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El hombre que curaba a los caballos E. V. lo dejaba siempre muy claro: 1 no susurraba a los caballos ni por asomo, los curaba. Su trabajo era edu car caballos desobedientes, y cuando lo hacfa, queda- ban corregidos para siempre. Eso era todo lo que pro- metia, Nosotros tenfamos uno que habia que reeducar urgentemente: tenia cinco afios y mi padre lo habia ad- quitido, de entre los saldos de la feria itinerante en las afueras de Sonoma, por unos 1.200 délares. Era her- ‘moso, con unas ancas y unas patas poderosas, pero su cerebro era del tamafio de un garbanzo. La costumbre ms intolerable que tenia era levantarse sobre las patas delanteras cuando estaba atado a algo firme. Llamamos aE. V.el dia que el caballo derribs parte del pilar que aguanta nuestro establo y se lo tiré encima. E. V. se pre- sent6 en nuestra casa con una semana de retraso y su habitual aspecto andrajoso: su camioneta Chevrolet del 54 de media tonelada, con matricula de Arizona, y un remolque individual para caballos, con los neuméticos gastados y un toldo de lona ondeando. Siempre apar- cabala camionetaen la parcellanay subiaandando laem- pinada cuesta de gravilla hasta la casa porque no tenia retrovisores y le resultaba imposible hacer una manio- bra tan cerrada, No venia mucho por casa porque mi padre era capaz. de ocuparse de la mayoria de los “cabe- zas de chorlito”, pero cuando lo hacia yo siempre me alegraba, E. V. era un hombre pequefio y dgil, de unos cincuen- taafioslargos, quecojeaba exageradamente porque se ha- bia aplastado la récula en un accidente cuando tenfa més ‘0 menos mi edad, unos catorce afios. Subié la colina con continuas sacudidas, el sombrero de felero grisapun- tando directamente al suelo, pues sus andares le hacfan inclinar la cabeza. Llevaba una vieja cémara de neumé- tico remendada colgando de un hombro, y una cuerda gruesa de algodén blanco como la nieve en Ia mano iz- quierda con el cabo libre atado a su cinturén de crin de caballo, Siempre pensé que para mantener aquella cucr- da tan blanca debia de lavarla regularmente con lejfa. Era lo mas limpio que llevaba encima. Cuando Ilegé arriba no resoplaba ni se ahogaba por filta de aire, co- mo hubiera sido lo normal en un hombre de su edads legé como caido del cielo. =;Qué, Mason, ya lo has mandado al matadero? Sontié a mi padre y, por un momento, pude ver sus ppocos dientes marrones y desiguales, ylos pequesios dia- ‘antes brillantes que tenia por ojos, que resaltaban tras sus pdrpados cafdos y hundidos; eran como los ojos de un indio pero en azul cielo, =Sillego a esperarte una semana mis le habria corta- 6 do el cuello yo mismo —dijo mi padre, y en su vox. no habia ni asomo de broma. —Perdona, Mason, pero es que tenia un par de reca- dos que hacer en Oakdale. Recados y una mierda. Estabas follando por ahi co- mo un loco, y punto. E, V, solté un chillido agudo y fuerte, de puro rego- cijo animal, y mi padre y yo tuvimos que rendirnos al ataque de risa que nos dio, aunque mi padre lo inte- rrumpié antes de lo que a mi me parecié natural. An- duvimos hasta el corral circular, detrés del destartalado establo donde teniamos encerrado al caballo castrado, y cuando E. V. vio las vigas asilladas que el caballo ha- bfa destrozado con su arrebato se puso a reir otra vez. —Supongo que esta joya te costé mas que estos listo- nes de madera, Mason. Esta vez mi padre no se rid, Su voz le salié con un de- je antipatico. =Cuando hayas acabado con él no valdré ni un mal- dito centavo, de todas formas. E. V. me guifié un ojo sin que mi padre lo notara, y con ese guifio comprendi que quizés habfahombresadul- tos en este mundo que todavia lograban arrancarle una chispa a la vida y que esquivaban de alguna manera el agujero negro en el que habia caico mi padre. Cuando llegamos al corral, E. V. dej6 resbalar la cémara de neu- idtico desu hombroal suelo polvoriento, apoyé una bo- {a en un travesafio y se asomé para observar al caballo problematico. —Testarudo, verdad? —Testarudo de cojones -gruiié mi padre. E. V. se quedé alli