¿Qué esperaba encontrar? sin duda, lo que vi a lo largo de la actuación; no.
Cuando te dicen que vas a acudir a un espectáculo protagonizado por personas de entre 4 a 74 años de edad con discapacidad intelectual, por muy buenas que sean las críticas y opiniones, tienes que verlo para creértelo. Nunca antes había acudido a un Psicoballet y tampoco salvo esta vez en la Universidad, había odio valoraciones al respecto. Te esperas una función adaptada al género que sabíamos que iba a representar la función es decir, personas con discapacidad. Sin embargo, el despliegue de sus capacidades artísticas en el escenario hace que el espectador se olvide por completo de sus imposibilidades. No esperaba tanta organización y buena puesta en escena. El comienzo de la actuación ya consiguió sorprenderme con el ejercicio que realizó una chica síndrome de Down. Con sus mallas negras, empezó a realizar una serie de movimientos coordinados y realizados perfectamente al compás de la música que hacían que estuvieses degustando un espectáculo cualquiera. Además de ella, todos sus compañeros consiguieron provocar el mismo efecto entre todos los que estábamos allí presentes. Lo que más me gusto es que durante el espectáculo, no todos sus componentes realizaron los mismos ejercicios sino que estos fueron ricos y variados: sevillanas, puesta en escena con instrumentos de percusión, dramatización…al mismo tiempo, la amplia gama de edades que protagonizaron la actuación dio mucho juego a que la emoción estuviese presente en todo momento. Su efecto quedó reflejado en muchos de los rostros de los espectadores no solo al final de la actuación sino también durante la misma. Acabas descubriendo que estas personas cuentan con un potente instrumento de expresión a través del cual llevan a la práctica también el desarrollo de sus posibilidades físicas, psíquicas y sensoriales, todas éstas, susceptibles de educación. Igualmente, tras el desarrollo de ellas, fomentamos su autonomía e integración social.