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Antropología y ética
A. Los dioses y su relación con los hombres en la literatura de época arcaica: libertad
y destino
Para comprender la idea del hombre de la primera literatura griega es
interesante observar cómo definen a los dioses: se distinguen en que comen
“ambrosía“ (‘inmortalidad’), en que la mayoría vive en un lugar apartado (el
monte Olimpo) y en que son superiores a los hombres en fuerza, belleza e
inteligencia. No existe entre los dioses y los hombres una relación de amistad:
los dioses pueden prestar favores a algunos hombres, castigar a otros y también
contemplar por diversión las luchas de los humanos, sus sufrimientos, sin que
eso les afecte. En los dioses griegos se ve a humanos pero inmortales y llenos de
perfecciones, que se sirven del hombre pero no le deben nada. Lo más
característico es su antropomorfismo: se revelan al hombre en forma humana,
aunque en Homero se entrevén restos de representaciones de dioses como
materia, animales, astros o fenómenos de la naturaleza: Helios debe someterse a
la rotación solar, el dios río Escamandro es sobre todo un río que se desborda
de modo natural; Ares y Hefesto son a veces otros modos de hablar de la guerra
y del fuego.
Pero los dioses que viven en el Olimpo, tal como los describe Homero,
aun siendo inmortales y superiores al hombre, deben someterse, como los
hombres, a lo que ha fijado el destino; no pueden alterarlo arbitrariamente (así,
Zeus no puede impedir que su hijo Sarpedón muera; tampoco puede impedir la
muerte de Héctor), pero sí retrasarlo (como hace Posidón con Ulises). El
destino, en cuanto principio general de la realidad, está por encima de los
dioses, pero no es un poder personal. En cuanto opera sólo por medio de unos
agentes (los dioses) es idéntico a la voluntad concorde de éstos. Por su parte, los
hombres están sometidos también al destino, pero tienen cierto campo de
maniobra, pueden elegir a veces entre varias alternativas, pero dentro de un
esquema concreto: a Aquiles se le permite elegir entre morir joven con fama o
vivir ignorado hasta su ancianidad; cuando se decide por lo primero su destino
queda fijado, aunque también Aquiles es una figura especial, cuyo caso no se
puede generalizar. El destino está por encima de dioses y hombres, pero hay un
margen de actuación, unos límites no rígidos que permiten la libertad, aunque
limitada. Esto lleva a que, desde nuestro punto de vista, en la vida de los
hombres aparezca siempre una tensión entre el destino ineluctable (y la
actuación divina coincidente con él) y la libertad humana. Nunca se llegó en
este periodo a negar la libertad del hombre para elegir una vida moral o
inmoral, pero sobre él pesa a veces la conciencia de ser un juguete de los dioses
y el destino (aunque también parece en algunos casos que simplemente se
sirven de los dioses para excusar las acciones que no quieren asumir
personalmente).
La relación entre los dioses y la moralidad se observa de distinto modo si
es un dios individual el que actúa o lo hacen en conjunto; cuando actúan
individualmente se comportan como los héroes: no son inmorales, tienen la
moralidad del guerrero, basada en el deber primordial de la autoafirmación,
pero como cuerpo colectivo garantizan el orden decretado por el destino y
castigan su transgresión.
Los dioses actúan en la vida de los héroes; especialmente les dan fuerza
en el combate (κράτος), y capacidad de tener éxito (κῦδος), pero también les
liberarse los héroes atribuyéndola al poder de los dioses. A los héroes se les
embargo pueden a veces estallar en llanto por motivos nimios. Dodds lo explicó
considerando que para los héroes homéricos el carácter se resuelve en
conocimiento: lo que no es conocimiento no forma parte del carácter; cuando el
hombre realiza algo malo, que considera extraño o ajeno, que va en contra de su
externa; a veces un héroe culpa a los dioses y luego se culpa también a sí mismo
(Agamenón en la Ilíada). Intervención divina y voluntad personal no son en
Homero nociones funcionales que mutuamente se excluyan; hay un amplio
margen de posibilidades entre las acciones que corresponden exclusivamente al
libre obrar del hombre y aquellas en las que el obrar está decisivamente
impulsado por un dios: algunas veces se observa una doble motivación humana
y divina que confluye. De hecho, el hombre debe obedecer a los dioses, pero a
veces no quiere y debe someterse muy a su pesar, aceptando al final lo
ordenado o sufriendo el castigo de los dioses: la divinidad nunca priva al
hombre de su última decisión, como se ve bien en el inicio de la Ilíada.
