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duce Nita I AY (a de los solteros MA — Titulo de la edicién original: Le bal des célibataires © Editions du Seuil Paris, 2002 Publicado con la ayuda del Ministerio francés de Cultura-Censro Nacional del Libro Diseno de la coleccién: Julio Vivas Tlustracién: Photo DR © EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2004 Pedré de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 84-339-6212-4 Depésito Legal: B. 42708-2004 Printed in Spain Liberduplex, S. L., Constitucid, 19, 08014 Barcelona EI baile de Navidad se celebra en el salon in- terior de un café. En el centro de la pista, brillan- temente iluminada, bailan una docena de parejas, al son de unas canciones de moda. Son, principal- mente, «estudiantes», alumnos de secundaria o de los institutos de las ciudades vecinas, en su mayo- ria hijos del lugar. Y también hay algunos solda- dos, muchachos de la ciudad, obreros 0 emplea- dos, que visten pantalén vaquero y cazadora de cuero negro y llevan la cabeza descubierta 0 som- brero tirolés. Entre las bailarinas hay varias mu- chachas procedentes de los caserfos mas alejados, que nada diferencia de las demas nativas de Les- quire que trabajan en Pau como costureras, cria~ das o dependientas. Varias adolescentes y nifias de diez 0 doce afios bailan entre si, mientras los cha- vales se persiguen y se zarandean entre las parejas. Plantados al borde de la pista, formando una masa oscura, un grupo de hombres algo mayores observan en silencio; todos rondan los treinta afios, llevan boina y visten traje oscuro, pasado de moda. Como impulsados por la tentacién de par- ticipar en el baile, avanzan a veces y estrechan el espacio reservado a las parejas que bailan. No ha faltado ni uno de los solteros, todos estan alli. Los hombres de su edad que ya estén casados han de- jado de ir al baile. O sdlo van por la Fiesta Mayor © por la feria: ese dia todo el mundo acude al Pa- seo y todo el mundo baila, hasta los «viejos». Los solteros no bailan nunca, y ese dia no es una ex- cepcidn. Pero entonces llaman menos la atencién, porque todos los hombres y las mujeres del pueblo han acudido, ellos para tomarse unas copas con los amigos y ellas para espiar, cotillear y hacer con- jeturas sobre las posibles bodas. En los bailes de ese tipo, como el de Navidad o el de Afto Nuevo, los solteros no tienen nada que hacer. Son bailes «para los jévenes», es decir, para los que no estan casados; los solteros ya han superado la edad nubil, pero son, y lo saben, «in- casables». Son bailes a los que se va a bailar, pero ellos no bailarén. De vez en cuando, como para dis poco. mular su malestar, bromean o alborotan un Tocan una marcha: una muchacha se acerca al rincén de los solteros y le pide a uno que baile con ella. Se resiste un poco, avergonzado y encan- tado. Da una vuelta por la pista de baile subrayan- do deliberadamente su torpeza y falta de agilidad, un poco como hacen los viejos el dfa del baile de la asociacién de agricultores y ganaderos, y hacien- do guifios a sus amigos. Cuando acaba la cancién, va a sentarse y ya no bailard mas. «Ese», me dicen, «es el hijo de An... [un propietario importante]. La chica que lo ha invitado a bailar es una vecina. Lo ha sacado a dar una vuelta por la pista para que esté contento.» Todo vuelve a la normalidad. Se- guirdn alli hasta la medianoche, casi sin hablar, en medio del ruido y las luces del baile, contemplan- do a las inaccesibles muchachas. Luego iran a la sala de la fonda, donde se pondran a beber senta- dos unos frente a otros. Cantarén a voz en grito antiguas canciones bearnesas prolongando hasta quedar afénicos unos acordes discordantes, mien- tras, al lado, la orquesta toca twists y chachachs. Y, en grupos de dos o de tres, se alejarén lenta- mente, cuando acabe la noche, camino de sus re- cénditas granjas. PIERRE BOURDIEU! 1. Véase «Reproduction interdite. La dimension symbolique de la domination économique», en Etudes rurales, 113-114, enero-junio de 1989, pag. 9. INTRODUCCION Los articulos recopilados aqui remiten en tres ocasiones al mismo problema, pero cada vez con un bagaje tedrico més pro- fundo porque es més general y, no obstante, tiene mayor base empirica.! Y, por ello, pueden resultar interesantes para aquellos que deseen seguir una investigacién de acuerdo con la légica de su desarrollo y Ilevarlos al convencimiento, que yo siempre he tenido, de que cuanto més profundiza el andlisis tedrico, mas cerca est4 de los datos de la observacién. Creo, en efecto, que, cuando se trata de ciencias sociales, la trayectoria heuristica tie- ne siempre algo de viaje inicidtico. Y tal vez no sea del todo ab- surdo ni esté del todo desplazado considerar una especie de Bil- dungsroman, es decir, de novela de formacién intelectual, la historia de esta investigacién que, tomando como objeto los pa- decimientos y los dramas asociados a las relaciones entre los se- xos ~as{ rezaba, mas o menos, el titulo que habfa puesto, mucho antes de la emergencia de los gender studies, al articulo de Les Temps modernes dedicado a este problema, ha posibilitado o ha obrado una auténtica conversién. El término conversién no es, ami parecer, exagerado para designar la transformacién, a la vez 1. Pierre Bourdieu, «Célibat et condition paysanne», en Etudes rurales, 5-6, abril-septiembre de 1962, pags. 32-135; «Les stratégies matrimoniales dans le systéme de reproduction», en Annales, 4-5, julio-octubre de 1972, pags. 1105-1127; «Reproduction interdite. La dimension symbolique de la domination économique», op. cit., pags. 15-36. ll intelectual y afectiva, que me ha llevado de la fenomenologia de la vida afectiva (fruto también, tal vez, de los afectos y de las aflicciones de la vida, que se trataba de negar sabiamente), a una vision del mundo social y de la practica a la vez mas distanciada y realista, y ello gracias a un auténtico dispositive experimental para propiciar la transformacién del Erlebnis en Exfahrung, es decir, del saber en experiencia. Esta mudanza intelectual conlle- vaba muchas implicaciones sociales puesto que se efectuaba me- diante el paso de la filosofia a la etnologia y a la sociologia y, dentro de ésta, a la sociologia rural, situada en el peldafio infe- rior dentro de la jerarquia social de las disciplinas, y que la re- nuncia electiva que implicaba ese desplazamiento negativo en el espacio universitario tenia como contrapartida el suefio confuso de una reintegracién en el mundo natal. En el primer texto, escrito a principio de los afios sesenta, en un momento en el que la etnografia de las sociedades euro- peas es casi inexistente y en el que la sociologia rural se mantie- ne a una distancia considerable del «terreno», me propongo, en un articulo acogido entusidsticamente en Etudes rurales por Isaac Chiva (;quién pondrfa hoy a disposicién de un joven in- vestigador desconocido casi medio ntimero de una revista’), re- solver ese enigma social que es el celibato de los primogénitos en una sociedad conocida por su apego furibundo al derecho de primogenitura. Todavia muy cercano de la visién ingenua, de la que, sin embargo, pretendo disociarme, me lanzo a una especie de descripcién total, algo desenfrenada, de un mundo social que conozco sin conocerlo, como ocurre con todos los universos familiares. Nada escapa a la furia cientificista de quien descubre con una especie de enajenamiento el placer de objetivar tal como ensefia la Guide pratique d étude directe des comportements culturels, de Marcel Maget, espléndido antidoto hiperempirista contra la fascinacién que ejercen entonces las elaboraciones estructuralistas de Claude Lévi-Strauss (y de la que da fe suficiente mi articulo sobre la casa cabilefia, que escri- bo mds 0 menos en esa época). El signo mas manifiesto de la transformacién del punto de vista que implica la adopcién de 12 la postura del observador es el uso intensivo al que recurro en- tonces de la fotografia, del mapa, del plano y de la estadfstica; todo tiene cabida allf: aquella puerta esculpida ante la que ha- bia pasado mil veces o los juegos de la fiesta del pueblo, la edad y la marca de los automéviles y la piramide de las edades, y en- ttego al lector el plano anénimo de una casa familiar en la que jugué durante toda mi infancia. El ingente trabajo, infinitamen- te ingrato, que requiere la elaboracién estadistica de numero- sisimos cuadros de gran complejidad sobre poblaciones rela- tivamente importantes sin la ayuda de la calculadora o del ordenador participa, como las no menos numerosas entrevistas asociadas a amplias y profundas observaciones que llevo a cabo entonces, de una ascesis de aire inicidtico. A través de la inmersién total se realiza una reconciliacién con cosas y personas de las que el ingreso en otra vida me habia alejado insensiblemente y cuyo respeto impone la postura etno- grafica con la maxima naturalidad. El regreso a los origenes va parejo con un regreso, pero controlado, de lo reprimido. De todo ello apenas quedan huellas en el texto. Si algunos comen- tarios finales, imprecisos y discursivos, sobre la distancia que media entre la visién primera y la visién erudita permiten adi- vinar el propdsito de reflexividad que presidfa inicialmente toda la empresa (para mi se trataba de «hacer un Tristes trépicos al revés»), nada, salvo tal vez la ternura contenida de la descrip- cién del baile, evoca el clima emocional en el que se llevé a cabo mi investigacién. Pienso, por ejemplo, en el punto de par- tida de la investigacién: la foto de (mi) curso, que uno de mis condiscipulos, empleado en la ciudad vecina, comenta con un escueto y despiadado «incasable» referido a aproximadamente la mitad de los que salen en ella; pienso en todas las entrevistas, a menudo muy dolorosas, que he mantenido con viejos solteros de la generacién de mi padre, que me acompafiaba con fre- cuencia y que me ayudaba, con su presencia y sus discretas in- tervenciones, a despertar la confianza y la confidencia; pienso en aquel antiguo companero de escuela, al que apreciaba mu- cho por su finura y su delicadeza casi femeninas, y que, retirado 13 con su madre en una casa espléndidamente cuidada, habia ins- crito en la puerta del establo las fechas de nacimiento de sus terneras y los nombres de mujer que les habfa puesto. Y la con- tencién objetivista de mi propésito se debe, sin duda, en parte al hecho de que tengo la sensacién de cometer una especie de traicién, lo que me ha llevado a rechazar hasta la fecha cual- quier reedicién de textos que la publicacién en revistas eruditas de escasa difusién protegia contra las lecturas malintencionadas © voyeuristas. No tengo gran cosa que afiadir sobre los articulos ulteriores que no haya sido dicho ya. Sin duda, porque los progresos que reflejan se sittian dentro del orden de la reflexividad entendida como objetivacién cientifica del sujeto de la objetivacién y por- que la conciencia de los cambios de punto de vista tedrico del que son consecuencia se expresa en ellos con bastante claridad. El segundo, que marca de forma harto manifiesta la ruptura con el paradigma estructuralista, a través del paso de la regla a la estrategia, de la estructura al habitus y del sistema al agente socializado, a su vez animado o influido por la estructura de las relaciones sociales de las que es fruto, se publicé en una revista de historia, Les Annales, como para sefialar mejor la distancia respecto al sincronismo estructuralista; preparado por la larga posdata histérica, escrita en colaboracién con Marie-Claire Bourdieu, del primer articulo, contribuye considerablemente a una comprensién justa, es decir, historizada, de un mundo que se desvanece. El tiltimo texto, que se inscribe en el modelo mas general, es también el que permite comprender de forma mas directa lo que se desvelaba y se ocultaba a la vez en el escenario inicial: el pequefio baile que yo habfa observado y descrito y que, con la despiadada obligatoriedad implicita en la palabra «incasable», me habfa hecho intuir que estaba ante un hecho social muy significativo, era, en efecto, una realizacién concreta y perceptible del mercado de bienes simbdlicos que, al unificar- se a escala nacional (como hoy en dia, con efectos homédlogos, a escala mundial), habia condenado a una repentina y brutal devaluacién a quienes tenian que ver con el mercado protegido 14 de los antiguos intercambios matrimoniales controlados por las familias. Todo, en cierto sentido, estaba, pues, presente, de en- trada, en la descripcién primera, pero de una forma tal que, como dirfan los filésofos, la verdad sélo se manifestaba ocul- tandose. No es baladi lo que se perderia obviando, lisa y Ilanamente, el apéndice del primer articulo, que pude elaborar con la cola- boracién de Claude Seibel y gracias a los recursos del Instituto bretén de Estadistica: Ileno de grdficos y de cifras, plantea una comprobacién y una generalizacién puramente empiricas apli- cadas al conjunto de los departamentos bretones de los resulta- dos obtenidos a escala de un municipio bearnés (y ya compro- bados a nivel del cantén, a requerimiento meramente rutinario ¢ ingenuamente castrador de un catedro sorbonero al que tuve que consultar). Especie de impecable callej6n sin salida, limita la investigacién a una comprobacién positivista que facilmente podria haberse coronado con una conformacién y una formula- cién matemdticas. El empefio de investigacién teérica y empiri- ca podria, sin duda, haberse limitado a eso, para satisfaccién general: zno descubri, acaso, al albur de unas lecturas que te- rnfan que servir para preparar un viaje al Japén, que los campesi- nos japoneses conocfan una forma de celibato muy similar al de los campesinos bearneses? En realidad, sdlo el establecimiento de un modelo general de intercambios simbdlicos (cuya robus- tez he podido comprobar en multiples ocasiones, en Ambitos tan diversos como la dominacién masculina y la economia do- méstica o la magia del Estado) permite dar cuenta a la vez de las regularidades observadas en las practicas y de la experiencia parcial y deformada que tienen de ellas los que las padecen y las viven. EI recorrido, cuyas etapas sefialan los tres articulos recopi- lados aqui, me parece adecuado para dar una idea bastante exacta de la légica especifica de la investigacién en ciencias so- ciales. Tengo, en efecto, la impresién, que se fundamenta, tal vez, en las particularidades de un habitus, pero que la experien- cia, al cabo de tantos afios de investigacién no ha dejado de co- 15 , que sdlo la atencién prestada a los datos ms triviales, que ciencias sociales, que también hablan de mercado, se Jegitimadas a obviar, en nombre de un derecho a la abs- anes que seria constitutivo del proceder cientifico, puede Ilevar a la elaboracién de modelos comprobados de modo em- pirico y susceptibles de ser formalizados. Y ello, en especial, porque, cuando se trata de cuestiones humanas, los progresos en el conocimiento del objeto son inseparablemente progre- sos en el conocimiento del sujeto del conocimiento que pasan, quiérase 0 no, s¢pase o no, por el conjunto de los trabajos hu- mildes y oscuros a través de los cuales el sujeto cognosciente se desprende de su pasado impensado y se impregna de las légicas inmanentes al objeto cognoscible. Que el socidlogo que escribe el tercer articulo poco tenga en comin con el que escribié el primero tal vez se deba, en primer término, a que se ha cons- truido a través de una labor de investigacién que le ha permiti- do reapropiarse intelectual y afectivamente de la parte, sin duda, més oscura y mds arcaica de si mismo. Y también a que, gracias a ese trabajo de objetivacién anamnéstica, ha podido reinvertir en un retorno sobre el objeto inicial de su investiga- cién los recursos irreemplazables adquiridos a lo largo de una investigacién que tomaba como objeto, indirectamente, al me- nos, el sujeto de la investigacidn, asf como en los estudios ulte- riores que la reconciliacién inicial con un pasado que represen- taba un lastre le facilité llevar a cabo. Paris, julio de 2001 Primera parte Celibato y condicién campesina exc ePor qué paradoja el celibato masculino puede representar para los propios solteros y para su entorno el sintoma mds rele- vante de la crisis de una sociedad que, por tradicién, condena- ba a sus segundones a la emigracién o al celibato? No hay na- die, en efecto, que no insista en la condicién y la gravedad excepcionales del fenémeno, «Aqui», me dice un informador, «veo primogénitos de 45 afios y ninguno est4 casado. He esta- do en el departamento de Altos Pirineos y allf pasa lo mismo. Hay barrios enteros de solteros». (J.-P. A., 85 afios). Y otro in- formador comenta: «Tienes montones de tfos de 25 a 30 afios que son “incasables”. Por mucho que se empefien, y poco em- pefio le ponen, jpobres!, no se casaran»! (P. C., 32 afios). Sin embargo, el mero examen de las estadisticas basta para convencerse de que la situacién actual, por grave que sea, no carece de precedentes: entre 1870 y 1959, es decir, en casi no- venta afios, constan, en el registro civil, 1.022 matrimonios, o sea, una media de 10,75 matrimonios anuales. Entre 1870 y 1914, en cuarenta y cinco afios, se celebraron 592 matrimo- nios, una media de 13,15 matrimonios anuales. Entre 1915 y 1. Este estudio es el resultado de investigaciones efectuadas en 1959 y 1960 en el pueblo que llamaremos Lesquire y que esta situado en el Bearne, en el centro de la zona de colinas, entre los rios Gave de Pau y Gave de Olo- rén. 19 7 matrimonios, 12,80 de media. 959, en veinte afios, se contrajeron ia de 8,54. No obstante, debido a la poblacién global, Ia caida del indice de tiene relativamente baja, como muestra el Poblacion Numero de Indice de global matrimonios nupcialidad (2M/P x 1.000) 1881 2.468 11 8,92 % 1891 2.073 11 10,60 % 1896 2.039 15 14,60 % 1901 1.978 11 11,66 % 1906 1,952 18 18,44 % 1911 1.894 16 16,88 % 1921 1.667 15 17,98 % 1931 1.633 7 8,56 % 1936 1.621 7 8,62 % 1946 1.580 15 18,98 % 1954 1,351 10 14,80 % A la vista de estas cifras, uno tiende a concluir que todos los informadores caen en el engafio o en la inconsecuencia. El mis- mo que afirmaba: «(...] veo primogénitos [...] y ninguno esta ca- sado», afiade: «Habia antes segundones viejos y los hay ahora. [...] Habia muchos que no estaban casados.» {Cémo explicar, en estas condiciones, que el celibato masculino sea percibido como algo excepcionalmente dramatico y absolutamente insélito? 1. El indice de nupcialidad (entendido como el mimero de matrimo- nios en un afio por mil habicantes) se situa alrededor del 15 9% todos los afios en Francia. Hay que introducir algunas correcciones a los indices que se pre- sentan aqui. Asi, en 1946 y en 1954 el numero de matrimonios fue anormal- mente alto. En 1960 el indice de nupcialidad sélo alcanz6 el 2,94. 20 1. EL SISTEMA DE LOS INTERCAMBIOS MATRIMONIALES EN LA SOCIEDAD DE ANTANO A los que prefieren permanecer en el hogar pa- terno [este régimen sucesorio], proporciona la tranquilidad del celibato con las dichas y alegrias de la familia. FREDERIC LE PLAY, L’Organisation de la famille, pag. 36 Antes de 1914 el matrimonio se regia por unas reglas muy estrictas. Porque comprometia todo el futuro de la explotacién familiar, porque era ocasién de una transaccién econémica de la maxima importancia, porque contribufa a reafirmar la jerar- quia social y la posicién de la familia dentro de esa jerarquia, era un asunto que competia a todo el grupo més que al indivi- duo. La familia era la que casaba y uno se casaba con una fa- milia. La investigacidn previa que se lleva a cabo en el momento del matrimonio abarca a toda la familia. Porque llevan el mis- mo apellido, los primos lejanos que viven en ottos pueblos tampoco se libran: «Ba. es muy rico, pero sus parientes de Au. [pueblo vecino] son muy pobres.» El conocimiento profundo de los otros que requiere el cardcter permanente de la coexis- tencia se basa en la observacién de los hechos y gestos ajenos ~se hace broma a costa de esas mujeres del lugar que se pasan la vida, ocultas tras los postigos entornados de sus ventanas, es- piando la calle, en la confrontacién constante de los juicios re- feridos a los demas —lo que constituye una de las funciones de los «cotilleos»—, en la memoria de las biografias y de las genea- logias. En el momento de tomar una decisién tan seria como la de escoger una esposa para el hijo o un esposo para la hija, es normal que se movilice todo el arsenal de esos instrumentos y esas técnicas de conocimiento, que se utilizan de forma menos 21 en el transcutso de la vida cotidiana.' Este es el con- hay que ‘comprender la costumbre, vigente hasta «quemar los pantalones» del hombre que, habiendo tenido relaciones con una mujer, se casa con otra. La primera funcién del matrimonio consiste en asegurar la continuidad del linaje sin comprometer la integridad del patri- monio. En efecto, la familia es, ante todo, un apellido, indice de la situacidn del individuo dentro de la jerarqufa social y, a este respecto, manifestacién de su preeminencia 0 recordatorio de su humilde condicién: «Cabe decir que cada individuo, en el campo, tiene una aureola que procede de su familia, de sus titulos de propiedad, de su educacién. De la grandeza y de la proyeccién de esa aureola depende todo su futuro. Hasta los cretinos de buena familia, de familias cotizadas, se casan con fa- cilidad» (A. B.). Pero el linaje consiste, ante todo, en una serie de derechos sobre el patrimonio. De todas las amenazas que se ciernen sobre él y que la costumbre tiende a alejar, la mas gra- ve, sin lugar a dudas, es la que se plantea con el matrimonio. Se comprende, pues, que el acuerdo entre ambas familias se pre- sente en forma de una transaccidn regida por las reglas mds ri- gurosas. «Cuando tenia 26 afios [1901], me puse en relaciones con una muchacha que se llamaba M.