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ARTICLE/PHOTOCOPY ILLiad uM : 2030497 IAAL A A Lending String: *NOC.NGU,AAA.GUA VRC. VRC.ABC.KUK VWM ALM. ALM LRU.EMU.SUC.FOA Patron: Carhart, Tracy Journal Title Historia de la literatura hispanoamericana / Volume: Issue Month/Year: 1982 Pages: unknown Article Author: Article Title: Walter 0 Mignolo. Cartas. cronicas y relaciones del descubrmiento y la canquista’ OCLC Number 8858541 ILL Number: 110947344 INANE PROBLEMS: Contact ILL office Email: nocill@email.unc.edu Fax: 919-962-4451 Phone: 919-962-0077 Call #: P7081 HST 1982 Location: Davis Library In Process Date 20131108 MaxCost: 50 001FM Billing: Exempt Copyright: CCL Odyssey Borrower: NDD Shipping Address: PERKINS. DOCUMENT DELIVERY - BORROWING DUKE UNIVERSITY LIBRARY BOX 90183 DURHAM NC 27708-0183, documentdelivery@duke.edu Fax: 919-860-5964 Ariel: Odyssey: 206.107.4493, NOTICE: This material may be protected by Copyright Law (Title 17 US. Code). Cartas, crénicas y relaciones del descubrimiento y la conquista WaLteR MiGNoto Istropuccibn* La organizacién de fa prosa narrativa del Periodo colonial, en las letras hispanoameri- ‘anas, presenta un problema tipoldgico que Puede dividirse en dos instancias: la una, que orresponde a lo que aqui denominaremos Jormacién textual, pone de relieve 1o tipold- ico en el cardicter «literation o «no literarion Ge los esctitos sobre el descubrimiento y la Conquista; la otra, que corresponde a lo que agui llamaremos'tipos discursivos presenta un nivel clasificativo interno en el cual debe con- siderarse a qué tipo pertenecen los discursos actualmente —y en su generalidad— consi- derados como «crdnicas»!, Entre estas dos alternativas hay también una solucin que han practicado fa mayoria de los historiadores de las letras hispanoamericanas. Esta es la de considerar tales escritos como “cronicas literatias» y organizarlas por perio- tes. Lo que se pone en juego, en este caso, es la adecuacién de las diferentes periodizaciones Propuestas?, * Las otas a pe de pigina contemplarnsélo Ia fuente deca dein cia la biblogtalia secundaria drecameate ‘laionadacoa lo dich en la exposeio. No se data por tani, en eas nota, indicacones de cia bibbogratia de uilidad para el tema 6 para el autor. Ea sera compllada 2 la Bibograiaseleetay al inal de atu Mi agradecniento © ole n0 sla por lectures er- ‘eas de manus sino tambien por larga conserncioneh Saneaiesdrane el proweo de election "Dos jemplorilutatives de estos aspecos son los Seseses) palo eteraron detalesescion: waa esd ie, en lon primeros capiulos, hemos tenido que adtatie 2 tmuchos hombres de accion © de pensamiente que ee bietonerénica y tatados sin lntenconss antes (i ebargo, aun en esos caso, i cota lterara () de ss = Sttonestogueapreiamosy: 0) paral genera: «apartando lo que schizo cen lengua indgena yen latin (-) dos eeneos, aunque de apariencia medieval, son os que, al contac con uera realidad smencana, adquieen fuerza cradora nica y ef teatron. Enrique Anderson Inert, istonda dea Literatura Hupanoumericana, Mesixo, F/G Eel, 1967.01 pags, hy. 7 baralapetodizaconiteavay,ademis dea propuesta bo el proplo profesor Anderson Iinbert (op et5; a pro- Suesta posterior de Jost Juan Artom, Espuema Geneacenal 4s Laras Hispanoomercanas, Bogots: Caro y Cero, 2 edién 1977, donde se contiene un fesumen erica delat (pig. 36). Hay otros muchos ejemplos seme- jantes. Sin embargo, el sentido en que Cortes lovemplea para designar sus extensos informes tiene un significado contextual muy preciso: Cortés no llama asus informes «relacion» s6lo porque es un vocablo corriente en la epoca (ni menos porque desee plegarse a un «genero literario»), sino simplemente porque esta cum- pliendo con un mandato en el que s¢ le exig precisamente, hacer «entera relacién» (vol- Veremos sobre este aspecto en la segunda sec- ci6n). Cuando Diego Velisquez envia a Cortés, hacia octubre de 1518, a socorrer a Juan de Grijalba y a proseguir con la empresa iniciada en la isla Cozumel, no hace mas que cumplir con un requisito de los gobernadores hacia los, capitanes que iban a descubir, conquistar 0 poblar por cuenta y mandato de las autori- dades peninsulares. La carta de Diego Velis- quez a Cortés, dice to sig jente: ‘Trabajaréis con mucha diligencia e sol citud de inguirir a saber el secreto de las dichas islas ¢ tierras ¢ de las demés a cllas ‘comarcanas y que Dios Nuestro Sefior haya sido servido que se descubran 0 descubrie ren, asi de la manera ¢ conversacion de la gente de cada una della en particular, como delos érboles y frutas, yerbas, aves, animales, ‘0, piedras preciosas, perlas e otros metales, cespeceria e otras cualesquier cosas que de las chas islas'e tierra pudigredes saber e al tcanzar, ¢ de todo traer entera relacion pot ante eseribano (..) para que de todo yo pueda hacer enterae verdadera relacién al Rey Nues tro Sefior* Esta «orden» de Velésquez nos recuerda, por un lado, el porqué de la palabra «relacion» en. el epistolario cortesiano y, por otra, nos ‘conecta con Ia «respuesta» que constituye la “ Giada por Marcos Jiménez de a Espada, en su into- duciim a as: Relaciones ‘Geoxrdficas. de Indlas Per. Madrid, BAE, vol. 183, pig. 18. Cursivas agregades primera carta, 0 carta de «la Justicia y Regi- miento» en la cual, al comienzo, se subraya: «Bien creemos que vuestras majestades, por letras de Diego Velasquez, teniente de almi rante en Ia isla Fernandina, habrin sido in- formados de una tierra nueva (...) que al principio fue intitulada Cozumel y después la nombraron Yucatén (..)». Como asi tam- bien se explica el informe detallado de lo que ‘hay en esas tierras, al final de la primera carta; aspecto que desapareceri pricticamente del epistolario cortesiano. Con algunas excep- ciones, por cierto, como la descripcién de la «gran Temixtitan»; la cual, sin embargo, no se incluye tanto para informar lo que hay sino or las maravillas que Cortés percibe en esta ciudad. Sin lugar a dudas que estos informes auto- denominados «relaciones» se conforman al modelo epistolar. Hecho que no ha pasado desapercibido en los estudios sobre Cortés. Aunque estos estudios versan, en general, sobre su persona y los acontecimientos his- t6ricos en los que Cortés participa, no dejan de destizar observaciones relevantes para nues- tos propésitos. Se ha destacado, asf, que uno de los aspectos de las cartas son los latinismos léxicos, ademas de ciertas reminiscencias de la sintaxis latina. Lo més interesante es que estas ‘construcciones aparecen en «esa introduccién yeese final en que se despide de su emperador»; en tanto que, se agrega, «Ya en el cuerpo, eso desaparece y la frase cobra un titmo mas cas-_ tellano, mas suelto»47. Lo interesante, como deciamos, es que —no por azar— las reminis- cencias de la sintaxis latina se encuentran, pre- cisamente, en la salutatio: lo cual indica que Cortés, ai menos en este preciso aspecto, era muy consciente de las exigencias ret6ricas impuestas a la epistola- No es por casualidad cel que estos detalles se encuentren en las cartas de Cortés y no, por ejemplo, en las de Colon. Sabemos que Cortés estudié en Salamanca; sabemos que la base de toda educacién huma- nista consistia en el estudio de la retérica, la © Manuel Alcala, «Nota preliminar» a la edicion de Cartas de Relacion, México, Portia, 1960, pig. xv “Un estudio de las fOrmulas retéricas en las epistolas, principalmente en. a tadision medieval. M. Murphy. Rhetoric nthe Middle Ages. A History of Rhetorical Theory fram Saint Agustin 10 the Renaissance, Berkeley, U.C. P, 1974; sobre la salar ver pags, 205-7, 216-22. Un estudio mis especiico es Carol Dana Lanham, Saluatio Formulas ‘Latin Letersto 1200: Syniax, Style and Theory (Muachen: Bei der Arbco-Beselichalt), 1975, pigs. 22. Los tratados Sobre la episoia, basados en la rctércs, abundan todavia ‘enel Renacimiento. Citemos uno de los mis notables ejem- los: Orazio Toscanella: Applicamento de { precestt della Incentione dspestion et elocutine, che proplamente serve allo seritore dt epstole latin, t toigat, Venet, Petro de Franceschi, 1575, gramatica, la poética y la dialéctica; sabemos que los nifios aprendian a componer frases, oraciones y fibulas; y que la retorica Ad Herennium (0 el manual del catedritico de turno, forjado sobre su base) era el manual obligatorio#®. No nos equivoquemos y vaya- mos a pensar que, al fin, encontramos unos ipios aliterarios» en las epistolas de Cortés: lo que encontramos es oficio: 0, si se quiere, arte en el sentido que la palabra tenia en el siglo xvi50, Por otra parte, la prosa més suelta y el ritmo mas castellano de la frase, que se ha seftalado para la narracién, seguramente se debe al hecho de que Cortés no disponia de ningin texto anterior al cual seguir. No obstante, el cuidadoso entretejido de la narracién nos sugiere, una vez mas, el buen uso que Cortés sabia hacer de su aprendizaje y dominio de la actividad verbal. Una detenida lectura de las cartas nos muestra que Cortés (sin entrar en un minucioso anilisis retérico de su compo- sicién) se esforzaba por no dejar «cabos suel- tos», ni en los parrafos ni en la totalidad de-las cartas: del parrafo a la carta, y de una carta a las anteriores, siempre encontramos las indicaciones necesarias para no perdernos en la organizacién de lo narrado: la materia (po- driamos arriesgar haciendo uso de la termino- logia retérica) es cuidadosamente controlada por la res: y a ello sirven los diversos niveles de la dispositios!, En el parrafo, para ilustrar brevemente, Cortés abunda en morfemas co- nectivos y en elementos anafdricos que re- toman, a cada instante, lo dicho anterior- ‘mente. En la totalidad de la carta, emplea-el apelativo epistolar («En los capitulos pasados, ‘muy poderosos Sefior...»): los indicadores tem- porales y espaciales («Y ‘el dia que el dicho alguacil mayor y yo con la gente llegamos a fa ciudad de Cempoal, donde el dicho Narvaez y su gente estaba aposentada», pg. 39): los constantes reenvios a lo dicho en otras réla- ciones («En la otra relacién, muy catélico Sefior...», pig. 55; «En la otra relacién, ‘muy venturoso y excelentisimo Principe...», pig. 58), organizando la materia de un modo claro; mostrando asi no sélo la necesidad y obli- gacién de informar, sino también el conoci- miento en el manejo del instrumento.«lin- “© Vease Ajo y Sainz de Zia, C. Maria, Historia de las Universidades'Hispanicas, Madrid, La Normal, 1957 “0'Se consultard con provecho, sobre este punto, el ar- ticulo de Paul Oskar Kristeller, «The Modern System of the AArisn en su Renaissance Thought If, Nueva York, Harpet and Row, 1965, pags. 161-227 St Para estas nociones remito a H. Lausberg, Manual de Retirca Literaria Madsid, Gredos, 1966, pigs. 99-106; 367, (tomo 1, (version espafols de José PErez Riesoo) 67 idistigo». Lleva sin dudas la razon A. Reyes’? Cuando objeta a quienes ven el apresuramiento del hombre de armas transparentarse en rasgos rapidos y entrecortados de sus cartas y sos- tiene que, todo lo contrario, sus «relaciones» ‘muestran una clara conciencia en el manejo de la materia verbal, Informes que son el cumplimiento de una obligacién (utraer entera relacién»), el epis- tolario cortesiano es, ademas, ejemplo del ejercicio de un tipo discursivo privilegiado por Jos «humanistas» y que, por lo tanto, era parte biisica de la educacién por la cual pasa Cortés ‘en las aulas de Salamanca. Pero sabemos tam- bien que en esa estructura educativa el arte de bien decir», regulado pot la retérica, se diferencia del «arte de imitar», regulado por la Pedro Martir de Angleria que, desde la edicidn de 1530, conocemos por Décadas del Nuevo Mundo’, cubre —en 10 que concierne al referente— tanto los aspectos del descubrimiento como los de la conquista. Enel aspecto pragmatico, Angleria se encuen- {a en una situacién muy distinta al del epis- {olario de Colén 0 de Cortés: no sélo que las cartas las envia desde Espafia a sus cofrades italianos sino que, también, sus eseritos son ecartas sobre cartas» que recibe en «paquetes» ¥ que resume en los «libros» de sus décadas, El mismo Angleria, hace explicita la «moti- vacin» de sus década: Desde el primer origen y designio reciente ‘de acometer Colon esta empresa del Océano, amigos y principes me esimulaban con cartas ‘desde Roma a que escribiera lo que habia sucedido; pues estaban lenos de suma admi- raciOn al saber que se habian descubierto ‘nuevos terttorios y nuevas gentes, que vie vian desnuda y a fo natural, y asi tenian ardiente deseo de saber estas cosas (pig. 105), Reficiéndose a Ascanio Sforza, cardenal vice- ‘cancillery principal motivador del epistolario (a quien, ademas, esti dirigida la primera carta impresa en el Opus Epistolarum’s), © A. Reyes Letras de le Nuevo Espa, México, F.C. 1948, pag 7 m ' Be Orbe Novo, Akal de Henares, 1503. Empleamos 4a segunds odicion castllana (a primera de 1892), «Ver- {ida del atin ala eng castellana por el Dr. D.Joagun ‘Torres Asensio quien diols ls prenss como homenaje al cuanto centenario del Descubrimiento, Buenos Aires, Angleria anota que «su autoridad no me dejaba dormir, y me hacia manejar asiduamente la pluma. A el le habia dirigido dos libros ante- ores de esta. Década, a mas de otras muchas cosas que algiin dia’ veris de mis comen- tarios [el «veris» remite a Inigo Lopez de Mendoza, destinatario de estas palabras}, aiin no publicados. La fortuna me quito a mi el gusto de escribir, asi como derribé a As- canio del poder» (pag. 105). Las exigencias de ‘Ascanio, apagadas por las exigencias politicas, le hacen perder también a Angleria el «calor de investigar» hasta que «el afio mil quinien- tos, hallindome en la corte de Granada (..) el cardenal Luis de Aragon (..) me enseAd cartas que me dirigia el propio Rey Federico, en las cuales me exhortaba a que compilara todas las cosas que seguian a las de los dos libros dirigidos a Ascanio, pues ambos de- claraban que habian tenido en sus manos lo que yo le habia escrito al Card 108). Sigue, entonces, diciéndole a Inigo Lopez de Mendoza: «Mas ahora (supuesto que ti te has empefiado en arrancarme un ejemplar {integro de mis obras, para juntar mis libros con los