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Editorial Andrés Bello ‘inguna pace de nt publican inci die de a cabiews,pucde ‘Romorkala sinocento nnd en maser alguna por ingen md, ‘iis etic, quien, mesic, den. de gabaclon ove ror ‘pene preto dl edie Sun eee, 20 "occ! coon 300? ‘sec, 205 ‘os ele, 26 © moots waves seta GRADES 19 ‘Gann 8p, Sago fegisi de Popedal lls! inn ne fost, a8 88 “Slag Cale Se tein de tapi ota iia edn don ears en ne deseye ce 305 InPaesoxts: npn Soles. A Inreaso Bs cu yenereD x cam ISON 36.18.1581 7 JACQUELINE BALCELLS ANA MARIA GUIRALDES EMILIA CUATRO ENIGMAS DE VERANO ILUSTRAGIONES DE ‘CARLOS ROJAS MAFEIOLETTL la fuente FUNDACION EDITORIAL ANDRES BELLO ENIGMA SOBRE LOS RIELES Emilia, somnotienta, apoyaba Ia ca- beza en el duro respaldo del asien- to y trataba en vano de dormir. El cotorreo de las dos seftoras senta- das atras, que se quitaban la pala- bra deseribiendo cada una los progresos de sus nietos, le impedia conciliar el sueio. —#lin qué piensas? —pregunt6 a su amiga, absorta en el paisaje que corria en direccion contra. —Esas montaias azules me recuerdan a mi abue- la. (Ves que allé al fondo, en la cumbre de ese cero, hay algo que brilla? Cuando yo era chica ella me de- ia que una de esas montafas encerraba un lago de miel, al cuidado de unas abejas de oro. Y que si alguien subia a la cumbre y se acercaba al lugar, las abejas lo embestian y devoraban en cinco minutos; s6lo dejaban tos huesos. Emilia sonri6. Adoraba pasar los veranos con Su- sana en Los Espinos y conversar con su abuela, cuyos cuentos fantasiosos y espeluznantes la hacian sonar Ja noche entera En vista de que las sefioras no la dejaban dormir con su chachara, decidi6 leer y se puso a hungar en su. bolso, en busca del libro que levaba. Entonces sintié un golpe en el hombro y tuvo la vision fugaz de una mano de uias muy largas. Una mujer volumi- rosa, que habia perdido el equilibrio con el bambo- leo del tren, se apoyaba en ella con todo su peso. —Perl6n, sefionta, estos trenes se mueven tanto. Cuando la gorda se ale}6 del lugar, Ia muchacha revis6 su bolso y se sintié bastante culpable de sus malos pensamientos al comprobar que todo estaba en su lugar —ife fijaste en sus ojos? Eran amarillos te dijo entonces Susana— Mi abuela dice que cuando al- guiien de ojos amarillos te mira de frente es que algo ins6lito va a suceder, =f inefable y supersticiosa abuela! —se 16, Emilia—: Aunque no estaria mal que sucediera algo mas entretenido que oir cémo los nietos aplauden por cualquier tonteria —agregé en vor baja, sefialan- do a las abuelas. En ese momento el tren pasaba frente a_unas antiguas casas de adobe semiderruidas, cuyos frontis ‘estaban abrazados por una enorme buganvilia mora- a. Un par de gansos grisiceos picoteaban la tierra bajo su sombra y una mujer lavaba la ropa en una artesa, Susana se habfa vuelto a enfrascar en la con- templacién del exterior y Emilia se dedicé a observar 4 Jos pasajeros que la rodeaban. A ella, mis que los paisajes, le gustaba la gente, Ese sacerdote bartigén y colorado con una sonrisa permanente en los labios, que estaba sentado al otro lado del pasillo, zestaria rezando 0 imaginando un pastel de chocolate? Y est pareja sentada delante, que se besaba a cada rato y se trataba de ‘amoreito” y “mononita”, ;sertan novios © recién casados? Delante del sacerdote se sentaba una mujer rue bia, de pelo crespo, largo y abundante, Junto a ella iba una nifia de unos cinco afios, seguramente su hija, Esta dlkima no se estaba nunca quieta y la mujer, ‘que parecfa no tener mucha paciencia, la tiraba de una trenza para que permaneciera en su puesto. —iNo ves que molestas con tus carreras por el pasillo? —la rectiminaba en voz alta para que todos se dieran cuenta de que estaba poniendo orden, —iNo se preocupe, 105 niftos son asi! —se escu- cho decir a una de las abuelitas—. jVen, linda! —as habria preferido sin un Pérez de vecino —<1cot6 Tomas. —No veo en qué te molesta tanto, es buena per sona —lo defendié Susana. —A los que yo no soporto es a ese par de tipos «lijo Diego—. No sé qué se creen, convidandolas. 2¥ queé tiene? ;Nos encuentran lindas! —ri6 Su- entiencio cémo les puede caer bien ese gigante que habla con acento argentino! —2¥ es0 qué tiene de extrafio? Yo conozco mu ‘cha gente que vive en o1ro pais y se le pega el acen- to —Aijo Emilia —iQué riiculot —coment6 Diego. —Me caen stiper bien —enfatiz6 Emilia, —A mi el que no me gusta es Alarcén —dijo Susana, para cambiar el tema— lo encuentro un pe- sado, —Exageras, s6lo es parco —dijo Tomas—. Ima- syinate que fuera otro Carlos Hemant Estaban en una angosta playita de piedras oscu- ras orillada por un bosque verde y tupido. Habia ul- mos, corpulentos como toros; peumos frondosos y también helechos gigantes. Frente a ellos y al otro ado del Iago, se divisaba la costa del campamento, con su borde blanco. Luego de comer el postre, unos duraznos dulees como almibar que Susana se habia cencargado de llevar, se tendieron bajo la sombra de un ulmo y se quedaron dormidos. Emilia se desperts porque sinti6 frfo. Cuando abri6 los ojos se dio cuenta de que el