He 3 ahi al que hoy ha recobrado su personalidad humana por obra y gracia de nuestra augusta diosa, jAfortu- 4 nado mortal ciertamente y tres veces feliz el que, por Ja inocencia y probidad de su vida anterior, mereci6 del cielo tan preclara proteccién! Ha vuelto a nacer en cierto modo, y al instante se consagra al servicio divino», Entretanto, en medio del tumulto y alegria de la 5 fiesta, fuimos avanzando poco a poco hasta llegar a orillas del mar y precisamente al sitio en que el dia anterior se habia cobijado aquel asno que era yo mis- mo. De acuerdo con les ritos, allf dispusieron las sa- 6 gradas imagenes. Habla una nave construida segin la técnica més depurada; unas maravillosas pinturas egipcias decoraban su contorno con la mayor variedad, El sumo sacerdote, después de pronunciar con sus castos labios las solemnes oraciones, purificé la nave 312 EL ASNO DE ORO con toda la pureza de una antorcha encendida, un huevo y azufre: Ia puso bajo la advocacién de la diosa y se la consagré. Sobre esta nave feliz, flotaba al Viento una lujosa vela con una inscripeién bien visible bordada en letras de oro; esas letras formulaban un voto por Ia feliz reanudacién de la nueva temporada marinera. Ya se eleva el méstil: un pino bien redon- deado y majestuosamente plantado, cuyo cabrestante Iamaba grandemente la atencién. La popa, rematada en cuello de oca y revestida de chapas de oro, irra- diaba brillantes destellos; daba gusto ver toda la quilla, en pulida y reluciente madera de tuya. De pronto, todos los asistentes, tanto los profanos como Ios iniciados, traen zarandas llenas de aromas u ofrendas similares y liban sobre las olas un puré con leche, hasta que, rebosante la nave de obsequios y ofrendas votivas de feliz augurio, se sueltan las ‘amarras que la tenjan anclada y, al favor de un viento suave y propicio, la dejan libre sobre las aguas. La nave se aleja, y, cuando ya no es para nosotros sino un punto imperceptible en el horizonte, los portantes, cargando otra vez con los objetos sagrados que cada cual habfa traido, emprenden, alegres, el regreso al templo con el mismo ceremonial y adecuada solem- nidad. 17, Cuando legamos a la entrada del templo, el sumo sacerdote, con los portantes de las sagradas imagenes que le precedian y los que Ilevaban mucho tiempo iniciados en los sacros misterios, entran en el camarin de la diosa y colocan en su sitio las imAgenes Menas de vida. Entonces, uno de ellos, a quien todos lamaban el escriba, de pie ante la puerta, convocé como para una reunién a la corporacién de Pastéforos —tal es el nombre de Ja sacrosanta cofradia™—, ¢ 1 Sacerdotes egipcios que deben su nombre a las . + En la mano derecha levaba encendida una gran antor- cha; una hermosa corona de palmera ceiiia mis sienes, y sus hojas doradas sobresalian alrededor de mi cabeza como una aureola radial. Revestido as{ con los atribu- tos del sol, me colocan como si fuera una estatua; de pronto, se retiran unas cortinas y empieza el desfile del pueblo para contemplarme. Después de esta cere- monia celebré mi feliz nacimiento a la vida religiosa ‘5 con exquisitos manjares en alegre banquete. El tercer dia se repitié 1a misma ceremonia, asi como el des- ayuno ritual: con ello se completaron las formalidades de Ja iniciacion. Seguf Iuego alli unos dfas saboreando a mis anchas Ia inefable dicha de la contemplacién ante la sagrada imagen a quien nunca mis servicios podrfan agradecer bastante Ja proteccién que me habfan dispensado. 6 Pero, por consejo de la diosa, después de pagarle mi tributo de agradecimiento no con la medida adecuada, sino con la de mis humildes posibilidades, llegé el dia de pensar por fin en mi regreso al hogar: me era casi imposible romper los lazos del ardiente carifio 7 que allf me retenia. Me postré ante la sagrada ima- gen; largo rato enjugué con mi rostro sus pies em- papados de mis légrimas; en medio de incesantes sollozos que interrumpfan mi discurso y ahogaban mi voz, le dije: 25. ¢jOh ti, santo y perpetuo amparo del humano linaje, alivio siempre generoso de los mortales! Ta manifiestas el dulce carifio de una madre ante el in- 2 fortunio de los desgraciados. No pasa un dia ni una LIBRO XI 321 noche, ni siquiera un breve instante, sin que quede marcado por tus favores, sin que tu proteccién cubra a los hombres en la tierra y en el mar, sin que tu mano salvadora aleje de ellos las tempestades de la vida, Ti deshaces la enredada e inextricable trama del destino, calmas Jas tormentas de la Fortuna y compensas el nefasto influjo de Ias constelaciones. Los dioses del Olimpo te