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fl. a Re. Tey wer - A. Cage, = (cote El prdjimo y el extrafio El encuentro de las civilizaciones Roger Bastide Amorrortu editores Buenos Aires puwwwwwweuwrvwrr~~~~--- ~~ Introduccion La época moderna (...) esth caracterizada por ia confron- fa epee Tos “desconocidos”, los “extranjeros” y sus mun= cio” piversos insélitos, no familiares, exdticos 0 arcaicos. Sincee Eliade, Mépbistophélés de VAndrogyne. Desde los tiempos prehistéricos han existido contactos, entre Paco's entte civilizciones: grandes migraciones, despls- pompres.. de pueblos, intercambios comerciales, guerras de zaeysta._. Beto al mismo tiempo los individuos tienden 9 conguiiee a un terrufio, a attincherarse tras los muros de une sles Gistinguir entre Jos «suyosy y Jos «otrosy «Los case es decir, Jos extranjeros, los bérbatos, aquellos que fennes Ja atencién —por su aspecto fisico o por sus costusy: flaman ia etepitan femor, En cierta medida, la historia del pres es la historia de ia intensificacién progresiva —espe- rau eate desde hace algunos siglos— de las relaciones manas. ¥ en la actualidad, con ‘al progiese de loa medics de maargporte y de las técnicas de Ja informacién, el mondo, se ha Ganetiesecido bruscamente. Las distancias dejaron de. sex un impedimento para Is ‘aproximacién entre hombres del mas un impedimen, Viajamos. cada ver, més; por las calles de civetea propia ciudad marchamos junto a europeos, ameri- nuestra Gricanos o asidticos. ¥ aun si nos mantenemos encerrs- Anos, elas cuatro: paredes doméstices, la television atraviess os cae nos bombardea con imagenes exéticas: el papiia Jos mores J estta-cala, el udlof cruza por entre nuestros silo- danza ST vietnamita nos habla de sus problemas como si fuéra: nes ¥ € wabros de su familia. Podtia esperarse que esta multi- Fhicaciin de los acercamientos 0 de,los contactos conduier plicaci6? fefinitivo de la fraternidad mundial ¢ impusiera, ¢! a roe ode nuestra unidad, de nuestra responsabilided comin... Torenisblemente, abordamos esos contactos con una, mer Lamentgptnada por el espfitu de la vivienda cerrada. Y, cage viajamos, Tlevamos con nosotros nuestros prejuicios, rwVevwweweer~~-~-~-~--- nuestres ignorancias, nuestra dificultad para salir de nosotros Tismos, sf es que no —aun con posterioridad a la descoloni- Jaciém-"- nuestros suefios de poder o hegemonfa, Esto hace Gue la multiplicacidn de los contactos entre pueblos 0 civ flesciones conduzea, en la mayorfa de los casos, solo a mul- Holicar las barteras o las incomprensiones..¢Vamos, pues, a {ar que se pierda la gran oportunidad ofrecida al hombre Gelsucttros dlas? gAcaso la tarea més importante de nuestra Geoca no es la lucha contra el racismo, ese enemigo que impide PT Cetablecimiento de una organizacién mundial fundada en la paz'y el sespeto mutuo? Seria injusto negar que el racismo es Pim dulments combatido, pero tales ataques no se dirigen contra one formas arcaicas, y ast, mudando de rostro, puede mante- wherse en pie, Porque el racismo, como un nuevo Proteo, adopta sere cremente formas nuevas, se disfraza o se oculte en las intheas, para manejar més a sus anchas,—o con mayor impunidad— los hilos del titere en que nos ha convertido. Hinibro que ahora presentamos reproduce diversos articulos publicados a partit de 1950, agotados o diffciles de conseguir, PT como alganos textos inéditos, todos ellos inscriptos en la perspectiva de la lucha contra el racismo. Porque, digémoslo una vez mas, del triunfo en csta batalla depende toda lo Yende: ta paz mundial, el desarrollo econémico y social de fox pueblos lamados subdesarrollados (ya que de otro modo ST abearrollo se realizard en el marco del neocolonialismo 0 del {mpetialismo, y del conflicto entre los imperialismos rivales) y la organizacién de las instancias internacionales, La primera Yarte de la obta esta dedicada a considerar Jos problemas penerales del racismo; busca las rafces del mal, porque s6lo un aenerimiento licido permitiré extirparlo. Pero Ja lucha contra oP rokiemo debe pasar necesariamente por Ja lucha contra el etnocentrismo, que es su tltimo suce léneo, y no el menos feligroso. Admito que a veces puede asumir las apariencias del Timor; pero es un amor que tiraniza y asfixia. Los asidticos y SFricanbs se ven dando cuenta de ello cada vez més, a medida Gue adoptan no por obligacién sino por propia voluntad— Ie aloles y t€enices de Occidente: corren el riesgo de perder sus personalidades. Por nuestra parte, cteemos que tinica- mente la preservacion de sus identidades culturales permiticé a qos grupos establecer lazos fratemnales entre si, porgue entonces dae uno adquiriré el sentido de su dignidad, que consiste en Snuubuir al acrecentamiento de la riqueza comtin con un porte Gnico —un aporte que ningin otro pueblo podria focer—a la gran aventura de Ja especie humana sobre la tierra. La posicibn politica, econémica y social de los africanos y los asidticos en el orden internacional ha cambiado,.ha me- jorado. Pero es cuesti6n de preguntarse si el hecho de que en sore altimos afios se los haya incluido en Ia organizacién mundial de Jos Estados y de la econom{a deberd traducirse necesariamente en la pérdida de los valores originales de cada etnia. Poraue Ja inclusién no debe llegar a ser asimila- cidn. Si la igualdad y el respeto mutuo no pueden estable- Cerse, evidentemente, entre un pueblo opresor y un pueblo cers ido, tampoco es posible que se establezcan entre un pue- PR due aporta y otro que reniega de su identidad para Timi- tarse a recibir. Bee eo hemos dedicado Ia segunda parte de esta obra al en: ‘cuentro de las civilizaciones, después de haber considerado los cae oettos entre los hombres. Los distintos estudios que hemos reunido tienen Ja exclusiva ‘Emalidad de mostrar, en casos de- Ketminados, algunos de los procesos de esos intereambios felturales, que en alguna medida son siempre intercambios en cetboe sentidos, y, en consecuencia, se traducen por un en: quecimiento mutuo de Jos dos grupos en confrontacién. la ‘amistad entre los hombres de todas Jas razas, todos los colores y todas las rcligionee debe ‘prolongatse en la unién de sus Xigilizaciones. Todo progreso estd sefialado por inventos, y foda invenciOn consiste en una sintesis de elementos que vor erlormente no habian sido relacionados entre si. Tampoco anterig el nifio, promesa del potvenit, sino hubiese dos cucr- pos que se prestaran al abrazo, Otro tanto ocurre en el terreno sociolégico: la cultura no se desarrolla por autofecundacién sino por interfecundacisn, La lucha contra el racismo debe, pues, completarse con Ia lucha contra ese, otro racismo insi- Rjoso, el de la creencia en Ja superioridad de la civilizaciéa ciese? aista (y ya no orgénica), técnica (y ya no césmica); sobre las demas culturas. Entonces, y solo entonces, podremos asistir a un nuevo milagro de la multiplicacién de los panes que sacie a una humanidad 4vida de nuevos alimentos, ali- mentos espirituales. Es posible que algunos lectores se sor- prendan y los reglamentos para las dtdenes mondsticas o las cofradfas religiosas.