voliimenes innumerables que tienes ‘en tu biblioteca) me he propuesto afiadir en breves palabras lo que se ha descubierto desde aquel afto mil quinientos hasta éste, que ¢s el mil quinientos diez» (pag. 106), En el libro X, de Ia octava década, nueva mente Angleria habla de las condiciones y ‘motivaciones de su escritura: «Mejor pucs que Ja iiltima tanda de estas cosas tan grandes la leven por delante las magnificas armadas que frecuentemente surcan el Océano, y que con ellas pare de eseribir mi ya cansada mano de- recha.» Agrega, a manera de disculpa, pero disculpa reveladora del tipo'de «libro» que son las Décadas: «ay ademés, porque, a causa de ‘otros negocios, yo no tengo libertad para po- nerme todos los dias a escribir tos sucesos de Indias: a veces me pasa en. claro un mes en teto, y pot eso todo lo eseribo de prisa y casi en confuso cuando hay lugar; y no se puede guardar orden en estas cosas porque suceden sin orden» (pag. 623). Cuando Juan Bautist fufioz35, en el xvit le reprocha a Angleria, Jo que es todavia hoy un lugar comiin, el poco cuidado que éste pone en la organizacion de la materia, seftala un aspecto cierto pero el re- proche es sin duda injusto: Mufioz se sitiia, por un lado, en un momento posterior en el que se puede pensar wen el orden de los acon- {ecimientos» y, por otro, con la plena con siencia de estar haciendo «historian y no $5 Juan Bautista Ma ero (iti Beata Moa, Mors de! Nuero Mando telatando los sucesos acontecidos a medida que Ilegan las noticias. Este aspecto es im- portante en lo que concierne a la gesta- cion de las Décadas, puesto que ellas crecen como un desprendimiento de la comin ac- tividad epistolar de Angleria y no son, re- petimos, un intencional libro de historia (vean- se, ademas de los ejemplos citados, las palabras relacionadas con el mismo tépico, en paginas 119 y 120). A un letrado humanista, como lo es Angleria, no podia escapérsele esta distincién: «Una cosa resta, Beatisimo Padre, muy digna de la Historia, la cual quisiera yo que hubiese caido en las manos de Cicerén o de Livio, mejor que no en las mias...» (pag. 185). Veamos al- ‘unos aspectos de este proceso, La carta némero 130, del Epistolario de Angleria, esta dirigida a Juan Borromeo y fechada el 14 de mayo de 1493 (tres meses después del regreso de Colon del primer viaje). Este epistolario, en la edicién que conocemos, comienza en 1488. La carta 130 se ocupa de istintos asuntos, tales como el del «atentado al Rey» que se continiia de cartas anteriores La mencién de Colin es ripida, y la carta ter- mina discutiendo la situacion politica de Italia. Veamos lo que se dice de Colén en ella: Hace pocos dias, volvid de los antipodas occidentales cierto Col6n, de Liguria, quien fa duras penas consiguié de mis reyes tres haves, porque creian quiméricas las cosas que decia. Ha regresado trayendo como pruebas muchas cosas preciosas, pero prin= Cipalmente oro que, naturalmente, se pro- duce en aquellas regiones. Pero demos de lado 4a las cosas ajenas, ilustre conde, pasémolas por alto. Cursivas agrepad: El primer libro de las Décadas esté fechado el 13 de noviembre de 1493, siete meses des- pues de la affcrior y la perspectiva ha cambiado cn forma radical. Para esa fecha se ha comen- zado ya el segundo viaje. Si seguimos la pis el comienzo del Libro Dos fechado el 20 de abril de 1494 (cuando Colén ya ha regresado de su segundo viaje), el interés ha cundido y las Décadas comienzan a crecer. Angleria co- mienza este libro diciendo: Me repites,ilustrisimo Principe, que deseas conocer las cosas del nuevo mundo que en Espaa suceden y me has insinuado que te cagradé lo que hasia ahora escribi de la primera navegacién. He aqui lo que ha ocurrido des puss. (Décadas, pig. 13). Ya no se trata de cosas que hay que pasar por alto, sino de cosa de interés, cuyo relato agrada ¥ que, por lo tanto, hay que continuar. Ademés del interés que tienén las cartas de Angleria como informes de los acontecimien- tos del descubrimiento y de la conquista, son ellas también las que ejemplifican mejor que ninguna otra la importancia que la carta, como tipo discursivo, tiene en el Renacimiento>, Asi, si para los navegantes y conquistadores la carla es la manera més prictica de cumplit con una obligacién y, por lo tanto, el medio més adecuado para hacerlo, para Angleria no s6lo es un medio sino también un fin cn la educacién humanista. Esta afirmacién la ilustra mas que bien la carta ntimeto 129, de su Epistolario. Dirigida al joven Gilberto, hijo del conde Borromeo y fechada el S de enero de 1493, el tema de esta carta es, digi- moslo asi, la carta (como tipo discursive) misma en cuanto manera de ejercitarse en las letras: Tu padre, que me escribe con mucha fre~ cuencia, me envia alguna vez que otra tus saludos, pero hasta ahora ninguna carta tuya. Por tanto, qué voy a responder, si no me han llamado? Solo puedo decirte tuna cosa: hermosa tarea es en la juventud la de provocar a los mayores en edad: de ellos pueden, en cierto modo, robar lo que hhan de escribir por su cuenta. Si por vergiien- 7a —aunque esto sea propio de gente hon- rada— no se atreven a hacerlo, adquiriran menos cultura y serin de menos ulilidad. A continuacién Angleria exhorta al joven Gilberto. a que se ejercite escribiendo (y la exhortacién alude a escribir cartas), «con fre- ‘cuencia a tantos varones cuanto en abundante niimero alimenta nuestra Ttalia, y, mediante este ejercicio, Megues a formarte una cultura», La carta no esté destinada a dar informaciones sino, para el joven, a recibirlas puesto que, ademas, este «ejercicio» —nos dice Angler ). 7 Historia de las Indias, Edicion de Agustin Milles Carlo y estudio preliminar de Lewis Hanke, México, F.C.E. 1951, pig 322, * Veise, en este mismo volumen, A. Saint-Lu, «Fray Bartolomé de las Casas» gacion de informar, sino que lo hace acep- tando effin que la caracteriza_y la distingue (ie.: el jin de la actividad historiogratica). El jin de la historia (del escribir historia). se caracteriza, por un lado, en un nivel filoséfico y, por otro, publico, En cuanto al primero, sa- bemos desde Aristételes que la historia se diferencia de la poesia por ocuparse de ver- dades particulares, en tanto que la poesia Jo hace de generalidades verosimiles. El fin piiblico de las verdades particulares es el de la utilidad comunitaria. Los propésitos, sin em- bargo, pueden variar de acuerdo a los fines. Asi, por ejemplo, Las Casas comienza ana- lizando las causas que movieron a diversos historiadores a escribir. Siendo teleoldgico el sentido que tiene en este caso la palabra causa, Las Casas esté buscando mas los motives o propésitos que impulsaron a los escritores a escribir historia: algunos, nos dice, deseosos de fama y gloria eligieron escribir historia por «polidas y limadas palabras, dul- zura y hermosura suave de decir»; otros para servir y lisonjear a los principes; otros para rescatar los hechos acaecidos en su tiempo del ‘olvido; otros «compelidos por la necesidad de contar lo que de sus propios ojos vieron» (pag. 3). El fin y el propésito se resumen en la frase siguiente: «Resta pues afirmar, con ver- dad solamente moverme a dictar este libro la grandisima y tiltima necesidad que por muchos aifos a toda Espaita, de verdadera noticia y de lumbre de verdad en todos los estados della cerca deste Indiano Orbe, padecer- he visto» (pag. 12). Si bien el ejemplo es flaco y no po- demos aqui detenernos en estos. principios definitorios de Ia formacion discursiva his- toriogrifica, baste para decir, repitiendo, que cuando la formacion discursiva existe es ésta la que de alguna manera dicta la forma y los motivos por los cuales se emprende la acti vidad de escribir. Y, si no en todos los casos lo vemos tan claramente formulado como en el padre Las Casas, toda atenta lectura los revela diseminados en los prélogos y en aque- los enunciados que no son descriptivo-narra- tivos sino «palabra del historiador»; donde ste «toma posicién» y hace explicitas las reglas del jueg® que adopta. Tendremos opor- tunidad de sefialarto en las paginas siguientes ‘cuando nos ocupemos de historiadores. par- ticulares Un segundo y fundamental aspecto es el de ta ecausa eicienten¥:o histonsdor. Como en padre Ls Cast a as cut caussatttcas tama pita dete stg Cons pus coors isieccment era se Es popaat a sg pear, pb eee Ertl. Cabrera Se Conds: Vo do. cre haste a 7 toda formacién discursiva, ésta regula las ‘condiciones que deben cumplir los agentes de tal actividad. La historia exige que el historia- dor cumpla con determinadas condiciones. De nuevo Las Casas se hace cargo de este as- pecto: «Tampoco conviene a todo genero de personas ocuparse con tal ejercicio, segiin se entendia de Methastenes, sino a varones esco gidos, doctos, prudentes, fildsofos,_perspi ‘acisimos, espirituales y dedicados al culto divino como antes eran y hoy son los sabios sacerdotes» (pag, 6). En una palabra, la escri- {ura de la historia no puede dejarse en manos de cualquiera, sino de los ferrados, No obstante, historiografia indiana brinda una excepcion a la regla dadas las circunstancias historias que hhace a capitanes y soldados tomar a su cargo luna tarea que no estin en condiciones de hacer. Por esta razén encontramos, en los ‘casas en los que la historia se cjercita por pefsonas no «adecuadas» para tal prictica, los «pedidos de discilpash que no solo ma- nifiestan el t6pico de la «falsa modestia», sino también la conciencia de estar ejercitando ‘una prictica que tiene sus preceptos y, entre ellos, aquel que atafie a las personas indicadas para hacerla, Finalmente, la formacién discursiva se ca- racteriza también. por las divisiones que establece. Aunque no podemos decir que haya, en los siglos xvi y xvu, criterias claros sobre la divisidn de la historia, hay al menos ciertos principios generales compartidos que podemos resumir de la manera siguiente: 1) Historia Divina { oe Historia Natural Historia Humana Fibterie: Mow, 2) Historia Universal rs: General y Particular, La division 1) se basa sobre el «contenido» de la historia. Como se sabe, la «historia na~ tural y_moraby cubre Jo. que con. posterio- tidad al siglo xv se divide, por un lado, en disciplinas independientes (botinica, zoologia, sociologia, psicologia, ete). Por otro lado, la historia humana» se produce en un marco epistémico que no marca todavia el conflicto ‘Que veremos aparecer hacia finales del siglo XIX bajo-la-divisin. desciencias. naturales» rs, sciencia. humanas 0 del espiritun. La se- gunda division ataie no a la materia sino a los limites temporales (cronoldgicos) y geo- ‘griticos (‘opograticos) en los que se enmarca la materia. La «historia universal» comprendera asi una historia que comienza con el origen del mundo (a la cual suele a veces denominarse también general, por ejemplo, «La General Historia»). La «historia general», en el caso-de Indias se delimita la mayoria de las veces topo- grificamente. Finalmente, la «historia_parti- cular» To es de una nacién o de una-regién. De acuerdo a estas divisiénes vemos que en la his- toria del siglo xvi predomina lo «general; moral y natural»; en tanto quehacia el xvi la tenden- cia més marcada es hacia la chistoria parti cular», Lo cual, de ninguna manera indica que no hubiera historias particulares» en el XVI ni chistorias generales» en el xvii, Veremos in- directamente este aspecto en los apartados siguientes. -{/No s6lo es Fernindez de Oviedo el primero ‘que emplea el vocablo «historia en el con- texto que estamos estudiando, sino que lo hace ‘con plena conciencia de la actividad historio- grifica que emprende 78. Como ha sido sefta- lado repetidas veces por los especialistas en ‘Oviedo, sus viajes por Italia y su cercania a 1a familia real le dan la oportunidad de conocer las tendencias intelectuales de su tiempo y estar al corriente de las preocupaciones de la con- iencia letrada®?, El hecho de que se hays puesto en duda cudn letrado era o cuinto latin sabia, no es cuestiOn en litigio para este capitulo, Lo cierto es que sabia «lo suficiente» como para orientar la ruta de su trabajo. Las huellas de estas orientaciones se encuentran a lo largo de la Historia General y Natural as}, mediante opiniones y referen- cias bibliogrificas. En el prohemio al libro XXXI, por ejemplo, comienza con una cita de Cicerdn, continiia con los versos de Petrarca en fos cuales Alejandro, frente a la tumba de Aquiles, «dixo suspirando»: «Oh! afortunado, que tan clara trompeta hallaste, ¢ quien de ti asi altamente escribiese.» Lo que Oviedo extrac de esta referencia es el hecho de que «Estas palabras de Alexandro muestran la envidia que ovo de aver tenido Achiles tan alto eseriptor para su historia, € quél para la E.O'Gormanha sefialado este aspecto. Aunque incurra ‘eel equivoco sabre ia enduceionm del Claribate( Cedomil Goic, La novela hispuncamericana de los sglos AMI, Xv Avil, € este mismo volumes), no son menos vilidas sus observacones sobre la sconcincia historiogr fea auc ln Init dopirtan sn Ov («Oviedo Ys “Historia general y natural de las Indias"», prOlogo a ia Sse logy de Nace Epa, Mésco, UNAM, 1 Sobre a biografia de Oviedo véase Jose de la Pea ¥ ‘Camara, «Contribuciones documentals ycrticas para una tHoprafia de Gonzalo Fernandez de Oviedo», Revita de ‘Inds, nm, 69-70, 1957, pigs. 603-705. ‘8 Madrid Imprenta de la Real Academia dela Historia, 1831, 4 vols Todas las ctas corresponden a esta ediion. no tenia tal coronista». Sefialemos, al pasar, el empleo sinénimo de escriptor y coro: nista para designar el agente de la actividad de escribir historia, para subrayar la evidencia que el parrafo deja del conocer los requisitos de tal actividad; aunque lo dicho sea dicho, como en este caso, para justificar lo que le falta a la suya: «porque eit la verdad el estilo y elocuen- cia del auctor de una famosa historia mucho la engrandesce é sublima por el ornamento de su graciosa pluma é sabio proceder, 6 mucho lo que le disminuye del propio velor, quando en el tal escriptor no hay la habilidad que se requiere en cosas grandes» (vol. III, 185). En esas pala- bras no s6lo se evidencia Ia conciencia del «estilo» sino también la