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EDUARDO ARIAS‘ SUAREZ BIR LioTEca pe reonironis CALORN ERE, mM ANSEAL Ea - COLOMBIA BA menia (Caldas de la razw noble y campesina de los colontza- dores del Quindly, Su padve y su madre for- mean parte du la familia mismit de los funda. dores de su pueblo natul. Dado esta cireuns- tancia no deja de ser significutivo que su lite- ratura admirable no guste de reflejar ce) palsa- Je natal. Hizo sus primeros estudlos secundarlos en Manizales, en el coleglo de don Jesis Marla Gulngue. Mus larde, en Bogota, iniclé estudlos de odontologic que terminé en 1917, De regreso a su pueblo alterné sus lubores profeslonales con el periodismo y 1a literatura. Su poesia, de esa época -género que Prefirlé iniclalmente- presentd a Arias Gudrez ya fuera del perlodo Ge las vacilaciones: er desde entonces un castigado y original. Fund6é "E) Pequefig Liberal” (1918-1919), 'y més tarde (1930-1031) “el primer cotidiano del Quindfo, Sus trabajos periodisticos, adelantados con talento y tenact- dad ejemplares, tropezaron no obstante con le” Inciplencia del ambiente, Vinjé entonces a Bo- golé para Ingresar a la redaccién de “El Tlem- po”, en cuyo suplemento dominical Inicié su la- bor de cuentista (1921-1923). Como correspon- $a) Ilverariv del mismo diario capllalino marcho a Europa, donde visit6é Espafia, Francia e Ita- Ma (1926-1920). En Paris (1028) edit su primer libro "Cuentos Espirituales”. Su cardcter ayen- turero y solilario lo llevé luego a Venezuela. En Ja Guayana, @ orilias del Orlnoco, en una aldea de negros donde instalé sus herramien- tas de adontélogo, escribl6 después su extra- fia novela “Bajo la Luna Negra”, un vigoroso relato de neurastenia que aun permanece Iné- dito, con un prélogo de Baldomero Sanin Cano, Igualmente Impublicado, La dura vida de los burgos perdidos ha Influido extraordinarlamen- te en su estilo, En 1936 gandéd en Bogotdé unos juegos florales naclonales con su pdemu “Lo Balada del Ensuefio” y en el mismo afio con- trajo matrimonio con dofia Susana Murioz, de Popayén. En 1939 (Bogoté) publicé otro Mbro: - “Ortigas de Paslén”. Lo prestiglosa selecci6n Samper Ortega incluyé en sus clen tomos de @ntologia su novelilla “Envejecer” y varios de Bus poemas. ' BIBLIOTECA DE ESCRITORES CALDENSES Olrector, ADEL LOPEZ GOMEZ MANIZALES - COLOMBIA - 5. A. ENVEJECER Y MIS MEJORES CUENTOS por EDUARDO ARIAS SUAREZ ‘ty AP Sou Rb 4M 9S%> BISLIOTECA DE ESCRITORNBS CALDRNERS MANIZALES - COLOMBIA s a ENVEJECER Y MIS MEJORES CUENTOS EN V E J E CG E R Volvi a ver a mi vieja ciudad, pasados_ veinte mortales afios. Y sabe usted cémo cambian los seres y las cosas en cuatro lustros? Se deforman. Es como si usted viera que ese nino suyo se va alargando, le va naciendo bigote, se pone serio, y, en lugar de jugue- tes, se entretiene ahora con automéviles, con fabricas _¥ con mujeres, O como s! usted se pusiera a observar esa casa frontera de dos pisos, y de pronto la viera transfigurarse, erguirse mas alta, demudarse y tor- narse en un rascacielos. Y esa calleja solitaria que usted contempla, imaginesela agrandandose y Nenan- dose poco a’ poco de tranvias y de gentes extranas. . Una rara impresién me produjo el progreso de mi ciudad. Por fotografias de las revistas, ciertamen- te, me habia formado una vaga idea del cambio de todo aquello. Pero tas cosas vistas de cerca son siem- pre tan distintas! Lo primero que hice para estar mas a tono con q E, ARIAS SUAREZ Ja urbe desconocida, fue cambiarme el nombre. Yo me llamaba Constantino, y me bauticé Felipe. Es bien distinto eso. Felipe me sonaba como mas de)- gadito, mas endeble y exdtico. Antes, cuando alguien pronunciaba mi nombre, siempre atendia a su lla- mada con cierto carino, voluntariamente. Ahora me sonaba aquel ‘‘sefior Felipe” de las gentes, como algo tan extrafio a mi persona, que cien veces me estuve sin responder. Alquilé un departamento de pensién familiar; pagué anticipadamente un mes entero, y ya sin ma- yores preocupaciones me entregué a la tarea de re- conocer a mi pueblo. Deambulaba dia y noche, Por esta carretera se extendia antes un hondo camino que iba a los po- treros donde jugabamos de muchachos. Han tenido qué rellenarle mucho a los zanjones, y desaparecie- ron los barrancos. ¥ alla lejos, donde se ve aquel par- que, teniamos Pedro y yo una trampa de coger per- dices. Recuerdo que clerta vez cayd un armadillo y desbaraté la trampa.... En este barrio pintoresco se acurrucaban entonces unas casitas de lavanderas que extend{an sus ropas desplegadas al sol, como pen- dones. Veniamos a pescar a la quebrada, y después de la pesca, nos subfamos a unos arboles de racimos morados que lamaban “mortifios”. Y nos hartaba- 8 ——_ ENVEJEOER mos de aquellas frutas que tefilan nuestros labios de un cardeno livor. Reconoci los extramuros, y pude localizar cada sitio memorable. Pero en el centro de la ciudad la co- sa era mas dificil. Aqui mas o menos debio de que- dar la escuela; por alli, el colegio de don Bernardo; en esta esquina que ocupa el banco, estaba el club “Estrella”, el primero que visité, Y en esta precisa esquina, mataron un hombre de una pufalada en el vientre, mientras yo me entretenia en echar las pri- meras cartas y beber los primeros whiskies, Todo esta tan cambiado! Todol Andando a la diabla me entretuve un buen rato en mirar las vitrinas de un escaparate donde se exhi- bian ‘baratijas de indias que un gran espejo al fondo multiplicaba. Y ya me marchaba, cuando observé que desde‘el espejo me miraba fijamente una sefiora de mas de cuarenta abriles. Volvi a mirarla a mi lado, y la reconoc{, Ella demostré su sorpresa, exclamando. —Constantino!... —Mercedes|... Era Mercedes, mi prima; mi unico amor en esta vida. Lo que yo quise con alma entera; la sola que en estoq veinte afios no se ha apartado un instante de mi memoria. Me puse frio, y creo que muy pAlido. Como per- ‘; manecimos sin hablarnos, pude ver entretanto lo —_- 9 BE, ARIAS SUAREZ que pueden veinte afios en la cara de una mujer her- mosa. A duras penas se la reconocia, porque habia envejecido de tal manera que sdlo era un bosquejo. Yo comparaba ahora a la Mercedes de la vitrina con la Mercedes del vitral de mis suenos; a esta mujer fla- ca y desgarbada, picada de viruelas, canosa y des- lucida, con Ja otra, con la que hasta entonces habia llevado como una reliquia en la galerfa de las image- nes adorables con que suelo fantasear. Y la diferen- cia era tan grande! Sdlo su hermosa frente y su na- riz perfectisima estaban lo mismo, Porque hasta sus bellos ojos se habian empequefecido, arrugéndose en las ojeras; su boca, desdibujadose; alargado el men- ton, arrugada aquella piel de durazno.- : . i ~—Mercedes!... -repetia ‘yo, como un reproche. No es posible que tu!... Nos abrazamos en el abrazo familiar de la bienvenida, Y aun en aquel abrazo senli yo que los afios Je habian corrido a Mercedes por todo el cuerpo. Era el suyo un abrazo frio, casi esquelético, tieso y mecanizado. Tan diferente esta e- moci6n a aquella otra, cuando, al partir, me abraz6é Norando. Sus brazos mdérbidos daban entonces una sensacion de cojin tiblo y elastico, y. habfa en ellos una dulce fuerza décil, como de felina ternura. Es la misma relacién que existe entre la mano de un ga- to y la de una muimeca de celuloide. : 10 ENVEJECER Cuando nos separamos y pudimos hablarnos, fue ella la que me dijo: © —Casi no te reconozco, Estas tan camblado! —Si, Mercedes, Seguramente. Debieras decir que estoy ya viejo, y que més de cincuenta afios bien su- fridos no se viven impunemente. Claro que uno no lo nota, porque se afelta diariamente. —Y yo, dime: yo estoy’ también muy.... cam- biada? —No, Mercedes. Si estas casi lo mismo.... Nos marchamos del brazo. Yo observaba de sos- “layo a las gentes‘que pasaban a nuestro lado, y no- taba que algunos se quedaban mirando a este hom- bre largo, de sobretodo largo que soy yo, a este pa- jarraco, que iba del brazo de la sefiora Mercedes. Ella andaba como azorada, ‘entorpeciéndosele el paso, y yo iba con este nuevo andar mio, entre reumatico y espectral. La conduje a su casa. Ya no vivia entonces en las afueras? Ah, si! Es el mismo sitio. Sdlo que las afueras se han ido retirando, - Me invité a entrar, pero yo me resistia. . —No debo hacerlo, Mercedes. Sé que eres casada y no conozco a tu marido. —Pero él te conoce mucho, Le he hablado tantas + veces de ti. ——— ll E. ARIAS SUAREZ —————. ——~ Me urgia; me arrastraba casi del brazo; me em- pujaba luego, hasta que me hizo pasar. Qué distintas son todas estas cosas que uno con- templa en la morada de los ricos! Hay mosaicos y azu- © lejos, surtidores, aranas de cristal; tapices y espejos y cortinas. Y hay siempre embelecos lujosos que uno dificilmente acierta para qué pueden servir. Y cuan- do hemos crecido en el pueblito, en el modesto am- piente de. un mobiliario “de confianza”, nos turba-— mos un poco ante el brillo de la riqueza. Instintiya- mente me miré los zapatos y observé mi sobretodo. Realmente yo no era un miserable, y debi lustrarme siquiera los zapatos, ponerme el otro abrigo.... Al pasar frente a un espejo me arreglé la corbata. Que a mi me dé por andar con una sola corbata, hasta que se liquida! a Atravesando silenciosas alfombras, Mercedes me condujo a su “boudoir’’. Y franca y confidencialmen- te hizo desfilar ante mis ojos todo un pasado de gloria. —Y no te casaste conmigo por egoista y ambi- cioso, y ya veS.... —Qué mal me ha ido! Ciertamente. Pero no fue por eso. Fue porque.... —'"No te debes casar con una prima, me decfa entonces mi madre, si no quieres que tus hijos des- medren. La suma de las malas herencias, de las taras 12 ENVEJECER de familia, es muy peligrosa. Tu mismo conoces va- rlos casos". Y como mi madre sabia tanto, yo no me casé con Mercedes, —Porque soy un cobarde. Pero ahora me pesa. No me pesaba tanto como decia. Si me hubiera casado -pensaba-'ahora seria yo el marido de una mujer ajada y vieja. Aunque asi mismo debe mirar- me ella. Porque la vejez que advertimos en los demas cuando ha corrido algun tiempo, es la propia nués- tra, es el espejo de nuestra propia marchitez. Me refirid todo lo ocurrido hasta entonces. La muerte de mi madre y de mis dos hermanas. Su ma- trimonio; tenia tres hijos, dos varoncitos y una nijia. —La nifia es la mayor, y esta hecha una sefio- rita. Dicen que es mi vivo retrato. Los dos nifios son exactamente igualés a su ‘papa. Es raro que nuestras dos sangres nao hayan podido juntarse. Su marido era un hombre excelente. Un poco viejo, en verdad, pues pasaba de los sesenta. Doctor en medicina, habia abandonado la profesién para entregarse al comercio, que le habia hecho rico. El habfa levantado la casa, asi como la veia, y era pro- pletario de una gran hacienda. Honrado, cortés y Muy cumplido, La vida de mi prima habia transcu- rrido muy apasiblemente. Sin tropiezos, sin gran- des Husiones, es cierto; pero la tranquilidad.... Después hablé yo un buen rato. Vagar y- vagar, —— 13 E, ARIAS SUAREZ : Mercedes, por tantos horizantes; tostarse uno bajo tantos soles y conocer tantos lugares y personas. Va- mos dejando en cada sitio un pedazo de sentimien- to, relegando carifios y acoplando recuerdos con el amor del coleccionista. Hasta que un dia se fa- tiga la vista y se atiborra el aliacén de los paisa- jes y los recuerdos. Entonces queremos reposar, pero estamos ya viejos y nos hace falta el nido y el ala amante que nos cobije. Yo he visto con dolor, Merce- des, a esos viejos albatros, desplumados y alicaidos, que se mueren de frio en la inclemencia invernal del acantilado. —Pues te vendraés a nuestro nido, que eg am-* plio y abrigado y sobra sitio para ti. No me crié aca- so tu madre? A ella se lo debo todo. Y a ti tam- bién.... 19 poco que he gozado en la vida. No vas a deberle favores a mi marido. Soy yo la que te trae. Mafiana mismo te vendras con nosotros. Yo portestaba. Pero fingi ceder, con intenciones de seguir solitario. . A poco llegaron los dos chicuelos. Salian del co- legio, y entraban desbaratando las escaleras. Al en- trar a la alcoba y verme tan confidente, me miraron sorprendidas, como con rabia. Mercedes me presenté: —E] sefior Constantino. Fl viejo primo de quien les he hablado tanto. Llega ahora del exterior. —Yo abracé a Jos dos chicos; pero ellos no co- 14 ENVEJEOER Trespondieron a mi efusién. Se quedaron callados, se sentaron aparte y permanecieron mohinos. —Me marcho, Mercedes. Ya no es “hace veinte afios”. Ténlo muy presente. Pero ella no me dejé partir. —Salgd4monos siquiera a ta sala -le rogaba yo-. Hace tanto calor! —FPero s! aqui estamos buenos. Ustedes, mu- chachos, pueden irse al jardin, con Maria. Vi partir a los chicos, regoicljadamente. No por- que la soledad con mi prima me interesara, sino por- que la figura de los chiquillos me repugnaba. More- ‘nos y regordetes, con cierto alre villano; miradas de désconfianza; maneras toscas, y un no se qué de repulsivo, verdaderamente inexplicable. Una mujer ‘coma Mercedes con estos hijos! Si hublera sido mi mujer...’. Puede decirse que desde que los of subir las escaleras, les tomé el gran fastidio. Temiendo que de un momento a otro llegara también’ el doctor, me incorporé y sali al pasillo. Mer- cedeg iba detras de mf, mientras yo pensaba: “Sera * mejot que el doctor noa encuentre en el pasillo”. En- tonces me puse a pasearme al lado de Mercedes, un poco intranquilg, ¢ Los Lompres sensit{vos, los que no pasamos por ‘alto el menor detalle, somos siempre seres celosos y suceptibles. Nos ponemos en lugar de los otros y pen- — 15 E. ARIAS SUAREZ : samos que en tales o cuales circunstancias no hos gustaria.... Como pensar que pudiera agradarme ami que al! entrar a mi casa encontrara o mi mujer en confidencias con un extrafhgo? . - Hablaba yo alto y decia cosas comunes, éstable- ciendo con Mercedes una conversacién que pudieran oir hasta las criadas. Ella ‘a veces cortaba’ ‘mi discur- * so para referirse al pasado. ‘b —Te acuerdas de] mandarino? Y de la’ hamaca? . Claro, Mercedes. Pero ‘seria. mejor que habla- ' tamos de otras cosas. “La vida comienza mafiana”; : es la unica frase importante que ha escrito’ Da. Ve- ona, Porque aquello esta ya bien muerto. Dije “myer- ‘ to” en tono tan alto, que el doctor, que en ese mo- mento subia las escaleras, oyé claramente la palabra. Me sobresalté al verlo, pero fingi serenidad, Era realmente el retrato de sus hijos: moreno, ‘tirando a indigena, gordo y flemAtico. Cabello intacto y liso, sin una cana.:Frente estrecha y poblade. El doctor ‘pareci6 también sorprenderse, pero fue sdlo un rel4mpago, porque me saludé muy cor- tesmente. Se hizo la présentacién:* * —El primo de que te he hablado. Regresa ahora y se queda con nosotros, tal vez por.algun tlempo. * —Encantado! Si ya le conocia “a través” de Mer- cedes. Ya lo egtimaba mucho. Usted sabe que cuan-- do queremos a alguien, ese carifio se contagia tam- 16 ———_ . ENVEJECER bién a sus familiares. Cémo est&? Cuando lleg6? Pe- ro si esté lo mas bient .Me lo imaginaba més viejo. *. Bude comprobar que se 'trataba de un hombre inteligente, pero dificil de, abordar; un poco hermé- . tica y socarrén. Me hizo’ pasar a la sala, sacé una lin- da tabaquera y me ofrecl6*pn buen cigarro. Abrié _ después la ‘bodega y trajo vino, de un viejo vino de mas dé megip siglo. —Tembién quieres, Mercedes? " =Si, tr4eme. también. me: hab{ag dicho que te mareaba esto tan viejo. w—Sl, pero ahora no importa. Empezamos a beber a sorbitos, a medida que _ habldbamos. Mercedes estaba a mi izquierda, y a mi : dlestra, el doctor. * | ¥ a propésito, -dijo-. Cudl era el muerto de que habjaban? Ocurren tantos accidentes ahora. . » No es raro que el doctor hubiera oido también Jo, Ae la }amaca. a ++ —S{“dije yo-. Habl4bamos de un muerto. De un “inverto definItivo que no resucitard. De un incendio, "y también de un naufragio. + —Peligrosas y espeluznantes escenas las del mar. “geré tae agradable. haber Viajado tanto. Cuente us- i tecal gayR cosg, 8 Tham” vent estas, cuando of que subia las esca- \, Jerga un "paso menudo de mujer. 