—que inclaian recaudos para garantizar la «pureza de sangre de sus integrantes— prueban que ya entonces aparecian elementos raciales entre- mezclados con elementos culturales. Del mismo modo pod:fa- mos afirmar que —después de la aparicién del racismo—, siempre se mezclan elementos culturales en nuestras tensiones taciales. El antisemitismo cristaliza viejas imagenes misticas centradas en Ja crucifixidn de Cristo, mientras que el prejuicio de color se apoya més o menos conscientemente en Ia idea de la desigualdad entre Jas civilizaciones o en ese fendmeno que los antropdlogos denominan «etnocentrismo». Es evidente que en Ia actualidad las tensiones se presentan con mayor dramatismo alli donde, sin embargo, ha dejado de haber dife- rencias culturales, El antisemitismo asumid sus formas més viralentes después de la naturalizecién de los judios y su acceso a la ciudadania. Asimismo, en el momento justo en que el negro se asimila por entero a los valores occidentales es cuando aparece el prejuicio para separarlo de aquellos con quienes se siente intelectual y sentimentalmente identificado: Ja formacién de las castas en el Sur de Estados Unidos es tun buen ejemplo de ello. De igual modo, es al llegar a Francia cnando el negro antillano toma conciencia —por la mirada de los blancos— de su «negritud», y es entonces cuando rei- vindica su alteridad. Pero, precisamente, ese mito de la negri- tud se ha visto prolongado por el mito del retorno a las civilizaciones africanas. Es decir que —y aqu{ va nuestra se- gunda observacién preliminar—~ ni para la resolucién de las tensiones raciales ni para el examen objetivo de estas podemos petmitirnos separar el problema de las relaciones entre grupos taciales del de Jas relaciones entre culturas diferentes en el seno de situaciones sociales totales vwwwvevewvvuesewwreese ere TeeEesuUuEGY Adviértase que decimos «en el seno de situaciones sociales totales». La unidad del mundo occidental no debe, en efecio, hacernos olvidar que citcunstancias histéricas como el desga- arn que la Reforma produjo en Ja tinica inconsttil, el tras- plante de las sociedades europeas y su adaptacién a nuevos medios ecoldgicos, el movimiento de las nacionalidades y, por ‘iltimo, la rapidez més o menos intensa de la industrializacién —segiin las regiones—, con la consecuente proletarizacién de las masas compesinas, han traido como resultado diferencia- ciones locales en las estructuras sociales, y también que las relaciones entre grupos raciales —dado que nuestra definicién Jes hace idénticas a las relaciones entre grupos sociales— asumieran caracteristicas diferentes segtin las estructuras en cayo seno operen. La introduccién forzosa a “estas jornadas de investigacién en comin organizadas por la Fraternidad Mundial ha de ser, pues, una descripcién comparativa del modo como se plantea el problema racial en Jos diversos paf- ses occidentales, y de los métodos con que cada pueblo intenta resolverlo. Indudablemente, el antisemitism tiene sus raices profundes en Ja hostilidad que siente el cristiano hacia el pueblo que martiriz6 a Jestis, y asimismo en el hecho de que el judfo y el némade escapaban del sistema de organizacién social —du- ramente jerarquizado, es verdad, pero que al menos daba a cada uno la seguridad de un lugar estable— caracteristico de la Edad Media. Sin embargo, como bien lo ha probado Louis Wirth, el problema judfo no puede ser aislado del pro- blema del gueto.? El gueto era, en cierta medida, un primer intento de integracién en el sistema medieval, ya que los grupos quedaban localizados en barrios; pero al hacer de los judios una clase separada, limitada por vallas legislativas 0 consuetudinarias, no logré més que acrecentar la distancia social ya existente. Sobre todo, al -crear una seudorraza a través de Ja endogamia, y una cultura judia como resultado del aislamiento, hizo que se teavivaran las imagenes hostiles, Jo cual comenzé a observarse a partir del siglo xv. De ahi en més, serviré para que el curopeo se preserve de un doble contagio: el fisico y el demonfaco. Por tal causa, basté que —en tiempos recientes— ese gueto se disolviera en cuanto drea ecolégica de la ciudad para que el cristiano tendiese a reconstruirlo como una especie de drea 2. L. Wirth, The ghetto, Chicago, 1929. 36 espititual. Cuanto mis reperidos se hacen los contactos entre cristianos y judios y més se muestran estos Ultimos inclinados a asimilarse —convirtiéndose la religién mayoritaria del pais, aceptando los matrimonios mixtos, etc-— a las etnias en medio de las cuales viven, tanta mas fuerza asumen los pre- juicios contra ellos. Esté’ comprobado que con respecto al negro se produjo un fenémeno andlogo: cuando Ia abolicién Gerla esclavitud Je dio libertad de locomocién social y le hubiera sido posible filtrarse por todos. los intersticios del grupo blanco, este se defendié alzando por doquier Ias barre- ras_mentales ‘de los prejuicios éticos. El antisemitismo, s embargo, se mnantiene por lo general latente. Sélo adquiere gravedad cuando una crisis econémica o politica trastorna Jas, estructuras sociales tradicionales y el individuo, presa_ del pénico frente al porvenir, busca un chivo emisario para lapi darlo. Los factores econdmicos, y en especial la proletarizacién de las clases medias, han sido insistentemente ligados en la etiologia del antisemitism. Karl Kautsky lo veia como expre- sin de la incapacidad de esas clases para aceptar e! socialismo. Pero es necesario observar que ese movimiento nunca alcanza sus cimas de virulencia sino se lo manipula, orienta ins tucionaliza por medio de una propaganda continua y hébil, como la de la «leccién del judion (Judenstunde) en fa época nazi. Esto pone de relieve la importancia que en la materia asumen el Estado y, en consecuencia, el factor polftico. Inch sive si aceptamos Ia tesis de Dollard —frustracién-agresivi dad—, esta frustracién tanto puede ser patriética como eco- némica, En Francia, el odio hacia el judio, que culminé con el ‘asunto Dreyfus, es una consecuencia de la derrota de 1870; del mismo modo, en Alemania siguié a la derrota de 1918. No por nada los programas para Ia escuela primaria de esas Juden- ‘stunde que mencioné hace un momento inclufan temas como «E] bloqueo y Ja hambruna: el judio se enriquece y saca ventajas a expensas de la miseria alemana», «La caréstrofe: el judfo, autor de Ia revolucién de noviembre» y «El calvario de Alemania: el triunfo de Judd». ‘Aunque la unidad europea que marche hacia su consolidacién —gracias, en buena parte, a la amistad entre