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COMUNICACIÓN

Ayer se concedieron los premios Pulitzer 1980


EL PAÍS | Sociedad - 14-04-1981

El periódico Observer, de Charlotte, en el Estado norteamericano de Carolina del Norte, ganó ayer
el Premio Pulitzer al mejor servicio público meritorio por una serie de artículos sobre la bisinosis,
una enfermedad que afecta a los trabajadores de plantas textiles en Estados Unidos.

Los Premios Pulitzer, los más prestigiosos en el mundo de la comunicación, fueron instituidos en
1917 por el editor del ya desaparecido New York World, Joseph Pulitzer, y desde entonces los
concede cada año la Universidad de Columbia. A excepción del premio por servicio público,
dotado con una medalla, todos los demás premios están dotados con mil dólares. Los ganadores de
este año fueron seleccionados entre 1.237 participantes.Shirley Christian, de The Miami Herald,
obtuvo el premio a la mejor información internacional, por sus trabajos sobre los sucesos de
Centroamérica. El premio a la mejor información nacional fue para John Crewdson, del New York
Times; el de la mejor ínformación local, para la redacción del Daily News, en Longview, Estado
de Washington, por los reportajes sobre la erupción del volcán Santa Helena. En el apartado de
fotografía, los premios han sido para Larry Price, del Star Telegram, de Fort Worth, en Tejas, por
fotografía de sucesos, y para Taro Yamasaki, de la agencia Detroit Free Press, por la mejor
fotografía de serial. Janet Cooke, del Washington Post, ha obtenido el galardón al mejor trabajo en
la categoría de reportajes.

Por lo que respecta a relato y novela, el premio a la mejor ficción ha sido para el ya fallecido John
Kennedy Toole, por su novela Una confederación de tontos. J. K. Toole, que se suicidó en 1969,
escribió su novela en 1960, aunque no fue editada hasta 1980 por la Universidad de Luisiana.
Otros premios han sido: drama, Crímenes del corazón, de Beth Henley; biografía, Pedro el
Grande: su vida y su mundo, de Robert K. Massie; poesía, La mañana del poema, de James
Schuyler; no ficción general, Viena fin de siglo: política y cultura, de Carl E. Schorske.

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Un premio Pulitzer fue devuelto por estar falseado


EL PAÍS | Sociedad - 16-04-1981

EFE, - Washington

El Premio Pulitzer ganado por un reportaje sobre un niño de ocho años heroinómano ha sido
devuelto hoy por The Washington Post, porque el protagonista de la historia no existe. Esta
información la ofreció el otro diario de la capital norteamericana The Washington Star, que citó a
su vez fuentes de su colega y aseguró que el autor del trabajo ganador del más importante premio
periodístico, Janet Cooke, solicitó la dimisión de su puesto.El diario afectado no ha hecho
comentario alguno por el momento, pero el alcalde de la ciudad, Marion Barry, que dijo haber
hablado con el editor ejecutivo del Post, Bejamin Bradlee, comentó que en el diario le habían
dicho que la historia era una parte real, parte mito y parte invención.

La concesión de los Pulitzer tuvo lugar el pasado lunes y a partir de los datos ofrecidos en el
periódico sobre la historia del niño adicto a la heroína llamado Jimmy, publicada en septiembre, la
policía investigó el asunto. Dos semanas más tarde, el jefe de policía llegó a la conclusión de que
el niño no existía. Bradlee, por su parte hará una declaración sobre el tema.

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Una historia inventada, amparada en el secreto


profesional, convenció al jurado del Premio Pulitzer
NYT

EL PAIS | Sociedad –17 de abril de 1981 -- Reportaje

La edición del pasado miércoles del diario norteamericano The Washington Post incluía una
información en la que se explicaba que la historia de un niño de ocho años, adicto a la heroína, que
vivía en los arrabales de la capital federal, historia que había supuesto el Premio Pulitzer a su
autora, era un montaje, una ficción. Al tiempo que anunciaba sin decisión de renunciar al
galardón, el diario confirmaba que Janet Cooke, la autora de la historia, había rescindido su
contrato. «Tras una serie de preguntas de los editores, Janet Cooke confesó que su tierna historia
sobre Jimmy, un precioso niño con marcas de agujas señalando la suave piel infantil de sus finos
bracitos morenos, era falsa». Es la primera vez en 64 años de historia de los codiciados Premios
Pulitzer que el galardón ha sido rechazado por este tipo de razón, según miembros del comité
Pulitzer de la Universidad de Columbia. en Nueva York.Benjamín C. Bradlee, editor ejecutivo del
Post, se reunió con el staff del periódico el miércoles por la tarde y declaró que había enviado un
telgrama al comité Pulitzer en el que hacía constar «con gran pena y sentimiento» que miss Cooke
había determinado que no podría aceptar el premio.