veneran, te respetan los dioses 3 del Infierno; tu mantienes el mundo en érbita, ti su- ministras al sol sus rayos de luz, tii riges el universo, tus plantas pisan el Tértaro, A tu llamada xesponden 4 Jos astros, vuelven Jas estaciones; eres la alegria de Jos dioses, la reina de los elementos. Por indicacién de tu voluntad soplan los vientos, se forman los nuba- rrones, germinan las semillas y se desarrollan los gér- menes. Ante tu majestad se estremecen las aves que surcan el cielo, las fieras que andan por los montes, Jos reptiles que se esconden bajo tierra y los mons- truos que nadan por las aguas. jAy! Es muy pobre mi s ingenio para celebrar tus glorias, muy corto mi patri- monio para ofrecerte sacrificios. Mi voz es insuficiente para expresar los sentimientos que me inspira tu gran- deza; serfan insuficientes mil bocas con otras tantas Jenguas y sus discursos en serie prolongdndose incan- sablemente durante toda la eternidad. Una sola cosa 6 es posible al alma piadosa por pobre que sea, y al menos en eso seré fiel cumplidor: los rasgos de tu divino rostro y tu sacratfsima imagen tendrén un tem- plo en el fondo de mi corazén y en mf un adorador perpetuos, Tal fue mi oracién a la suprema divinidad. Abracé 7 luego al sacerdote Mitra, mi padre desde entonces; colgado a su cuello y cubriéndolo de besos, le pedia perdén por no poder corresponder dignamente a tan- tas atenciones de su parte. 322 ‘BL ASNO DE ORO 26, Me entretuve largo rato multiplicando los tér- minos que le expresaran toda mi gratitud; finalmente me despido y, con ansias de volver a ver mis lares patrios tras tan larga ausencia, emprendo la marcha Por el camino més corto; a los pocos dias de estar en casa, por inspiracién de la diosa omnipotente, recojo de pronto mis bértulos, me embarco en una nave y 2 salgo con rumbo hacia Roma, Con la feliz coyuntura de vientos favorables, lego muy pronto al puerto de Augusto; desde allf un carro ligero me llevS en un wel y, al anochecer, la vispera de los idus de di- 3 ciembre, entraba en la ciudad sacrosanta. Mi preocu- Pacién més esencial desde entonces fue la de ofrecer diariamente mi tributo de oraciones a la divina ma- jestad de Ia reina Isis, a quien Maman la diosa «cam- pestre> por el emplazamiento del templo™ en que se Je tributa piadosa veneracién. Yo fui asiduo adorador de su altar; aunque extranjero en el templo, pertene- cfa por nacimiento a su culto. 4 Después de recorrer su Grbita estelar, ef gran sol habfa completado ya un aio, cuando he aqui que, una vez més, interrumpe mi sueiio la diosa que velaba por con solicito cuidado: una vez mis me habla de i6n, una ver més me habla de sagrados miste- ios, Esperaba con sorpresa a ver lo que pretendia de mf, lo que me dirfa su oréculo. No podia ser menos, ya que, por mi parte, desde haca tiempo, me creia iniciado en toda la extensién de la palabra. 27. Pero en parte examinando mis escriipulos a la luz de mi propio entendimiento, y en parte sometién- dolos al juicio de nuestros sacerdotes, lego a un des- 2 cubrimiento sorprendente, sensacional: yo estaba des- 1 El puerto de Ostia. 1% El templo estaba situado en el Campo de Marte. ‘LIBRO XI 323 de Iuego iniciado en los misterios de Isis, pero me faltaba todavia la iluminacién que confieren los mis- terios del gran dios, padre supremo de los dioses, Osiris, el Invencible. Pues, a pesar de la estrecha rela- 3 cién, 0 mejor dicho de la unidad esencial de las dos divinidades y respectivos cultos, hay una diferencia capital en Io que atafie a la iniciacién: por consi- guiente también yo debfa tener conciencia de mis obli- gaciones al servicio del gran dios. ‘Mi incertidumbre fue de corta duracién. La noche 4 siguiente se me aparecié un sacerdote revestido de lino: trafa tirsos, hiedras y ciertas cosas que no se pueden decir; lo colocé todo ante mis propios lares y, ocupando el sitial que me correspondia, me anuncié un banquete relacionado con la augusta religin. El sacerdote, sin duda para darme alguna sefial precisa 5 que me permitiera identificarlo, tenfa el talén del pie izquierdo ligeramente desviado; por ello iba despacio y cojeando. Tan clara manifestacién de la voluntad divina disipaba toda mi incertidumbre y oscuridad. En cuanto concluf mi saludo matutino a Ia diosa, me fui fijando con ia mayor atencién en cada uno de los sacerdotes para ver si alguno de ellos tenia los anda- Tes que yo habfa visto en suefios. No me defraudé la 7 esperanza, Pronto vi que uno de los Past6foros tenia la sefial del pie y, ademds, que su estatura y todo su aspecto correspondian exactamente con la