1 of gr ' ——- 11 E. ARIAS SUAREZ —Es la nifa, que llega de la casa vecina. Dijo al punto Mercedes. Era en verdad “la nifia”’. Porque en el umbral -de la sala, como una diosa, resplandecta la figura de ana bella mujer. —Mercedest -exclamé yo-, dando un sallo. Cuatro lustros se borraron de mi exlstencia, y cre{ ver un milagro. Porque esa era la Mercedes de hacfa veinte afios. Exactamente la misma. Sus mils- mas facciones, su mismo garbo; su frescura, sus ojos yerdes y su boca de almibar. Si me la hubiesen roba- do del seuuerdo, nu estaria tan dgual;st Ja hubjeran co- plado de mis ensuefios, no seria tan exacta. Asi co- mo estés ahora, Mercedes, asi venias a saludarme por las mafianas. As{ te detenfas en mi puerta, ajorosa y radiante, con ese brillo en los ojos y ese rictus de dulzura en la boca, Ast como te veo, te he seguido mi- tando veinle afhos seguidos en los espejos ilusorios de ta distancia. Asi, pura y esbelta comg una diosa, te he consagrado lo mas noble de este viejo carifio, Estaba tembloroso, y todos notaron mi turbacién. —No es Mercedes ‘como se ‘lama -, dijo ml pri- ma. Es Rosario. E hizo la presentacton. Y yo no sé por qué adverti que Rosario también se habfa turba- do un poco. —Se hace tarde. Usted perdone, Rasario, que me vaya ahora mismo. Pero volveré luego. Es que 18 ———————————- ENVEJECER tampoco me slento blen. Acaso ese vino tan viejo... —-§1, déjenlo marcharse. Es en yerdad un vino muy fuerte. A mi mismo me hace dafio. Dijo el doc- tor con mucho tino. ' : Y ya oscurecido, sali de aquella casa a darme una ducha de luz eléctrica bajo la regadera de las bombillas. "7 aan if *Tendido:en mi lecho, esa noche, me sentia co- mo un ndufrago. La’ cama debfa tener ese vaivén ines- table de un camarote. E) cuarto filtraba luz de afuera, . como de una claraboya: el edificio todo traqueteaba como los buques azotados por la borrasca. . Ahora, se hundia el buque, y era irremediable que entrarg el agua al camarote por la entreabierta _claraboyg. $e iria anegando, anegando, hasta que me cubriera el agua. Y yo no me moverfa, y antes que to- "do el mundo estarfa en‘ salmuera. : NO pude dormir en la‘santa noche. Me tomé una , “adalina”, dos “adalinas”, y solo consegui una espe- cle de.sopor sumamente desagradable. Unas ratas andaban por el cuarto, con pasos grandes, como de hombre. Las ratas de la bodega.... Cuando dormi{ en la bodega, en Népoles, también estaban estas ra- 19 E. ARIAS SUAREZ 7 ’ tas grandes. Una me paso por Ja cara, entonces, Olia a brea, y a lo lejos sonaban las maniobras de los ma- rinos; cadenas, gruas, jarcias. E] pescado que comen los napolitanos me supo siempre amargo. No eran tan malos los espaguetis.... Vefa a Rosario en la popa de un buque, miran- do entretenida los pececitos que rayaban de fosfores- cencias la estela hirviente de) navio. Yo me le acer- caba pasito para no despertarla, y ella volvia hacia mi sus ojos grandes y puros, encendidos en Jos des- tellos del agua. Y al mirarla a los Ojos, el mar ente- ro, grande y verdeazul, pasaba, ahora por s sus pu- pilas. Despertaba y me revolvia'en el lecho, como un presidiario. Es verdaderamente ridiculo que un viejo. como yo.... Hay qué matar en nosotros los gérme- nes del deseo imposible. Hay qué ahogar en los vie- , jos el alarido de la pasion. Hay qué ser siempre fuer- tes, y morir en la propia ley. Hay qué aprender a ser viejos. : Cuando hubo amanecido, tomé un bafio casi he- lado, y tiritando bajo las oblicuas agujas, me miré el magro cuerpo, Las rodillas mfas, salientes. La fla- queza de don Quijote en la gruta. Este costillar de gallina. . Regresé a mi habitacién, dispuesto a marcharme al dia siguiente, y me puse a hacer mis maletas. La 20 —_ ENV EJECER camarera entré a preguntarme si tomaba el desayu- no y se admird mucho de verme haciendo lfos. ' —Y es que se va el sefior Felipe? —S{, mafiana, en el primer tren que salga. —Y no habia pagado un mes de anticipo? —Posiblemente. Salié la criada, y vino en su lugar la duena de Ja pensién. Qué ha encontrado de malo? Digalo franca- mente. O habr& qué devolverle su dinero. —No se preocupe, sefiora. Haga una buena obra con él. Lo que sale de nosotros alguna vez, es ya pa- Ta siempre. ‘ . La sefiora quedé muy sorprendida de mi locura. A poco entrd la criada con el chocolate, diciéndome: . —El doctor Rodriguez pregunta por el sefior Constantino. Le dijimos que no se hospedaba aqui, pero él ha insistido. Ha dado justamente sus sefias. . Puede decirle que pase. t Entro e} doctor, lo mds jovialmente posible. Me saludé con ese apretén de manos de vaivén menudito, ,ae tanto dice.” 4s muy temprano para visitarle, lo compren- dp."Serén las nueve. Pro es que no queremos que ‘usted permanezca en el hotel un solo dia, y vengo a que nos vayamos a mi casa. _ —Imposible, doctor’ Me marcho mafiana mismo. 4 21 E. ARIAS BUAREZ : “f Ya ve que hago mis maletas. Le agradezco infinita- mente. , —Pues no se marcharé usted. Vengo no sélo en nombre mio, sino también en el de Mercedes y Ro- sario, y usted no puede desatendernos a los tres. Pue- de cerrar esas maletas, que ahora vienen por ellas, +No, doctor. Mis negocios me piden que regrese. —wNo me venga con argumentos. Sus negocios es- tan aqui, en su pueblo..Su familia esta aqui: Merce- des y Rosario, y también los nifios. ¥ yo también. Yo soy su primo politico, no lo olvide. —Todo eso me abruma, doctor; pero ya le di- je que me marcho, y lo cumpliré, sintiendo desaten- derlos. ’ —Pues oiga: Usted vino a cobrar una deuda que contrajo la ciudad para con su padre, que la fund6é, Pero tiene qué cobrar otra, Yo sé muy bien que cuan- do Mercedes quedo huérfana, se fue a vivir a su casa, que alla se cri6, que alla Ja educaron y la ensefiaron a ser mujer. Y fue su madre de usted, debe saberlo, quien me entregé a Mercedes. De ella la recibi en‘la iglesia. De manos de su madre recibi yo 1a felicidad. Mercedes le debe a su madre el ser quien es, y yQ le debo a su madre a Mercedes. Al divino tesoro de (Mer- cedes. —Sé muy bien que usted es hombre escrupuloso .-continué-. Pero no tema nada. Para nosotros es un 22: —__ ENVEJECER ygullo tenerlo a nuestro lado. Al Gnico hijo del fun- ador, al hermano de crianza de Mercedes, fuera de Sus méritos personales, naturalmente. Y no va a ser una carga para nosotros, porque soy hombre rico, y+! soy rico fue por la dote que su madre le dié a ‘Macedes, Entiéndalo bien. Yo era un médico insigni- na te que no nacié para eso; pero con la dote de ujer, hice negocios, y hemos prosperado. Se va nat 8 disfrutar ep clerto modo del legado de sus smaypres. . . *\ aunque lo qué usted dice fuera cierto, doctor, ahord menos'podria aceptar su generosa oferta que susted ilsfraza de obligacién. id. Esto es cosa decidida. Anoche hablamos muy largo de eso las dos mujeres y yo. Hasta lue- go. Hoy lo esperamos a almorzar. Me dio un apretén de manos, siempre efusivo, y saliéfsin esperar la menor réplica. ‘ Se entrip e) chocolate sobre la mesa, mientras de espaldas en ‘mi lecho yo me eché a pensar en el nue- p giro de esag cosas. Todo cuanto dijo el doctor, fue recitado como ia leccién. Pero hablaba sinceramente, razonada- “mente. Sin embargo se equiyoca si piensa que les voy * cobrar lo que le deben a mis mayores. El municipia me dara un dinero, y el doctor un asilo. Buena co- —_—— 23 fe EB, ARIAS SUAREZ _ i sal Una misericordia ‘para conmigo. Lo que le at ben a Jos demas y que acaso yo no merezco. Me fue rindiendo otra vez el suefio, urgidos nds nervios por ‘el desvelo. Ahora mi lecho era de blah das plumas, de algodén y de lona. La lona de la Ya-. maca que -hacia veinte afios- colgaba cémo un pin- dulo debajo de! mandarino, eternamente en flor. #n- tonces Mercedes.era exactamente igual a Rossrig. Mercedeg no ha envejecido, porque prolonga sy vi- da:en el renuevo. E] que esta viejo‘soy yo; vi joy solitarto como esos desconchados helechos qre se mustian sin frutos en la aridez de los barrancs. A eso de la una, me desperté un ruido de voces al frente de mi puerta. Me levanté a abrir, y ran el doctor, Mercedes y Rosario. Y detrés de ellos, yn cria- do que fue alzando con mis maletas. Entonces; arras- trado por aquellos tres carifios, sal de la pensién para ir a instalarme a mi nueva morada, -¢ III * 4 Mi nueva habitaci6n era un preciosp Qpparta: mento que daba hacia el jardin. Lleno de sol y de paisaje. Desde aqui se ven aquellas colinas con esaq pefias blancas que tanto miré de nifio. Allé lejos 24 ——_—_ — ENV EVECER ‘se divisa un pueblecito nuevo; mas abajo serpea el rfo, y en aquella nebulosa colina los atardeceres son slempre espléndidos. . ‘. Limpieza, comodidad y orden. Un retrato de mi madre a la cabecera de mi lecho; al frente, !a Virgen y el Nifo, de Rafael; dos grandes floreros, cortinillas leves con dragones; un fumador, una pipa, una bi- bl{otequita de autores latinos y de clasicos espafioles. Cuadritos,-estampitas en las paredes. Hasta un par de acolchonados' pantuflos y una bata de seda. Como eatoy ya viejol... Todo con un carifo. Todo tan menudito y acogedor. Y me dejé llevar por mi buena suerte.. .- * _ Aqui estoy blen. Muy bien. Pensaba yo, pasean- ‘dome por mi cuarto cuando hube quedado solo. Es- vto era Jo que yo buscaba: un remanso. Hasta las pledras se remansan cuando han rodado mucho. A- qui estoy perfectamente bien. Me asomaba a la ventana a saludar alborozado ‘ csas lomas doradas por el sol de los venados; aquellas quiebrag profundas por donde pasa sordo el rio, y esas “casitas minusculas adosadas a las montajias, que ca- “brillean al sol, como diamantes. Aspiraba el perfu- "ame del jardin, y dejaba que las brisas serranas me " enyolyleran la cara, como un fresco pafiuelo. Trina- ban los canarios frente a mi cuarto; se arrullaban las palomas en el tejado. E, ARIAS SUAREZ Mi vida de aquellos primeros dias se deslizaba apaciblemente al calor de los mfos. Mercedes era siempre afable y cordial; el doctor no podia ser més atento; los nifos me miraban con respeto, y, por las mafianas, andaban en puntillas al pasar por mi cuar- to para no despertarme. Rosario, sobre todo, Rosario, no sabia qué hacer conmigo. Me regalaba golosinas como a un nino; me ponia flores frescas, hacia que el agua de mi jarro fuera siempre pura; tocaba en el graméfono mis discos preferidos. Me acompafiaba ca- si siempre y me obligaba a que Je contara aventuras y visiones. de paises extrafios. , Era ese, sin duda, el nido caloroso que le faltaba a la frialdad de mi corazén. Pero no sé por qué aquel reposo no era un re- poso absoluto, Mantenia una inquietud y una desazon. inexplicables. A cada momento me levantaba de mi lectura como si debiera hacer algo importante, Esta- ba siempre como de viaje, y el menor detalle que im- presionara mis sentidos, despertaha en mi las ur- gencias de la ambulancia. El pito dei tren me so- naba siempre a sirena de vapor, ‘como si ya fuera a partir el barco que me esperara. El aroma del jar- din revivia en mi olfato olores muertos de parques extranjeros; y muchas veces el simple ruido de la calle, que legaba confuso hasta mi alcoba, me pa- recia rumor de mar, estrépito de rompientes lejanas. 26 ENVEJECER La sola vista de mis maletas, inméviles en un rin- cén, me parecifa absurda. Cémo es que no se !as han Jlevado todavia? Les falta el sello de este “hotel”.... Pero si de aqui ya no partiré nunca! El reposo defjnitivo no era mi estado de alma, y no me acostumbraba a aquella vida asi, sin hacer -nada, leyendo o contdndole cuentos a Rosario. La quietud, Ja casi inmovilidad de mi vida, me produjo una pspecie de artritis. Me dolian las rodi- llas al levantarme, y empezaron a molestarme los rifiones, Cuando salfa a la calle me cuidaba mucho “al bajar la escalera, temiendo irme de bruces y rom- perme algun hueso. Quitaba las cascaras de !as ace- Tas; andaba alerta de que no me atropelfaran los vehfculos; llevaba siempre un paraguas.... Precauciones de viejo. Avisos que me da e! or- ganismo de que ya esta delicado. Son defensas or- . Banicas. Aunque mientras viajaba y corria sin tre- gua, no tuve tiempo de advertirlo. ’ Regresaba a mi cuarto, y, por costumbre, me ponla a deshacer mis batiles, par el solo prurito de - volverlos a empaquetar. Y con esto calmaba un po- co mi eterna sed de viajes, sacilando mis ojos en los _ horizontes quiméricos de las viejas fotografias. . Clerta vez Rosario me sorprendié en esta labor, que ya habia observado. —Y por qué lo revuelves asi todo? Vamos a arre- aT E. ARIAS SUAREZ i glarlo definitivamente. Y ella misma organizé aquel arsenal de cosas heterogéneas que uno recoge en - veinte afios de trashumancia. Hizo paquetes rotula- dos: las postales de los puertos; las de las ciudades; jnsectos raros; piedras raras; retratos de mujeres; cuadros originales; autégrafos; “tu diario”. ... No vuelvas a revolverme nada. Este bau) con- tiene lo intocable. Tu ropa toda pasaré al armario; y estos papeles quedan a la disposicién, para tus con- sultas. Lo que has escrito, solamente. Y me inutiliz6 por completo, porque cerrada esa maleta quedaba liquidado el episodio mas largo de mi existencia. Me senti entonces como el nifio de pecho que inopinadamente se mira privado de su juguete. Tuve entonces la sensacién de estar en un asi- lo. Cuando uno se anquilosa e inutiliza, se deja llevar por la corriente de las horas en el ocio forzado. Se Je Neva entonces a esos lugares soleados y ventilados donde la caridad publica recoge a los ancianos. Asi me han recluido a mi en esta casa, para que repose y no me hieran el. hambre, el frio ni la sed. Sélo que dentro de poco van a lievarme al asilo de los de- mentes. 28 —_— ENV EJECER IV A las pocas semanas de mi estancia en aquel - Te- fugio, la situaci6n se fue definiendo y aclarandose lag cosas. Naturalmente hubo un cambio. El cambio natural que se observa en las personas que se acos- tumbran a la presencia de un extrafio. Los dos chicuelos fueron el indicio de aquella transformaclén. Ya se levantaban a su colegio sin preocuparse por ml existencla. Metian alboroto en el bafio y correteaban como cabritos, Hablaban gritan- do, silbaban y bajaban las escaleras a batacazos. Es natural que la vida de este hogar recobre su ritmo ‘ acostumbrado. Yo no debo querer que los nifos no metan ruldo,,que para eso son nifios y estan en su propia casa. Trataré de acostumbrarme. Y me acos- *tumbré fue a despertar a lag seis de la mafiana, mi- “nutos antes de que se levantaran los chiquillos. Oia el chirrlar de la puerta, y podia saber perfectamen- te las ‘primerga palabras que pronunciaban. Aquellos chicos!... Frangamente, sdlo siendo propios, son soportables los muchachos. O serdn manias de viejo. t_ El camblo del doctor fue también muy sensible. Poco a poco se fue volviendo serio y reservado. Cuan- ‘do est4bamos a la mesa, antes, solia salpicar de chistes el didlogo famillar y preguntarme a menudo cosas. El queria saber la altura exacta de las pird- 29 E. ARIAS SUAREZ mides y la manera como los egipcios cultivaban el irigo. Me rogaba frecuentemente le hiciera itinerg- rios de viaje por el viejo mundo, porque pensaba vi- sitarlo. Me pedia también, como Rosario, que le re- firiera anécdotas de mi vida. Y yo hablaba y habla- ba de lo poco que sé, de lo mucho que me ha ocurri- do, de mis suplicios de vagamundo.... Pero ahora, el doctor se egtaba casi mudo y se levantaba de la mesa a tomar el café en la alcoba o en la terraza, con Mercedes y Rosario. Sélo a las horas de la co- mida podia verle, porque el resto del tiempo lo pa-’ saba metido en su bufete de-hombre de negocios. ‘El cambio de Mercedes fue poca cosa, Me tra- taba casi lo mismo. Sdélo que se desentendia un poco de mi persona, y dias hubo en que -como.el doctor- sdlo me hablaba en las comidas. Pero siempre que nos velamos hablaba copmigo de las cosas de la ciu- dad, muy fraternalmente. Sélo Rosario era la misma. O mejor que antes. Habia dejado sus clases de dibujo para tomarlas con- migo, y se pasaba horas enteras a mi lado, hablando de esas adorables tonterias que son un descanso pa- ra los espiritus preocupados. —Nunca has tenido novio? —Si. A Luciano. Pero lo dejé cuando tu viniste. —Y por qué causa? —No lo sé. Lo encontraba como tan insipido...’ 30 ENVEJECER .’ Me {laminaba la vida aquella muchacha, y me hacia sentir miedo. Habfame cobrado una confian- za que me inquletaba; me tuteaba francamente; se inclinaha sobre el dibujo, contra mi cara, y sus ri- 208, dorados me cosqyilleaban en las orejas. Se in- teresaba por mi salud y mi estado de Animo, y le- g6 en sus culdados a no permitir que la criada arre- glara mi alcoba. Ella lo ordenaba todo, todo lo enlu- cia y abrillantaba. Les daba ese toque coqueton a las cosas que sglo las muchachas saben darle a cuanto pina por sus manos. ‘ Comp me agradabe el canto de los canarios, los puso junto a mi alcoba; come me gustaba el café, nunca faltaba en mi cuarto un termo Meno; como fumaba’ de‘ seguido, llenas estaban siempre mis pi- pas de finas picaduras inglesag. “, . Empecé a observar que cuando llegaba el doc- tor, e) primer nombre que pronungiaba era el de Ro- earlo, Y como ella estaba conmigo siempre, habia de dejarme part atender a su papdé. Algo tenia que ha- cer siempre el doctor para que Rosario le ayudara: cuentas en los ibros, buscarle un pafiuelo, traerle alguna cosa, Ge iba para no regresar. Y se hizo tan Notorio este incidente, que cuando Rosario sentia que su padre subfa Jas escaleras, se despedia de mi con un “hasta la vista” tluminado por una sonrisa de resignacién que queria decir esto: “qué le vamos a 31 E, ARIAS SUAREZ —————————_________ hacer". Me daba la mano en un tibio apretén y se iba a la carrerita para que su padre Ja encontrara en # otra parte. - ‘ Nuevamente empecé q sentirme solo, a pesar de ‘Rosario. Y sentia ahora si mi depresiva condicién de huésped y de asilado. Era aquelia una hospitali- dad caritativa, un arrimo forzado. Una deuda de gratitud que estaban pagando de mala gana. Los chicos -joh, aquellos chicos detestables!- un dia descolgaron la jaula de los canarios y se la Nle-’ yaron lo mas lejos posible. Otra vez casi me voy - de bruces al poner las pies ey mis pantuflog que ha-. bian clayado previamente en el suelo. Mis discos pre- feridos desaparecieron, y ya no se oja en casa sino esa musica vulgar que tanto gusta a los nifios: “La batalla de Palonegro”, “La agonia del tisico”, “La-* drillo”.... Una vez dijé en voz alta que me tenia fa- tigado aquel disco, y'ése mismo dia lo tocaron, los in- humanos, treinta y cuatro veces sin cambiar aguja. “Ladrillo esta en Ja carcel”’.... El que esta en la carcel soy yo. Hasta que Rosario se did cuenta de que querlan mortificarme, y les hizo trizas el disco. Hubo revuelo en casa. Intervino el dactor y les pro- metié a los muchachos comprarles otro ‘“‘Ladrillo”. —Si les gusta esa cancién, pueden tocarla cuan- to quieran. Dijo el doctor, aunque no cumpliéd su promesa. . 32 -~ENVEJECER iY clerta vez of, de Ja manera més involuntaria, que "el mayorcito, hablando con el doctor, al referir- se'a mi persona me Jlamé “el viejo”. Jamés he oido dos palabras juntas que me hubieran herido tanto! Porque lo dijo ‘despectivarnente, como queriéndome zaherir. El doctor’no le réproché esas palabras, y yo -me alejé en puntillas para que no supieran que ha- bia oldo. “EI ' viejo”. Yo era en la casa “el viejo”, El dov- tor, era “papa”; Mercedes “mama”; Rosario, “Rosa- a”, 7 ¥ yo, “et viejo”. Hé aqu{ mi tragedia. "Envejecer -me decig yo- puede no ser una des- gracia, Phede uno Ir sintiendo que poco a poco se Je apergamina la piel, le nacen canas, se joroba, se anquilosa y:q vuelve estupido. Puede uno sentir que " dlarlamente los afios le deterioran las visceras, que el ‘ Acldo Urico se le cristalizd em las coyunturas; que la presién arteria) aumenta; que ya no se le desgon- zan, las “bisagras”; que va perdiendo la vista y ja “memorla..., Puede muy bien uno sentir que se dis- grega paulatino y ver con angustid que asiste en vi- .,da 8 sus propios funerales. Pero todo es llevadero cuando hay a nuestro lado una mujer amante gue ‘pos cansagré toda una vida y que se ha mustiado con nosotros en las mismas dichas y los mismos do- : lores, tras de lag mismas ilusiones, por el mismo camino. Cuando sobre nuestras canas se posan los s a 33 . ARIAS SUAREZ dedos de los hijos y cifie nuestro cuello la innumera cadena de los brazos queridos. Cuando hay ojos amantes que se desgranan en Noro sobre e] fracaso | de nuestra vida. Pero envejecer asf, hospedado como un invdélido estorboso, en"ese ambiente frio de hospi- tal o de clinica, y ver que somos un obstaculo para las risas francas y un inmueble en Ja casa.... Fran- camente! t Empecé a desvelarme y a empatar mi desvelo: con el despertar de los muchachos. Sélo después de almuerzo dormia un poco; pero mis noches eran in-. soportables. Es lo mas raro que a Medida que vamos pstando viejos, necesitamos Menos suefio. Como para fatigar el cerebro y poder dormir mas sabrosamente, en la tumba. Pensaba yo, mientras me'revolvia en el lecho, asaltada la mente por las més absurdas ideas. Por ejemplo: al voltearme en la cama tenia la sensacion de que yo era un platano vivo que unos, desalmados asaban en Ja parrilla. Ya por este lado estoy bueno; ahora Je toca al otro, que esta crudo.: Ya por ahi estoy quemandome, achicharrandome. Ahora me pongo de espaldas, Mis lomos estén que- méndose. Aticen, aticen fuego, muchachos! Pongan- le mas brasas a la parrilla! Me levantaba a pasearme por la alcoba. y sin darme cuenta me tropezaba con las sillas, y hacia rodar las cosas. Entonces me acordaba de que era 34 ———— -ENVEJEOER un huésped, y me ponia a andar pasito, suavisima- mente, como un pato, Me olrian? Tal vez no me oyeron. ‘ Como clertas noches el calor de mi pieza fuera insoportable, me vestla la bata y los pantuflos y me iba al jardin a estarme quieto en un banco. Pero temlendo el catarro o la neumonfa, regresaba a mi encierro, Clerta noche me parecié haber visto una sombra que esplaba mis pasos. Paregia la del doctor. Pudo muy bien haber sido una coincidencia. Pero ‘para corclorarme mejor, a la noche siguiente tomé “mnlé precauciones, y pude distinguirlo perfectamente. Quién se habraé jmaginado el doctor que soy yo? Es- tard pensando acaso.... ‘Resolvi:entonces partir. Pero tendria qué inven- tar alguna disculpa; el telegrama de un amigo que me llamara urgentemente. . ’ Al dia siguiente observé que Mercedes habia lo- 1ado. Y ese mismo dia Rosario no vino a verme. La criada entré a arreglar mi alcoba, y aungue se llevé _el termo, no aparecié en todo el dia con el café. A la mafiana siguiente el doctor partié para la hacienda, y Rosario no sallé de mi cuarto. —Pasa algo, Rosario, y me lo vas a decir. Aqui han llorado por causa mfa. Yo estoy de sobra en esta casa. } Por todg respuesta me eché los brazos al cuetlo, Ye ——_ 35 E. ARIAS SUAREZ y apretandome fuertemente, convulsamente, se puso a verter goterones de llanto que se escondian en mi corbata. Pero, Dios mio! Por qué me das también ‘el amor, ahora que estoy ya viejo? Qué delita tan grande co- meti? Y qué he hecho yo para que ta me quieras, | mi vida? Mientras ella se deshacia en su sollozo, yo no sabia sino pasar mi mano por la seda dorada de sus cabellos. Por qué no me quitan veinte afios de en- | cima, entonces? Cuando pude arrancarla de mi cuello, le expll-; * qué a Rosario mi situacién, y le rogué que me contara,. lo que ya sospechaba. Me dijo que su padre era un hombre celoso y me habia cobrado desconfianza por ciertos ruidos que escuchara en mi alcoba. Yo tenia muy raras manias, y “la gente que.no ha tenido ho- gar y ha viajado tanto, adquiere malas manias, peli- grosas enfermedades”, decia el doctor. Sobre todo, no se explicaba mis salidas a altas horas, y unas ve- ces inculpaba a Mercedes, y otras a Rosario. —TImaginate. Yo sé que te desvelas, pensando, Yo también me desvelo, pensando en ti, en tu triste suer- te. ¥ otra vez se puso a llorar, la pobre. Cuando la dije que me marchaba y ella com- prendié la imposibilidad de seguir viviendo en esa casa, replicd débilmente, como vencida: , a 36 ——_—_—_ ms ; ENVEJECER _y por qué no te vuelves de nuevo a la pen- slén? Pogriamos vernos ‘de vez en cuando. . —No, Rosario, Eso es un imposible. Mira: Desoo)ué un’ espejo y, Juntando mi cara con- tra la suya, la dije que observara el contraste. Yo vela su rostro virginal y vefa mi cara de cocodrilo; | las venltas rosadas de sup mejilias y los surcos pro- fundos de las mias; su cabello de oro junto a mi pelo do, cenlza; sus ojos crespos, enrojecidos en la ojera, _Jupto a mis ojos apagados, como un par de vejigas... ~—Mira -la decia. Mjra el contraste. ~. Pero ella nada vela'’seguramente, y se estaba con ju pupilas absortas, como diminutos abismos. . Para consolarla de mi partida, hube de prome- terle,.con juramento y todo, que no me iria de la ciu- dad y regresarfa a la pensidn. —Sl.allé tengo pagado un mes, y ya com- prendes. tee Esta fue para ella una razon definitiva que le suspendié el llanto y la hizo ayudarme a hacer Ios baules, —Estos paquetes que tu hiciste me los vas a guardar, Contienen algunas cosas de valor que pu- dieran perdérseme. Gudrdalas como cosa tuya, por si yo muero. La coleccién de mariposas vale mucho; lo mismo esos gpalos tornasoles que cambian de color segun la nofe del dia. Esas perlas de oriente pare- & —_ 37 E, ARIAS SUAREZ cen muertas; pero no es sino que las lleves en el pe- cho algunos dfas, y recobrarén su perdido esplendor, Este lienzo enrrollado es un “Guerin” auténtico. Rompe todos los retratos de mujeres, menos uno: el de la mds hermosa. Es que yo creo, Rosario, que sdlo la juventud y la belleza valen la pena en este mundo. No encontraremog, nunca almas completa- mente generosas sino arropadas por un cuerpo ju- venll y perfecto. Tal vez yo tenga ya mi alma tan fea como mi cara. * A poco entré Mercedes y parecié no sorprenderse mucho de mirar' mis batles boquiabiertos, y ya casi todo listo. . ' —Es que te vas? —si, Mercedes. Me vuelvo a la pension. Aprove- cho la ausencia del doctor para que no trate de im- pedirmelo. El es siempre tan bueno.... Y sin pedirme nuevas explicaciones, Mercedes misma complet6 el arreglo de mis trebejos. Les dije adios, abrazando a mis dos primas con entrambos brazos. Asi juntas.... Adelante de mi iban dos hombres con mis cosas, y yo detras de ellos, con lo que llevaba en el alma. Ya en la calle, volvi a mirar, y aun pude ver a Ro- sario en el balcén, haciéndome sefias con el pafiuelo. : . ’ 38 -_ ee ENVEJECER . Vv Me. faltaba e! cementerio, ultimo reducto de los viejoa recuerdos. Ful’ a visitarlo, y, frente a la tum- ba de log mfos, recé mucho. Lo que me acordaba, lo que me ensefiaron de nifio. Y cuando hube agotado To que sabia, me puse a {mprovisar oraciones. Una a mi. madre: + ' + “TY que naths en el amblente como un aroma; td que algues mis pasos, y cuando me voy adorme- clendo, te posas sobre m! espiritu como un ala.. No dojes, no permitas que, como Ashaverus, ande: Tialdito sobre Ja tierra, sin hallar "Fi reposo”. ¥ otra a Jesucristo: ' “Oh, Sefior mio Jesucristo: Ta que, cofgado del madero, sentiste florecer en tu pecho'las siete lla- gas.... Curame de esta llaga que no pudo abrirse en tu carne de azucena: Ja horrible llaga de sentir- nos envejecer”. . Pitaba el tren, acelerandose, mientras recorria el vallecito. Los potreros giraban ante mis ojos, co- mo un remolino. Las casitas, los sembradios, el gana- do, pasaban a la deriva en semicirculo, y se iban que- dando atras. Atrds se quedé también un pafiuelo, a- gitAndose en el balcon. Una banderita de seda. ., Adelante se abria de nuevo el horizonte. Azul, arol,.,. Ch ns ——__ 99 + . LA SOLTERONA Notectbia en et pecho un 1 miligramo mAs de ter- nura, "No ‘poblérase podido dibujar en su cara un nuevo raggo deé*bondad y nokleza. ¥ Dios mismo, que y 14 habia colmado, no hublese podidp agregar un so- ,@ @timiento puro a los pristinos que infundiera en a alma de Maria Luisa. - Bin dmbarggpiyaba soltera. Solterona, digamos. Tabla cumplido log trginta fatales afios, y empezaba ‘s mustlarae, Ya" su.pélida tez traslicida como cera “al seveno, iba mostrando unos leves surcos que con- .vprgian hacia la ojera; el labio se marchitaba, los “claros djos se entristeciap, y en todos sus movimien- ‘ tos al cuerpo de Marie Lulsa se le adivinaba un - cargancla indplente;.” “gomo flexible. . ae Cuando: ‘edvirtique en su casa tenia asilados a vitios animalejos, un loro, un tit!, dos canarios, la gate "Madama".y el perro “Fox”; cuando un dia co- “meosé a darve, cuenta de que tba mucho a la iglesia, 4l G, ARIAS SUAREZ que vestia slempre de colores oscuros, que se aficiona- ba a la caridad publica y se habfa hecho socio de Jas “Hijas de Marin”, una tarde se quedé pensativa mucho rato, hasta que descubriéd que todas aquellas actividades suyas no eran otra cosa que una deri- vacién de su gran ternura. “Es que voy estando vie- ja”, se dijo. “Es que necesito un car’! ‘Ifo de yeras, y mi tha... Qué podia ofrecarle su tfa, vieja inutil y sorda, como una tapia? Pobre tial Pobre tia Dolores que también se hab{fa quedado solteronal Seguirfa su ca- » mino, estaba visto, rezando “a dos manos”, vestida * de medio luto, enjuta y arrugada. Pero aun no era | tarde. ‘ . Se levanté, se asomé a un grande espejo y se quedé miréndose. Se observabg de. frente, de sesgo y de perfil; abria ampliamente los ojos, sonrefa. Se pasaba la mano:'por e) cabello, ergufa un poco el” busto.... Para conclufr como siempre: que en todo aquel pueblo no habfa una mujer mds linda que ella. Y era cierto. ¥ entonces?, Pues entonces lo‘que . pasaba era lo que siempre “acontege en las pueblos pequefios a las chicas mejores; que no hay con quien casarse. Herederas de sangres nobles, de tradiciones sefioriles, espfritu delicado y no pocas lecturas, se- res superiores, en suma, a) medio precario en que han crecido, pasan sus afios de juventud como ‘flo-’ 42 LA SOLTERONA res'de invernadero. Resignadas y buenas, sonadoras y puras, son las “Bellas del Bosque” en espera del principe azul que venga a desencantarias. Asi habia pasado Maria Luisa su Juventud, so- fiando. y requerida sdélo por esos zaflos pueblerinos de su lugar, negroides ordinarios, indignos de besarle jo punta"de su sapato, No es que fuera orgullosa, Dios to sabfa, sino que,... Francamentel Balié de la sala y fuese al corredor a inspeccio- tiar los animal{{ps, “Madama” se le acercé y fue si- gulendo mus pasos, enarcado el espinazo y alta la co- la, restregando contra las piernas de Maria Luisa at Hocico rosado, “Fox” también le sallo al encuen- . tro, y entre Fox" y “Madama” se trabo una dispu- ta de dos y de arafiazos, Salid perdiendo “Fox”. » -Al mffarlg 6] titf; se puso a hacerle gracias en el trapecio,. -escondiendo-la cabeza en el vientre y ba- Jancedndose de“la cola. Los canarios se alborotaron y triné algung, y,se asomaban por la rejilla y pi- abapsalegremente. Solamente el loro permanecié tranqullo en su vara, “mascullando un trabalenguas incomprensible, Zt Joro se llamaba “Pacho”, tenia un ‘copete amarillo y ‘sabfa decir “good bye” y “como estén por la casa’, ademds del acostumbrado vo- ,cabulario de los demas, pues ‘quiere cacao?” era para .“Pacho” una-friolera, - __ Rntonces, serenamente, con sus serenos adema- tho . e : -. , YY ——_ 43 E. ARIAS SUAREZ nes, se entregé a la tarea de alimentar a sus carifios. -Ese dia le did una buena racién de carne a “Fox”; a “Madama”, su buen yaso de leche; alpiste fresco a los canarios y a ‘'Pacho’ su sopa de chocolate con pan tostado. : “Como estén por Ja casa?” dijo “Pacho”, acer- céndose hacia la sopa y caminando por la vara, de medio lado. . Luego entré Maria Luisa a Ja alcoba, descolgé ‘ la bandola y se senté en el corredor que daba hacia el poniente, a puntear una tonada. Tocaba la ban- dola, a falta del piano o del violin, porque en el pue- blo no se conocfa otro instrumento mas noble. Puntea- ba Maria Luisa a Ja sordina, pasito, arpegios tal vez inaprendidos, porque su espiritu volaba por esas lo- Tas azules en donde a veces se perdian sus ojos cla- tos. Hasta en eso era solterona: la musica de cuerda era otra derivacién de su gran ternura. —Es una desgracia, francamente!, murmuraba. “Francamente” era la exclamacién favorita de Ma- via Luisa, palabra que resum{a todas sus desdichas y sus fracasos, la quiebra definitiya de sus anhelos. Y¥ no se sabe, “francamente”, lo que era una desgra- cia para Ja pobre Maria Luisa. —Lo que ha pasado, pensaba, es que he sido en- terrada viva en este pueblo, Enterrada viva.. No llor6é Maria Luisa aquella tarde porque el LA SOLTERONA Manto lo dejaba slempre pura por la noche. Cuando se acostaba, después de rezar sus oraciones, cuando pensaba en su madre muerta y se encomendaba a ‘ella y al Dios de los clelos y de la tierra. Cuando, apagada la !umbre, se arrebujaba en las mantas, la cabeza hundida en los almohadones y el silencio por compafiero. Entonces af lloraba, pasito, lagrimones, goterones amargos. Y luego se dormfia. Sofiaba casi slempre cosas encantadoras. Que se iba en un buque, lejos del pueblo. El capitan era un eeflor ya entrado en ajios, buen mozo y gentil per- ona. La atendia cortesmente, la paseaba por el puen- te, ia presentaba a los viajeros distinguidos. Hubo una vex a bordo un baile de disfraces, y ella era la reina, vestida de mariposa, mariposa marina... . » El hecho es que el.capitan de aquel suefio se pa- recia mucho al doctor Gonzélez. Por qué estaria aun sollero el doctor Gonzélez? Erd la Unica persona “ *portante” de aquel lugar, y seguramente para an no habia.una mujer asl dg “importante”, como para que -el doctor se casara. En lo cual estaba equivocado se- ‘guramente, “Es que también las mujeres no pone- mos de.relieve nyestras virtudes y nuestras gracias”, *pensaba, Pero ya veremos. Como habia entrado Ja noche, Maria Luisa: se retiré del corredor y se fue a guardar la bandola. En- veondld laa luces y se miré nuevamente al espejo. Es- . ———. 