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tiva de Las siete partidas, el teatado jusidico de El fuero seal. Las dos grandes historias, la Estoria de Espana y la General ¢ gran estoria, los tratados dé astronomia, Las tablas alfonsies, y el primer libro occidental sobre el juego arabe del ajedrez. EI proposito de esta extraordinaria obra de li inteligencia medieval era consignar todos los cos nocimientos de la época; el resultado seria und) especie de enciclopedia avant la lettre, Pero el face tor verdaderamente Ilamativo es que el rey de Castilla debié acudir a la inteligencia judia paral realizar la tarea. Y no es menos significativo quel este brain-trust judio haya insistido en que la obra se esctibiese en espafiol y no, como era entonceg la costumbre académica, en latin. Por qué? Pora que el latin era la lengua de la cristiandad. Log judios espafioles querian que el conocimiento se difundiese en la lengua comin a todos los espaioy les, cristianos, judios 0 conversos. De su trabajg en la corte de Alfonso (como del Abrigo de Gogol en el caso de la escritura rusa) habria de salir la facture prosa de Espafia. Dos siglos después de Ala fonso, seguian siendo los judios quienes empleaq ban la lengua vulgar para leer las Escrituras, com mentarlas, escribir filosofia y estudiar astronom{a Puede decirse que los judios fijaron y circularom el uso del espaol en Espaiia. No es sorprendental que este esfuerzo haya culminado en la obra maestra acaballada entre los mundos medievel renacentista de Espaiia: La Celestina. 44 7 Vi La Celestina, en primer lugar, es una descorte- ja. Empleo la palabra en sentido estricto: el libro \c Fernando de Rojas aparece como una decidida falta de respeto al estilo cortés de los escritos que lo preceden 0 que alcanzan su apogeo poco después de la primera publicacion de la Tragico- media de Calisto y Melibea. La hipérbole de la cor- \esia en la Caycel de amor de Diego de San Pedro en el Amadis de Gaula re-elaborado por Mon- lalvan es una autocelebracién crepuscular: la dege- iyeracién se adivina por el exceso de la hipérbole. Nada mas lejano a este estilo que el antihéroe de la Celestina, un caballero no menos ardiente y aristo- cratic que los héroes de las novelas sentimentales de caballeria, pero que, a diferencia de éstos, paga una sordida’alcahueta para poseer a la amante, orrompe a los criados, viola el hogar de Melibea y la posee en secreto, a pocos pasos de la recimara de is honorables padres Una obra tan rica, variada y temeraria como La ‘elestina no nacio de la nada. Pero se corre el riesgo de sofocarla invocando sus obvias influen- cias literarias: podriamos remontarnos a la Biblia, lis comedias de Plauto y Terencio, la intriga sen- timental de Piccolémini y la prefiguracién de la trotaconventos en las obras de los dos Arcipres- tes, el de Hita y el de Talavera. La singularidad e La Celestina es inseparable de la singularidad Je su autor, el Bachiller Fernando de Rojas, un joven estudiante de Salamanca, judio converso y ‘uefio de una biblioteca de orientacién huma- hista, La Celestina, como todos saben, es una obra re- 45 | ticente, elaborada y reelaborada, indecisa entre ef anonimato y la publicidad, apremiada de prevex: tos: es la obra de un hombre en conflicto, de um converso judio producto de su tiempo: la Espaial del edicto de expulsién, y de su lugar: la Salas manca del Renacimiento espaiiol, sede de refles xiones y lecturas nuevas, incapaz por si sola dé ofrecer una alternativa al creciente centralismo dé la corte, pero capaz, por el momento, de dar cas bida a una cultura diversa, polémicamente humay nista, abierta a las influencias renacentistas de la aprehensi6n directa de las cosas y a sus dos mé ximos exponentes: Petratca y Bocaccio. Esta conflictiva riqueza no es ajena a la naturay leza interna de la obra. Es més: la estructura es sul novedad misma. Puede decirse que La Celesting es la primera obra moderna en la cual cobra cuerpo la reflexién interior sobre las acciones humanas, que més tarde, en formas diversas, cule minara en las obras de Cervantes y Shakess peare. La novedad, moralmente azarosa y fugitiva, estéticamente firme, convencida y convincente, de La Celestina, es perceptible en su estructuras