del «tema» de la his- toria: sc, «cosas grandes». Oviedo destaca «lo natural» en el primer informe que titula, precisamente, Sumario de la Natural Historia; pero su obra mayor, como sabemos, lleva el titulo de Historia Ge- neral y Natural de las Indias. Es cietto_sin embargo, que esta historia se ocupa también el_aspecto «moral». Veamos por separado «lo natural y «lo morab», observando, para «lo general», que ello pone de relieve el hecho de que la historia se ocupa de la totalidad de las nuevas tierras descubiertas. ) {Cul es la concepeién de la historia natural que subyace al libro de Oviedo? En primer Tugar es la tendencia a valorar la ex- periencia, sobre todo en relacién al momento Cultural ya la significacién de las nuevas tierras. descubiertas, dejando de lado los lapidarios y bestiarios medievales®2. En segundo lugar, el hhecho de que esa experiencia le sugiera «on- tinuar» la obra de Plinio: «Y razén es que le ayudemos a escribir lo que no supo ni hallo escripto en las partes australes ¢ occidentales destas nuestras Indias ni en las otras regiones della (vol. 1, 387)83. Ahora bien, lo notable es no solo que se trate de «ayudar a escrebiry la Historia Natural de Plinio con lo que Oviedo conoce directamente en Indias, sino que tal xperiencia esté ligada al modelo que le ofrece el libro de Plinio. La concepcién de la historia natural se manifiesta, entonces, en la exposi- © Clr. J. A. Maraval, ea experiencia personal y la au- tooomia dela razin> y ‘Terzo), Empleo la version facsimilarrecosida pot 0 su Theoretiker Humanistscher Gexchichtischreibat. Munich, Wilhelm Fink Verlag, 1971 Una aproximacién mas particular d concepcién de la historia moral en Ovic podemos ejemplificarla toman¢ it XXIX, del_Libro XXXII, dedicado_a_las conquistas de Hernan Cortés, esta parte comienza citando palabras de Cicerén después del castigo de la conjuracién de a (segiin la version de Salustio, De Bello Cathilinario), en las cuales palabras éste pide: «Por estas] cosas grandes (...) vuestra perpetua memoria de aquesta jornada. De la memoria vuestra, ‘oh, romanos de ella sean mis cosas nodridas: cerescerdn por las palabras, ¢ durarn por las \ historias tomando siempre una mayor fuerza (...) Palabras, memorias, historias, perpetua- || | cién del pasado y perpetuacién de la fama; ‘base de la concepeién de la historia moral o de la conservacién de los hechos humanos me- diante «historias escritas». Sobre esta base, como lo hizo anteriomente con el ejemplo de Alejandro, Oviedo conecta su justificacién para escribir la gesta cortesiana: «Mas es muy justa cosa que en la memoria de los que viven estén escritas las hazafias € fechos memorables de Hernando Cortés» (vol. Ill, pag. 412). Esta ‘concepcién de la historia humana la veremos acentuada en ¢l siglo Xvit con el agregado de la importancia que la elocutio adquiere en la na: rracién (por ejemplo, Antonio de Solis). En Francisco de Gémara encontramos otro ejemplo de la concepcién de la historia moral aunque ésta sea s6lo una parte del libro que se anuncia. bajo el titulo general de Hispania Virrix y que se compone de dos partes: 1a pri- ‘mera la Historia General de las Indias y la segunda, La Conquista de México, «Segunda parte de la Crénica General de las. Indias» cursivas agregadas)". El libro se escribe en loa 4 las glorias de Espaiia que Gomara hace ex- plicitas en la dedicatoria a «Don Carlos, Em- perador de Romanos y Rey de Espaiian; asi como también en el capitulo final de la primera parte. En la dedicatoria, Gémara repite en sus palabras lo que habia sefialado C. Colén en la introduccién a su «Diario de navegacion»: «La mayor cosa después de la creacion del mundo —dice Gémara—sacando la encarnacion y muerte del que lo cri6, es el descubrimiento de Indias (..) Quiso Dios des- cobrir las Indias en vuestro tiempo y 4 yuestros vasallos, para que las convirtiésedes a su santa ley (..). Comenzaron las conquistas de Indios acabada la de los moros, porque siempre guerreasen espaiioles contra inficles». A estos designios generales que sitdan el «fin» con el Las referencias son a la edicién de B. A. E., 1. XXII, Madrid. 1946. Crénica general de las Indias. edicién de 1553 que se escribe Hispania Vitrix, se agregan los designios particulares que caracterizan la pri- ‘mera y la segunda parte. Comenzaremos por la segunda, alterando el orden, para continuar de esta manera el topico que introdujimos al hablar de la concepcién de la «historia moral» en Oviedo. En primer lugar, la Conguista de México se organiza desde el nacimiento hasta la muerte de Hernan Cortés, Esta organizacién muestra (aunque no sean —como lo veremos— los designios de Gémara) la estructura de lo que mas tarde se consolidaré como un tipo dis- cursivo historiogrifico: la biografia ®®. El «in» de esta historia es el de narrar los hechos nota- bles de una persona para rescatar del olvido la memoria de sus hazafias; estableciendo asi * Djemo de lid, atta ala conguista de Méxios, «lproblema dela ogratam cual pdt analzarse coms tipo discurivo dele formacion icursiva hstonowatce, Puede consultare al repecto. Jos Luis Romeroe Soh {a ografia yl hssoria, Buenos, Aires, Sudamercena, 1945. Para To que podsamon considera fs manietacion Anterior del tipa aulotogrc, rita, contese H. Delchay I togna en genera 7A. Cary, The Nanse he raphy. Nueva York, sh." TM Mane of Be 81 Ja fama de la persona historiada®, Gémara aclara este aspecto en la dedicatoria a don Mar- tin Cortés, marqués del Valle: «A ninguno debo intitular, muy ilustre seftor, la conquista de Méjico, sino 4 vuestra seforia, que es hijo del que lo conguist6, para que, asi como hered6 el mayorazgo, herede también Ia historia. En Jo uno consist la riqueza y en lo otro la fama.» R, Iglesia, apelando a otros escritos de Go- mara, ha resumido en forma clara su con- cepein de la historia moral, al decir que para Gémara, en una palabra, la historia es «esencialmente fa biografia de los grandes hom bres» y cita, en apoyo de su afirmacién, el prefacio de la Crénica de los Barbarrojas Dos maneras hay, muy ilustre seftor, de ‘esoreir historias. La una es cuando se escribe fa vida, la otra cuando se cuentan los hechos de un emperador o valiente capitin. De la primera usaton Suetonio Tranquilo, Plu- (arco, San Hierénimo y otros muchos. De ‘aquela otra es que todos tienen de escrebir; de la cual, para satisfacer al oyente, bastard ‘elatar solamente las hazafas, euerras, vic- toriasy desastres del capitan, En la primera hhanse de decir todos tos vicios de la persona de quien se eseribe(..) Ninguno me reprenda al presente, si dinere algo, o echare a menos alguna cosa en esta mi escriptura, pues no eseribo vida, sino historia, aunque pienso, silos aleanzare de dias, de escrebir asimesmo sus vidas, ‘Notemos, de nuevo al pasar, el vocablo rénica empleando en el titulo y el de historia ‘no slo empleando en el prefacio sino también uidadosamente distinguido de vida. Vemos asi ‘més claramente por qué le dedica la segunda parte de la Crénica General de las Indias a \a festa de Hernén Cortés: la narracién de los hhechos de «un valiente capitin», se considera historia y no vida%2, Vemos también un ejemplo. de lo dicho ms arriba cuando sefialébamos que las narraciones del tipo gesta y del tipo ‘ita, més comunes en el medioevo, pasan a constituise, en el siglo xvi, como tipos dis- ‘eursivos integrados @ la historiografia; o, 1 Sobel fama en la hstoriograa vase el excelente resumen de Victor Fank en El dns de Gonsalo mene: de Quesada las concepelone de Relay Verda ‘xl poe dela conrarreforma ye! maniersma, Madr, para emplear el propio vocablo que ellos en- plean, a la historia. En este aspecto de la con ‘cepeién de la historia moral es donde coinciden Oviedo y Gémara; aunque Oviedo acentie el valor de la experiencia en la escritura dela historia y Gomara responda mas al hombre de letras que lo faculta (por ello y no necesaria- mente por la experiencia directa) para hacero. Hagamos un paréntesis y, antes de lepar a la primera parte de la historia de Gémara, integremos a Bernal Di ill y su Verdadera Historia de los Sucesos de la Cow (gitista-de ta Nueva Espaita®s, No encontraremos en- Bernat Diaz, coma en los dems histora- does, una clara posicién con respecto a la actividad escriptural que emprende. El vocablo verdadera tiene mas peso, en este caso, que el vocablo historia puesto que, sabemos, Bernal Diaz nos ofrece la «otra cara» de la Conguista de Méjico, laudatoria de Cortés, escrite por Gémara, No es la otra cara porque sea nose sariamente «anti-Cortés» sino porque see criben no las hazafias de un «valiente capitin» sino de los soldados. Es por esta razon, quiz, por lo que Bernal Diaz emplea, indistintamen- te, el término relacién como sindnimo de histo- ria; «Como acabé de sacar en limpio ésta mi relacién, me rogaron dos licenciados que slas emprestase para saber muy por extenso las cosas que pasaron en las conquistas de Méjico y Nueva-Espafia, y ver en que diferencia lo que tenian escrito escrito los coronistas Francisco Lopez de Gémara y el doctor llescas..» (pag. 315). Es también en ese capitulo CCXIL donde Bernal Diaz se confiesa ilettado pero defiende, pese a ello, la verdad de lo dicho: 4@ yo se la presté, porque de sabios siempre pega algo 4 los idiotas sin letras como yoo, y le dije que no enmandasen cosa ninguna de las conquistas, ni poner ni quitar, porque todo Jo que yo escribo es muy verdadero» (pig. 315) No sélo esto sino que también, al escuchar las observaciones que le hace «el uno dellos muy relérico», seftalindole que «para dar més crédito 4 lo que he dicho, que diese testigos y razones de algunos coronistas que lo hayan escrito, como suelen poner y alegar los que eseriben, y aprueban con otros libros de cosas pasadas, y no decir, como digo tan secamente, esto hice y tal me acaecié, porque yo no soy testigo de mi mismo» (pag. 315), Bernal Diaz ‘su-experiencia apoyindosé emetTe- timonio de Cortés y del virrey don Antonio de Mendoza sobre su propia trayectoria-en-Indias (cfr. pig. 315). Pero el libro de Bernal Diaz < * Vease, en este mismo volumen, M. Alvar, «Berl Diaz del Casttin, , BALE, t. XXV1, 1947 es algo més que el «documento» irremplazable We su experiencia y ocupa también su debido lugar textual. Al parecer dos son las razones fundamentales que le otorgan este lugar en la historiografia de la conquista a) una, como ya hemos dicho, la de hacer la historia no de capitanes o de emperadores sino de elevar al rango de personaje digno de ser historiado a los participantes en las acciones de la conquista; ») la otra, un cierto imponderable como es «el arte de contarm, que lo destaca sobre informes semejantes de otros muchos capitanes © descubridores. El empleo de la lengua «que va segin nues- tro comin hablar de Castilla la Vieja» justi- fica todas sus excusas con respectoa su «falta de retorica». Pero sabemos que el arte de contar, como lo muestran numerosas experiencias folkléricas, no es una virtud que se adquiera cn la universidad. La referencia a las experien- cias folkldricas no es gratuita, puesto que no son las historias cldsicas ni menos los trata- distas de la historiografia 0 de la retérica Quienes suministran a Bernal Diaz el conoci- miento no basado en las fuentes, Bernal Diaz ‘no ha escapado al escrutinio «literarion y no silo se le ha ligado al Amadis de Gaula, sino ‘que se han hecho conexiones con Berceo, con Pérez de Guzman y con Fernando del Pulgar™ Pero las referencias que mis se destacan en su Tepertorio son quizas el refranero, el romancero los libros de caballeria. Es quizis esta conju- Bacién de la experiencia y de la «literatura Popular» lo que permite entender su arte de Contar, lo que produce el «encanto» de su relato, Es quizas esta marginalidad de los modelos sobre los que articula su relato, la ue le otorga el lugar especial que ocupa en un corpus historiografico que, en su. mayoria, esti estructurado, como discurso, o sobre las historias clisicas o sobre los preceptos del relato histérico 9%. Volvamos, después de este paréntesis, a la primera parte o Historia General de Indias de Francisco Lépez de Gémara. Esta tiene un caracter bien distinto del que hemos anotado ara la Conquista de Méjico o la Crénica de los Barbarrojas. Pero, como en estos casos, Go- mara nos deja en el prologo «a los leyentes» el trazo claro de sus designios: % Stephen Gilman, «Bernal Diaz del Castillo and “Ama- is de Gaulas, en Studia Philologca, Ul, Homenaje a Di ‘aso Alonso, Madrid. Gredos, 1961 pigs. 99-113. % Alfonso. Reyes, tras ue la Numa Espana, México, F.C.E. 1948, pigs, 50-82; también, Carmelo Saent de Santa Matta Inirducciin Critica a ta*Histria Verdadera™ de ‘Bernal Diaz del Castillo, Madsid, 1967, pags. 117-122. Toda historia, aunque no sea bien escrita, deleita. Por ende no hay que recomendar la rnuestra (..), El romance que lleva es Ilano ‘cual agora usan, la orden concertada ¢ igual, Tos capitulos cortos por ahorrar palabra, las sentencias claras, aunque breves (..) Contar cuindo, dénde y quién hizo una cosa, bien se acieria; empero decir c6mo es dificultoso; y asi siempre suele haber en esto diferencia Por tanto, se debe contentar quien lee his- torias de saber lo que desea en summa y ver- dadero (...). El estilo condensado de Gémara se mani: fiesta aun en este prélogo el cual, de anotarse, nos conduciria a desarrollar un capitulo sus- tancioso de los preveptos historiogrificos: cn él, se resumen los problemas de la lengua cen que debe ser escrita la historia (que tanto preocupaba a Oviedo, y que otros también ‘manifestaron)®; la organizacién del discurso y, finalmente, los criterios de verdad historio- Bréficos®?, que Gémara cuidadosamente dis- tingue entre lo que hay u ocurrié de la manera en que lo habido u ocurrido se conceptualiza en el discurso: en términos més actuales veriamos en ello el crucial problema de la re- ferencia y la significacién, Tentados aunque impedidos de detenernos en todos estos as- pectos, ilustremos el que més conviene a la concepcién de la historia general: el de «la ‘orden concertada e igual». Después de una breve introduccién en la que se discuten los temas comunes relativos a si hay 0 no anti- podas, el sitio de las Indias, etc. Gémara co- mienza su «historia generab> por las tierras del Labrador e introduce un capitulo muy corto en el cual se nos dice: Comienzo a contar los. descubrimientos de las Indias en el eabo del Labrador por seguir la orden que llevé en poner su sitio, ppareciéndome que seria mejor asi, y misclaro de contar y aiin de entender; ca fuera con- fusion de otra manera, aungue tambien Hevara buena orden comenziindolos por los tiempos en que se hicieron (pig. 177) La «orden concertadae igual» a la cual alude en el prOlogo se manifiesta aqui bajo dos prin- % Ver, en Oviedo, Historia... op. cit. vol WV. pig ‘as $89.51. Un ejemplo del siglo xvn es el de Solirrano ) Pereyra, en su Poitia Indiana (BA. E, Madrid, 1972), {uien ace explicit e problema de a lengua en su deice tori. Algunosdelos trabajos ya clisicossobeel tema: More Fatio, L'Espaunol, Langue Universller, Bullen span: ‘que, X¥, 1913, pags 207-28; Ro Mentadez Pal «El Len use el siglo xv en La lengua cde Crsabal Colm, Madi, ‘Rusral, 192; Manuel Garcla Blanco La lengua expoole ‘nla epoca de Carlos V, Maria, Eselicer. 