B. Orígenes del hombre y antropología en la época arcaica. La ética
tradicional
El origen del hombre se atribuye a multiples factores en la tradición.
Básicamente había teorías que defendían que el hombre había existido siempre
(lo afirman los pitagóricos, Jenófanes y Aristóteles), otras que atribuían su
origen a que habían sido modelados por los dioses (Zeus, Prometeo, Hefesto o
todo el panteón en conjunto) y por último existían múltiples tradiciones locales
diversas: en algunos fundadores de pueblos se habla de un primer hombre
nacido de la Tierra (γηγενής) ‘autóctono’ (αὐτόχθων), como Cécrope en
Atenas. En varios relatos se habla de un nacimiento común de una casta
guerrera: en Tebas los σπαρτοί (‘sembrados’) nacen de los dientes de un
dragón; en Egina los ʹmirmidonesʹ son hormigas que Zeus transformó para
Éaco; un caso parecido es el de las avispas que dieron origen a los chipriotas.
Hay relatos sobre orígenes en árboles y también en ríos: de la unión de dioses
ríos y ninfas nacen personajes que dan origen a linajes famosos. También en un
relato se atribuye a Deucalión y Pirra (los únicos que quedaron tras el Diluvio)
el conseguir que surgieran hombres arrojando piedras. En casi todas estas
tradiciones el hombre surge después de los dioses y se encuentra a un nivel
titán es amigo de los hombres y les da el fuego, que pertenece a los dioses, por
lo que es castigado, pero asegura la supervivencia de los hombres, que Zeus
quería destruir.
Según Anaximandro la vida animal es la continuación del proceso
progresivo de separación de la realidad desde el inicio del movimiento: en la
humedad surge la vida animal por la acción de lo seco, del sol. Los primeros
animales que aparecieron tenían caparazón (quizá fueran como los erizos de
mar) y al abrirse el caparazón surgieron los peces; el hombre, como necesita
tiempo para valerse por sí mismo, ha tenido que desarrollarse en el interior de
un ser vivo distinto, hasta que pudo crecer por su cuenta; por esto algunos han
hablado de Anaximandro como precursor del evolucionismo, aunque más bien
hay que pensar que hablaría sólo de las distintas especies surgiendo por
separado; sí que es interesante que se plantee el problema del origen del
hombre, aunque su solución no sea muy acertada.
En el pensamiento arcaico el hombre es un ser desgraciado, que vive en
una situación limitada, entre múltiples dificultades. El pesimismo arcaico se
refleja en muchos textos: la brevedad de la vida, las enfermedades, las disputas
entre los propios hombres. Por ello la muerte es preferible, e incluso se dice que
lo mejor sería no haber nacido.
A la tradición de época arcaica se remontan las referencias sobre un
grupo de sabios que realmente existieron (siglo VI), pero separados, que
destacaban por su inteligencia práctica y su éxito, especialmente en política.
Fueron conocidos como los Siete Sabios. Hay mencionados hasta 17, pero los
más habituales son Solón (político reformador y poeta), Pítaco (tirano de
Mitilene), Biante de Priene (juez), Tales de Mileto (el primer filósofo) y
Periandro de Corinto (tirano). De ellos se han transmitido máximas morales de
gran fama y anécdotas, muchas apócrifas (otras veces se atribuyen a Apolo u
algún sabio del mito y en algunos casos son añadidos tardíos). De todos modos
son interesantes porque reflejan la mentalidad moral general que rige la
sociedad griega en el periodo arcaico y de la época clásica anterior a la
revolución sofística y socrática.