-F. Lou., mi vecina, de 21. Mi padre habfa fallecido, asi que se lo comuniqué a mi madre. Habia que solicitar la autorizacién paterna y materna y, hasta los 21 afios, habfa que firmar una “notificacién” que se presen- taba al alcalde. Y la chica igual. En caso de oposicién, se reque- rian tres «notificaciones». Como yo era el segundén, mi herma- no mayor, el primogénito, que estaba casado, vivia en casa. Mi novia era heredera. Normalmente, tendrfa que haberme instala- do en casa de mis suegros. Yo tenia 4.000 francos de dote, en 1. Véase Marcel Maget, «Remarques sur le village comme cadre de re- cherches anthropologiques», Bulletin de psychologie du groupe des étudiants de psychologie de Vuniversité de Paris VIL, n.° 7-8, abril de 1955, pags. 375-382. 22 metdlico. Por supuesto, la costumbre mandaba que me dieran un ajuar, que no se consideraba dote. jEso hacia que por fuerza se me abriera alguna puerta (que hesé urbi ue porte)! Mi novia tenia una hermana. En estos casos, la primogénita obtiene el tercio de todos los bienes con el acuerdo de los padres. Segtin es costumbre, mi dote de 4.000 francos debia ser reconocida mediante capitulaciones. En el supuesto de que se vendiera la finca dos afios después de la boda por un importe total de 16.000 francos, el reparto habria sido el siguiente, una vez res- tituida la dote (tournedot): primogénita, 1/3 + 1/3 = 8.000 francos; segundona, 1/4 = 4.000 francos. Las capitulaciones instituyen que el reparto definitivo no se hard hasta el falleci- miento de los padres. Llegamos a un acuerdo mi futuro suegro y yo. Otorgaré un tercio a su hija mayor mediante capitulacio- nes. Ocho dias después, en el momento de firmar las capitula- ciones ante notario, se echa atrds. Da su consentimiento al ma- trimonio, pero se niega a conceder el tercio, aunque “reconoce la dote”. En este caso, el yerno tiene los poderes limitados. Me- diante el reintegro de la dote, pueden obligarle a irse. Es un caso mas bien raro, porque las mejoras suelen otorgarse de una vez y para siempre con las capitulaciones. El padre de mi novia fue victima de la mala influencia de una tercera persona allega- da de la casa que pensaba que mi presencia en el hogar men- guaria la influencia en la familia de su “amigo”. “La tierra es mala, y tu yerno tendra que buscarse algtin empleo; ira de un lado para otro, y ti serds su criado.” La negativa en el ultimo momento a concedernos el tercio por contrato nos hirié en nuestro amor propio, a mi novia y a mi. Ella dijo: “Vamos a es- perar... Vamos a buscarnos una casa (ue case). No vamos a ser aparceros ni criados... Tengo dos tios que viven en Paris, los hermanos de mi madre, me encontrarén un empleo [en bear- né].” Yo le dije: “Estoy de acuerdo. No podemos aceptar ese rechazo. Ademés, siempre nos sentiriamos resentidos.” Ella: “Pues me marcho a Paris. Nos escribiremos.” Fue a hablar con elalealde y con el curay se nzarché. Yo proseguf mi aprendizaje de capador en B. [un pueblo cercano]. 23 algun lado. Como era segun- sodido casarme, tenia que encontrar un ui a las Landas ya los departamentos pré- ‘casa de la viuda Ho., y se la quise comprar. firmar los papeles (passa papes) con otra per- na tienda, un café, y segui con mi oficio de capa- n cuanto pude, me casé con mi novia, que regresé de Paris. Mi suegro venfa todos los domingos a casa. La “calderilla” que su hija rechazaba, se la daba a los niftos. Cuando fallecié, mi mujer cobré su parte de la herencia sin mejora legal. No ha- bfa tenido ajuar ni dote. Se habfa ido de su casa y se habfa libe- rado de la autoridad paterna. Su hermana, més décil y cinco afios mds joven, habia obtenido el tercio al casarse con un cria- do de la comarca. “Este esté acostumbrado a que le manden”, dijo mi suegro. Pero se equivocaba, porque tuvo que alquilar la finca a su yerno, y marcharse de la granja» (J.-P. A.). Este caso, por si solo, ya plantea los problemas principales. En primer lugar, el derecho de primogenitura integral, que tan- to podia favorecer a las hembras como a los varones, sélo puede comprenderse relacionado con el imperativo fundamental, es decir, la salvaguarda del patrimonio, indisoluble de la continui- dad de la estirpe: el sistema bilateral de sucesién y de herencia conduce a confundir el linaje y la «casa» como conjunto de las personas poseedoras de derechos permanentes sobre el patrimo- nio, aunque la responsabilidad y la direccién de la hacienda in- cumban a una tnica persona en cada generacién, lou meste, el amo, 0 /a daune, el ama de la casa. Que el derecho de primoge- nitura y la condicién de heredera (heretére) puedan recaer en una hembra no significa, en absoluto, que el uso sucesorio se tija por la igualdad entre los sexos, lo que contradiria los valo- res fundamentales de una sociedad que otorga la primacia a los varones. En la realidad, el heredero no es el primogénito, hem- bra o varén, sino el primer varén, aunque llegue en séptimo lu- gar. Sdlo cuando hay tinicamente hembras, para desespero de los padres, o bien cuando el primogénito se ha marchado, se 24 instituye a una hembra como heredera. Si se prefiere que el he- redero sea un varén, es porque asf se asegura la continuacién del apellido y porque se considera que un hombre est4 mejor capacitado para dirigir la explotacién agricola. La continuidad del linaje, valor supremo, puede quedar garantizada indistinta- mente por un hombre o por una mujer, puesto que el matri- monio entre un segundén y una heredera cumple esa funcién exactamente igual que el matrimonio entre un primogénito y una segundona. En ambos casos, en efecto, las reglas que rigen los intercambios matrimoniales cumplen su funcién primera, 0 sea, la de garantizar que el patrimonio se va a mantener y a transmitir en su integridad. Encontramos una prueba suple- mentaria de ello en el hecho de que cuando el heredero 0 la he- redera abandonan la casa y la tierra, pierden su derecho de pri- mogenitura porque éste es inseparable de su ejercicio, es decir, de la direccién efectiva de la hacienda. Se pone as{ de manifies- to que este derecho no esta vinculado a una persona concreta, hombre 0 mujer, primogénito o segundén, sino a una funcién socialmente definida; el derecho de primogenitura no es tanto un derecho de propiedad como el derecho, o mejor, el deber de actuar como propietario. Asimismo era necesario que el primogénito fuera no sdélo capaz de ejercer su derecho, sino de garantizar su transmisién. Como si se tratara de una fabula, resulta significativo que se pueda contar hoy en dia que a veces, en los casos en que el pri- mogénito no tenfa hijos o fallecia sin descendencia, se le pidiera a un segundén ya mayor, que permanecia soltero, que se casa- ra para asegurar la continuidad de la estirpe (J.-P. A.). Sin tra- tarse de una verdadera institucién sancionada por el uso, el ma- trimonio de un segundén con la viuda del primogénito, al que heredaba, era relativamente frecuente. Después de la guerra de 1914-1918 los matrimonios de este tipo fueron bastante nume- rosos: «Se arreglaban las bodas. En general, los padres presiona- ban en ese sentido, en interés de la familia, para que tuviera des- cendencia. Y los jévenes aceptaban. Los sentimientos no contaban» (A. B.). 25 heredero recayera auto- sin embargo, el cabeza tablecido en aras del interés o el hijo mayor no era digno de su 1a ventaja real en que uno de los otros ‘el derecho de modificar el orden de la sneciera, el cabeza de familia poseia una au- grande, y aceptada de modo tan absoluto por que el heredero segtin el uso no tenfa mas re- ie acatar una decisién dictada por el afin de garantizar dad de la casa y de dotarla de la mejor direccién po- Ala vez linaje y patrimonio, la «casa» (la maysou), perma- nece, mientras pasan las generaciones que la personifican; es ella la que lleva entonces un apellido mientras que los que la encarnan a menudo sélo se distinguen por un nombre de pila: no es infrecuente que llamen «Yan dou Tinou», es decir, Jean de Tinou, de la casa Tinou, a un hombre que figura en el regis- tro civil, por ejemplo, con el nombre de Jean Cazenave; puede ocurrir a veces que el apellido siga unido a la casa incluso cuan- do ha quedado deshabitada, y que se les dé a los nuevos ocu- pantes. En tanto que es la encarnacién de la casa, el capmay- soue, el jefe de la casa, es el depositario del apellido, y de los intereses del grupo, asi como del buen nombre de éste. Asi, todo concurrfa a favorecer al primogénito (el aynat, o el hérete 0 el capmaysoué). Sin embargo, los segundones también tenfan derechos sobre el patrimonio. Virtuales, estos derechos solo se volvian reales, las més de las veces, cuando se concertaba su boda, que siempre era objeto de capitulaciones: «Los ricos siempre hacian capitulaciones, y los pobres también, a partir de 500 francos, para “invertir” la dote (coulouca Uadot).» (J.-P. A.). Por ende, /adot designaba a la vez la parte de la herencia co- trespondiente a cada hijo, varén o hembra, y la donacién efec- tuada en el momento de la boda, casi siempre en efectivo, para evitar la fragmentacién del patrimonio, y sélo excepcionalmen- te en tierras. En este tiltimo caso, se consideraba que la tierra 26 estaba empefiada, y el cabeza de familia podia rescatarla me- diante una cantidad fijada previamente. Cuando una familia s6lo tenia dos hijos, como en el caso analizado aqui, el uso local establecfa que en las capitulaciones se otorgara un tercio del va- lor de la finca al hijo menor. Cuando habia 7 hijos (n > 2), la parte de cada segundén era (P — P/4)/n, y la del primogénito, P/4 + (P — P/4)/n, donde P designa el valor atribuido a la ha- cienda. La dote se calculaba de la manera siguiente: se hacia una valoracién estimada lo més precisa posible de la finca, oca- sionalmente recurriendo a peritos locales, para lo que cada par- te aportaba el suyo. Como base de la valoracién se tomaba el precio de venta de una finca del barrio 0 del pueblo vecino. Luego se estimaban a tanto el «jornal» (journade) los campos, los bosques 0 los helechales. Eran unos célculos bastante exac- tos, y por ello todos los aceptaban. «Por ejemplo, para la finca Tr., la valoracién estimada fue de unos 30.000 francos [hacia el afio 1900]. Eran el padre, la madre y seis hijos, un varén y cin- co hembras. Al primogénito le dan el cuarto, o sea, 7.500 fran- cos. Quedan 22.500 francos que hay que dividir en cinco par- tes. La parte de las segundonas es de 3.750 francos, que puede convertirse en 3.000 francos en efectivo y 750 francos en ropas, sdbanas, toallas, camisones y edredones, es decir, en ajuar, lou cabinet (el armario), que siempre aporta la novia» (J.-P. A.). Resumiendo, el importe de la dote era siempre una funcién de- terminada del valor del patrimonio y del nimero de hijos. No obstante, las normas consuetudinarias no sdlo parecian variar con el tiempo y segtin los pueblos, sino que nunca se aplicaban con un rigor matematico, en primer lugar porque el cabeza de familia siempre conservaba la potestad de incrementar o de re- ducir la parte del primogénito y los segundones, y después por- que la parte de los solteros no dejaba de ser virtual y, por lo tanto, permanecia integrada en el patrimonio. La observacién de la realidad recuerda que no hay que caer en la tentacién de establecer modelos demasiado sencillos. El «reparto» solfa llevarse a cabo de forma amistosa, en el momento del matrimonio de alguno de los hijos. Entonces se 27 én de capmaysoue, de ca- », A veces, la «institucién tamento. Asf obraron muchos mento de marchar al frente, en hacienda, el cabeza de familia en- dones que se iba a casar un importe e patrimonio, y definia al mismo tiem- parte que recibian bien en el momen- ‘tras el fallecimiento de los padres. Dejarse a reparto constituiria una grave equivoca- la funcién de todo el sistema consiste en reser- idad del patrimonio para el primogénito, pues las «partes» o las dotes de los segundones tan sdlo son una compen- sacion que se les concede a cambio de su renuncia a los dere- chos sobre la tierra.! Buena prueba de ello es que el reparto efectivo era conside- rado una calamidad. El uso sucesorio se basaba, en efecto, en la primacfa del interés del grupo, al que los segundones tenian que someter sus intereses personales, bien contentandose con una dote, bien renunciando a ella cuando emigraban en busca de empleo, bien, si se quedaban solteros, viviendo en la casa del primogénito y trabajando las tierras de sus antepasados. Por ello, slo en tiltima instancia se lleva realmente a cabo el repar- to, o bien cuando, debido a desavenencias familiares, 0 a la in- troduccién de nuevos valores, se acaba tomando lo que no es més que una compensacién por un derecho verdadero sobre una parte de la herencia, Asf, hacia 1830, las tierras y la casa de Bo. (casona de dos plantas, de dus soulés) acabaron repartidas entre los herederos, que habian sido incapaces de llegar a un acuerdo amistoso; desde entonces esta «toda surcada por zanjas Y setos» (toute croutzade de barats y de plechs)? Como el sistema 1. El cardcter gracioso que debfa de tener la dote antiguamente se refle- ja en el hecho de que el padre era muy libre de fijar su importe segtin sus preferencias, pues ninguna regla estricta establecia sus proporciones. 2. Habfa unos especialistas, llamados barades (de barat, zanja), que ve- nian de las Landas y cavaban las zanjas que dividian las fincas. 28 estaba dominado por la escasez del dinero liquido, a pesar de la posibilidad, prevista por la costumbre, de escalonar los pagos a Jo largo de varios afios, y que a veces podia alargarse hasta el fa- Ilecimiento de los padres, ocurria en ocasiones que resultara imposible efectuar el pago de una compensacién y que no que- dara mds remedio que proceder al reparto cuando se casaba unos de los segundones, cuya dote tenia que pagarse entonces con tierras. Asf se llegé a la liquidacién de muchas haciendas. «Tras los repartos, dos o tres familias vivian a veces en la misma casa, y cada cual dispon{a de su rincén y de su parte de las tie- rras. La habitacién con chimenea siempre revertia, en estos ca- sos, al primogénito. As{ ocurrié con las haciendas de Hi., Qu., Di. En el caso de An., hay trozos de tierra que nunca se han reintegrado. Algunos pudieron recomprarse después, pero no todos. El reparto creaba unas dificultades terribles. En el caso de la finca Qu., que se repartieron los tres hijos, uno de los se- gundones tenfa que rodear todo el barrio para poder llevar sus caballos a un campo alejado que le habia correspondido» (P. L.). «Habia primogénitos que, para ser duefios, tenfan que ven- der propiedades y también se dio el caso de que vendieran la casa y luego no la pudieran recuperar»! (J.-P.A.). O sea, la légica de los matrimonios est4 dominada por un Ppropésito esencial: la salvaguarda del patrimonio; acttia en una situacién econémica particular, cuyo rasgo principal estriba en la escasez de dinero, y esta sometida a dos principios fundamen- tales, como son la oposicién entre el primogénito y el segundén, Por una parte, y, por otra, la oposicién entre matrimonio de aba- jo arriba y matrimonio de arriba abajo, punto de encuentro don- 1. En aplicacién del principio segiin el cual los bienes de abolengo per- tenecen més al linaje que al individuo, el retracto de sangre, 0 gentilicio, otorgaba a cualquier miembro de un linaje la posibilidad de recuperar la po- sesién de bienes que hubieran sido alienados. La «casa madre» (la maysou mayrane) conservaba «derechos de retracto» (lous drets de retour) sobre las tie- ras cedidas como dote o vendidas. Por ello, «cuando se vendian esas tierras, y como se sabfa que tales casas tenian derechos sobre ellas, el vendedor se las ofrecta en primer lugar a sus propietarios» (J.-P. A.). 29 sistema econdmico, que " uefias, segtin el tama- parte, la légica de las relaciones | la primacia y la supremacia pertene- mente, en la gestidn de los asuntos [ta que todo matrimonio es funcién, gar que ocupa cada uno de los contrayentes de su respectiva familia y del tamafio de ésta, “ posicién relativa de ambas familias en la jerar- isu vez funcién del valor de su hacienda. ido a la equivalencia entre la parte del patrimonio here- y la dote (/adot; del verbo adouta, dotar), el importe de ésta queda definido de forma casi matematica! al mismo tiempo que las pretensiones del beneficiario; de igual modo, las preten- siones de la familia del futuro cényuge respecto a la dote que calcula recibir se rigen de forma estricta por el tamafio de la ha- cienda. En consecuencia, los matrimonios tienden a celebrarse entre familias equivalentes desde el punto de vista econémico. Sin duda, una gran hacienda no basta para que una familia sea considerada grande. Nunca se otorgard carta de nobleza a las ca- sas que sdlo deben su elevada posicién o su riqueza a su codicia, a su empecinada laboriosidad 0 a su falta de escripulos, y que no saben poner de manifiesto las virtudes que legitimamente cabe esperar de los poderosos, particularmente, la dignidad en el comportamiento y el sentido del honor, la generosidad y la hos- pitalidad. Y, a la inversa, la calidad de gran familia puede sobre- vivir al empobrecimiento. Por mucho que en la vida cotidiana la riqueza represente sélo un aspecto més en la consideracién que merece una familia, cuando se trata de matrimonio la situa- cién econémica se impone como factor primordial. La transac- cién econémica a la que el matrimonio da pie es demasiado im- portante para que la Idgica del sistema de valores no ceda el paso 1. Asi estaban las cosas hacia 1900 en el pueblo de Lesquire, pero el sis- tema no funcionaba, en un pasado mis lejano, de una forma tan rigida, pues la libertad del cabeza de familia era mayor. 30 a la estricta ldgica de la economfa. Por mediacién de la dote la Jégica de los intercambios matrimoniales depende estrechamen- te de las bases econémicas de la sociedad. En efecto, los imperativos econémicos se imponen al pri- mogénito con un rigor muy particular porque ha de conseguir, en el momento de su matrimonio, una dote suficiente para po- der pagar la dote de sus hermanos y hermanas menores sin tener que recurrir al reparto ni a la amputacién de la hacienda. Esta necesidad es igual para todas las «casas», ricas 0 pobres, porque la dote de los segundones crece proporcionalmente con el valor del patrimonio, y también porque la riqueza consiste esencial- mente en bienes raices y el dinero en efectivo es escaso. La elec- cién de la esposa o del esposo, del heredero o de la heredera, tie- ne una importancia capital, puesto que contribuye a determinar el importe de la dote que podrdn recibir los segundones, el tipo de matrimonio que podran contraer e incluso si les sera facil contraerlo; a cambio, el ntimero de hermanas y, sobre todo, de hermanos menores por casar influye de forma considerable en esa eleccién. En cada generacién se plantea al primogénito la amenaza del reparto, que ha de conjurar a toda costa, bien ca- sdndose con una segundona provista de una buena dote, bien hipotecando la tierra para conseguir dinero, bien obteniendo prérrogas y aplazamientos. Se comprende que, en circunstan- cias semejantes, el nacimiento de una hija no sea recibido con entusiasmo: «Cuando nace una hija en una casa», reza el prover- bio, «se desploma una viga maestra» (Cuan bat ue hilhe hens ue maysou, que cat u pluterau). No sdlo la hija constituye una ame- naza de deshonor, ademds hay que dotarla: encima de que «no se gana el sustento» y no trabaja fuera de casa como un hombre, se marcha una vez casada. Durante el tiempo que permanece soltera constituye una carga, mientras que un hijo aporta una valiosisima ayuda, pues evita tener que contratar criados. Por ello casar a las hijas se convierte en una prioridad. Los andlisis anteriores permiten hacerse una idea de lo es- trecho que es el margen de libertad. 31 ¢He visto renunciar a una boda por cien francos. El primo- génito deseaba casarse. “;Cémo vas a pagar a tus hermanos me- nores? Si quieres casarte, vete.” En la casa de Tr. habfa cinco se- gundonas, los padres trataban al primogénito de un modo especial. Le reservaban los mejores bocados y lo colmaban de atenciones. Su madre no dejé de mimarlo hasta que empezé a hablar de casarse... Para las hijas no habfa carne ni bocados ex- quisitos. Cuando Ilegé el momento de casar al primogénito, tres de sus hermanas ya estaban casadas. Querfa a una joven de La. que no tenia un céntimo, Su padre le dijo: “;Quieres casar- te? He pagado [por] las hijas menores, tienes que traer cuartos para pagar [por] las otras dos. La mujer no esta hecha para que la pongan en el aparador! [es decir, para ser expuesta]. No tiene nada. Qué va a aportar?” El chico se casé con una chica de E. y recibié una dote de 5.000 francos. El matrimonio no funcio- né bien. El primogénito empezé a beber y desmejoré. Murid sin descendencia. Tras una serie de conflictos, hubo que devol- ver la totalidad de la dote a la viuda, que se volvié a su casa. Poco después de la boda del primogénito, hacia 1910, una de las hijas menores se casé en La., con una dote de 2.000 francos. Cuando estallé la guerra, hicieron volver a la hija que se habia casado en S. [la finca colindante] para que ocupara el lugar del primogénito. Las otras hijas, que vivian mis lejos, en Sa., La. y Es., se disgustaron mucho ante esa decisién. Pero el padre ha- bia escogido a una hija casada con un vecino para incrementar su patrimonio»? (J.-P. A., 85 afios). La autoridad de los padres, custodios del patrimonio que hay que salvaguardar y aumentar, se ejerce de forma absoluta cada vez que hay que imponer el sacrificio del sentimiento al 1. Lou bachére, mueble que solfa colocarse frente a la puerta de la habi- tacién noble (low salou) 0, més a menudo, en la cocina, y en el que se expo- nia la mejor vajilla. 2. Los Tr. poseen la mayor hacienda de Lesquire (76 ha). Varias casas antafio habitadas (Ho., Ha., Ca., Si., Si.) fueron agregindose progresiva- mente a su patrimonio, 32 interés. No es infrecuente que los padres se encarguen de hacer fracasar los proyectos de matrimonio. Podian desheredar (des- hereta) al primogénito que se casara en contra de su voluntad. «Eugene Ba. queria casarse con una chica, guapa pero pobre. Su madre le dijo: “Si te casas con ésa, hay dos puertas; ella en- tard por ésta y yo saldré por aquélla, o ti.” La chica se enterd, no quiso esperar a que él la dejara y se marché a América. Eu- géne vino a nuestra casa, lloraba. Mi mujer le dijo: “Si le haces caso a mami...” “;Pues me casaré, a pesar de todo!” Pero la chica se habia ido sin despedirse»! (J.