«Ella dijo a los editores del Post esta mañana temprano que su historia, acerca de un niño de ocho
años adicto a la heroína, era de hecho una invención, que las declaraciones atribuidas al niño
fueron fabricadas y que ciertos acontecimientos descritos como contemplados directamente por la
periodista no habían ocurrido en realidad», añadía el telegrama.

Poco más tarde, el editor ejecutivo del Post, Donald E. Graham, efectuó unas declaraciones en las
que afirmaba: "Todos nosotros, colectivamente, pediremos perdón en el periódico a los lectores
del Post".

Graham añadió que él personalmente había pedido excusas al alcalde de Washington, Marion
Barry hijo, y al jefe de Policía, Burtell M. Jefferson. Ambos personajes habían investigado la
veracidad de la historia cuando fue publicada, el pasado 28 de septiembre, ordenando una
infructuosa búsqueda por parte de la policía para localizar al niño.

Ante este anuncio del Post, los diecisiete miembros del comité Pulitzer, que revisan las
recomendaciones del jurado para los premios, fue convocado por teléfono desde Nueva York. El
comité concedió el premio a Teresa Carpenter, del Village Voice, por su reportaje sobre tres
asesinatos. El jurado había recomendado originalmente el reportaje de Carpenter para el premio,
pero había sido desestimado por el comité.

El engaño salió a la luz tras las dudas aparecidas sobre las credenciales académicas atribuidas a
Janet Cooke en el anuncio del Pulitzer, obtenidas a partir del material proporcionado por el
periódico. Seún estos datos, ella había pasado un año en la Sorbona se había garaduado con
sobresaliente cum laude en el Vassar Coen 1976, y había recibido el master en la Universidad de
Toledo, en 1977.

Un portavoz del Vassar declaró que Cooke asistió a la escuela un año escaso, entre el final de
1972 y la primavera de 1973, y después se marchó por razones, no conocidas. En la Universidad
de Toledo, un portavoz afirmó que ella se graduó en 1976, sin honores, con una nota B. A. en
Literatura Inglesa.

En una entrevista, Bradlee afirmó que el conoció la falsedad de las credenciales de la periodista a
las tres de la tarde del martes, cuando una personalidad oficial que él y sus editores hablaron con
la reportera durante veinte minutos, y entonces, al conocer la falsedad de sus datos académicos, la
interrogaron acerca de la veracidad de su historia. Al principio, según Bradlee. ella mantuvo que la
historia era cierta.

Janet Cooke no estaba disponible para conceder una entrevista el pasado martes. Según miembros
del periódico, ella reconoció el engaño después de que el editor de local del Post, Milton Coleman,
le pidiera que le mostrase cuál era la casa en la que ella había interrogado al niño.

Negativa a revelar las fuentes

Bradlee dijo que cuando surgieron las dudas por primera vez, el pasado año, él no se esforzó
demasiado por verificar la historia, porque la reportera le había dicho que había garantizado el
anonimato a sus fuentes informativas y que su vida había sido amenazada por los traficantes de
drogas implicados en el tema. "Estábamos ante un punto muerto», declaró. «O la creíamos o no la
creíamos». Bradlee añadió que el compromiso bajo el cual ella había podido obtener su
información incluía que no podía revelar los nombres del niño ni los miembros de la casa en que
vivía, ni siquiera a los editores del periódico. «Nosotros respetamos dicho compromiso». afirmó.
«Es práctica común en numerosos periódicos el que los editores insistan para conocer la identidad
de las fuentes en este tipo de historias, antes de su publicación. Bradlee dijo que aunque esa era
también la política general del Post, se había hecho una excepción en este caso por la confianza de
los editores en «la veracidad y la integridad de la historia". y porque Janet Cooke insistió en haber
recibido amenazas de muerte.
Conmoción social en Washington

El artículo causó una conmoción cuando fue publicado en Washington, el año pasado. Descrito
como una visión poco frecuente del mundillo subterráneo de la zona pobre más agria de la capital,
el artículo muestra una descripción chocante de cómo un niño fue inducido a la heroína por Ron,
el amante de veintisiete años de edad, de su madre, antigua prostituta. El artículo ofrecía lo que fue
descrito como un testimonio ocular de cómo Jimmy, un niño listo y barriobajero, declaraba, al ser
inyectado con heroína por Ron, que su ambición en la vida era llegar a ser un buen traficante de
droga.

«El agarra el brazo izquierdo de Jimmy justo debajo del codo, con su manaza cubriendo el fino
miembro del niño», decía el artículo. «La aguja se deslizaba por la suave piel infantil como una
paja insertada en un pastel recién hecho. El líquido salía de la jeringa, siendo reemplazado por
brillante sangre roja, reinyectada después al niño». «Muy pronto», según palabras atribuidas a
Ron, «vas a saber qué hacer contigo».