C. El alma y el cuerpo en la filosofía temprana
En Homero la visión del hombre es la de un individuo, pero con
alma/cuerpo. Para ‘alma’ el término más cercano es el de ψυχή, que se refiere al
aliento vital que sale por la boca o por las heridas y sólo se manifiesta cuando
deja el cuerpo en el momento de la muerte; por otra parte tampoco hay un
concepto unitario de cuerpo: σῶμα es lo que queda cuando la ψυχή abandona
al hombre, el cadáver: sólo la muerte distingue el alma del cuerpo. Parece
referirse a la persona en conjunto se usa δέμας (‘de estatura’, ‘de forma’), que se
refiere a la apariencia exterior que perciben los demás, pero lo normal es hablar
homérico es una suma de miembros que tiene una unidad genérica, con
órganos que pasan a primer término; los principales son el θυμός y el φρήν /
φρένες, que se refieren a las capacidades afectivas; φρήν / φρένες es el órgano
corporal en el que reside el θυμός y se identifica con el diafragma y los
pulmones; cuando el θυμός entra en actividad se posee μένος, fuerza, valor,
aptitud para obrar. θυμός es la base de la conciencia y por ello también de
todas las experiencias internas, pero desaparece con la muerte, porque sólo
pervive la ψυχή, un principio de vida pero sin conciencia, una sombra que vaga
eternamente. Mientras que el θυμός se refiere a la acción, el νόος se dirige a los
pensamiento y también plan; se puede desligar de la persona y designa el
contenido del pensamiento: es el origen de los conceptos y el órgano que recibe
las impresiones intelectuales.En Homero, los personajes cuando están solos no
piensan o meditan, sino que hablan al θυμός o al corazón (κῆρ, καρδίη) con
razonamientos discursivos. Hay como un desdoblamiento en el que la persona
viva (porque está animada por la ψυχή) y constituida por miembros corporales
se dirige a su centro de emociones y pensamientos (θυμός, κῆρ / καρδίη) para
decidir su modo de actuar exterior.
El concepto de ψυχή fue evolucionando y en Heráclito es ya el alma del
hombre vivo, con funciones distintas del cuerpo y los órganos corpóreos;
también Jenófanes, al criticar la metempsicosis, muestra que hay un concepto
distinto de alma, porque la ψυχή puede ir de un ser a otro, aunque en su caso
sigue sin ser el centro de las emociones, de la ‘vida interior’ de la persona;
paulatinamente el concepto de ψυχή va adquiriendo capacidades afectivas y se
convierte en el centro vital, apoderándose del ámbito del θυμός, aunque se siga
mencionando a éste, al corazón (κῆρ, καρδίη, ἦτορ), al pecho (στῆθος) y a los
φρένες como órganos de los sentimientos. En las explicaciones órficas, donde
el hombre surge de las cenizas de los titanes que devoraron a Dioniso y tiene
una naturaleza mixta (malvada por descender de los Titanes y divina por
Dioniso, que le emparenta con los dioses) el alma es inmortal en un sentido
nuevo, con conciencia y vida feliz en el más allá.
Cuando se habla del hombre en la época arcaica casi siempre se hace
referencia al varón; la mujer surge en el mito después y en la literatura arcaica
está en un segundo plano, inferior y negativo. Literatura misógina hay en
Hesíodo (Pandora), Semónides, etc.
D. La ética de Demócrito. Sócrates y la revolución ética. Las escuelas
socráticas
Demócrito: En ética planteaba un sistema dirigido a la tranquilidad de
ánimo (εὐθυμίη), que sería manifestación externa de un bienestar interior
concepto de mesura, de contención (μετριότης), por ejemplo en el placer, como
el medio para ser feliz (en lo que es predecesor de Epicuro), porque siempre
existe el peligro del dominio del deseo en la vida del hombre (ἐπιθυμίη,
ὄρεξις), que le lleva al desorden.
Entre los sofistas Pródico fue famoso por su concepción utilitarista de
la divinidad: los dioses son encarnación de lo útil y ventajoso. Los sofistas
políticos aplicaron la discusión a la teoría política: para Critias los dioses son
algo introducido por los poderosos para mantener el orden ciudadano;
Trasímaco fundamenta la teoría del dominio del más fuerte en la sociedad.