1967, pigs I-13. "7 Victor Frankl, Bl «Aniijovion de Gonzblo Jimenez de Quesada... 2. it 83 ? | propuestos y discutidos por los especialistas Serin de enorme valia para nuestros propo it i ij i Fe sitos. Voh I prélogo a la Histor pt ere es Be Yaizuace thee prologo a la Historia (eles esead deraoen jragtes Sees Genta oot» sty cominnando, nee Se () porque desde cerca del aio $00 veo y pasar por ef estrecho prema hats ando por aquestas Indias y conozco lo que ‘contrat las Molucas (pig. 221). Pero, al ter- ‘ecribiere; a lo cual perteneceri, no solo minar tal recorrido topogrifico, y pasar al contar las obras profanas acaecidas en mis ‘«Descubsimiento del Perit» (pig. 224) cambia tiempos, pero también lo que tocare a las Hh cordon tepogeifica por la crosclbgica cclesisticas, entreponiendo a veces algunos fem neem as once, Sa Pn hany ‘hene ef buen cuidado de advertirio: dades desta religidn,ritos, cerimonias y con- eel iin, las gets nares de ls (-) Quieres descubrimiento tocando We pareciere a la materia mmo hy i de la cosmopratia por los oyentes (pig. 22). ‘cuando: € necesario con la dimensiOn crono- __Destaquemos la advertencia de «hacer ak Wigica sigue, em general, el derrotero norte £¥Na mixtura»: ella nos conduce, por un lado. ‘wwe donde pura veada costa» Gémara no '8 raz6n por la que denomina también cord ‘lo ye ocupe de las guerras de los expatioles "al libro y. por otro lado, nos conducira a integra ne nee ate -cefemonias, cosmografia y geografia tambida dato de chintoria wataras, Cincoenia ¢s «mixtura» lo ¢s porque el designio funda- y nueve alos después de publicada la historia "Mle 3 la cronologia. Esto lo demuestra la de Gomara, estos preceptor de la organizacion —fBAnizacién cronoldgica de los tres librot ‘hanolome de 201) y tercero (vol. Il, pig. 432). El designio ‘nos explica entonces el por qué amar mixtura a los hechos que no conviencn: f if t if fe Hi il i! i i i los i I | H (..)010, Las palabras siguientes resumen y sitdana la Apologética como un libro que oscil entre los propésitos de la dialéetica y de la retrica!®2: por un lado, la intencién mani- fiesta de demostrar la verdad nos remite a la primera en tanto que, por otro lado, la it tencidn latente de forzar una posicién ideo- lOgica, nos remite a la segunda. Veamos, no obstante, los fines 0 propésitos. manifiestos Para demostraciOn de la verdad (..) se traen y compilan en este libro (...) sels causas naturales, que comienzan en el capitulo 22 .) la influencia del cielo, la dispusicién de las regiones, la compostura de los miembros y Organos de los sentidos exteriores ¢ inte riores la clemencia y suavidad de los tiempos, la edad de los padres, la bondad y sanidad de Jos mantenimientos: con las cuales concurren algunas particulares causas, como la dispu- sicién buena de las tierras y lugares y aires locales de que se habla en el capitulo 32 ftem otras cuatro accidentales causas que se tractan en el capitulo 26 y éstas son la sobrie dad en el comer y beber, la templanza de las afecciones sensuales, la carencia de solicitud y cuidado cerca de las cosas mundanas y {emporales, el carecer asimesmo de las per- turbaciones que causan las pasiones del nima, conviene a saber, la ira, gozo, amor, ete. La Apologética esti organizada en tres libros, de los cuales el tercero es el mis ex- tenso (500 paginas, en la edicién citada, con aproximadamente 110 para el primero y 110 ara el segundo). El tercer libro «se propone demostrar la capacidad racional del indio Por sus obras, examinadas de acuerdo al Ssquema aristotélico de las tres especies de Prudencia: mondstica, econémica y politica» EI libro mas extenso, por lo tanto, es el que trata de cuestiones morales en tanto que los otros dos se ocupan més bien de los aspectos naturales que contribuyen a hacer del indio lun ente racional. O, para decirlo de otra ma- ‘tera, si el segundo libro culmina hablando de sla castidad y otras virtudes», de la «manse- dumbre y del excelente ingenio» y de la «no- bleza de las almas» es porque ello se analiza desde el punto de vista de la «relacién que hay Mistoria, op. cit, «Argumento de toda ‘Avstételes, BI Arte de le Retires, (cap. 1, 135457) ‘Las Vives. en el sigo xvi, recurre a la metifora comin ‘de puto cerrado y de la palma abuerta». Ademas, propane ‘Stas otras diferencias: «Dos son, pues, las ares que se lablecieroo referenies al enguaje. a saber: la dalética. que (Cicero llama arte de dscurir.y Aristteles le da el nombre Ge bipies y a retbcica, que es al arte de hablar» (De Disci- Pls (1531). Cito por la tadvecion de Lorenzo Rider, Madrid, Aguilar, 1968, tomo II, pig. 425. La Espaftola y Pucrto Rico, Grahudo frances entre los climas y las condiciones de los hombres». Son, por lo tanto, este’ primer y segundo libro, 1os que estin estructurados sobre la base de la indagacion de las «causas naturales, particulares y accidentales». De acuerdo al esquema propuesto en el «argumento de toda ella», el primer libro comienza por una descripcién —en cuatro vueltas— de la isla La Espafiola. En las cuatro vueltas toca los distintos puntos cardinales de la isla para, luego, detenerse sobre los man tenimientos, los frutos y los arboles. Los capitulos finales del primer libro los dedica ala demostracién, apelando a las causas para de- mostrar la salubridad de la isla, y las riquezas naturales que el lima permite. El segundo libro ust de la descripciém del primero para ocu- parse, directamente, de la extension del and- lisis de las causas que producen el agoce de plenitud de entendimiento». Para ello apela a la influencia de los cielos primero y de las cualidades del clima y de la tierra después. En la tercera parte comienza demostrando la 85 lencia mondstica en el buen gobierno que indios tuvieron de ellos mismos, para luego ‘ocuparse brevemente de la economia domes- tiea, La «prudencia politica» es mucho mis fextensa que las anteriores y en ella se dedica, ‘en primer lugar, siguiendo el esquema aris- totélico, a analizar las «seis clases de ciudada- ‘nos: Tabradores, artesanos, guerreros, ricos hombres, sacerdotes, jueces y gobernantes, Pero antes de pasar a analizat la primera de estas «seis clases de ciudadanos» dedica diez apitulos a la ciudad, que contrapone al aso ude hombres slvestres solitarios». Aten- cidn especial recibe también el tratamiento de a quinta clase de ciudadanos, a saber, los sacerdotes. Es esta la parte mis compleja, que ‘ocupa desde el capitulo LXXI al capitulo XXXIV, quedindosele en el stintero» lo telativo a Tos jueces y a los gobernantes. ‘Como vemos, podemos aceptar la hipd- tesis de O'Gorman que concibe la Apologética ‘como el desarrollo de esas «mixturas» que ‘anunciaba en la Historia donde se ocupa, fun- damentalmente, de 10s hechos, cronoldgi- camente narrados, de los espafioles en Indias. Por otra parte, podemos ver que la Apologé- tica Historia es una historia en donde wna de las estructuras fundamentales, no nevesariamente comin para la formacion discursiva histo- riogrifica, es la estructura argumentativa, La descripeién y la narracién son, como en todo discurso argumentativo, las pruebas de la demostracién. Pero una demostracién que, ‘como dijimos al comienzo de este apartado, coscila entre el argumento dialéctico (flosé- fico) y el argumento retérico, Distincién fun- damental para Aristoteles, ya que por encima de las semejanzas entre dialéctica y retérica (que, a diferencia de la medicina o la geome- tria, abarean todos los asuntos imaginables, puesto que se ocupan de los principios comu- hes que ataiien al razonamiento), ta dialéctica sonduce a la formacién de las reglas de la verdad Wgica y entimematica, mientras que la ret6rica se ocupa de la verdad piblica y de persuasion ha ¥ _ No es sin embargo la Apologética el iinico libro del siglo xvi que incluye la estructura “argumentativa en el discurso historiogritico, 19) Agreguemos, a la nota anterior, la observacion de ‘Tambien Jo hace, aunque con diferentes fines, el padre Jose de Acosta en su Historia Natural y Moral de las Indias'°4. Acosta declara en el prologo que Del nuevo. mundo ¢ Indias occidentales han escrito muchos autores diversos libros y telaciones, que dan noticia de las cosas nuevas y extrafias, que en aquellas partes se han descubierto, y de los hechos y sucesos de los espafoles que la han conquistado y poblado. Més hasta agora no he visto autor fque trate de declarar las causas y razén de tales novedades y extraiieza de la naturaleza, fii que haga discurso e inquision, en este parte, ti tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos ¢ historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del nuevo forbe. (Cursivas agregadas). En lo subrayado vemos que emplea libro ‘© relacién para lo que, en otras oportunidades, Mamard también historia (ie. una relacion de hechos verdaderos, un libro que cuenta hechos verdaderos); en segundo lugar, que llama la atencién sobre la falta de libros que indaguen en las causas de «tales novedades y extra- fiezasy, Esta exigencia fo llevard, més adelante en el mismo prohemio, a sostener: «Asi que aunque el Mundo Nuevo ya no es nuevo sino viejo, segiin hay mucho dicho y escrito de él, todavia me parece que en alga manera se podria tener esta Historia por nueva, por ser juntamente Historia y en parte Filosofia y por ser no sélo de las obras de naturaleza, sino también de las del libre albedrio.» En tercer lugar, y en relacion a ésta altima cita, emplea también el vocablo argumento no para la estructura verbal demostrativa sino mas bien ‘enel sentido de «assunto o materia de que habla algin libro» (Diccionario de Autoridades). La terminologia es pertinente por cuanto el dis- curso sobre las «causas» afecta fundamental- mente la «historia natural en tanto que € notable la caida hacia lo meramente deserip- tivo en las «obras del libre albedrio». La decla- racién sobre el hecho de que su libro sea en pparte historia y en parte filosofia es, al parecer, ‘una coneepeién si no comiin al menos con: derada en el siglo xvi. Mencionamos anterior- mente a Francisco Patrizi. Es este uno de los Itatadistas de la historia que se ocupa funda- ‘mentalmente de combatir la definicién cicero- niana de la historia argumentando, en su con- ‘ra, que no puede definirse la historia como narracién de cosas hechas del remoto pasado. 10+ Ediciin preparada por E. O'Gorman, con un prélogo. ‘es apéndices y un indice de materias, México, F.C. E. 1940" Tas etascorresponden a est edicin Laprimera objecion de Patrizi es la de sostener ‘quehistoria es en primer lugar memoria y nona- rracién; puesto que la memoria puede conser- varse mediante otros tipos de signos distintos las palabras (con altri segni materiali o con diversi forme di cose») De modo que la his- foria es narracién cuando tal memoria se conserva mediante los signos verbales o la palabra. Por otra parte, Patrizi intenta definir lahistoria en relacién con la filosofia y no s6lo en relacién con la poesia: para Patrizi la filosofia se ocupa de las causas, en tanto que la historia lo hace de la narracion y memoria de los efectos «ll narramento adungue degli effeti, che caggiono sotto alla cognitione de senti- enti, € degli ochi sopra tuto, ha ragiona- volmente nome historian)!05. Sin embargo, allimitar Acosta, al contrario de Las Casas, la estructura argumentativa a la parte natural, se mantiene en los limites de la buisqueda de la verdad y no de la persuasiOn. En este sentido el fin de conocer las causas de los hechos naturales es un paso hacia la admiracién que se le debe profesar a su Creador. Aunque el libro se divide derechamente en dos partes, lo natural y lo moral, podemos en realidad considerarlo en tres, ‘teniendo en cuenta también que lo considerado como pri- mera parte son los capitulos eseritos or Acosta en latin y en Peri, cuya adverten- a hace el mismo Acosta al comenzar el Li- bro IIL, Esta primera parte esta consagrada «al cielo y a la habitacion de las Indias en ge~ neral» (pig. 88). En la segunda trata de los tres elementos (aire, agua y tierra) y de los compuestos (metales, plantas y animales). La tercera esti dedicada a las «obras del libre albedrio». Como se intuye por lo dicho, y Sobre todo en las dos primeras partes, €l stepertorion de Acosta proviene de la logica. de la fisica y de la astronomia. Es en el Li ‘bro IV donde encontramos la articulacion cognitiva o la concepcién de la naturaleza que Acosta retoma de Aristoteles. Después de haber considerado los tres elementos simples © introducir los mixtos, lo hace mediante una comparacién cuya funcién no es simplemente Jade proporcionar al lector un punto de refe- rencia en comin (como lo son por ejemplos Jas “numerosas comparaciones de Oviedo); 1 tampoco, por cierto, nos encontramos con "8 Francesco Patrzi, De Historia, Secondo, pig. 8). 