encorvado durante un rato largo, estudiando al caballo castrado que trotaba nervioso en pequefios cfrculos, resoplando, con la cola ala y las ore- jas negras apuncando hacia nosotros, =No es tan esttipido como parece ~ E. V. sonrié, con los ojos clavados en los movimientos del caballo S: be que le tenemos algo preparado. Mira, chico... volvi6 y cuando sus ojos claros se posaron en mi fue c ‘mo si una mano célida me hubiera acariciado el pecho. ‘Me sorprendi de lo mucho que anhelaba aquella bon- dad que 4 itradiaba-. Coge esa cimara de neumdtico y dtala alrededor de aquella rama grande y nudosa de ese platano de ahi. gla ves? Sefialé una de las ramas del enorme érbol que siem- pre me habia recordado a la carne humana, Era de co- lor blanco hueso y musculoso, con tiras de corteza roja que se artemolinaban dentro de las arrugas del tronco como si fueran arterias. Por alguna razén, aquel drbol siempre me habfaasustado, especialmente cuando cra pe- queso y volvia a casa en la oscuridad por las colinas lle- nas de maleza. Su blancura parecfa salirme al paso, y la rama que habia sefialado EB. V. era precisamente la par- te que mas miedo me daba. Mis de una ver habia da- do un amplio rodeo con mi vieja yegua parda para ase- gurarme de que la rama no salia disparada y me hacfa caer dela silla, Pero entonces era mucho mds pequefio, y.con el tiempo aprendi a no obsesionarme con ella Ata un cabo asi para que quede bien asegurado. ~E. \V. me hizo una demostracién sobre su brazo extendido y luego me lanzé la cdmara de neumético. Mis vale que me dejes a m{—murmuré mi padre agachindose para coger la camara, pero E. V. lo detu- vo en seco. =No, deja que lo haga el chico, Mason. Te necesitaré aqui para mantener la puerta abierta. Ya se espabilara. Atala fuerte y muy arriba, hijo. Tiene que quedar por encima de su cabeza. Me fui cortiendo con la cémara en la mano, antes de que mi padre tuviera tiempo de pensérselo dos veces. Tenia la sensacién de que E. V. se habia inventado lo de necesitar a mi padre para mantener la puerta abierta. Yo Je habfa visco hacer cruzar a los caballos muchas puer- tas sin que nadie le ayudara. Tuve que subirme a ese drbol horrible para poder col- gar la cémara de neumético a la altura que querfa E. V. y cuando hube acabado de pasarla y atarla vi que E. V. ya tenia el caballo cogido con su cuerda blanca. Mi pa- dreestaba de pie, sin hacer nada, al lado dela puerta. Des- de ali arriba tenia una clara visién de todo, y l aire olfa a suciedad fresca y a eucalipto, Se velan claramente las nas ondeantes y marronceas en las que los toros jé- venes levantaban el polvo al avanzar en fila hacia el abre- vadero, Cuando E. V. cruzaba la puerta del corral, el po- tro explot6, resoplando y coceando como un demonio. E, V, soleé la misma risotada aguda y chillona de antes, se puso en cuclillasy tiré con fuerza de la cuerda para obli- gar al potro a bajar la cabeza. El siguiente movimiento fue tan rfpido que casi no pude seguirlo. Era como si estuviera bailando la giga y cantando a la ver. Lanzé la enorme cuerda por encima de la grupa del caballo para que se deslizara por el jarrete exterior y entonces tiré de clla con fuerza, y levanté una pata trascra del caballo. EL potro perdié el equilibrio y cay6 de lado, haciendo tal estruendo que el érbol se tambaled. En ese momen- to, E. V, empezé a gritar con verdadero placer mientras el caballo volvfa a levantarse y se sacudia de arriba aba- jo, como si se le hubiera desplomado el cielo encima. —jHas visto eso? -grité E. V. en medio de sus convul- siones~. {Eso si que no se lo esperabal Mi padre se estaba sacudiendo el polvo del trasero del pantalén, intentando actuar como si todo aquello fuera pura rutina, pero yo vi la livider del miedo toda- vfa dibujada en su cara. Incluso desde tan arriba podta verla, Entonces E. V. hizo algo curioso. Fue directo ha- cia la cabeza del caballo y le soplé suavemente dentro de cada fosa nasal mientras le frotaba suavemente de- bajo del cuello, justo entre las mandibulas en forma de platillo. El caballo parecié a punto de dormirse duran- te