los pueblos francés y alemén— impide el surgimiento de esa primera forma de inseguridad —la inseguridad nacional— capaz de hacer saa tee eg ogee cee mientos del antisemitismo, no debemos olvidar que la segu- ridad econémica todavia no ha alcanzado a establecerse en todas las regiones de Europa, Es verdad que en Francia, por 37 : ewewe eer ee eee we ee ee ee eee ee eee eee ejeniplo, la reaccién indignada de Ia opinién piblica hizo que el poujadismo * se conyenciera de que le convenfa volver a empaquetar su antijudaismo, pero este sentimiento, aunque disimulado, se conserva tan real como antes. Tampoco se deberfa olvidar que el antisemitismo es un articulo de exportacidn. La afluencia de inmigrantes que entre las dos grandes guerras mundiales se registré en Africa del Sur y en Estados Unidos hizo que all{ tomaran cuerpo movimientos ané- Jogos alos que en Europa cobraron tan trégica notoriedad. El nuevo Klan de Estados Unidos no estaba dirigido tnicamente ‘contra los negros y los eatélicos sino también contra los judfos, acusados de habeise apoderado de Ja industria cinematogréfica y del teatro para corrompet con més facilidad In moral de los Anglosajones y «rebajar al papel de esclavas blancas a las hijas de los ciudadanos libres de América».® El partido nacionali: ta del doctor Malan desvié Ia lucha de los granjeros contra el capitalismo industrial, orfenténdola simulténeamente hacia el antisemitismo y Ja resistencia contra los anglosajones, ya que ese capitalismo era obra de sudafricanos de origen inglés 0 jadaico. Ni siquiera entre los negros dejan de manifestarse wen América del Sur lo mismo que en In del Norte— senti- mnientos semejantes, Recuerdo este aviso, aparecido en un im- portante diatio de San Pablo: «Matrimonio de color solicita empleo en servicio doméstico, como cocinera y valet. Familias judias abstenerse». Se advierte, sin embargo, una diferencia bastante clara entre el norte y el sur del continente ameri- cano, Garvey denuncié que la vida econémica negra estaba sometida al «control judiow, el cual se cjercerfa a través del movimiento comercial dentro de Harlem, Ia locacién de in- muebles o la contratacion de personal de servicio; por lo dems, este antisemitismo, se ha desatrollado més que neda durante el periodo de la depresién econémica. Clade Mac Kay resume en una frase ese aspecto, y asimismo los limites, de este antisemitismo: «La juderia norteamericana es una parte importante de la opresién de la mayorfa blanca (...); mucho més importante que el de los otros blancos, el grupo. judfo afecta la vida vital (Ja redundancia pertenece al poeta citado) de la minorfa de color (...) Pero el antisemitismo no apa- rece en el trabajo ni en Ja vida social»,* En el Brasil, en + Viene de Poujade, agitador francés de la década de 1960. (N. del R. T.) 3.J. M. Mecklin, Te Ku Klux Klan, @ study of the American Mind, Nueva York, 1924. 4A. M. Rose, The negro moral, Minneapolis, 1949. cambio, e] movimiento asume especialmente un aspecto reli- gioso; se traduce, por ejemplo, en Ja matilacién de aquellas partes de cuadros y estatuas ubicados dentro de las iglesias gue, en las escenas de la Crucifixién, representan a los judios aqui tampoco alcanza a la vida social, Con el antisemitismo tenemos, pues, un primer tipo de rela- cones raciales 0 pretendidamente raciales en las que predo- minan los elementos religiosos y culturales. Y el hecho de que los psicdlogos hayan dedicado tantos estudios —notables, por lo demés— a los cimientos -inconscientes del prejuicio Contra los judios quizés obedezca a que este movimiento cristaliza imagenes colectivas arcaicas; cuando no se Jo vineula con el complejo de Edipo —en el que el jud{o oficiarfa como sustituto del padre odiado— se lo relaciona con Ja pareja frus- tracién-agresividad, con el chivo emisario 0, mas sencillamente, con esa estructura de In personalidad que los norteamericanos denominan «personalidad autoritaria». Partiendo de estos da- tos, una de las soluciones preconizadas con mayot frecuencia es el empleo de métodos psicoterapéuticos individuales o de grupo, 0, si esto no fuera posible, por lo menos Ja entrevista terapéutica. Sin embargo, como observa Shentoub, «cl andlisi psicolégico de los individuos anticemitae nos los muestra aft tiva y emocionalmente predispuestos a convettirse en anti- cualguier cosa y no necesariamente en antisemitas».® ¢De qué modo se instala esta tiltima modalidad? De nuestra breve descripcién de las relaciones entre judios y no judfos en el mundo occidental surge que: 1. Bl hecho de radicar Jn hostilidad en el judio supone Ja preexistencia de estereotipos e imdgenes tradicionales, que Constituyen el canal de Ie agresividad frastrada, sea esta Ja ddel hijo contra el padre o bien, en cambio, otra de muy distinta naturaleza, 2. Esos estereotipos se vuelven especialmente operantes en los perfodos de descomposicién del orden social anterior, de ctisis econémica o politica. 3. Hace falta atin, para que la violencia se exaspere y se mantenga, una sabia orquestacién de Ja propaganda ditigida y una especie de institucionalizacién de las actitudes hostiles ograda a través de la educacién escolar y familiar o de los partidos politicos. 5S. A. Shentoub, Le réle des expériences de la vie quotidienne dans la structuration des préjugés, Paris, 1953. ee De esto se desprende que Ia lucha deberé librarse en tres campos: contra los prejuicios que puedan ser localizados en manuales u otros textos cientificos, cosa que en Francia hace Isaac, por ejemplo, en lo relativo a obras de teologia e historia de las religiones; suprimiendo las fuentes de inseguridad —de angustia, por lo tanto— mediante la democratizacién de las relaciones econémicas en igual medida que las politicas, asp racién que fos actuales gobiernos de los diversos paises occi- dentales tratan de realizar con decisién y coraje; finalmente, sustituyendo la propaganda y Ia educacidn del odio por una propaganda y una educacién de amor, lo cual nos parece ser tarea de las iglesias ctistianas. El hecho de que los negtos se hayan dejado cantaminar por el antisemitismo, aunque intrinsecamente constituya un fené- meno lamentable —si bien limitado— es, mirado desde otro Angulo, un motivo para el optimismo. Si el prejuicio se apren- de, se forma y se extiende por Ia imitacién que un grupo hace de otro, eso mismo estd indicando que también es posible adesaptenderlo» e impedir que se difunda. La educacién puede destruit Jo que la educacién —o la tradicién— ha formado. Mucho més que el antisemitismo, son las relaciones entre blan- cos y negros las que al parecer prevcupan actualmente a la opinién publica de las naciones occidentales, Permitirdn uste- des que, en consecuencia, dedique a este problema un lugar més amplio en mi exposicién. Las mencionadas relaciones no se presentan del mismo modo en todos los paises. racy Nogueira, en un estudio reciente, distingue entre «pre- juicio de origen» y «prejuicio de apariencian.