8 De Natwa Orbis Libri Duo. En 1889 se edita en Sala- ‘manca De Natura Novi Orbis Libri Duo, et de Promaatione Evangelit apud Barbaro, sive de Procuranda Indorum Sd ‘ure, Libri Sex) que le sirve de base, con ol agregado de 10 referente a México, para su Historia Natural y Morel. op. cit. (Dialoro Historia natural y moral de las Indias, edicion de 1530 Ja funcién ornamental de ella, sino con una funcion puramente cognitiva: Los metales son como plantas encubiertas cen las entrafias de la tierra, y tienen alguna semejanza en el modo de producirse, pues se ven también sus ramos y como tronco donde salen, que son las vetas mayores y ‘menores, que entre si tienen notable trabazén y concierto, y de alguna manera parece que ‘recen los minerales al modo de plantas, no Porque tengan verdadera vegelativa vida interior, que esto es de verdaderas plantas, sino porque de tal modo se producen en las ‘entrafias de la tierra por virtud y eficacia del sol y de los otros planetas (.) ¥ ast como los ‘metales son como plantas ocultas dela titra, asi también podemos decir que las plantas son como animales fijos en un lugar, cuya vida se gobierna del alimento que la natura- leza les provee en su propio nacimiento, Mis los animales exceden a las plantas, que como tienen ser mas perfecto, tienen necesidad de alimento tambien mas perfect, y para cono- celle y descubrill, sentido. De suerte que la tierra estéril y ruda es como materia y al- ‘mento de los metales; la tierra fértil yd més sazén es materia y alimento de plantas; las rismas plantas son alimentos de animales, y las plantas y animales alimento de los 87 sirvendo siempre Ia naturaleza pra sustento de la superior y la subordinindose a la mis perfect. (Libro IV, cap 1, pag. 140; cursivas ) En este pirrafo advertimos claramente el modelo continuo y jico (del cual ha- ‘blamos con respecto a Oviedo). A este modelo ‘Acosta superpone, en la organizacién de la ‘materia, las «cuatro causas» aristotéicas que ‘emplea como base de la estructura argumen- tativa. Asi, por ejemplo, cuando explica la diferencia de los vientos («Cual sea la propia y original causa de estas diferencias tan extrafas de los vientos, yo no atino a otto sino que el eficientey quien produce los vientos», pig. 90). Las causas formal y eficiente estan presupues- lasen esta afirmacidn. A su vez, Acosta declara desconocidasy la causa formal y la causa final: «El principio y origen de estos vientos no Je vemos ni. aiin sabemos qué tanto durarin, ‘i donde procedieron ni hasta dénde llegar» (pig. 90). Queda, entonces, Ia causa eficiente y la material como: explicaciones de la ‘Acosta arguye que la causa formal es desco- nocida aunque se presupone, para establecer la diferencia, que «quien produce el viento ese le da la primera y mis original propiedad». Por su parte, la causa material, «porque la materia de que se hacen los vientos, que segiin Aristteles y razén, son exhalaciones de los élementos inferiores, aunque con su diversidad de ser mis gruesa y sutil, mis seca 0 mis ‘hiimeda, puede causar, y en efecto causa gran parte dé esta diversidad». La causa material ‘no le parece todavia bastante y recurre asi ‘ala causa eficiente: «Y asi parece que se ha de reducit el negocio al eficiente superior y ce- leste que ha de ser el sol, y movimiento ¢ in- fluencia de los cielos, que de diversas partes moeven ¢ influyen variamente» (pig. 90). Al pasar a los mixtos © compuestos, la expo- sicign comienza a ser fundamentalmente des- (pagina 215). En esta presentacion general nos interesa sefalar las consideraciones de Acosta sobre la excritura que, indirectamente, nos conducen ‘a'su concepcion de la historiografia. Los capi- tulos I al IX, del libro VI, estén dedicados demostrar que «es falsa la opinién de los que tienen a los Indios por hombres faltos de en- tendimiento» y a considerar, en este libro, el problema del entendimiento en relacion a st «falta de letras». Letras, en este capitulo, se emplea en sentido restringido y es sinonimo no de «conocimiento 0 sabiduria», sino de scritura: «las letras se inventaron para re- ferir y significar imediatamente las palabras ‘que pronunciamos, asi como las mismas pala- bras y vocablos» (cap. VI). Acosta liga estas ideas sobre las «letras» a la concepcion del ‘discurso» cuando analiza el «género de letras y libros que usan los chinos» y afirma que @piensan muchos, y atin es comin opinion, ue son letras como las que usamos en Europa, quiero decir, que con ellas se puedan escribir palabras 0 razones, y que sélo difieren de nues- tras letras letras y escritura por sus caracteres y forma (..) y por la mayor parte no cs asi Porque ni tienen alfabeto, ni escriben letras, nies la diferencia de caracteres, sino en que principalmente su escribir es pintar o cifrar, sus letras no significan partes de dicciones como > Sobre la reacin entre el padre Acosta y a ciencia de ‘3 tempo, el asco libro de Jose R. Carracido, 1 Padre Jest de Acosta 54 imporiacia en ta Literatura Cleric Espatote, Madrid, 1899, pags 91-153. lay muestras, sino son figuras de cosas, como de sol, de fuego, de hombre, de mar y asi de lo demisn (cap. V). Luego de estas ‘consid cones, Acosta lega al tema que ya seitalamos ‘on respecto a Oviedo: «Y queriendo yo ave- figuar en qué manera podian los indios con- servar sus historias y tantas particularidades, entendi que aunque no tenian tanta curiosidad y delicadeza como los chinos y japoneses, todavia no les faltaba algin género de letras 1 libros, con que a su modo conservaba las ‘cosas de sus mayores» (cap. VIII). De estas ‘ideas a la concepcién de la historiografia ligida ala escritura sildbica no hay mas que un paso: «Los indios del Pera, antes de venir los ‘spaioles, ningiin género de escritura tuvieron, ti por letras, ni por caracteres o cifras o fi- {urillas, como los de la China y los de Méjico; ‘as no pot eso conservaron menos la memoria de sus antiguallasy. A éste respecto, la his- {oria (0 telato historiografico), tiene su lugar comola practica de los pueblos que han llegado ala eseritura silabica y, por otro, debido a las ‘exigencias del momento histérico, se sitian y se distingue de las «fabulas y ficciones»: “esi que cuando esto no tuviese mas que set historia, siendo como lo es, y no fabulas y fiscones, no es sujeto indigno de escrebirse yleerse» (pag. 319108, La obra de Garcilaso de 1a Vega puede to- ‘arse como un buen ejemplo de los cambios que va sufriendo, hacia el siglo xvu, la forma- sion discursiva historiografica, Sanchez Alon- 0 ha sefialado, para el corpus de la historio- aft indiana, que la tendencia mas notable ‘en este siglo es la de las historias particulares yla de ls historias eclesiasticas . Siendo que ‘tas itimas quedan fueran de consideracién ‘én este articulo donde tratamos de aquellos ‘seritos que se refieren «al descubrimiento y 4 la conquista», centramos la atencién sobre has historias particulares. Las razones por las suales éstas tienden a reemplazar las historias enerales, naturales y morales : pueden ser varias. Las que primero aparecen para una consideracion aproximativa al problema son, ' pags. 216 y ss. Este prologo ha Se igramnis modifcado para ia dicién lade a 104. Ambos se consultaran con provecho para la des de a estructura dal libro de Acosta Benito Sinchez Alonso, Historia de la Historiografta ‘Egefola, Madr, Consejo ‘Superior de Investigaciones por un lado, aquellas que presta el desarrollo de los propios acontecimientos indianos: el interés creciente por el conocimiento de regio- nes especificas mis que la generalidad de Indias que habia preocupado a los primeros escritores; por otro lado, la propia tendencia historiografica que va concentrando la con- cepcién del relato histérico no s6lo en los fines (rescatar del olvido los hechos notables para bien de la comunidad), sino también, por asi decirlo, de los medios: la idea de una narracién coherente se hace mas perentoria. Quien expresa este t6pico de manera clara ¢s Antonio de Solis y Rivadeneyra, cuando al justificar, como cronista oficial, por qué se ‘ocupara sélo de la conquista de México, lo hace bajo el principio de «oherencia», ya que ella no puede alcanzarse en las historias generales sino en la concentracién de la narra~ cidn sobre un hecho particular. (Ver IV, 8.) Este aspecto de la «bibliografia del Inca» lo ha puesto de relieve uno de sus mayores ¢s- pecialistas, Aurelio Miré Quesada, en la in- troduccién a La Florida, Lo que habria que agregar a esa introduccién, con miras a nues- tros propésitos, es la vigencia que adquiere tal concepcién de la historiografia a finales del siglo xvi y el acercamiento decisivo que se cestablece entre, por un lado, Ta narracién y Ja preceptiva historiogrifica y los médulos reté- ricos, por el otro, Ejemplo singular de este acercamiento lo constituye la De historia para leerla y escribirla de Cabrera de Cérdoba (1611). Notemos al respecto que su editor © introductor, Montero Diaz, a quien le interesa mas la concepeién de la historia que la de la historiografia, pone el acento sobre la primera parte de la obra de Cabrera, sefialando, para la segunda, que ésta es de menor interés puesto que repite temas ya conocidos en los tratados de retorica. Para nosotros, como es obvio, es precisamente ahi donde reside su interés. En La Florida, el Inca manifesta, aunque de manera indirecta, Ta Tendencia por un lado, a la veracidad del discurso historiografico en oposicion a las «ibulas 0 ficciones» que con- tina’ Ta” ya" manifiesta en Oviedo, entre Tos Libros de verdad y tos-etibros de ficciény 110 y, por otro, la necesidad de que esta narr verdadera cumpla con los requi arracién bien articulada. Con respecto a Io segundo el «prohemion a La Florida lo mani fiesta cuando dice que habiendo conservado UO Sobre ese aspeto, ver el «Prilogo» de Aurelio Mi Quesada aa edison de La Flr del Ira, México, FE 1986: pigs anvil 4. Mas reientemene, Entique Pupo™ Wolke, sos Comemarios Reales) la histoniocidad de to imaginarow, Reise Tberoameriana, 1978, nims. 103-10, pies, 385408, 89 ‘La Florida edicion de 1605 semucho tiempo y en diversos lugares con un caballero, grande amigo mio (..) mie pareciS ‘cosa indigna y de mucha listima que obras tan hheroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido», Por lo tanto, «mpor- tuné muchas veces a aquel caballero escri- biésemos esta historia, sirviéndole yo de escri- bienten. {Qué indica esta division entre, en Aérminos actuales, quien posee la historia y quien pasee el discurso? O, para decirlo con palabras deel Inca, entre quien tiene la relacion ¥ quien posee la escritura?: Empero, crecéndome con el tiempo et ‘deseo, y por ora parte el temor que si alguno 4 los dos faltaba perecia nuestro intent, [Porgue, muerto yo, no habia élde tener quien fe incitase y sirviese de esriiente, fal landome él no sabia yo de quien poder haber la elacgn’ que él podia darme (.) Piirrafo sin desperdicio, como el resto del prohemio», en la postulacion de los. prin- ‘ipios historiogriticos, Pero. sigamos el hilo dceste principio que distingue entre la posesion de la historia y la posesion del discurso. Garci- laso nos dice que, ademas de la relacién del {al «caballerom, stengo la contestacidn de otros dos soldados testigos de vista, que se hallaron fen la misma jornada». De igual manera, los soldados tienen la relacién pero no tienen el discurso, Después de alabarlos como test ¥ como hombres de en, Garcaso aliens ‘«Verdad es que en su proceder no llevan suce- 90 sidn de tiempo, si no es al principio, ni orden en los hechos que cuentan, porque van ante- poniendo unos y posponiendo otros, ni nom- bran provincias, sino muy pocas y salteadas». En resumen, «tener el discurso» significa poner la relacion ‘en Tos Términos exigidos por la formacion discursiva que, en palabras y en la concepeién de Garcilaso, se manifiesta en la ‘cimpresign det libro» como la obra no habia de salir en su nombre, no s¢ le debié dar nada por ponella en orden y dijo que se le acordé mas como testigo de vista que no como autor dela obra, fentendiendo que el padre provincial que pidié la relaciOn la pondria en forma para poderse imprimir. En lo que respecta a las fronteras del dis- curso historiografico, en relacion a las «fic cones», nuevamente Garcilaso es claro en et «ptohemio» a La Florida, lo repite en Comen- tarios Reales (Libro I, cap. XVIII) y, con mayor claridad quizis, en el cap. XXVIT de La Florida: Por lo eual, con verdad podré negar que sea ficeién mia, porque toda mi vida —sacada la buena poesia— fui enemigo de fieciones ‘como son libros de caballerias y otras seme- antes. En donde la clasificacion de discursos se jerce, por un lado, entre tres conjuntos y. por otro, articula una clasificacion eruzada: la verdad se distingue de la ficcién (0 mejor, los «discursos verdaderos» de los «discursos ficticios») en un nivel, pero también, dentro de lo ficticio, nos propone distinguir jerarquica- ‘mente entre la fiecidn que es «la buena poesia» y aquella que representan «los libros de caba- Herias y otras semejantes». Pero, en cuanto el discurso rerdadero es, ademas de verdadero, también discurso, éste no debe perderse en 1a séla funcién de Ser informativo y verdadero sino también de cumplir con las exigencias de su set discurso y, por lo tanto, coherente: «dlevar el orden de los tiempos» ‘A no dudarlo, los libros de Garcilaso ilus- tran mas que bien estos principios. Sorpren- dentes quizis, por la complejidad de niveles que incluyen, son los Comentarios Reales!" N. Recordemos que el libro se publica en 1609: yl obra ‘de Cabrera de Cordoba, De Mtoria. op. cit, en V61L ‘Montero Diaz, al anotar la ediion eitada inclaye (not 20)el siguiente comentario: «E1 "libro segundo” del ratado De Historia contiene excelentes discursos. No obstante,¢% oor ee eer, Loe dure 417.7, 2 imentales, Pero, en general. la segunda pari es —con preferencia —retdrica, Muchos d= Se ha sugerido que el vocablo de! titulo («co- mentarios») proviene de su conocimiento del libro de Julio César. Quizds sea cierto. Pero también parece set cierto que al optar por womentarios» en lugar de «historia», opta por una mascara que, bajo la intencidn mani- fiesta de «servir de comento y glosa» a los autores espafioles (que también habian narrado los hechos de! Pert, faltindole sin embargo, por no conocer la lengua, ta interpretacion correcta de algunos datos), esconde un libro de plena y consciente organizacién historio- arifica: e3 decir, los Comentarios son, lisa y janamente, de acuerdo a los principios enun- cindos por Garcilaso y a la organizacion misma, un libro de historia; aunque para la ‘conciencia historiogrifica del xrx no sea tal sino «novela ut6picay 112, Sabemos que en los Comentarios, después de unos capitulos iniciales donde sitiia el Peri, habla del origen desu nombre, de la cuestién de las antipodas, etc., se traza una ordenada cro- nologia en dos niveles: por un lado, las ires etapas, de las cuales la primera corresponde a los habitantes del Peri que precedieron a los Incas, que ocupa unos pocos capitulos ini- ciales; la segunda, que ocupa el resto del libro, std dedicada a los Incas y la tercera, constan- femente presente en la narracion de esta Segunda etapa, aunque descrita en detalle en la Historia del Peri, es la de la conquista hispana. A esta organizacién por etapas se superpone, ademis, una rigurosa cronologia trazada sobre la base de la sucesion de los reyes Incas, desde Manco Capac hasta Atahualpa. No obstante ser la primera més extensa la que pertenece éstrictamente a los Incas, la primera y la tercera stn constantemente presentes porque ellas son las que le permiten justificar las grandezas ¥ miserias de la segunda: todo el «bien» que los Incas, bajo la religién de un dios ‘nico (EI Sol), hicieron a los «idélatras» y, en conse- cuencia, de qué manera los Incas, por haber legado ala concepcién monotefsta, prepararon la implantacién de ta verdadera y Gnica reli- $35 discursos podrian perfectamente omitirse, pues afecta ‘cussions de retéricn que no son privativas del género Lstrco, sino de cualquier obra lierariay (eft. discursos 22. 