Búsqueda infructuosa

El artículo desencadenó una amplia operación policial en busca de Jimmy, oficiales de los
servicios antidroga y de protección a la infancia participaron igualmente en esta operación. En un
cierto momento, la policía amenazó con exigir legalmente del Post la identificación de sus fuentes,
pero el periódico se negó citando la primera enmienda de la Constitución. Numerosos maestros
inspeccionaron a lo largo de toda la ciudad los brazos de sus alumnos, en busca de señales de
pinchazos, y asistentes sociales y policías consultaron a sus informadores en el submundo de la
droga.

Sin embargo, desde el principio, la policía tuvo sospechas acerca de la veracidad de la historia, de
acuerdo con las investigaciones de un oficial que había consumido miles de horas de trabajo en el
tema. Según este policía, el artículo decía que el chico iba al colegio sólo para atender a las clases
de matemáticas, porque quería aprender a contar. Como normalmente los alumnos de la escuela
primaria van a clase todo el día en una sola aula y con un solo profesor, según el razonamiento del
policía, sus idas venidas no podrían haber pasado desapercibidas.

Además, a la policía le parecía muy improbable que el niño sólo hubiese hablado con una extraña,
la reportera, y no lo hubiese hecho con otros, como por ejemplo, sus profesores, los tenderos de su
calle o algún vecino.

Además, por su conocimiento del mundillo de la droga, la policía encontraba que era muy
improbable que los utilizadores pudiesen proveerse de la costosa heroína para tres años sin nada a
cambio. «No les habrían dado droga para tres años sin exigir a cambio alguna compensación»,
afirmó la fuente policial.

William G. Jepsen, portavoz del departamento de policía del distrito de Columbia, señaló que la
investigación de tres semanas de duración llegó a la conclusión de que «el niño, tal y como había
sido descrito, no existía», añadiendo que el Post había sido informado de las conclusiones del
departamento.

El miércoles, Barry emitió un comunicado diciendo que «yo estaba firmemente convencido de que
el artículo de miss Cooke era en parte mito y en parte realidad; yo, al igual que los oficiales de
policía, los ciudadanos y los expertos sanitarios en el tema de la drogadicción por heroína, estaba
convencido de que Jimmy y su familia eran seres ficticios».

Janet Cooke llegó al Post en 1979, después de haber trabajado como reportera en la emisora de
televisión WGTE-TV, de Toledo, y posteriormente en el diario Toledo Blade.

Teresa Carpenter, nuevo Pulitzer

La nueva ganadora del Premio Pulitzer por reportajes escritos, Janet Carpenter, nació en una
granja de Misuri, en 1948, y llegó al diario Village Voice, del Greenwich Village neoyorquino, en
1979. Se había graduado en el Graceland College, de Ioxa, en 1971, y obtuvo el master en
periodismo en la Universidad de Misuri, en 1973. Antes del Village Voice había trabajado para
una publicación comercial japonesa y después, durante cuatro años, en la revista mensual New
Jersei, Monthlv.

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El rigor del jurado Pulitzer, puesto en entredicho por la Prensa


norteamericana
EL PAIS | Sociedad –19 de abril de 1981 --

«Deberíamos haber hecho la selección de temas con mayor formalidad. Con toda seguridad
seremos más suspicaces en el futuro. Algunos jurados ya han dicho que no considerarán las
historias que no estén debidamente apoyadas por fuentes identificables», ha asegurado Richard
Baker, secretario de la dirección de los premios Pulitzer. El engaño de Janet Cooke, reportera del
Washington Post, que con una historia inventada, en la que narraba la experiencia de un niño
negro, de ocho años, inducido a la heroína por el amante de su madre, convenció al jurado
Pulitzer, ha desencadenado una ola de lamentaciones en la Prensa, de críticas por parte de los
propios periodistas y del público y la suspicacia de los norteamericanos respecto de un premio, el
Pulitzer, que es el más prestigioso del mundo de la comunicación.Las ediciones de los diarios
norteamericanos de ayer estaban llenas de preguntas respecto a la forma en que Janet Cooke fue
capaz de salvar todos los controles de veracidad que cualquier gran periódico aplica a los trabajos
publicados. Mientras Janet Cooke permanece encerrada en su casa, víctima de una profunda
depresión, y la historia de sus mentiras ha llenado de estupor y curiosidad a los lectores
americanos, Benjamin Bradlee, editor ejecutivo del Washington Post, sostiene en la edición de
ayer: «La credibilidad de un diario es su más preciado don, que depende, casi exclusivamente, de
la integridad de sus reporteros».

Los reporteros del Washington Post, por su parte, afirman que el artículo de Janet Cooke dividió a
los profesionales cuando, en septiembre pasado, iba a ser publicado. Mientras unos sospechaban
la falta de veracidad de la historia, otros aseguraban que el secreto profesional de la reportera
amparaba la historia. Ayer, los profesionales del Washington Post reflexionaban sobre las
tremendas presiones a que se ven sometidos los profesionales y los diarios en una sociedad tan
competitiva como la americana: «La política interna del diario es exaltar la tensión creativa de los
profesionales hasta el punto de enfrentar a unos y otros con el único objetivo de alcanzar el
estrellato».