cielo se habia cubier- to de nubes oscuras, que soplaba el viento y que las aguas del lago habian comenzado a ondular amena- zantes, Desperts a sus amigos y a los cinco minutos es- taban embarcados, Conocian muy bien Io traicioneras ‘que podian ser las aguas cuando se levantaba el viento. No habian llegado a mitad del Iago cuando ya las olas eran de mis de un metro de alto y el pequefio bote subfa y bajaba como una cascarita de nuez. Su- sana estaba muy palida y apretaba con terror la mano de Emilia. Diego manejaba el motor y Tomas y las muchachas achicaban el agua que caia a golpetones desde las crestas agitadas, El cielo se habia ennegre- ido an mas y parecfa que nunca iban a llegar a la orilla. Cada vez que una montana de agua crecfa a un cosiado del bote, como un acantilado negro y amena- zante, Susana daba un pequeio grito y cerraba los ojos, aferrindose al brazo de su amiga. —2TG crees que nos echarin de menos en el ‘campamento? —pregunto Susana. —Seguro que si —contest6 Emilia, para tanqui- izarla. Entonces vino el desastre: el motor de la lancha dio unos estertores y se quedé mud. Debido al rui- do de las olas y del viento, en un comienzo las mu- chachas no se dieron cuenta. Pero cuando vieron que Diego cogfa los remos, el coraz6n se les subié a la garganta y las dos se pusieron a rezar, cca YO US CARERS o Pasaron mas de dos horas de afanosa tarea: Die- go y Tomas remaban por turnos y achicaban el agua, Susana y Emilia, enmudecidas por el miedo, iban abra. vadas y escrutaban sin cesar el horizonte cubierto. El bote subia y cafa, subia y caia, avanzando a ciegas en el lago embravecido como un mar. Ya falta poco —las animaba Diego, Finalmente, bajo el moribundo resplandor de un sol escondido, atisbaron la orilla —jllegamos, llegamos! —grit6 Susana, casi al bor- de de la histeria Bfectivamente habian llegado a la playa del cam- pamento, Sélo en ese momento Diego confess que durante Ia tiltima hora no tenfa idea hacia donde es- taba remando. Fue la Virgen, tantas avemarias que recé —ase- guro Emilia Luego de atricar el bote y bajar a la arena mira- ron hacia todos lados por si habia alguien esperindo- los. Pero en la pequena playa no se veia un alma, —;Como es posible que nadie se haya pregunta do por nosotros, sabiende que estabamos en el lago! —se asombré Susana. Caminaron hacia el campamento, tiritando de fifo. a pequena llovizna habia empezado a caer. Iban empapados como traperos recién sacados de un ba de. Estahan a varios metros de las carpas cuando em pezaron a escuchar un guirigay de voces, entre las cuales sobresalia la de Carlos Hernan. Al llegar vieron que los campistas estaban reunidos bajo la potente Vimpara a gas de la carpa de los Pérez y que todos estaban alterados, Carola tenia los ojos Hlenos de Ki sgrimas, su marido voeiferaba a diestra y siniestra y los nifios, extrafiamente silenciosos, miraban a su padre con cara de asustados; Luz, permanecia en silencio, ‘mientras su marido decia “iqué desagradable todo esto!"; Jorge explicaba algo relacionado con el bos- que; el joyero tenia cara de funeral y su mujer le hablaba al ofdo y le daba unos golpecitos tranquiliza- dores en el brazo, ¥ salvo Cristiin, que se acercd a Emilia y Je pregunt6 timidamente si le habia sucedido, algo, absolutamente nadie se extrané de verlos llegar esa hora y chorreando de agua. —Por qué tanto alboroto? —pregunté Susana a dona Leonor, que le parecié la més serena. —iHuy, hijtal jNo sabes! jEl famoso album del sefor Pérez, ése de las estampillas que nos mostr6 en la manana, desapareci6! Parece que entraron ladrones al campamento —i¥ nadie se dio cuenta? —sigui6 Susana a viva —Durante la tarde todos salieron —explicé Car los Hernan, hablando muy ripido. Aunque no hacia calor, su rostro estaba colorado y sucloroso —Yo no —se escuchs entonces una vocecita— ‘Mis papés salieron y a mi me dejaron durmiendo siesta ita, usted no se meta en esto —la recrimin6 su madre, —2Céme? :Estuviste todo el tiempo en la carpa? se excits Pérez AY no escuchaste ningsin ruiclo? —% ae Si —Lucita: jsi usted estaba durmiendo! —interrum- plo Lu Si, pero escuché una tos. dina tos? —Carlos Hemdn se inclin6 ante la nif y le cogié ambas manos—. Una tos? Dime, zc6mo ‘er e88 tos? —Como una tos, ae hombre 0 de mujer? —No sé, era tos no mas, a nada mais? —la pregunta de Pérez era casi ‘una plegaria Si, algo mis, Algo mast! Si, muchos estornudes. Tos y estornudlos, tos y ‘estoenudos En ese momento no hubo uno de los que esta- ban en el campamento que no sintiera que le picaba garganta o la nariz; varios de ellos carraspearon, —Deja a esa nia tranquila, par favor —dijo Ca. rola a su marido, Lucita subi6 las cejas y pregunts: —2Por qué tranquila? —Nesottos fuimos a dar un paseo al bosque y no estoy seguro, peto...creo que escuché un motor abi6 de pronto Jorge. —Vo me fui caminando por la orila del lago y me instaléa leer no lejos de aqui, mientras Luz recogla sus' plintas medicinales, (Pero no escuchié absolutamente ‘ningin ruido de motor! —dijo Gonzalo, tajante Hs que cuando Gonzalo lee, no siente ai los tertemotos —coment6 Luz —i¥ ustedes? —pregunt6 Emilia a los