Suceden pocas cosas en La Celestina; los hechos 50N escasos; pero una vez acaecidos, o mientras suceden, son objeto de un intenso comentario por parte de los personajes; La Celestina, pot primera vez en una narrativa que, tipicamente, 8 ofrecida como teatro potencial, como verdaderal tragicomedia del arte de narrar, va mas alla de la exposicién del hecho para convertir el hecho efi reflexién, interpretacién, exaltacién, burla y re sumen de si mismo. | EI pensamiento de los protagonistas en torno @ los hechos constituye el centro de La Celestina, Los personajes se comentan, se estudian entre sig se miran de reojo, se guardan las espaldas. Veo a 46 los personajes de La Celestina como un doble oro: cada uno, coro de si mismo y del principio le vida que encarna; y todos, al unisono, coro de lun comentario sobre la debilidad humana, la pa- ion de la vida, y la cinica sabiduria de la ragico- media urbana, Tragedia, porque la sentencia mo- jal, tan abundante en la obra, no celebra un bien fijo, establecido, ortodoxo, sino que indica la fatal jnminencia del fin y la constante ley del cambio. Comedia, porque el mundo de la cortesia y la leza aparece burlado y burlable, si, pero tam- bién porque los propios burladores —Ia vieja C lestina, sus pupilas, los criados- no pueden sal- varse de la burla suprema de la dersota y la muerte. El intenso vaivén de la obra, las idas y venidas, las visitas y las embajadas, las salidas y jos regresos, el aspecto que podriamos Hamar itinerante” de la narracién, adquieren al cabo el significado de una inmovilidad absurda: la muerte EI movimiento tragicémico impuesto por el converso Fernando de Rojas a su obra es un mo- vimiento vano, una dinamica del deseo inttil. Mientras més intenso se vuelve el trabajo del de- se0, mas reiterados sus caminos y mas tenaces sus esfuerzos, mas sdrdidos, sutiles e ingeniosos sus fines, mas risible y desmesurada aparece la pre- uuntuosa fitiga del hombre: todos los personajes le La Celestina, nobles y plebeyos, construyen ac- ivamente el edificio de su propia ruina. El tema del antihéroe como autor de su propia ruina es una constante de la novelistica urbana y fue inventado por el converso espafiol Fernando le Rojas siete afios después de la conquista de Granada que unifica por primera vez a la civitas espafiola, siete aiios después del edicto de expul- ion de los judios que priva a la sociedad hispa nica de sus mas avanzados fermentos de moder. nidad, y siete afios después del descubrimiento de América. Doble movimiento, pues, doble dispersién cen trifuga a partir de la integracién del primer poder centripeto de Espaiia: fuga de los judios hacia log centros comerciales, politicos ¢ intelectuales qué habran de desafiar, con éxito, la pretension espas fiola de hegemonia europea y mundial; y fuga del impemu individualista de Espafia hacia el Nuevo Mundo. Los conquistadores de las Américas viajaq ron con los libros de caballerias, esos “libros de los valientes”, como los llama Leonard, cuyas ha zafias estaban, finalmente, al alcance del espaioll comin y corriente en las islas esmeralda del Caq ribe, en la meseta de polvo y piedra del Anahuagy en las afiebradas selvas del Darién y en las areno= sas costas del Pert. Mejor habrian hecho en Iles var consigo La Celestina de Rojas. El descubrimiento y las subsecuentes empresa de conquista y colonizacién del Nuevo Mundg fueron acciones tipicamente renacentistas: una busqueda de la verdad, del espacio, de la gloria y Ja ganancia personal. Los descubridores y conquiss tadores eran hombres cuyos origenes sociales leg negaban un lugar bajo los soles peninsulares. Eran ejemplares astutos, enérgicos, a menudo cruelesy de la naciente voluntad burguesa de accidny riesgo, riqueza y afirmacién individual. Ortega ¥ Gasset ha indicado que la colonizacién espanolal de las Américas fue acto tipico de una nacion en la que las grandes empresas de la historia nace de masas indisciplinadas y portan un sello populag y colectivo, Ortega compara esta situacién con laf de la colonizacién inglesa, llevada a cabo por grudj pos minoritarios y consorcios econémicos. Espafia no cabia en Espafia. Un estudiante desl tripado en Salamanca e hijo de molineros empow 48 brecidos, Cortés, conquistara