45 BE. ARIAS SUAREZ ————~~——— taba pallda, estilizada su silueta, los ojos muy bri- Nantes. Sentia frfo, un friecito interior, como el que deben de sentir los muertos antes de acostumbrarse a Ja sepultura. Se diriglé al armario, sacé un lindo pijama japonés, se fue a la alcoba, se desnuddé-y se puso aquel pijama, acosténdose en seguida. Con ade; man resuelto oprimlé el bolton del timbre, aparecié Ja criada. y Maria Luisa le ordend: ; —Dile a mi tia que me lame al doctor Gonza- lez, porque estoy muy enferma. ‘Vino la tfa, asustadisima. Qué le habria pasado? A ella que nunca habia estado enferma? ' . —Qué tienes? Qué te duele? No le dolfa nada, pero estaba enferma. Hacia tiempos lo venia sintiendo, sin decir nada. No la no-' taba mas palida? Mas flaca? . . ' —SI, evidentemente. Pero no se me hubilera ocu- rrido. St slempre has sido delgada!l Y también péli- da. Pero llamaremos al doctor, si tu lo quieres. ¥! salié la criqgda por el doctor. eee Cuando e] médico supo que Marla Luisa estaba en cama, se alarmoé de veras, porque en seis afios de estar en aquel pueblo, nunca habia pisado los um- brales de aquella casa. Comié apresuradamente y se’ trasladé a ver a la enfermita. Sonaron sus pisadas en la escalera, ynas pisadas masculinas de tacones de cuero. Maria Luisa oyé aquellas pisadas, y se le so-' 46 LA BSBOLTERONA . bresaltaba el corazén. Para qué lo habfa llamado? Qué Iria a decirle? Porque estaba claro que a un mé- dico tan bueno no ae le engafiaba tan facilmente co- mo a su Ula. Le tomaria e) pulso.... estaba claro. Entré ct doctor directamente a la alcoba. Puso abrigo y sombrero en una allla y se senté al borde de la tama. de Marfa Luisa. En el borde, en el puro vorde, aunque la enferma habia dejado su buen es- pacio, : : —Qué es lo que siente, Marla Luisa? —Nada, proplamente, doctor. Cansancio, fati- ga Me atento débil, duermo mal, llena de sobresaitos, y sueho siempre, a veces cosas agradables, y otras no- chos cosas horribles. Cast no cémo y se me anubla la .vigta cuando leo. Cuando voy a la misa siento vértigos, y ya casi no puedo ni estarme en pie. Has- ta qua.resoly{ acostarme, a ver si no malgasto ener- gins, Eso 66 todo, _ =p Veamos ese pulso. Le tomé la mufieca con su fornida, y a Maria Lulsa se le contuvo el re- suello, Cast no sentia el médico el pulso, y la en- ferma ‘se le iba muriendo. Un pulso interminente, {lforme; hasta que casi desaparecieron los latidos flo ta arterita, _.*Bntonces la mano {zqulerda de Maria Luisa se agarré a la mufieca del médico. Cerré los ojos, se es- tremeclé enteramente, suspiré6 muy hondo y se que- Bw , —— 41 LE, ARIAS SUAREZ ————__-_—_-~___________--_.. dé como muerta. Sdlo que le temblaban las pestafias, que tenfa upretados los dientes y que ahora su mas, no pasaba y repasaba por la mano del médico, co-! mo una caricia. E] doctor le hizo aspirar unas sales y Maria Lul- sa fue recobrando la raz6n, hasta que de pronto se la vid sonreir graciosamente, con una desacostum- brada coqueteria. Se pasaba la mano por los cabellos,, se descot6 un poco mas el pijama, y unos coloreltos de rosa le asomaron a las mejillas. —Y qué me decia, doctor? Estébamos hablan-' da.... ‘ —Si, estdbamos diclendo que.... los nervios a veces son endiablados. —No. No era eso. Me parece que.... —Si. Tiene raz6n. Se me ha escapado. ¥ a us- ted qué se le ocurre que hablabamos? —Me décia usted que ¢! hombre soltero se ‘abur re a veces. ¥Y es natural. Y eso que nosotras las muje- res tenemos siempre un hogar formado. Yo,-por e- jemplo, aynque sin padres, con mi tia me basto, Y también que Marta, Ja criada, forma ya parte de la familia, La tomémos desde chiquita, imaginese. Se habia incorporado un poco, recostando la ca- beza en la mano y el codo sobre Ja almohada. En el cuello Virgineo le palpitaban las carétidas y se Insi- nuaba levemente el naclmiento del seno. Se movia 48 LA SOLTERONA ' ’ a veces, flexible, como felina, pasando y repasando la mano Iibre por los pliegues del edred6n. Y habia f\Jado en tos ojos del médico una mirada dulce y bri- llante que aquel hombre, con toda su sabiduria, no. acertaba a explicarse. :Volvid a tomarie e! pulso, encontrando que aho- ra le andaba atropellado, —No tengo flebre, verdad? - » =i, un poco, Necesita usted de reposo, y no le sentarfa mal el cambio de clima. Un temporada do Uerra fria, porque estos cilmas callentes.... —Son enervantes, ya lo deciu yo. Y cree usted que Bogoté me sentaria? « —Naturalmente. . “welése ha aldo mi capricho, y es bueno que lo ofgns ta, tia, para que no te empefies en vivir como el armadillo, Porque, ademas, doctor, viajar distrae ¢) espiritu..Se ven nuevos paisajes, nuevas gentes; «a slenten {mpresiones nuevas y se tonifican asi los nervios. * : _ —Evidentemente. Ha nacido usted para médica. ~.’ =—¥ no es broma. Yo me hublera curado ya, le- Jou de este pueblo. Porque, dlgame usted, doctor: vi- vir aqui encerradas como dos muertas que ambulan alenciosas por este caserén lleno de resonancias.... Yo miro a veces a mi tia y me da Ja impresién de que es un'fantasma.'A veces me da unos sustos. Anda io. —— 49 E, ARIAS SUAREZ pasito, habla poco, y se ha vuelto sorda. ¥ yo tam. bién me asusto a mi misma al verme de improviso en-un espejo. Yo también ando pasito, hablo poco y' ‘terminaré por volverme sorda. Como ella. No nota ‘que na mé oye? Y con quién quiere usted que yo ha- le entonces? A quién se le ocurre que debo dirigir- me para comunicarle mis emociones? Rezar dia y noche, hacer las cotidianas labores, alimentar a los a- nimales, comer, dormir.... y ésto todos los santos dias, sin carifios, sin ilusiones y sin nada; siemprg ras tristes y mas viejas! . Dijo y se puso a Horar amargamente. La sac: * dian los sollozos; se alarmo la tia y corrid a conso- larla, Ella la rechaz6 suavemente. —Déjame, tia, que ya no loro. Digale usted, doc. tor, que debo pasear y alegrarme, tener amores..., Y el doctor, levantando la voz, se lo dijo muy claramente a la sefiora: —La sefiorita necesita cambiar de clima, alegrar- se, tener amores; casarse si es posible. Entiéndalo bien,.sefiora. Ella si sabe lo que tiene. Salié el doctor, sin haber dejado otra receta. Al siguiente dia Marfa Luisa no fue a Ja iglesia; renuncié a la congregacién de las “Hijas de Maria” y se dedicé a la tarea de preparar el viaje. Estaba a. legre y cantadora, y como que le hubieran nacido alas, 50 ‘LA SOLTERONA n ~~ Con sus ahorros y los de Ja tia, reunieron qui- ‘nientos pesos. para gastarlos integramente en Bogo- tA; que cuando se les acabaran regresarian. —A) que sale le da el sol -pensaba Maria Luisa-. No se encontraba uno con tdntas gentes, en los via- jes, en los trenes, en los hoteles, en los teatros? Cla- ro est& que la gente se casa mas facilmente en las ciudades, porque tienen mayor oportunidad de cono- corse, de tratarse, Métase usted a un sepulcro a ver al fin so casa, | © Y cuando todo lo tuvieron listo, esa tarde de ylsperas, Marfa Luisa enfund6 la bandola, guardén- dola en su negra caja, como en un ataid. Llamé a su prima Merceditas y le regalé el titi; a su otra tia, la casadn, te did a “Pacho"; le vendié el perro a un comerciante, el de la planta baja, y al primer hom- brecite que pasé por la calle le regal6 a “Madama”. Bidlo sé quedd con los canarios, que dej6 en casa de Mercoditas, con Marta, quien debla darle diariamen- te une vuelta a la casa. Y, amanecido apenas, con las pruveras luces, tomaron el camino de Ibagué. “La. Linea”, embrujada de niebla; café tinto. Los desfiladeros de la carretera; abajo el rio, como wn hilo de plata; las vertlentes de la cordillera, en onduladas cadenas, Rueda el automdvil hasta el pue- blite de “Cajamarca”; empanadas, café con leche. Y sempre costeando Ia sierra y siempre con las sie- 51 KE, ARIAS SUAREZ -——————_—___—_______—__—_--.. rras al frente, lu. estuci6n de Ibagué. Espera de dos horas, y luego el tren. Se instalaron en primera, y, rod6é la m4quina por el Nano acobardado por el sol.’ Pasaban las casitas, las estaciones: “Picalefa", “Chl- coral”, “Girardot”,... Todg tan nuevo, tan caldeado . de un, calor armonloso que le iba circulando por las venas'a Maria Luisa. ¥ luego “El Portillo”, ‘Apulo”, “Facatativa”, “Fon- tibén" y las luces dispersas de Ja barriada de Bogota. Campana alegre de Ja locomotora; un conjunto de gentes atropelladas, y entre el tumulto y el frfo, una’ vieja que marcha al lado de una chica delgada y que siguen entrambas a dos hombres que van con + ‘unas maletas. El taxlmetro. +-Llévenos a un buen hotel. ¥ el chofer las con-| duce al hotel “Regina”. 4 Decir que la temporada de Marfa Luisa en Bo-. gota fue un completo fracaso, serfa exagerar. No. Conocieron a la ciudad, grande y tumultuosa para: ellas, ruldosa y Juminosa. Monserrate, el’ parque “Gaitan”, San Cristébal, el Museo, la Biblioteca Na- cional, el Capitolio, las fuentes luminosas. Todo lo vi- sitaron, y estaba alegre la mychacha y se movia .ahora como ocupada, con ese andar menudito y ata- reado que tienen las bogotanas. Se vistié bien. Mandd a hacer vestidos “‘sastre”, compré una ple) de zorro y se puso unos sombrer!tos 52 _—_—_—_—— LA BOLTERONA eof oa, ‘ ‘graclogos. ‘¥ por ultimo, para quedar completamente J tono, se hizo hacer la ondulacién permanente. ‘Todo marchaba a la maravilla. Sdlo que en el ho- tel las relaciones adquiridas eran ningunas. En la mesa del comedor las pusieron al lado de un doctor antioquefio, senador de Ja Republica, y al lado de un cura pdrroco de otro pueblito de Boyacé. El se- flor cura habla venido también a temperar un poco ya hacorse tratar la varices. De tal manera que las conversaciones de sobremesa eran aburridas. El se- nador no jablaba de aus politicas por temor a ofen- der al sefior cura, y éste se culdaba mucho de emitir opiniones temeroso del enconado liberalismo del se- _Nador. : .“=¥ la sefiorita plensa permanecer mucho tiem- Po en. Bogota?, _ —Una’temppradita., No sabemos cuanto. Es cues- Uén de.calud. —Y-de qué sufre Ja sefiorita? %Pues-no sabria decirie. Creo que paludismo. Vans tlerras calientes,. Si. Bon terribles, MI familia también vive en . Uerra callente: . vm. cuintos hifos tlene, “aoctor?’ , -Tatorce, Ocho mujeres y sels hombres. —~Y¥ estan solleros? ‘ - =_—(Casadoe casi todos. 8610 me quedan dos solte- ronas. 53 BE, ARIAS SUAREZ —Y el sefior cura.... el sefior cura de qué sufre? —Pues yo de varices. Pero hay unas inyeccio-| nes maravillosas y ya estoy mejorcito. } —Cualquiera se divertia con estas cosas! La de: mas gente era toda estirada, aparte, extrana. Conver- saba en sus mesas, siempre en voz baja, y entre me, sa y mesa habiu cordialmente la distancia que separa Jas Antillas de La Siberia. NI el administrador les di- rigfa nunca la palabra. Seco y antipatico, apenas se dignaba saludarlas con la cabeza, y la cuenta de la’ quincena se la pagaban a Ja cajera, habiéndola encon* trado previamente en la mesa del comedor. . ‘ Cuando vieron que el hotel las estaba arruinan- do, buscaron una modesta pensién, muy decente, y en ella se instalaron. Pero en la pensién no corrieron, mejor suerte. Alli clertamente habia mayor cordia;' lidad y conversaban con todo el mundo, pero el per-, sonal era gente casada y sdlo habla dos hombres sol, teros: e] doctor Bueno y el “Gringo”. El:Gringo” era alemén, aunque hablaba el espafiol como un ita- liano. Jugaba ajedrez con el doctor Bueno, dentista, hombre mofletudo y bonachén que no se incomodaba cuando el.‘Gringo” tiraba las fichas contra el ta- blero, Bueno, el bueno del doctor Bueno, recogia pa- cientemente las fichas, y después de una larga dis. puta, empezaban otra partida. ‘—Y amigas? 54.—___ LA BOLTERONA + —§!. Amigas tenia Marfa Luisa en Bogota. Las duefias de Ja pensién, las sefioritas Rodriguez, la ma- “yor de ellas viuda, y las otras dos, solteras y de una fealdad verdaderamente asombrosa. Con ellas iban alcine.... _—Y pretendientes de Maria, Luisa? Claro esté, El doctor Bueno con su simplicidad abrumadora y su viudes inconsolable. Y quién se iba a tnamorer do Bueno, un hombre que llevaba corba- ‘tag rojas y caspa en los hombros y la solapa? a Un dia, un buen dia, la siguié un joven de som- brero duro, parnguas y bigotito. La siguié hasta su ‘ca; Averigué su teléfono, la llamé, conversaron y se dieron una cita. La chica fue, naturalmente, con su (la, El mozo se |amaba Enrique, era simpético, buen oonversador, muy insinuante y educado. Tal vez ese fuera el amor.... La dijo que le gustaban las pro- yincianas, gente sana de alma y de cuerpo, de pa- trlarcaley costumbres, Incomparables mujeres de ho- gar. Bofladoras un poco, verdad? _/°BL Sofladoras, Eso era muy cierto. Ella habia vivido soflando un largo suefio de muchos afios, asi eon un hombre fino y apuesto. Aunque no le gusta- ba el bigotito. ‘ : Congeniaron. Se vieron nuevamente, fueron a ‘cine, 'y aquella ves el joven distinguido del bigotito pags los tres billetes, y ademds tes ofrecié confites en ——_ 55 LK. ARJAN BUARWA | ----.-----—---—--—-—. ——-—- ee 4} entrencto, Marla Luisa no querfa tomarios, no que ra hacerse pesada; le daba mucha pena que aque) schor le gnstarn dinero. Tul vez no fuera rico. Acep, 46 cualquicr cosa que sdlo vallera ginco centavos, y Je dié Jus gracias al joven con una leve sonriaa tly minada por cl rubor. . Pero Ju segunda vez que fueron a cine, cl Joven Se palpé asustadamente el pecho y dijo que habig olvidado lu billetera, Era un gran contratlempo. Es, taba apenadisime, Y Marfa Lulsa quedé encantady’ de poder pagur cla los billetes. Otra vez le ocurrié Igual percance en un saldy de té, Era tan olvidadizo, que al camblarse de trajo; habla olvidudo de nucvo la billetera. Y hasta cl relo), imaginense! Y nuevamente Marla Lulsa pagé el cons sumo. ‘ Hasta que una larde, en un banco del parque! cuando el joven le hablaba de los atardeceres cam pesinos “no como éstos opacos y aburridos”, y mien. tras la tla contemplaba el estunque, el mozp abordé a Maria Luisa y quiso darle un beso en in boca. Y hasta: alli duraron las relaciones: : . —Quién se imagina que soy yo, atrevido? —Una sefiorlta decente. »—Y usted un cinico pisaverde, —No entiendo la palabra “pisayverde”, —Un glaxo despreclable. Entlende ahora? Y le 56 vant LA SOLITRRONA volvié la eapalda an busca, de gu t{a, El joven se que- d sentado en e! banco, cruzade ja plerna, sonriente y atusdndose el bigotite, Regresaron tristemente a la pensidn, como se ‘vuelve de una derrota, En los dias subsiguientcs Jas tlusiones de Maria Luisa .comenzaron a marchitarse. Empezo a sentir profundamente el {rlo bogolano, bajo el invierno, que era ahora Inclemente. Un frio tan penetrante, ue la pobre t{a, con ser flaca y vieja, andaba 4 ca- da paso entiblandole las manos a su sobrina. Maria Luisa so pasaba las horas Junto a Ja bombllla, calen- tahdo en ella un pufuelo para ponérselo de fomento en. la cara, Sentin heladas las orejas, la nariz y los plea, y no podia conciliar el suefio sin botellas ca- Uentes bajo las mantaa. , * Llovia y llovia en las calles oscurecidas, y cuando no abria laa ventanas, sentla caer la lluvia en el pa- tlo, porque abajo sonaban unas lates que golpeaban tas goteras de lag canales. Aquellas latas sonaban todo el dia y toda la noche. Unas latas que cambla- ben de tono algunas veces, como pare variar un —Qué ‘tlempo estaré haciendo? -preguntaba la vieja, —~Espantoso, tla. Como ti no oyes las latas.... ——— 57 ¥, ARIAS SUARLZ ——-————————______—__—_-—_. Y no salia u la calle, se acostaba todo el dia y se hacla evar los alimentos al cuarto. —Aqui nos vamos a morir! . Le entrd una gran nostalgia. Todo cuanto vein mostraba para ella alguna semejanza con las cosag de su'tlerruca. La cara de ese sefior se parece a la de fulano, el sastre de mi pueblo”. “Aquella se- fiora es casi idéntica a la sefiora Martina, madre de Rosario”. “Ese automévil es igualito al del padre Ce- J ballos”. ¥ hasta las callejuelas tenian su semblanza; para el recuerdo de Maria Luisa. “Me parece que esi toy ahora en la “Calle de Abajo” en mi pueblo”. ‘Y refa tristemente. Todas las comidas tenian para ella un acre Nae! bor a acelte, a veces como a humo, y eran todas tan simples. No comla casi nada, y solia mandar a la ca- lle a un criado a que le trajera sus alimentos acos- tumbrados. \ Vivia olfateando quién sabe qué olores descono- cidos, “Me huele siempre a pintura fresca y a ga- solina”’. El ruido de automéviles y tranvias la sobresalta- ba, y mantenfa en tensién sus nervios el transito ciu- dadano. “Aqui vamos a quedar como una tortilla”, *Y cuando miraba el horizonte, era por buscarle la cara al sol, a través de la atmésfera neblinosa y plo- miza, 58 —_———. - - ~ - ‘LA SOLTERONA v te “ 1 Todos sus sentidos*ebtaban desplazados y su- frian continuos choques, “Aquf Jas cogas son todas (rias y lisas". “Verdaderamente, Dolores, cuesta tra- bajo andar por estas calles, O seré que sf me ha ol- etdado caminar", Masta el suefio Ia abandond: —Tia, tial, casi gritaba al amanecer, para que eo despertara la vieja. No eras tu la que andaba por "eb cuarto? —Andaba alguien? Pues claro. Pero eran unos pasos mas gran- des qua Jos tuyos. No debi confundirlos, pues apenas ‘ae te oye cuando caminas. Eran pasos como de un ’ nombre, Hasta mo parecié haber oldo su resuello. --No ser4 nada, Duérmete. —Y qué horas son? * # Las cuatro. . “¥ a Jas cuatro la pobre Marfa Luisa aun se re- volvia en el lecho, tirltanto, tir!tando slempre y es- cuchando ese interminable tic tac de las goteras que hacian sonar las Jatas, alld abajo, en el patio. . Entonces se quedaba medio dormida en un so- por de ensuofio..