® Esto equivale, bajo una forma moderna, a la antigua distincidn entre prejuicio racial y prejuicio de color. No se los puede confundir. Lo que Gefine al. primero es que el prejuicio alcanza a todos aquellos, gue por su origen Jlevan, en cualquier grado que sea, alguna gota de sangre negra en las venas; la exclusién del grupo Blanco es «incondicional». En el segundo, por el contrario, Yinicamente se toma en cuenta la apariencia fisica: color de la piel, achatamiento de Ia nariz, textura de los cabellos. E dentemente, este segundo prejuicio muestra més inclinacién a la tolerancia que el primero. 1) En efecto, la segregacién del grupo negro se mantiene en Estados Unidos con absoluta prescindencia de las condiciones 6 Anais do XXXI Congresso Internacional dos Americanistas, San Pablo. personales de aquellos contra quienes se disctimina —gr- ‘o de instruccién, prestigio profesional o recursos financieros—. En el Brasil, en cambio, un individuo de color puede compen- sar Ia desventaja que representa su aspecto fisico con algin tipo de superioridad en otros campos: inteligencia, instruccién ‘ fortuna personal. As{ es que en Estados Unidos se trata al mulato exactamente igual que si fueze negro, mientras que en el Brasil puede un mestizo pasar por blanco y ser tratado por la comunidad como tal; suele decirse que en este tiltimo pafs el prsjicio es mis estético que sentimental (en sttica dela que se habla es, por supuesto, la estética del blanco). 2) En Est: dos Unidos existe tendencia al régimen de castas, y la movi- lidad vertical, cuando aparece, opera en el interior de cada uno de los dos grupos; en el Brasil hay una sola sociedad de clases multitraciales, la movilidad vertical se realiza en el interior de la comunidad total, y la segregacién se hace menos marcada a medida que se pasa de las clases inferiores a las clases superiores, lo cual ha determinado fa frecuente al macién de que el prejuicio de color es, en América del Sur, més tun prejuicio de clase que un prejuicio de raza, Estas son las diferencias que a menudo levaron a los socidlogos a afirmar que los habitantes de Ia América hispana —y més atin los de Ja partugiesa— no eran racistas en absoluto y haban reali- zado en sus dominios el ideal de Ja «democracia racial». Esto no significa que en América latina se ignoren por completo Jos prejuicios, los estereotipos sobre la inferioridad del negro 10 los comportamientos segregacionistas. Simplemente se_pre- tende indicar que la ideologia norteamericana es una ideologia de la diferenciaci6n, de la pureza de las razas y de la coexis- fencia de grapes separados, mientras que la ideclogia latine- americana es una ideologia de la mezela de sangres v, en fun- cidn de esa mezcla, del «blanqueamiento progresivon 0, como se dice a veces, de la «arianizacién» ininterrumpida’ de Ia poblacién. Estamos hablando, naturalmente, de tipos ideales —en el sen- tido weberiano del término—, que no pueden identificarse por completo con reas naturales, por més que cada uno de ellos puede predominar innegablemente en un determinado pais, Un sondeo que efectué en la clase media de San Pablo revela Ia existencia de un prejuicio racial puro dentro del prejuicio de color dominante; asimismo, es sabido que en Es- tados Unidos el mulato conserva, pese'a todo, una situacién superior a la del negro. Pero aunque el anilisis de las formas del prejuicio que acabo de realizar constituye un momento a PARSE S PEERY PERE EE TEESE ERE RASS ,portante para la comprensién de las situaciones raciales dife- feuciales —y en consecuencia para resolver el problema de le democratizacién de las relaciones entre los grupos—, no deja Ge ser cierto que tan solo configura un primer momento de tal empresa. ‘A nuestro parecer, la situacién racial depende en ptimer lugar del contexto cultural. Varia, en efecto, segtin que Ia religién predominante sea el catolicismo o el protestantismo. Aqui se ibe hacer una importante observaci6n: la religién opera como Sistema de valores de la comunidad y no como iglesia; influye por haber modelado la mentalidad colectiva y no porque haya Formado le personalidad de los creyentes. No sé si me explico. Con un ejemplo resultard més claro qué guiero decir: un mi- sionero protestante norteamericano enviado a América del Sur adoptatd los modelos del pais en que esté destinado a vivir, y solamente volverd a su «racismo» cuando suba al avidn que habré de levarlo de regreso a Estados Unidos;* asimismo, los catdlicos norteameticanos reaccionardn frente a los negros de Sus comunidades 0 patroquias de una manera pricticamente igual a lade los protestantes. Inclusive, como-lo revela un cuestionario preparado para medir la distancia racial, los estu- diantes catolicos se muesttan menos tolerantes que sus com- paiieros evangelistas. Hlecha esta observacion, es forzoso reco- hocer que los paises con mayoria protestante, como es el caso de Africa del Sur y de Estados Unidos, tienden a la segrega- ‘cidn, mientras que los pafses catdlicos, como aquellos que han sido colonizados por Jos portugueses, los espafioles y —aungque en menor medida— los franceses, tienden a la mestizacién, ‘Aqui serfa necesario hacer todo un andlisis del puritanismo, Que seguramente nos Ilevarfa demasiado lejos: la segregacién se presentarfa, en él, como una estrategia para impedir la Seronfaca mezela de razas y, en particular, pata conservar fa pureza de la raza «elegiday 0 «predestinadan. Por supuesto que otros elementos, especialmente el econémico, suman su fifluencia a la del factor religioso. No debe echarse al olvido nuestra afirmacién preliminar: es necesario examinar las rela- Giones raciales en el contexto de Ia situacién social total. La- mentablemente, el lenguaje analitico nos obliga a pasar revista en forma sucesiva —antes de hacer las s{ntesis locales— a las diversas variables del prejuicio. Por lo demds, también el factor econémico opeta en el contexto religioso. Aunque, de acuerdo ‘con Jo que algunos sostienen, no se viese en la explotacin 7 R, Ribeiro, Religidio relagdes raciais, Rio de Janeiro, s. f. racial més que un aspecto de un fenémeno més vasto —el de Ja proletarizacién—; aunque no se quiera distinguir entre la accién de los blancos respecto de los negros y 1a de los capi- talistas con relacién a sus obreros, y se decida que en ambas prevalece una misma determinacién’ de explotar a la mano de obra para extraer de ella el maximo de beneficios; aunque, por timo, se juzgue que el motivo de que las relaciones entre las razas sean més cordiales en los palses colonizados por las naciones latinas radica en el hecho de que estas no conocieron un desarrollo econmico industrial comparable con el de Euro- pa