El Wall Street Journal, único diario norteamericano de difusión en todo el territorio nacional,
preguntaba ayer en un editorial: «¿Son tan grandes las presiones de la competencia en las
redacciones de los diarios de las grandes ciudades que se anteponen éstas a lo sustancial?».
TRIBUNA: GABRIEL GARCIA MARQUEZ
¿Quién cree a Janet Coooke?

EL PAÍS | Opinión - 29-04-1981

Todo empezó el día en que Janet Cooke, reportera del Washington Post, le dijo a su jefe de
redacción que había oído hablar de un niño de ocho años que se inyectaba heroína con la
complacencia de su madre. «Encuentre a ese niño», le dijo el jefe de redacción. «Será un reportaje
de primera página». En octubre del año pasado, en efecto, el relato revelador y tremendo -bajo el
título de «El mundo de Jimmy»- estremeció a Estados Unidos. Hace dos semanas, con sólo tres
años en el oficio y veintiséis de edad, Janet Cooke mereció el honor más codiciado del periodismo
de su país: el Premio Pulitzer. Aunque sólo por pocas horas, pues el escrutinio inclemente de sus
jefes y la presión de su propia alma la obligaron a confesar que el reportaje era inventado y que el
pequeño Jimmy sólo había existido en su imaginación.Este incidente plantea, una vez más, el
drama del periodismo de Estados Unidos, cuyo rigor casi puritano lo ha convertido en el mejor del
mundo, pero cuyas contradicciones traumáticas lo han convertido también en el más peligroso. De
allí que toda nota falsa, como la que Janet Cooke acaba de cantar, termine por provocar sin
remedio una crisis de conciencia nacional.

Yo tuve una prueba personal de ese rigor, hace unos cuatro años, cuando la revista Harper, de
Nueva York, me pidió un artículo exclusivo sobre el golpe militar en Chile y el asesinato de
Salvador Allende. Uno de los editores principales de la revista llamó por teléfono de Nueva York
a París cuando leyó los originales, y me sometió a un interrogatorio casi policial de más de una
hora sobre el origen de mis datos. No aspiraba, por supuesto, a que yo le revelara mis fuentes
confidenciales, pero quería estar seguro de que yo estaba seguro de ellas, y de que me encontraba
en condiciones de defenderlas. Más tarde vi personificada esa moral en mi amigo Elle Abel -el
antiguo director de la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia-, con quien trabajé en
la comisión especial de la Unesco que hizo un estudio sobre la comunicación y la información en
el mundo actual. Elie Abel y yo estábamos a una distancia política de siglos, pero la claridad y la
entereza con que se batía por sus principios en aquellas reuniones soporíferas me recordaban a los
predicadores iluminados de su compatriota Nathaniel Hawthorne.

Por eso es más sorprendente que un periodismo con fundamentos morales tan drásticos sea
también capaz de llegar a extremos inconcebibles de manipulación y falsedad. Hace dos años -por
ejemplo-, la revista Time publicó a media página la fotografía de algo que parecía ser dos pantallas
de radar implantadas en una colina. El texto decía que había sido tomada en secreto en el interior
de Cuba, y que eran unos dispositivos soviéticos muy refinados para captar toda clase de mensajes
originados en Estados Unidos. Yo lo creí, y me pareció un recurso ordinario en la guerra sin
cuartel de la información. Pero mis hijos, que se interesan más que yo en la ficción científica, me
hicieron caer en la cuenta de que habíamos visto esas pantallas muchas veces en nuestros tantos
viajes a Cuba. No debían ser tan secretas si millares de turistas extranjeros podían verlas y
fotografiarlas viajando por carretera desde La Habana hacia el oriente del país. La semana
siguiente, en efecto, el encargado de la oficina de intereses de Cuba en Washington aclaró en una
carta que aquellas pantallas habían sido instaladas allí desde antes de la revolución por una
empresa de comunicaciones de Estados Unidos. Veinte años después, a pesar del bloqueo, de los
sabotajes y de los desembarcos armados, las pantallas continuaban en su puesto, todavía al
servicio de la misma empresa transnacional norteamericana, y bajo su responsabilidad absoluta. La
revista Time publicó esta aclaración de una pulgada en la sección de cartas, y quedó en, paz con su
conciencia. Nunca rectificó.