23, 24 ete). (Cursivas agregadas) Somentrio es de fo mis interesante: por un indo ‘ucstra la eceasura» impuesta por Una coaciencia moderna & la historiografia; por otro lado, sefala lo que adquiere ‘ex mayor fuerza en la istoriografa y en los tratados mis que «descripcién de la natu- ralezay. Tan deleitoso sitio ¢s el del Nuevo Reino, ‘que apenas se imaginard deleite alos sentidos ue falte en la amenidad de sus paises. Hay temineneias limpias y descolladas, vegas apa- cibles en los rios. arroyos y fuentes en abun- dancia, lagunas de aguas y peces muy salu- dables. La de Tota, puesta en lo més levan- lado de un plramo, tiene seis eguas en con- tomo, formada en circulo perfecto, tan pro- funda que apenas puede sondarla el arte; sus aguas claras y suaves son de color verde mar en el centro, inquietante a la manera de tun golfo y de continuo hacen en las orillas la bateria ruidosa que el océano en las arenas, (Libro 1, cap. 1) Por otra parte, el libfo de Piedrahita, tanto como el de Ovalle, nos enfrenta a otra de las preferencias de la «historia morab> del siglo Xvi: su cardcter altamente «entencioso» 8 Ub La senteneia, sabemos, es una observacion moral aque tiene el eardcter de lesion que se expres en pocas Palabras (Senientic est oraio surat de vita, quae cut ui Sit, ut quid esse oporeat in ita, Breviter tend Ad “Herenntim liber 1V. xi}. También en Cabrera de Cordoba, De Historia. op. ei, segunda parte, dscurso XV) 93 El historiador, tomando al pie de la letra la definicién de Ia historia como magisira vitae, no pierde oportunidad para, antes o después ‘del relato de una accién, introducir la senten- cia de la cual la accién relatada no es sino el exemplum, Entre los muchos pirrafos que ‘pueden ilustrar esta observacién, tomemos uno de cada libro: [Nadie la dé fla muerte] a otro pr asegurar su vida, porque no hay camino. mas breve ni mis certo de perderla; i estbe en el ar tifcio de la politica que dicta la iniquidad y iraza la ambiciosa pasién, porque aunque tenga la apariencia de estabilidad. son, en fin, telas de araia que con un soplo deshace 1a divina justcia, que ala corta ow la larga no deja delicto ninguno sin castigo, (Ovalle, Cap. XIV, Libro IV). Poco tuvieron siempre de meritorias las calamidades, que no pasaron por el risol de Jos trabajos hasta el examen de la constancia Fiindase ésta en la grandeza de un animo sevado a quien ni los prosperos ni los bue- fos sucesos inmutan. A muchos acredit® poderosos el relampago de una buena for- tuna; pero muy pocos dejaron de Hlegar a la cumbre del premio, habiendo encaminado Jos pasos por Ia estrecha senda dela perseve- rancia,(Piedrahita, Libro 1V, Cap. I). Hemos bosquejados dos aspectos que carac- Aerizan el cambio en la historiografia del siglo xxvil: uno de ellos la concentracién en la his- toria humana, la que justamente responde a la definici6n de’ magistra vitae y donde, conse- ‘cuentemente, se practica la sentencia; la otra, que apunta hacia la armonia de la narracion ¥ que tiene, en la descripcién del paisaje, uno ‘de los ejemplos caracteristicos. En Solis en- contramos no slo acentuadas estas tendencias, sino también marcadamente explicitas El auge de los tratados de historiografia en siglo xvi, se continiia todavia en el siglo xvil. En Espafa se publican las ya mencionadas ‘bras de Cabrera de Cérdoba (1611) de Jerd- nimo de San José (1651). Los tratados prestan poca atencién a la shistoria natural», fuera de mencionarla como una de las «divisiones» de la historia. Los dos intereses mayores son el fin y la utiidad de ta historia, por un lado, y —sobre todo en el siglo xvit— la dispositio ya elocutio en el discurso historiogrifico, por lotro. La narracién (y sobre todo la narracion ‘de hechos humanos) recibe atencién especial por ser ella «el cuerpo de la historian!i9, y iad Sean ge coscenaiit ces ed eee con een ‘cl lugar donde, el modo céimo y a causa por qué (...). La dis- 94 Jo hace mediante los recursos que ofrece la retorica para producir discursos arménicos y efectivos. Antonio de Solis y Rivadeneyra ilustra en exceso este aspecto de la historio~ grafia del siglo xvit'20, Solis nos situa, desde las primeras paginas de su Historia de la Con quista de México (1648)"21, frente a dos prin- Cipios fundamentales: el del estilo y el de la acoherencia» narrativa. Con respecto al pri- mero, claramente expresa: A tres generos de darse a entender con palabras reducen los los Eruditos el Cardctet, 6 Estilo que se puede usar en diferentes Fa- teultades, y todos caben 6 son permitidos en la Historia, El Humilde, 6 familiar (que se usa en las eartas 6 en la conversacion) per tenece a la Narracién de los Sucesos. El Mo- derado (que prescribe a los Oradores) s€ ‘debe seguir en los Razonamientos, que al- fgunas veces se introducen, para dar a en~ tender el fundamento de las Resoluciones. Yel Sublime, 6 mas elevado (que solo ¢3 peculiar a los Poetas) se puede introducir con fa debida moderacion en las Descripeiones, ‘que son como unas pinturas, 0 dibujos de las Provincias, 6 lugares donde sueedi6 to que se refiere, y necessitan de algunos co- Totes para informacién de los ojos. El parrafo es rico en varios aspectos. En primer lugar, situar el estilo con respecto a las Facultades y, traslaticiamente, considerar la historia como una facultad o disciplina. Em segunda lugar, otorgar su propio lugar his- toriogrifico a los razonamientos o conciones («Las que el latino Mama Conciones en 18 Historia, son unos razonamientos 0 platicas ‘que los personajes de quien se habla en ella hacen en ocasiones muy notables», Jeronimo de San José, Primera parte, cap. IX! Solis apela a los razonamientos repetidas veces, ue los grandes 5 excelentes hisricoshizieron™, (Cordoba, De Historia. op cit, segunda pate dicurs Uh "20 Es todavia irremplazable, sobre este agpecto,el studio ae is Aoeena: dnonto de Sol: Cronis Inde dio. sobre fas formas Mtorlgraficas el Barr. Buenos Aires, EUDEBA, 1963. Espeiaimente los capitulos IV, Vy VI: wTeorias y pricticas hist ‘sComposiién» y «Estilo». 120 Las tas conresponden a la edicign de 1684 (Madrid. Bernardo de Villa Diego). Enre las ediciones modernas. Mt ‘de mis fell aceso es la de México, Porra, 1968, con pro- logo de F- O'Gorman y notas de Jost Valero Silv 32 Tal esa fuerza dominante que impone la retérca 8 lt historiografa, que a tendencia critica manifesta en lo que e uizis a eprimer historia de ln historografiay (H. 1 V. ‘dela Pople, Historie des Mistoires avec ide de Phi toireaccomplie, $99), eritca arduamentc las historias qu ‘otorgan a los personajes palabras inventadas por el histori dex: ore eden se hard dominant ats le igrificas de Sol». para transcribir «razonamientos» de Cértes (clr. Libro III, cap. 11). Como se comprende por la tradicién de esta estructura discursiva, la originalidad de Solis no reside en emplearla (ambién los historiadores del siglo xvi lo habian hecho, cfr. Gémara La Conquista de México), sino que su originalidad consiste en otorgarle ef lugar adecuado en los niveles del estilo formando sistema con la narracion y la descripcidn, Finalmente, otorgar a la descrip- cin histérica el nivel adecuado para ejercer el estilo elevado, Al observar este aspecto po- demos comprender mejor los parralos antes citados de Ovalle y Piedrahita; por otro lado, podemos comprobar cudn de cerca seguia Solis a los preceptistas. ya que esta division de los estilos, y el lugar que se le otorga a la descripcion en tal sistema, se encuentra en Jerdnimo de San José. Este autor observa (Primera parte, VIII, 5) que «En el estilo tiene aqui (Se refiere a las descripciones) mas licen- cia el historiador. Porque la descripeién admite mas gallardia y bizarria que la narracién: que como esta parte de la Historia sirve mas al formato que a la sustancia, més al gusto que a la necesidad, aunque también a la necesidad (.) concédese mas lugar al deleite y diverti- miento con las flores de la elocucién (...)» Solis emplea la descripcién en ambos sentidos. (como ornato y como necesidad). Como nece- sidad, la deseripeién forma el marco del acon- tecer narrativo. Pero no se reduce s6lo a su funcién (de necesidad), sino que podemos com- probar también la «gallardia y bizarria» en que se la construye. Para dar un ejemplo, re- cordemos primero que Solis nos dice en su pre- sentacion de los tres estilos, que las descrip- ciones son «como unas pinturas 0 dibujos (..) de los lugares donde sucedi6 lo que se refiere, y necesitan de algunos colores para informacién de los ojos». Esta unién de «lo itil con lo agradable», del «deleite con la necesidad», puede intuirse en el parrafo enu- merativo en el que se anuncia la entrada de los espafioles en Cholula: La entrada que los espaioles hicieron en Cholula fue semejante a la de Tlaxcala: innumerable concurso de gente que se dejaba romper con dificultad; aclamaciones de bu- Micio: mujeres que arrojaban y repartian ramilletes de flores;eaciquesy sacerdotes que frecuentaban revereucias y perfumes: va riedad de instrumentos, que hacian més es truendo que misica, repartido por las calles... (Libro IL, Cap. 6.) El segundo aspecto en el cual Solis pone el acento y, al hacerlo, evidencia la importancia que tiene, para la historiografia, la armonia de la narracion, es el de «la relacién del todo con las partes». Tal es la importancia de este aspecto que llega a justificar, sobre él, el por qué de haber elegido la conquista de México como tema de su historia: las historias gene- rales, dice Solis, por su diversidad y variedad, son antagénicas al principio de unidad. Este s6lo puede conseguirse en las historias part culares, y en la narracién de unos aconteci mientos estrechamente relacionados. Razon adiscursiva» podriamos decir, que Gunto con otras razones contextuales) explicaria el au de las historias particulares en el siglo xvt Veamos las palabras de Solis al respecto, las cuales, paraddjicamente, son significativas para ciertas preocupaciones modernas que se fijan como objeto las condiciones de la «coherencia» discursiva: Quicren los Maestros del Arte que en las transiciones de la Historia (assi flaman al asso que se hace de unos suess0s a otros) Se guarde tal conformidad de las partes con el todo, que ni se haga monstruoso el cuerpo dela Historia con la demasia de los miembros, ni dexe de tener los que son necessarios para Conseguir la hermosura de la variedad; pero deben estar (segin doctrina) tan unidos entre ue ni se vean las ataduras, ni sea tanta la liferencia de las cosas que se dexe de conocer la semejanza 0 sentir la confusion. Y este primor de eniretejer los sucesos sin que Pa- Tezcan los unos disgresiones de as otros, {a mayor dfcultad de los Historiadores; porque si se dan muchas seftas del suceso que se dexé atrasado, quando le vuelve a recoget la narracién se incurre en cl inconveniente dela repeticion y la proligidad: y si se dan ppocas se tropicza en la obscuridad y la de- Sunién, Vicios que se deben ir con igual cui- ‘dado porque destruyen los. demas. aciertos del Escritor. (Libro 1, Cap. I; cursivas agre- tadas.) Para este caso también encontramos referen- cias semejantes en Jerénimo de San José (Pri- ‘mera parte, cap. VIII). Ahora bien, este prin- cipio que se aclimata en el siglo xvii tiene todavia vigencia en el siglo xvin; y sobre se puede bosquejar una linea de continuacién del concepto historiogrifico. Al mismo tiempo puede servir de punto de referencia para marcar el cambio de orientacién en la disciplina, en este siglo. Juan Forner!23, por ejemplo, se ocupa del mismo problema, contraponiendo el sis- tema de la Poética a la indeterminacién de la Historia. Con ello alude, como resulta obvio, al «sistema de la narracién » en el discurso his- 12 J. P, Former, wLa Historia de Expudan, edicion de Francois Lopez, Testes Hispinicos Modernos. nim. 23 Barcelona, Labor (cap. I). 