breves segundos, parpadeando y dejando caer su ca- beza suavemente. —Ahora se siente un poco estipido. Cree que a lo me- jor ha tropezado él solo, ;ves? A partir de ahora se lo pensar dos veces antes de dar coces contra una puerta. =E. V. se rié y pasé la mano por el espaldar del caballo. Mi padre me vio, todavia subido a lo alto de la ra- ma del drbol, y me grité con esa voz que pone cuan- do quiere que todo el mundo sepa que es él quien es- tial mando. —;Bajate de abi ahora mismo! No queremos que ese caballo se vuelva a escapar. —Necesitaré que me ate la cuerda, Mason. A no ser que quieras ayudarme wii y dejes que me suba a tus hombros. BE. V. se rié otra vez mientras mi padre apretaba los dientes y me elavaba la mirada, Creo que estaba celo- so de que yo fuera el centro de atencién. Incluso a esa distancia del suelo notaba lo desplazado que se sen- ja. E. V. dirigié el caballo hacia el plitano y me lan- 26 el cabo libre de la cuerda. Cogi el extremo des lachado a la primera. -Pisala por la cimara y haz un doble nudo ~me gri- t6-, Hazlo lentamente y con cuidado, no vayaa ser que se altere Segu sus instrucciones, y mientras estaba haciendo el segundo nudo vi que el potro se estaba preparando pa- na verdadera pelea. Los miisculos a lo largo de su columna vertebralse tensaron como unaserpientedecas- cabel y aparecieron manchas de sudor en su cuello in- clinado. El olor del miedo era tan fuerte como el de una rata muerta en un granero, Era un miedo a dos bandas: animal y humano. Vi cémo el globo ocular del caballo gitaba y me descubrfa colgando encima de él. Lo veia todo del revés, desde su perspectiva, y de repente me di cuenta de que yo estaria a horcajadas sobre la rama nu- ddosa mientras él desataba su furia e intentaba tirar to- lo el maldito arbol abajo, encima de si mismo. Ahora agirrate fuerte ala rama, hijo, porque este ca- brén esta a punto de explotar. Ali la vor. de E. V. me dio un escalofrio y me aga- rré.ala rama con brazos y piernas, como un mono. El potro dio una sacudida fuerte y répida, moviendo la ca- bbeza como un leén, pero la cimara de neumético le de- volvié a su punto de partida de un golpe seco. La rama se movié un poco, golpe’ndome con manojos de hojas marrones en la cabeza. Soplé polvo del plétano de mi nariz y observé cémo las particulas reflejaban la luz del sol al flotar hacia abajo, hacia las diabélicas orejas del caballo. ~jAguanta, hi muy bien! Su voz me alcanzé en medio de ese limbo en el que sabes que no hay nada en la tierra que pueda ayudarte; nada te puede salvar, estés agarrado por los cojones. La ‘cara de mi padre estaba blanca como la nieve, pero atin ahora no he descubierto si tenfa miedo por mio pot la violencia general del momento. El potro resoplé y co- ced suciedad, intentando comprender el efecto eldstico que tenfa la camara de neumético. Yo estaba seguro de que habia ofdo salir de él un profundo bramido, més parecido al sonido de un toro cuando esté acorralado y se le ha subido la sangre ala cabeza. Entonces vi que se concentraba, Un impulso suicida le recorrié la espina dorsal mientras se estaba y apoyaba los seiscientos ki- Jos de puro muisculo contra la cuerda blanca y relucien- te. Fue una accidn larga, lenta y suspendida, mientras la cémara se tensaba como un tofe y pasaba de negro a azul grisiceo. Pequefios trozos de plistico empezaron a sali disparados por la extrema tensi6n, y yo los obser- vaba volar hacia el calor del dia como si estuviera sen- tado muy lejos de cualquier peligro, como siestuviera ob- servando mosquitos zumbando sobre el agua desde ribera de un rio. La rama empezé a inclinarse y a cruji debajo de mé y el mundo entero se detuvo durante un largo segundo. Cuando pasé, todo fue lento y desgana- do. Los latidos de mi corazén adquirieron un ritmo de me grité E, V.