Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La novela El Coronel no tiene quien le escriba, escrita en forma lineal, con un lenguaje
sencillo, claro, pero no por ello hermosamente poético, nos narra la historia de un coronel,
que vive con su esposa y quien espera durante quince años una carta. Dueño de un gallo
de pelea heredado de su hijo muerto, ve en el animal una prolongación de la existencia de
su hijo Agustín. La esposa, asmática, lo insta a cada momento a que venda el gallo para
mitigar así las hambres atrasadas. De esta manera transcurren tres meses, tiempo en
que se desarrolla la obra. En este lapso de tiempo se dibuja de manera soslayada una
realidad política y social que agobió al país durante la primera mitad del presente siglo.
Este trabajo acerca de la novela El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García
Márquez, sobre la cual se ha escrito abundantemente, lo sumerge a uno en un mundo de
constante reflexión sobre un camino viable a la hora de abordar esta obra de gran calidad
literaria.
Una primera tentativa de lectura (aparte de realizar una relectura de disfrute) estuvo
emparentada con la búsqueda y análisis de ciertos tópicos, características que matizaron
a los escritores de la revista Mito que de una u otra forma compartieron con otros
escritores de la generación. Quisimos abordar múltiples inquietudes, temáticas, pero se
vislumbraban diversas ramificaciones que exigían un estudio más detenido. De tal forma
que decidimos delimitar el objeto de estudio y así nuestro análisis está atravesado por la
líneas del ensayo La desesperanza de Álvaro Mutis, quien sobre el final nos invita a
reflexionar sobre la obra El Coronel y donde pide incluir al coronel en la larga lista de
desesperanzados.
El coronel, como ciertos inconformes trágicos se halla en conflicto con su mundo, pero las
formas que adopta como posible salida a su estado están condicionadas por el medio y
de ahí que su búsqueda sea vana. Como diría Vargas Llosa 3 “Su conducta está
empapada de idealismo abstracto”. El cree posible lo imposible, tiene fe en la eficacia de
lo ineficaz, afirma con terquedad la existencia de algo que no existe como la justicia, el
respeto por la palabra, el funcionamiento de la administración pública.
Luego de hablar con su abogado el coronel regresa a su casa y escribe una carta con el
ánimo de enviársela a los representantes del gobierno. “Esto se ha debido hacer desde
hace mucho tiempo - dijo la mujer -. Siempre es mejor entenderse directamente”. Nunca
es demasiado tarde - dijo el coronel, pendiente de la gotera -. Puede ser que todo esté
resuelto cuando se cumpla la hipoteca de la casa”. De hecho ya había transcurrido medio
siglo esperando la pensión, pero todavía “tenía esperanza” en una posibilidad remota,
improbable.
Ya en el mismo título de la obra se nota este estado, ratificado más adelante en las
palabras del administrador del correo cuando dice despectivamente que el coronel no
tiene quien le escriba, que llega a un patetismo cuando en compañía del médico el
coronel está nuevamente en el correo. Aquél indaga por correspondencia para el coronel
a lo que éste responde avergonzado: “No esperaba nada - mintió, volvió hacia el médico
una mirada enteramente infantil -. Yo no tengo quién me escriba”.4
Si Gabriel García Márquez considera la soledad como falta de solidaridad, aquí tenemos
un vivo ejemplo. En la cita anterior de la novela se aprecia una soledad propiciada por
razones políticas. También el personaje siente soledad de su hijo muerto y va a la
sastrería donde había trabajado éste porque “era su único refugio desde cuando sus
partidarios fueron muertos o expulsados del pueblo, y él quedó convertido en un hombre
solo”5.
Ya desde comienzos de la novela se precisa que durante cincuenta y seis años el coronel
no había hecho otra cosa que esperar: soledad, tristeza y desencanto acompañan al
coronel, su mujer y su gallo.
Según Mutis, sólo algunas mujeres “por un secreto agudísimo instinto de la especie,
aprenden a proteger y a amar a los desesperanzados”6. Ellas atenúan su soledad;
veamos.
La esposa del coronel siempre está a su lado. Unas veces le estimula, otras veces le
recrimina, aunque esta última tendencia se ve más patente. Ambos se complementan
más allá de la realidad objetiva que los circunda y es así como observamos en uno y otros
rasgos de humor que en otras circunstancias no hubieran tenido la naturaleza que aquí
adquieren.
“Estoy cansada - dijo la mujer - los hombres no se dan cuenta de los problemas de la
casa. Varias veces he puesto a hervir piedras para que los vecinos no sepan que
tenemos muchos días de no poner la olla” (P. 57)
Lo insta a que lo venda le dice que es un pecado quitarse el pan de la boca para dárselo
al animal y remata: “Toda una vida comiendo tierra para que ahora resulte que merezco
menos consideración que un gallo” (p. 82).
5
El coronel, Ibídem (p. 46). En adelante citaremos la página.
6
La desesperanza. Ibídem. P. 265.