Araneda, —Ay, hija, squé te imaginas? ;De pesca, pues, como siempre! —contest6 Leonor, por los dos. —Ya te lo dije: si no te gusta, no me acompaties —refunfund su marido, ito, usted sabe que me encanta! —excla- 1m6 Leonor, ¥ afadié en un susuro, al ofdo de Emi lia, para que su marido no la escuchara— jl viejo es mafiosazo...! Todlavia anda de mal humor porque no piqué cebolla para los tomates a la hora de almuerzo, Odio picar cebolla, no paro de Horar: me llego a sen- tir mal, —i¥ adonde fueron a pescat? —pregunt6 enton- ‘ces Tomas, —A la playa de los eucaliptus, como a veinte minutos de aqui, da conocer? Hay una roca negra desde donde hago pesca de orilla explicé José Ara- neda—. Mientras tanto, la vieja aprovecha para estrar lus piemas caminando por ahi. HEstés segura, Carola, de que revisaste bien la maleta? —pregunt6 entonces Luz. a revise yol (Y qué creen? jEstaba sin llave! dijo Carlos Hemdn, mientras se limpiaba el sudor de la frente —Sabes que nunca ha tenido lave —aleg6 Carola —Desde que la perdiste, claro... Diego los interrumpi bruscamente —Creo que dado el valor de! robo, lo mejor es ar a la policia —iA la policia? {Qué espanto! —exclamé Carola ‘como si fuera tina ofensa. i qué quieres, mujer ;Pensaste que me tha a ‘qquedar de brazos cruzados? le dijo su marido. —No hay otra solucién —le explieé Diego, apo yando a Pérez —iQué ridiculo, hombre! ;Dénde vamos a en- ontrar un policfa en este descampado? —se burl6 oa ee ae er policia chilena, que en este momento esti en Temu- 0, Tengo su nimero de teléfono y quizas, si lo lla- mo, podria venir —ofrecié Emilia —iMagnifico! |Magnifico! {Te pasaré mi celular! |Gracias! Eso es, un detective, claro! —¥ Pérez, con- vertido en una pila eléctrica, corrié a su camioneta, ‘en busca del teléfono, a qué se saca con truer a ese detective hasta sci? (Los ladrones ya deben de estar en Argentinal —aljo entonces Luz Nosotros tenemos que viajar en avién, asi es que partitemos temprano en la mafiana —asegur6 Jorge. —Me temo —4ijo Diego— que tendrin que pos- tergar el vuelo. fia — ili estés loco! —exclamé Jorge, con una rsita burlona, Nosotros también pensihamos imos: mafana: tengo que asistit a un congreso en Valdivia —diio Gonzalo Alarcén, —Si, pues, no exagere, jovencito —agregs José Araneda, dirigiéndose a Diego. —Todes saben perfectamente que no se robaron tun paquete de caramelos, sino que un dlbum que vale miles de délares. Absolutamente nadie podri mo- verse de aqui hasta que legue la policia los enfren- 16 Diego con una voz sorpresivamente autoritaria, Momentos después, Emilia, algo alejada del Iu- gut, hablaba por teléfono. Luego de unos minutos volvi6 a donde estaban todes reunidos y anuncié: fil inspector Santelices llegar a primer hora, ‘manana en la mafana. Les ruega que nadie se mueva del campamento hast entonces, Al dla siguiente Emilia despené muy temprano, sor prendida de sentise tan bien, Tanto se habia demo- mado en sacarse la ropa mojada el dia anterior, que temid amanecer enferma, Ademés, casi no habia dor mido, atenta a cada muido fuera de la carpa. Conver sando con sus amigos habfan legado a la obvia conclusion de que nadie iba a partir intempesti ‘mente del lugar, porque habria sido denunciarse; pero el culpable, sabiendo que Wegaria un detective que posiblemente revisaria equipajes y cerpas, si no. lo habia hecho ya, aprovecharfa la noche para ocultar su botin. Porque creer que el ladrén vino de afuera era ridiculo: el hecho de que ese valioso dlbum llega ra a orillas del lago habia sido un accidente del que s6lo se enteraron los alli reunidos esa misma mafana, Si un extrano hubiese entrado a robar aprovechando. que el campamento estaba solo, no habria ido directo. a la maleta de los Pérez a sacar un libro. Por otra parte, para llegar a ese lugar se necesitaba un vehicu- lo ¥ nadie sintié cuido de motor, salvo Jorge en el medio del bosque; o sea, concluyeron, éste se equi- vood y debié ser un avién, Dos veces se habia levantado: una de ellas se tops a boca de jarro en la oscuridad con Diego, que también habia escuchado pasos; pero no vieron a na- die, La segunda vez se encontrs con Luz y su. hija, que venian de los bafos. Decidio no volver a salir, aunque los gritos de Jos queltehues —estruendosos guardianes aéreos— le hicieron sospechiar que alguien andaba por los alrededores. Susana dormia a pierna suelta y Emilia, que ya no resistia mis tiempo inactiva, decidi6 levantarse. E] sol recién comenzaba a alumbrar, En el campamento todo estaba en silencio y sélo se escuchaba de vez en cuando el canto de las chicharras. Habia estado toda la noche tratando de imaginar qué itia a hacer el ladr6n para esconder el libro de estampillas, que era relativamente voluminoso, Adin no eran las siete de la manana y no crefa que el inspector fuera a llegar antes de las nueve, y en vista de que todos dormian, BaNA BO Ls eS decidié dar una caminata. A lo mejor el aire puro xigenaba su cerebro y la ayudaba a pensar. Se alej6 del campamento con paso rapido y a los diez minu- los estaba en el lindero del bosque. A medida que se ha alejando del lago, el rumor de las olas que cubria