La vida de Sócrates ejemplifica su ideal ético: es condenado a muerte por
medio de la cicuta y prefiere la muerte a una huida factible, para permanecer en
muerte sin tristeza (en realidad con alegría) los desarrolla Platón en la Apología,
el Critón y el Fedón: en esta última obra Sócrates afirma que la vida del filósofo
es una preparación para la muerte; puesto que el alma es inmortal y le espera
un más allá mejor, es absurdo entristecerse por la muerte, algo que demostrará
en la práctica con su modo sereno de morir. En el hombre lo más importante es
el alma, sede de la razón y del yo consciente. El medio para cuidarla y hacerla
mejor (y alcanzar la felicidad con ello) es practicar la virtud; el problema moral
del mal es simplemente el de no saber hacer el bien: los que actúan mal son los
que no saben cómo hacer el bien y lo buscan partiendo de conocimientos
erróneos. Nadie hace el mal voluntariamente, sino por un error de
conocimiento, aunque también es necesario el dominio propio, para no dejarse
llevar por las pasiones e impulsos.
Las escuelas socráticas tienen en común el fijar lo ético en la
autosuficiencia personal, en el afán de controlar la propia vida, utilizando la
razón como instrumento de la virtud. La escuela de Platón, la Academia, tendrá
varias épocas diferenciadas; otras escuelas socráticas son la cínica, la cirenaica y
la megárica. El movimiento cínico más que una escuela es una forma de vida
basada en unos pocos principios morales que Antístenes, el precursor, toma de
su maestro Sócrates: la capacidad de bastarse a sí mismo, el autodominio, la
fuerza de ánimo. Su ideal es la búsqueda de la virtud a partir de la αὐτάρχεια,
la autarquía (‘bastarse a sí mismo’), el no depender de nada ni de nadie,
alejándose de la política y las preocupaciones de la vida diaria, despreciando la
cultura académica, frente a lo ‘natural’, algo que llevó a la práctica Diógenes de
la manera más radical. El cinismo es así una corriente contracultural, que busca
la libertad individual en el desprendimiento de todo, a partir de una ascesis que
lleve al desprecio de los placeres y las necesidades (que basta con colmar y dejar
de lado, como la comida o el sexo), defendiendo la libertad interior, que se
manifiesta en la libertad de acción y de palabra (παρρησία), que ejercieron
hasta llegar al descaro (ἀναιδεία, en la que llegan hasta lo licencioso). Los
convenciones, se convirtieron en un escándalo constante para la sociedad por su
Gádara. Las limitaciones de este movimiento se hallan en su extremismo sin
alternativas, su individualismo y su rechazo de la ciencia. Los cirenaicos,
dirigidos por Aristipo de Cirene, son hedonistas en sentido estricto y
los epicúreos, que consideran superior el placer intelectual, basado en el
recuerdo y la anticipación del futuro); el autodominio es un medio para obtener
un placer mayor. Los megáricos, dirigidos por Euclides de Mégara, están a
medio camino entre Sócrates y Parménides cuando afirman que el Bien es el
Uno. Se interesan por la erística y la dialéctica y son precursores de la lógica
estoica.
Otras dos escuelas importantes son la escéptica y la ecléctica: el
escepticismo fue fundado por Pirrón de Elide, que vivió en el siglo IV, viajó en
la expedición de Alejandro Magno, lo que le permitió conocer muchas culturas
y modos de vida distintos (p. ej. a los gimnosofistas indios) y ver la vanidad de
los imperios políticos y los deseos humanos. Sostiene que se puede vivir
felizmente sin verdad ni virtudes, porque no se puede conocer las cosas, que
son indiferenciadas, inconmensurables e indiscernibles: sólo existe Dios y el
bien. No hay que otorgar confianza ni a los sentidos ni a la razón, hay que
llegar a la imperturbabilidad (ἀταραξία). En este grupo están Timón de Fliunte
y Carnéades, que ante la incapacidad de conocer proponen seguir lo más
probable (probabilismo). El eclecticismo es una doctrina que va creciendo en
influencia hasta dominar desde el siglo I a. C. La fuerza crítica del escepticismo
enfrentados, con la influencia del espíritu práctico romano y el valor que se da
cada vez más al sentido común llevan a este intento de conciliación de escuelas,
que pretende tomar lo mejor de cada una. Destacan Filón de Larisa, Antíoco de
Ascalón (académicos) y en Roma Cicerón.