¥ escuchaba ghora en el corredor & unos negritos que tamborileaban en el respaldo de unas sflias de cuero crudo. Tamborlleaban con tos de- dos y bailaban haclendo mimicas y moviendo log vientres. Loa negritoa de la hacienda de su padre “ae —— 59 Il, ARIA SUAREZ |-. — --------—- 2/22 a ee ee cuando ella estabu tan pequena. No eran tuleg sillas gino unos plutos que Marto golpeaba con un martlilo como de cucrno, Marta podia muy bien quebroar a, quellos platos, los platos de ln vajillu de porcolang que hereddé de su madre. Le velu ahora toda blanca, la cabeza como la nieve, encorvadita bajo los afios y la dureza de toda su santa vida. La velo que sc. Je acercaba al techo pura luego esfumarse, produ. | clendo al andur un ruldilo seco y metallco, como sl., caminara sobre mosaico y Hevura tachuclas en los za-" patos.... No podfa comprender ahora como su ma-- dre la habfa dejudo bafidndose en el ro y se le ha-- bla Mevado Ja ropa, Elln se cubria el cuerpo con los brazos, lo mejor que podia, para defenderse del trio," y también porque pudiera verla algtiin hombre.... —tTilal —A ver, —Mafiane mismo nos largamos de aqul. Mafia-. na mismo! —-Mafiana mismo no seré posible,* pues lo te: nemos todo por arreglar. Y es que, tamblén, ya ea tlempo, pues el dinero se nos agota, ¥ al segundo dia preciso, a la madrugada, em- prendieron gozogsas Ja ruta del Quindfo. La estacién de la Sabana; adiés a Bogotd, que se va quedando al pie de su par de cerros, con su fria y sua gentes extrafias, Y otra vez Fontibén, Fa- 60 -——— LA #OL/TRRONA catativé, Apulo..,. Son.pintorescas estas estuclones de transite. Por aqui los ricos encuentran su calorci- to cuando lo quicren, y encuentran s\gmpre la ale- griu cuando les cnturbla el espiritu el gris opaco de la cludad. Y luego, nuevamente y a la inversa, El Portitlo, Girardot, Piculefia, Ibagué.... Brillaba, el sol esplendoroso en la capital del Combelma.. Susurraban los palmares, y como una savia impalpable, como jJugosy extrafdos del sol, el ‘aire tiblo circulabu a torrentes por loa pulmones de Marfa Lulsa. Movimiento doe autumdviles que vienen desde Armonia y regresan repletos de tlusionados pusajeros. ‘“iAlados, Maletas que se amontonan y se lian u los carros, - Ko la estaci6n Maria Lulsa tuvo una corazona- de, No era el doctor Gonzalez aque) sefor fuerte, de anteojos, que estaba deshaciendo una maleta? Ah, na! Lo hublera jurado a primera vista. “) Miraba las caras de lussgentes a ver si descu- brian algin semblante conocido, Pero ho lo encon- treba, A) fin dieron sus ojos con un chofer de Ar- menia ,y se le acercé Jubilosamente. uenas tardes, Juancho. Cudnto gusto! ¥ le: extendié la fina mano. .~Befiorita,,.. Y¥ em aque! mismo automévil tomaron los dos 61 B, ARIAK SUARWZ -. 0 ---- --—-— ~~ - ee ee ee puestos, y nuevamente a seguly las curvas de lu ca rretera que, bordeandoa precipiclos, sv ya emplnando hasta et Ande. “La Linea” nuevamente, y abajo la visl6n maruvillosu del Quindio, de lus luces eléctri- cas de sus: pueblos, desparramadas en la planicls como collares filgidos de topucio. hoe Tir Marta Ja estuba esperando, con In casa brillanty de limpieza. Al descender del automévil, Marla Lul- sa abrazé a la criada con tan grande transporte, ‘cq: mo si en ella estuviera abrazando su propio cora- z6n. Se le salleron las lagrimas, y, débilmente, —Qué hay de nuevo? Ia dijo, —WNade sefiorlta. Nada de particular. Comi6 ligeramente y se acosté en segulda o dor- mir. A dormir ahora, si en el seno*tibio de la noché nativa. All{ mismo en aquella cusa de sus mayores, acompafiada por la sombra de los numenes familla-: res. En su lecho querido donde su madre la adorme- cfa con un arrullo y donde nacleron y murieron tq- dos sus suefios de Juventud. Se fue quedando dorm!- da, dulcemente, sin pensamientos, como se ador- mecen los nifios, 62 ——-—--——--- LA HOLTRRONA Era ya muy tarde cuando ee lovanté al dia si- guisnte, Marta la habla dejadg dormir de propési- to, pensando en que debfa rehacorse del cansancio dol viaje. Y cuando Marfa Lulsa salfa al vestibulo dosperozindose todavia, tropezaron sus ojos con el UU que se habla fugado de casa de Merceditas. Co- rrido yghumillado ¢} animalito la miraba medroso y albabu un silbido triste, —Ven aca, pobrecito. Bo lo fuo acercundo pausada, y él agachaba la cabexa para mostrarle una herlda que se palpaba con pia mano. ¥ cuando lo alzé y se puso a hacerle mimos ya lavarto la herlda, el animal le enrollaba la cola af braso y mantenia un chillidito mlmogo de reco- nocimiento y de carino. Estabs erlzado y aterido, la mirada llorosa, enjuta la cintura como si se fuera a quebrar. Eutoba Marla Luisa preparandole sus munzanas, fuando una vocecita gangosa dijo en las escaleras: Good bye". “Cémo estén por la casa?” oe ‘ern “Pacho”, que en ese momento trepaba los peldafios, apoyando su cuerpecito en el corvo pico. —"Good bye”, repltlé ya en el vestibulo, andan- fo de medio lado y dirigléndose hacia la vara. «Lo -miré Marfa Luisa. Pobre “Pacho”! También “abla vuelto, y de qué maneral Desplumado y enfla- quecido, lo hablan recortado las alas y arrancado el —— 6 E. ARIAS SUAREZ copete. Lo reconocio por el “good bye”, pucs aquello no era ya loro sino un pajaro cualquiera, blancuzco | y desmlrriado. + —Ven aca ti también. Daca esa pata. Y después de alisarle las plumas, lo Ilevé también a su puesto y le did su raci6n de chocolate con tostadas. —Y “Madama”. Qué sera de ‘‘Madama‘,? —"Madama”, scfiorlta, no ha dejado un’ instan-, te la casa. Sélo que ahora ronda por el tejadé y mau. , la toda la noche. Y como si las hubiera oldo, ep ese, mismo instante comenzo a maullar desde el zarzo. Marla Luisa la Namaba con sus voces mas dul. ces. Hasta que e! fellno asomé la cabeza por una cla- raboya, y se le velan fosforicas las pupilas y encent- zada la cabeza, Al fin descendié medrosamente, y an- | dando tras de su duefo, ronroneaba placentera y restregaba su cuerpo de ambar contra las pantorri- las de la muchacha. Luego Maria Luisa Je ordené a Marta que fuera por los canarlos. También Ie dieron ldstima, aunque’ : no estaban tan. mal tenidos. Pero le conté Marta que: s habijan sacado ‘polluelos que se murleron de no se sabe qué. —Y por qué los dejaron morir? Puro abandono No estabas acaso tu para eso? aks Los pajarillos también parecieron alegrarse- ‘al® sentirse de nuevo en su lugar y al verse cuidados 64 ——___ e —_——_—_ LA_ BOLTERONA * . y mimados por Marfa*Luisa. Canlaron mucho en la mafiana, 8us canciones més puras, sus mas limpl- las trinos de bienvenida. ‘—Ahora sélo me fatta “Fox”. Véte ‘td, Marta, abajo y dile a don Pedro que me lo envfe, que des- pués hablaremas. —BqlideMarta, reapareciendo Juego con “Fox”, gon cadeng y embozalado. Marfa le desaté cadena y bozal, abkazdndolo Uerna, humedos los ojos. El perro -meneaba la cola, saltandole a la.cara, como si la quisiera besar, oe s —Ahora estdls todos juntos. Toda la “prole” funtal Est4 visto, pensaba, que uno es Incapaz de torcer au destino. ‘Se Imaginan los burros girato- rios que han recorrido leguas cuando sdlo le han dado vueltas a la circunferencia de la noriu"”. A poco unos pasoa de hombre resonaron en el yeatibulo, Era don Pedro, el inquilino de la planta “Yaya. Hombre un poco adusto y de edad madura, que ao habia levantado de la nada y era ahora el comer- elante mejor del pueblo. Rudo era, claro esta: Toscos sus ademanes, pero hombre de méritos, Indudable- mente, . ‘ ‘ - Usted perdone, sefiorita, que venga a estas ho- Nae Incomodaria; pero al saber su Jlegada, he que- dd venir a saludaria. ‘1 -Muyehas gracias, don Pedro, Si¢ntese usted. % . +“ . ——— 65 E. ARIAS BUARKEZ Qué me cuenta? “Fox” esté muy bonito. Y digame: por qué Ile puso bozal? . —Por temor a que me lo envenenen, aunque le “apreta” un poco. —Quiere usted venderme de nuevo a ‘‘Fox'"? Me hace tanta faltal Ahora lo comprepdo. Ahora que he estado sin él. * | —Quédese usted con el perrito, si«quiere. A mi no me hace falta y csta mejor en sus manos. : —Es usted.muy amable, y le agradezco de co-' .razon. En cuanto al dinero, le diré que .con el via- je.... no podria darselo ahora mismo. Pero usted puede descontarlo del arriendo del almacén. —De ningun modo, senorita. Puede usted “usaf. lo”'en ml nombre. —Qué dice? . —Que yo le regalo a “Fox”. —No, don Pedro. Mil gracias. Sin devolverle su dinero no podré ser nuevamente mfo. ’ —Entonces haga una cosa: ‘Uselo” usted y sl- gue slendo mio el perro. Yo dispondré de é1 cuando qulera. Entre protesta y protesta, al fin cedié don Pe- dro, con intenciones de no recibirle su dinero. & Cuando el comerciante se hubo marchado, Maf. ta inform a Maria Lulsa de que don Pedro manda-. “7 66 ———_ ~ LA BOLTERONA 7. ~ oof _ d& preguntar todos los dias que’ hab{fan sabido de la sefiorita Marfa Lulsa. Todos los dias. —Parece que le gusta la sefiorita, agregé. —8i, eso parece. Aunque él es amable con todo el mundo, “Pedro Bedoya,... Un hombre que decfa ‘apre- ta” y que poda™'usar” e) perro en su nombre. Como 3} los pefgos fueran articulos de tocador! Se rié in- , roluntaflahf@nte, con una risa’ medio tristona. “Pedro Bedoya Alvarez. ...", repetia mentalmen- te Maria Luisa mientras regaba las matas. Si al me- nos tuylera e! Alyarez por delante. Se firmaria sola- mente.““Pedro Alvarez" y sys hijos serian Alvarez y no Bedoya, “Hay quien opine, seguia pensando, que tha apgiiidos no tienen Importancia, y ai la tienen. No os que yo 6ea vanidosa, Dios me ampare. Pero & nadie le gustaria que un hijo suyo se pareciera al abuelo paterno, talvez algun mulato Infeliz que fue ‘Chofet o lustra-botas”. * Toda aquella mefiana la pasd Marfa Lulsa ins- feectonando la casa, trastrocdndolo todo, poniéndose contacto con los seres y cop las cosas. Cambiaba dw aA panto a otra los cuadros, mudaba de sitio los ‘qohitinrios, abria los cajones y botaba trapos y pa- \petww indtiles; ordenaba-los cuadernos de musica; deeniunds la bandola, y sobre la mesita de noche proso un indo velador y un Libro con piel de rusia %, , Ome . 67 E, ARTAS SUAREZ 1 vl ~ ot que le habia costado diez pesos. Con una untura ¢s! pecial que trajo, les dijo brillo a los metales y lustre! a los muebles mas opacos. Y sobreadorné la casa con cuadritos diminutos, estatuitas y graciosisimos em: | belecos que trajo de Bogota. - Al andar Maria Luisa en estas cosas, volvia a: ser Marfa Luisa. Cogia los objetos con un facto se, \ guro, calculando previamente su peso Y ‘gopoclenda | de antemano su fragilidad o su dureza. Asi, famillar- | mente, como uno se acostumbra a llevar su baston, | Y era como con-ternura como pasaba de un lado a otro un aslento o una consola;, fraternalmente, co. mo llevamos del brazo a un viejo amigo. Andaba erguida' y taconeando, envuelta en sb kimono de anchas mangas y rameado de azules ho- jas, por los corredores inundados de sol que le presta-, ban su calorcito, y abanicada por las brisas balsami- cas que soplaban de la montafia. Este era su lar querido, y éstos su sol y su palsa- je, sus olores agrestes y los trinos acostumbrados de‘ los cucaracheros del jardin. Por Ja tarde la visitaron sus Tamillares y sus a- migas. Iban a que les contara las cosas extraordina- rias de la cludad; pero Marfa Luisa los dejé decep- cionatlos. —Para una calentana como yo, les decia, una solterona que nacié y se criéd en el pueblito, su uni- . . a 68 ———— LA SOLTERONA 4 és ta vide postble es en tlerra callente y en el pueblito. Mo hay que forjarse tlusiones. Entre los tumultos y ef ruldaje de las cludades, nosotros vivimos desadap- tados, y nuestroa nerviosg padecen con frecuencia cho- ques terribles que, al repetirae, con el tiempo nos agrian el humor. El frio nos acobarda y no posee- mos defengas*orgdnicas para la helada intemperie. Nos acog' ramos a nuestro sol y a nuestra ale- gvia de palsajes agrestes y clelos claros, al sosiego de la campifia, y ya diffcllmente nos acostumbramos a la vide de sociedad con gentes frias, en salones frios, con Juces artificlales, o al ambular por calles tylmedas, sin’ aleros, mojados como un pato y ex- puestos a la, angina o al reumatismo. O al automé- vil Irresponsable, que es peor que la neumonia. .” Fue un desengafio para las amigas cuando les confesd qua estaba arreglando ahora su casa, re- “eoelta a morir en ella. ‘ x” Pero viajar, nifia.... _ + — 61, viajar. Es agradable, sin duda. Pero cuan- do so puede vivir de sitio en sitio, y para esto se ne- ceaila dinero, Y no hay qué décir tampoco que uno 60 va.amorir de dicha al ver una cosa nueva, por @fandioes que sea. Ya de esa cosa tenemos refe- “Yenelas, hemos visto fotografias o la conocemos en “gf cine © por medio da los relatos o las lecturas. Ve Ufa la cosa, Je causa admiracién, placer, digamos; ke out ——— 49 E, ARIAS SUAREZ "ae. . pero esa admiracién y ese placer duran pocos minu- tos, hasta que nos aprendemos de memoria la “cosa”, Y después a olvidarse, a tratar de otro asunto cual. | quiera, Nos familiarizamos al cabo con cuanto vemos continuamente, y la vida sigue lo mismo, con sug mismas luchas y sus mismos anhelos insatisfechos, ! Lo que pasa es que cada cual lleva por. dentro su: ventura o su desventura, y para remediar este esta- ' do de cosas no valen los sinapismos de los paseos, ! Dijo y acabé de empeorar la situacién, pues has, ta los suyos saliervon murmurando. “Esa Maria Luisa tan rara! Se daban unos humos! Algin despecho de amores... ..” Iv Otra vez empezaron a correr los dias en la apa- cibilidad de la vida de aquel pueblo. A discurrir mas, lentos, mas pesados; y aunque Maria Luisa se pro- puso darle un vuelco a su vida y empez6 con gran’ brio, la fatiga la fue abrumando y aletargandole el corazon. Se did de nuevo a la musica y puso en la bando- Ja las piezas traidas de Bogoté Hasta que la aburrié la bandola y volvié a enfundarla, ahora si para siem- pre, en su negra caja. Ensay6 la pintura y se entrego 70 . “o ——_—_—_$__________—- LA _ BOL TERONA ¥; clat furiosamente a las acuarelas y los paisajes. Pin- taba-en el jardin, dibujaba et naranjo, los limoneros, el palaaje lejano por donde serpea la carretera, Has- ta que se convenclé de que no tenia numen para la pinvura, y arrojé los pinceles. . 