~. ;Lo estés haciendo 2 vals mientras la rama se levantaba formando un arco largo, y vilos cuatro cascos del potro despegarse del sue- lo y el panico en sus ojos abiertos cuando se dio cuenta dde que estaba volando, Su cara plana y resplandeciente chocé contra el tronco del plétano de granito y soné co- ‘mo si alguien hubiera dejado caer media res sobre el fio pavimento. La rama siguié balancedndose durante un ra- {0 conmigo sin que yo dejara de estrangularla y de ob- servar los despojos arrugados del caballo, cumbado e in- mavil debajo de mi, la sangre saliéndole de ambas fo- sas nasales, Su gruesa lengua rosada colgaba como una trucha muerta y la voz asustada de mi padre se abria ca- mino como procedente de otro planeta. ~jHas matado al hijo de puta! ;Maldito seas, E. V. hhas cogido y te lo has cargado! E. V. ya estaba sentado a horcajadas encima del cue- Ilo del caballo ¢ iba soltando cuerda. Le abrié los pér- pads y le escupié en los ojos, entonces volvié a soplas, is fuerte, dentro de cada oreja. El caballo movié lige- ramente la cabeza y E. V. se alej6 de un salto, riéndose como un nifio mientras enrollaba la poderosa cuerda. Hice lo que me indicaba E. V. y observé cémo mi pa- dre se acercaba tambaledndose hacia su caballo vencido y lo examinaba, buscando alguna sefial de vida. —Mira toda esta sangre. Mirala. Este caballo esté muerto. Querfa convertirlo en un buen caballo de monta, y ahora, miralo. No me sirve ni como comi- da para perros. ~Estard de pie en dos minutos -se burlé E. V.~. Te ga-ran-ti-zo que a partir de hoy podrés atarlo hasta con un cordén de zapato y no te dara problemas. B —Pues no voy a pagarte nada por ese tipo de trato. No te contraté para que mataras al pobre desgraciado. Eso ya lo podeia haber hecho solo, Mi padte se volvié y eché a andar a grandes zancadas hacia la casa, dejéndome colgado encima del drbol, mi- rando el sombrero de E. V., manchado de sudor, yal ca- ballo tumbado, que respiraba en largos y silbantes gor- goteos. E. V. siguié enrollando la cuerda en grandes la- zadas y hablando sin dirigirse a nadie en particular. “Los caballos son como los seres humanos. Tienen que conocer sus limites. Una vez los descubren son fe- lices sencillamente pastando en el campo. El caballo se puso en pie como si estuviera siguiendo tuna indicacién y se sacudi otra ver, salpicando con lar- 0s hilos de sangre la cuerda de E. V. Este sonrié y man- tuvo la cuerda lejos de su pecho. —Tenfa que lavarla, de todas formas. Se acetcé suavemente hacia el cuello del caballo con esa peculiar dificultad de su andar, lo cogié por lacrin y lo condujo otra ver al corral circular. El potro se dejaba llevar, manso como una vieja yegua de cria. E. V. paré cerca del abrevadero y limpié el morro del caballo, des- pués le froté gentilmente los ojos con agua fria y le hizo dar vueltas pot el corral. Lo observé durante un rato co- mo lo habia hecho antes, con el pie en un travesafio y haciendo girar el cabo de su cuerda de algodén. Todo es- taba en silencio, La luz se apagé en la habitacién de mi padte. El viento cambié de direccién ¢ hizo sonar las pa- redes de hojalaca del lado bueno del granero. Mucho después de que E. V. se hubiera ido y yo hu- biera ofdo el ruido de su Chevrolet perderse en la nie- “4 bla que se fileraba a través del valle, yo seguia en el ér- bol. Me quedé ali y estuve observando eémo cafa la no- che, y cémo los biihos volaban hasta los altos eucalip- tos para poder controlar todo lo que se moviera con ra- pidez por cl jardin. Me estiré para coger el nudo abicr- to de la camara que E. V. habia dejado. Me sujeré de la goma negra con las dos manos y me deslicé con cuida- do del suave mésculo de la rama, balanceindome en el espacio, los brazos encima de mi cabeza, girando lenta- mente en el aire frio de la noche. Todo el rancho dio vyueltas debajo de mf. Eché Ia cabeza hacia atrés y mi boca se abrié hacia el cielo negro. La salpicadura gigan- te de la Via Lactea fue seguramente lo que provoc que se me escapara una carcajada aguda y fuerte, como sial- 8 sal, Hasta mi pielestaba riendo. Ota mi padresaliral por- che y gritar mi nombre, pero yo no respond. Me que- dé alli colgado, girando en silencio. En aquel preciso instante supe de dénde venia y lo lejos que iria. hubiera tirado de una cuerda en mi espina dor

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