95 toriogrifico que no ha tenido, como la podtica, cexigencias de unidad semejantes. Forner sefiala ‘que las nociones de todo y de unidad, propuestas, por Aristoteles para la poesia, no estan desti- nadas a ensefiar como hacer un poema bello sino més bien, a buscar «el centro intimo a donde debian ir dirigidas todas las partes y bellezas de su composicién, y de aqui result ‘aquella maxima en la poesia, a saber que todo poema debe constituir no sélo un todo sino una tunidad completa en lo posible» (pig. 114). Esta unidad, continia Forner, existente en los grandes historiadores de la Antigiedad, cs cabalmente la que se escapé a la perspi- ia de los que formaron el arte historico, naciendo de aqui que sus reglas se dirigian 4 formar cimulos més que unidades, siendo Asi que las historias mismas que les suminis- ‘raron las reglas eran unidades dispuestas ¥ytrabajadas con la misma atencién que usan cl buen poeta y pintor en la composicién de sus obras; en la exposiciin de lo verdadero ‘caben las mismas reglas en que la ficcién y expresion de lo cerosimil (pags. 114-118, ceursivas agregadas), ‘Si ponemos estas observaciones de Forner en pperspectiva, comprobamos un proceso en el ‘cual la preceptiva historiogrifica va acentuan- do, a partir de la segunda mitad del siglo xvi, la tendencia a ocuparse no s6lo de la defi- nici, los fines y la utilidad de la historia, sino también de la destructura del discurso histo- riografico, «tum Rhetorum artibus»!24. De ello se deriva la importancia decisiva que la narracién ocupa como esiructura verbal bi- sica del discurso historiografico, al tiempo que la narracién consolida la historia como his- toria moral, separindose cada vez més de la historia natural. La retérica, como base cons- titutiva del discurso historiogrifico, tendré validez hasta que en el siglo xvit la tendencia «eruditay (véase mas adelante) la rechace en nombre de la verdad de los datos y, en el ‘xix, sea reemplazada por el auge creciente de 1a Togica 28. "BY Antoni Viperani, De Scribenda Historia Liber, 1969, cap, XV (eDe Dictate Serbendis). El tratado de Vie ‘ans interesane porque, aungue no claramentedivididos, se notan los dos aspects que casi medio silo mis tarde Separar claramente Cabrera de Cordoba. Viperani = Para un panorama senra, E. Fut, ise de Thoriogrophe Made, Pars 19. Sn So ‘ts poscons no son todavia unaimes en cl siglo ah, forge en T653 Menendez y Pelayo pronsacis su frnoso 96 Sia Solis se le ha podido reprochar, aunque ‘el reproche sea de relativa validez}28, que la preocupacién por la armonia de la narracibn descuida la acumulacién de datos y Ia vera- cidad del discurso historiogréfico; el mismo reproche no tendria cabida en el caso de Juan Bautista Mufioz, aunque éste —al igual que Solis— le otorgue gran importancia al estilo de la narracién: Juan Bautista Mufoz, un siglo después de Solis, es quien realiza una de las primeras tareas monumentales de reco- pilacion, copia y organizacion de los docu- mentos ‘sobre el descubrimiento y la con- ‘quista!27, Esta preocupacién, como dijimos, no invalida ni minimiza la importancia que le otorga a la trabazén de «las partes con el todo». Aller la Historia de Muiioz tenemos una sen- sacién semejante a la que nos produce la lec- tura de Solis: el ciimulo de informacion se procesa de una manera en la que el resultado se asemeja mas a un resumen depurado de los datos existentes, vertidos en una prosa que mantiene, por ella misma, la atraccién y el interés de la lectura. No es dificil, después de la lectura de Mufioz, recordar la observacién de Forner: «En la exposicién de lo verdadero caben las mismas reglas que en la ficeién y en la expresién de lo yerosimil.» Muiioz ha elimi- nado, en su narracién, las pesadas descripcio~ nes marcadas por los verbos de existencia 0 de estado, las acumulaciones innecesarias en la deseripcién de un objeto o de un acontecimien- to; ha eliminado también las conciones y el estilo directo en el informe de las palabras ichas por otros. Ha introducido, sin embargo, un artificio en los tiempos verbales al recurrit al presente que es, justamente, uno de los tiem pos en litigio entre aquellos tiempos per nentes para la ficeién y para la historia !28: ‘Vudlvese a empezar el camino, y a poco vuelven también los riespos y trabajos en discaro«De ta Historia considera como obra rtisico. fn al ual et cornte'no se evdenia (reproduce Enudion de Critica Literaria, Madea, 1893, 1, PB ns) Th Vea E. O'Gorman en ol ePSlogo a I dion de Mitra de Ginga te Mev, Mei, Por, Joan Rautita MuBor, Misra del Nuc Mande (:793 Bailbn moderna con introduccin y nots de Jos ‘Aion Franch, Madrid, Alar, 1975. Sobre Ta area de Mos en la repli de documentos sobre el Noe¥® Modo, A: Baleneros Horta sJoan Bautista Mtoe Laceby dl Archivo de Tagan, Reta de Ind, Ta 19, pas 3898, ‘SK Hambuter, Die Lore der Dichrng, 1986 aac as Pa Hom nana Uc) Ps ‘Dabs 98-110) ademis, sobre le temporaivad em ait. erent "alias de emp dat rac, en Problames de Hingwisgue ginal Paris, Gallimard, 1966. peat ‘otros grupos de isletas. Portia el almirante hasta ponerse al norte de la Isla de Pinos, que nombro Evangelist, Ali observa que la Costa tuerce al sur, como lo esperaba sextin lo escrito por los viajeros (pag. 213) La preocupacién porel «efecto» narrativo de Mujtoz, que nos recuerda, ademas de a Solis, otros relatos que empleaban los datos histo- riogrificos para articular una narracién des- ojada de los ripios que exige una fidelidad a ellos™, no debe levarnos a equivocos, haciéndonos ver en la Historia de Muiioz solo un relato que, uno o dos siglos después, re- pite la concepeién historiogrifica de sus ante- cesores. Esta afirmacién no debe tampoco llevar a poner énfasis en la originalidad» de Musioz, aunque la tenga, sino mas bien a des- tacar el cambio de orientacién que se esti produciendo en la época en la cual escribe. Los indicios que en Muioz nos llevan a rela- cionarlo con un cambio de epoca en la concep- cién historiografica son varios, En primer ugar, las notas documentales que, ademas de las pocas que incluye, promete ampliar. Esto, junto al criterio que le leva a pensar en la tedicién de documentos inéditos, su esmerado trabajo en la recopilacin de fuentes, nos ponen frente a una concepcién historiografica que se distingue tanto del resumen y la repeticién ‘que practicaban los autores de los siglos xvt-y Xvil (y que muchas veces Hlev6 a los especia- listas a acusarlo de «plagio» o de «deshones- tidad» al emplear, sin hacer referencias, el material de otros escritores)! como de la falta de mencién explicita de las fuentes en Solis. No obstante lo dicho con respecto a la na- rracion practicada por Mufioz, un cuidado anilisis diferencias notables con la narracién en Solis. En este autor, el capitulo inicial (cap. III) de ta narracién propia, comienza con un marcador del puro dominio del relato: «Corria el aiio de mil y quinientos y diez y siete, digno de particular memoria en esta mo- narquia no menos por sus turbaciones, que 29 Por ejemplo, Hernin Pérez de Oliva, (14949-1531), Hisoria de la ncencin de las Indias estudio, edicién y 0138 de ose Juan Atrom, Bogota, Instituto Caro y Cuervo, 1965. ‘Tambien, Bartolomé Leonardo de Argensola, Conguisa de México, iniroduecion y notas de Joaquin Ramirez Cabanas, ‘México, Pedro Robredo, 1940. En esta edicin se extracn las narraciones referentes a México del volumen Primera parte de los anaes de Aragén, pablicado en Zaragoza ea 1630. ‘38 Por ejemplo la larga y disputada cuestin del Cidice Ramircz-Tovar-Acosta (cf. E. O'Gorman, en el prélogo ‘aluedicign dela Mistoria Natural y Moral del padre Acosta, nota 104). por sus felicidades» 131. Ademés, Solis continiia {al desarrollar el estado de cosas esbozados en la primera frase), con un informe cefido @ las ‘personas de la familia real, aunque bosquejadas fen su dimensién politica. Mufioz, por el con- trario, en el Libro I, bosqueja el cuadro general que condiciona el descubrimiento, su impor- tancia y su magnitud. En el Libro II, antes de entrar a la historia de Cristobal Colén, dedica algunos parrafos a las condiciones que han hecho posible el descubrimiento. He aqui como nos introduce a la importancia de «la piedra imdn» en las empresas de navegacié De entre las tinieblas de los siglos barbaros salié casualmente la luz que ha dirigido a los ‘navegantes en sus expediciones por el grande ‘ovéano, en cuyo seno estaban encerradas y ‘ocultas’ las dilatadas regiones del Nuevo Mundo. Una interpretacion hecha por los rabes en el libro de las piedras atribuido ‘a Aristoteles demuestra que los filésofos de aguella nacién conocieron la maravillosa propiedad de la iman o calamita, que puesta en libre movimiento alrededor vuelve cons- tantemente uno de sus lados hacia el norte. Parrafo en el cual se puede apreciar tanto cl estilo al que nos habituaré Mufloz, como el leve desplazamiento hacia los factores histé- icos que condicionan la realizacion y efec- tuacién de un acontecimiento, més que la de~ terminacién de voluntades individuales, sobre las que gira la «introducciény de Solis a la historia de la conquista de México». Fuera de estas evidencias de concepcién historiogréfica que se detectan en Ja narracién misma, Muioz. nos deja en el prologo no sélo un informe de los pasos que ha seguido en su trabajo, sino también una manifestacién ex- plicita de sus principios. El eco de los nuevos aspectos que preocupan a los fildsofos de la historias se hace presente desde las primeras paginas: Determiné hacer en mi historia lo que han practicado en distintas ciencias naturales los filésofos a quienes justamente Haman restauradores. Puseme en estado de duda universal sobre cuanto se habia publicado en la materia, con firme resolucién de apurar la verdad de fos hechos y sus circunstancias hasta donde fuese posible en fuerza de docu: ‘mentos ciertos ¢ inconstrastables: resolucién ue he llevado siempre adelante sin desmayar por lo arduo del trabajo, lo prolijo y dificil de las investigaciones. 191 Sobre este comienzo, ver L. Arocena, Antonio de Solis. op it. pips. 168-70. 97 Las referencias del pirrafo no son dificiles de detectar, aun en una primera aproximacién. Por una lado, la mencién de las «distintas ciencias naturales» ya «los filésofos que llaman restauradores», nos dirige la atencidn, lo pri- ‘mero, hacia la influencia que eercid la fisica de Newton en el drea hasta entonces conside- ada de las humanidades y cuyos difusores, ‘en el dominio de la filosofia, son Voltaire (1696-1778) y el abate Condillac (1715-80). ‘A su vez, la segunda referencia, mis la men- ‘idm del westado de duda universal», no solo ‘nos remite a una posicién filosofica conocida (que ademés descree, en los términos estrictos de Descartes, de la posibilidad de legar a la verdad histérica)!32, sino que también nos invita a considerar la tendencia dieciochesca de la «erudicibn» historiogritfica, que se presenta como una posible via para asegurar la verdad ‘en la historia, Esta dltima adhesion se mai fiesta, en Mutioz, en su «firme resolucién de apurar la verdad (...) en fuerza de documentos ciertos ¢ inconstrastables»; y, también, al ‘manifestar mis adelante, en el mismo prélogo, que «Para satisfacer a los literatos, exhibiré al fin de cada reinado los fundamentos en que se apoya la verdad de los sucesos referidos...» (pig. 68). Mufioz parece conciliar la conciencia dieciochesca que, por una lado, destaca I ‘erudicin como tarea historiogritica destinada alos especialistas con la armonia de la narra~ ‘cidn dirigida al gran piblico. Esa conciliacién se manifiesta en el estilo de su narracién, que se mantiene en la tradicién retérico-historio- arifica, y en la importancia del documento que responde a las exigencias de la erudicién. La importancia de la Historia del Nuevo Mundo, que constituye en nuestro trabajo el extremo final del espectro, es la de cerrar un ciclo: el del comienzo de la historiografia indiana, que comienza en el cuadro renacen- tista y que culmina en la confluencia de tas transformaciones de la disciplina y de la situa- cidn politica que se produciré con los movi- rmientos y- las guerras de la. independencia Mis alli de este limite, encontraremos, por un lado, la «historia-erudita» que tomari a cargo los acontecimientos del descubrimiento y de la conquista; y, por otro lado, encontra- remos a historia énacionalistay que se ocupara de hacer resaltar 10s hechos que condujeron al nacimiento de las nuevas. naciones!33. Las TH Soho spect pe conan Gears Lae i'xdneee ae A “adene Par 97h pa 9118, RW Somber. 1981, stn = e lore de carer see, A.W ‘tuted tars of Hope oar, Na Yor, Sooper Sua Pah pe a6 ym cartas y relaciones han dejado de eseribirse, ‘puesto que han dejado de cumplir, hace tiempo, el rol que cumplieron en su momento. Nuevos tipos discursivos se hacen predominantes: el ensayo y la novela, Ellos responden, ademés, a las nuevas exigencias politico-histéricas que caracterizan, en el siglo xix, a Hispa- noamérica y no ya a las «Indias» 0 al «Nuevo Mundo». 