septentrional, no serfa posible negar que el espiritu capi- talista y el espiritu calvinista estan de algiin modo vinculados, ni que ha sido la tradicién medieval catdlica la que mantuvo en jaque al primero en los pafses de Europa meridional. Una autocritica de las iglesias, una reevangelizacién de los: fieles =~como la que el Concilio Vaticano II orienta en Ia actuali- dad—, servirdn, pues, en nuestra opinién, al progresivo mej ramiento de las relaciones raciales. En segundo lugar debemos tener en cuenta Jos factores histé- icos que han conducido a la constitucién de situaciones sociales diferentes; aqui deberfamos bosquejar Ja oposicién entre pafses esclavistas y patses de colonizaci6n, Es cierto que en ambos casos nos encontramas con nn fendmeno comin —el de las ietanes de‘dominto y scbordinseénc pero tiles relacones no tienen idéntica naturaleza, asi como tampoco sus efectos en Ia clase explotada se manifiestan por medio de las mismas reacciones. Esos factores hist6ricos son de la mayor importan- cia para la solucién del problema racial, ya que en el primer caso se impone liquidar la herencia de la esclavitud, y en el segundo se debe emprender la «descolonizacién». De la esclavitud se podria decir Jo que ya dijimos respecto del gueto: apenas abolide como institucign legal os blancos pro curaron hacerla revivir como institucién espiritual. Todos los che han estudiado el prejuicio racial en Estados Unidos estan fe acuerdo en cuanto a la naturaleza de su funcién: poner nuevamente al negro «en su lugar. Y cuando el éxodo desde Jas plantaciones del sur hacia las grandes urbes del norte hizo que en esas ciudades creciese el papel del negro como com- petidor, el prejuicio habria de aparecer, también alli, como tun medio defensivo con que el blanco intentarfa conservar la superioridad de su status econémico y social. Pero lo que guizd no se conozca con tanta certeza es que el prejuicio se presenta con idéntica funcién en esa América letina a la que hemos visto tan tolerante en el aspecto cultural. El paterna- 43 FRUVSEFFSOUTVUEEETASEVETTVIESVIVFVTW “Jigmo que el blanco practica con relacién al negro no puede seme derse sino como una prolongacién de Ia situacién escla- Sista, en la que el negro —¥ en otros lugares el indio— Daupa siempre ef nivel mAs bajo de Ia sociedad, el mestizo los ocUre medios y el blanco los estratos superiores. El. pater- nalismo admite sin resistencias —a través de la institucién aaélica del padrinazgo, p.ej— la movilidad vertical de los fambres de color, pero esa movilidad se mantiene bajo control (a través del padrinazgo, justamente), dirigida y seleccionada por el grupo dominante. Cuando las’ condiciones cambian y Ta movilidad vertical se transforma, en Jas regiones més indus- trializadas, en movilidad de todo un grupo —no solo de in Viduos aislados— y en movilidad esponténea, producto. de Wkenso del negro desde el Jumpenproletariat al proletariade propiamente dicho —en vez. de conservarse como movilidaé eeperolada—-, entonees el blanco se vale del prejuicio part ccmntener en su poder, mediante medidas discriminatorias, los uestos de comando y direccién de Ia sociedad. Naturaimente, Jas condiciones culturales impediran que esas: medidas discri- Minsrosias asuman el aspecto que presentan en paises de otras Tulturas: seran, en consecuencia, ocultas, hipécritas o larvadas, en lugar de ostensibles o institucionalizadas. Por el contrarian, en los paises curopeos, Jas relaciones raciales estén sefialadas por Ja situacién colonial. ¥ aqui también, sin Gude alguna, interviene el factor cultural, esto es, que Ia situs cién colonial varia segiin las ideologtas nacionales: estas no son exactamente iguales en paises ‘catélicos como Portugal o Ba- {dea que en pueblos protestantes como Inglaterra o en naciones signadas por el ideal de la Revolucién de 1789, como Francia.* Separacién, paternalismo 0 asimilacién. Sin embargo, por bajo de estas ideolog{as, Ia colonizacién en estado puro consisce cavtfdominio de una raza sobre otra, con vistas a la, explo- tacién simulténea del pats colonizado y de la mano de ob:a dominada, La importancia de Ja colonizacién asi definida se $Qiuliza claramente en las relaciones que se establecen. en Francia entre obreros y estudiantes negros —e inclusive oriun- ‘dos del Africa del Norte, arabes 0 berberiscos— y obreros y _ estudiantes blancos. No reaccionan mutuamente como «razas» Giferentes sino como «metropolitanos» y «colonizados». ¢Sig- Sificaré esto, quiz4, que aqui ya no existe racismo? No 8 Por lo que se refiere a Inglaterra, por ejemplo, véase K. Little, Ne Groct in Britain, 0 el estudio de A, Mecowan, Coloured peoples in Err tain, 1952. 44 ocurriré mds bien que aparece bajo una forma distinta? La SSlonizacién no puede justificarse més que por la creencia en Serre Mded del indigena con tespecto a nosotros, aunque cata inferioridad se explique en iiltimo andlisis como producto del primitivismo de las civilizaciones més que como resul- eeicede une congénita incapacidad para el progreso. De todos eee oa, aun caando esa inferiotided sea considerada tempora- ria, los paises colonizadores tenderén a demorar el otorga- miento de la mayorfa de edad y a conservar para ellos los puestos dizeetivos. No hay por qué pensar que las relaciones oestos direst eben fbraosamente medirse con la excl: siva escata del racismo; lo que importa es Ja estructura social dominio-subordinacién, y no las racionalizaciones —cambiantes segtin el gusto de las modas cientificas— de esa estructura. La lucha contra el «colonialismo» sucede, en nuestros dias, a Ja lucha por la abolicién de la esclavitud. Se Ja libra, simul- téneamente, desde afuera y desde adentro. Desde afuera Ja conducen los Estados americanos, que antes fueron colonias, y la Unién Soviética; desde adentro se evidencia en la ‘bisqueda ‘de nuevas relaciones entre las potencias colonizadoras y sus oe nine: asi, por ejemplo, Ghana y Nigeria respecto de Ingla- Soren y el pasaje de una tepablica centralista a una repsblica federativa en lo que se refi¢re a Francia, con Ja transicién del ‘estatuto dictado para los territorios de ultramar. Pero acabo eee, Con el abolicionismo una comparacién significati La abolicién de Ia esclavitud no ha determinado ipso facto la democratizacién de Ins relaciones raciales; simplemente, los prejuicios cambiaron de funciones. Asi tampoco Ia desaparicién del colonialismo mejorard necesariamente las relaciones racia- les, mientras subsistan diferencias de nivel de desarrollo entre Jas naciones occidentales y las naciones africanas. Los franceses salieron de Haiti, y sin embargo el dualismo de la sociedad no Sructonecsé con ellos: al francés fue, sencillamente, reempla- zado por el mulato en los puestos directivos, y el racismo Te Somtinud en vigencia, ya que Ia superioridad del mes- tizo se fundé en su simultdnea participacién en Ja raza y en Ja cultura occidental de los blancos. Fenémenos andlogos pue- Feed Citse en Aftica, siempre que el progteso de este csbente dependa de los capitales, los técnicos y los hombres, fe alite europeos. All? los conflictos de grupo tomarén la forma de conflictos entre clases sociales, pero ello no impedira Gui una de esas clases sea preponderantemente blanca y Ia otra qreonderantemente negra, Leitis hace notar, en su encuesta ‘sobre Martinica y Guadalupe, que el prejuicio racial tiende a 45 FOTCTSSTSFSFCOFCFFEFETCTOVEETESCTSEOVY desaparecer desde que esas islas fueron levadas a la categoria de departamentos franceses en absoluto pie de igualdad con los de la metrdpoli, y en cambio aumentaron los antagonismos, de clase entze gentes de distinto color de piel; pero afiade de inmediato que los factores saclales se intreducen en esos com flictos de clase como un elemento agravante.