-P. A.) La madre desem- pefiaba un papel capital en la eleccidn de la esposa. Y se com- prende, teniendo en cuenta que ella es la daune, el ama de la casa, y que la mujer de su hijo tendra que someterse a su auto- ridad. Solfa decirse de las mujeres autoritarias: «No quiere sol- tar el cucharén» (nou boou pas decha la gahe), simbolo de la au- toridad en el gobierno de la casa.? Que los matrimonios eran mucho mis asunto de las familias que de los individuos es algo que evidencia todavia el hecho de que la dote, por lo general, se entregaba al padre 0 a la madre del cényuge y solo excepcionalmente, es decir, sélo en el caso de que sus padres ya no vivieran, al propio heredero. Algunas capitula- 1. El mismo informador cuenta un montén de casos similares, entre los cuales destaca el siguiente: «B. tenia novia en su barrio. El no contaba gran cosa. Su madre le dijo: «Te vas a casar con ésa, qué aporta? Si entra por esta puerta, yo saldré por aquella con mi hija [la hermana pequefia]”. Vino a verme y me dijo: “ Perdiou! (Valgame Dios!) Tu, ti estas casado; quiero ca- sarme. ;Dénde tengo que it?” La chica se marché a América. Volvié muy re- finada y bien vestida, y ni siquiera se digné a mirar a B. ;Ya ves...!» 2. El manejo del cuchardn es prerrogativa de la duefia de la casa. A la hora de sentarse en la mesa, mientras el puchero hierve, es ella quien echa las sopas de pan a la sopera. Ella es quien sirve el cocido y las legumbres; cuan- do todo el mundo se ha sentado, coloca la sopera encima de la mesa, remue- ve la sopa con el cucharén, para que se enfrfe un poco, y luego deja el man- do en direccién al cabeza de familia (abuclo, padre o tio), que se sirve en primer lugar. Mientras tanto la nuera se ocupa en otros menesteres. Para re- cordar a la nuera quien manda y ponerla en su lugar, la suegra le dice: «To- davia no suelto el cucharén.» 33 1 que en caso de separacion el suegro puede limitar- sea) Jos intereses de la dote; la hacienda no sufte merma y elyerno puede volver a casa si hay reconciliacién. Toda dote Ile- ya inherente un derecho de devolucién (tournedot) en el caso de que se extinguiera la descendencia del matrimonio en vista del cual se habia constituido, y ello durante varias generaciones. Por regla general, si el primogénito fallece sin hijos, su esposa puede quedarse y conservar la propiedad de la dote; también puede re- clamar la propiedad de la dote y marcharse. Si la esposa fallece sin hijos, también hay que devolver la dote. El tournedot repre- sentaba una seria amenaza para las familias, especialmente para las que habian recibido una dote muy elevada. Lo que significa- ba una razén de ms para evitar los matrimonios demasiado des- iguales: «Supongamos que un hombre desea casarse con la hija de una familia rica. Ella le aporta una dote de 20.000 francos. Sus padres le dicen: “Tomas 20.000 francos, convencido de ha- cer un buen negocio. De hecho, vas a labrar tu ruina. Has recibi- do la dote por capitulaciones. Vas a gastar una parte. Si te ocurre un accidente, ;c6mo vas a devolverla si tienes que hacerlo? No podrds.” Los matrimonios salen caros, hay que hacer frente a los gastos del banquete, mandar arreglar la casa, etcétera» (P. L.). Un gran alarde de protecciones consuetudinarias tiende a garan- tizar el cardcter inalienable, imprescriptible e intocable de la dote: la costumbre autorizaba al padre a exigir una garantfa para la salvaguarda de la dote; la mayoria de las capitulaciones inclufan unas condiciones de «colocacién» del importe total de modo que estuviera seguro y conservara su valor. En cualquier caso, la nue- va familia no tocaba la dote por temor a que uno u otro cényuge pudiera fallecer antes de que nacieran los hijos. La esposa conser- vaba la propiedad de la dote y el marido sdlo tenia el usufructo. En realidad, el derecho de usufructo sobre los bienes muebles, el dinero, por ejemplo, equivalia a un derecho de propiedad, pues el marido sélo estaba obligado a devolver el equivalente en canti- dad y en valor. Tanto es asi, que un primogénito podia utilizarlo para dotar a sus hermanos menores. En cuanto a los bienes in- muebles, sobre todo, la tierra, el marido sélo tenfa el usuftucto y 34 a gestion. La esposa tenia sobre los bienes dotales aportados por su marido derechos idénticos a los de un hombre sobre la dote de su esposa. Mas exactamente, eran sus padres quienes, mientras vi- yieran, disponian de las rentas producidas por los bienes aportados porsu yerno y los administraban. : De modo que la dote tenfa una triple funcién. En primer lugar, confiada a la custodia de la familia del heredero, o de la heredera, que se encargaba de su gestidn, tenfa que integrarse en el pattimonio de la familia fruto de ese matrimonio; en caso de disolucién de la unién, como consecuencia de la separacién de Jos cényuges, un supuesto harto infrecuente, o del fallecimiento de uno de ellos, si habia hijos, iba a parar a éstos, pero el cényu- ge supérstite conservaba el usufructo, y si no los habia, volvia a la familia de quien la hubiera aportado. En segundo lugar, por la dote aportada, la familia garantizaba los derechos de uno de los suyos en el nuevo hogar; cuanto més elevada era la dote, en efecto, mas asegurada quedaba la posicién del cényuge sobreve- nido. Aquel 0 aquella que aporta una dote considerable «entra como “amo” o como “ama” (daune) en el nuevo hogar».! Lo que explica la renuencia a aceptar una dote demasiado elevada. Por ultimo, por muy cierto que fuera, como se ha dicho mas arriba, que el matrimonio es un asunto demasiado serio para ex- cluir o relegar a un segundo plano las consideraciones econdmi- cas, también es preciso implicar unos intereses econdmicos im- portantes para que el matrimonio se convierta de verdad en un asunto serio. En el momento de crear un nuevo «hogar» la transaccién econémica sancionada mediante capitulaciones asu- mea la vez el papel de compromiso y de simbolo del caracter sa- grado de las relaciones humanas instauradas por el matrimonio. De todo lo que antecede se desprende que el primogénito no podia casarse «demasiado arriba», por temor a tener que de- volver algiin dia la dote y perder toda autoridad sobre el hogar, 1. El importe de la dote adquiere una relevancia especial cuando se tra- ta de un hombre, por ejemplo, un segundén que encra en el hogar de ura heredera. 35 abajo», por temor a deshonrarse con una unidén desacertada y encontrarse en la imposibilidad de ara sus hermanos y hermanas mds jévenes. Pero si, cuando se habla de «matrimonio de abajo arriba» (maridadje de bach ta haut) o de «matrimonio de arriba abajo» (de haut ta bach), se toma siempre la perspectiva del varén (como muestra la selec- cién de ejemplos), ello se debe a que la oposicién no tiene el mis- mo sentido segtin se trate de un hombre o de una mujer. Como el sistema de valores confiere una preeminencia absoluta a los va- rones, tanto en la vida social como en la gestién de los asuntos domésticos, resulta que el matrimonio de un hombre con una mujer de condicién més elevada es visto con muy malos ojos; por el contrario, el matrimonio inverso cumple con los valores profundos de la sociedad. Mientras la mera légica de la econo- mia tiende, por la mediacién de la dote, a propiciar el matrimo- nio entre familias de riqueza sensiblemente equivalente, ya que los matrimonios aprobados se sittian entre dos umbrales, la apli- cacién del sistema que se acaba de definir introduce una disime- tria en el sistema segtin se trate de hombres o de mujeres. Para un var6n la distancia que media entre su condicién y la de su es- posa puede ser relativamente grande cuando juega a su favor, pero ha de ser muy reducida cuando juega en su contra. Para una mujer el esquema es simétrico ¢ invertido. De lo que resulta que el heredero ha de evitar a toda costa tomar por esposa a una mujer de condicién superior a la suya; en primer lugar, como se ha mencionado, porque la importan- cia de la dote recibida constituye una amenaza para la hacienda, pero también porque todo el equilibrio de las relaciones domés- ticas resulta amenazado. No es infrecuente que la familia y, muy especialmente, la madre, principal interesada, se oponga a seme- jante matrimonio. Las razones son evidentes: una mujer de ex- tracci6n humilde se somete mejor a la autoridad de la suegra. Siempre se le recordara, si falta hace, su origen: «Con lo que has aportado...» (Dap ¢0 qui as pourtat...). Slo cuando fallezca su suegra podré decitse de ella, como sucle hacerse, «ahora la nucra es daune». La hija de familia acomodada, por el contrario, «es 36 daune desde que pone los pies en la casa gracias a su dote (qu ey entrade daune), es respetada desde el principio» (P. L.). Pero, en consecuencia, la autoridad del marido queda en entredicho, y es sabido que nada hay peor, desde el punto de vista campesino que una explotacién agricola dirigida por una mujer. El respeto de este principio adquiere una importancia deci- siva cuando se trata de un matrimonio entre un segundén y una heredera. En el caso de Eugéne Ba., analizado anterior- mente (p4g. 33), la autoridad absoluta de la madre procedia del hecho de que era la heredera de la casa y de que su marido era de origen mas humilde. «Ella era la daune. Era la heredera. Ella Jo era todo en aquella casa. Cuando un segundén se instala en el hogar de una gran heredera, ella sigue siendo la duefia» (J.-P. A,). El caso limite es el del hombre de origen humilde, el cria- do, por ejemplo, que se casa con una heredera. Asi, «una hija de buena familia se casé con uno de sus criados. Ella tocaba el piano, y el armonio en la iglesia. Su madre estaba muy bien re- lacionada y recibfa a gente de la ciudad. Tras diferentes inten- tos de matrimonio, finalmente, se cas con su criado, Pa. Este siempre fue considerado de casa de Pa., nunca de la de su espo- sa. Le decfan: “Tendrfas que haberte casado con una buena campesinita; habrfa significado otra ayuda para ti.” Vivia dis- gustado consigo mismo; lo consideraban como el ultimo mono de la casa. No podifa relacionarse con las amistades de su mujer. No pertenecia al mismo mundo. Quien trabajaba era él, mien- tras ella dirigia y se lo pasaba bien. Siempre se sentia molesto y cohibido, y también resultaba molesto para la familia. Ni si- quiera tenia suficiente autoridad para imponerle la fidelidad a su mujer»! (J.-P. A.). De aquel que se casa con una mujer de rango més elevado se dice que se coloca como «criado sin suel- do» (baylet chens soutade). 1. P. L. cuenta otro caso: «H., criado en una casa, estaba enamorado de las tierras que cultivaba. Sufria (pasabe mau) cuando la lluvia no llegaba. ;Y el granizo! jy todo lo demas! Acabé casindose con la duefia. Todos esos tios que hacen “matrimonios de abajo arriba” estén marcados de por vida. Se sienten molestos y cohibidos.» 37 1a mujer, se desaprueba el matrimonio nombre de la moral masculina, moral al hombre casarse con una mujer de opone a que la primogénita de una familia mo- e con un segundén de una familia acomodada, que un primogénito de familia modesta no puede ca- con una segundona de familia acomodada. Resulta mani- fiesto, pues, que si los imperativos econémicos se aplican con el mismo rigor cuando se trata de hombres o de mujeres, la Idgica de los intercambios matrimoniales no es exactamente idéntica para los hombres que para las mujeres y posee una autonomia relativa porque se presenta como el punto donde se cruzan la necesidad econédmica e imperativos ajenos al orden de la eco- noma, concretamente, aquellos que resultan de la primacia otorgada a los varones por el sistema de valores. Las diferencias econdmicas determinan imposibilidades de hecho, y los impera- tivos culturales, incompatibilidades de derecho. Asi pues, como el matrimonio entre herederos quedaba practicamente excluido, debido, sobre todo, a que implicaba la desaparicién de un nombre y de un linaje,! y también, por razo- nes econémicas, el matrimonio entre segundones, el conjunto del sistema tendfa a propiciar dos tipos de matrimonio, concre- tamente, el matrimonio entre primogénito y segundona y el ma- trimonio entre segundén y primogénita. En estos dos casos el mecanismo de los intercambios matrimoniales funciona con el grado maximo de rigor y de simplicidad: los padres del heredero (o de la heredera) instituyen a éste (0 a ésta) como tal, los padres del hijo menor (o de la hija menor) le constituyen una dote. El matrimonio entre el primogénito y la hija menor cumple perfec- tamente los imperativos fundamentales, tanto econémicos como 1, Exceptuando, tal vez, el caso en el que ambos herederos sean hijos tinicos y sus fincas estén préximas, este tipo de matrimonio esté mal conside- rado. «Es el caso de Tr., que se casé con la hija de Da. Se pasa el dia yendo y Viniendo de una finca a otra. Siempre est en camino, siempre en todas par- tes, nunca en su casa. La presencia del amo es necesaria» (P. L.). 38 les: gracias a él, la familia conserva la integridad de su pa- nio y perpettia su nombre. Para comprobar que el matri- entre una heredera y un segundén, por el contrario, corre "siempre el riesgo de contradecir los imperativos culturales, basta- econ analizar la situacién familiar resultante de ello. Para em- , ese matrimonio determina una ruptura definitiva y clara ‘el Ambito de los intereses econdmicos, entre el segundén y su familia de procedencia; mediante una compensacién, hecha efectiva en forma de dote, el segundén renuncia a todos sus de- rechos sobre el patrimonio. La familia de la heredera, a cambio, se enriquece con aquello que la otra familia acaba de perder. El yerno se desprende, en efecto, de todo lo que aporta en beneficio de su suegro quien, a titulo de aval, puede otorgarle una hipote- ca sobre todos sus bienes. Si ha aportado una dote considerable y se ha impuesto por su trabajo y por su personalidad, se le honra yse le trata como al verdadero amo; en el caso contrario, tiene que sactificar su dote, su trabajo y, a veces, incluso su apellido en bene- ficio del nuevo hogar, sobre el cual sus suegros piensan seguir manteniendo su autoridad. No es infrecuente que el yerno pierda, de hecho, su apellido y sea designado por el nombre de la casa." 1. Asi, en la familia Jasses (nombre ficticio), a los yernos sucesivos siempre se les ha llamado, hasta la fecha, por su nombre de pila seguido por el apellido de un antepasado, cabeza de familia de importante proyeccién, hasta el punto de dar nombre a la casa: «Aunque era un hombre honrado y bueno, el nombre de Jan de Jasses, procedente de Ar., poco comunicativo, apenas se mencionaba (mentabut). Del yerno actual se habla algo mAs, pero se le conoce como Lucien de Jasses» (J.-P. A.). JASSES Jacques de JASSES | (apellido en el registro civil: Lasserre) fallecido joven A= © Genevitve de JASsES fallecido en 1918 AV O7A\ Jan de Jasses (Lacoste) O =A Lucien de Jasses (Laplume) 39 . como hemos visto, por poco que fuera su familia mas humilde que la de su mujer, por poco que tuviera una personali- dad mas bien discreta, el segundén acababa asumiendo un papel subalterno en un hogar que nunca era del todo verdaderamente el suyo. Para aquellos segundones que no conseguian casarse con una heredera gracias a la dote, a veces incrementada con un pe- quefio peculio (low cabau) laboriosamente amasado, no habia mas salida que la de marcharse a buscar oficio y empleo en una empresa, en la ciudad 0 en América.' Era muy poco frecuente, en efecto, que se arriesgaran a arrastrar las incertidumbres de una boda con una segundona, el «matrimonio del hambre con las ga- nas de comer»; algunos de los que contraian semejante enlace «se colocaban con su esposa como criados a pensién completa» (bay- lets 2 pensiou) en las explotaciones agricolas 0 en la ciudad, y re- solvfan asi el problema mas dificil, el de encontrar vivienda (ue case) y empleo. Para los demés, y sobre todo los mas pobres, tan- to si eran criados o empleados por cuenta ajena o en su propia fa- milia, sélo quedaba el celibato, puesto que estaba excluido que pudieran fundar un hogar permaneciendo en la casa paterna.? Ese era un privilegio reservado al primogénito. En cuanto a las segundonas, parece que su situacién siempre fue més llevadera que la de los segundones. Debido, principalmente, a que repre- sentaban un lastre, habfa prisa por casarlas, y sus dotes, en gene- ral, solfan ser mayores que las de los varones, lo que incrementa- ba considerablemente sus posibilidades de matrimonio. Pese a la rigidez y al rigor con el que impone su légica, particu- larmente a los varones, sometidos a las necesidades econémicas y a los imperativos del honor, ese sistema no funciona nunca como un mecanismo. Tiene siempre suficiente «juego» para que el afecto 0 el 1, En el barrio de Ho., hacia 1900, sdlo habia una casa que no contara con un emigrado a América, por lo menos. Habia en Olorén reclutadores que animaban a los jévenes a marcharse: hubo muchos que se fueron duran te los malos afios entre 1884 y 1892. 2. Hasta cierto punto, los imperatives propiamente culturales, concreta y principalmente la prohibicién del matrimonio de abajo arriba, se impo- nian a los segundones con menos rigor. 40 jnterés personal puedan inmiscuirse. Asi, y a pesar de que, por lo dems, eran ellos los arbitros encargados de hacer respetar las reglas dde juego, de prohibir los matrimonios desacertados y de imponer, indiendo de los sentimientos, las uniones conformes a las re- alos padres, para favorecer a un segundén o una segundona predilectos, les permitian amasar un pequefio peculio (lou cabau); Jes conced{fan, por ejemplo, un par de cabezas de ganado que, en- tregadas en gasalhes,! reportaban sus buenos beneficios». _ Asi pues, los individuos se mueven dentro de los limites de las reglas, de tal modo que el modelo que se puede construir no representa lo que se ha de hacer, ni tampoco lo que se hace, sino lo que se tenderia a hacer al limite, si estuviera excluida cualquier intervencién de principios ajenos a la légica del siste- ma, tales como los sentimientos. Que los elementos de las diagonales principales de la ma- triz que figura a continuacién sean nulos, salvo dos (probabili- dad 1/2), se debe a que los matrimonios entre dos herederos 0 entre dos segundones estan excluidos en cualquier caso, y mas atin cuando a ello se suma la desigualdad de fortuna y de rango social; la disimetria que introduce el matrimonio entre una pri- mogénita de familia humilde y un primogénito de familia acaudalada se explica por el hecho de que las barreras sociales no se imponen con el mismo rigor a las mujeres y a los hom- bres, pues aquéllas pueden casarse de abajo arriba. Familia acaudalada __Familia humilde Primogénito Segundén Primogénito Segundén Familia eet Hr 0 1 0 0 acaudalada |Segundona 1 0 0 0 Familia eae 0 1/2 0 1 humilde _(Segundona__1/2 0 1 0 1. Contrato amistoso mediante el cual se entrega a un amigo de confian- a, tras haber hecho una valoracién, una o varias cabezas de ganado; los pro- ductos se comparten, as{ como los beneficios y las pérdidas que da la carne. 41 principio de diferenciacién utilizado por los de Lesquire, uno se ve abocado a oponer las y las «casas humildes», o también los «campe- = ntes» y los «campesinos humildes» (lous paysantots), $e corresponde esta distincién con una oposicién manifiesta fen el Ambito econdmico? De hecho, aunque la distribucién de los bienes rafces permita diferenciar tres grupos, las fincas de menos de 15 hectdreas, que alcanzan la cifra de 175, las fincas de 15 a 30 hectdreas, que suman la cifra de 96, y las fincas de mis de 30 hectareas, que Ilegan a la cifra de 31, las separaciones no son demasiado insalvables entre las tres categorias. Los apar- ceros y los granjeros son poco numerosos; las fincas diminutas (menos de 5 ha) y los latifundios (mas de 30 ha) constituyen una proporcién infima dentro del conjunto, respectivamente, 12,3 % y el 10,9 %. De lo que se desprende que el criterio eco- némico no tiene entidad suficiente para determinar por si solo diferenciaciones sensibles. Sin embargo, la existencia de la je- rarquia social es algo que se siente y se afirma de forma mani- fiesta. La familia relevante no sdlo es reconocible por la exten- sién de sus tierras, sino también por determinados signos externos, tales como la importancia de la casa: se distinguen las casas de dos plantas (maysous de dus soules) 0 «casas de amo» (maysous de meste) y las casas de una sola planta, residencia de granjeros, de aparceros y de campesinos humildes. La «casona» se define por el gran portén que da acceso al patio. «Las muje- res», afirma un soltero, «miraban més el portén (lou pourtale) que el hombre.» La familia importante también se distingue por un estilo de vida; objeto de la estima colectiva y honrada por todos, tiene el deber de manifestar en grado méximo el res- peto por los valores socialmente reconocidos, si no por respeto del honor, al menos por miedo de la vergiienza (per hounte ou per aunou). El primogénito de una familia relevante (Jou gran aynat) ha de mostrarse digno de su nombre y del renombre de su casa; y para ello, mds que cualquier otro, tiene que encarnar las virtudes del hombre de honor (homi daunou), es decir, la generosidad, la hospitalidad y el sentimiento de la dignidad. 