4, ONSERVACIONES FINALES. Aunque escapa estrictamente a nuestro tema no podemos concluit sin hacer men- cid de un grupo de textos que pertenecen @ la familia, por tener como temas aspectos del descubrimiento, conquista 0 colonizacion de Indias, pero que, por un lado, no se inscriben cen ninguna de las tres categorias consideradas (cartas, relaciones, erénicas) y, por otro, su ambiguedad discursiva ha concitado siempre el problema de su adecuada clasificacion. Los textos en consideraci6n son: La Arauca- na (1569-18-89) de Alonso de Ercilla, El Camero (1638) de Rodriguez Freites Los im) fortunios de Alonso Ramirez (1690) de Carl Sigienza y Géngora; El cautiverio feliz (1673) de Pineda y Bascufn; y, finalmente, E! laza- rillo de ciegos caminantes (1773) de Concolor- corvo. Creemos que la perspectiva propuesta a lo largo de este capitulo (en el cual se distin- guieron, por un lado, los niveles de tipo, es tructura y formacién discursiva y, por otro, se considerd que las estructuras pueden ser elementos migratorios en relacién a los tipos y/los tipos en relacién a la formacién) puede permitirnos plantear el problema de otra ‘manera: esa «otra manera» es la de no forzar la clasificacién rigida de los textos en conside- racin, sino tomarlos en su ambigtedad; una ambigiedad localizada en los niveles de las estructuras, los tipos y la formacién, El pro- blema, desde esta perspectiva, ya no residiria fen decidir, por ejemplo, si La Araucana'™ ¢s historia 0 es épica. Este esfuerzo nada diria sobre La Araucana sino mas bien sobre los ctiterios evaluativos de quien trata de decidir ‘una clasificacién, Dicho de otra manera, ello nos conduciria a saber lo que se considera epic © historia no necesariamente en el momento en que Ercilla escribe sino en el momento en el que T. Medina 0 A, Bellol'5 lo hacen, Oira J pra iene Sots npc eRe oe cane Srrain e Chile), Valparaiso, Imprenta Moderna, 1910. os Se eel e ieee as ec (zinta weopares Oo ops Sosees via de acercarse al problema, al igual que lo hicimos para el «género crénica», es la de buscar las indicaciones en los textos en el mo: mento de produccién en relacién con los contextos discursivos disponibles. En La Arau- cana, no hay lugar a equivocos en Ia inscrip- cién tanto en el tipo como en la formacion discursiva. Los versos iniciales, No las damas, amor, no gentilezas de cabslleros canto enamorados, nif las muestras regalos y ternezas de amorosos afectos y cuidados; ‘mas el valor, los hechos, las proezas. (Canto) no remiten ni a Tito Livio ni a Técito sino a Ariostol3, La doble negaeién («no...ni»), no es una negacién del tipo discursivo (épi- ca), sino del rema de ella. Es el reemplazo del tema y no del tipo discursivo lo que propone Ercilla al proponer, por alternativa, «el valor, los hechos, las proezas» y decir, mas adelante, es relacién sin orromper sacada / de la verdad, cortada a su medida». Pero afirmar que se va a relatar Ia verdad, no significa necesariamente que se inscriba al discurso en la formacién discursiva histo- riogréfica; puesto que si la verdad es uno de los criterios que definen a la historiografia, 6te no es privativo de ella ni marca, por lo tanto, su diferentia specifica. Como diseurso, La Araucana da suficientes indicaciones de inscripcién en el tipo discursivo épico y en la formacién discursiva poética. Es sélo en el nivel de una «seméntica del mundo» en el que se ofrece una variante al cambiar la genera- lidad de to verosimil por lo particular de ta verdad. Pero esto no es todo puesto que, sabe- mos, el programa (en términos cognitivos) inicial no se leva a cabo. Y este cambio de orientacion conduciria al discurso més y mas hacia la épica y la postica. Es asi como en el canto XIX (segunda parte) encontramos la modificacién de la primera estrofa Hermosas damas, si mi débil canto no comienza a espercir vuestros loores, Y si mis bajos versos no levanto ‘a cantos de amor y obras de amores, mi priesa es grande, y que decir hay tanto que a mil desocupados escritores, que en ello trabajasen noche y dia, para todos materia y campo habria, ef. Nascimento, 1935, pigs. $22.31. J. T. Medina ‘Alonso de Ercan en Historia de la literatura colomel de (Chile 1. Santiago, Libreria del Mercurio, 1878 pigs. 26-118, 18 MM. Chevalier, «Erillaet ses disciples» en L’Arios- te Espagne, Butdeos, 1966, pgs. 148-68, J. B. Avalle- ‘Arce «El poeta en sv poema: El caso Excilas, Revista de Oceidene, Segunda época, XXXIL, 95, pigs. 182-70. La Araucana, edicion de 1590 EI destinatario ha cambiado: ya no es el «gran Felipe» sino «las damas». Hay, en este cambio, toda una dimensién enunciativa que est puesta en juego: mientras su destina- tario es Felipe, la enunciacién se mantiene en los marcos comunicativos de la carta; en tanto que, en cl momento en que las «damas> pasan a ocupar el lugar del dese tinatario, Ia estructura enuneiativa remeda la figuracién ya codificada para la épica, entre el «vate y su audiencian. Correlativo al cambio de la estructura enunciativa, es el cambio temético y en el canto XXI, donde culmina la narracién de Tegualda, el amor es tema del canto: «Quién de amor hizo prueba tan bastante? Quién vio tal muestra y obra tan piadosa?» Estas pocas observaciones, en relacién con la compleja estructura narrativa de La Araucana, son indicios suficientes para no dudar que, en el contexto discursivo dispo- nible, el acto de Ercilla se inscribe en los pre- ceptos de la poética més que en los de la his- toria, aunque algunos de sus capitulos tengan también valor documental. 99 El caso del Cautiverio Feliz!” es sin duda mas problemitico que el de La Araucana, Esteve Barba, (Historiografia Indiana, 1964, pag. 545) lo integra en el grupo de «memorias de soldados de la guerra del Arauco». Dos pre- fguntas surgen de inmediato ante esta clasi- ficacién: (qué vigencia tiene la «memoria», como tipo discursivo, hacia finales del siglo xvil? Es indudable que la «intencidn» de Pi- neda no ¢s la misma que la de, pongamos por caso, fray Servando Teresa de Mier. De modo ‘que podemos intuir, sin detenernos en la Athistoriay del vocablo que hoy sirve para de- signar un tipo discursivo, que no es ésta la intencion discursiva de Pineda y Bascufan. Por otra parte, en lo que respecta a la segunda parte de la clasifcacién de Esteve Barba («soldados de la guerra del Arauco»), vale la pena recordar el primer prrafo de la Intro- uccién de Barros Arana a la edicin del libro de Pineda: Cuando los soldados del rey de Espata que servian en la conquista del nvevo mundo Solicitaban wna graca de su soberano, acos- tumbraban hacer una relacién de sus ser vicios y acompatarla de documentos jus {ifcativos. Esa solicitudes (.) eran cuidado samen conserva en 16 arshios (-) Ele rico archivo de Indias, depositado ahora en Sevilla, donde estin reunides todos los documentos relativos a la conguista ¥ colo- nizacion dela América dntes espila, exis fen gruesos paquetes de solicitudes de ese nero dinjidas por los soldados que servian fn in guerra de Chile (.). Sin embargo, la firma del autor dl Couiverio Feliz nose halla a pie de ninguna de esas solicitudes, Barros Arana nos certfica, que el Coutiverio Feliz no es relacién en el sen- tido en que hemos analizado las relactones ‘no oficiales que anteceden a su oficializacién en el cuestionario preparado por Ovando y Velasco. Si descartamos la «memoria y la re- lacionn, como tipos discursivos posibles en los cuales inscribir el libro jcudl es su Tuga ‘entonees, en el contexto discursivo en el cu se produce? Pineda mismo se ocupa de hacé noslo saber, Sus referencias a a historio- grafia, que aparecen desde el primer capitulo, Y sus especulaciones sobre la elocuencia en los historiadores, no deben tlevaros tampoco 4 pensar que Pineda intenta escribir una obra historiogrifica, Mas bien, de lo que se trata ‘es de una critica a cierto tipo de historiografia 7 Cawierio Feliz de ls guerras, diaadas Cosa te Huard Gc y acetone, ‘lair mactonah vol. 1 Sung tmpeenta dl Ferro ‘ara io ee nak de Dies Baron Aro 100 {Pero una critica desde qué perspectiva? En l capitulo IV, del Discurso 1V (pig. 318), tenemos algunos indicios para comenzar a desentedar la madeja. Después de considerar las ensefianzas que los antiguos nos brindan en Ia veneracion de sus dioses y culto y la reverencia de sus templos, culmina diciendo que «De aqui podremos sacar algunas conse- ‘cuencias al principal intento de este libro ajus- tadasv. Las consecuencias son tres: la primera es que «estos barbaros no pueden reducirse a policia cristiana, porque en sus principios fueron mal industriados, maltratados y opri- midos..»; la segunda, «la nota y mal ejemplo ‘con que fueron doctrinados»; la tercera y ak tima la citaremos completa: Lo iiltimo que podemos notar, es decir que adonde no hai justicia igual a la de estos fantiguos jentiles, y se permiten iguales mal- dades y sacrilejios, cOmo podemos esperar ‘paz, quietud ni descanso, sino es una guerra Perpetua y inacabable, como la que hasta cl dia de hoi se ha continuado en este des dichado reino, a cuyo blanco wan enderevados ‘estos verdaderos discursos, No queda duda entonces de que el intento no es solo contar (narrar una historia, la de su cautiverio), sino persuadir 38. Y para este obje- to se esoriben estos «verdaderos discursos». El acto persuasivo, en este caso, no es oral ni, por lo tanto, se ¢jerce ante una audiencia, co-presente con el emisor. No obstante, el modelo del «discurso del orador» no deja de estar presente. Es, entonces, desde esta pers- pectiva desde donde podemos entender las abundantes referencias de Pineda a la clocuen- ciaj cuyas miras estén puestas no en la historio- grafia sino en la oratoria. Es, por tanto, en el discurso del oradorm donde quizis poda- ‘mos encontrar el modelo (tipo discursivo) en el cual se inscribe el Cautiverio Fel Los tres libros restantes, de los menciona dos, tienen puntos en comin en la considera cién critica que se hace de ellos. Tanto El Carnero'39, como Los Infortunios...'4®, como 141 han sido entroneados con la yresca». Maria Casas de Faunce !#? ue eseapa a su itento de forzar ol libro s los antece- ‘Sentes de la novels (Ercrtores represomatiras de América. Madrid, Gredos, pigs. 77-48), 19 Ei carnero, con nolas de Migucl Aguilera, Boyot Imprenta Nacional, 1963. Hi nfortunioe de Alonso Ramirez», Coleccion de libros ue tran de Amirica, Mad, 1902 "BT lecarllo de cegas caminantes, edicién de E. C- ‘ila, Barcelona, Labor, 1973. 188 La noel picaresea Latino Americana, Mads, Pl neta-Universidad, 1977 justifica la insercién de El Carnero entre los antecedentes de Ia novela picaresca diciendo que «esta obra se podria ubicar en la (division) correspondiente al mito picaresco por pre- sentarnos una realidad social coloreada con pinceladas literarias que son reminiscencias SY que producen en el lector una im- presion de hallarse ante una obra del género picaresco» (pig. 19). Las propias palabras de Freile parecen orientarnos por otros rumbos: 4¥ volviendo a mi propésito digo que aunque el reverendo Fray Pedro Simén en sus escri- {os y noticias y el padre Juan de Castellanos en los suyos trataron de las conquistas de estas partes, nunca trataron de lo acontecido en este Reino, por lo cual me animé yo decirlo; y aunque en tosco estilo, serd la relacién su- cinta y verdadera, sin el ormato retérico que piden las historias, ni tampoco Meva racioci- naciones poéticas, porque sélo se hallard en ella desnuda la verdad, (...)» (Prologo al lector). Las partes del libro que justifican las conexio- nes con la novela picaresca son los «relatos» de la vida ciudadana colonial 43, y no los pri meros capitulos consagrados a las disputas de los caciques Guatavita y Bogota. ;Pero qué tipo de conexiones? No tenemos las andanzas de un picaro, sino meramente una sucesion de cuadros, que sirven de exemplum a la sen- tencia moralizante (como lo vimos en Ovalle y Piedrahita, para la historia del xvit), en los ‘cuales se podria quizés justificar una cierta ironia impuesta por el modo narrativo. Pero estos ejemplos son flacos para sostener el caricter de novela y el caracter de picaresca de un libro que, por lo demas se presenta como relacién y se diferencia de la historia y de la poética. ;DOnde estamos entonces? El contexto en el cual escribe Freile, su conciencia de escri bir «algo» que difiere de la poética y de la his- toria pero que, al mismo tiempo, tiene como objetivo «guardar memoria» de los hechos de la region de Nueva Granada, parece tener como modelo antecedente un tipo discursivo, ‘que no hemos analizado, representado por las relaciones diferentes a las oficiales que nos ‘ocuparon en el apartado 2: la del soldado que, en el siglo xvi, escribe sus experiencias, relata, hace relacién de hechos que le parecen dignos de memoria, pero sabiendo, al mismo tiem-, po, que su acto no se inscribe en ningin molde institucional, sino que es producto de las cir- cunstancias (cfr. Ruy Diaz de Guzman). En el siglo xvi, ya no hay soldados de la conquista, sino que hay «vecinos», como en el caso de Freile que, por un lado sienten la misma nece- 10 § Bento, eLa técnica narrativa deJ. R. Fn, Thesoue us, XX, im, 1, 1977, pgs. 98-165. sidad y, por otro, se encuentran rodeados de contextos discursivos con diferentes episte- mologias. Con respecto a lo primero, Freile no tiene la experiencia inmediata del descubridor © del conquistador; con respecto a lo segundo, el momento en que escribe le ofrece una varie- dad mucho mayor de posibilidades discursivas con las cuales «modelar» su relato. Los mismo veremos para el caso de Sigienza y Géngora y, aun, para el de El Lazarillo... La conclusién que se desprende de estas pocas observaciones es que, por un lado, Freile inscribe su libro en la clase de los libros que se eseriben para guar- dar «memoria» del pasado de una regién, dentro del marco de la conquista y de la colo- nizacién; por otro lado, tal relato no se apega a Ia seca narracién de los hechos acaecidos (como en las relaciones de soldados, 0 en las relaciones oficiales) sino que se articula me- diante estructuras «migrantes» que provienen de distintos tipos y formaciones discursivas: en algunas de estas estructuras podemos esta- blecer conexiones con la picaresca; pero, en otras, fo haremos con un tendencia morali- zante que hace de la sentencia una estructura migratoria que aparece en distintos tipos y también formaciones discursivas. De ahi a considerarlo como «antecedente de la novela picaresca» en América hay un gran paso. Muy distinto es el libro de Sigienza y Gén- gora: la inscripcidn en la tradiciOn picaresca !# es mucho menos dudosa pero, al mismo tiempo, radicalmente distintos sus resultados, El vocablo del titulo («infortunios»), no parece ocultar ningdn vinculo con las «fortunas y adversidades» de El Lazarillo de Tormes. De la misma manera, la narracién «autobio- grifice» parece indicar otro vinculo; también la insercién explicita, en las iltimas paginas, del «destinatario» de la narracién que, en este caso es Sigienza y Géngora, y en el caso del Lazarillo «original, es «vuestra merced». Sin embargo, las diferencias son también no- tables. No solo que los Infortunios de Alonso Ramirez forman parte de las «telaciones his- t6ricas» de Sigiienza y Géngora, sino también que se lo recoge, en 1902, en una «Coleccién de Libros que tratan de América», no como obra literaria sino historica. El propio Sigdenza la presenta como tal en el prélogo, aunque la na- ‘44 Para el eestado actualy, de la novela picaresca véase la ediidn de La vida de Lazarillo de Tormes, por y con intro duccion de Alberto Blecua, Madrid, Casali ef importante Lazarillo de Tormes en a pcaresca, Barcelon: Debe mencionarse para el caso de S.Y. G. cl articulo de ROH. Castagnino, «C. deS.y G. ola picaresca sl inversan, en Razin y Fdbula, 1972, pass, 27-18 101

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