* La conclusién que se desprende de estas observaciones es que los partidarios de la Fraternidad Mundial deben seguir el pro- ceso de descolonizacién con mirada sumamente atenta, Los africanos que contimian sus estudios en Francia se han alineado entre los mds resueltos enemigos de Ia Unién Europea que preludiaria a una posible Eurdfrica, y la han denunciado como un pasaje del colonialismo nacional francés a un colonialismo tmultinecionel ue, en au opinign, reeuita mech mis pelt groso todavia. Se dan cuenta, sin’embargo, de que sin una previa y profunda transformaci6n de las estructuras econémicas africanas no podran Jos pafses de Africa participar en el con- cierto de Jas naciones. Aqu{ se plantea todo el problema de Ja ayuda a los paises subdesartollados, y da la sensacin de que excede el objetivo de nuestro discurso. ¥ sin embargo no lo ex- cede més que el problema de la colonizacién, ya que la ayuda provicue de houbies perteuecientes a otras etnias u otras razas. Por el momento y pese a todo habré de soslayarlo, limitandome al Iamado de atencién que acabo de hacer a los delegados aqui presentes. Estos dos factores, a los que Ja falta de tiempo me impide agregar otros, se entrecruzan para dar crigen —en las naciones occidentales y sus prolongaciones de ultramar— a toda una serie de situaciones locales. E incluso en un mismo pais es posible que esas situaciones locales cambien de una regién a otra, Los socidlogos han puesto de relieve, por ejemplo, las diferencias existentes entre el Sur y el Norte de Estados Uni- dos: el Sur, con una linea de color institucionalizada, crista- lizada, rigida, y el Norte, donde aquella se ubica fuera de Ia legislacién, en Jas costumbres y el comportamiento de los hombres, y donde, por consiguiente, facilita una mayor ampli- tud del repertorio de esos comportamientos. Asimismo, de las encuestas que diversos investigadores realizaron en el Brasil por encargo de Ja UNESCO es posible extraer la conclusién de que en ese pafs Ja situacién racial del Norte, que mantiene semejanzas con los modelos tradicionales de la época imperial, 9M. Leitis, Contacts de civilisations en Martinique et en Guadeloupe, Paris: UNESCO. * Seeeenabasieterram Sree es distinta de Ja del Sur industrializado, donde ha comenzado a actuar la competencia en el mercado del trabajo. Se trata de diferencias ciertas, que no intentamos subestimar. Sin em. bargo, hoy en dia las que existen entre el Sur y el Norte de Estados Unidos son diferencias mds de grado que de natura- leza, a medida que el «pobre Sur» se industsializa y en el Norte acrece la afluencia de mano de obra negra, Del mismo modo, en el sur del Brasil se mantienen més o menos inmu- tables Jos antiguos modelos de las relaciones raciales, y aunque ya no se correspondan con los cambios de Ia estructura social vienen a matizar con cierta afectividad o cierta dulzura tro- pical los resentimientos que grufien por debaj Van der Berghe polariza esta multiplicidad de situaciones ra- ciales alrededor de dos tipos ideales: el tipo paternalista y el tipo competitive. No debemos confandis estos conceptcs bipolares con los de Oracy Nogueira: ya no se trata de la forma de Jos prejuicios sino de las relaciones entre individuos © grupos de color y origen diversos. El tipo pateralista corresponderia, en el aspecto econdmico, a las sociedades rurales poco desarrolladas tecnolégicamente y mie estables socialmente. Como la divisién del trabajo se da cnellas de una manera rudimentaria y ajustada a la Ifmea racial, con ruptura completa entre los niveles de vida, formas de educacién, etc., del grupo dominante y los del grupo explo. tado, la competencia interracial se hace imposible. El grupo dominante constituye una clase social homogénea y el grupo explotado estd sujeto a un status juridico determinado —sea el de nativos en los paises colonizados 0 el de esclavos o sier- vos en los pafses americanos—, lo cual derermina que el hombre blanco se sienta simultdneamente ampatado por a homogeneidad de su grupo y por las sanciones legales con que se acostumbra castigar a quienquiera que intente alzarse contra él, Por lo demés, en este primer tipo es tan grande la distancia que separa a un grupo de otro que el indigena acepta més 9 menos pasivamente el destino que le tocé en suerte. Esta falta de temor por parte del amo determina dos conse. cuencias: 1) El blanco puede abandonarse a sus instintos se- xuales, que Jo impulsan hacia las mujeres de color; la mesti- zacién’—pezo la mestizacién por el camino del concubinato— es cosa natural y frecuente; de ahf que entre los dos grupos fandamentales se vaya instalando poco a poco uno nuevo, el de los mestizos, a manera de tapn. 2) El prejuicio referido Ja inferioridad del indio o del negro no se plantea en términos necesariamente dramdticos ni se desarrolia en un clima de afectividad o angustia, porque las distancias sociales se encuen- tran en su punto maximo; de este modo el blanco puede adoptar una actitud paternalista, protectora y amistosa en relacién con Ja mayoria someti Por lo contrario, el tipo competitivo se vincula con Ja economia urbana e industrial, y en consecuencia con sociedades menos stables, agitadas a cada instante por nuevas corrientes migra torias, por las transformaciones revolucionarias derivadas de los hellazgos técnicos y, finalmente, por la circulacién de las lites. La divisién del trabajo es compleja; el dualismo de las sociedades rurales se convierte aqui en un continuo de ocupa- ciones que no deja vacio alguno entre los extremos. Los blancos disfrutan, por cierto, de un status superior, pero solo una part! Ge ese grupo dominante constituye la clase dirigente; a la rec{proca, Ia gente de color tiene un status sin duda més bajc, pero su estratificacién hace que algunos miembros de ests Glase puedan gozar de un nivel de vida més alto que el de lk Cape inferior Gel grupo