E. Ética platónica
En la concepción dualista del hombre de Platón (alma / cuerpo), también
el alma se encuentra escindida, algo que explica por medio del mito del carro
alado: es el auriga (la razón, lo más perfecto del alma, lo inmaterial) que modera
a dos caballos, el blanco (las tendencias irascibles) y el negro (el apetito, las
bajas pasiones), algo que se puede relacionar con lo que en otros pasajes
identifica como las tres partes del alma: la intelectual (λογιστικόν), la irascible
(θυμοειδές) y la concupiscible (ἐπιθυμητικόν).
Para Platón el alma vivía en un lugar celeste donde contemplaba las
ideas antes de descender a este mundo y a un cuerpo concreto. Unida a éste
hombre es, para Platón, un alma que se ve obligada a habitar en un cuerpo. El
ideal será la vuelta al mundo anterior, pero sin el lastre del cuerpo: por ello tras
la muerte algunos que no se han desprendido del apego a lo terreno tendrán
que caer en la rueda de la metempsicosis, previa al mundo feliz en el más allá
que corresponderá sólo a los que por medio de la filosofía han superado ese
estado de sometimiento al cuerpo.
La inmortalidad del alma la demuestra Platón con tres argumentos: 1. el
alma posee conocimientos no adquiridos, previos, que por lo tanto debió de
obtener antes de esta vida [con lo que demuestra la preexistencia más que la
inmortalidad]. 2. el alma es afín a las ideas; las ideas son simples: lo simple no
puede corromperse, pues la corrupción implica partes, por lo que el alma no se
corrompe y es por tanto inmortal. 3. el alma es automovimiento: es
necesariamente inmortal.
F. Ética aristotélica
En la concepción aristotélica el hombre es alma y cuerpo, pero no
formado de dos realidades distintas, antagónicas; el alma es el principio vital, la
forma sustancial del cuerpo, pero el hombre no es el alma, sino un cuerpo
natural orgánico unitario, vivo; la unidad, la vida, es lo que llamamos ‘alma’.
Se pueden distinguir en ella operaciones vegetativas (que regulan las
actividades vitales básicas), sensitivas (se refieren al conocimiento sensible, el
apetito y el movimiento) e intelectivas (que distinguen al hombre radicalmente
de los animales). Respecto a la vida después de la muerte sólo considera al
pensamiento como divino, algo que no explica muy bien; por lo que parece, la
inmortalidad de los hombres individuales no existe; lo más divino y distintivo
del hombre, su intelecto agente, es algo que puede subsistir aparte de la persona
concreta.
Su ética se centra en la idea de fin del hombre, la felicidad, que
identifica con la búsqueda del bien. El bien es la perfección del hombre en lo
que tiene de más noble y lo que le distingue de los animales, su racionalidad: el
ideal es la vida contemplativa, pero la limitación humana hace que la felicidad
sea sólo parcial, porque con dificultad podemos tener una vida de conocimiento
profundo de lo más importante, a diferencia de Dios, cuya vida es νόησις
νοήσεως, intelección de intelección, conocerse a sí mismo, que es la perfección.
Ni el placer (que es común con los animales) ni la honra (que es algo que dan
los demás) pueden ser el fin; el fin del hombre, la búsqueda del bien, se alcanza
por medio de las virtudes, hábitos adquiridos que facilitan el ejercicio del bien.
La virtud (ἀρετή) es el medio (pero punto culminante, no medio de
mediocridad) entre los extremos de la falta y el exceso: así la fortaleza está entre
la temeridad y la cobardía y la templanza entre el libertanaje y la insensibilidad.
