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EL PORVENIR DEL HOMBRE Puede entenderse la cuestién relativa al porvenir del hombre — euando se trata del destino de éste ex general — ya biolégicamente o aludiendo més bien a lo espiritual. Hay, pues, que elegir desde Inego, al tiempo mismo de plantearse el problema, entre es- tas dos nociones: si el hombre, como organizacién biolégiea, tiene ain ante si un margen de futuro, o si, en Io esencial, esté ya organicamente cacabado», y su futuro, por consiguiente, sélo en cuanto al espiritu ha de enjuiciarse. Personalmente, estoy convencido (con Weissmann) de que el hombre, como organismo, esté «acabado» en lo eseneial; que entre seres orgénicos es el mas fijado de los tipos, Hab! de un esuperhombres organico paréceme una fanta- sfa, Esta conviecién la apoyo en los siguientes funda- mentos: 1) Una de las leyes biolégieas mis generales dudables es ésta: que la posibilidad de desenvolvi- miento y la esfera en que éste puede realizarse de- crecen constantemente a medida que es mayor el gra- do de altura evolutiva aleanzado. Le restituibilidad Ge los érganos heridos o amputados retrocede del an- fibio al vertebrado; mengua cuanto levada es 0 Maw Seketer acién del cuerpo del vertebrado, y sigue disminuyendo en raz6n directa de la finura de estrue- turacién del érgano considerado. El cerebro huma- no es el menos regenerable de todos los érganos y el menos capaz de crecimiento, por division de eé- lulas (sit ut est aut non sit). Ahora bien; el hombre es el ser mas evolucionado; por ende, su ulterior evo- lucién es la mas inverostmil. 2) Tengo por probable el hecho, reiteradamente asentado por la paleontologia, de una muerte natural de las especies; hecho que es, ademés, fisiolégicamen- te, verosimil (véase la Biologia teériea, de Rodolfo Ehrenberg) y viene abonado asimismo (en oposicién ala teorfa de Weissmann sobre la econtinuidad del plasma germinativo», y la cilimitacién> de la vida de la especie) por nuestras nuevas nociones acerea de la relacién entre el germen y la estructura del plasma, El principio de que la mayor duracién de la vida individual — la cual, segiin Friedenthal, parece depender del grado de , expuesta por Bergson en la Evolution créatrice, y segtin la cual la sintesis del intelecto y el instinto ha de producir en el futuro aquella unidad de entendimiento e intuicién de que habla Bergson con poca claridad filoséfica y psicolégica. Pero si esta evolucién progresiva biol6giea del hom- bre terrenal, en lo futuro, me parece completamente nverosimil, no menos inadmisible ereo una decaden- cia biolégica (comp. Bumke). La recaida del hombre en Ia animalidad, al través de la barbarie (ya W. Wundt ventilé la cuestién), es, sin duda, imposible. Aludo agui a una recafda en sentido biolégico, no en sentido ético moral; en éste, la decadencia es siempre posible, ya que ser hombre, en sentido esencial, es obra de una actividad infatigable y cada momento de nuestra vida es una lucha entre una relativa tenden- cla humana y una relativa tendencia animal. Tgual: mente injustificado me pare: entendido también biolégicame1 genio proyecta L. Klages. (Comp. sus eseritos «Del Exos cosmogénico», «La Tierra y el hombres, ete.) Consecuente con su teoria sobre Ja esencia del hom- bre, segiin la cual es e: luntad y el yo, al crecer en la historia, van royendo la evida» y el del hombre es — si ha de dérsel fo, el etodo hombres; no el «superhombres. EI hombre ha demos ser un objeto de el mayor peligro para coneebir una idea det homb sin darse cuenta, ticidad. Por eso, 1a antropologia filos: demasiado estrecha, je una sola forma na racional> ( Eoay Moy tur), en sentido ol demasiado estrecha. El homo /aber de los positivistas, el hombre ; ideas cuyas ma- las espero que no se encontrardn ya demasiado an- gostas. Asi, pues, (plaza al hombre y a su movimiento esencialmente infinito! ;No quede fijado en un cejem- plo», en una forma, sea. de la historia natural o de ta historia universal! «La humanidad lleva en si un nie as Mas: Sohelor nitado de desenvolvimientos més miste as grandes de lo que se piensa.» (L, von Ranke.) todo-hombre, en sentido absoluto, que contiene en sf todas las posibilidades del hombre — Ia posibili dad de todas las historias del hombre en sentido em pirico —, nos es tan préximo y tan remoto como Dios, quien — por cuanto concebimos el espiritu y la vida como dos de sus atributos — no es sino la essentia