y dlescubria las piedras se habia ido acallando; ya hujo los arboles, el silencio se hizo total, Se sentia en ‘otro mundo cada vez que se intemaba bajo esos gran- des alerces, robles y ulmos; le parecia que ese enor- y sombrio lugar sin puertas ni paredes y un techo de hojas temblorosas era una caverna eneantada he- ‘cha especialmente para ella. No sentia miedo alguno en esa soledad; le parecia que el bosque entero la protegia. Camin6 por la alfombra htimeda con un paso que apenas se escuchaba. Siguié por un estrecho sen- ero y en un recodo del mismo, tras unos espectacu- res helechos —como los que describiera Luz Alarcén—, el sendero descendia hacia una quebrada, en el fondo de la cual descansaba un enorme arbol co, ancho y rugoso como un elefante, Posado so- bre su tltima rama sin hojas, un pitio cantaba a todo pulmén, Muy despacito, para no espantar al ave, Emilia fue bajando por la inclinada ladera hasta Megar junto bol, cuya corteza acaricié con las yemas de sus dedos; pero al pitfo no le gust6 la visita y emprendi6 al instante el vuelo en busca de otro mirador solita- rio. Era un lugar de una gran belleza y los molle: boldes y peumos de la quebrida exhalaban un aro- ma que Emilia respir6 con fruicién, Decidié sentarse sobre el mullide colchén de humus y apoyo su espal- da contra el tronco del atbol seco. Y mientras alzaba 'a vista, admirando las espadas de luz que atravesa- ban por aqui y por alla el oscuro techo de verdor, enterraba sus manos en la profunda y hémeda capa de hojas del suelo. De pronto sus dedos tocaron algo duro y voluminoso. La recorié un escaloftio y- se uso de pie de un salto dando un pequeno grito: “iqué bicho enorme!” Pero luego de un instante su curiosidad pudo mas, Cort6 una rama seca y comen- 26 a escarbar, apartando las hojas, hasta que vishum- bré algo oscuro, que le parecié inanimado. Lanzé el Palo a un lado, se arrodill6 y siguio escarbando con ambas manos hasta que et objeto cuedé al descubier- to; lo cogié y lo alz6, sin poder creer lo que veia aunque lleno de barro, desvencijado y con las tapas rotas... jera el album de estampillas de Carlos Hernan Pérez! Con el corazén dando tumbos, Emilia comenza- ba a abrirlo para asegurarse de que los sellos estaban en su interior cuando sintié un violento golpe en cabeza. Alcanz6 a dar un grito, vio todo negro y cay de bruces al suelo. Cuando Emilia volvi6 en sf estaba en su carpa, tendi- da en una colchoneta. Le dolia la cabeza y al tocarse sintié el enorme chich6n. Escuché que algiien repe ‘fa muy bajito su nombre y al abrir los ojos se encon- 6 con los de Diego, atentos y himedos, Emilia! (Qué susto nos hiciste pasar, tontita! cite HAO LAS canes > junto a la voz emocionada del muchacho sintio el apretén de su mano. F — out tl la snore eenettve? na eer xsl inspector Santelices el que hablaba, con su inconfun- dible tono arrastrado—. Si no fuera por el magnifico guardaespaldas que tienes, no sé qué habria pasado. Emilia quiso incorporarse, pero los brazos de Die- go la empujaron suayemente hacia la almohada. —a¥ qué pas6 con el libro? —pregunt6. —Tranquila, todo esta bien, ahora descansa, tue- » te contaremos —dijo entonces Susana, acariciando su frente, Peto Emilia ya se habfa despabilado por com- pleto y lo uhimo que queria era descansar. Su curio sidad por saber lo que habia pasado era demasiado grande, Prometié dormir un rato después de oir lo sucedido. —Cuando saliste de la carpa —comenz6 Susa- na—, me desperté con el ruido del cierre y ya no me pude dormir, Decid levantarme. Afuera estaba Diego, Y como no te encontramos él parti6 a buscarte —Primero me fui a la orilla del lago y no vién- cote alli, me imaginé que habrias ido al bosque —siguié Diego—. Me interné por el mismo camino que haciamos siempre y antes de llegar al lugar don- ce estin los helechos escuché tu grito. Me puse a conrer, llamindote en voz alta, y en cudnto legué al borde de la quebrada te vi. Estabas tendida boca aba- jo, al lado de un tronco. Aleancé a ver una figura que desaparecia entre los arboles, pero ni siquiera traté de seguirla, jNo te imaginas mi alivio cuando senti que respirabas! —2Y la persona que me atacé? —Si era alguien del campamento, alcanz6 a vol- ver sin que nadie la o lo viera —retom6 la palabra Susana— Yo era la Gnica persona levantada a esa hora y aproveché para darme una ducha. Ademés, Diego se demord mucho en volver, porque ademas de traere en brazos se vino a paso de tortuga para no moverte, AY el album? —Luego del golpe caiste de bruces y el libro qued6 aplastado bajo tu cuerpo. Gracias a la apari- ion de Diego, el atacante no alcanz6 a cogerlo, como cera su idea —terci6 Santelices —iNo se danaron las estampillas? —quiso saber Emilia jlas tapas esaban completamente desarma- —No, pero faltaba una de Isla de Pascua, la mis valiosa. Ella sola valia lo que el resto. La persona que rob6 era una entendida en la materia y se aseguré la mejor parte antes de abandonar el dlbum en su im- provisado escondite, —2¥a los imerrog6 a todos, inspector? —pregun- 6 la muchacha. —Si. Cualquiera de ellos puede haber sido; tu- vieron tiempo y oportunidad. Y salvo