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IV
Slo quien conozca o pueda imaginarse la
vacuidad de nuestra vida aqu, los efectos de la
atmsfera pesada, caliginosa y consuntiva del
trpico sobre sujetos que ya, cada cual con su
historia a cuestas, habamos llegado al frica un
tanto desequilibrados, comprender el marasmo en
que nos hundi la desaparicin del objeto que por
un ao entero haba prestado inters a nuestra
existencia. Durante ese tiempo, nuestro inters
haba ido creciendo hasta un punto de excitacin
que culminara con el banquete clebre. Pero vino el
banquete, estall la bomba, y luego, nada; al otro
da, nada, silencio. Muchos no pudieron soportarlo,
y comenzaron .a maquinar sandeces. Es cierto que,
al esfumarse, la dichosa pareja nos dejaba agitados
por
dems,
desconcertados,
descentrados,
desnivelados, defraudados, desfalcados. Y as, tras
haber derrochado su dinero, muchos se pusieron a
derrochar ahora caudal de invectivas, y a devanarse
los sesos sobre el paradero de los fugitivos. Pero
discutir conjeturas no da para mucho, y los insultos,
cuanto ms contundentes, antes pierden su efecto si
caen en el vaco. As, al hacerse ya tedioso el tema
de puro repetido, Abarca cerr un da el debate a su
modo, y le puso grosera rbrica repitiendo aquel
gesto memorable con que ella haba rechazado la
noche del banquete su insolencia de borracho.
Bueno, para ella! exclam, furiosamente erguida
la diestra mano.Y ahora seores, a otra cosa. Fue
como una consigna. Salvo alguna que otra
recurrente alusin, ces en nuestro grupo de
mencionarse el asunto.
Mas, no hay duda: a la manera de esos enfermos
que slo abandonan una obsesin para desplegar
otro sntoma sin ninguna relacin aparente, pero
que en el fondo representa su exacta equivalencia,
los muchos disparates que por todas partes
brotaron, como hongos tras la lluvia, eran secuela