blanco. De esto deriva la competencia entre las razas, que se disputan status y dizecci6n; la mest- zacion es severamente desaprobada, y el odio sustituye a Ia Colaboracién y al sometimiento resignado. Un iltimo rasgo: puesto que en nucstras naciones occidentales clomina Ia ideolo- bia democritica, surge un conflicto entre esta ideologin y el Brejuicio racial: ee lo que Myrdal ha Hamado «el dilema norte- Americano y que podriamos denominar para Europa «el dile- ma colonial». Cuanto més democratica es la legislacién —es Gecit, mas favorable a la igualdad entre los hombres—, con mayor fuerza se desata el prejuicio: cargindose de emotividad, Jlendndose de frustraciones sexuales, agresividad sddica, angu tia frente al porvenir, torturdndose a si mismo por causa ce su amala conciencia», traduciéndose en sanciones ilepales 0 en violencias cronicas como el pogrom pata los judios y el Tinchamiento para los negros. Si nos atenemos a este esquema podriamos decit que Ja situ cién actual puede ser definida como un triunfo del tipo com- petitivo sobre el tipo paternalista, Es verdad que todavia qur- Fan trazas de este ultimo en América latina, donde Ja indus- trializacién no ha prosperado atin lo bastante, o en el interior africano, hasta el momento no afectado por las modernas té- nicas de desarrollo econémico. Pero si quisiésemos estudiar cl tipo paternalista en estado puro deberiamos analizar espe- cialmente esa regin 2 la que se ha dado en llamar América fndigena, con ese dualismo en que el grupo blanco y el grupo native aparecen vivamente contrastados, con esa mestizacién 48 atk continua debida al concubinato 0 al matrimonio consuewudi ari (es decir, sin sancidn civil ni religiosa) y un paterna- lismo afectivo que ha hecho hablar de la «democracia racial» de esta parte de América, La voluntad del negro, més dotada de ‘niciativa, més abierta a la influencia de las ideologias occiden- tales igualitarias o fraternalistas, més inclinada a beneficiarse con todas las posibilidades de ascenso social que brindan la escuela gratuita, Ia industsializacién y Ia vida urbana —y esto vale lo tismo para las colonias que para la América negra—, determina en cambio que en su érbita las relaciones raciales asuman cada vez més la forma competitiva. Nos parece, pues, que incurre en excesivo optimismo quien crea que los prejuicios desfavorables desaparecerén tan pronto ‘como los grupos sometidos alcancen a igualarse —mediante la Edueacidn: Ia instruccién, el nivel de vida y Ia asimilacién cul- fara con los grupos ditigentes, ya que justamente el pre- juicio tiene la funcién de impedir ese igualamiento. E incluso 3 los prejuicios racistas desapareciesen —es decir, incluso si ge reconotiese la igualdad entre todos los hombres—, no por tllo disminuirla ipso acto la intensidad de la lucha de razas, Como, pues, llevar una solucién a estos conflictos? He aqui fa gran’ tarea’ del mundo moderno. El equipo de Myrdal, en cierta medida, inicia en Ts Unides el movimiento de integracién planificada del grupo hemo en la comunidad nacional. Dos reglas presiden este esfuerzo de planificacién: no deben tratarse aisladamente los Elementos de una situacién, ya que no es posible modificaela S partir de un solo factor —el econémico o el politico, p. ¢i-— al'que por razones teéricas se considere fundamental; los Slementos de una situacién deben set abordados en sus cone- Siones vivientes, pese a lo cual corresponde iniciar el ataque gon aquellos que resulten mis susceptibles de modificacién, porque estos elementos se inflayen recfprocamente y, de ese Frodo, las mejoras que se introduzcan en uno de ellos tendrin, fon ef andar del tiempo, zepercusién en los demés. Este es el Sslebre principio del efecto acumulativo, Finalmente, el pro- Blema negro de Estados Unidos es en esencia un problema Gal hombre blanco; In bacrera racial depende de las actitudes gue adopte este ultimo con respecto a sus competidores de Golor, y lo que debe modificarse son esas actitudes."° Tal es la linea en que se ha inscripto Ia psicosociologfa norte- americana, A grandes rasgos —y valiéndonos de los trabajos ados 10 G, Myrdal, An American dilemma, Nueva York, 1944. 49 SOSSSCCSCEECCECFSESEECSSEECVECE TCC de Allport—," podriamos decir que las principales técnicas . experimentadas se reducen a: informacién a través de la ease- fianza escolar; dinémica de grupos o, més sencillamente, eje: citacién de Ia vida en comin en Ja escuela, por ejemplo, o en casas de departamentos no segregadas; los mass media —-cine, radio, prensa—; las disposiciones legislativas; la terapia inde vidual. Al parecer, de acuerdo con las experiencias realizadas, ninguno de estos medios se muestra demasiado eficaz por si solo. La informacién no modifica necesariamente las actitudes, y el conocimiento objetivo no basta para modificar el com tamiento humano. Los grupos mixtos solo pueden aminorer los prejuicios cuando sus componentes gozan ya de un mismo status, lo cual choca, precisamente, con la funcidn del, pre- juicio, que es Ia de diferenciar los status. La propaganda 70 es vilida més que para quienes se encuentran previamente dispuestos a cambiar. Las decisiones legislativas no pueden contradecirse con las costumbres, que siempre hallarfan el modo de eludizlas. La terapia individual no llega més que a una insignificante minorla, Estos factotes, pues, carecen ce fuerza cada uno por su lado, pero actiian «acumulativamenter —para retomar la expresién de Myrdal— cuando desde varies flancos y a un mismo tiempo se atremete contra las actitudes tradicionales y esclerosadas. En este conjunto de medidas, como se ve, nos encontramos con lo que Jos socidlogos europeos Ilaman el - dos modos se ha iniciado ya, y aunque atin no haya conseguido establecer lo que podriamos designar como: «relaciones de ‘amistad fntimas entre vecinos» es indudable que, al menos en parte, ha instaurado una cooperacién igualitaria en el nivel de las relaciones de administracién en las casas de departamen- tos; 3) la integracién educacional ya ha comenzado: es la mis importante de todas, puesto que puede modificar las actitudes individuales de Jos nifios, pero también la més dificil, porque debe concretarse a través de Ja autoridad, de la accién del gobierno federal, en un pais donde las libertades locales son defendidas con encarnizamiento. Ahora bien: parece que al- ganas de las sugerencias de Myrdal y de Allport se han vis: justificadas por estas experiencias. En efecto, el éxito de las diversas medidas ha podido apreciarse muy en especial cuando, acumulativamente, muchos aspectos de un mismo problema fueron atacados al mismo tiempo. La integracién profesionel, por ejemplo, fue proclamada por la legislacién, pero solo pudo imponerse porque la sostuvo una parte de la opinién publica, que constituyS grupos para defender esa logislacién. Es de- cir que la medida fue simulténeamente impuesta desde arriba y desde abajo, mientras que seguramente habria fracasado si, en cambio, no hubiese contado con el apoyo de esos «grupos de presiény. De igual manera, la integracién escolar fue tanto més exitosa cuanto mds se preocuparon las autoridades locales por prepe- gar a los padres, durante el perfodo de receso lectivo y me 52 diante el empleo de los mass media, para la nueva situacion de contacto."