aparicién nocturna, Después supe que se llamaba Asinio Mar- celo, nombre claramente relacionado con mi metamor- fosis. Sin pérdida de tiempo, me voy derecho a sus encuentro; por su parte conocfa muy bien el asunto que le iba a exponer, pues una comunicacién paralela ala mfa le habfa mandado proceder a mi consagracién. En efecto, la noche anterior, también él habia tenido 9 un suefio: cuando preparaba las coronas para el gran dios, éste, con aquella boca que dicta el destino de 324 EL ASNO DE ORO cada cual, le habfa anunciado que se presentaria a él un ciudadano de Madaura, muy pobre: debia iniciarlo sin demora en los sagrados misterios; pues su provi- dencia reservaba a ese individuo un gran renombre literario y al propio sacerdote pingiies ganancias. 28. De este modo quedaba en firme mi compro- miso para la iniciacién; pero,la escasez de recursos demoraba mis anhelos. En efecto, los gastos del viaje habfan consumido Ios Ultimos. residuos de mi patri- monio y los precios en Roma superaban extraordina- riamente a los que antes pagaba en las provincias, Por consiguiente, las duras exigencias de la pobreza, como dice el antiguo adagio, me colocaban entre la espada y la pared: un verdadero suplicio. Y, no obs- tante, el dios segufa apremiéndome con Ia misma in- sistencia, Més de una vez me puso en grave apricto con sus invitaciones repetidas y, por ultimo, con sus 6rdenes terminantes. Acabé deshaciéndome de mi vestuario, y, por modesto que fuera, logré reunir la Pequefia suma que hacia falta. Esta medida extrema obedecia a una orden concreta: «{Cémo? —me habia dicho el dios—. Si pretendieres buscarte algin placer, no te importaria deshacerte de tus harapos; ahora, cuando se trata de abordar tan sagrados misterios, gte asusta caer en una pobreza que munca has de lamentar?> Dispuestos todos Jos preparativos adecuados, una vez més durante diez dfas sélo tomé alimentos que nunca habian tenido vida y, ademés, me hice rapar Ja cabeza. Iluminado por las orgias nocturnas del dios supremo, ya frecuentaba, seguro de mi mismo, el culto sagrado de la religién hermana. Esto era un inmenso consuelo en mi estancia fuera de la patria; no constituia menor aliciente como medio de ganarme desahogadamente Ja vida, ya que llevado en alas del LBRO xt 325 %xito propicio hice algun dinerillo en el foro defen- diendo causas en latin. 29. Al poco tiempo, nuevas érdenes de los dioses —6rdenes inesperadas y cada vez més sorprenden- tes— vuelven a perturbarme: he de someterme toda- via a una tercera iniciacién. No poco preocupado, 0, mejor dicho, en el colmo de ta perplejidad, me perdia en interminables consi- deraciones: qué objeto podrfa tener aquella nueva ¢ inaudita pretensién del cielo? ¢Qué requisito podria faltar en la reiterada iniciacién? . 326 BL ASNO DE ORO 30. Luego, la soberana consejera de los divinos suefios me indicé lo que iba a necesitar. Acto seguido, sin demora, sin remitir por dejadez el asunto al dia siguiente, al instante me fui a dar cuenta de mi visin al sacerdote. Desde aquel momento abrazo el yugo de Ja abstinencia total de carnes. Practico y basta pro- longo voluntariamente el plazo de los diez dias de austeridad fijado por ley inmemorial. Dispongo con largueza los preparativos materiales de la iniciacién, teniendo més en cuenta el ardor de mi celo que la medida de mis posibilidades. Es cierto, sin embargo, que no hube de lamentar mis sacrificios ni mis gastos: como no podia ser menos, Ia providencia y generosi- dad divinas me han tratado bastante bien con los honorarios del foro. Y, para terminar, muy pocos dias més tarde, el primero entre los grandes dioses, el mis grande entre los primeros, el mejor entre los mAs aur gustos y el que reina entre los mejores, es decir, Osiris, se me aparecié en suefios —no disfrazado bajo una extrafia apariencia cualquiera, sino mostrandose- me cara a cara— y se digné dejarme ofr su voz vene- randa: me animé a continuar resueltamente en el foro Ja gloriosa carrera ya emprendida de abogado, sin de- jarme intimidar por las criticas malévolas que mi ardua labor de erudito y mi cultura habfan suscitado en Roma. Y para no verme confundido con la masa de adoradores en el ejercicio de su culto, me admitié en el colegio de sus Pastéforos y hasta me ascendié a Ja dignidad de decurién quinquenal. Una vez mss me hice rapar Ia cabeza, y sin velar ni cubrir mi calvicie, sino luciéndola por los cuatro costados, cumplia con alegria as funciones propias de aquel antiquisimo colegio, fundado en tiempos de Sila. INDICE

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