Más infame y persistente fue la guerra de información contra Vietnam, hace dos años. La Prensa
occidental, instigada por la de Estados Unidos, hizo creer al mundo que el Gobierno vietnamita
estaba mandando a morir en alta mar a los residentes chinos. Muy pocos nos tomamos el trabajo
de ir a Vietnam a conversar con todo el mundo, inclusive con los chinos que se querían ir, como
tanta gente se quiere ir de todas partes. Lo que entonces averiguamos parece hoy muy simple: la
solidaridad mundial que Vietnam había conseguido durante la guerra militar seguía siendo un
dolor de cabeza para Estados Unidos, y se propusieron aniquilarla con la otra guerra feroz de la
información. Lo lograron, por supuesto.

En todo caso, más allá de la ética y la política, la audacia de Janet Cooke, una vez más, plantea
también las preguntas de siempre sobre las diferencias entre el periodismo y la literatura, que tanto
los periodistas como los literatos llevamos siempre dormidas, pero siempre a punto de despertar en
el corazón. Debemos empezar por preguntarnos cuál es la verdad esencial en su relato. Para un
novelista lo primordial no es saber si el pequeño Jimmy existe o no, sino establecer si su
naturaleza de fábula corresponde a una realidad humana y social, dentro de la cual podía haber
existido. Este niño, como tantos niños de la literatura, podría no ser más que una metáfora legítima
para hacer más cierta la verdad de su mundo. Hay por lo menos un punto a favor de esta coartada
literaria: antes de que se descubriera la farsa de Janet Cooke, varios lectores habían escrito a su
periódico para decir que conocían al pequeño Jimmy, y muchos decían conocer otros casos
similares. Lo cual hace pensar -gracias a los dioses tutelares de las bellas letras- que el pequeño
Jimmy no sólo existe una vez, sino muchas veces, aunque no sea el mismo que inventó Janet
Cooke.

Lo malo es que en periodismo un solo dato falso desvirtúa sin remedio a los otros datos verídicos.
En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más
fantásticas. La norma tiene injusticias de ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la
verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en literatura se puede inventar todo, siempre que el
autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto. Hay recursos intercambiables. Si un escritor
dice que vio volar un rebaño de elefantes, no habrá nadie que se lo crea, porque el buen
periodismo le ha hecho creer al mundo que los elefantes no vuelan. Pero no faltará quien se lo crea
si apela al recurso periodístico de la precisión y dice que los elefantes que volaban eran 326. Yo oí
contar muchas veces, siendo muy niño, la historia de un cura rural que levitaba en el momento de
apurar el cáliz. Intenté contarlo en una novela, pero no conseguía creerlo yo mismo, hasta que
cambié el vino por una taza de chocolate, y el cura se elevó como un ángel a dos centímetros sobre
el nivel del suelo. Algo de esto debe ser el alcalde de Washington, Marion Barry, pues fue el
primero que denunció la falsedad del relato de Janet Cooke. Y no porque creyera que el niño no
existía, sino porque le pareció imposible que la madre permitiera inyectarle heroína delante de un
reportero.

John Hersey, que era un buen novelista, escribió un reportaje sobre la ciudad de Hiroshima
devastada por la bomba atómica, y es un relato tan apasionante que parece una novela. Daniel de
Foe, que era también un gran periodista, escribió una novela sobre la ciudad de Londres devastada
por la peste, y es un relato tan sobrecogedor que parece un reportaje. En esa línea de demarcación
invisible pueden estar los ángeles que Janet Cooke necesita para la salvación de su alma. Pues no
habría sido justo que te dieran el Premio Pulitzer de periodismo, pero en cambio sería una
injusticia mayor que no le dieran el de literatura.

Copyright 1981, Gabriel García Márquez/ACI.


ENTREVISTA

"No creo que los Pulitzer vayan a sufrir un deterioro por el


escándalo del «Post»"
Entrevista con Warren L. Lerude, premio Pulitzer de Periodismo en 1977
FERMIN GOÑI, - Pamplona

EL PAÍS | Sociedad - 29-04-1981

Warren L. Lerude, premio Pulitzer de periodismo en 1977 y jurado de este premio en 1980,
considera que el falso reportaje escrito por Janet Cooke en The Washington Post, que fue
galardonado con el Pulitzer este año, ha mostrado un serio fallo en el proceso para conceder los
premios, si bien asegura que este hecho no va a suponer un deterioro de los premios Pulitzer. En
una entrevista concedida a EL PAIS, en Pamplona, en donde se encuentra invitado por la
Universidad de Navarra, Warren L. Lerude, 43 años de edad, ex director de varios periódicos
americanos, colaborador actual del suplemento dominical de The New York Times y profesor de
Derecho de la Información en la Universidad de Nevada, considera que el periodista está
actualmente en una situación precaria, aunque la Prensa, en su opinión, continúa siendo un medio
poderoso.

Pregunta. ¿Qué son los premios Pulitzer y qué incidencia tienen en el periodismo
americano?Respuesta. No me atrevo a extremar su importancia. Creo que más vale que me quede
un poco corto. El premio Pulitzer en EE UU se considera como el mayor premio que se puede
conceder en el periodismo. Pero diciendo esto yo, habiendo ganado uno, me resulta un poco
incómodo, molesto. Sin embargo, en el consenso general, es el premio de mayor importancia, sin
olvidar que es sólo eso, un premio.