los dos jove- ‘es, que pasearon juntos por el bosque, todos los demas estuvieron solos en algiin momento de la tarde, —Pero los dos... —comenz6 a decir Emilia. —Si, pueden haber estado de acuerdo. —tscucharon un ruido de motor —se acord6 Emilia Si, eso dicen. Pero es improbable. —Quizas era un avidn. —Mmmmmm —mascull6 Santelices Inspector... Estaba pensando. AY si hubiera sido Carola la que escondi6 el ‘illum? {No sabe lo furiosa que se puso cuando Car los Hernan la increp6! —Yo nunca descarto a nadie —sonri6 el inspec- for, pero en este caso Carola es la tiniea que tiene tuna coartada, No se separ6 de su marido y los nifos durante todo el dia. En la noche, Carlos Hernan se dlesvel6 y no pegé un ojo hasta las siete de la ma na, hora en que los niftos se despertaron y se pusie- ron a jugar dentro de ta carpa. Los chicos aseguran que sus papas durmicron hasta el momento en que ellos mismos los despertaron, porque les dio hambre y querian tomar desayuno. Y eso fue cuando yo ve- nia llegando. O sea que Carola no tuvo oportunidad para ira enterrar ese libro al bosque. alo nervio que ex taba —siguio Emilia—, pas¢ varias cosas por alto. Cref Aue ls dos personas hubleg rereionede a aincan Ihanera frente a las rama. Lego, al conta mis aven- turas al inspector, sus calmadas y minuclosas. pregun tas me hicieron recordar que Leonor testa dent de su cumpa yu antes de que yo entry ye hiceron recordar también que junio al eamasa en el que estaba tendida habia una eajen de patos desccha bles yun termémeu, —ila pobre estaba resfriadal —exclam6 Carola. __ Asi es —confiimé Emil, y ademas estaba con febre. Después comprotarar ca oem Mee ba con la cebola, no er en ahonite aeies lee ee No deta yo! —dio Susana, En cambio el tal Cristi.» —itervino Diego Hl tal Cristkn y su amigo Jone son unos ladro- » ee Di los cuales andabamos hace lempo. Sospecheé de ello en cuanto lege, pero ie falaba la ayuda de Emilia para poder auapacios somo el tepecior AY que hacéan aqu?’—preguexe Susana —Simplemente estaban, de vacaciones. Pero ante cl botin que se les presentaba, no se pudieron resis- tir. la ambicin los delai6, bis aie Ai y mucho! hablo; por primera vex Carlos Hemén, que hasta el momento habia estado extraor- dlinariamente silencioso—. Me llamé la atencién cuan= do Jorge me preguntd si tenia una estampilla de Pa- pid, Nueva Guinea, porque existe una, que esta en manos de un coleccionista europeo, tan valiosa como Jn de Isla de Pascua —Algo que todavia no me explico —dijo Emilia, dirigiéndose a Santelices— es por qué estropearon de fal forma el album; daba fa impresion de que lo hu- hiesen pisoteado. $i lo querian destruit, zpor qué no Jo tiraron al lago? —Por dos motivos —explicé el inspector—, El primero, por la posibilidad de recuperarlo. Aunque se habian quedado con la estampilla més valiosa, el res- to del conjunto valia también dinero. Fl segundo, por- que era el unico lugar del libro donde habian dejado Wwellas. —la verdad es que Cristiin no tenia aspecto de maleante— dijo Emilia —Si, parecia tan timido la apoyé Susana. Diego earrasped y Tomas dijo: ils mujeres! —Bueno, olvidemonos por un momento de los Inalos ratos ¥ vamos al meni —dijo Carlos Hernan ‘eon entusiasmo, Emilia, dio un ripido vistazo a la carta y excla- mo io quiero pastel de choco! Mmm! A mi me gustaria comer... jun tomito de eto con ciruclas! —siguid el inspector Santelices. —2on vino tinto, inspector? —ofreci6 Pere—. Le recomiendo, ” ia. CuaTRO maces De VERANO Y Carlos Hernan, ya recuperada su euforia, tomo la palabra y se lanzé en una larga perorata sobre la calidad de los vinos chilenos. De ahi pas6 a las bon- dades del vino tinto si se bebe con moderacién, a la tasa de colesterol en la sangre y a sus habitos de hacer gimnasia. Y como era habitual en él, no par6 de explayarse ante su auditorio cautivo, hasta que lego el postre: una enorme torta de licuma con me- rengue y crema, Dulce fin para una acida aventura ENIGMA DEL HUESPED FRANCI Camino a Santiago, Tomas propuso pasar a ver a una tf abuela que vivia en Traiguén, —Vive en el campo en una casa lle- na de galerias y con una biblioteca increible —dijo para entusiasmar a Diego, fandtico lector. —No sé si ser muy atinado que Ile- Ruemos cuatro personas, asf de im proviso —opiné Emilia —Va a estar feliz; me quiere mucho y siempre Ine esté rogando que la vaya a ver y convide amigos. Nive sola? —pregunto Susana —Si. Es viuda y sus hijos viven fuera de Chile Su marido murié lleno de deudas y ella tuvo que vender casi todo el fund; solo se qued6 con la casa, ‘que no quiere abandonar por ningtin motivo. —Si nos aseguras que no va a ser un desatino Hlegar... —insistié Emilia —Te prometo que no, ya vers. AY ha biblioteca? —Diego ya habfa pisado el palito. Era de su padre, que era médico, y fue un gran Jector, Me parece que también escribia, ‘Tres horas mas tarde los cuatro amigos tomaban té en una luminosa galeria lena de plantas, que daba a un anoso y agreste parque. Mariette era una anciana del- gada y alta, con unos ojos profundamente azules que atin conservaban una mirada de nifta. La visita de su sobrino y amigos la tenia mds