Hay virtudes éticas o morales, orientadas al comportamiento humano (justicia,
práctica (prudencia, o virtud de saber dirigir correctamente la vida del hombre,
y teórica: sabiduría, o saber propio del filósofo, que escruta las verdades más
altas). Las virtudes éticas definen al buen ciudadano, y las intelectuales al
filósofo. En ello está siguiendo a Sócrates y Platón, porque pone la felicidad en
el ejercicio de las virtudes que mejoran el alma racional, aunque también
recuerda que para ello es también necesario poseer bienes suficientes para vivir.
G. El sistema filosófico epicúreo. La ética epicúrea.
En la física, Epicuro sigue a los atomistas: nada nace del no‐ser y nada se
disuelve en la nada, luego el todo siempre ha sido como es ahora y será igual
universo se explica en sí mismo, no por causas externas, ‘divinas’. Los átomos
se mueven al azar, pero no son todos iguales sino que se distinguen por su
forma, peso y extensión (los atomistas consideraban en cambio la forma, el
orden y la posición); el peso de los átomos lleva a que caigan eternamente, pero
al caer se produce una desviación (παρέγκλισις) en sus trayectorias, lo que
hace que unos átomos choquen con otros y den lugar al mundo. Así pues,
además del movimiento de caída de los átomos había otro movimiento de
desvío en estos que explicaba la libertad, o mejor, la constatación de la
existencia de la libertad es lo que lleva a Epicuro a postular ese movimiento de
desvío en los átomos.
En sus estudios filosóficos Epicuro distingue entre lógica (la definición
de verdad), física (la constitución de lo real) y ética (la finalidad del hombre, la
felicidad): respecto a la verdad, lo fundamental es que el conocimiento es
sensación, porque las sensaciones son registros objetivos que nos vienen de lo
real sin que nosotros mediemos en ellas; sólo después viene la memoria, que
nos permite conocer lo posterior a partir de la experiencia previa; el error sólo
se produce cuando con la razón intentamos oponernos a las evidencias
inmediatas. Por todo ello, basta con la sensación y con la teoría física atomista
para fundamentar una teoría antropológica y ética.
En ética, Epicuro supone la culminación del proceso iniciado por
Sócrates de sustitución de la ἀρητή tradicional (virtud sobre todo pública) por
subjetiva. La teoría ética del epicureísmo se fundamenta en la teoría del
conocimiento: de entre los sentimientos, base del conocer, los de placer y dolor
son los que nos permiten distinguir el bien del mal y por ello son la regla ética.
Los dioses existen en los espacios entre mundo y mundo, pero no se ocupan del
hombre y por ello no hay por qué tenerles miedo ni ver en ellos la causa última
de las cosas. Hay que rechazar también el miedo a la muerte, porque no hay
queda es esta vida, que debe regirse por la búsqueda del placer, no entendido
groseramente, sino en cuanto esfuerzo de contención, de equilibrio entre los
placeres que podemos buscar: hay que mantener los placeres naturales y
necesarios (comer y beber para vivir), ser contenidos con los placeres naturales
y no necesarios (por ejemplo comer bien) y rechazar los placeres no naturales y
no necesarios (deseo de riqueza, de poder...). Entre los placeres físicos y los
espirituales hay que buscar los segundos: el mayor peligro no es el dolor físico,
que puede superarse por medio de la fortaleza de ánimo, sino el espiritual: la
ignorancia, el temor a la muerte y a los dioses; por ello los epicúreos valoraban
especialmente la amistad, la tranquilidad y el afán de saber. El hombre puede
ser feliz en esta vida, entendiendo la felicidad como carencia de dolor (ἀπονíα)
y tener un ánimo sin perturbación (ἀταραξία), una felicidad que el hombre
puede obtener por sí mismo; no le hacen falta la ciudad, las instituciones, la
nobleza, las riquezas ni los dioses: el ideal es la vida escondida (resumido en el
lema λάθε βιώσας ‘vive oculto’). Epicuro no rechaza las virtudes, en la medida
en que sirven al placer: por ejemplo es conveniente ejercitar la justicia para
evitar complicaciones, pero mucho más importante que las virtudes es para los
epicúreos la amistad, la comunidad de amigos cuyo ideal era el Jardín en el que
se reunía Epicuro con sus seguidores, donde se podía aprender un modo de
vida particular y existía la franqueza y la exigencia necesarias para que todos
pudieran dirigirse a la felicidad al modo epicúreo.
