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El perdón se opone en apariencia a la justicia.
Esto nos lleva a persistir en la ira, castigando a los
demás una y otra vez en nuestros pensamientos por el
dolor que nos han causado.
El que quiera olvidar lo que le han
hecho descubrirá que no puede. Los
pensamientos y heridas vuelven de
vez en cuando. La curación no puede
empezar hasta que se perdona.
Dios dice que nunca hay que tomarse la justicia por la propia mano
(Romanos 12:19).
Confía en que Él tratará de forma justa a quien te ha agraviado.
El perdón es ante
todo cuestión de
obediencia a Dios.
Él quiere que seas
libre.
Acostumbrarse a esas
consecuencias, aunque no
gusten. Hay que decidir
entre hacerlo en la
esclavitud del
resentimiento o en la
libertad del perdón. Te
preguntarás dónde entra
en juego la justicia. La
justicia se encuentra en la
cruz, que hace el perdón
justo desde el punto de
vista legal y moral.
Jesús no esperó a que le pidieran perdón los que lo
crucificaron para perdonarlos.
Rogó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen» (Lucas 23:34).
Con demasiada frecuencia tenemos miedo al dolor, y
esto nos lleva a enterrar las emociones muy adentro.
Dejemos que Dios las saque a la superficie para que
pueda empezar a sanar el daño emocional.
Deja atrás el pasado, niégate a
sacar a relucir rencillas viejas
con quien te agravió o con
otros que te quieran escuchar.
Rechaza todo pensamiento
vengativo.
Jamás los tendrás. Toma la difícil decisión de perdonar
aunque no te apetezca. Una vez que decidas perdonar,
Satanás perderá poder sobre ti en ese sentido, y el toque
sanador de Dios tendrá libertad para actuar.
Señor, opto por perdonar (nombre de la persona) por (lo que haya
hecho) aunque me haya hecho sentir (expresa el sentimiento
doloroso). Elijo, Señor, dejar de guardar rencor a (nombre) por ello.
Te doy gracias por librarme de la esclavitud del resentimiento hacia
(nombre). Te pido que bendigas a (nombre).
Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.

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