“Mal síntoma, - dijo la mujer - Eso quiere decir que ya empiezas a resignarte”. (P. 54)
Aparte del detrimento económico moral, social, político en que ha sumido el gobierno al
coronel, ninguno de sus escasos amigos personales y amigos de su hijo muerto puede
comprender la subjetividad a que se ve enfrentado, su angustia, estado donde la lucidez
toma conciencia de la fatalidad humana.
El día que Germán llevó el gallo a la gallera sin permiso alguno, el coronel fue por el
animal a la gallera, entró. Y en medio de aplausos y gritos salió, sintiéndose aturdido.
Los niños lo siguieron hasta la casa y la gente lo miraba a su paso y para el coronel
“nunca había sido tan largo el camino de su casa”. (p 77). Es más, la esposa del coronel
sale, le recibe y en silencio le acompaña. Ellos eran “dueños” de su tristeza, de su
soledad.
De otro lado, cuando el coronel dice en el correo que la carta debía llegar con seguridad,
el administrador le responde que “lo único que llega con seguridad es la muerte, coronel”.
(p. 53).
Esto lo lleva a una reflexión como en el cuento “del gallo capón”, cuando comenta a su
mujer que piensa en el empleado de quién depende la pensión, cuando dentro de
cincuenta años ellos estén tranquilos bajo tierra mientras el pobre hombre agoniza todos
los viernes esperando su jubilación.
Es este contrapunto, esperanza - desesperanza, el hilo tensor que le dan vida a la obra
hasta el final. Los elementos dramáticos se hallan en la narración misma y más que todo
a través de los diálogos, de la dimensión cognitiva que los actantes tienen de la realidad.
A los casos verbales de su mujer, el coronel responde ingeniosamente con cierto humor
malévolo, con frases epigramáticas cargadas de límpida lucidez, como mecanismo para
burlarse de sí mismo, para hacerle frente a la realidad objetiva que le circunda y que no
hace otra cosa que acrecentar una “espera desesperanzada”. Por eso cuando su mujer le
hace el reclamo que no tienen nada que comer y que está hasta la coronilla de
resignación, el respondió impertérrito que (a propósito de la improbable pelea del gallo)
había de esperar. Que nadie se muere de hambre en tres meses, que si no se ha muerto
de hambre en medio siglo, tiene la certeza absoluta de que será capaz de sobrevivir los
próximos tres meses. Pero la mujer no se arredra y acomete nuevamente, puntualizando
que “la ilusión no se come” y el esgrime la respuesta inmediatamente: “No se come pero
alimenta”. (p. 55).
“Hay que esperar el turno, respondió él. Nuestro numero es el mil ochocientos veintitrés”.
Y su mujer es su desespero, en su mundo de privaciones, le replica: “desde que estamos
esperando ese número ha salido dos veces en la lotería.” (p. 33).
Si se retiraban habrían que someterlos a “un nuevo turno para el escalafón”: “será
cuestión de siglos” dijo el abogado. “No importa. El que espera lo mucho espera lo
poco”, dijo el coronel. (p. 38).
Según Mutis, aparte de ese espacio interior subjetivo del ser, el espacio físico donde
germina la desesperanza es el trópico. Pero no es el trópico en su sentido convencional,
con un paisaje y un clima determinados. Para él el trópico también es
“una experiencia, una vivencia de la que darán testimonio para el resto de nuestra vida no
solamente nuestros sentidos, sino también nuestro sistema de razonamiento y nuestra
relación con el mundo y las gentes”8.
En el espacio “físico” la obra “El coronel” se desarrolla en un pueblo húmedo, con lluvias
interminables y abrasador clima. Octubre, mes de lluvia, incide directamente en el
comportamiento de los personajes”… el coronel experimenta la sensación de que nacían
hongos y lirios venenosos en sus tiempos. Era octubre”. (p. 7).
“Esta madrugada tuvo fiebre - dijo refiriéndose a su marido -. Estuvo como dos horas
diciendo disparates de la guerra civil”. (p. 25).
Durante media hora sintió la lluvia contra las palmas del techo. El pueblo se hundió en el
diluvio”. (p. 40).
“Llovió toda la semana. El dos de noviembre - contra la voluntad del coronel - la mujer
llevó flores a la tumba de Agustín. Volvió del cementerio con una nueva crisis (…) El
médico estuvo a ver a la enferma y salió de la pieza gritando: “ Con un asma como ésa yo
estaría preparado para enterrar a todo el pueblo” (p. 41).
El panorama físico condiciona otro paisaje: el moral. El narrador nos presenta de manera
indirecta, soslayada, el clima de violencia ideológica y moral (realizada por la censura de
8
La esperanza. Ibídem (p. 273).
9
La esperanza. Ibídem (p. 274).
los periódicos y las películas) en que se desarrolla la vida colectiva. Los elementos
reales históricos son solo un trasfondo donde se anteponen individuos con una profunda
naturaleza humana.
Son las circunstancias socio-políticas, las que determinan ese “paisaje moral” como
anota Mutis en su referente al trópico, lo que va a delimitar las figuras pragmáticas,
cognitivas, tímicas de los personajes. Y la desesperanza hace su trabajo