8u casa era espaciosa, la mejor del pueblo, y a ella Itevaba constantemente grupos juyeniles a to- mar, al | 6 y a ensayar’comedias y hasta dramas de alto teiitro, Llegaron a dar dos representaciones con muy bifen suceso, Pero el desmayo vino luego, y a- bandond el teatro. ’ Entretanto Maria Luisa enviaba a Mar ta al co- tree, de ves¥en, cuando, Podian haberle escrito. No ‘ebig tal vez tnsultar al muchacho de Bogota. Fue ‘acasd unadigereza, Qué se quedar{a pensando? “Que oy una provinciana o una tonta de capirote”. Si le eacritiera,... _ Pero no le eseribi6 nunca, y Maria Luisa dejo de mandar a Marta al correo. Ulitunamente un mister cafetero que fue a ins talarse al lugar, abrié clases de inglés. Entraron mu- chos javenes, y Marla Luisa Ingresé con ellos. Has- ta que la clase terminé por carencla de materia pri- . Por titime sa entregé a la lectura de novelo- . nea, Se leyd a todo Victor Hugo, a Walter Scott, Blas- .c® ThAfies, los Dumas.... y cuando termino la lec- . “ A —_ 1 E. ARIAS SUAREZ / ’ ture de “La Dama de Jas -Camelins” clamé contfa'y la injusticia de los escritores que se complacen en hacer sufrir a sus protagonistas. Dumns deblé ea- sara Armando con Margarita, quien, después de to- do, era una mujer purificada por el amor. Una mu-- jer pura, Y toda aquclla semana estuvo tristisima por Ja muerte de la desventurada Margarita. ; ’ No sabla ya qué hacer, Pensé escribir sus me- morias, y ensayo en un cuaderno, empezando desde el dia en que hizo su primera comunidon. Y en pocas paginas lleg6 a la adolescencia y al paseo de Bogo- ta. Porque, “francamente”, su vida habia sido tan uniforme, tan insignificante, que bien” podia contar- se en cuatro paginas. Y de ahora’ én“adelante, qué jria a escribir? Nada. Absolutamente nada. Quebrd la pluma y rasg6 rabiosamente los manuscritos. Enflaquecia mds y mas, palidecia e iba perdien- do e} equilibrio nervioso. Ahora sofiaba delirando, ha- blaba entredormida y ella misma se despertaba con sus palabras. Se hallaba sudorosa y sentia un calor sofocante; y envuelta en su kimono por todo abrigo, se levantaba a mirarse a un grande espejo. Arrojaba el kimono, y era blanco su cuerpo, como una perla. Y asi desnuda, deambulaba como un espectro por los corredores llenos de luna, descalza, por el solo placer de sentir en sus carnes la tibia briga, y en sus plan- tas, la frescura del pavimento. Y cuando tiritaba de 12 LA SOLTERONA ¥ r miedg y frio, regresaba a ja alcoba, tomaba un vaso de agua y yolvia a acostarse. Al fulgor mortecino de Ja pantalla brillaban sus pupilas Insomnes con des- fellitos de metal, y brillaba también su pelo oscuro, terturady por sus manos inquletas.+" Al fln el suefio la rendla,,.. Ese hombre era un ‘nombre Inmenso de manos velludas, como un oso, y vena hacia su lecho. Mostraba lpg dientes entre- corrados | en una risa maligna; las manos corvas, ar- madas de fuertes ufias, y venfa a raptarla. Ella era una débil criatura gue pod{a caber enteramente entre las mpyos del gigante. Se aproximaba el mons- truo, y ya Iba ‘agpcarla cuando el sobresalto la des- pertaba. Y ahora’ ségufa mirando una alegre patru- Mla de mancebos que en un parque florido se entre- _tenfan en jugar a la rueda, Giraban y giraban en torno de ella, y el mas hermoso se le acercaba pasito y In daba un beso en la boca. Y después todos ellos, uno tras otro, pasaban en puntillas por su lado y le Joan robando besos, Robarle besos a ella! Como si »no lo conalntieral Como si no tuviera millones! En su cata tenia loa batles y los armarios colinados de pu- ros besos, Le daba risa y se despertaba con Ia risa. _Para abrir los ojos en la noche desierta, en su le- ‘rho vacio.,,, Entonces la asaltaba un sollozo que ie sncudia enteramente, como a un trapo. Se echa- ba boca abajo, mordia Jas almohadas y forcejeaba - —— 8 B. ARIAS SUAREZ —————_—___——} \ : ‘| con ellas, hasta que la abrumaba ec) cansanelo, So | tendla entonces de espaldas, en lasitud de madeja,! contenia la respiracion, cerraba los ojos y obnubilaba’ ! el pensamiento con intcnclones de quedarse muerta, ; Desde entonces sy cardcter, dulce y suave, em- 1 pezo a sulfurarse. Y eran Marta y Ja pobre tia lay victimas de su genio desapacible. Les refila por nada,’. por nada le echaba un discurso a Marta: por un vaso poco limpio, por una basurilla en la sala. La Hmple-., za y el orden eran su obsesién, lo mismo que el si- lencio. Si sonaba algun ruldo en la cocina, volaba.. casi iracunda. No la dejaban estar tranquila y ya. no podia vivirse en aquella casa. ¥ no toleraba que: la pobre tfa le moviera algtin mueble ni le cambla. ra de sitio alguna cosa, porque advertia hasta el mi- ‘ nimo cambio del Jugar de un plumero. Se le perdian los objetos y revolvia la casa por’ encontrarlos, ech4ndoles la culpa de todo a sus dos mansas compaferas. Un dia buscé en.vano un agu- | jetero, hasta que advirtié que hacfa mucho lo lle- yaba en la mano. s Los mismos animalitos participaron de su en- cono. A “Pacho” lo dejé aguantar hambre un dia en- tero por haberse subido a un espejo, y al tit! lo tlre. contra el suclo por el delilo de haberle mordido s * veinenle una oreja. “Madama” le habia cogido mie- do y andaba recelosa, a causa de que, por haberse 14 ” LA SOLTERONA * 6 . ~ oo. 4 bebido la lecherdg su vaso, le propiné unos cuantos Kolpea, entre gritos e injurlas, . Fue entonces cuando le dieron los primeros ata- ques. Aquel primer dia, a las cinco, fue lamudo por Marta el doctor Gonzalez. Laeencontré contorsionan- dose en el suelo, echados los brazos hacla atras y torturAndose las manos. Tendida de espaldas, forma- ba un arco de circulo con el cuerpo, apoyada en los pies y en la cabeza. Deshacfa el arco, se soltaba las manos y se desgarraba los vestidos; o cruzaba fuer- - temento: los brazos, protegténdose el seno, y no ha- bla manera de descruzdrselos. Apretaba los dientes, cerraba los ojos y.ge revolvia como una sierpe. O jun- taba Jas rodillas, entrecruzando los pies y formando da nuevo el arco, Se mordi{a la lengua, y le salia un hilito de sangre por la comisura de los labios pali- decidos, La observé el doctor, y se Je vid ponerse triste. _ Se arrodillé en el suelo, la tomé violentamente de jos brazog y se puso a sacudirla. La golpeaba fuerte- : mente en los muslos y las plernas, le daba masajes ene] vientre y el pecho y le practicaba la respira- eién artificial, Mientras tanto la tla le daba a oler pales amontacales y le roctaba Ja cara con agua fria. Alasta que le cesaron Jas convulsiones. Quedé desfallecida, resplrando en hondos suspi- ‘ree los brazos caidos y demudado el semblante. La 4 ui) BY ARIAS BUARLZ ———-—--——-___-—_—__________; « . a ‘ojera se.marcaba profundamente, y en todas sus facciones se dibujaban como esas huetlas que dejan el] placer y. la orgia en Ings gentes trasnochadoras. El ‘médico Je receté calmantes y mucho reposo, Al acompanario hasta la escalera la tia le pregunto; —Pero, qué es lo que tiene, doctor? —Nada grave, sefiora. Un pequefio ataque do histerta. No pudo levantarse por varios dias Ja enferma, y ahora su tfa pasaba las noches de claro en claro al pie del lecho. Sentiase débil y diminuta, maés huér- fana que nunca, y escuchaba rondar en torno,suyo los duendecillos sarcdsticos de Ja noche. Se hacla un ovillo bajo’ las mantas, como escondléndose, como si, la fueran a tocar invisibles manos heladas, y sélo podia dormir un poco tenlendo a la tla a su lado, cagida de la mano. Ahora se acordaba del médico, avergonzada: —Y qué decia el doctor? —Nada, hija. Te hacia los remedios, —Y me vié con el ataque? —Pero sia tino te ha dado ataquel Fue sdlo un desmayo. —S!. Yo tenfa desgarrado el vestido. Me vi6 al- guna desnudez el doctor? Qué vergilenzal Y se cu- bria la cara, Algunas noches la despertaba la pesadilla: 16 ——_—_— F ' er La BOLTERONA e te, ee ™ . te , ” Mami, mamél, gomila entonces. Ah, eres tu, m! buena tlal vee sy —H4I, soy yo. YO, que soy ahora tu madre. —An, ail Eres mi madre, tia. Mi.querida Do- lores! La acercaba hacia sf y la abrazaba un rato, liorando. Yo sufro mucho.... Sabes por qué? Por na- da, Pero me muero del sufrimlento, Es que hace t4ntos afios, tla.... Desde que murlé mamé, te a- ecuerdas? . . —Tintos afios qué, dices? Y¥,no respondia y se quedaba como absorta en quién sabe qué lejanias espirituales. Cuando pudo levantarse al fin y se miré al es- pejo, quedé aterrada, Parecfa un caddver. Marchita- da la plel, envojecida y del colar de Ja pared. —B8! ya no soy nadie! Es mucho mejor la criada. Y desde entonces comenzd a ponerse los colo- retes. Y como ue vela flaca, se fabricé ella misma un corset relleno, de modo que le dibujara una cadera Amplla y armaniosa. Se oxigend e) cabello para que wo ao le vieran las primeras canas. Se adorné en de- masin, y de muy timida que era, se fue volviendo inainuante y despabllada. * Los ataques histéricos no la abandonaron por eso, y una o dos veces a la semana era llamado el dactot Gonsiles, El médico le hablaba entonces au- mW E, ARIAS SUAREZ —————-——-__-- toritarlamente, regafidndola y sosteniéndola de los brazos. Volvia en si, sonrefa al ver al doctor, se que- daba tranquila un rato y luego le hablaba de cosas Indiferentes, preguntadndole por su vida y pldiéndo- Je que le contara alguna cosa, El doctor acced{a bondadoso, y luego se marchaba, dejando a la en- ferma sosegada. v Dos acontecimientos casi simultdneos y de mu- cha importancia para la vida de Maria Lulsa, se su- cedieron en el pueblo: la marcha del doctor Gonza- lez y Ja muerte de la tia Dolores. Cuando el médico se fue del pueblo, los ataques de Maria Luisa se repitieron diarlamente. Llamaron al doctor Pereyra, viejo médlco del lugar, pero a la sola vista del facultativo la enferma se ponfa peor, se exasperaba y le arrojaba encima cuanto hallaba a la mano. Hasta que hubo qué prescindir de sus ser- vicios. . De tanto desvelo y tan asiduo trabajo, la tia Do- lores pescé una neumon{a que en poco tiempo dié cuenta y razon de su desvalida humanidad, Fue tan terrible el golpe, que dejé a Marfa Luisa anonadada, sin nervios, hecha casi una estupida. Ante el cada- 78 LA SOLTERONA ’ ver amarillo y reseco de Ja anclana, Maria Lulsa se +quedaba perpleja, sin una lagrima, como cuando uno contempla esos grandes incendios que dieron al traste con nuestro unico patrimonio. . Cuando fueron a sacar el cadfver, Maria Luisa se opuso violentamente: —A mi madre no la entlerran ustedes! Y se a- brazaba a la muerta con tales impetus, que cost6 gran trabajo desprenderla, _« —Bueno, dijo vencida. Llévensela, ladrones! Lo tnico que yo tengo.... Canallas! No pudo llorar tampoco, pero se dobleg6 como una espiga, y de alli se Ja llevaron a su lecho. Estuvo moribunda varios dias, allmentada so- lamente con inyecciones de suero. Ahora su otra tla, Merceditas y Marta, hacfan el turno todas las noches para velar a su lado. —tTia..,. Tia Dolores, susurraba. Estas ah? " —8{, Estoy aqu{, contigo, respondiale una de ellas, y entonces se sosegaba. En sus dellrios nombraba slempre al doctor Gonzélez y, a veces, a Enrique. También dijo una vez que Pedro era un hombre interesante. ‘Porque log. otros”... . De aquella crisis se levanté6 Maria Luisa cura- da de los ataques histéricos. Sus nervios habian da- do tantas volteretas, que al fin encontraron el equi- ' —— 79 B, ARIAS SUAREZ librlo: 1a locure. Velase ahora ambulando por la ca- sona a una personita delgada y envejecida, suma-. mente amable, muy pintarrajeada y adornada de co- Jorines. Andaba con un pasito suave y menudo, co- mo de colegiala, y habia recobrado su actitud en-, cogida y timida. Mantenfa un semblante risuefio y- atractivo, unos modales pausados y sefiortles, y to- do su continente era recgtado y discreto. Pulcra y castiza en el habalr, decia a veces cosas encantado-', ras y frases humoristicas y picantes. No incomodaba a nadie y se pasaba la vida | inofensivamente, disparatando desde que Dios vertia — su santa lumbre, con su Unico tema: e] matrimonio. Si, acompanada de Marta, iba a la iglesia, al: pasar por entre los hombres los miraba con descon- fianza y levantaba los brazos a la altura del pecho, protegiéndose el seno. —Los hombres son muy atrevidos, nifia. Mas de lo que debleran. De cuando en cuando entraba al almacén de don Pedro y, a prudente distancia, le iba hablando: “Usted sabe muy bien, Pedro, que entre los dos hay gran diferencia. Pero si- usted insiste, yo le otorgo mi mano. Eso de los apellidos hoy no tiene importancia. Hable usted con mi tia. Don Pedro la soportaba pacientemente, sollcito y atento, con un visible pesar en el semblante. 80 —__— ay LA SOLTERONA —Pobre Maria Luisal Lo que queda de Maria Luisal, decla el hombre, y hablaba luego de otra co- sa, acaso por no llorar. « Otras veces la loca se salfa al porton, y al pri- mer hombre con quien topaba le iba diciendo: —Buenas tardes, caballero. Me encuentro noti- ficada de qug sus pretensiones son realmente serias. Lo felicito por su buen gtisto, pues yo soy una mu- chacha que vatgo mucho, Y vengo a decirle que de mi parte no hay el menor inconveniente. Hable us- ted con mi tia, A las ocho lo esperamos en casa. Le hacia una venla al desconocido y se mar- chaba, subiendo las escaleras con gentiles saltitos de jovenzuela, A menudo iban muchachas casaderas a visitar- la, acaso por sentir ese placer que experimentamos ante los seres inferlores mentalmente a nosotros. En- tonces las exhortaba: —Ustedes estA4n para casarse, muchachas. Us- ted, fulana, se casa dentro de un mes, y usted, den- tro de semand y media. Pues voy a decirles una co- sa: el matrimonio es una carga muy pesada, una eruz que ni el mismo Jesucristo se eché a cuestas. A mi me ha hecho salir estas canas. Porque los hombres.... jum! Son una porquerfa! Sinvergiien- zas, borrachos, tahures y mujeriegos. Sobre todo, mu- a os ——— 81 E. ARIAS SUAREZ ~—------—- jeriegos; se los digo por experiencia. Claro esté que el matrimonio tlene sus cosas Interesantes. Si no fuera porque los maridos son unos suclas! Ustedes no pueden Imaginarlo. . Se acostaba temprano, despuesito de la comida, y echabu un suefilto de cuatro o sels horas, para le. - vantarse a media noche o en las primeras horas ma- tinales, Prendia la lumbre, se ponfa su bata de no- che y, como quien trata de despertar u una per: ‘sona, la emprendia a empellones con una grande almoha- da que ponia a lo largo del Iecho, —Levantate, dormilén! No oyes que llora el ni- fio? Desconsiderado! Trasnochador! No ves que esté enfermo tu muchacho? Y sacudfa de nuevo e! almo- hadén y segula cascarrablando. —Todos vosotros sols unos badulaques! Abandonaba entonces el almohadén-y tomaba ahora entre los brazos una almohada pequefilta que yacia al otro lado, Abrfa el armarlo, sacaba unos pafalitos, Ilaba la almohadita como a un nene y ta acunaba contra su pecho, Se ponfa luego a arrullaria y 8 pascarila por la alcoba. —Arrurrt, arrurru. . Pero seraé que tlenes hambre, mi pobrecito! Y, senténdose en una silla, dulceimente, mater- 82 ——_—— - LA SOLTERONA halmente, se ponfa a darle el pecho virgineo al Ina- nlmado envoltorlo. Nuevainente lo poscaba, disparatando; y a ve- ‘ees Namoba u Marta o que le trajera el blber6n. La + pobrecilla se levantaba, y con la mayor naturalidad del mundo, le pasaba una botella con leche y con “wn chupén en el extrdmo, Hasty que, ya por ta mafianita, la rendla el can- sanclo, y se ucostaba, o amanecla dormida en un aijl6n, Ju cabeza, doblada, sosteniendo en los brazos al hijo ilusorlo de sus entrafias, As{ lo vieron envejecer en el pueblo, sin que le cuplera un millgramo mas de ternura en el arruga- * do corazén. Cudntos tlernos Idillos no fantaseé aquella ima-, ginacién enfermiza de puro amor! Cudntos besos no dleron en el vacio de la mente aquellos lablos inma- culados! Y aquel cuerpo de nécar, rozado solamente “ por la caricia del vestido, cudntas noches no ardié interiormente en una hoguera amorosa que to fue secando por dentro, hasta dejarlo marchito como una pasal Cuando Marfa Luisa mur'léd, ya viejecita, la vis- tleron de blanco, y en su blanco ataud qued6é con la apariencia de una nifia dormida. Todo el pueblo 83 }, ARIAS SUAREZ ——————_——_-—— e asistid a su entierro, porque todos lu amaban. Y cuando la bajaban al agujero definitivo, una enlu- tada mujer, sumina y fiel como un perro, sostenfa al ple del hoyo un inmenso manojo de azucenas. Echa- ban los hombres las paletadas de tierra, y ella iba vertiendo lagrimas y arrojando azucenas. Y atin des- pués de rellena la sepultura, Marta segufa vertiendo’ ‘lagrimas y regando azucenas. EL VIEJO ISIDRO . “Quelq’un a trouble la fete”... Cuando estuvo ya viejo, el fuerte brazo ahora IndUl, turbla la vista y anqullosadas las coyunturas, .no quiso trabajar mas y se cruz6é de brazos, como esos mollnos que suspenden en el aire las aspas “‘euando se sostegan los vientos. Llamé a su unico hijo, compafiero de los ulti- mos aiios, y le entregé la hacienda. Contaron los ani- ‘males, unas doscientas cabezas de ganado vacuno, treinta mulas, doce caballos, los cerdos y las aves de ‘corral. Le entregé la escritura y se fue a mostrarle @ su hijo los linderos de la heredad. ' —Desde ahora, le dijo -queda todo en tus ma- nos, y es tuyo, aunque es claro que siempre ha sido tuyo, La finca no tiene pleitos ni se debe un centa- yo; y si no es mucho, al menos tienes lo suficiente para que te cases, erfes y eduques los hijos que Dios te dé. Yo no trabajo mds. —— 85 ¥, ARIAS BUARBZ ———-—~--—-—-~—.