42 Las «familias relevantes», que no son necesariamente las mas ri- del momento, son percibidas y se perciben a si mismas como formando parte de una auténtica nobleza. De lo que se desprende que la opinién publica tarda en otorgar su reconoci- miento a los «nuevos ricos», al margen de su riqueza, estilo de vida o éxito. Resulta de todo ello que las jerarqufas sociales que la con- ciencia comin distingue no son ni totalmente dependientes ni totalmente independientes de sus bases econémicas. Ello es pa- tente cuando se trata de contraer matrimonio. Nunca falta, sin duda, en el rechazo de las uniones que se tienen por desacerta- das la consideracién del interés econdmico, debido a que en el matrimonio se produce una transaccién de gran relevancia. Sin embargo, de igual modo que una familia de poco renombre puede hacer grandes sacrificios para casar a uno de sus hijos en una familia relevante, el primogénito de una casa relevante puede rechazar un partido més ventajoso desde una perspectiva econémica para casarse segtin su rango. Como mis bien distingue jerarquias sociales que clases es- trictamente determinadas por la economia, la oposicién entre casas relevantes y humildes se sittia en el orden social y es relati- vamente independiente de las bases econémicas de la sociedad. Aunque no sean nunca del todo independientes, hay que dis- tinguir las desigualdades de rango y las desigualdades de fortu- na, porque inciden de manera muy diferente sobre la légica de los intercambios matrimoniales. La oposicién basada en la desigualdad de rango separa de la masa campesina a una aristocracia rural distinta no sdlo por sus propiedades, sino, sobre todo, por la «nobleza» de su origen, por su estilo de vida y por la consideracién social de la que es objeto; implica la imposibilidad (en derecho) de determinados matri- monios considerados desacertados, en nombre de unas razones primero sociales y luego econémicas. Pero, por otra parte, fas desigualdades de fortuna se manifiestan con cada matrimonio particular, incluso dentro del grupo al que se pertenece por la jerarquia social y a pesar de la homogeneidad de las extensiones 43 de tierras poseidas. La oposicién entre una familia mas rica y iia menos rica no es nunca el equivalente de la oposi- cién entte los «xelevantes» y los ehumildes». Aun asi, debido al rigor con el que la necesidad econémica domina los intercam- bios matrimoniales, el margen de disparidad admisible perma- nece siempre restringido de tal modo que, mis alla de un um- bral determinado, las diferencias econdémicas hacen que resurja la barrera, e impiden, de hecho, los enlaces. Asf, junto a la linea de separacién que separa dos grupos jerarquicos dotados de cierta permanencia debido a la estabilidad relativa de sus bases econémicas, las desigualdades de fortuna tienden a determinar puntos de segmentacién particulares, y ello muy especialmente cuando se trata de contraer matrimonio. La complejidad que re- sulta de estos dos tipo de oposicién se duplica debido al hecho de que las reglas generales nunca se salen de la casuistica espon- tanea; ello es asi porque el matrimonio no se sitéa nunca plena- mente en la légica de las alianzas o de la légica de los negocios. Conjunto de bienes muebles e inmuebles que forman la base econémica de la familia, pattimonio que ha de mantenerse indiviso a lo largo de las generaciones, entidad colectiva a la que cada miembro de la familia ha de subordinar sus intereses y sus sentimientos, la «casa» es el valor de los valores, respecto al cual todo el sistema se organiza. Bodas tardias que contribuyen a limitar la natalidad, reduccién del ntimero de hijos (dos por pareja como media), reglas que regulan la herencia de los bie- nes, celibato de los més jévenes, todo contribuye a asegurar la permanencia de la casa. Ignorar que ésa es también la funcién primera de los intercambios matrimoniales significarfa vedarse la comprensién de su estructura. Con semejante légica, :quiénes eran los célibes? Sobre todo, los segundones, especialmente, en las familias numerosas yen las familias pobres. El celibato de los primogénitos, raro y excepcio- nal, se presenta como ligado a un funcionamiento demasiado ri- gido del sistema y a la aplicacién mecinica de ciertos imperati- 44 yos. Como el caso, por ejemplo, de los primogénitos victimas de la autoridad excesiva de los padres. «P. L.-M. [artesano del pueblo, de 86 afios de edad] nunca disponfa de dinero para salir; no salia nunca. Otros se habrian rebelado contra el padre, habrfan tratado de ganarse un poco de dinero fuera de casa; él se dejé dominar. Tenia una madre y una hermana que estaban al tanto de todo lo que sucedia en el pueblo, fuera cierto o falso (a tor ou a dret), sin salir nunca. Dominaban la casa. Cuando él hablé de casarse, se aliaron con el padre. “;Para qué quieres una mujer? Ya hay dos en casa.” Hacfa novillos en la escuela. Nunca le decfan nada. Se lo to- maban a broma. La culpa de todo la tiene la educacién» (J.-P. A). Nada mis ilustrativo que este testimonio de un viejo soltero (LA) nacido en 1885, artesano domiciliado en el pueblo: «Nada més acabar la escuela, me puse a trabajar con mi padre en el taller. Fui al servicio en 1905, servi en el XIII Regimiento de cazadores alpinos, en Chambéry. Conservo muy buen re- cuerdo de mis escaladas en los Alpes. Entonces no habia esquis. Nos atabamos a las botas unas tablas redondas, lo que nos per- mitia subir hasta la cima de los puertos. Al cabo de dos afios de servicio militar, volvi a casa. Tuve relaciones con una muchacha de Ré, Habiamos decidido casarnos en 1909. Ella aportaba una dote de 10.000 francos y el ajuar. Era un buen partido (w bou partit). Mi padre se opuso formalmente. En aquel entonces, el consentimiento del padre y de la madre era imprescindible.! “No, no debes casarte.” No me dijo sus motivos, pero me los dio a entender. “No necesitamos a ninguna mujer aqui.” No éramos ricos. Habia que alimentar una boca més, cuando ya te- niamos a mi madre y a mi hermana. Mi hermana sélo estuvo fuera de casa seis meses, después de casarse. Volvié en cuanto enviuds y sigue viviendo conmigo. Por supuesto, podfa haber- me marchado. Pero, en aquel entonces, el primogénito que se 1. A la ver «juridicamente» y materialmente. Sélo la familia podia ga- rantizar un «hogar equipado» (lou ménadje garnit), es decir, el mobiliario do- méstico: el “aparador”, el armario; la caja de la cama (U‘arcaillieyt), el somier, etcétera. 45 instalaba con su esposa en una casa independiente era una ver- giienza /w escarni,! es decir una vergiienza que desacredita y ridi- culiza tanto al autor como a la victima]. La gente habrfa dado por supuesto que sc habia producido una pelea grave. No habfa que mostrar ante los demés los conflictos familiares. Por su- puesto, habria tenido que irse lejos, alejarse del avispero (tiras de [a haille: \iteralmente, “zafarse del brasero”). Pero era dificil. Me afecté mucho. Dejé de bailar. Las chicas de mi edad estaban to- das casadas. Las otras ya no me atraian. Ya no me interesaban las chicas para casarme; antes, sin embargo, me gustaba mucho bailar, sobre todo, los bailes antiguos, la polca, la mazurca, el vals... Pero la quiebra de mis proyectos de boda habfa roto algo: se me habfan pasado las ganas de bailar, de tener relaciones con otras chicas. Cuando salfa, los domingos, era para ir a jugar a las cartas; a veces echaba un vistazo al baile. Trasnochébamos, en- tre chicos, jugdbamos a las cartas, luego regresaba a casa hacia medianoche.» (Entrevista realizada en bearnés.) Pero, sobre todo, era entre los capmaysoues, los primogénitos de las familias campesinas relevantes, donde los imperativos eco- némicos se ejercian con ms fuerza, donde mas abundaban los ca- sos de ese tipo. Quienes querian casarse en contra de la voluntad de los padres no tenfan més remedio que marcharse, exponi¢ndo- se a ser desheredados en beneficio de otro hermano o hermana. Pero marcharse le resultaba mucho menos facil al primogénito de una familia campesina relevante que a un segundén. «El primogé- nito de la familia Ba. [cuya historia se relata en la pagina 33, el ma- yor de Lesquire, no podfa irse. Habfa sido el primero en el pueblo que llevé chaqueta. Era un hombre importante, concejal del ayun- tamiento. No se podia ir. Y, ademds, tampoco era capaz de mar- charse para ganarse la vida. Estaba demasiado enmoussurit ( “ense- foritado” de moussu, sefior)» (J.-P. A.). Obligado a mostrarse a la altura de su circunstancia, el primogénito era victima, mds que cualquier otro, de los imperativos sociales y de la autoridad fami- 1. El verbo escarni significa «imitar burlonamente, caricaturizar». 46 liar, Ademés, mientras los padres viviesen, sus derechos a la pro- piedad no pasaban de virtuales. «Los padres soltaban el dinero con cuentagotas... Los jévenes a menudo no tenfan ni para salir. Ellos trabajaban y los viejos se quedaban el dinero. Algunos salian a ga- narse unos dinerillos para sus gastos fuera; se colocaban durante una temporada como cocheros o jornaleros. Asi, hacian algtin di- nero, del que podian disponer a su antojo. A veces, cuando tenia que ira hacer el servicio militar, daban al hijo menor alguin pecu- lio (w cabau): o bien un rinconcito de bosque que podia explotar, o bien un par de ovejas, o una vaca, lo que le permitia ganar un poco de dinero. Por ejemplo, me dieron una vaca que ledejéa un amigo en gasahles. Los primogénitos, muy a menudo, no tenfan nada y no podian salir. “Tit te quedards con todo” (qu at aberas tout) dectan los padres! y, mientras, no soltaban nada. Muchos, antes, se pasaban toda la vida sin salir de casa. No podfan salir por- que no tenfan ni un céntimo que fuera suyo, para invitar a unas copas. Y eso que entonces con cuatro perras te pegabas una buena juerga con tres o cuatro amigos. Habfa familias asi donde siempre habian tenido solteros. Los jévenes no tenian personalidad; esta- ban acogotados por un padre demasiado duro» (J.-P.-A.). Que algunos primogénitos estuvieran condenados al celiba- to, debido a la autoridad excesiva de los padres, no quita que, normalmente, hicieran buenas bodas. «El capmaysoue tiene don- de escoger» (P. L.). Pero las posibilidades de matrimonio se re- ducen paralelamente con el nivel social. Sin duda, al contrario que a los primogénitos de las familias relevantes, los segundones de origen més humilde, ajenos a las preocupaciones de los enla- ces desacertados y a las trabas suscitadas por el pundonor o el orgullo, tenfan, en ese aspecto, una libertad de eleccién mayor. Sin embargo, y a pesar de la sentencia que reza que més vale gente que dinero (que bau mey gen quiargen), también tenfan, més por necesidad que por orgullo, que tomar en consideracién la importancia de la dote que la esposa aportarfa. 1. Una sentencia que se pronuncia a menudo irdnicamente, porque se presenta como el simbolo de la arbitrariedad y de la tirania de los ancianos. 47 Junto al segundén que huye de la casa familiar y se marcha a la ciudad, en busca de algtin empleo modesto, 0 a América para hacer fortuna, también existe el que se queda junto al pri- mogénito por apego a la patria chica, al patrimonio familiar, a la casa, a la tierra que siempre ha trabajado y que considera suya. Entregado absolutamente, no piensa en el matrimonio. Su familia tampoco tiene prisa en verlo casado y trata a menu- do de retenerlo, durante un tiempo, por lo menos, al servicio de la casa; algunos condicionaban la entrega de la dote a la con- dicién de que el segundén se aviniera a trabajar junto al primo- génito durante un ntimero determinado de afios; otros se limi- taban a prometer un aumento de la parte. En ocasiones, se llegaban a firmar auténticos contratos de trabajo entre el cap- maysoue y el segundén cuya situacién era la de un criado. «Yo era el ultimo de una familia de cinco hermanos. Antes de la guerra de 1914 (nacié en 1894), estuve de criado en casa de M., y luego en casa de L. Guardo muy buen recuerdo de esa época. Después hice la guerra. Cuando volvi, me encontré una familia mermada: un hermano muerto, el primogénito, el ter- cero amputado de una pierna, el cuarto un poco atontado por la guerra. Estaba contento de haber vuelto a casa. Mis herma- nos me mimaban, los tres eran pensionistas, mutilados de gue- rra. Me daban dinero. El que estaba enfermo de los pulmones no podia valerse solo, yo le ayudaba, le acompafiaba a las ferias y a los mercados. Tras su muerte, en 1929, pasé a depender de la familia del segundo de mis hermanos, que se hab{a converti- do en el primogénito. No tardé en darme cuenta de lo aislado que estaba en esa familia, sin mi otro hermano ni mi madre, que tanto me mimaban. Por ejemplo, un dia que me tomé la li- bertad de ir Pau, mi hermano me eché en cara que se perdieran 1. Cadettou, el segundén, es un personaje de la tradicién popular en el que a los bearneses les gusta reconocerse. Vivo, astuto, malicioso, se las arre- gla siempre para hacer que el derecho le favorezca y salir airoso de las adver- sidades gracias a su ingenio. 48 unas cuantas pacas de heno, que habfan quedado al raso a mer- ced de la tormenta, y que habria recogido si hubiese estado alli. Ya se me habia pasado la edad de casarme. Las chicas de mi edad se habfan marchado o estaban casadas; con frecuencia me sentfa triste en mis momentos de asueto; me los pasaba bebien- do con los amigos, que, en la mayoria de casos, estaban en la misma situacién que yo. Le aseguro que, si pudiera volver atrds, dejarfa a mi familia sin pensarmelo dos veces y me colocarfa en algtin sitio, y tal vez me casaria. La vida seria mas agradable para mi. Para empezar, tendria una familia independiente, sélo mia. Y, ademds, el segundén, en una casa, nunca trabaja lo su- ficiente. Siempre tiene que estar en la brecha. Se le echan cosas en cara que un patrén jamés se atreverfa a reprochar a sus cria- dos. Mi tinico refugio, para tener un poco de tranquilidad, es encerrarme en casa de Es,;! en el tinico rincén habitable he ins- talado un catre» (testimonio recogido en bearnés). Por sendas opuestas, el segundén que se marchaba a la ciu- dad para ganarse la vida y el hijo menor soltero que se quedaba en la casa garantizaban la salvaguarda del patrimonio campesi- no.? «Habia unos segundones ancianos en unas casas que esta- ban a unas dos horas de camino (unos 7 u 8 kilémetros), en casa de Sa., en casa de Ch., en el barrio Le., que venfan a misa al pueblo, sdlo los dfas de fiesta y que, a sus setenta afios, nunca habian estado en Pau o en Oloron. Cuanto menos salen, me- nos ganas de salir tenfan. Claro, tenian que ir caminando. Y Para ir caminando a Pau, hay que tener ganas. Si no tenian nada que hacer alli, pues, sencillamente, no iban. Y no tenfan nada que hacer alli. El primogénito era el que salia. Ellos eran los pilares de la casa. Atin quedan algunos» (J.-P. A.). La situacién del criado agricola se parecia bastante a la del segundén que se quedaba en casa. A diferencia del obrero agri- 1, Ejemplo de casa que ha conservado su nombre, a pesar de haber te- ido diversos propietarios y de estar abandonada en Ia actualidad. 2. El segundén tenia, en principio, el usufructo vitalicio de su parte. Cuando morfa, si se habia quedado soltero, ésta revertia al heredero. 49 cola jornalero, que sélo consigue «jornales» (journaus) en vera- no y se queda a menudo sin trabajo durante todo el invierno y Ios dfas de Iluvia, que con frecuencia no tiene més remedio que aceptar trabajos a destajo (a preys-heyt) para llegar a final de mes (ta junta), y que gasta practicamente todo lo que gana («cinco céntimos al dfa, y la comida, hasta 1914») para com- prar pan o harina, el criado (lou baylet) goza de mayor seguri- dad.! Contratado para todo el afio, no tiene que temer la Ilega- da del invierno ni los dias de Iluvia, pues tiene comida y techo y le lavan la ropa. Con su salario, puede comprarse tabaco e ira «tomar una copa» los domingos. Pero, a cambio, el viejo criado tenfa que resignarse al celibato las mas de las veces, ora por ape- go a la casa y devocién por sus patrones, ora porque no dispo- nia de suficiente dinero para establecerse y casarse. Para el cria- do, casi siempre un segundén de familia modesta, como para el obrero, el matrimonio era muy dificil, y en estas dos categorias sociales es donde mas abundaban antes los solteros.” «Como era segundén, me colocaron muy temprano, a los diez afios, como criado en Es. Alli tuve relaciones con una chi- ca. Si nos hubiéramos casado, habriamos hecho, como dicen, “el matrimonio del hambre con las ganas de comer” (lou mari- daje de la hami dap la set). Eramos tan pobres el uno como la otra. El primogénito, claro esta, ya tenia la “casa con todo” (low 1. Se distingufa antes entre lous mestes 0 capmaysoues, es decir, los camos», relevantes 0 modestos; lous bourdes-mieytades, los aparceros; lous bourdes en aferme, los granjeros; lous oubrés, los obreros, y lous baylets, los cria- dos. Un criado muy bien colocado ganaba de 250 a 300 francos anuales antes de 1914. Si ahorraba mucho, podia esperar poder comprar una casa con unos diez o doce afios de salario y, con la dote de alguna muchacha y un poco de dinero prestado, comprar una granja y algo de tierra. El jornalero, por el con- trario, no tenia practicamente ninguna esperanza de prosperar. En cuanto ha- bian hecho la primera comunién, a los nifios y a las nifias los colocaban como ctiados 0 sirvientas (gouye). 2. La diferencia de edad entre los cényuges era, como media, mayor antes que ahora. No era infrecuente que hombres maduros, pero ricos y de familia relevante, se casaran con muchachas de 20 a 25 afios. 50 menadje garnit) de nuestros padres, es decir los rebafios, el co- tral, la casa, las herramientas agricolas, etcétera, lo que le facili- taba las cosas para casarse. La chica con la que yo ten{a relacio- nes se marché a la ciudad; suele ocurrir, las chicas no esperan. Lo tienen més facil para irse, para “colocarse” en la ciudad como criadas, deslumbradas por alguna amiga. Yo, mientras, me divertfa a mi manera, con otros chicos que estaban en el mismo caso que yo. Nos pasdbamos noches enteras (noueyteya, literalmente: “pasarse de juerga” toda la noche», noueyt) en el café; jugando a las cartas hasta el amanecer, haciendo pequefias “comilonas”. Casi siempre habl4bamos de mujeres, las dejaba- mos muy mal, por supuesto. Y al dia siguiente poniamos verdes a los compafieros de la juerga de la noche anterior» (N., criado agricola, nacido en 1898; entrevista realizada en bearnés). En las relaciones entre los sexos y en las bodas era donde ms se ponia de manifiesto la conciencia de la jerarquia social. «En el baile, ningtin segundén de familia humilde (« caddet de petite garbure) se acercaba demasiado a la hija menor de Gu. {un campesino importante]. Los otros segundones en seguida hubieran dicho: ;Menudo pretencioso! ;Pretende camelérsela por su dote! Los criados que tenfan buena planta sacaban a ve- ces a bailar a las herederas, pero no sola ocurrir. Habfa un cria- do bien parecido que era aceptado por la buena sociedad; iba detrds de la heredera de Es. Y se casé con ella. Todo el mundo “puso el grito en cielo” al ver que se casaba con ella. Era algo ex- traordinario. Todo el mundo estaba convencido de que seria su esclavo. De hecho, no fue ni remotamente asf: adopté el com- Portamiento de los padres de su mujer, que acababan de volver de América y vivian de renta, se convirtié en un sefior y no vol- vid a trabajar. Todos los viernes iban a Olorém (J.-P. A.). La légica de los intercambios matrimoniales tiende a salva- guardar y a perpetuar la jerarquia social. Pero, mds profunda- mente, el celibato de determinadas personas se encuentra inte- 51 grado en la coherencia del sistema social y, por ello, tiene una funcién social evidente. Por mucho que constituyera una espe- cie de fallo del sistema, el celibato de los primogénitos no era, en el fondo, mas que el efecto lamentable de una afirmacién ex- cesiva de la autoridad de los padres, piedra angular de la socie- dad. En lo que a los demas se refiere, segundones e individuos de origen humilde (de petite garbure), granjeros, aparceros, obreros agricolas y, sobre todo, criados, su celibato se inscribe en la Iégica de un sistema que rodea profusamente de protec- ciones al patrimonio, valor supremo. En esa sociedad en la que el dinero es escaso y caro,' donde lo esencial del patrimonio lo constituyen los bienes raices, el derecho de primogenitura, cuya funcién estriba en garantizar las tierras trasmitidas por los ante- pasados, es inseparable de la dote, compensacién otorgada a los segundones para que renuncien a sus derechos sobre las tierras y la casa. Pero, a su vez, la dote conlleva una amenaza: por ello se hace todo lo posible para evitar un reparto que arruinaria a la familia. La autoridad de los padres, la fuerza de las tradiciones, el apego a la tierra, a la familia y al apellido determinan al se- gundén a sacrificarse, ora marchandose a la ciudad o emigrando a América, ora permaneciendo en la finca, sin esposa ni salario.? Basta, para explicar que el matrimonio constituye un asun- to que pertenece més a la familia que al individuo, y que se lle- va a cabo segtin los modelos estrictamente definidos por la tra- dicién, mencionar su funcién econémica y social. Lo que no es 1. Todos los informadores suelen insistir en la escasez del dinero liqui- do: «No habia dinero, ni para las salidas de los domingos. Se gastaba poco. Una tortilla y una’chuleta 0 un pollo era todo lo que pediamos que nos hi- cieran [en la fonda]» (A. A.). «Ahora hay una abundancia de dinero que en- tonces no habia. La gente no es més rica, pero circula més dinero; quien po dia vivir en su casa y ahorrar unos céntimos era feliz, pero no quien tenfa que comprarlo todo, el obrero, por ejemplo. Ese era el mas desdichado de todos» (F. L.). 2. Ala inversa de otras regiones rurales, Lesquire ignoraba las bromas rituales que suelen hacerse a los solteros, varones 0 hembras, durante los car- navales, por ejemplo. (Véase. A. Van Gennep, Manuel de folklore francais, tomo I, 1 y 2, Paris, Editions Auguste Picard, 1943-1946.) 