que encantada e insta ba a Rosa, una mujer baja y gruesa, de piel morena y pelo negro y brillante, a servir un trozo grande de tartaleta de frutillas en cada plato —iNo se aburre, aquf tan sola? —quiso saber Su- sani —Primero que todo no estoy tan sola: Rosa me hace compaiifa —contest6 Marieite— Luego, como gracias a Dios atin gozo de buena salud, me puedo ‘ocupar de todos mis animales y de mis plantas, que no te imaginas el trabajo que dan. Tengo gansos, los tres perros que vieron al llegar, palomas, dos quelte- hhues aguachados, dos caturras y Micha, que acaba de tener crias. de ella? —se extra jéndose a Rosa, le dijo—: ;Podrias traernos pan amasado y un poco de mantequilla, par favor? Yo le ayudo —Aijo Emilia, y siguio a la mujer por un largo pasillo hasta llegar a la cocina. sous Di, MUESPED ANCES * Rosa caminaba de un lado a vtro, abriendo y cerrando cajones. Luego comenz6 a sacar unos pane- cillos del homo y a colocarlos, con mucha parsimo- nia, en una bandeja de mimbre. Cada ciesto tiempo se enderezaba, miraba al techo, daba unos pequefios suspiros y seguia con lentitud su tarea. Sin duda, queria decir algo. —(Hace mucho tiempo que trabaja aqui? le pre- unt6 Emilia, para iniciar una conversacion, —Si, sefiorita. Yo no conoci a mi mamé, y dota Mariewe me cri6, (Ella es tan re buena, usted no sabe... Por eso es que me da tanta pena. —{Vanta pena? —Si, jharta penal —dio un suspiro grande y se queds callada —zQué le da pena, Rosa? —Lo que le pas6. AY qué le pass? —No sé si a ella le va a gustar que se Jo cuente, seftorita La mujer volvi6 al silencio y Emilia no insist. No habfa pasado un minuto cuando ya estaba otra vex hablando: —Ya que empecé, es mejor que se lo cuente, senorita, para que usted se lo diga a Tomasito. A ver i pueden hacer algo con el tipo fresco ese. iF tipo fresco? —Si, uno que estuvo aqui dos meses de pensio- hista y que se fue sin pagar ni una chaucha, senorita, Ni una chaucha! ;Y la sefora estaba tan ilusionada ry fiat cnr oc ev recat en RANE ” con esa platital Decia que iha a poder arreglar poco el techo de la casa en la parte que se Iltcve también pintar la cocina, que mire como esti —dij ‘mostrando a Emilia las paredes ennegrecidas de humo: Se arancd sin pagar? —Dejé una carta, no mis, Se da cuenta? carta! Como si uno pudiera alimentarse con las cartas, A mi algo me decia que ese hombre no era bueno; lo pasaha puro leyendo y escribiendo, y no ayuda fen nada con las cosas de la casa. Para qué sive hombre en el campo si no es capaz ni de cargar le Pero como a doa Mariette le hablaba en francés iin francés? —Claro, como ella es francesa, él le hablaba et francés. jY se la conquistaba, pues! Le decia: “bon: yur’ y cosas asi Rosa! -Qué les pas, que se demoran tnt —imrimpié de pronto Mariette en la cocina, —Nada, ya vamos, seAora, es que con la sefiort estibamos conversando —se afand Rosa y en un por tres tuvo Ia panera y Ia mantequillera lenas. idadlto, Rosa, que te conozco! la ret6 rihosamente Mariette. —Ustedes dorminin en la pieza del armario io dirigiendose a los muchachos—, y ustedes, ni- fiitas, en la de las cortinas verdes. Rosa, te pasaré sabanas para que hagas las camas, Estoy segura de que hace muchos dias que duermen en cf suelo. Y Jes prepararé algo rico para cenar. ales gusta la ensa- Tada César? Mariete estaba tan animada que daba gusto ver J. Los muchaches le ofrecieron ayuda, pero ella se eyo terminantemente —NDéjenme el placer de atenderlos, j6venes, no siempre tengo visitas, 2Por qué no recorren el parte, Mientras Rosa y yo nos ocupamos de las costs dom fneticas? Mientras caminaban por el parque aeimirando las patiuas y los robles, Emilia aprovech6 para contar a fur amigo lo del pensionista.‘Tomés, sin dudarlo un fisnte, decidi6 abordar el tema con Mariete: le te fa la suficiente confianza como para hacerlo y un finn carino, como para sentirse responsable. Asi es fhoche, mientras Emilia, Diego y Susana jugaban mal ons pari a. interrogar 3 Su Ssia Rosa es urna copuchenta —eljo Mariette, molesta ~Yo creo, tia, que ella lo hizo por ayudarla Se equivocd fue algo sin importancia! ‘Sin importancia? Usted alojo y aliment6 de su Jolsilo a un tipo durante dos meses y él se fue sin paar, -Fs0 no tiene importancia? Ni que usted fuera Inillonacia, tia Intrigadisima con la historia de Rosa, pero sin atre se a hacer ningiin comentario delante de Mariett Emilia esperd a estar sola con Tomés part contirsela, La buena senora los convidé a pasar esa noche all ‘con tanto entusiasmo, que aceptaron encantados. * A ciKTRO CAS DE WERANO — iE tan encantacor! —suspiré Mariete—, (Quin lo iba a deciet —aQuien era’, cesmo legs aque Vincent me llam6 primero por teléfono. Se pre= Sent6 como un eseritor, nieto de franceses. Me dijo ‘que habia sabido de mi por alguien de su familia que conocié a mi padre, Queria aislarse durante un tiem- Po, para terminar una novela que esti escribiendo, y ‘me pregunt6 si lo podia recibir de pensionista —i usted acept6 de inmediato? le dije que lo iba a pensar y que me lamara al dia siguiente, Esa noche, consultindolo con la almohada, llegué a la conclusion de que no perdia nada