-—---. oe Y no volvié # mover uno paja. Ya era tiempo, en verdad, porquo sclenta afios en esos brefins no so viven impunemente, Los mlusmas de Jas tlerras eria- zas, la uncinaria y c! paludisma fucron mordiendo Jentamente cn aquellas carnes, minando poco a po- co aquella fortaleza humuna que parecfa Inconmo- , vible, Estaba ya rcwmatico, lo atormentaban log re. fiones y ye Je hinchaban las plernas de vez en cuan- ‘ do. Por eso entregé las armas. : Felipe era digno heredero de don Isidro. En aus! manos la hacienda sigulé 1o mismo que antes y pros- peraba todavia bajo su diligente direccién. Se la-vela culdadila, verdes los prados y verdeoscuros los plan- tios, y Jos ganados con sus pleles lustyosas, los cuer-~ nos I{mpidos, exhalaban cumo frescura y traslucian. un bicnestar apacible cn la bondadosga mirada de sus ojazos. ' Felipe terminé las nuevas obras, el trapiche hi,,, drAulico, las alambradas de “Los Portillos’, y acabé de Instalar el arlete, de manera que ahora el agua se_ desparramaba por el patio desde un altisimo surtidor y corrla abundosamente por las acequias de los BO. treros. Cuando el viejo pudo ver que en las manos de Bu retofo prosperaban las cosas, —Ahora debes casarte -le dijo una nochectita, 86 ——_—_ “Y OC ENN TOS cuando sentudos cn las butacas del corredor, veian nacer en el horlzonte las primeras estrelias. —Debes casarte -continué-. Has cumplido los ‘trelnta y uno, y ahora te pido un nieto. En el pueblo hay muchachas muy buenas, y hasta bonitas, Las Uribe, las Vélez,... Cualquiera de ellas te “arranca” ‘la mano a! Je propones. ' Felipe no habfa pensado nunca en tal cosa. Muerta su madre, parecid como sti ese extinto carifio se lo hublera traspasado al anciano y no cupiera en au pecho otra ternura. Pero se puso a meditar esa noche y de pronto se vi6 solo en el] mundo. Su padre estaba ya muy viejo, y tenfa que sentirse muy mal para haberse cruzado asi de brazos. S! se le murie- ra.... Deb{a casarse. Era el consejo paternal, y su padre nunca le habla dado en balde ningun consejo. Paseé con la mente por todos los hogares del pue- blo,.y todas las muchachas Je sonrelan. Las Vélez, las Uribe, ¥Y tamblén las Alvarez. Porque Julita era - verdaderamente adorable. Tendria un hijo, y serla fellz e) dla que pudiera entregdrselo al viejo, como un encargo. “Aqui esté, pues, el nieto, papa”. Pero, como siempre, sucedié lo imprevisto. Ni Jas Vélez, ni las Uribe, nl las Alvarez despertaron el dormido corazén de Felipe. Con todas anduvo en fiestas, con cada una de ellas hablé de amores en bailes y visitas, pero las siguié mirando como siem- 87 g, ARIAS SUAREZ -———_ pre, como a buenas amigas y’excelentes fuluras ma. dres para quien tuviera la sucrte de cusarse con elias, Porque, francamente, casarse uno asi.... Y¥ espero, Esperé como si se le hubiera - anunclado que del pueblo vecino vendria muy pronto a pasar por esa calle y a instalarse en el pueblo la familia Zapata, Felipe los vié Negar, y subitamente quedé prendado de la mediana. Porque eran tres las amables hijas del carpintero Leovigildo Zapata. Bonita y muy bonita era en verdad Leonor. Al- ta y cimbreha, morena clara, esa tez de nuestros trépicos que formaba contraste con unos ojos azul palido de borraja. Pelo negro y ondeado, boca gran- de y carnosa y mucha gracia regada por todo el cuer- - po. Muy bonita Leonor, pero muy avispada y amiga de lucir su hermosura. Demasiado vibrante, excesivo fuego en los ojos, sobra de ademanes y mucho “élan”, palabra insustituible que pudiera traducirse por mu- cho “arranque”. Los amores prendieron pronto en los novios e hicleron llama como fuego en e] pajonal. Y como to- do el mundo lo supo, Ilegaron los rumores a ofdos de don Isidro. Arrugé el viejo la frente, y esa misma noche, con voz que el viejo trataba de hacer serena, pero muy temblorosa, le hablé a Felipe de sus amo- Tes, oponiéndose francamente, por razones que.... no habia para qué las supiera el hijo. 838 —____ —--—-—- OUENTOS A su turno Felipe ‘arrugo la frente, pero no des- pego los lablos. Se fue a acostar muy mohino, y nun- ca mas hablaron los dos hombres de aquel enojoso asunto. Hasta que otra noche Felipe hincé la rodilla an- te su padre, incliné la cabeza y le fue diciendo: 1 —Me caso mafiana, padre, contra tu voluntad. Pe1od vengo a pedirte la bendicién. Tras un breve momento de silenciosa turbacién, temblorosamente, como si alzara un peso de muchos kilos, levanté el viejo su brazo y lo bendijo, diciendo: —Hagase la voluntad del Sefior. Yo te bendigo en el nombre del Padre,... Se le ahogé la voz, por- que termind musitando apenas los dos ultimos nom- bres de la Santisima Trinidad. oe Se casaron, El matrimonio fue muy rumboso. Quemaron pédlvora, tocé la banda, y el populacho se emborraché a costa de Felipe. Habia comprado casa en e] pueblo, que amueblé lujosamente con es- pejos grandes, muebles de mimbre y un espeso ta- pete para la sala, Vajilla de porcelana, cortinas.... Jamas se habia visto en el pueblo tamafo lujo. Tam- blén era cierto que los ganados menguaron mucho, que ya no quedaban sino diez mulas y casi no se oia ——— 89 b, ARIAS SUAREZ la piara bulliciosa que rondaba el corral. Habia yen- dido los bueyes y todos los novillos de ceba de “Los . Portillos”. Habia molido toda la cafia disponble en. los cortes. Habia Gesprovisto las trojes. Al darse cuenta de esto, pensaba el viejo: “Ver- daderamente casarse uno hoy en dia, cuesta media fortuna. Pobre hijo!” La luna de miel la pasaron, naturalmente, en Ja finca. Don Isidro no volvié entonces a salir de su cuarto en donde se hacia llevar los alimentos, pre- textando su reumatismo. Todas las mafianas, sin embargo, iba el hijo a darle los buenos dias, y a ve- ces la nuera, muy envuelta en batas floreadas, muy perfumada y zalamera. Y a don Isidro se le revolvia la bilis cuando Ja nuera se le acercaba preguntdndo- | le muy mimosa: 3 —Cémo amanccliste, viejito? Viejito lindol Y lo abrazaba y lo besaba. Y al viejo le entraba ung re- pugnancia tan grande, que a no ser su nuera, la sa- cara del cuarto a puntapiés. "Ya viene, ya viene a besarme” -pensaba al ofrla por la mafiana revolotean-, do en el corredor-. Y le daban ganas de hundirse ba- Jo el tablado. Pasados los primeros albores de la luna de miel, cuando ya no ofa el viejo tan a menudo que le be- saban a su hijo, las cosas se fueron empeorando, aunque parecieron mejorar. Felipe se fue a vivir al 90 ——_-___ CcUENTOS pueblo, y el viejo se obstiné en no seguirlo. Continua- tla en la finca, como slempre. ¥ allf se estuvo. Pero entonces en lugar de la pareja de enamorados, la ca- sa de la hacienda se poblé de otras gentes, otras gen- tes extrafias que no tenfan nada de comun con el viejo Isidro: los padres, los hermanos y toda la lar- guisima parentela y los amigos de la mujer de su hijo. Llegaban como a su casa, apenas saludaban al viejo y se posesionaban entonces de la hereclad. Ha- blaban en voz alta, gritando a veces y corcoveando como potrancas. Todo lo examinaban y comentaban, hacfan crujir los muebles, se subian al techo, organi- zaban bailes y juegos de manos, quebraban platos.... Y también se comian cuanto encontraban. No deja- ron una sola gallina ni una sola fruta u hortaliza del huerto, ni una flor del jardin. La vieja, el viejo, las dos muchachas y cinco hermanos menores, sueltos en aquel paraiso!... Los muertos de hambrel Cada vez que aparecian, cuando don Isidro los sentia gritar desde el alto que dominaba aquel cami- no, el viejo se ponia a temblar de rabia y de congoja. Como cuando, en otros tiempos, e] horizonte se iba cubriendo de una capa plomiza que se avecinaba a Jos plantfios con rumores de muerte: como cuando venta la langosta. Los cerdos del chiquero fueron sacrificados. Desaparecieron los pavos y los capones, y no qued6é 91 E. ARIAS SUAREZ ni quién anunciara la manfanita, porque hasta el « gallo “Orpington” silencio para siempre su alarido en las avidas manos de los parientes de su nuera. ‘Los caballos de silla -de piel lustrosa y ancas co. mo una mesa- fueron servidos asiduamente, y ya se les dibujaban los esqueletos a través de la piel. Lo mismo la mula “Parda” y “El Marfil”, el noble ca- ballo viejo que don Isidro cuidaba como a otro hi- jo, sin montarlo ya nunca, porque lo habia jubilado, respetando su ancianidad. En cada viaje de la familia partian con ella pa- ra el pueblo cargamentos de yuca, de frisoles-y maiz. Lbs racimos de platanos, repollos, coles y cuanto producia aquel huerto feliz que el viejo labrd con sus propias manos. El cuarto de los aperos se fue despo- blando entonces, andaban por el pueblo las sillas de’ montar con sus respectivos aparejos, frenos, encau- . chados, gualdrapas. Hasta las cobijas del cuarto de; Felipe y una Virgen del Socorro que el viejo adoraba como reliquia, regalo tempranero de su esposa di- funta. ‘ La hacienda toda empezé a desmedrar. Crecla la maleza en e) prado, se mustiaban los 4rboles, el ganado que iba quedando era el peor, y ahora se le veia deambulando a la diabla, mugidor y tristén. La casa desencalada, feos los patios, remontadas las se- menteras. 92 E. ARIAS SUAREZ Felipe habia cambiado también mucho. No se quitaba los zapatos durante el poco tiempo que se estaba en la finca. No se metia nunca “al barro” co- mo en tiempo mejores, y descuidaba la peonada, que ahora jugaba al tute en el corte a escondidas del amo. Ahora vivia Felipe hecho un “cachaco”, con leontina y reloj, una vistosa corbata anudada como cuerda de horca y vestidos de pafio. Jugaba al poker, bebia whisky y fumaba cigarrillos americanos. A su mujer la envolvia en sedas y bambalinas, y a6lo tenia entendimiento para atender a sus capri- chos, pasearla por todas partes y lucirla en los pue- blos circunvecinos, como el errabundo gitano mues- tra su osito danzador. Le puso anillos y collares, le .Bené los armarios de cachivaches. Y esta holganza, estos lujos se rebosaban en el hogar y refluian como aguas perdidas en casa de los suegros. Las cufnadas se vistieron también mejor, la suegra compré una radio. Los cufaditos se pusieron vestidos “propios”, y el suegro tuvo sombrero nuevo y vestidos de pano. *Ademas de que ya no bebia aguardiente sino buen “whisky and soda”. —Ahora viven como los ricos -pensaba el viejo. _ ¥ recordaba los tiempos ya remotos cuando mientras él derribaba la montafia, echando la gota gorda, Leovigildo Zapata rondaba nocturnamente por las mejoras, ejerciendo el odioso oficio de cuatre- 93 E, ARIAS SUAREZ ro. Al mismo viejo le habla robado una mula, la t- nica mula que entonces posefn. Hab{a pagado cércel en varios pueblos, hasta que don Benito le ensefié la carpinterla. Se caso entonces con Rita, pero sigulé siendo tramposo, jugador y borracho. Y quién era Rita? Una basural La Namaban entonces “La Cora- lito”, y era el encanto de los colonos, madre florida cuando se cas6é con Leovigildo. Nada le decia al hijo, sin embargo. Nada le re- , proché en mucho tlempo, para no hacerlo sufrir, Hasta que, pensando que atn debia darle consejo, una tardecita se atrevid a Insinuarle timidamente: —Oye, muchacho: Ja hacienda no marcha bien. Esté muy remontada y queda poco ganado. Me pa- rece que tu “familia” te esté Mevando a la ruina, y debes.... No pudo conclufr su consejo porque Felipe se Incomodé, demudado el semblante. . —No me digas mas, padre. Ya habia notado yo’ que te duele mucho que mantenga a Leonor. Pero ah{ esta Ja finca y puedes seguir con ella, que yo me largo!- DiJo incorporandose y entréndose a su alcoba, con un aire altanero. El viejo no volvié a hablar m&s de estas cosas, Y un sdbado por la tarde, mientras Fellpe y Leo- nor andaban por el pueblo, la “familia” hizo irrup- cién en la finca, desplegada en guerritla. Los suegros, 94 OoOUENTOS lay dos muchachas, los hermanitos, los novios de las muchachas y sus hermunas. Iban a pasar alli la no- che, el domingo y el lunes, haciendo el “puente’’. Iban a divertlrse de lo lindo. Las mujeres arrancaron las Ultimas legumbres y gulllotinaron el ultlmo pa- vo tlerno y los pollos postreros. Y los hombres car- gaban plétanos, yucas y maiz tlerno, frisoles y arra- cachas. Le echaron el ugua a la “Pelton” y se pu- aleron @ sacar guarapo en el trapiche. Metido en su alcoba como un topo, el viejo es- cuchaba la ensordecedora algarabla de presos sueltos ‘que encendfa la “familia” preparando la comilona, Y como la taza que se ha ido llenando gota a gota ‘al fin se colma, Ja célera reprimida del vieJo se des- bord6é al fin‘en un torrente. Sacéd el “Smith & Wesson” que yacfa bajo el colchén, se paré firme en sus pies y salié al patio, seguro el paso, dectdido el ademén, brilladores los ojos, como un demonio. —Afuera! Fuéra de aquf, canallal Lejos de mi casa, ladrones! -vociferd. Hubo gran desconcierto. Como por encanto cesd el bullicto, y todos miraban a don Isldro, estupefactos los hombres, acurrucadas y temblorosas las mujeres. El vieJo Leovigildo reaccioné, sin embargo, y sacan- do un cuchillo fue a enfrentarsele a don Isidro. —Qué es lo que dice este viejo? La tierra es de Felipe, y de aqui no nos sacal vo. w ———_ 95 EB. ARIAS SUARKZ Tendié don Isidro su revdélver y disparé. Con un mechon de pelo In bala le arrebaté el sombrero a don Lco y se oy6 un grito colectivo. . —Solté el cuchillo, ladrén de mulas, porque al otro te mato! A la una, a las dos!. Aterrado y desfallecido dc caer el arma don Leo mientras iba relrocediendo, La recoglé don Isi- dro y siguié exclamando: —Afueral Afuera todos! Afuera, infelices muer- tosdehambre, que esto es mio y ahora mando yo aqui! Largo de mi casu e! cuatrero y la ‘Coralito” con ‘sus hijos bastardos! Afuera todos! Pero pronto! Y Lronaba su voz eléctrica y se movia nerviosamente, 4gil como an muchacho. El cafién de su revdlver ye tendia a todos los pechos, en todas las frentes se- quedaban prendidos sus ojos fulgurantes. Mohinamente, como lebreles azotados, fue des- | filando al pueblo la "familla”. Y don Isidro 3os vefa ajejarse, alto y erguido y cejijunto como un dios” vengador. Cuando estuvo ya solo, se dirigié6 a su alcoba,’ escribid en un papel que metid en un sobre, llamé a la sirvienta y Je ordend que se fuera al pueblo en seguida y le Nevara eso a Felipe. Tomé el papel 1a sitvienta y se marché. Y entonces el viejo se fue a’ la cuadra, trajo manojos de forraje reseco, los empa- po de petrdleo y los distribuyé por los rincones de la 96 ————. Pas OUENTONS # ‘casa. Amontoné luego lefia menuda al rededor de los manojos y lcs metié candela. Se dirtgié a su cuar- to, cerr6é por dentro con Haye, eché afuera la llave por la rendija del quiclo.... Luego se oyé en el cuar- to una sorda detonacién. Al poco tlempo Felipe regresaba del pueblo, a- visado por el mensaje de ta sirvienta. Y se quedé inmévil en cl “alto” contemplando el sinlestro. La casa de la hacienda ardfa como una brasa que ilu- minaba los potreros y la boca de! monte, constelando de centellas fugaces los primeros vellones de la no- che. Mugfan lastimeras las vacas y trotaban los po- tros, volviendo los cuellos de vez en cuando para con- templar el resplandor. ’. Ahora empezaban de veras a volyerse “cenizas’” “Jos deapojos humanos de don Isidro. . CAMINO DEL QUINDIO Atravesdbamos la cordillera, Por aquellos cami- nos del Quindio, no hace mucho, har4-unos quince afios, se viajaba dificilmente. Yo !ba solo, pero al ascender a la cuspide, alcancé a un viejo que arreaba su mula. Iba con el lodo hasta las rodillas. Ei ani- mal subla penosamente, bafiado en un sudor mor- tal que le corrfa por los ijares. Cuando el hombre sintiéd los pasos