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Augusto Monterroso
Apenas me levanto, todas las maanas voy presuroso hacia mi ventana favorita. Y
es que, a esa hora, puedo nuevamente contemplar al hombre del cual me he enamorado. Lo
veo distante, pero siempre me parece que est ah noms, y que casi puedo tocarlo. A veces
desaparece de mi vista momentneamente, y vuelve a reaparecer cuando los vapores de la
niebla se disipan. El ni me conoce, y yo no me animo a hablarle, a hacerle sentir que existo y
que mi corazn vibra todas las maanas cuando veo su hermosa estampa.
Hace muchos aos que me ocurre esto. Todas los das, todas las maanas lo veo vestirse para
ir a trabajar, mientras detrs suyo su esposa le alcanza una camisa.
Con el tiempo puedo advertir sus cambios, y desde hace poco, tambin, sus incipientes canas
y su atractivo porte de hombre maduro.
Y a pesar de no cansarme de verlo, hoy quise tambin tocarlo. Es ms, quise
besarlo. Cuando tom fuerzas y lo hice, me mir con placer y, mientras senta la frialdad del
espejo del bao en contacto con mis labios, me sent inmensamente feliz.
Pablo Cazau
Miguel Gomes
Arajo
Monterroso