P. El escándalo originado este ano, a raíz del falso reportaje publicado en el Washington Post, que
fue galardonado con un Pulitzer, ¿puede modificar estos criterios de este premio?

R. En las ocasiones en que yo he participado como jurado lo que trataba de hacerse es buscar
aquellos artículos que nosotros, como periodistas, consideramos que representan un gran esfuerzo
profesional entre nuestros colegas. Pienso que el proceso de concesión de los premios Pulitzer de
este año nos ha mostrado unos puntos débiles, una mala comunicación entre los miembros del
jurado y el consejo consultivo, que es el que establece el veredicto final.

No pienso que a la larga los premios Pulitzer vayan a sufrir un deterioro por el escándalo del Post.
Pulitzer seguirán existiendo, se prestarán a la controversia, como ha sucedido hasta ahora, pero el
proceso de conceder un premio va a tener que ser fortalecido, tendrá que ser más estricto. Este
año, el error ha existido -aunque no sé si error es la palabra más idónea-, y la conclusión es que
quizá debe haber una mayor complejidad en el estudio de los trabajos candidatos a un Pulitzer. La
situación del Post nos li a mostrado un serio fallo en el proceso de conceder un premio, pero los
muchos años de prestigio social de los Pulitzer no van a salir perjudicados.
P. El escándalo originado por la falsa historia publicada en el Washington Post, escrita por la
periodista Janet Cooke, ¿puede perjudicar la credibilidad de los periodistas ante sus lectores?

R. Pienso que la credibilidad de los periodistas en todo el mundo, lo mismo en Washington que en
Madrid o Pamplona, es lo más importante para los periodistas. Nosotros establecemos nuestra
credibilidad con cada uno de los números del periódico que salen a la calle, con cada una de las
noticias que se publican, con cada párrafo, con cada frase, con cada hecho. Como periodistas,
estamos siendo puestos a prueba constantemente por el público lector, que es escéptico y debe ser
escéptico. Por tanto, dejando al margen lo sucedido en el Post, nuestra credibilidad ha estado
siempre bajo ataques en muchos frentes, hablando históricamente. Lo del Post va a armar más a
nuestros críticos, les va a dar nuevas municiones para atacarnos. Quizá de ahora en adelante
tengamos que trabajar un poco más para ganarnos la credibilidad, porque pienso que lo del Post ha
significado un duro golpe a nuestra armadura.

P. ¿El hecho de inventarse un artículo de investigación responde a la necesidad de un periodista


concreto para abrirse camino en la profesión o es consecuencia de la gran competencia entre las
empresas periodísticas americanas?

R. Pienso que no es una cosa ni otra. Durante siglos, y de forma más intensa en las últimas
décadas, ha habido un periodismo excelente, no sólo en las guerras mundiales, sino en épocas de
paz, mediante el trabajo de profesionales dedicados, honrados, que no han tenido que acudir a
invenciones. Que un artículo inventado haya llegado a conseguir un Premio Pulitzer es algo único
hasta ahora. En mi experiencia a través de los años como periodista jamás había visto nada
parecido hasta el momento. He trabajado con periodistas experimentados y también con novatos,
que se encontraban en situaciones duras, y nunca vi nada parecido a lo del Post. No quiero
minimizar el tema; considero que es de suma gravedad. Simplemente quiero decir que nunca había
visto nada semejante.

P. Usted ha asegurado durante una intervención en la facultad de Ciencias de la Información de la


Universidad de Navarra que el periodismo es una profesión precaria, pero que la Prensa es un
medio poderoso. ¿Cómo debe entenderse esta aparente contradicción?

R. Quizá los periodistas no debieran estar en una situación precaria, pero lo están. Un periodista
de Los Angeles Times, que escribe artículos y se publican, puede considerarse como una persona
influyente, ya que hace circular unas ideas. Pero si ese mismo periodista con ese puesto influyente,
y digo influyente en el sentido de que puede poner en circulación ideas, no que tenga una
influencia personal sobre los políticos u otras personas, puede sentarse en la celda de una cárcel
durante muchos días, quizá eso sí sea una contradicción. Pues bien, este caso tiene nombre:
William G. Farr, que pasó 43 o 47 días en la cárcel, no lo recuerdo con exactitud, y todo el poder
que se considera que tiene Los Angeles Times no le sirvió de gran ayuda mientras estuvo preso.
Farber, de The New York Times, encarcelado en Nueva Jersey, es el mismo caso. Evidentemente,
la Prensa tiene una fuerza y un poder extraordinarios, pero al mismo tiempo se limita a ser una
institución más en la trama de la sociedad. Tiene unos controles, unas limitaciones que actúan
sobre ella, y que esto suceda así me parece correcto.
P. ¿Cuál es el papel del ombudsman en los periódicos americanos?

