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convecinos, por su tierra de Gordn, y que, por tanto, aunque nos duela
decirlo, ya le haba llegado el tiempo de descansar.
Este homenaje podemos decir que ha sido una especie de oracin
fnebre, en el doble sentido del trmino, que, por naturaleza, debe
conllevar una parte de discurso y otra de plegaria. El discurso ha querido
ser un ensayo de semblanza (as se titula en los programas oficiales la
encomienda que se me hizo en la convocatoria del Encuentro), en la que
no han faltado algunas pinceladas al estilo de aquellos tebeos de Vidas
Ejemplares, editados a todo color en Mjico, que, como quien acta en
plan furtivo, nos haca llegar por la rendija de la puerta de su casa aquella
misteriosa (y extravagante, diramos hoy) mujer que fue Teresa la de don
Pedro, la hermana de Jos y de Mara, a los que el Seor sac del
abandono, de las penurias y del hambre llevndoselos a mejor vida casi a
un mismo tiempo. Sea, pues, el discurso biogrfico sobre Juanjo una
invitacin al rearme moral que necesita nuestra sociedad y no s si
tambin nuestras personas.
Y sea tambin una plegaria, que seguramente sera lo nico que
presumo l pedira en este momento de nosotros, si pudiera hacerlo. Por
eso, con respeto para todas las creencias y criterios, os invito a poneros
en pie y a rezar, quienes estemos en condiciones de ello, la oracin de los
hijos de Dios, con la frmula del Padrenuestro, por el eterno descanso de
Juanjo y tambin por la reanimacin de nuestra fe, por eso de que, segn
el Concilio Vaticano II (clausurado hace justamente 50 aos), esta fe nos
ofrece razones para vivir y para esperar. Razones para vivir y para
esperar que, en los tiempos que corren, no nos vienen, a unos y a otros, o
sea, a todos, nada mal.