acogiéndolo, Al contratio, parecia un huésped: cafdo del cielo. Tid sabes que no ando muy bien de Finanzas —Usted es demasiado confiada, tia, ;Deberia hae ber hecho mas averiguaciones! Uno no mete a un ‘ipo en su casa, fiindose asf, slo con su palabra, —Fensaba darme cuenta al vetlo, Yo tengo un ‘sexto sentido; nunca me equivoco con la gente, —Mmmmm. —i¥ en cuinto lo vi me gusto! Eso es lo extrano. Me gust6 su mirada franca y directa, su manera de dar la mano, su amabilidad y diserecidn, —#Parecia tener mala situacién? —No, al contrario, andaba hien vestido, usiba up buen reloj; tenfa una cimara fotogrifica estupen- a, un regio auto. —éntonces? x ak. cuAT EecAUs DE YEO —la verdad es que no me fo explico, ($i lo hue bieras conocido, también te habria gustado! Es wun hombre culto y encantador y los dos meses con él aqui se me pasaron volando. Era ingenioso y me ha- fa bromas simpaticas. ;Me ref tanto! También solia Contarme historias, junas historias tan lindas! —suspi- 16 Mariette, con nostalgia —2 usted tiene cémo ubicarlo? —Confieso que no se me ocurrié peditle la di- recci6n. Me dijo que vivia en Santiago. Claro que des ués miré en la guta de teléfonos y no aparece nadie con su apellido, ‘Sabes, Tomasito? ;Por mas que le doy vueltas al asunto, no lo puedo entender! ¥ lo Peor —se le humedecieron ‘los ojos y bajé la vox— fue como se 1i6 de mi. ($i, eso fue lo peor! ;La nota ‘que me dej6 era para reirse a gritos de mil sara reise? —Nos habiamos despedido la noche anterior, por- ue se iria muy temprano a la matana siguiente. Me dijo que me dejarfa un sobre y yo imaginé que seria el cheque de su pago. Tratindose de un hombre tan fino, no me habria atrevido a interrogarlo al respecto, TY sabes, Tomasito, que a mi me carga hablar de Platas: jlo encuentro de tan mal gusto! —acorG Ma- Hlette y sigui6—: Al otro dia, cuando fui a su cuanto, enconiré un sobre bien grande y visible, encima de la ‘mesa que yo le habia ameglado como esctitorio, Cuan- do lo abri me encontré con la sorpresa de que en vez dde dinero habia un mensaje. Y el mensaje... jera una burla! ;Después de comer como un principe y dormir se et SPD FANS Py fen mis mejores sabanas durante dos meses me deja tun papel que es... —y sus ojos se volvieron a Menar dle lagrimas, sin que pudiera terminar la frase —Me gustaria ver esa nota —aijo Toms Mariette no se hizo de rogar y pari6 presurosa a su cuanto para volver con un sobre grande y cuadra- do, que entregé a su sobrino. Este lo abrié con rabia. En un papel hilado, muy fino, se Leia: Marieite Aunque voy buyendo como liebre de marzo, le asegu- 0 gue mi intonci6n es que nos voleamos a encontrar en unt maravilloso pais Nunca acabaré de agradecerle sus atenciones, Siempre suyo Vincent Degove No entiendo nada —adijo Toms, luego de leer el mensaje y ponerlo en su bolsillo—, Tia, ze importa si comento esto con mis amigos? —Me daria una vergienza temsble! —Acuérdese de que Emilia se enteré por Rosa le la mitad del suceso. Ha es muy’dscretay también Jos demas. Cuatro cabezas piensan mejor que dos, tia! (Quizis me ayuden a imaginar como encontrar al famo- s Vincent. pBislae sn eeete rine ota a bs jugadores. En un intermedio del juego les mosiré ta cara, —A lo mejor el hombre ena un sico era un sicépata, De 5 ibe Mariette! —coment6 Susana 7 a —Se podria averiguar en la Embajada imbajada 0 en ef Consulado, si hay un Degove en Chile —ajo Diego. a cots Puc ideal Uegando a Santino, me in Consulado de Francia —dijo Tomés—. $i ese tipo existe, se las verd conmigo, a —Podrias también ira la polieia-y ha ‘nuncia —eijo Diego, ae le lo estafada por alguien en quien confi hay nada peor que Sentir que se han ido de inet Bes rec que se han 1e'do de uinot Emil no deca una pales ile past algo, Emilia, que e 2 aoe gue estés tan calla —tstaba pensando,. —Pensando que? Nada. En una tontera —Mejor concéntrate en los naipes, que periendo —dijo Diego. oe Cuando termin6 la partida con el ti to de Tomas y Susi, decider ise ala ope, pce al otro dia tendrian que madrugar que Us lo de pronto Diego, m0 dis jue en esta casa habia una gran biblioteca? las has mostrado! ae —Esté ama, en un altllo habilitado, mente para los libros. ;Quieren Sea ment ‘Quieten subir, antes de acos- a cama, pues iNo me a SE TANS —Me encantaria dijo Diego. —Tengo un poco de suefio —dijo Susana. —Vale la pena vera —e recomend6 Tontis—. Siganme, pero sin hacer muido, que las escalas crujen mucho, Voy delante para encender las luces, ] lugar era en verdad impresionante, Diego cal ‘cul6 que serfan unos diez mil libros los que habia en Jos estantes de madera que iban del piso al techo, forrando todas las paredes de la estancia, Nunca an- tes habia visto una biblioteca tan grande que no fuer publica, —a mayotta son libros cientificos —dijo Tomis—, pero también hay buena literatura y muchas novelas. Me acuerdo de que cuando eta chico y venia de va caciones con mis papés, tia Mariette me permitia ele- fir entre los que estin en este tramo —agrego sefalando justo frente a ellos—. Me lef a Julio Verne completo durante un verano, =u tia nunca ha pensado en hacer algo con estos libros? —pregunt6 