52 ébice para que también se practique, en la sociedad de antafio y atin en la actual, una segregacién de los sexos brutal. Desde la infancia, chicos y chicas estan separados en los bancos de la es- _cuela y en el catecismo. De igual modo, en la iglesia, los hom- _ bres se agrupan en el coro o en el fondo de la fila central de bancos, cerca de la puerta, mientras las mujeres se acomodan en los bancos laterales y los primeros de la fila central. El café es un lugar reservado a los hombres, y cuando las mujeres de- sean decirles algo a sus maridos no van ellas personalmente, sino que mandan a sus hijos. Todo el aprendizaje cultural y el conjunto del sistema de valores tienden a desarrollar en los miembros de uno y otro sexo actitudes de exclusién rec{procas y a crear una distancia que no puede cruzarse sin turbacién.! De tal modo que la intervencién de las familias era, en cierto modo, impuesta por la I6gica del sistema, y también la del «ca- samentero» o «casamentera», llamado srachur (0 talamé, en el valle del Gave de Pau). «Hacia falta un intermediario para ha- cer que se encontraran. Una vez se han hablado, ya marcha. Hay muchos que no tienen oportunidad de conocer a chicas 0 que no se atreven a ir a su encuentro. El anciano cura ha arre- glado muchos matrimonios entre familias relevantes de biem- pensantes. Por ejemplo, B. no salfa, era timido, apenas iba al baile; el viejo cura va verle: “Te has de casar.” La madre: “Ha- bria que casarlo, pero no encuentra con quien, es dificil.” “No hay que mirar la dote”, dice el cura: “hay una chica que ser para usted [la madre] un tesoro.” Lo casa con una chica pobre, con la hija de unos aparceros a los que conocia a través de una tia muy devota. El cura también ha arreglado el matrimonio de L. En muchos casos ha conseguido que antiguas familias que no estaban dispuestas a rebajarse aceptaran una boda con hijas de familias pobres. Muy a menudo, el vendedor ambulante (crou- Firtayre) hacia las veces de trachur. La madre le decia: “Quiero 1. El lenguaje es revelador: las expresiones ha bistes(literalmente: «lan- var miradas») y parla ue gouyate (literalmente: «hablar a una chica») signifi- can «cortejar». 20 ‘easar a mi hijo.” El lo hablaba con gentes que tenfan hijas casa- deras en Ar., Ga., Og., y los demas lugares por los que él pasa- ba, Muchos matrimonios se arreglaban asi. Otras veces, el que hacfa de intermediario era un pariente o algtin amigo. Se habla- ba el asunto con los padres de la chica y luego se le decia al mozo: “Vente conmigo, vamos a pasear, te voy a presentar.”» (P. L., 88 afios). Era costumbre, una vez el trato concluido, ofrecer algtin obsequio al trachur y convidarlo al banquete de boda. De quien habfa arreglado el matrimonio solia decirse: «Se ha ganado un par de botas» (que sia gagnat u pa de bottines). En este contexto ha de comprenderse el tipo de matrimo- nio llamado arate en la llanura del Gave y crowhou en Lesqui- re, por el que se unen dos hijos de una familia (dos hermanos o dos hermanas, o un hermano y una hermana) con dos hijos de otra. «La boda de uno de los hijos proporciona a los demas la ocasién de conocerse, y se saca buen provecho de ella» (P. L.). Notese que, en este caso, salvo si una de las familias tiene mas de dos hijos, no hay entrega de dote. La restriccién de la libertad de eleccién tiene, pues, tam- bién su lado positivo. La intervencién directa 0 mediata de la familia, sobre todo de la madre, hace que se vuelva innecesaria la btisqueda de una esposa. Se puede ser bruto, patoso, tosco y grosero sin perder todas las posibilidades de llegar a casarse. El mis joven de la familia Ba., «celoso, arisco, cascarrabias (rowg- nayre), desagradable con las mujeres, malo», ;no fue novio de la hija de An., la heredera mas guapa y rica de la comarca? Y tal vez no sea una exageracién pensar que, gracias a ese mecanis- mo, la sociedad garantiza la salvaguarda de sus valores funda- mentales, en concreto, las «virtudes campesinas». ;Acaso no opone la conciencia tradicional el «campesino» (lou pays) al «sefior» (lou moussit)? Sin duda, de igual modo que se oponia al campesino enmoussurit, «asefioritingado», el buen campesino se oponfa al campesino empaysanit, «acampesinado», al hucow,! al 1, Este término tiende a designar en la actualidad al soltero, literalmen- te, al «gato que maulla». 54 bre rudo, y tenfa que saber comportarse como «hombre sociable»; lo que no quita que siempre se insistiera en las cuali- dades de campesino. Sobre todo, hablando de matrimonio, lo esperado cra que un hombre fuera trabajador y supiera trabajar, y que fuera capaz de dirigir su explotacién, tanto por su com- petencia como por su autoridad. Que no supiera trabar amistad (amigailha’s) con las mujeres y que pusiera tanto empefio en el trabajo que descuidara sus deberes sociales no solia tenérsele demasiado en cuenta. El juicio colectivo era inmisericorde, por el contrario, con quien se atreviera a «darselas de sefior» (mous- sureya) en detrimento de sus tareas de campesino. «Era dema- siado sefiorito (moussu); no era bastante campesino. Muy buen mozo para salir a pasear, pero sin autoridad» (F. L., 88 afios). Toda la educacién basica preparaba a las muchachas a percibir ya considerar a los pretendientes en funcién de las normas ad- mitidas por la comunidad.' «Al “sefiorito” que le hiciera la cor- te, la joven campesina le habria contestado como la pastora de la cancién: “ You qaymi mey u bet hilh de paysd” (Yo prefiero un buen hijo de campesino).»> 1, De igual modo, el varén s6lo podia admitir y adoptar el ideal co- lectivo, segiin el cual la esposa ideal era una buena campesina, apegada a la tierra, Iaboriosa, «apta para trabajar dentro de la casa y fuera, en el campo, z eg a que Ie salgan callos en las manos y capaz de conducir el ganado» 2. «;Quieres, hermosa pastora, darme tu amor? Te seré fiel hasta el final de mis dias. You g aymi mey u bet hilh de pays ePor qué, pastora, eres tan cruel? Ex bous moussit ta qu’et tan amourous? GY usted, sefior, por qué esta tan enamorado?) No me gustan todas esas sefioritas... E you moussit qu'em foutis de bous... (y yo, sefior, me rio de usted)» (re- copilado en Lescquire en 1959). Existe una retahila de canciones que, como ésta, presentan a una pasto- fa que, astuta y sin pelos en la lengua, dialoga con un franchiman de la ciu- dad (nombre peyorativo aplicado a quien se esfuerza en hablar francés, fran- chimandeya). 55 2, CONTRADICCIONES INTERNAS Y ANOMIA Las manos que aplauden en los teatros y los cir- cos dejan descansar los campos y los viftedos. COLUMELA A todas las familias campesinas se les plantean fines contra- dictorios: la salvaguarda de la integridad del patrimonio y el respeto de la igualdad de derechos entre los hijos. La importan- cia relativa que se otorga a cada uno de estos dos fines varia se- gin las sociedades, asi como los métodos empleados para alcan- zarlos. El sistema bearnés se sittia entre los dos extremos: la herencia de uno solo, habitualmente el primogénito, y el repar- to equitativo entre todos los hijos. No obstante, la compensa- cién otorgada a los segundones no es més que una concesién debida al principio de la equidad; la costumbre sucesoria privi- legia abiertamente la salvaguarda del patrimonio, otorgado al primogénito, sin que Ileguen a sacrificarse totalmente, como antiguamente en Inglaterra, los derechos de los segundones. Con el celibato de los segundones y la renuncia a la herencia el sistema se cumpliria en toda su légica y alcanzaria el extremo hacia el que tiende, pero que nunca alcanza, porque eso equi- valdria a exigir de toda una categoria social un sacrificio absolu- to e imposible. Que el mismo fenédmeno que, antiguamente, parecia caer por su propio peso sea percibido ahora como algo anormal sig- nifica que el celibato de ciertas personas, que se aceptaba y con- tribufa a salvaguardar el orden social, representa ahora una amenaza para los fundamentos mismos de este orden. El celiba- to de los segundones no hacia mas que cumplir la légica del sis- 56 tema hasta en sus consecuencias mds extremas, y por ello podia ser percibido como el sacrificio natural del individuo al interés colectivo; en la actualidad, el celibato se padece como un des- tino absurdo e imttil. En un caso, acatamiento de la regla, es decir, anomalfa normal; en el otro caso, desajuste del sistema, es decir, anomia. LOS NUEVOS SOLTEROS El celibato se presenta como el signo mas manifiesto de la crisis que aqueja al orden social. Mientras en la antigua socie- dad el celibato iba estrechamente ligado a la situacién del indi- viduo en la jerarqu{a social, fiel reflejo, a su vez, del reparto de los bienes rafces, aparece hoy en dia como ligado, ante todo, a la distribuci6n en el espacio geografico. Sin duda, la eficacia de los factores que tendian a propiciar el celibato antiguamente no ha quedado en suspenso. La légica de los intercambios matrimoniales sigue dominada por la jerar- quia social. Un cuadro que diferencia a los solteros nativos de los pueblos! segtin la categoria socioprofesional, la edad, el sexo y la cuna evidencia a las claras que las posibilidades de matri- monio menguan paralelamente con la situacién socioeconémi- ca (véanse paginas siguientes). El porcentaje de solteros crece regularmente a medida que se va hacia las categorfas sociales inferiores: el 0,47 % de los sol- teros son grandes hacendados, el 2,81% son hacendados media- nos, el 8,45 % son hacendados pequefios (es decir, el 11,73% en el conjunto de los propietarios de tierras), el 4,22% son obreros agricolas, el 2,81% son aparceros y granjeros, el 11,73% son ctiados y el 69,50% son ayudantes familiares. Hay que ponde- 1, La poblacién aglomerada (que se designaré de ahora en adelante bajo el nombre de pueblo) es de 264 personas; la poblacién dispersa (case- rios) es de 1.090 personas. 57 rar estas cifras teniendo en cuenta la importancia numérica de las diferentes categorias.! Entre aparceros y granjeros, el porcentaje de solteros llega al 28,57%; entre obreros agricolas al 81,81%; entre criados al 100%.? Aunque, como antiguamente, las posibi- lidades de matrimonio son mucho menores para los individuos que pertenecen a las categorfas mas desfavorecidas, obreros agri- colas y criados en particular, resulta que el indice de solteros es relativamente elevado entre los propietarios de fincas. Los 28 ca- bezas de explotacién solteros y los 22 primogénitos que, con los padres vivos, han sido incluidos entre los ayudantes familiares, representan al 22,32% del conjunto de propietarios agricolas de los caserios. 1. Véase apéndice III: «Taille des familles selen la categorie socioprofes- sionnelle des chefs de famille», cuadros III A y B, en P. Bourdieu, «Célibar et condition paysanne», op., cit. pags. 123-124. 2. A pesar de haberse convertido en algo muy escaso (y por ello muy valioso), los criados no gozan de una situacién mucho mejor de la que goza- ban hace cincuenta afios. Totalmente sometidos a unos amos a menudo au- toritarios que procuran denigrarlos en publico para depreciarlos y evitar asi que se los quiten, ni siquiera pueden pensar en casarse. Es posible hacerse una idea més cabal de su condicién gracias al testimonio de uno de ellos, nacido en 1928: «Fui a la escuela hasta los once afios, en el barrio de Rey. Mi padre tenfa una pequefia finca de ocho hectireas, de helechos y bosque, vifiedos, algunos prados y tres fanegas de maiz. Yo tenia un hermano mayor y una hermana retrasada; me pusieron a trabajar en casa de L., como criado, Es un puesto arduo, los patrones son exigentes. Escuve alli como un esclavo duran- te seis afios. Estaba molido, fisica y moralmente. Me quedé deshecho. Habfa que reirle todas las gracias al amo, como un cretino. Con el consentimiento de mis padres consegut liberarme del amo e ir a casa de R., un pariente, du- rante ocho meses antes de marchar al servicio militar. Cuando me licencia- ron, trabajé de obrero agricola, Es duro, pero no es una esclavitud como ha- cer de criado. Después, trabajé en varias empresas de los alrededores. Trabajé para el grupo escolar, para la traida de aguas. Ahora estoy en la fabrica de la- drillos. ;Casarme? jAy, si fuera poli, encontrarfa veinte novias! Mire qué gor- das estan las mujeres de los gendarmes! No dan golpe.» 58 Solteros nativos de los caserios de Lesquire Rango por el nacimiento y sexo Condicién social y edad Vv H Totales Primo- Segun- Primo- Segun- génito din génita dona Grandes hacendados (més de 30 ha) 1. 21a 25 afios 2. 26 a 30 afios 1 1 3. 31 a 35 aftos 4, 36 a 40 afios 5. 41 afios y més Hacendados medianos (15 a 30 ha) 1. 21.425 afios 2. 26a 30 afos 1 1 3. 31.235 afos 4. 36 a 40 afios 5. 41 afios y mas 4 1 5 Hacendados pequefios (menos de 15 ha) 1. 21a 25 afios 2. 26 a 30 afios 3. 31.35 afios 4. 36. 40 afios 5. 4lafosymés 1 Reere Dryeen Apareceros y granjeros 1. 2125 afios . 26 a 30 afios 2 2 . 31a 35 afios . 36 a 40 afios . 41 afios y mas 3 1 4 YRwWN 59 Solteros nativos de los pueblos de Lesquire (continuacién) Rango por el nacimiento y sexo Condicién social y edad Me A Totales Primo- Segun- Primo- Segun- genito din génita dona Obreros agricolas 1. 21a 25 afios 1 1 2. 26a 30 afios 1 1 3. 31.35 afios 1 1 4, 36 a 40 afios 1 1 5. 41 afios y mas 3 1 1 5 Criados 1. 21a 25 afios 1 1 2 2. 26 a 30 afios 6 6 3. 31.235 afios 4. 36a 40 afios 1 it 2 5. 41 afios y més 3 12 15 Ayudantes familiares 1. 21.25 afios 15 14 3 13 45 2. 26 a 30 afios 14 9 1 2) 33 3. 31a 35 afios 12 6 3 21 4, 36 a 40 afios 4 3 3 10 5. 41 afios y mds 10 14 2 13 59. Totales 89 71 8 45 213 Hay que observar, por otra parte, que se cuentan 89 pri- mogénitos solteros (0 sea, el 55,6%), entre los cuales hay 49 de menos de 35 afios, contra 71 segundones (0 sea, el 44,4%), en- tre los cuales hay 38 de menos de 35 afios. En cuanto a las chi- cas, la relacién se invierte, pues las primogénitas sdlo represen- tan el 15% de las solteras, contra el 84% de las segundonas. De lo que cabe extraer unas primera conclusién: las posibilidades de matrimonio dependen menos de la situacién socioeconémi- ca que antiguamente. El privilegio del propietario y del primo- 60 ito corre peligro. Aunque, evidentemente, el capmaysoue se a més facilmente que el criado 0 el obrero agricola, no es in- cuente que se quede soltero, a pesar de todo, mientras el se- dén de familia modesta encuentra esposa. Pero lo esencial es que la oposicién entre los primogénitos un lado, y los segundones, los obreros y los criados, por el queda relegada a un segundo plano, sin quedar abolida, embargo, por la oposicién entre el ciudadano del pueblo y ypesino del caserio. Estado civil de los habitantes de Lesquire en funcién de la edad, del sexo y de la residencia Pueblo Casertos Solieror Casades Solteros Casados VHV oH VH Va Nacidos entre: 1933y1929 4 2 4 4 3014 5* 43 76 (21.225 afios) Ci 1928y1924 1 1 6 4 3615 14 20 97 (26 a 30 afios) 1923 y 1919 1 4 6 2 3 13 24* 71 B12 35 afios) 191821914 1 7 5 14 3 14 14 58 (36 a 40 afios) antesde1914 9 9 54 67 63 15 _204*257"* 678 Totales 15 1375 86 163 50 250 328 980 * Enere ellos un viudo. ™* Entre ellas una viuda. *™ Entre ellos 16 viudas. “Entre ellos 95 viudas. 61 Poblacion de Lesuire Residente en — Residente en Tovales on 1954 el pueblo los casertos Menores de 21 afios 75 299 374 Mayores de 21 afios 189 791 980 Totales 264 1.090 1.354 Mientras los solteros varones mayores de 21 afios represen- tan sdlo el 16,44% de la poblacién masculina del pueblo, for- man el 39,76% de la poblacién masculina de los caserfos (es decir, 2,4 veces mas), cuando el porcentaje para el conjunto de la poblacién alcanza el 35,38%. En el grupo que tiene entre 31 y 40 afios las diferencias son més notorias.' Los solteros forman el 8,35% de la poblacién masculina del pueblo y el 55,73% de la poblacién masculina de los caserfos, y el hecho esencial con- siste en que el {ndice de solteros ha pasado del 23,6% para los varones de los caserfos de mas de cuarenta afios, es decir, la vie-~ ja generacién, a 55,73% para los hombres entre 31 y 40 ajios, es decir, la joven generacién, o sea, un crecimiento del simple al doble. Entre las mujeres el fendmeno presenta un aspecto muy dife- rente. Partiendo de que el ntimero de mujeres que emigra del mu- nicipio, para trabajar en la ciudad o para casarse, es mucho mayor que el ntimero correspondiente de hombres, la comparacién en- tre el indice de solteros de los varones y el indice correspondiente de las mujeres no se justifica. No sucede lo mismo con la compa- racion entre el indice de mujeres solteras del pueblo y de mujeres de los caserios. Las mujeres solteras representan el 13,13% de la poblacién femenina del pueblo mayores de 21 afios, contra el 13,22% en los caserios; partiendo de que el porcentaje para el conjunto del municipio es del 13,20%, la diferencia es desprecia- ble. En el pueblo las solteras constituyen el 17,39% de la pobla- cién femenina entre 21 y 40 afios de edad, contra el 33% en los 1. La edad media en el momento del matrimonio es de 29 afios para los hombres y de 24 para las mujeres. 62 fos (es decir, una relacién de 1 a 1,9). Asi, mientras la oposi- n entre el pueblo y los caserfos est4 muy marcada en lo que a los mbres se refiere, resulta igual a cero si consideramos el conjunto dela poblacién femenina adulta, aunque, con todo, las mujeres de Jos caserios de la joven generacién estén desfavorecidas respecto a s mayores, pero infinitamente menos que los hombres.! ~ Si establecemos un balance de los resultados obtenidos has- ta el momento, parece manifiesto, en primer lugar, que las po- sibilidades de matrimonio son siete veces mayores para un hombre de la joven generacién (de 31 a 40 afios) residente en el pueblo que para uno de la misma generacién nacido en los caserfos; y, en segundo lugar, que la disparidad entre las mu- chachas de los caserfos y las del pueblo es mucho menos impor- tante que entre los mozos, pues las chicas del pueblo sélo tie- _ nen dos veces menos de posibilidades de quedarse solteras que las chicas de los caserfos.2 _ 1, Si consideramos la poblacién femenina residente en Lesquire (pres- cindiendo de las mujeres nacidas en Lesquire y casadas © domiciliadas en la ciudad), queda patente que, en el pueblo, una mujer de mas de 21 afios de cada siete es soltera, y el indice sube a dos de cada 11 para las mujeres de 21 240 afios. En los caserios la proporcién es la misma para las mujeres de mas de 21 afios: alcanza 1/3 para las mujeres de 21 a 40 afios. La influencia de la residencia sobre las posibilidades de matrimonio también afecta, pues, a las Mujeres que permanecen en Lesquire. 2. Consideremos sélo la distribucién marginal de los datos siguientes: Hombres Mujeres ; Solteros Casados Total _Solteras _Casadas__Total Pueblo 15 75 90 13, 86 99 — Caserios 163 250 413 50 328 378 Total 178 325, 503 63 414 477 __ Laresidencia y el estilo de vida correlativo influyen (de forma muy sig- nificativa, x2 = 16,70) en el estado civil: hay cinco veces mis hombres casa- dos que solteros en el pueblo y sélo dos veces mas (1.99) en los caserfos. Por el contrario, la residencia no influye de forma significativa (x? = 0,67) en el estado civil de las mujeres. 63 LOS FACTORES QUE HAN TRANSFORMADO EL SISTEMA DE LOS INTERCAMBIOS MATRIMONIALES La aparicién de esos fenémenos anormales revela que el sis- tema de intercambios matrimoniales, en su conjunto, ha sufrido una profunda transformacién cuyas causas esenciales hay que conocer antes de analizar la situacién actual. Ese sistema empe- 26 a tambalearse cuando se resquebrajé la institucién de la dote, que era su clave de béveda. En efecto, con la inflacién que si- guid al final de la Primera Guerra Mundial, la equivalencia en- tre la dote como parte del patrimonio y la dote como donacién otorgada al que se casa no pudo seguir manteniéndose. «Des- pués de la guerra pensébamos que aquellos “precios de locura” bajarfan. Hacia 1921 la vida empezé a bajar, y los cerdos y las terneras bajaron; pero sélo fue un movimiento aislado que no tuvo continuidad en el tiempo. Pocos meses después, los precios volvieron a dispararse. Y eso significé una verdadera revolucién: los ahorradores quedaron arruinados; ;cudntos pleitos y peleas entre propietarios y aparceros, entre granjeros y amos! Pasé lo mismo con los repartos: las segundonas, casadas desde hacia tiempo, pretendian una revisién al alza de la herencia de acuer- do con los valores del momento. Para los matrimonios, las dotes Reagrupemos ahora los datos marginales referidos a los solteros: Solteros Casados Total Pueblo 15 13 28 Caserfos 163 50 213 Total 178 63 241 De lo que cabe concluir que la residencia no ejerce la misma influencia sobre los hombres que sobre las mujeres, ni sobre los hombres del pueblo que sobre los hombres de los caserios. Como ya queds establecido que la di- vergencia no depende de la diferencia de situacién entre las mujeres del pue- blo y las mujeres de los caserios, ni entre los hombres del pueblo y las muje- res del pueblo, slo puede deberse a la situacién particular de los hombres de los caserios. 64 yez contaron menos. Hoy dia casi nadie les concede im- tancia. {Qué valor tiene el dinero? Habria que pedir mucho, ‘Una hacienda que valia 20.000 francos antes de 1914 vale ahora cinco millones. Nadie podria pagar unas dotes en proporcién. ué representa ahora una dote de 15.000 francos? Asi que a "nadie le importa» (P. L.-M.). Por todo ello, la dependencia de Jos intercambios matrimoniales respecto a la economia mengua ‘0, mejor dicho, cambia de forma; en vez de la posicién en la je- rarquia social definida por el patrimonio agropecuario, es ahora ~ mucho mis la condicién social -y el estilo de vida que lleva apa- _ rejado— lo que determina el matrimonio. Pero no sdlo se tambalea la base econémica del sistema: también ha habido una profunda transformacién de los valores. En primer lugar, la autoridad de los mayores, que se basaba, en ultima instancia, en el poder de desheredar, se debilita, en parte por razones econémicas, en parte debido a la influencia de la educacién y de las ideas nuevas.' Los padres que han pretendido manifestar su autoridad amenazando a los hijos con desheredar- los han provocado la dispersion de su familia, pues los jévenes emigran a la ciudad. Y eso es cierto, sobre todo por lo que refie- te a las chicas, que antes estaban encerradas en casa y se vefan obligadas a aceptar las decisiones de sus padres. «;Cuantas chi- cas hay hoy dia que se queden en casa? Ni una. Como tienen instruccién, todas tienen empleo. Prefieren casarse con un em- pleado, les da igual. Trae un “salario” todos los dfas. De lo con- trario, hay que trabajar todos los dias en la incertidumbre. ;An- tes? :Y adénde habia que marcharse? Ahora pueden, saben escribir...» (J.