* EI movimiento ha comenzado bien, Todavia podré encontrar oposicién —que asumiré, por desdicha, formas de creciente Yiolencia cuanto mds impotente se sienta—, pero ya nada po- dr4 detenerlo. Por lo que concierne a América latina es de advertir que en todos aquellos lugares donde tiende a constituirse el tipo com- petitivo se adoptan disposiciones legales para impedir que se establezcan discriminaciones. En el Brasil, por ejemplo, Ja Ley Affonso Arinos castiga con multas y prisién a las autoridades de escuelas y fabricas, comerciantes en general y hoteleros que invoquen diferencias religiosas, étnicas 0 raciales para negar sus servicios. Y allf donde se mantiene el tipo pater- nalista la solucién se abre paso sola —a largo término, cierta- mente, pero con eficacia—-, en virtud de la mestizacién, que borra las fronteras fisicas entre los hombres y crea comunida- des homogénieas de mestizos... En Europa no se plantea el problema con la misma intensidad, fo cual no significa que no hayan aparecido ya algunas ten- Siones: 1) En todos los lugares por donde pasaron las tropas de ocupacién existe el problema de los hijos ilegitimos, na- idos de Ja relacién entre soldados negros y mujeres de la regién; 2) Con el surgimiento de las élites africanas ha aumen- tado eensiblemente la cantidad de estudiantes de color y se han suscitado ciertos prejuicios in statu mascendi en materia de alojamiento, relaciones sindicales y competicién sexual; 3) El empleo de obreros negros no calificades en los puertos de Inglaterra y Francia, y de una mano de obra tampoco califi- cada, de origen arabe 0 bereber, en Francia, ha hecho surgir conductas segregacionistas, Sin embargo, cteemos que hasta el fromento nese he adoptado en Euresa medida alguna —apar- te las de orden econémico que se refieren a la asistencia de los necesitados— para atenuar esas tensiones. Parece que el racis- mo casi no existe, pero hay que velar para que estos nuevos Contactos no lo desencadenen. También este aspecto reclama de todos nosotros una atencién constante. Por lo que se refiere Europa, pues, los nios problemas son ‘i antisemitismo —que por ahora’ parece yugulado, cn un Viejo Mundo sobre el cual pesa todavia el remordimiento de sus crimenes— y el colonialismo, que implica la cuestién de las relaciones raciales pero abarca algo mas, y que actualmente 13 M. Berger, Racial equality and the law, Paris: UNESCO, 1954 53 weowvwvewwwvwwvwwwwvrwewes sev wwe we busca una solucién en Ia progtesiva descolonizacién de los pueblos de ultramar. Por consiguiente, podemos extraer estas conclusiones: 1. No solo la intensidad sino a menudo también Ia naturaleza de las relaciones raciales difieren segdn que se trate de ura u otra regidn del mundo occidental, ya que tales relaciones se inscriben en contextos culturales ¢ histéricos y en estruc- turas sociales diferentes, Ello obedece, asimismo, @ gue les razas 0 seudotrazas confrontadas no son en todas partes las mismas: aqui se trata especialmente de judios y no-judios, mientras que en otros lugares ser4 cuesti6n de blancos ¢ indios © de blancos y negros. 2. No existe, por lo tanto, una panacea universal en esta ma- teria. Cada pais debe resolver sus problemas segrin la natu- raleza de las relaciones raciales y su contexto. Las disposicio- nes de orden psicolégico orientadas hacia la transformacién de las actitudes pueden, en cierto grado, considerarse univer- salmente vilidas, puesto que Jos hombres son los mismos en todas partes; sin embargo, en la medida en que el Yo es ex- presién de. las culturas divergentes, tampoco es posible ge- neralizarlas. Estudiemos todo lo que sc hace en otros lugares, pero que esa visién de lo ajeno no nos haga perder cl sentido de nuestras propias responsabilidades. Cada pais esté envuelto en-la batalla, y cada uno debe hallar la estrategia que mejor se adecue a sus ptopios problemas. 3. La dimensién econdédmica Efectos de Ja industrializacién sobre las relaciones raciales en el Brasil* De acuerdo con los tiltimos trabajos de historiadores y socié- logos que han tratado el tema, el régimen esclavista fue des- truido, tanto en Inglaterra como en el Brasil, por el desarrollo o la expansién del capitalismo industrial.” Por un lado, fue Ia necesidad, propia de un gran pafs productor, de impedir Ja competencia de una mano de obra no retribuida. y, mas todavia, de transformar esa mano“de obra no retribuida en una masa de asalarindos capaces de comprar sus productos lo que impuls6 a Inglaterra a ponerse al frente del movimien- to de emancipacién en América; fue la comprobacién, en pri- mer lugar, de que el trabajo servil era mucho menos remune- tador que el libre, y de que el regimen de ln esclavitod exa anacrénico respecio de Jas nuevas formas de produccién, y en segunclo lugar, de que el capital inmovilizaclo en Ia compra y manutencién de esclavos podia hallar destinos més rentables en la inversién piblica o privada, lo que indujo al Brasil a proclamar la abolicién. La supresin del trabajo servil en 1888 no fue en modo alguno la consecuencia de un alzamiento de los negros contra el régimen que les habia sido impuesto, si bien es cierto que hacia fines del siglo xix los episodios’ de fuga de esclavos cran cada vez més frecuentes —se ha dicho 1 Ensayo publicado en inglés en G. Hunter, ed., Industrialisation and race relations, Nueva York, 1965. Este articulo fue escrito sobre la base de una primera encuesta enco- mendada por Ia UNESCO y realizada con Ia direccién_de Ch, Wagley, R, Ribeiro, Thales de Azevedo, Costa Pinto, Florestan Fernandes y este autor, durante los afios 1951 y 1952; en el Nordeste, Recife, Bahia, Rio de Janeiro y San Pablo, y de una segunda encuesta que por el término de treS meses evé a efecto diez afos después en San Pablo, donde, por ser esta la ciudad més industrializada de América del Sur, quise verificar y controlar las hipstesis expuestas en 1952, Desco manifestar mi agra- decimiento a todos los que me ayudaron en’ esta nueva empresa, ¥ muy cn especial a los sefiores Cardoso, Tani y Azis, y a la Asociacién Cult- ral del Negro, Para la bibliografia, general, véase Ivy [20]. 2 J.M, de Camargo, b. [9], FH. Cardoso y O. Innni [10], F. H. Cardoso [11], J. H. Rodrigues [24]. (Los niimeros entre corchetes re- miten a la bibliogratfa al final de este capftulo.)

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