Susana —sAlgo como qué? No sé, donarlos a una biblioteca publica, © venderlos. Se me ocurre que aqui no los lee nadie. iMira como estan de polvorientos! —agreg6 pasando. el dedo sobre el lomo de un grueso libro cuyo titulo ‘era Las maracilias del reino animal. Emilia se habia quedado mirandlo fijo el libro que habia tocado Susana. De pronto exclam6: Creo que sé! —y se concent en Tos titulos ‘que tenian al frente, i UcUAO BCA VERANO. —AQueé es lo que sabes, Emilia? “Feo, no 6, creo, creo... —contesté éta, mien tras se empinaba y alargaba un brazo, Una lluvia de polvo cayé sobre la cabeza de los muchachos. Susana empez6 a estornudar HBimilia, deja eso, me da alergial ~iGuidado, Emilia, casi desarmas la estanteria! —exclamo Diego. Peto ésta, sorda a sus amigos, hojeaba frenética las estropeadas hojas de un viejo libro, 1% estit —E] grto de Emilia retumbs en el lugar + ikimilia, habla mas bajo! —dlijo Tomas, Pero Emilia, excitadisima, no le hizo caso. —Miren, miren, un sobre! —volvi6 a gritar, Era un sobre blanco, nuevo y brillante, que con- trastaba con las hojas oscurecidas y sucias de! libro. Estaba ditigido a Mariette Dulac, y escrito con la mis. ma tinta y letra del anterior —iNooo!, jotra carta del franchute! —exctamé Susana —2Qué hacemos? —pregunté Emilia 5% como se te ocumié buscar ah? —quiso si- ber Diego. —2 si esta bromita es atin mas cruel? INo quiero gue mi tit pase un nuevo mal rato; no dejaré que ste papel llegue a sus manos! —aseguré Tomas, En ese momento crujieron las escaleras, Los mu: chachos mitaron hacia la puerta y vieron entrar a Ma Hette. Tenia su cabello blanco recogido en un moto Y estaba envuelta en una larga bata rosada, MIA DHL MLESPED ANCES 5 —iEran ustedes! Sentf ruido y me asusté. ;Qué hacen aqui a esta hora, ninos? t —Tenga, le tenemos una sorpresa —dijo intem- pestivamente Emilia, avanzando hacia Mariette con el sobre extendido. Emilia! Por qué haces eso? —Tomis, muy tar- de, traté de detenerla, a —4Otra carta? No entiendo! —susurrd, anciana: Emilia la acaba de encontrar entre 10s libros —explicé Tomds, furibundo—. Es mejor que. Pero Mariette, a pesar de sus manos. temblorosas, ya tenia abierto el sobre y sacaba de su interior un papel alargado. Luego buscé en los bolsillos de su bata: poihnaimtehie No tengo mis anteojos. Tomas. leer? apodrfas ‘Tomas, luego de Lanzar una mirada fulminante a Emi lia, cogié el papel y leys en silencio. Luego levant6 la cabeza y se qued6 mirando a su tia con expresién consternada. ; —1Qué dice? —pregunts Mariette, que se habia puesto muy palida—. Nuevamente una broma? —No, no es una broma —respondié Tomis— Es un cheque a nombre de Mariette Dulac por dos 1es de pesos. “a ame Cae is quefido y se le doblaron las piemnas. Si no hubiera sido por Diego que reaccioné en menos de un segundo y a alcanzé a sostener, su desvanecimiento habria terminado con un golpe en. el suelo, Media hora més tarde los muchachos rodeaban a Ma riete sentada en su cama entre cojines. La at ya recuperada, bebia una taza de té preparada Rosa, que también se habia levantado al escuchar tos ruidos, —Por favor cuéntame, Emilia querida, cémo piste que estaba en ese libro —dijo Mariette. —La primera vez que lef el mensaje, me dije el tipo estaba chiflado, Luego, mientras jugil naipes, fui acordlindome de cada palabra. —Me imagino que por eso perdimos —inte pi6 Diego, riéndose. —Y algo me empez6 a sonar muy conoci —sigui6 Emilia—, Pero no podia darme cuenta qq Entonces subimos a la biblioteca donde Susana el dedo por un libro leno de polvo que se Ham: Las maravillas det reino animal, —iAy, Rosal Cuando vamos a limpiar esa bibl teca? —interrumpi6 Mariette, avergonzada, {listed quiere que yo me venga guarda al sefiora? jBse trabajo es muy re peligroso! @No ve hay que subirse a una escalera? Emilia, sonriendo, siguid con su explicacion: —la palabra “maravillas” me hizo recordar Vincent habia usado la frase “maravilloso pais", tonces caf, 2¥ si Vincent —me dije—, que era A De UREN ANS w hombre de letras y ademas tenia humor, hubiera que- rido divertir a Mariette? (No decia ella que era muy bromista? “Huyendo como liebre de marzo” y *mi in- tencién es que nos encontremos en un maravilloso pais”. (Estaba claro como el agua! La liebre de marzo ra un personaje del libro de “Alicia en el pats de las maravillas” y el maravilloso pais era el libro mismo. Empecé entonces a buscar en la biblioteca por si en- contraba el libro de Alicia y efectivamente estaba ahi, El resto de la historia lo conocen todos. — Qué habilosa eres, Emilia quetida! jNo sé qué habia hecho sin ti! —agradecié Mariette. —Y pensar que me dieson ganas de asesinarte cuando vi que le entregabas la carta a mi tia —conle- 86 Toméis y agreg6, micando con orgullo a su ami- i: Qué habia pasado si no hubiéramos venido? —No habriamos podido pintar la cocina, pues, ‘Tomasito —fue el comentario de Rost, No me cabe duda de que Vincent habia apa- secido muy pronto —dijo Emilia. Si, estoy segura —lijo Mariette, con una sonti- 1 de oreja a oreja—. ;Ves, Toms, que yo nunca me equivoco con la gente?

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