-P. A.). «Las chicas salen tanto como los chicos; y son a menudo mucho mds espabiladas... Eso es por la instruc- 1. Hay familias en las que la autoridad de los padres sigue siendo abso- luta, «Recientemente, a una de las chicas Bo., la mayor, atin la casaron con tun chico de la montafia; el muchacho vino a vivir a Lesquire. La madre ur- dié la boda de su hija pequefia, que tenia 16 afios, con el hermano mayor del marido de su hija mayor. Solia decir: “Hay que casarlas jévenes, luego quie- ren clegir ellas"» (J.-P. A.). A este tipo de boda se lo llama barate (ha ue ba- rate). 65 cién. Antes habia chicas colocadas en la ciudad, por supuesto, Ahora tienen un empleo; incluso estudian formacién profesio- nal y todo eso... Antes muchas chicas se colocaban para ganarse algun dinero para el ajuar, y luego volvfan. ;Por qué iban a vol- ver ahora? Ya no hay costureras. Con la instruccién, se marchan cuando quieren» (P. L.-M.). El debilitamiento de la autoridad paterna y la apertura de los jévenes a nuevos valores han privado a la familia de su papel de intermediario activo en la conclusién de los matrimonios, Paralelamente, la intervencién del casamentero (low trachur) se ha vuelto mucho més infrecuente.! Asf, la biisqueda de un compafiero es algo que depende ahora de la libre iniciativa de cada cual. Con el sistema antiguo se podfa prescindir de «corte- jar» y se podfa ignorarlo todo del arte de hacer la corte. Hoy todo ha cambiado. La separacién entre los sexos no ha hecho més que ampliarse con la relajacién de los vinculos sociales, particularmente en los caserfos,? y con el espaciamiento de las ocasiones de coincidir y conocerse. Mas que nunca, los «inter- mediarios» serfan ahora imprescindibles; pero «los jévenes son mds “orgullosos” que antes; se sentirfan de lo més ridiculos si los casaran» (J.-P. A.). La generacién joven, en general, ha deja- do de comprender los modelos culturales antiguos. Un sistema de intercambios matrimoniales dominado por la regla colectiva ha dado paso a un sistema regido por la légica de la competi- cién individual. En este contexto el campesino de los caserfos est4 especialmente indefenso. A la vez porque son infrecuentes y porque todo el aprendi- zaje tiende a separar y a enfrentar las sociedades masculina y fe- menina, las relaciones entre los sexos carecen de naturalidad y de libertad. «Para seducir a las chicas, el campesino promete el matrimonio, o deja que lo supongan; el compafierismo y la ca- 1. Un hecho significativo: las jévenes generaciones no conocen el tér- mino srachur, ni las costumbres de antafio. Todavia hay personas que pre- tenden arreglar mattimonios. Pero se las considera con cierta ironfa. 2. Véanse pags. 93 y siguientes. 66 maraderfa son inexistentes. No hay relaciones constantes entre Jos chicos y las chicas. El matrimonio cumple la funcién de se- fuelo. Antes tal vez funcionara, pero ahora no. El matrimonio _ con un campesino esté desvalorizado. Se han quedado sin argu- ; mentos de seduccién» (P. C., 32 afios, aldeano). El mero hecho de acercarse a una chica y dirigirle la palabra es todo un proble- _ ma. Aunque -y tal vez por ello— se conocen desde la infancia, el mds insignificante acercamiento adquiere la mdxima impor- _tancia porque quiebra bruscamente la relacién de mutua igno- _rancia y de mutuo retraimiento que caracteriza el trato entre los __jévenes de uno y otro sexo.! A la timidez y a la torpeza del chi- co se suman las sonrisas bobas y la actitud avergonzada de la _ chica. No disponen del conjunto de modelos gestuales y verba- les que podrfan propiciar el didlogo: estrecharse la mano, son- reir, bromear, todo resulta problematico. Y, ademds, esté la opi- _ nién que observa y juzga, que otorga al encuentro més trivial el _ valor de un compromiso irreversible. Si se dice de dos jévenes que «se hablan», lo que se quiere, realmente, decir es que van a casarse... No existen, no pueden existir, las relaciones neutras. Ademiés, todo tendia antes a favorecer al buen campesino, pues el valor del duefio de una hacienda dependia del valor de ésta, y viceversa. Las normas que regfan la seleccién de la pareja eran validas, por lo menos a grandes rasgos, para el conjunto de la comunidad: el hombre cabal habfa de reunir las cualidades 1, «Carecen de confianza en si mismos, No se atreven, después de ha- berla estado contemplando durante quince afios, a acercarse a una chica. “No es para mi”, se dicen para sus adentros. Van a la escuela. Trabajan des- apasionadamente. Tienen el certificado de estudios o el nivel elemental. Si los padres no los empujan, es la norma (las cosas estén cambiando, desde hace unos afios), se vuelven a la finca y poco a poco se van amodorrando. Llevan una vida tranquila, disponen de un poco de dinero de bolsillo los do- mingos. Se van al servicio militar, se hunden un poco més, se conforman. Regresan, van pasando los afios y no se casan» (A. B.). «Hay que verlos. Se muestran tensos en presencia de las chicas. No saben expresar sus sentimien- tos. Estin avergonzados. Y no les falta razén. Tienen la oportunidad de ha- blar durante cinco minutos cada quince dias con una chicas en las que tal vez no han parado de pensar durante esos quince dias» (P. C.). 67 que le convertfan en un buen campesino y en un «hombre so- ciable» y alcanzar un justo equilibrio entre lou moussit y low hu- cou, entre el patan y el hombre de ciudad, a fin de cuentas. La sociedad actual est4 dominada por sistemas de valores divergen- tes: ademas de los valores propiamente rurales, como los que acabamos de definir, hay ahora otros procedentes del entorno urbano y adoptados principalmente por las mujeres; dentro de esta légica, quienes salen privilegiados son el «sefior» y el ideal de sociabilidad urbana, totalmente distinto del ideal antiguo, que tenfa que ver, sobre todo, con las relaciones entre los hom- bres; juzgado segiin estos criterios, el campesino se convierte en el hucou. Pero el hecho esencial es, sin duda, que esta sociedad, anta- fio relativamente cerrada sobre s{ misma, se ha abierto de forma clara hacia el exterior. De lo que resulta, en primer lugar, que los primogénitos, atados a un patrimonio que no pueden aban- donar sin deshonor, tienen a menudo mis dificultades para ca- sarse —sobre todo, cuando se trata de pequefios hacendados— que sus hermanos menores que han abandonado la tierra y se han marchado a la ciudad 0 a las aglomeraciones proximas. Pero el éxodo es, esencialmente, algo femenino, porque las mujeres, como hemos visto, estan mucho mejor pertrechadas que antafio para enfrentarse a la vida urbana y siempre aspiran, y cada vez mis, a alejarse de la servidumbre de la vida campesina. «Las chi- cas ya no quieren ser campesinas. No les resulta facil encontrar mujer a muchos jévenes, hijos de granjeros, de aparceros e in- cluso de hacendados, sobre todo, cuando la hacienda esté en un lugar perdido en el campo, lejos de la escuela y de la iglesia, de las tiendas, de un lugar de paso, y més atin si el sitio es agreste, la tierra escasa y dura de trabajar. Todo empez6 después de 1919. Cuando los hijos de campesino que no Ilevaban el amor a la tierra en la sangre empezaron a marcharse en busca de em- pleo, las chicas pudieron encontrar partidos que les garantiza~ ban una vida de ocio y mas acomodada, una casa donde podian ser “duefias” (daunes) desde el primer dia. Antafio, antes de la inflacién, los padres de las chicas casaderas (maridaderes) les da- 68 pan unas buenas dotes para “colocarlas” en las casas de los cam- inos; saben que, con el dinero de ahora, esa dote, que tantos sacrificios les ha costado, ya no vale nada. Prefieren mandar afuera a sus hijas con un pequefio ajuar y cuatro chavos en el bolsillo; asi saben que después no se les quejaran de que traba- jan como una esclava a la que siempre tratan igual que a una ex- trafia» (P.-L. M.). (Véase también apéndice V.) Menos vinculadas a la tierra que los varones (que los primogé- nitos, en cualquier caso), pertrechadas con la instruccién minima imprescindible para adaptarse al mundo urbano, parcialmente li- beradas de las obligaciones familiares gracias al debilitamiento de las tradiciones, mds rdpidas a la hora de adoptar los modelos de comportamiento urbanos, las chicas pueden emigrar a las ciu- dades 0 a los pueblos més facilmente que los chicos. Para calibrar la importancia relativa de la migracién de los hombres y de las mujeres, basta comparar el ntimero de chicos y de chicas nacidos en Lesquire durante un periodo determinado y que fueron censa- dos en 1954, con el mimeto de chicos y de chicas cuyo nacimiento fue inscrito en el registro civil durante el mismo periodo. Comparacién de los nativos y de los censados Afios de nacimiento 1923 1928 1933 1938 a a a a Total 1927 1932 1937 1942 1. Chicos Nacidos en Lesquire 88 80 65 40 273 Residentes en Lesquireen 1954 67 49 44-33 193, Emigrados 21 3121 7 80 Porcentaje de emigrados 24% 38% 32% 17% 29% _ 2. Chicas Nacidas en Lesquire BGT Gata Go Residentes en Lesquireen 1954 40 41 40 35 156 Emigradas 46 24 31 12 113 Porcentaje de emigradas 53% 27% 43% 29% 42% 69 Este cuadro no sélo evidencia un importante descenso de la natalidad (es decir, superior al 50% entre 1923 y 1942), sino que pone de manifiesto que las mujeres emigran de Lesquire mu- cho mas que los hombres: entre las personas de 27 a 31 afios en 1954, emigraron 2,22 veces mas mujeres que hombres (y 1,4 ve- ces en lo que se refiere a los afios 1923 a 1942). A grandes rasgos, seis mujeres y cuatro hombres abandonan el pueblo cada afio. Las mujeres se marchan pronto, desde la adolescencia. Los hom- bres tardan més; sobre todo entre los 22 y los 26 afios, es decir, do masculino). Asf pues, las mujeres estan motivadas para pre- pararse para la marcha desde las postrimertas de la adolescencia y a apartarse de los hombres del pueblo, mientras que los hom- bres tratan de establecer su porvenir en la comarca natal. Un anilisis de la ratio por sexos de las diferentes categorias de edad (segtin el censo de 1954) confirma estas observaciones. Ratio por sexos y distribucién segiin la residencia después del servicio militar. La magnitud del éxodo femenino Pueblo _— Caserios Conjunto (42%, es decir, casi una de cada dos mujeres) no ha de ocultar la pee Ratio Ratio Ratio emigracién masculina (29%, o sea, casi uno de cada tres hom- f veo 2S ye pee ip Pr 80x. bres), pues si no resultarfa incomprensible el crecimiento relativo del celibato femenino de la joven generacién que ha permane- cido en los caserfos, y cabria la tentacién de explicar el indice pa- tolégico de celibato masculino por una penuria de mujeres.! Con todo, los habitantes de Lesquire tienen una percep- cién correcta de la situacién objetiva: no hay informador que no invoque el éxodo de las mujeres, sobreestimandolo las mas de las veces. De lo que resulta que las mujeres tienen la espe- ranza de marchar de Lesquire, mientras que la mayorfa de los hombres se sienten condenados a quedarse allf (y ello tanto mas cuanto que se tiende a minimizar, en términos relativos, el éxo- Antes de 1893 24 41 61,53 105,125 86,06 129 166 80,12 1893-1902 16 18 88,88 70 52 134,61 86 70 122,85 1903-1912 19 19 100 87 74 117,56 106 93 113,97 1913-1922 13 14 92,82 63 42 150 76 56 135,71 1923-1932 19 13 146,15 97 67 144,77 116 80 145 1932-1954 32 36 88,41 157 151 103,98 189 187 96,25 Total 123 141 88,48 579 511 113,97 702 652 108,53 os Si recordamos que, para el conjunto de Francia, es en 1954 ‘de 92, vemos que la ratio por sexos de la poblacién de Lesquire ‘es anormalmente elevada; baja para las personas de mas de 60 Afios y para las de menos de 22, demasiado jévenes para emigrar, _ €s muy alta para todas las categorias intermedias, lo que permite concluir que el indice de emigracién es mas importante para las ‘Mujeres que para los hombres, y, sobre todo, en los caserfos, Pues la ratio por sexos de la poblacién que vive en el pueblo es siempre inferior a 100, excepto los afios 1923 a 1932. 1. Las causas del celibato de las mujeres no son exactamente las mismas que las del celibato de los hombres. No hay duda de que algunas mujeres si- guen sometidas a determinismos parecidos a los que propician el celibato de los hombres. Es el caso de algunas muchachas empaysanides, nisticas, mal ves- tidas, torpes; como sus compaferos de infortunio, se quedan comiendo pavo. en el baile y para vestir santos. Es el caso de algunas herederas que se quedan en casa para no abandonar a sus padres, o el de las mujeres que se que- dan junto aun hermano condenado al celibato; hay parejas de solteros de esta indole en una treintena de casas. También estin las chicas que tienen mala fama y a las que los jdvenes, por miedo al ridiculo y al qué dirdn, no se acre ven a cortejar. Por ultimo, para algunas muchachas del pueblo, el celibato s€ debe a la imposibilidad de encontrar un partido que corresponda a sus aspita- ciones y a su estilo de vida, de modo que prefieren permanecer solteras antes que casarse con un campesino de los caserios. ‘CONTRADICCIONES INTERNAS Asi, por la accién de diversas causas, una auténtica reestruc- turacién se ha llevado a cabo. Sin embargo, aunque sus condi- 70 71 ciones de ejercicio sean del todo distintas, el principio funda- mental que domina la Iégica de los intercambios matrimoniales, es decir, la oposicién entre los matrimonios de abajo arriba y los matrimonios de arriba abajo, se ha conservado. Y ello porque ese principio esta estrechamente vinculado a los valores funda- mentales del sistema cultural. En efecto, por mucho que la igualdad sea absoluta entre los hombres y las mujeres en lo refe- rente a la herencia, todo el sistema cultural sigue dominado por la primacfa conferida a los hombres y a los valores masculinos.! En la sociedad de antajfio, la légica de los intercambios ma- trimoniales dependfa estrechamente de la jerarquia social, que, en sf misma, constitufa un reflejo de la distribucién de los bienes raices; més atin, su funcién social estribaba en salvaguardar esa jerarquia y, a través de ella, el bien mas valioso, el patrimonio. De lo que resulta que los imperativos de orden econémico eran al mismo tiempo imperativos sociales, imperativos de honor. Casarse de arriba abajo no s6lo significaba poner en peligro la herencia de los antepasados, sino también, y sobre todo, rebajar- se, poner en entredicho un apellido y una casa y, con ello, poner en peligro todo el orden social. El mecanismo de los intercam- bios matrimoniales era el resultado de la conciliacién armoniosa de un principio propio de la légica especifica de los intercambios matrimoniales (¢ independiente de la economia) y de principios pertenecientes a la ldgica de la economia, es decir, las diferentes normas impuestas por el afan de salvaguardar el patrimonio, ta- les como el derecho de los primogénitos o la regla de la equiva- lencia de las fortunas. Sin duda, la influencia de las desigualda~ des econémicas sigue siendo perceptible. No obstante, mientras que antafio, porque se integraba en la coherencia del sist este principio sélo impedia unos matrimonios para propici otros, todo sucede hoy en dia como si la necesidad econémica ejerciera slo de forma negativa, impidiendo sin propiciar. porque sigue funcionando, mientras que el sistema dentro 1. La existencia de una diferencia de edad importante (cinco afios, mo media) a favor del marido constituye otro indice. 72 cual tenfa una funcién esencial se ha desmoronado, lo tinico que hace este principio es incrementar la anomia. «Ahora la necesi- dad de una mujer es mayor. Ni se plantea ahora rechazar un ma- trimonio, como antes, por una cuestién de dote» (J.-P. A.). Y, asi y todo, aunque la necesidad incite a transgredir los principios antiguos, éstos acttian todavia, en cierto modo, como un freno y una rémora. Las madres, por ejemplo, se preocupan mas de «ca- sar» a las hijas que a los hijos, lo que ahora deberia ser prioritario ellas. Las normas antiguas (convertidas en «prejuicios») si- guen obstaculizando més de una boda entre el primogénito de una familia relevante y una muchacha de baja cuna.! Por ello, entre los hombres de los caserfos, globalmente desfavorecidos, algunos lo estén por partida doble; aquellos que ya lo estaban con el sistema antiguo, los segundones que se quedan en casa y _ los mds pobres, aparceros, granjeros, criados. La exagerada preocupacién por el importe de la dote, el te- mor a los gastos que acarrean los fastos de la boda, el banquete en la casa, que es de tradicién en el momento del casorio, la _ compra del ajuar, que se expone ante los invitados, la renuencia de las muchachas ante la perspectiva de soportar la autoridad excesiva de los suegros, que conservan el control del presupues- to de gastos y de la explotacién agricola, son obstaculos 0 im- limentos que a menudo hacen fracasar los proyectos de ma- © 1. Toda una categorfa de solteros (sobre todo entre los hombres de 40 afios) surge como «producto» de este desfase entre las normas antiguas y ueva situacién. «Algunos jévenes de familias relevantes que no quieren jarse y que no se habfan dado cuenta del cambio de situacién se han ido asi, solteros. Es, por ejemplo, el caso de Lo., uno de esos campesi- de Lesquire que, después de la guerra, tuvieron el viento en popa. Hijo tuna familia acomodada, con dinero en el bolsillo, siempre bien vestido, frecuentado el baile durante bastante tiempo. Forma parte de esos campe- hijos de buena familia, adinerados, que tenian cierto éxito por todas fazones y que todavia no habfan tenido “fracasos” por ser campesinos. indudable que alguna de las muchas chicas a las que “mir6 por encima del abro” no le vendria mal ahora. Sin embargo, no parece Jamentar haber pasar la ocasién. Se consuela, todas las semanas, con un pintow (jarra io litro de vino) con sus compafieros de desgracia...» (P. C.). 73 trimonio. Va pasando el tiempo; la chica, entre tanto, ha «pes- cado» al gendarme o al cartero. Con ellos todo es sencillo: no hay problema de dote, de ajuar, de ceremonias ni de despilfa- rros en fiestas, ni, sobre todo, de cohabitacién con la suegra. Aunque sigue ejerciendo una influencia determinante so- bre el mecanismo de los intercambios matrimoniales, la opo- sicién entre los primogénitos y los segundones tiene hoy un significado funcional muy diferente. El estudio de cien matri- monios inscritos en el registro civil entre 1949 y 1960 es escla~ recedor: se cuentan, en efecto, 43 matrimonios entre un here- dero y una segundona, 13 entre un segundén y una heredera, 40 entre dos segundones y sdlo 4 entre dos herederos. Asi, los matrimonios entre segundones, excepcionales antafio, se han vuelto ahora casi tan numerosos como los matrimonios entre herederos y segundonas. Resulta comprensible si se observa, por una parte, que los segundones casados con segundonas sue- len estar empleados en sectores no agricolas, y, por la otra, que; para la gente del pueblo, la oposicién entre el primogénito y el segundén tiene una funcién muy secundaria en los intercam- bios matrimoniales, pues los diferentes tipos de matrimonio se distribuyen al azar. Mucho menos dependientes que antafio de la «casa» porque se han garantizado otras fuentes de ingresos que les permiten instalarse en otro lugar, mucho menos pen- dientes del importe de la dote, los segundones no dudan en ca- sarse con segundonas sin bienes. La escasez relativa de matrimonios entre herederas y segun- dones se debe, esencialmente, a que, por el mero hecho de mar- charse de casa, muchas herederas que se casan fuera del pueblo o en el propio Lesquire renuncian al derecho de primogenitura, que recae las més de las veces en un hermano menor. Es el caso, principalmente, de las primogénitas de familias numero- sas que no pueden esperar para casarse a que sus hermanos me- nores hayan alcanzado la mayoria de edad y que prefieren mat- charse a la ciudad. También es el caso, muy frecuentemente, de las «herederas modestas», que ceden la primogenitura a un her mano menor. Por todo ello las herederas, que desde siempre 74 han sido menos numerosas que los herederos, tienden a esca- sear atin mas. Mientras que para los aldeanos, y mas generalmente para los asalariados de los sectores no agricolas, la mayor parte de los impedimentos antiguos han desaparecido, éstos siguen vigentes para los campesinos de los caserios, como pone de manifiesto la extraordinaria escasez de uniones entre dos herederos (4%). Los matrimonios entre herederos y segundonas y, menos fre- cuentemente, entre herederas y segundones, siguen siendo la regla. Pero la existencia de un indice de solteros elevado, inclu- so entre los herederos, evidencia, una vez més, que el sistema antiguo ha conservado suficiente vigencia para imponer la ob- servancia de los principios fundamentals, pero no para propi- ciar de forma efectiva aquello que esos principios pretendian garantizar. En efecto, la légica del sistema tendfa a hacer que, por una parte, el patrimonio no pudiera ser alienado, parcelado o abandonado y que, por otra parte, el linaje se perpetuase; con este fin casaban siempre al heredero o a la heredera, quienes, cuando no tenfan hijos, cedfan sus derechos a un segundén. Si, de estas dos funciones, la primera se cumple —mds eficaz- mente, tal vez, que nunca, porque la marcha de los segundones y de las mujeres aleja la amenaza del reparto y deja la tierra al primogénito o a quien ocupa su lugar-,! el celibato del primo- génito anticipa el final del linaje. Del antiguo sistema sélo que- dan para los campesinos de los caserios los determinismos ne- gativos. Asi pues, aunque el indice de solteros haya crecido percep- tiblemente en los tiltimos afios, la transformacién de los inter- 1. Los segundones que han emigrado a la ciudad estan mucho menos Apegados a sus derechos sobre la tierra. «{Qué quieres que haga con la tierra el segundén que se ha marchado a la ciudad, que tiene un empleo de obrero © de funcionario? De todos modos, lo tinico que puede hacer es venderla. Muchos prefieren una compensacién en dinero, pero también los hay que tienen que conformarse con promesas» (A. B.). Otros factores tienden a afianzar la posicién del primogénito, como la reduccién del tamafio medio de las familias en los caserios (Véanse pigs. 98-99). 