Un día un niño amaneció triste, se había ido su madre.
Al otro día en el balcón de su ventana, había una hermosa flor. Con gran esmero la cuidó y cada día la flor era más grande y hermosa. El niño quería tanto a la flor, que le fabricó una protección, para que el sol no la secara, el viento no la marchitara y que el frío no la congelara. Todos los días el niño se levantaba temprano a regar su flor, hasta que un día la flor amaneció marchita y el niño se espanto, vio con horror que su flor estaba muriendo y se puso a llorar. La flor entonces le habló y le dijo: Grande es tu corazón que llora por mí, pero no debes llorar, yo ya cumplí mi tarea por ti, te di mi belleza, te abrí el corazón, te volvió la esperanza y te preocupaste por mí. Te aconsejo yo ahora, antes de partir, trae otra flor y a esa flor tráele otra, no la dejes sola, no la cubras para que el sol alimente a esas plantas y cuando una de ellas tenga que partir, otra nacerá por que semillas dejará. Pues yo he venido solo a eso, a enseñarte en tu frágil camino de lo que la vida te entregará. Amor, luz, felicidad, esperanza y el preocuparte por los demás. El niño la mira feliz y le dice: parte en paz, ya renacerás por que en mi corazón estás.