del hombre, s6lo que en forma infinite, Mas para cada época de Ia historia hay un todo- hombre relative, un méximo de «todo-hombria que le es accesible, Lo mismo acontece para nosotros. Si yo tuviese que escribir, en el pértico de la edad histériea hoy en curso, una palabra que reflejase In tendencia comprensiva de esta edad, s6lo una me parecerfa apropiada: «jigualacién!» Igualacién al menos en casi todos los distintivos espectficos (£i- sicos, pslquicos, espirituales) que caracterizan los diferentes grupos en que puede dividirse la humani- dad. Y, al mismo tiempo, una vigorosa exaltacién de las diferencias individuales y relativamente indivi- duales (verbigracia, nacionales). Zgualacién de las Giscrepancias ‘raciales; igualacién de las mentalida- des y de las formas de concebir el yo, el mundo y Dios en los grandes Ambitos culturales; igualacién de lo que hay de espeeifico en el principio mascul no y en el femenino dentro de la especie human: igualacién de las légicas de clase y de las diferencias de estado y de derecho entre las inferiores; igualacién de la mentali BL pore primitiva y la mentalidad de alta, tiva igui juventud y la madurez, en sentido de la valoracién de sus actitudes espirituales igualacién de las modalidades nacionales y las apor- taciones espirituales y civilizadoras de los pueblos al acervo de la cultura y de Ja civilizacién humanas; igualacién, en fin, de las ideas unilaterales acerea del hombre, las cuales hemos aprendido a distinguir en algunos de sus tipos. Esta tendencia a la igualacién (diferenciando al propio tiempo, cada vez mis, el individuo humano) segiin un orden que comienza en las eategorfas de va- lor més bajas (la amenidad, la utilidad, la posesién) para subir desde alli a las esferas de los ms altos valores vitales y espirituales; esta igualaci6n no e sin embargo, una de las cosas en que nos eabe elegi Es un sino. Quien a ella se oponga, quien pretenda cultivar algtin sedieente ideal de la época. El movimiento — por lo que hace al proceso psico-fi- siolégico de la re-sublimacién — no es, pues, mere- cedor de elogio ni de reproche. Es casi una necesidad organica, exelusivista en sus actuaciones, sin duda, pero no més que las épocas de desmesurada sublima- cién aseética y espiritualista que la precedieron. Otra cosa diremos de los resoplidos ideolégicos, que lanza este movimiento, de esas filosofias y religiones unila- terales de la y poseen el impetu que lleva a la sublimaci6n, La re-sublimacién, en cam- bio, aparezca dondequiera y sean cualesquiera las ideas y formas de valoracién con que se encubra, es, como la re-reflexién (el ansia de lo primitivo, de lo infantil, de la «segunda ingenuidad>), un sintoma de vejez y de cansancio. También, claro esta, puede ser Bl porvenir del es una expre- si6n de singular plenitud vital, es un incauto. B] vita. una emedicina mentiss; no es una , ha formado una conciencia humana tan ex- clusivamente centrada en el espiritu, y un sentimiento de la vida tan desmedidamente dualista, que incluso un siglo (0 varios) de re-sublimacién y de ideales schthénicos» (ligados a la tierra) no podré en modo alguno perjudicarle. No sospechamos siquiera cudn 0 se ha hecho en nosotros, verbigracia, el ; es decir: hacia el hombre de la mézima tensién entre espiritu e instinto, idea y sensibilidad, y, al mismo tiempo, hacia el hombre de a fusién més ordenada y arménica de ambos térmé nos en wna forma de existencia y accién. El que mis ahonde sus rafees en la fosquedad de la tierra y de In naturaleza — aquella natura nalurans que eterna- mente engendra las formas de la naturaleza, las for- mas de la natura naturata —, y al propio tiempo, como «persona», llegue mis alto en la eonciencia es- piritual, en el mundo Iuminoso de las ideas, ese se aproxima a la {dea del todo-hombre y, en cierto sen- tido, a la idea misma de la Substancia eterna, cuya esencia consiste en 2 compenctracién, en perpetuo devenir, del espiritu con el impetu. Iglesia, fueron disueltos por el protestantismo, Nuestra actual idea de Dios — segiin nota certera- mente H. G. Wells en su libro The invisible king — tiene matiz masculino en cuanto a la representacién ¥ el sentimiento, si no (aparentemente) en cuanto al concepto dogmiético. (EI varonil Bismarck opinaba de modo andlogo; también Solowjew se expresa en este sentido). Dije que (0 mejor, de la resistencia espiritual a la resistencia ex- terna, opuesta automdticamente al mal). Las