75 cambios matrimoniales no puede describirse como una mera modificacién cuantitativa de la distribucién de los distintos ti- pos de matrimonio. Lo que se observa, en efecto, no es la de- sagregacién de un sistema de modelos de comportamiento que se verian sustituidos por meras reglas estad{sticas, sino una ver- dadera reestructuracion. Un sistema nuevo, basado en la oposi- cién entre el aldeano y el campesino de los caserfos, tiende'a ocupar el lugar del sistema antiguo, basado en las oposiciones entre el primogénito y los segundones por una parte, y entre el grande y el pequefio hacendado (0 el no hacendado), por otra. Considerado aisladamente, el sistema de los intercambios ma- trimoniales de los campesinos de los caserfos parece contener dentro de si mismo su propia negacién, tal vez porque sigue funcionando en tanto que sistema dotado de reglas propias, las de tiempos pretéritos, cuando se encuentra sumido en un siste- ma estructurado segin principios diferentes. ;No sera precisa- mente porque contintia constituyendo un sistema por lo que este sistema resulta autodestructivo? CAMPESINOS Y ALDEANOS Para definir la funcién de la oposicién recientemente surgi- da entre aldeanos y campesinos de los caserfos bastar4 con ana- lizar, por un lado, los intercambios matrimoniales entre unos y otros, y, por otro lado, sus areas de matrimonio respectivas.! Entre 1871 y 1884 los matrimonios entre nativos del munici- pio representaban el 47,95% del ntimero total de matrimo- nios. En el periodo de 1941 a 1960, sdlo representaban el 39,87 %. Los intercambios matrimoniales entre el pueblo y los caserios han disminuido considerablemente; si antes represen- taban el 13,77% de los matrimonios, sélo representan ahora el 2,97%. Paralelamente, el indice de matrimonios con el exterior 1. Véase la pirdmide de edad de los habitantes de Lesquire, suprimida en esta edicién, en P. Bourdieu, «Célibar et condition paysanne», op. cit. pag. 73: 76 ~ crece sensiblemente (un 8,08%). Si se distribuyen los matri- monios con un cényuge de fuera del municipio segtin la dis- - tancia que media entre el lugar de procedencia de éste y Les- " quirre, se constata que el 4rea principal de los intercambios ~ coincide, hoy como antafio, con el circulo de 15 kilémetros de radio dentro del cual se llevaban a cabo el 91,33% de los ma- trimonios, contra solo el 80,31% hoy,! y, por otra parte, que la ~ proporcién de matrimonios dentro de un radio superior a 30 __ kilémetros (rea VII), desde siempre relativamente elevada, ha _ crecido de manera considerable en el transcurso del perfodo re- ciente (véase el cuadro siguiente) Variacién del 4rea matrimonial segtin la residencia S SF Am- Am- 0-5 5,1 10,1 15,1 201 25,1 30,1 Total Pue- Case- bos bos km -10 -15 -20 -25 -30 -y blo- rio- del del km km km km km mas case- pue- case- pue- rio? blo? rio blo 1871-1884 15 12 56 11 39 21 25 3 2 2 10 196 En % del ntimero total de i matrimo- nios 7,65 6,12 28,57 5,61 19,89 10,71 12,75 1,53 1,02 1,02 5,10 100 1941-1960 4 14 8 3 212 2 3 3 25 168 En % del numero total de matrimo- nios 2,38_0,59 32,14 4,76 14,94 12,50 13,09 1,19 1,78 1,78 14,94 100 Para explicar la extensién del drea de los matrimonios, y también la prdctica desaparicién de los intercambios entre el pueblo y los caserios, hay que estudiar la proporcién de los ma- 1. El ntimero de matrimonios consanguineos es minimo: sélo nueve dispensas fueron concedidas por la Iglesia entre 1908 y 1961, ambos inclusi- ve, para matrimonios entre primos de primero y segundo grado. 77 trimonios de cada tipo en funcién del numero total de matri- monios de cada una de las cuatro categorfas, lo que evidenciara el crecimiento relativo de las 4reas respectivas de matrimonio y al mismo tiempo la estructura de la distribucién de los diferen- tes tipos de matrimonio para cada categoria (véase el cuadro si- guiente). Hombres de GCuserto. — sa, distribuida en granjas construidas en las laderas y en las mon= tafias bajas. Hay varias razones para ello: en primer lugar, los modelos implicitos que orientan la eleccién de una esposa inc- taban a buscar una buena campesina, acostumbrada al trabajo duro y dispuesta a aceptar la vida dificil que le espera; es evidente que a una mujer, por muy campesina que sea, acostumbrada al trabajo facil de la llanura del Gave, le va a costar acostumbrarse a la condicién que le tocarfa en suerte en una remota granja perdi- da entre los caserios y, a mayor abundamiento, a una chica de la ciudad; habituadas ya a una existencia andloga, las muchachas de los caserios vecinos o de los pueblos de la zona de las colinas eran Mas propensas a aceptar esta vida y a conformarse con ella. Naci- das y criadas en una regidn relativamente cerrada a las influen- cias exteriores, eran menos exigentes y valoraban a sus parejas €ventuales segtin unos criterios que a ellos les resultaban menos desfavorables. Ademés, el 4rea de los matrimonios coincidia con Ta zona en la que no se sentian demasiado desplazados.! Alli se it 1. Para los habitantes de la llanura del Gave, la gente de la regién de las, Colinas son moutagnoous, es decit, «riisticos», ebastos». Son motivo de burla 82 83 celebran bailes a los que se atreven a ir, y que contribuyen a de- finir las relaciones de «camaraderfa» de las que se siguen los in- tercambios matrimoniales. Por ello las ciudades que se frecuen- tan con mayor asiduidad, sobre todo, por los mercados, no son, en absoluto, aquellas con las que esos intercambios son mas in- tensos. Pero, desde hace unos afios, ese mundo cerrado en el que uno se sentia entre los suyos y en su casa se ha abierto. En los: caserios del area principal de los matrimonios, como en los ca- serios de Lesquire, las mujeres vuelven la mirada mucho més hacia la ciudad que hacia su caserfo o hacia los caserfos vecinos, que sdlo les prometen ms de lo mismo, de eso de lo que precisa- mente quieren escapar.! Los modelos y los ideales urbanos han invadido el ambito reservado del campesino. De lo que resulta, en primer lugar, que las muchachas se muestran renuentes a ca- sarse con un campesino que sdlo puede proponerles una vida que ellas conocen demasiado bien. Ademés, cada vez aceptan con mayor dificultad la idea de someterse a la autoridad de los padres de su marido, que «no estén dispuestos a dimitir» (nous bolin pas desmeéte), y, en particular, se niegan a renunciar ante notario a sus derechos a la propiedad. Temen a menudo la tira- nia de la anciana daune, que pretende conservar el mando en la casa, particularmente cuando el padre carece de autoridad por- que ha hecho un matrimonio de abajo arriba (véase apéndice VI: caso de la familia S.). De lo que resulta, en segundo lugar, que la movilidad espacial y social de las mujeres, més dispues- tas, en general, a adoptar los modelos y los ideales urbanos, ha aumentado mucho mds que la de los hombres. Tienen muchas més posibilidades de encontrar un partido fuera del mundo su facha, su habla ruda y gangosa (la gente del Ilano dice you (yo), los de los cerros dicen jou). b 1. Todos los fenémenos constatados en los caserios pueden observarse también en los demés pueblos del cantén, que estén, en relacién con el pue= blo de Lesquire, en la misma situacién que los caserios. Asi, la poblacién cantén pasé de 5.260 habitantes en 1836 a 2.880 en 1936. El éxodo feme- nino es en todas partes muy importante. 3 84 campesino, para empezar, porque, segtin la légica misma del sistema, son ellas las que circulan, después porque asimilan con mayor rapidez que los hombres algunos aspectos de la cultura urbana (cosa que habré que explicar), y, por ultimo, porque la regla implicita que prohibe a los hombres el matrimonio de arriba abajo s6lo puede favorecerlas. De lo que se deduce que los intercambios matrimoniales entre los caserfos campesinos y la ciudad tienen que efectuarse, por fuerza, en una sola direccién. Por ejemplo, as{ como a un nativo de los caserfos ni se le ocurrirfa, salvo excepciones, ir al baile en una ciudad préxima, los ciudadanos acuden a menudo en grupo a los bailes campesinos, donde su aspecto ciudadano les proporciona una ventaja considerable sobre los campesinos. Por ende, aun en el supuesto de que su rea de bailes fuera tan reducida como la de los mozos, de todos modos las chicas de los caserfos podrian conocer a los chicos de la ciudad. Muy es- casas son, por el contrario, las chicas de la ciudad que, salvo cuando se celebra la fiesta mayor del pueblo, acuden a los bailes campesinos, aunque, llegado el caso, hay grandes probabilida- des para que desprecien a los campesinos. Simplificando, po- dria decirse que cada hombre se encuentra situado en una Area social de matrimonio, y la regla establece que puede tomar es- Posa facilmente en su drea y en las 4reas inferiores. De lo que cabria deducir que mientras el habitante de la ciudad puede, ted- ticamente, casarse con una chica de la ciudad, del pueblo o de los caserfos, el campesino de los caserfos esté limitado a su area. Un nativo de Lesquire tenfa antes mds del 90 % de posibili- dades de escoger esposa en un radio de 15 kilémetros alrededor de su residencia. Cabria, por lo tanto, esperar que la amplia- cién reciente de esta 4rea vaya pareja con un incremento de las Posibilidades de matrimonio. De hecho, no es eso lo que ocu- tre. La distancia social impone unas limitaciones mucho mds Tigurosas que la distancia espacial. Los circuitos de los inter- cambios matrimoniales se desgajan de su base geogrifica y se Organizan en torno a nuevas unidades sociales, definidas por el hecho de compartir algunas condiciones de existencia y un esti- 85 lo de vida determinado. El campesino de los caserfos de Lesqui- re tiene hoy tan pocas posibilidades de casarse con una chica de Pau, de Olorén o incluso del pueblo vecino como las que tenia antafio de casarse con una chica de cualquier caserfo remoto del Pais Vasco o de Gascufia. I UL Posibi- Presti- Posibi- Presti- lidad de gio lidad de gio, matri- matri- monio monio Cas.-9 Cas. + + Pueb.-9Cas. + QOrro casero + + 2Orr0 caserio + 9 Pueblo ee iep 2 Pueblo +t gd Ott pueblo = + Ott pueblo + + Gran ciudad - + 2Gran ciudad + + ul IV Posibi-- Presti- Posibi- Presti« lidad de gio lidad de gio matri- matri- monio monio 2Cas.-d Cas. + 9 Pueb.-d Cas. ee Otro caserio + Otro caserio + = Pueblo got ky 3 Pueblo ao lei SOto pueblo + = + Otro pueblo + + Gran ciudad + + Gran ciudad + + 86 3. LA OPOSICION ENTRE EL PUEBLO Y LOS CASER[OS Como antafio, el alma del campesino esté en la idea alodial. Odia por instinto al hombre de la ciudad, al hombre de las corporaciones, de los gre- mios y cofradfas, como odiaba al sefior, al hombre de los derechos feudales. Su gran preocupacién, de acuerdo con una expresién del antiguo derecho que no ha olvidado, consiste en expulsar al foras- tero. Quiere reinar en solitario sobre la tierra y, gracias a esa dominacién, hacerse el amo de las ciudades e imponerles su ley. PROUDHON, La Capacité politique des classes ouvritres, pag. 18. Esta reestructuracién del sistema de intercambios matrimo- niales podria ser correlativa de una reestructuraci6n de la socie- dad global en torno a la oposicién entre el pueblo y los caserios que seria a su vez, el producto de un proceso de diferenciacién que tenderfa a conferir al pueblo el monopolio de las funciones urbanas. Asi, pues, antes de analizar el papel que representa-esa oposicién en la experiencia de los habitantes de Lesquire y, al mismo tiempo, en sus comportamientos, hay que describir, a partir de los datos objetivos, sus génesis y su forma. En una pequefia depresién, donde confluyen los valles de los rios Baise y Baisole, las casas del pueblo se aprietan forman- do una linea de fachadas continua a lo largo de la calle mayor, a ambos lados de la iglesia y de la plaza central donde se agru- pan los organismos principales de la vida del pueblo: ayunta- miento, estafeta de correos, oficina de la caja de ahorros, escue- la, comercios y cafés. Situado en el limite de la ladera y de la depresién htimeda, el pueblo parece haber surgido a causa del atractivo de los prados que bordean el rio y de los vifiedos que cubren las colinas circundantes. 87 A su alrededor, sobre las laderas de las colinas, cuya altitud varia entre 200 y 400 metros, s¢ esparcen las granjas de los ca- serios, situados a distancias que oscilan entre 200 metros y un kilémetro. Construidas casi siempre en la cumbre de las colinas y en las laderas mas altas, estén rodeadas de viftedos, de cam- pos, de huertos y de bosques. Aunque asi evita la humedad, las nieblas y, sobre todo, las heladas del fondo de los valles, la elec cién de este emplazamiento dificulta, a menudo, el acceso y obliga a buscar agua excavando pozos que superan a veces los 15 0 20 metros de profundidad. Caminos vecinales, asfaltados parcialmente en 1955, unen las casas al pueblo, pero las mas alejadas sdlo disponen de pistas forestales en mejor o peor esta- do, a veces impracticables en invierno porque, con frecuencia, bordean los barrancos (arrecs) excavados por los arroyos que descienden hacia el Baise. Se trata del arquetipo del paisaje ru- ral, en el que cada finca esta cuidadosamente delimitada por frondosos setos. Cada finca constituye un pequefio ambito ais- lado, con sus campos generalmente dispuestos en lo alto del ce- ro o en los rellanos, sus vifiedos en la ladera expuesta al sol, sus bosques en las pendientes empinadas y en los valles encajona- dos, sus prados en las hondonadas htimedas. La homogeneidad de las condiciones fisicas, consecuencia de una tierra demasiado compartimentada para facilitar la formacién de fincas extensas, permite a cada granja aislada disponer de diversos elementos del paisaje agrario, de modo que, en distancias reducidas, coe- xisten los cultivos ms variados. Muchas fincas antafio cultiva- das son ahora yermas, y los matorrales invaden los campos que rodean las granjas abandonadas. Incluso el vifiedo, orgullo del campesino, ha retrocedido mucho tras las crisis filoxéricas de 1880 y de 1917, y debido a la penuria de mano de obra como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. En un radio de 6 a 7 kilémetros alrededor del pueblo, el ha- bitat se distribuye de forma muy homogénea. No obstante, se distinguen algunos caserios o barrios que, a grandes rasgos, Co- rresponden a unidades morfoldgicas, por ejemplo, una zona de colinas delimitada por dos depresiones (barrio Rey) 0 un pe- 88 quefio valle (Labagnére). Extendido a lo largo de varios kiléme- tros por las colinas, el barrio constituia en el pasado una unidad yecinal muy concurrida. Aunque, por el mero hecho de su situacién, el pueblo siempre ha desempefiado un papel de centro administrativo, artesanal y comercial, la oposicién que domina hoy toda la vida pueblerina ha ido adquiriendo su forma actual progresivamen- te, sobre todo, desde 1918. Distribucién de los cabezas de familia por categorias socioprofesionales Categorias 1881 1911 1954 socioprofesionales _Caserios Pueblos Caserios Pueblos Caserios Pueblos Hacendados 345 15) | 2e0 15) aoe re Aparceros, granjeros 18 Pa atoll 1 Peones agricolas 20 192 "Yo 1 4 Obreros fee agate 3 5 6 Comerciantes 2 20 3 13 — Profesiones liberales — Ste 9 - 3 Artesanos 31 96.8 ag: 90 Si ht caps Cuadros y funcionarios 4 1306 «14 8 10 Ejército, policta = See 5 ae 5 Inactivos a 3 2 15 Det) Jubilados 5 8 2 3 6 17 Total 442 132 371 116 288 95, En 1911 el 78,4% de los cabezas de familia residentes en el pueblo viven de ingresos no agricolas, contra el 88,4% en 1954. De hecho, las cifras minimizan la amplitud del proceso de urbanizacién. En realidad, sélo el 7,3% de los cabezas de fa- milia residentes en el pueblo se dedican efectivamente a profe- siones agricolas (cuatro de los seis hacendados no explotan por si mismos sus tierras), contra el 21,5% en 1911. Ademas, antes de 1914, exceptuando los funcionarios, los habitantes del pue- 89 blo eran «todos un poco campesinos» (J.-P. A.). Todos los arte- sanos y tenderos del pueblo tenfan tierra y ganado; hoy dia, aunque el comercio haya conservado su cardcter indiferenciado, pues las tiendas de ultramarinos también pueden ser carnicerfas © panaderias, o cafés, o bazares, todos los comerciantes, asi como los artesanos,! han renunciado a sus actividades agricolas. Los prados junto a la orilla del rio, muy codiciados porque el heno es escaso y caro, y también porque se pueden arrendar durante el invierno para los rebafios que bajan de la montafia, pertenecfan en su prdctica totalidad a seis familias del pueblo? Casi todas las familias tenfan vacas. No habfa casa en el pueblo que no tuviera su vifiedo (donde siempre crecfan algunos arbo- les frutales, melocotoneros, cerezos y manzanos) en las laderas vecinas. En cuanto un habitante del pueblo alcanzaba cierta holgura econémica, compraba un vifiedo 0, mejor atin, un pra- do; siguiendo un sistema de valores tipicamente campesino, no relacionaba el prestigio, como el aldeano de hoy, con la acumu- lacién o la ostentacién de bienes de consumo, tales como el au- tomévil 0 la televisién, sino la extensién de su patrimonio agri- cola. Y todo el mundo, asi en el pueblo como en los caserfos, se enorgullecfa de no servir en su mesa més que el vino de su vi- fiedo, o supuestamente ta Las casas conservan todavia hoy la huella de ese pasado; casi todas han mantenido el gran portén con arco de medio punto que se abrfa para dar paso a los carros cargados de heno. . Se cuentan seis cafés, a saber: un café propiamente dicho, un café vinculade ala tienda de ultramarinos, otro a la carniceria, otro a la tienda de ultramarinos y a la carniceria, y dos, por tiltimo, a la posada. Dos tiendas de ultramarinos hacen a la vez de panaderia. Algunas formas de artesania han desaparecido o experimentan una crisis profunda: por ejemplo, por orden, los tejedores (dos en 1881), los zapateros y los almadrafieros (12 en 1881 contra siete en 1911 y dos, sin trabajo, en 1954); entre los herradores y los herreros, los hay que han podid adaptarse dedicandose a la forja artistica 02 la planchisteria del auromévil. 2. Los prados han permanecido hasta hoy (salvo una excepcién) en po- sesién de esas seis familias relevantes de las que, desde hace un siglo, han sali do la mayorfa de alcaldes y de concejales. 90 Preferian amputar la superficie reservada a la vivienda restan- dole el ancho del pasillo que daba acceso desde la calle hasta el granero, situado en la parte trasera de la casa, antes que muti- Jar el huerto, ya muy estrecho, restandole el ancho de un cami- no. En el patio interior, a veces en la parte trasera de la casa, estaban la pocilga y el gallinero; mas alla, el granero, con el es- tablo, el lagar y el henil; después, el huerto, lengua de tierra del ancho de la casa y de un centenar de metros de longitud, delimitado a ambos lados por una hilera de parras.' Pese a las transformaciones, el interior de las casas sigue organizado en funcidn de los imperativos técnicos de la agricultura, ya que la preocupacién por el confort no es, ni mucho menos, priorita- ria. Por ello, las fachadas ciudadanas ocultan el pasado campe- sino? (véase fig. 1). En 1911, el 13,1% de los cabezas de familia de los caserfos viven de ingresos no agricolas, contra el 11,5% en 1954.3 Pero las mutaciones acaecidas en los tiltimos veinte afios son mds profundas de lo que expresan los ntimeros. Antes, hacia 1900, habfa de seis a diez «posadas» por barrio; el de Lembaeye, por ejemplo, donde hoy no queda ninguna, contaba con una dece- na; cada una ten{a su quillier, su bolera.4 La gente también acu- dfa para jugar las cartas. Se celebraban bailes. A lo largo de la carretera de Pau a Olorén habia una veintena de posadas don- 1, La mayoria de huertos conservan algunas vides aunque, debido a las heladas y a la edad de los pies, la cosecha es précticamente inexistente. 2. Podria considerarse otro indicio de una mayor interpenetracién entre el pueblo y los caserios el hecho de que catorce casas del pueblo pertenecian, hacia 1900, a campesinos de los caserfos. Once de ellas carecfan de puerta co- chera, cosa que se comprende porque sdlo hacian las veces de vivienda ocasio- nal o se alquilaban a peones agricolas 0 a pequefios artesanos; cuatro de ellas las ocupaban sus propietarios, que habian abandonado los caserios. A falta de casa, muchos campesinos de los caserios tenian una familia amiga que podia alojarlos (para calzarse, almorzar, etcétera) los domingos y los dias de fiesta. 3. El ntimero de peones agricolas se ha reducido aproximadamente un 50% entre 1881 y 1954. 