H. Sistema filosófico estoico. La ética estoica
Frente a los epicúreos, los estoicos afirman que el conocimiento se basa
en la sensación, pero con el asentimiento de la razón (συγκατάθησις) que tiene
capacidad de aprehender la realidad (κατάληψις). La física estoica es
materialista, monista y panteísta: al todo lo llaman Dios y tiene dos principios,
la materia (pasiva) y el logos (activo) que informa la materia. El universo es una
unidad en la que el todo y las partes se armonizan (es el principio de la
‘simpatía’ συμπάθεια universal) y la relación es la misma en el hombre,
compuesto de cuerpo y alma (el hombre como microcosmos). Dios está en todo y
todo es Dios y todo es también racionalidad y con una finalidad determinada
por Dios.
En la ética estoica se parte de la idea de que la base de la actuación es el
primer impulso (πρώτη ὁρμή), el amor a uno mismo, el deseo de conservarse,
por lo que hay que buscar los medios para conservar la vida y el mejor modo es
conducirse por la razón, porque el placer y el dolor vienen después y no
pueden ser por tanto el fundamento ético. La razón tiene como medio de
conocimiento de lo bueno y de lo malo la propia naturaleza (entendida como
logos racional); observa en ella la existencia de deberes (τὸ καθῆκον, officium),
que se definen como la necesidad moral de actuar en una determinada
dirección de acuerdo con lo que se ve como necesario; el objetivo al final es
vivir de acuerdo con la naturaleza (ἀκολούθως τῇ φύσει ζῆν), que es la que
muestra la ley moral para alcanzar la felicidad. El vivir de acuerdo con la
naturaleza (es decir, por la razón), cumpliendo los deberes, es vivir para la
virtud; lo contrario es el vicio; lo que no es bueno ni malo es indiferente (aquí
entran la vida/muerte, la salud/enfermedad, el placer/dolor, etc.) y en concreto
lo que afecta al cuerpo es moralmente indiferente, pues el bien y el mal no
dependen de lo interior o de las circunstancias, sino de la razón bien o mal
usada. Dentro de las cosas indiferentes habrá que calibrar por medio de la
razón el modo de orientarlas para la virtud: la vida está llena de decisiones
morales y hay que buscar siempre lo apropiado (τὸ καθῆκον, los deberes, ʺeso
que cuando está hecho admite una justificación razonable). Las pasiones (φόβος
miedo a posibles males, ἐπιθυμία deseo de bienes aparentes, λύπη dolor y
ἡδονή placer) son errores de la razón y hay que erradicarlas, buscando la
ἀπάθεια por un ejercicio de ascesis, algo que sólo consiguen pocos sabios. Son
importantes también la sociabilidad (por lo que valoran la participación en la
política como un deber moral) y la amistad (para Epicteto “el hombre es un
animal que ama y quiere ser amado”). Todos los hombres son iguales y ser libre
o esclavo es menos una situación jurídica que una actitud de vida de acuerdo o
en contra de la razón.
En época imperial profundizan en la ética Epicteto y Marco Aurelio;
Epicteto hace una distinción básica entre lo que está en nuestro poder (y sólo aquí
se puede hablar de bien y mal), como son la opinión, el ánimo, los apetitos, la
aversión y lo que no (el cuerpo, los bienes, la reputación, los cargos). La felicidad
humana consiste en reconocer claramente esta distinción y realizar una elección
previa (προαίρησις) de actuar moralmente dentro de los objetos morales que
están en nuestro poder, despreciando lo que no depende de nosotros. Ahí es
donde se encuentra la verdadera libertad y no en un estado jurídico (él había
sido esclavo; un siglo antes el judío Filón de Alejandría había escrito un tratado
estoico titulado: “Todo hombre bueno es libre”). Para Epicteto el ideal de
persona es Diógenes el cínico: la actuación ética, partiendo de esa elección
previa (προαίρησις), que es más un análisis racional que un acto de la voluntad,
consiste en dominar las pasiones, actuar respecto a uno mismo y los demás
cumpliendo los deberes y asegurarse de la rectitud moral de lo que se hace
buscando no dejarse llevar por el error en los propios actos. Junto a ello, el tono
de Epicteto es muy religioso (dentro del inmanentismo estoico): la libertad del
hombre es al final someterse a la divinidad, a la razón divina, estar unido a ella
para asemejarse lo más posible a Dios (ὁμοίωσις θεῷ), que es lo que explica la
dignidad y superioridad del hombre sobre el resto del universo material.