R. El ombudsman es el llamado representante de los intereses del lector dentro de la estructura de


la Prensa. Este es un personaje que ha surgido en la Prensa americana de los últimos años, como
consecuencia de su aparición en la Prensa europea. La teoría es que debe haber alguien que sea
independiente, es decir, que tenga independencia de criterio frente al diario, a quien pueda recurrir
el lector para plantearle los problemas que pueda observar en la publicación. Este es un concepto
muy noble, pero en la mayoría de los periódicos del mundo si, por ejemplo, tuviesen veinticinco
periodistas de plantilla y el presupuesto les permitiese contratar una persona más, probablemente
preferirían contratar a otro periodista que gastarse el dinero en tener un ombudsman. Por tanto, el
ombudsman tiende a ser una persona que se encuentra solo en los grandes periódicos
metropolitanos y sigue siendo relativamente rara su presencia en los diarios. En la mayoría de los
periódicos se fian, de una manera bastante eficaz, de la opinión de los taxistas, de los
neurocirujanos, de los carpinteros, de las suegras, de cualquier persona que pueda comunicarse.
También, evidentemente, las cartas al director son muy tenidas en cuenta por los directores. Los
periodistas son, quizá, la única profesión que no sólo pide críticas al público, sino que, además, las
publica y permite su comunicación a todos los lectores del periódico. No hay ninguna profesión
que acepte las quejas de su trabajo de esta forma y que las haga circular entre sus propios clientes.
¿Se imagina usted un médico o un abogado que pidieran quejas a sus clientes sobre su trabajo
profesional y que luego las enviaran a su clientela a través de una circular? El del periodismo es un
caso único. De todos modos, y volviendo al principio, pienso que en los periódicos en los que no
existe un ombudsman tienen un proceso crítico muy efectivo

TRIBUNA: RICARDO LEZCANO

Puntualizaciones sobre la denuncia a través de la Prensa


Ricardo Lezcano es abogado y periodista.

EL PAÍS | Economía - 07-05-1981

Obvio es insistir hoy sobre la importancia de la Prensa y su multiforme actividad. Pregonera de los
hechos e intérprete imparcial de los mismos. Tribuna, palestra y aula de cultura y, lo que es más
importante, voz de los poderes públicos, pero, asimismo, censor de la acción política. Quizá no
llegue a ser ese cuarto poder del que tanto se habla, sobre todo en este país en el que los poderes
«fácticos» han usurpado más de un puesto de cabeza, pero cuando la Prensa es combativa,
competente e insobornable, puede llegar a enfrentarse con éxito al mismo Gobierno. No otro fue el
caso del famoso Watergate americano, en el que dos periodistas del Washington Post, Woodward
y Bernstein, devolvieron a Esta dos Unidos su marchito rostro democrático, haciendo buena una
frase de Chateaubriand sobre la información, quizá un tanto optimista: «Habría de perderse la
Constitución, y una Prensa libre nos la restituiría».Ahora bien, esta altísima tarea de la libertad de
información requiere como contrapartida el más escrupuloso respeto a la verdad. El periodista
debe atenerse a hechos o conductas demostrables y no a simples rumores u opiniones, sobre todo
si se tiene en cuenta que su legítimo derecho a mantener secretos los orígenes de su información
ofrece una peligrosa impunidad a los informantes, quienes pueden actuar con ligereza o con
malicia al suministrar sus datos al medio informativo, comprobándose las más de las veces que las
famosas «buenas fuentes» ni se sabe dónde están ni sus aguas son muy limpias.

En tal situación, a nadie se le oculta la diferencia que hay para un medio informativo entre recoger
hechos o hacerse eco de opiniones. Los primeros, ahí están, y en caso de necesidad, si el periodista
ha comprobado la veracidad de sus fuentes, no hay peligro de que pueda ser desmentido por ellos;
en el segundo, los rumores no pueden llevarse ante ningún tribunal como medio de prueba.

Como aleccionador paradigma de lo dicho, tenemos esa información publicada por EL PAIS del
pasado 27 de abril sobre una supuesta «hibernación» de actuaciones inspectoras cerca de personas
y entidades jurídicas de gran rélevancia7 fiscal que, según el periódico, habrían sido ordenadas por
el Ministerio de Hacienda. El periodista podría opinar, si posee datos para ello y su preparación
fiscal es adecuada, sobre posibles irregularidades cometidas en las actas o insuficiencia de las
bases propuestas en ellas por los inspectores actuarios. En el primer caso, el examen de los
documentos controvertidos sería esclarecedor; en el segundo, sí el medio informativo tiene materia
para avalar su tesis, cuestión suya sería probar su denuncia si fuera demandado ante un tribunal.
Pero decir que unas actuaciones inspectoras están detenidas por «motivos políticos» no deja de ser
una mera opinión del que pasó la información al periodista, que, además, cae en el campo de la
calumnia. Como es natural, si tales motivos existieran, no se encontrarían plasmados en un escrito
dentro de los expedientes en cuestión, y, por otra parte, es muy dudoso que un día no pueda juzgar
cuándo la prolongación excesiva de una actuación inspectora se debe a negligencia del inspector o
a la dificil y compleja labor investigadora que muchas empresas y contribuyentes individuales
requieren.