4. El quillier, la bolera, es el lugar techado colindante con la posada don- de esta dibujado el espacio cuadrado en el que se disponen los nueve bolos 91 O23 Figura 1. Plano tipico de una casa de pueblo Calle Pasillo. Gallinero-Conejera Salida al huerto 4 Patio Cuarto de estar Cocina Pocilga ouepraaiqy, Cobertizo de herramientas paraban los carreteros y la gente que acudia al mercado. To- han desaparecido. Hasta 1914, y ello a pesar de que habia yatro panaderias en el pueblo, todas las casas (en el mismo pueblo) tenfan su horno y hacian su pan, cada ocho dfas, para la semana;! sélo en las fiestas o las ocasiones excepcionales e iba a buscar pan a la panaderfa. Eran numerosos los campesi- os que siguieron haciendo su propio pan durante mucho tiempo después de 1914. Hasta 1920 los panaderos no empe- on a repartir el pan por el campo, con una carreta tirada por caballo. De igual modo, tampoco se compraba carne en la iceria, salvo en las grandes ocasiones; el «cocido» de buey el plato de los dias de fiesta y de las bodas.? El resto del po la gente se alimentaba con lo que producia la granja, icularmente conservas de tocino, de oca y de pato, pues la ne se consideraba un lujo, y a mayor abundamiento, por su- puesto, la de la carniceria. El café se conocia desde 1880, pero lo se bebia los dias de fiesta. El consumo de azticar (que se compraba en terrones) era mucho mds reducido que hoy dia. pocas palabras, la aparicién de nuevas necesidades y la faci- lidad de los transportes han ido incrementando progresivamen- te la dependencia econdmica respecto al pueblo de los barrios lados. A cambio, la dependencia de una parte de la pobla- ‘cién del pueblo respecto a su clientela campesina también se ha ‘incrementado. Por lo tanto, desde una perspectiva econémica, urbanizacién del pueblo ha ido pareja con una «campesiniza- cién» de los caserios. Yas sucede en todos los ambitos de la existencia. El barrio €ra antes una unidad muy viva. Constitufa, en primer lugar, un grupo de vecindad que se reunja para llevar a cabo labores co- Mmunes durante las celebraciones familiares y las fiestas. En los 1. La mesture, un pan basto de matz, se consumia hasta 1880-1890. Fue sustituida por la biaude, un pan a base de trigo y de maiz. 2, En 1881 habia en Lesquire dos carniceros. Vendian, como media, de tuna a dos terneras cada domingo. Para Navidad, antes de 1900, mataban ‘una docena de vacas. La costumbre exigia que se hiciera una daube, un esto fado que se comia al salir de la misa del gallo. 93 entierros, por ejemplo, los «primeros vecinos» iban casa por casa invitando al conjunto de las familias del barrio. «Habia una “se- fial” del barrio [es decir, unas referencias que indicaban sus lj- mites]. Los ancianos se la decian a los jévenes. Ello representaba. mucha gente, porque el barrio era muy grande. Hacian falta bastantes hombres para llevar el cuerpo, lo que era muy pesado; el cadaver iba envuelto en un sudario de lino tejido en la casa | (ou lingou dou lans), y ese sudario, a su vez, iba envuelto en una sdbana que Ilevaban seis hombres, sujet4ndola por los nudos de las esquinas, A partir de 1880 empieza a conocerse el atatid. (lou bahut), hecho con cuatro tablones de madera. Su utilizaban dos barras bien pulidas que se pasaban por las “dos asas de mimbre” que habfa acopladas en cada lateral del atatid. Los portadores, que eran cuatro, se turnaban hasta haber completado el camino que llevaba al cementerio. El atatid no se cerraba hasta el tiltimo momento, para que todos pudieran ver al finado. No se podia cerrar el atatid antes de que toda la gente del barrio hubiera lle- gado. Uno llegaba, decfa las oraciones, echaba agua bendita con el laurel y luego estrechaba la mano a todo el mundo»! (J.-P. A,). La solidaridad entre los miembros del mismo barrio tam- bién se manifestaba en el momento de las labores colectivas: houdjére (de houdja, binat) y liguére, binado y «ligado» de la vid, labores en el transcurso de las cuales los grupos de trabajadores se respondian con sus cantos de una ladera a otra, pelére o péle- pore, battere, trilla, esperouquére, deshojado del mate (de _ peroques, las hojas 4speras que envuelven la mazorca). Las e perouquéres, por ejemplo, duraban tres semanas 0 un mes en otofio. Todo el barrio, es decir, entre cuarenta y cincuenta mo= 20s y mozas, s¢ juntaba para deshojar el maiz. Iban de casa em casa, todas las tardes, hasta el Dia de Difuntos. Cuando se fina lizaba el trabajo en una casa, un s4bado habitualmente, se una fiesta (las acabiailhes, de acaba, concluir). Se jugaba y ba hasta el amanecer. «La esperouquere era la fiesta de la juven- tud. Se com{a poco: castafias, pimientos. Ahora hay que servir café, queso... Pero se hacian batallas a golpe de peroques. Nos re- famos. A veces haciamos la “mascarade”. Cogfamos una calabaza yacia y encendfamos una vela. jLo que nos refamos!» (J.-P. A). Las labores colectivas no eran el tinico motivo de alegria. «Habia muchos menos bailes en el pueblo que ahora. Pero se ha- cfan muchos bailes en el campo. Entre los 17 y los 30 afios bailé mucho, el mounchicou, la crabe (la cabra). Nos reunfamos cuatro ‘0 cinco vecinos en una granja o en una esquina de un prado. Casi cada semana. Habia muisicos (lous baladis) que tocaban el baile, o alguien que cantaba, y marcaba el compas con el timbal. Los jévenes se frecuentaban mucho mds que ahora. La gente se conocia més por barrios. Se trababa conocimiento aprovechan- do las fiestas. La gente vivia més junta (lou mounde que biben mey _ amasse), barrio por barrio. Ahora cada cual vive més encerrado en sf mismo. Ahora todo el mundo se queja, a pesar de que hay "dinero... Antes, la gente vivia mucho mis feliz. Las “peleas” (Jous (patacs), el trabajo, las fiestas... Todo eso se acabé. La gente ya no vive feliz como antes. Tampoco hay juventud ahora. Viviamos ms felices, nos crefamos felices» (J.-P. A.). Asi pues, debido a que los vinculos de vecindad (lou besiat, Conjunto de los vecinos, besis) y de barrio eran muy fuertes, la densidad social era muy grande en esos caserfos donde hoy la gente se siente perdida y aislada.' Desde 1918 el barrio ha deja- de constituir una verdadera unidad. Muchas labores colecti- han desaparecido, ora debido a la introduccién de maquina- tia, ora porque las fiestas a las que daban lugar resultaban demasiado caras. ;No es acaso corriente hoy dfa que los campe- ‘Sinos més ricos y més conocidos por su sentido del honor y su pitalidad manden matar a su cerdo por el carnicero del pue- ? Organizadas por los jévenes del pueblo, las grandes fiestas, si 1. En el pueblo dos vecinas iban casa por casa, cada una por una < dela calle, para convidar al entierro. Esta costumbre se conservé hasta 19: mis 0 menos. «Muchas mujeres no querian hacerlo. Lo encontraban ris lo» (A. B.). 1. El primer vecino, «aquel al que se llama en primer lugar en caso de neién, es el de la casa de enfrente. Con ese primer vecino se puede co- icar mediante seftales, signos. El segundo vecino (low contrebesi) es el de casa de al lado» (J.-P. A). 94 95 baile de la asociacién de agricultores ganaderos, de Navidad y de Afio Nuevo, de la Virgen de Agosto, etcétera, se celebran en el pueblo. En la sociedad de antafio la dispersién en el espacio no era percibida como tal, debido a la fuerte densidad social vinculada a la intensidad de la vida colectiva. Hoy dia, como las labores comunes y las fiestas de barrio han desaparecido, las familias campesinas perciben més concretamente su aislamiento. Es in- dudable que el automdvil ha acortado las distancias, sobre todo: desde que se han asfaltado los caminos vecinales principales; pero el alejamiento «psicolégico» sigue tan grande como siem- pre, y ello se manifiesta a través de la funcién otorgada al auto- mévil. A un campesino, salvo en contadas excepciones, no se le ocurrirfa coger el coche para asistir a una reunién del club de- portivo o del comité de fiestas, ni tampoco para ir al cine el do- mingo por la tarde. Es significativo que las reuniones que ante- ceden a las elecciones municipales y cantonales se celebran en el pueblo, pero también en los diferentes caserfos. A la ciudad se va en coche, como antes se iba en carro; mas deprisa, pero no mds a menudo ni por razones nuevas. ;Acaso no se ha con- vertido el coche en el heredero de las funciones del carro? Se utiliza en primer lugar para el transporte de los productos de la tierra y para los desplazamientos puramente utilitarios. Mien- tras que el 41,4% de los coches de los aldeanos tienen menos de cinco afios y estan destinados al transporte de personas (con- tra el 14,6% en los caserios), el 63,4% de los coches pertene- cientes a los campesinos tienen més de veinte afios (segtin datos del impuesto municipal de circulacién de 1956).' ¢ La concentracién del habitat mantiene una fuerte cohesién social a pesar de que las técnicas tradicionales de ocio colect hayan desaparecido: el pueblo es el campo del chismorreo; las noches de verano, los vecinos se retinen, en grupos de dos 0 1. Véase cuadro, suprimido en esta edicién, en P. Bourdieu, «Célil et condition paysanne», op. cit., pag. 87. 96 tres, para charlar sentados en los bancos de madera dispuestos en la acera, delante de la mayoria de casas. En estos bancos se sientan también Jous carrérens (los habitantes de la calle, carrére) los domingos por la mafiana para conversar, mientras miran pasar a los campesinos «endomingados». Para éstos, los bancos son el simbolo de la mala idea y de la ociosidad de la «gente de ciudad». Muchos campesinos, para no tener que desfilar bajo la mirada irénica de los aldeanos, prefieren pasar por los estrechos caminos que llevan a la plaza principal dando un rodeo, tras haber bordeado los huertos situados detras de las casas. Por li- mitado que sea el horizonte, por amortiguado que llegue el fra- gor de la ciudad y de la vida moderna, la poblacién aglomerada alrededor del campanario conforma una sociedad abierta a las influencias exteriores. Debido a su aislamiento, los campesinos s6lo cuentan, las més de las veces, con las ocasiones que el pue- blo les oftece, es decir, la misa de los domingos y las fiestas. Su tinica fuente de informacién sobre el acontecer municipal pro- viene de los aldeanos.! Asi, la barrera entre la ciudad y el campo, entre el campesi- no y el ciudadano, que pasaba antes entre las gentes de Pau y de Olorén y las gentes de Lesquire sin distincién, separa ahora a los aldeanos, ous carrérens, y a los campesinos de los caserios. La oposicién entre el campesino y el ciudadano se inicia en lo més hondo de la comunidad aldeana. No estaré de mds, antes de describir las formas mas mani- fiestas que reviste hoy esa oposicién, mostrar cémo se traduce a un nivel més profundo, el de la demografia por ejemplo. Mien- 1. A propésito de una drea rural dividida en doce distritos escolares ue tienen un nombre tradicional y que forman una comunidad consciente de si misma, J. M. Williams evidencia la disolucién de estas unidades de ve- ay (neighbourhoods), que tienden a fundirse en la comunidad aldeana. ere | los fenémenos correlativos del cambio de estructura y de funcién de unidades, observa la emigracién de los artesanos de los distritos rurales el centro de la aldea, la concentracién de las actividades «culturales» en sl pueblo, y la diferenciacion social de la poblacién (véase An American Town, Nueva York, 1906). 97 tras la diferencia de tamajfio entre la familia media del pueblo y_ la del caserfo era slo de 0,94 en 1881, en 1911 era de 1,79 y de 1,13 en 1954. La diferencia decreciente entre 1911 y 1954 es imputable, por una parte, a un ligero incremento (desde 1945) del tamafio de la familia del pueblo y, por otra, a i mengua regular de la familia del caserio.! Tamafio medio de la familia . 1881 1911 1954. Pueblo 3,56 2,52 271 ' Caserio 4,51 4,31 3,84 . En general, la familia del caserfo es sensiblemente mayor que la del pueblo, ya que un nuimero més elevado de personas vive bajo el mismo techo. Anos Numero Poblacién Némero de de casas total habitantes habitadas por casa Pueblo Caserios Pueblo _Casertos Pueblo _Caserios 1881 97 418 471 2.468 48 4,8 1901 92 367 322 1.656 3,5 4,2 1911 92 293 355 1.601 3,1 45 1921 83 339 259 1.408 3,1 4,1 1954 94 273 258 1.096 2,7 4 La diferenciacién entre pueblo y caserio data de los tiltimos cincuenta afios. Antes, tanto en el pueblo como en el caserio, dominaba la familia grande. Al «ciudadanizarse», el pueblo ha adquirido los caracteres demogréficos de la ciudad: disminuye el nimero de hijos, la pareja tiende a ocupar el lugar de la gran 1. Véanse los cuadros que representan el tamafio de las familias de acuerdo con la categoria socioprofesional del cabeza de familia y la residencia (pueblo o caserios) segtin los censos de 1881, 1911 y 1954, suprimidos en esta edicién, en P. Bourdieu, op. cit., pigs. 119-124. 98 , que agrupaba a varios matrimonios y a los criados; el mero de personas que viven solas no para de crecer, sobre , en la categoria de jubilados e inactivos. _ EI fenémeno es manifiesto cuando se considera la propor- de familias compuestas por cuatro personas y mas (inclui- los criados) en las diferentes épocas. Ligeramente superior en 1881 (1 a 1,7), la proporcién de las nilias grandes es, en 1954, tres veces mayor entre los propieta- de tierras que entre los habitantes del pueblo. Ya en 1911 la mmilia del pueblo tomé su forma actual, pues la proporcién de ilias de cuatro personas y mas era més de seis veces inferior a proporcién correspondiente entre los propietarios de tierras los caserfos. Las consecuencias de esas diferencias morfoldgi- son considerables, en especial, en lo que se refiere al matri- jonio. En efecto, ademas de constituir, para la joven pareja, y uy especialmente para la flamante esposa, un fardo considera- , la gran familia ejerce un control e impone unas obligaciones : ae cada vez resultan menos llevaderas para las mujeres de la jo- generacién. «Los jdvenes, sobre todo las mujeres, ya no pue- den soportar la gran familia. Por ejemplo, en mi casa, la mujer, tiene que aguantar a la abuela del marido, el padre y la madre del marido, la hermana del marido y las tias del marido, que vienen de vez en cuando. jMenuda carga!» (P. C.). Propietarios de Conjunto de familias Conjunto de familias tierras de los casertos de los casertos del pueblo 1881 53% 7% 31% 1911 46% 3% 8% 1954 36% 32% 10% Para comprender, desde otro punto de vista, la oposicién entre el pueblo y los caserios se ha distribuido la totalidad de los individuos censados en Lesquire en 1954 segin la distancia en relacién con su lugar de nacimiento. Se ve que el 73,2% de los hombres y el 65,9% de las muje- tes del municipio han nacido en un radio inferior a cinco kilé- 99 metros, es decir, en el territorio del término municipal o de los municipios colindantes. Mientras estos indices, entre los aldea~ nos, son sélo del 58,5% para los hombres y del 52,6% para las: mujeres, resultan manifiestamente més elevados para la pobla- cién de los caserios, esencialmente rural y sedentaria: el 73,6% para los hombres y el 69,6% para las mujeres. En el pueblo, en cambio, los hombres y las mujeres nacidos a una distancia supe- rior a treinta kilémetros representan, respectivamente, el 16,2% y el 20,5% de su categoria, contra el 6,3% y el 4,3% para las categorias correspondientes de los caserfos. Por lo tanto, encon- tramos en el pueblo una poblacién mucho mas mezclada que, por esta misma raz6n, puede estar mucho mds abierta al mundo, exterior. Sexo y lugar de residencia Zonas Lugar de Pueblo Casertos Conjunto nacimiento H Total VH Total V__H Total 1 Oa5km: —Lesquire 64 G1_«:125 402-317-719 466 378 844 = Otros municipios 8 13 21 40 39 79 48 52 100 2 5lal0km 10 I 21 24 42 66 34 53 87 3. 10,la15 116 27 «52 73 «125 63 89 152 4 15,1420 3 4 7 WU 22 14 «#15 29 5 20,1425 3 2 5 9 2 Mim 4 16 6 25,1230 4 5 9 4 2 6 8 17 15 7 30 km y mas 20 29 49 #37 25 62 57 54 Itt 8 Total 123 141 264 579 511 1.090 702 652 1,354 Donde puede verse la manifestacién més clara y significativa de esta oposicién es en el Ambito lingiifstico. Antes de 1914 el bearnés era la lengua utilizada por el conjunto de los habirantes del municipio, tanto dentro de la familia como en las relaciones sociales. La escucla cra précticamente el tinico lugar donde se ha- blaba exclusivamente francés. Los funcionarios, los miembros de 100 profesiones liberales, las mds de las veces oriundos del mismo blo o de la regién, utilizaban casi siempre el bearnés en sus ciones con la poblacién campesina. La gente hablaba francés dificultad, un poco como una lengua extranjera, y todo el do era consciente de ello. Se experimentaba una especie de lor al hablarlo, por miedo al ridiculo, al que se expone Jou himan, que se esfuerza en intentar hablar francés. Después 1919, debido a las mezclas habidas durante la guerra, debido presencia de refugiados ante los cuales no se puede hablar nés, el empleo del francés se expande, sobre todo en el pue- . Desde 1939 es muy frecuente que los nifios hablen francés en casa y que los adultos recurran al francés para dirigirse a ellos. Por mucho que, exceptuando a algunos adolescentes y a los forasteros que no son de la regién, casi todos los habitantes del pueblo sepan hablar bearnés, es para ellos una cuestién de or- igullo expresarse sélo en francés y consideran el «patois», el idio- ‘ma verndculo, una lengua inferior y vulgar; se burlan de los pa- etos toscos cuyo bearnés afrancesado produce efectos cémicos, que destrozan el francés aunque no cejan en su empefio, por pretensién o inconsciencia (franchimandeya). Para el campesi- ‘no, por el contrario, el bearnés es el modo de expresién espon- ‘téneo, intimamente vinculado con las preocupaciones de la existencia cotidiana; es la lengua de la imprecacién y del insul- ‘to, de la broma y del retruécano, del dicho y del proverbio; la engua de Ia vida familiar, del trabajo de la tierra y del merca- do. Dos campesinos serian incapaces, sin sentirse ridiculos, de departir sobre su cosecha o sobre el ganado en una lengua que no fuera el bearnés. Debido a los vocablos franceses dialectali- zados que paulatinamente tienden a ocupar el lugar del antiguo ‘término bearnés, y también a los cada vez mas numerosos prés- tamos importados del francés, sobre todo en el ambito de las técnicas y de las instituciones modernas, esa habla est4 induda- blemente cada vez més adulterada; no obstante, conserva su gtacia y su fuerza, su genio, en resumidas cuentas. El francés, en el polo opuesto, es la lengua de las relaciones con el mundo urbano y, al mismo tiempo, la lengua en la que uno se siente 101 incémodo, como cuando se pone el traje de los domingos para. ir a la carrére; es como el mundo de las oficinas, donde uno se siente inerme y vulnerable.' «Muchos ahora quieren hablar francés. Del servicio militar, de la guerra, lo que han aprendido es que a los jefes hay que hablarles en francés» (A. B.). El uso de la lengua francesa es el homenaje, a menudo forzado y renuente, que ¢l campesino tri- buta al moussi de la ciudad y a sus papeles; y, por mas que a menudo sea capaz de expresarse en un francés absolutamente correcto, valora que se opte por dirigirse a él en bearnés, mani- festacién, en cierto de modo, de una voluntad de establecer una relacién més directa, mas familiar y més igualitaria. Entre las tiltimas casas del pueblo donde se habla francés y las primeras granjas aisladas, separadas a veces por un centenar escaso de metros, donde se habla bearnés, pasa la frontera entre lo cabe llamar, permitanme los neologismos, la «ciudadanidad» y la «campesinidad».? Asi pues, en el epicentro mismo de su propio mundo, el campesino descubre un mundo en el que ha dejado de estar en su casa. ) Objetivamente, el pueblo sdlo existe gracias a los caserios, debido a que vive, casi exclusivamente, de actividades del sector terciario; sin embargo, esta relacién de dependencia permanece abstracta, de modo que no aflora a la conciencia. El campesino, por el contrario, experimenta concretamente su dependencia, no respecto al pueblo, en tanto que colectividad, sino respec to a determinadas personas de las que tiene una necesidad con- creta. La relacién de dependencia es inmediata y personal, ¥ 1 1. Los campesinos de los caserfos suclen hablar francés con un acento muy marcado. La pronunciacién de la r, muy fuerte, que constituye su Tasge mis caracteristico, se conserva entre los habitantes de la aldea que han tenido el bearnés como lengua materna, aunque desaparece entre los jévenes. acento de las muchachas de los caserios suele ser menos marcado que el de los chicos. Algunos «semiciudadanos» del pueblo tratan de corregir su acento. 2. Existen, evidentemente, excepciones. En particular, el uso del nés se ha conservado entre los artesanos (en contacto mds estrecho con él Ambito rural) y entre los trabajadores agricolas. U 102 por ello se comprende que pueda adquirir la forma de un ho- menaje. El funcionario suscita actitudes ambivalentes.! Por un lado, en tanto que encarnacién concreta del Estado, es la victima por sustitucién del resentimiento dirigido contra los «amos de Paris» (lous mestes ou lous commandans de Paris) y contra el Estado, «el ayor ladrén». Se le considera «el gandul del pueblo» (lou fenian Ja carrére),? el «rentista», el hombre de las manos blancas, que mpre estd a la sombra, aquel al que le cae un buen sueldo to- los meses, por mucho que granice o hiele, y sin cansarse, ientras que los campesinos trabajan duro, sin garantia de futu- ‘ro, para producir los bienes que él consume. «jDiablos!», dicen. {Qué vidorra se da! (que s ‘at bire bet!) Puede llevar camisas blan- cas. Claro, como no suda a menudo. La pluma no produce callos Jas manos. ;Vaya enchufe que han encontrado! EI trabajo de ‘un gendarme... ;El sudor de un peén caminero! Y el cartero... jen temprano acaba su horario [de trabajo]. Pueden jugar su ida de cartas. {Qué si, que eso sf que son buenos empleos, vaya chollo!» (P.L.-M.). Asf pues, para los nativos de los caserfos, el hombre del pueblo es realmente el burgués, el que ha deserta- ode la tierra y ha roto los vinculos que lo relacionaban con su edio o ha renegado de ellos. Pero, por otra parte, el habitante del pueblo, administrador ocal o funcionario, cumple la funcién de mediador entre el cam- esino y el Estado. A titulo de representante de la Administracién central, en tanto que depositario de la autoridad gubernamental, funcionario es la encarnacién concreta del Estado. A medida se incrementa la intervencién del Estado en la vida diaria del pesino y, paralelamente, el poder de la Administracién, los ionarios van siendo més respetados y considerados. ;Acaso "1, Laactitud del campesino respecto al funcionario parece conformarse un modelo més general, concretamente, el que rige las relaciones entre el ampesino y la persona culta en muchas civilizaciones no industriales. 2. El respeto que suscita la persona culta no excluye nunca la ironfa, cluso cierto desprecio; aunque sea percibida, en determinados aspectos, omo imprescindible, nunca deja de ser considerada un parisito. 103

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