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Inmolarse es el secreto de la vida.

Crear por
encima de sí mismo: esa es la “felicidad” de todo ser
humano.
¿Para quién crea uno? Para nadie. Ni siquiera
para un sector de la sociedad.
Crear por encima de sí mismo es una
voluptuosidad a la que el hombre se entrega con
devoción, con arrobamiento. No se crea por alguien,
sino por la voluptuosidad que la creación conlleva.
La creación es solitaria y quizás no tenga
sentido, ni razón de ser. Quizás no sirve para nada.
Quizás es voluptuosidad pura. Y quizás su premio es
la propia voluptuosidad.
Hace falta estudiar más a fondo la
voluptuosidad. Hay que admirar esa escultura de
Miguel Ángel, El Esclavo Moribundo, voluptuosa,
arrobada en sus propias caricias. Goce de sí mismo.
Móvil y premio de la creación es la
voluptuosidad.
Ser voluptuoso sería la meta de la vida. ¡Qué
importan los demás¡ ¡Qué importan todos¡ Lo único
que importa es la voluptuosidad. Aunque signifique
la auto inmolación.
El hombre nació para algo más grande que él
mismo. Y por eso debe inmolarse, anularse, negarse
a sí mismo a favor de una meta.
La voluptuosidad se parece mucho al narcisismo.
La voluptuosidad es el amor a sí mismo llevado
hasta el extremo.

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