Si indemostrable es, por tanto, el motivo de la supuesta paralización de estas actuaciones, mucho
más lo es el propio concepto de «detención», supuesto que no existe una regla objetiva de tiempo
para medirla.

Resumiendo, hay que puntualizar que el periodista debe tener una seguridad absoluta en
que los hechos que conoce son denunciables, profundizar al máximo en los mismos, escrutar
implacablemente sus fuentes de información y prescindir de juicios de valor o procesos de
intención.

Da la feliz casualidad que para reforzar la tesis sobre este problema, posiblemente polémico, el
novelista Gabriel García Márquez, cuya voz ha de tener mayores resonancias que la del que esto
escribe, acaba de publicar en EL PAIS del 29 de abril último un revelador artículo sobre el tema,
que, bajo el título de «¿Quién cree a Janet Cooke?», aborda el pequeño escándalo producido en
Estados Unidos ante la concesión del Premio Pulitzer a una periodista del Washington Post, la
que, a las pocas horas, renunciaba a él, confesando que el tema del reportaje galardonado era una
pura invención.
Dice García Márquez que cuando entregó a la revista Harper un reportaje sobre Chile y la caída
de Allende, su director, antes de aceptárselo, le hizo un interrogatorio por teléfono de más de una
hora. «No aspiraba, por supuesto», añade el escritor, «a que yo le revelara mis fuentes
confidenciales, pero quería estar seguro de que yo estaba seguro de ellas y que me encontraba en
condiciones de defenderlas».

Es una lástima que función tan importante como es la de la crítica y censura a través de los medios
informativos pierda parte de su efectividad debido a esta precipitación y ligereza en su uso, porque
cuando el periodista actúa sin rigor no sólo puede lesionar legítimos derechos privados, sino
también embotar el filo de una crítica que es necesaria para la mejor marcha de la res pública.
También a esto se refiere García Márquez cuando dice: «En periodismo, un solo dato falso
desvirtúa sin remedio a los otros datos verídicos».
El 'New York Times' publicó un reportaje inventado sobre Camboya
RAMON VILARO, - Washington

EL PAIS | Internacional –25 de febrero de 1982 --

Un reportaje escrito por un joven periodista freelance norteamericano y publicado en el dominical


del diario The New York Times el pasado 20 de diciembre, bajo el título En el país de los 'kmers
rojos', resultó ser una laboriosa invención escrita el pasado verano frente a las playas de Calpe, en
España.Basado en anteriores viajes por Asia, conversaciones con responsables de los kmers rojos
en París y plagio de frases del libro de André Malraux La voie royale, sobre sus vivencias en
Camboya, el periodista norteamericano Christopher Jones, de veinticuatro años de edad, escribió
el reportaje con gran imaginación y estilo. Por no faltar, no faltaba ni la descripción de una
jornada con la guerrilla de los kmers rojos, atacados por helicópteros vietnamitas, ni el haber visto
al célebre líder Pol Pot, de quien nadie tiene noticias directas desde 1969.

El crítico de temas de Prensa del semanario neoyorquino The Village Voice fue el primero en
señalar que el reportaje de Jones sobre Camboya contenía párrafos enteros de la novela de
Malraux.

El pasado jueves, el diario The Washington Post insistió en la invención y fraude del reportaje,
devolviendo, en cierto modo, la pelota al The New York Times, rotativo que calificó de fallo
critico la publicación hace diez meses en el Post de un reportaje sobre la historia inventada de un
niño negro de ocho años que se drogaba y era adicto a la cocaína. Reportaje escrito por Janet
Cooke, que fue premiado con el Pulitzer antes de descubrirse el escándalo.

Los directivos del Times enviaron a Calpe al editor del The New York Times Magazine, Edward
Klein; al ex corresponsal diplomático en Asia Henry Kamm, y al corresponsal en España, James
Markham, quienes al cabo de tres días de conversaciones con Jones lograron que reconociera que
había inventado el reportaje, como si fuera "una apuesta en el juego", confesó Jones al
corresponsal en España del Times, James Markham.

El director del prestigioso The New York Times, A. M. Rosenthal, admitió la responsabilidad del
periódico, por su fallo en no haber investigado más a fondo las fuentes de un reportaje que tenía
aparentemente todas las cualidades de una buena exclusiva periodística.

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