Marco Aurelio habla mucho de que no hay nada nuevo en el mundo
(οὐδὲν καινόν). En el hombre distingue el cuerpo (σῶμα), el alma (ψυχή) y el
intelecto (νοῦς), que es un δαίμων, la divinidad en nosotros. El ideal de vida es
seguir al νοῦς dando sólo la importancia justa a lo demás.
I. El cristianismo y la filosofía helénica
Aunque se le ha puesto en relación tanto con los misterios como con la
filosofía griega, el cristianismo no es ninguna de las dos cosas: es una religión
con unas implicaciones filosóficas y religiosas de enorme importancia en el
mundo griego. Su doctrina queda fijada en el conjunto de escritos del Nuevo
reunidos en el Antiguo Testamento.
Se distingue por una serie de rasgos nuevos en la teoría del conocimiento
y la metafísica:
El monoteísmo: unidad y unicidad de Dios, que tiene un poder infinito,
panteísmo).
La creación: Dios, trascendente al mundo, lo crea en un momento
concreto de la nada, sin intermediarios ni sirviéndose de nada preexistente. El
mundo es contigente y depende completamente de Dios (contra la idea general
griega de la existencia eterna del mundo).
La fe es un conocimiento real, cierto, basado en la autoridad de Dios, que
es compatible con lo que se conoce por la razón, pues ambas proceden de Dios:
por ello no puede haber contradicción real entre ambas, sino
halla en el centro del mundo, como dueño de la creación; sólo es inferior a Dios
y tiene una relación de ‘imagen y semejanza’ con Él. Dios es legislador y quien
ha fijado el orden del mundo y la ley eterna que rige a todos los hombres y
quien gobierna providentemente el mundo y a cada uno de los hombres,.
concretándoles su actuar moral en los mandamientos: la vida del hombre se
gobierna por esos mandamientos, prescripciones morales básicas que permiten
lo más importante, una relación personal con Dios, de amor de hijos por los que
ha muerto el Hombre‐Dios: el hombre es hijo de Dios y su destino es vivir con
Él en el cielo. El hombre nace con una falta, el pecado original; su naturaleza
(alma y cuerpo) aspira a Dios pero esa falta original explica su dificultad para
actuar bien. Respecto al platonismo, que insistía en la noción de esfuerzo del
hombre hacia el Bien, el cristianismo considera que es Dios el que baja al
hombre y le ayuda a volver a Él con la ayuda de su gracia. El que ama
primeramente y del modo más profundo es Dios y el hombre sólo tiene que
corresponder a ese amor: ello se concreta en el amor a los demás, en los que se
descubre a otros seres también amados por Dios sin merecerlo. En el ámbito
moral se produce una revolución de los valores: lo que se considera deseable es
la pobreza, la entrega, la mansedumbre, el dolor, la misericordia, la pureza, la
paz, sufrir las injusticias; todo ello choca con el ideal de autoafirmación
personal común a la filosofía griega, quizá egoísta en el fondo. Ahora no se
plantea la inmortalidad del alma al modo platónico, sino la resurrección de los
muertos, alma y cuerpo, a partir de la resurrección de Jesús. La concepción de la
historia es teleológica, frente a las concepciones deterministas y cíclicas griegas:
es básica la idea de libertad del hombre para amar a Dios, que quiere que los
hombres le amen libremente y nos les fuerza a hacerlo.