de mi cabal- gadura, se detuvo, Naturalmente, la mula lo tmité, y ambos me miraron. La cara de aquella mula era la mascara de la agonfa; la figura del hombre, era exactamente igual a la de un pajarraco. Me dié pesar de aquellos dos desgraclados. y qui- ee hacerl2s compafiia. —A dénde va? -preguntéle al hombre. Crei que me tba a responder la mula, porque en ese momento abrié la boca para bostezar largamente. Pero fue el hombre quien respondié: . —— * . &, ARIAS SUAREZ —-—————___- --—_-... — —Voy para la capital. Pero ya comprende.,., —S{; que a ese paso no llegarA nunca. A esa mula lo que le falta es una libra de panela. —Cémo, panela? —Panela. No sabe usted que las mulas comen panela? Esto les da fuerza, Ademas necesilan del espolin, Yo le presto una espuela.... En la primera venta le dimos Ja panela, El hi- brido devoré cinco libras, y se le iluminaron los ojos, que yacian perdidos entre las cuencas. El viejo se calz6 la espuela, monté y partimos. Quedé maravi- Nado de los pasos de su an{mal. Andabamos costeando la sierra, por ese palsaje soberbio, erlzado de ciispides y cribado de precipicios, Desde la altura divisAbamos al frente el cono inma- culado del “Tolima”, y ao la Izquierda, numeroyas colinas salplcadas de nieve; los nevados del ‘“Ruiz”,: "El Cisne” y “Santa Isabel”. La luz de Ja mafiana era de un grato color violeta, y el violeta y el rosado y el blanco se descomponian sobre Jas nicves en ine- fables combinaciones. Por las cuestas y por las saba- nas, pasaba e] soplo del aquilén, y por todo el pal- saje, el alma sonadora de Ja montana. Descendlamos, El camino era un postivo desflla- dero, tallado a veces en la viva roca, al borde de los abismos, y tan estrecho, que apenas cabian los re- mos de un solo animal. Volver Ja vista hacia abajo, 100 SO OoUENTOS era sentir el vértigo. Al frente, slempre al frente, la slerra, porque aquello es un laberinto; al fondo, en la profundidad, el rfo, cuyos rumores de caverna ape- nas llegan hasta el camino, Se mira el agua tumul- tuosa y violenta, toda hervidora espuma de tanto despedazurse contra las pefias. En las orlllas, por la _pendiente, vegetacioncs raqui{ticas; grupos de palme- yas a trechos, y Arboles agoblados de pardsitas y melenas. Mi compajfiero casi no hablaba, y yo iba pensan- do en que un hombre que no se emociona ante el paisaje de la cordillera, no merece que se le preste un espolin. Pero quise hacerlo hablar, porque mlen- tras las frases van y vienen, desaparecen las distan- clas. Saqué, pues, una botella y preguntéle: —Oige, amigo: Quiere un trago? —Trago de qué, dice? —Puesi de aguardiente. Bebié sin vacilaclones y empezé a hablar. Me dijo que era doctor en letras, y que hacia rato ve- nia obscrvando el patsaje y tratando de establecer una analogia entre clerta escuela literarla que pen- suba fundar y el aspecto agresivo de la montafia. Dijo que pensaba crear Imagenes como una cuspide, del mismo contorno y de idéntica rotundidad; que del aspecto de las montafias con sus paramos y abis- "mos, hablan salido los genios de Alejandro el Gran- 101 kB. ARIAB SUAREZ ——~—.-.—_.___..-. de y de Victor Hugo, y que todas las porlentosus ac- tividades de los distintos superhombres, eran hijas de la contemplacién de la montafia. Y lermind: —Sdlo la montana es grande sobre la tierra. Y si usted no quiere ser humilde otero, debe pensar y debe obrar con relaci6n a una montafa. Sdlo asi puede llegar usted a ser el “Tolima” o el “Chimbo- razo”, Aunque serfa mejor que fuera el “Himalaya”, No le provoca? —Me provoca muchisimo. Imaginese.... Quie- ye olro trago? Era el ultimo, y lo bebimos al borde de un des- peniadero. Yo arrojé la botella que se fue dando bo- tes, hasta que la perdimos de vista, Mi compafiero hizo esta meditacién acerca de la botella: -~-Tengo la sensacién de la muerte de esa bote- lla. Todo lo que se desvanece para siempre, es como sl hublera muerto. Siente uno como pesar de lo que vlé y ya no ve. Ese humilde vidrio, qué importancla ulene? Y, sin embargo, yo estoy pensando en su suer- te. Caerfa al rio? Se romperfa en el camino? Y si un hombre cayera como cayé la botella, caerfa al rio? Se romperfa en e) camino? —Por qué no hace el ensayo? Reflexiond un instante y murmuré: —Realmente valdria !a pena. Serfa conocer a fondo lo que es un ablsmo. 102 OUENTOS —Yo creo que usted deblera urrojarse por este desfiladero. Scria una idea grandiosa, como una montafia. Ademas, la sensacién de la cafda es tam- }blén una emoclén estética. —No lo nilego, pero le confleso que el Instinto de conservaci6n. . —No sea ridiculol Usted eg un hombre superior. Plense que por el camino pudleran ocurrirsele ideas. -extraordinarias, Puede que no se matara sino al caer, y no serla extrafio que usted me traspasara su ‘pensamlento, Tirese, y le prometo escribir algo muy interesante. ‘—No, no me atrevo. Me horrorizo al pensar en mi crineo despedazado. —Usted es un cobarde, y me estA dando ldstimal Bi le da miedo, clerre los ojos y yo lo empujaré. Es co- ga de un minuto.... Alguin absurdo pensamiento lo asalt6, porque + me dijo con aire de sospecha: —No crea gue yo soy rico.,.. No ltevo un cen- tavo encima.... —No importa. Yo le prestaré cincuenta pesos st se resuelve. Pero ya; de una vez, que me desesperal Qué hubo? ’ Retrocedié espantado, monté con premura y pi- ed adelante, volviendo de vez en cuando la cabeza. :-¥ no me dirigié la palabra, hasta que, ya anocheci- do, llegamos a la posada. 103 ly. ARIAS SUAREZ -- - oem Comimos lo que habia: un pedazo de carne du- ra y un huevo blundo. Y nos fulmoy a acostar. La huéspeda ‘nos dié por alcoba un cuartito como de ‘cuatro varas, con una puerta al camino. Era ec) mobi- diario, dos catres de lona, una mesita con un vaso de agua, la palmatoria y un machete. El machete de- coraba discretamente uno de los rincones. ‘ Antes ge acostarse, el viejo sacéd su plpa, que era una cuadrada chimenea con una tripa de caucho de una vara. La encendid, la puso en la mesa, junto al ‘vaso; se acostd, cerré los ojos y se puso & fumar co- mo un turco, Aunque no eran las ocho, yo también me habla acostado, y a pesar del cansancio, no me dormia,. habituado desde hacia mucho a dormirme o la ma- drugada, Oia los confusos rumores de la montafia,y uno que otro pedazo de la cancién del rio, y, de vez: en cuando, el relincho salvaje de una yegua. Yo sa- ¢ bla que era una yegua salvaje, que olfateaba la no- che y expresaba sus inquietudes en la ternura del re-* lincho. Yo vefa la yegua en la noche, tendido el pes- cuezo y humeantes las narlces. En los ojos, en Jos inmensos ojazos de la yegua, habia un pensamiento, Qué pensamiento? Yo veia que, lejos, habia un tl- gre agazapado.... Pero no, no era un tigre: era un- caballo semental. 104 COU EE NTOS El viejo seguia fumando y yo estaba inmévil, como dormido. Observé que la pleza se llenaba de humo, y tuve una ocurrencia: me incorporé suave- mente, cogi el vaso y llené de agua la pipa. Y me volvi a acostar silenclosamente. Con un ojo yo ob- ser'vaba al viejo, Sigulé fumando aunque ya no sa- Mera humo. Pero al cabo se incorporé con sorpresa y escupiéd. Fue a observar la plpa, queddndose per- plejo. Mucho rato se estuvo pensativo, y a veces mo- jaba el dedo en el agua de la pipa, a fin de cerclorar- se mejor. Por fin se dirlgié a mi lecho y me llamé. No lo of. Entonces me sacudié suavemente, pronun- clando mi apellido. Yo desperté y me froté los ojos. * Pero, qué se le ocurre? —Mi pipa esté lena de agua, Fijese. —Nb puede ser, —S{; es agua. Y yo no me lo explico. Natural- mente, no seria usted.... : —No; si yo estaba dormido.... —Pues yo tampoco fuf. —Eso fue que usted se equivocd, y por echarle el tabaco, la llendé de agua. —No. Si yo fumé un rato.... Yo me acuerdo. Es bien extrafio, porque no estamos sino los dos. —Usted qué sabe? Cuando yo cra fumador, un genieciilo se entretenfa con mi pipa, Una vez me la escondié entre.una pantufla, y Jamas llegué a encon- 105 E. ARIAS SUAREZ ————————_________, trarla como Ia dejaba. O estaba Iimpia, o estaba su- cia; st estaba limpla, cra porque la habla dejado con la ceniza, y a la inversa. Con decirle que una vez me la sublé al zarzo.... —Qué horror! —Y otra vez le cambié la tripa por una cabuya, —Eso es ya un abuso, —Si le contara, no acabarfa, Basta decirle que ‘me hizo dejar el viclo. Una vez la encontré llena de veneno. Afortunadamente lo reconog{ por el olor. Me hubiera envenenado. O tal vez no seria veneno, sino algo peor: algun filtro abominable que me hublera enloquecido. —Qué idea més absurdal —Pero tranquillcese y duérmase que ya es muy tarde. Me obedicié como un nifio. Limpidé la pipa y la guard6; se estiré en el catre, apagé la vela y se puso a roncar inmedlatamente. Lo llamé: —Acuéstese mejor, amigo. Esté usted’ roncando, Se movid, se estuvo silencioso un momento, y otra vez se echo a roncar siniestramente. Me acordé entonces de que el silbido es un excelente remedio, y me puse a silbarlo: Fill, fifl..., Despert6 asustadi- simo y me pregunté: —Eslaba usted silbando? No es clerto que era usted? 106 — oC OCU EE NTOS s * —Sf; era yo. Silbaba a ver si deja de roncar. —Ah...| Y se acost6é en seguidea a roncar como antes. Nuevos sllbidos en la noche profunda. Al olrics suspendia un momento, para reanudar més impetuo- samente. Resolvi dejarlo tranquilo a ver gi se fatiga- ba. Pero al sentirme despierto en tan ilimitada sole- dad, quise dormirme cuanto antes. Estaba ya nervio- ao y los menores ruidos me estremecian. Pasé mas de una hora, y el viejo no daba sefiales de allencto. Hasta que no pude més: me incorporé, prendi la ve- la, cog! el machete, desperté al viejo y le dije: ~ —Fijese en este machete. Porque si vuelve a ron- car,,Jo asesino Implacablemente. Sentése en e) catre, sin comprender. —rPero, por qué me va a asesinar? Lo voy a asesinar si continua roncando. Aun ,¢3 tempo de que salve la vida. : Quedamos en silencio. Al fin el viejo exclamdé ‘como para si sdélo: —Es la primera vez que viajo con un bandido. —Y yo, con un pajarraco. —Dijo pajarraco? —SI; pajarraco. No ha observado su figura de * pajarraco? , —No se me habia ocurrido. Qué clase de pa- . jarraco? —E) pingitino. Con sus alas rudimentarias y su ‘a desgraciada, figur 8 107 E. ARIAS SUAREZ De pronto se volvlé a acostar, y resuellamente , me dijo: —Yo me voy a dormir, Mateme sl le da la gana, Yo yo estoy muy viejo. —Pero es que no ha reflexionado en que este ma- chete no tlene filo?; que el machete es mds viejo quo usted? Serfa horrible matarlo con este hlerro, Por- que serlan necesarios diez, velnte, clncuenta macheta- zos, Un cuerpo que se retuerce y que no muere; un rosal de heridas, y la vida que se prende al cucrpo despedazado.... Y¥ slempre esta lucha terrible de herir interminablemente con un machete que no corta.... No se duerma, yo le suplico, no se duerma, o duérmase silenciosamente, porque yo me voy a en- loquecer! Se senté suavemente. Puso los codos en las ro- dillas y la cabeza entre las manos, y se puso como a: suspirar: —Es una desgracia! Por qué no me maté antes’ de despertarme? Se lo hubiera agradecido, Hace mas de cincucnta afios estoy roncando y ya nunca de- jaré este viclo; y cuando fortultamente quedo en si-: lencio, me espanta ese silenclo y no puedo dormir, Me acostumbré a esta musica desagradable. Y yo recuerdo que cuando joven, mis padres se esforzaron, por quitarme esta mala costumbre. Inutilmente. Cuéntos afios hace ya esto? Mis padres estan ya 108 OoUEMNTOS muerloy y yo aun voy por Ja vida, roncando, ron- cando siempre, Yo soy muy desgraciado!t Y esta no- che, después de doce leguas do espantoso camino, yo pensaba dormir; dormirme para siempre en esta alerra; morir. Sélo los muertos duermen en absoluto reposo.... Mateme, se lo ruego. Yo me qulero morir! Y se puso a sollozar. Hasta dénde me hirlé aquel llanto? Mas alla de mi alma. Entonces comprendi que sesenta afios pue- den pasar por el corazén de un nifio, como pasa un perfume. Abri la puerta, tiré el machete a su rincén y le dije, dulcemente, al anciano: ',—Perdéneme compafiero y duerma usted tran- quilp. He querldo jugar con el rid{culo, arma de dos ‘ilos y el herido soy yo.. i Abandoné la alcoba y sali al camino que la Roche campesina espolvoreaba de polvillo radlante . de nebulosas, Después me fui al corredor de la posada, recli- nandome en el tablado. Y me quedé mirando hacia el camino por donde ahora me parecia que pasaban espectros. Y no habla transcurrido una hora, guan- do pasé uno de carne y hueso: era el doctor en le- --tras que se marchaba furtivamente en su mula, ol- viddndose desde luego de devolverme el espolin.... 100 EL GALLINERO Mis tres sobrinos -Fanny, Fabio y Alberto, el ma- yor de ocho afios- son encantadores. ¥ como vivo en casa de ml hermana, yo quiero mucho a mis sobri- nos, y ellos me quieren tamb!én mucho. Cuando cae la hoche, rara vez nos levantamos de la mesa sin que| yo les cuente un cuento. Pero como el reper- torlo que me ensefiaron mis mayores, hace mucho ge me agotd, para sally del apuro me veo en el caso de improvisar los cuentos, a medida que les voy hablando. Si mi relato es despejado, y hablo sin va- ellaclones, ellos me escuchan con atenclon; mas si, por el contrario, tengo pereza o la fantasia no mé socorre oportunamente, se incomodan y protes- tan creyéndose defraudados, y dicen que ml cuenta no es verdad y que es que yo estoy “Inventando”.... ’ noche, precisamente, les refer{ esta tonteria: —Cuando yo estaba chiquito como vosotros, mi madre tenia veinticuatro gallinas. Recuerdo el nume- il XE. ARIAS SUAREZ ————————__~________-___-___ ro exacto porque cila habluaba a menudo de sus “dog docenas”. Dos docenus son velnticuatro; éno es asl? Pero eran veinticlnco, pues habia ademas un Gallo, | cosa muy natural. (Y qué gallo aquel! Grande, : grandisimo, de una gran raza extranjera, amarillo — y con e] dorso y Jas plumas de la cola de un color verde-oscuro de camblantes matices. Coronado de nna enorme cresta, las mejillas blancas y unas gran." des barbas rojas, infundfa respeto cuando, altancra- mente, se paseaba por el corral. Pesaba media arroba y era, en suma, de una gran fuerza y de un: positive valor. En todos los gullineros del pueblo, la fama del . aque] gallo andaba de pico en pico, y algunas cu- riosas gallinas hacian vinje expreso para venir a ad mirar la gallarda figura de aquel rey. Los demég . gallos lo respetaban y temf{an, no sin dejar trasluctr,. a veces una sorda envidia. Pero jamds se atrevieron a cantar de noche, antes que nuestro gallo huble- ra dado su alarido. E] rompfa slempre el concler. to, agitando soberblamente las alas, y lanzando a-. quel toque guerrero que repercutfa largamente en Ja noche profunda del caserfo. A continuacién can- taban los demds gallos, timidamente y un poco a- vergonzados, porque sus voces destempladas proyo- caban Ja risa de Jas gallinas de ml casa. Un dfa vino al pueblo un gallo de una aldea ve- 112 -——=-———- OUENTOSB ena. Y como se las daba de matén y en realidad lo (ema, cuando oyO la nombradia de nuestro gallo, qui- ‘gw ballrse con él, e hizo una grande apuesta, dicien- 440 que entrarfo al corral de nuestro gallo, y saldria (rlunfante, dejando al espantajo hecho una morcilla de nochebuena. Agregé que él no les tenia miedo a los “crlollos”, y que de gentecita como ésa habia poblado los cementerlos de muchisimnos corrales. ct Aunque quicn hablaba asf era clertamente un gallo fino, yo creo que le sobré fanfarronerla; por- que nunca es excesiva Ja discreclén. Lieno, pues, de -ana loca Lemeridad, el gallo fino visité una tarde el harem de nuestro gallo “criollo’. Yo lo vi llegar, amigultos mfos, y vi cuando, encaramdndose al cer- ¢o, canté desafiadoramente, Qué osadial, pensé yo. Aqui va a suceder algo mut grave. El criollo (lJamemos “el criollo” a nues- tro‘gallo), el criollo, digo, al ofr aquel tnsulto, levan- (4 un poco la cabeza y miré con gran desprecio al tamerario visitante. Yo me puse nervioso, esperan- * dg el conflicto. Al fin el gallo fino -un gallilo re- “ gardete, oalvo y con el cuello esquilado-, salt6 al co- sma], canto nuevamente y, arrastrando un ala con .grucha petulancia, se puso a hacerle requiebros a una “tnda pollita que por alli se entretenfa. Esto lo ha- \ da para provocar las iras de su rival. Cuando el * eriallo vid’ lo que estaba haciendo el intruso, temblo 113

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