el imperio azteca Un porquerizo iletrado, Pizarro, vencera al pod: roso Inca. Los hidalgos del nuevo mundo saldré dle los campos yermos de Extremadura, las bulle tes ciudades de Castilla y las pobladas prisiones Je Andalucia. No obstante, esta vasta aventura que subraya tanto el caracter individual como el colectivo, se lleyd a cabo en nombre de dos insti- tuciones: la Corona y la Iglesia. Y una vez que las conquistas fueron consumadas, las insticuciones impusieron su poder absoluto sobre los indivi- duos y sobre las masas. Colén termina en cade- nas, fisica y siquicamente derrocado. Cortés ter mina pidiendo limosna al emperador Carlos V a fin de poder pagar a sus criados y a su sastre. Mis les habria valido leer La Celestina que el Amadis de Gaula. Pues, 2qué hace Rojas sino desplazar los lugares comunes de la civilizacién cortés (el caballero y su dama) y de las columnas de la certeza (el senorio, la autoridad, el amor) para salir al encuentro de un mundo que repudia la cortesfa, pone en tela de juicio la autoridad y genera situaciones humanas inciertas y vacilantes? En La Celestina, todos los perfiles tradicionales de los personajes se transforman en el encuentro con |a ciudad, catalizadora de una nueva realidad his torica. La ciudad como relacién de dinero, de clase, de oficio, vence a las grandes pasiones abso- lucas, a las virtudes y a los vicios ejemplares. Calisto, en apariencia el protagonista de una pasién total € idealizada, al modo sentimental y caballeresco, pronto pierde los atributos de la aventura sublime y se interna en los laberintos de ia simple compra y venta del amor. Melibea, en pariencia la heroina tradicional, recatada, he mosa, inaccesible, adquiere al cabo, si consider mos la totalidad de su relacin erética, un pun so de emancipacidn del niicleo familiar es trecho y protector y encarna una desesperada yf Ginica posibilidad de realizarse como mujery pronto truncada por la muerte. Semejante ambiq giiedad critica es propia del converso, el hombre conflictivo, perseguido, que se atreve a apartar lag cortinas de las alcobas de la nobleza y ver a log hidalgos en cueros, capturados dentro de un radigy de accin peculiarmente humano y ya no legendas rio, manteniendo las apariencias en publico ¥ compoftindose como criados en privado. Detrés de Ja lucidez critica y narrativa de Fer ndo de Rojas, detrés del movimiento del deseoy la circulacién de la ciudad, la burla del antiguol orden, la desilusién y la ruina de la novedad, s@ levanta la figura de la propia madre Celestinay uno de los personajes definitivos de la realidad lia teraria, la mujer que transita entre dos mundosy el de la realidad més punctual y el de la magia mag inasible Celestina, anunciada por Sempronio como aul toridad infalible en cuestiones de amor, invocadal por Calisto como consoladora de los afligidos; sia tuada por Parmeno en el centro de un portentos@ trafico de maquinaciones morbosas. invocada, situada por otros, cuando aparece venca todas las descripciones: su pericia rufianescal abarca la cotalidad de Ia vida cotidiana, pero ld supera con una dimensién cenebrosa y a la veal doméstica; madre, negociante, maestra de la elog cuencia del naufrago urbano, trotera, picazal urraca, alcahueta, duefia de las artes de la supers vivencia, sierva de los deseos eréticos de sug amos, la Celestina se reserva, siempre, un papel intocable por el orden social o por el accident nadie puede despojarla de su funcidal sagrada de maga, sibila secreta, protectora celosil Anunciaday historico: 50 le las verdades que los hombres persiguen y prohiben porque temen lo que el espejo de la hechizera refleja: la imagen del origen, la vision mitica, fundadora, del alba de la historia Esoterismo significa, precisamente, eiso_ theiros, yo hago entrar. La Celestina, a todos los niveles, es Ta introductora: de Ja carne en la carne, del pen- miento en el pensamiento, de la fantasia en la razon, de lo ajeno en lo propio, de lo prohibido en lo consagrado, de lo olvidado en lo providen: ial, del suefio en Ia vigilia, del pasado en el pre- ente, Vieja trotera de la realidad urbana, la Celestina anuncia sin cesar la fatalidad del cambio: “Mundo €s, pase, ande sin rueda. Ley es de fortuna que ninguna cosa en un ser mucho tiempo permanece; su orden es mudanza.” Pero estas palabras, tefi- as con la resignacién de la raza errante de F nando de Rojas, no logran ocultar, en su gran personaje, la nostalgia de un origen: “Bien parece que 0 me conocis hace veinte afios. jAy! iQuién me vio y quién me ve ahora, no sé cémo ho quiebra su corazén de dolor!’ Las palabras de la trotaconventos son casi idén ticas a las de las cartas de los judios expulsados: Bien sé que naci para descer r, floreci para se- carme, gocé para entristecerme, naci para morir, vivi para crecer, creci para envejecer, enyejeci para morirme.” Pero mas alla del comentario so- cial o la tragedia hist6rica, la Celestina es la enga- fiada diosa del alba, la mujer despojada de sus atributos divinos, el Luzbel con faldas que pacta con los poderes infernales: ‘Conjurore, triste Plu- seftor de la profundidad infernal, emperador de la corte danada, capitan soberbio de los con: denados angeles, senor de los sulfireos fuegos que los hirvientes émicos montes manan, gober- 51 nador y veedor de los tormentos y atormentado res de las pecadoras animas... Yo, Celestina, tu mis conocida Clientula, te conjuro: tardanza a obedecer mi voluntad, y en ella te en y esto hecho, pide y demanda de mi vengas sift yuelvas tu voluntad El cambio social, de este modo, adquiere Ia res sonancia de la metamorfosis mitica: la Celestina @§ la Circe de la ciudad moderna: “Vendra el dia qué en el espejo no te reconoceras. El converso Fernando de Rojas contrasta él movimiento realista de la ciudad moderna con él movimiento mitico de la ciudad fundadora: ambas son ciudades dolientes, urbes de la fuga, expuls sién de los fragiles paraisos terrenos, nostalgia de la unidad fracturada; dolor, fuga y miseria presi didas por la sacerdotisa impura, la diosa humillada por el fracaso de la creacion y condenada a devos rar la basura del hombre para limpiar la ciudad} del hombre Detras del vasto palimpsesto hispano-hebreo d@ La tragicomedia de Calisto y Melibea se len las pay labras del Zohar judio: Dios comparte con ¢ hombre la culpa de la creacién, pues Dios s@ mantuvo ausente del mundo y ésta fue la causa d@ la caida comin de Dios y de los hombres. La ley del gran texto esotérico hebreo rige el mov miento todo de La Celestina de Rojas: ley de mug danza-y trasiego que insensiblemente se revela como condicién misma de la vida: los hombres ¥ las mujeres viven en el mundo para representary tuna y otra vez, la creacién del mundo. La Celestina es, a un tiempo, el canto de cisne ¥ Es el monug la gran herencia judia de Espana mento literario de la diaspora de 1492 Vil 1521 es el aiio de la derrota de los comuneros de Castilla en el campo de Villalar. ¢Por qué la juzgo fecha decisiva? gNo se han cansado los historia: dores conservadores, de Danvila a Marafién pa- ando por Menéndez y Pelayo, de recordarnos que la rebelién comunera no fue mas que una es- pecie de brote anacrdnico del feudalismo, una in: surreccién de la nobleza sefiorial contra el con cepto moderno del absolutismo encarnado por Carlos V? Aceptar esta tesis, 0 negarla, es de gran importancia para entender la vida historica de E pana y sus colonias americanas a partir del siglo vi. Pues si la aceptamos, aceptaremos también que el imperium de los Austrias en Espafia y América significé un adelanto que nos puso al co: rriente con la tendencia a tado mode a integracion del es- del absolutismo antifeudal, laterra y en Francia, Pero si como sucedid en Ingl la negamos, Hegaremos a la conclusion de que Carlos V, en Villalar, no derroté a una espectral nobleza feudal, sino que trasladé a Espafia el ideal universalista del Sacro Imperio Romano Germa- nico, lo_refundié con el impulso unitario de los Reyes Catlicos y aplasté las tendencias pluralis tas y democraticas de la Espaiia medieval en tran sito hacia la modernidad. Durante la Edad Media, rientaciones a favor de la tolerancia y el plura- Alfonso VI de Castilla, en un alarde de ambas actitudes, se proclamé a si mismo “Empe rador de las Dos Religiones”, y los musulmanes siempre mantuvieron un respeto moral hacia “los pueblos del libro". En la vida intelectual, como 53 Espana no carecio de

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