ideas clasicas occidentales sobre el hombre adolecen — ya Io hemos visto — de dos errores: suponen el espfritu originariamente enérgico, sin ver por consiguiente que es preciso antes un arte para hacerlo enérg no sospechan en qué consista este arte. Consideran ademas el querer humano (y también el querer en Dios) como una causa positiva de conducta y obras, en vez de ver en él solamente un acto puro, que inhibe o-desinhibe las energias del impetu y, en su caso, de Ja vida instintiva (4). Sobre esta falsa idea fundamen- tal del hombre esta edificada — 0 10 estuvo al menos durante siglos —una gran parte de la cultura oct dental, mera cultura de actividad hacia fuera, Es, sin embargo, esencial para el hombre el anular todo pade- cimiento — desde el més simple dolor corporal hasta Forman dal eaber y te anciea det 4 por modifieacién del estimulo que lo produce, como desde dentro, por supresin de nuestra resistencia 5 dicho mas breve- la pacieneia (1). El estado externa de la produceién y de toda clase , como Ia téenica vital y la del alma, es el tinico responsable en cada momento del volumen de dolores en ese momento existente. Estoy firmemente persuadido de que Ia secular fijacién de la doctrina judeo-cristiana sobre Ia caida, sobre el pecado original, sobre los castigos infligidos al hom- bre a causa de él y Ia necesidad, estrechamente uni- da a todo ello, de una redeneién por parte de un ex- trafio (asi como las doctrinas de la gracia y de las revelaciones que son su conseenencia), obedecen, en r lugar, a que nos falta a los oceidentales toda técnica sistemética de superacién del dolor desde den- tro — y la fe en esa técnica y en su posible progreso ilimitado —. (Hasta hace poco nos faltaba todavia incluso una psicoté pia y direccién del alma. Una medicina esencial- mente naturalista y que partia del tratamiento aisla- do de érganos y complejos de eélulas, Ia excluia. Pero si cuerpo y alma son uno, el proceso vital debe ser accesible y modificable téenicamente desde ambos la- dos, no s6lo en las enfermedades nerviosas, sino tam- bién en las orgénicas e internas; no s6lo mediante ry Max Sehelor medieamentos que ataquen desde fuera, sino también mediante la psicoterapia.) Hasta ahora no nos hemos planteado sistematica- mente el problema de si nuestro proceso de civiliza- cidn occidental, tan sobreactivo hacia afuera, no sera, en tiltimo término — y a la larga —, una tentativa vealizada con medios inadecuados, mientras no le acompafie el arte opuesto del dominio interior sobre nuestra «vida» total psiquica, que, de otro modo, dis- curre automaticamente; arte de la inmersién, del internamiento, de la paciencia, de la contemplacién, iNo podria ser — pongo por caso — que el hombre, que sélo se ha propuesto el poder exterior sobre hom- bres y cosas, sobre la naturaleza y el cuerpo — sin el mencionado contrapeso —, termine, finalmente, en la meta opuesta a aquella por la cual se afana, y se hun- da en una obligacién, cada vez mayor, respecto del mecanismo natural que sélo él mismo ha pereibido y ha introdueido— como plan ideal de su activa inter- vencién — en la naturaleza? El mito indio nos euen- ta que el joven dios Krischna, después de haber largo tiempo combatide en vano con la serpiente del mune do — simbolo del nexo causal del mundo — que Ie tenia agarrotado, se acordé, al ofr el lamamiento de su divino padre, de su naturaleza celestial, y se eva- dié de las ligaduras de la serpiente enemiga —tan facilmente, afiade Ja leyenda, como una dama retira de su mano un gt daptandose con cada lugar de su cuerpo a estas ligaduras y cediendo a ellas. El BL porvenir det hombre concepto judeo-eristiano del hombre, que, en conso- nancia con la representacién del Dios judio, erendor ¥ operador — Dios totalmente deseonocido para los ariegos, para Aristoteles y Platén —, hace del hom- bre, ante todo, un al hombre, mientras que la ciencia matemitica de la naturaleza sélo le hace cha- bil» para ordenar y dominar Ja naturaleza, Si esta nueva naturatizacién del hombre, si este nuevo sen- lento de unidad, si este nuevo amor a la naturale- ‘esen, entonces, sin duda, podr alguna vez ra perseguir uni- , el poder sobre (Eeeneie 46 Max Seheter sica. Sélo cuando penetra al hombre por entero y éste Ja emplea constantemente en la ideacién de las singu- lares experiencias, tiene ella verdadera importancia para el hombre, Sélo asf es ella autoliberacién res- pecto a la presién del ahora, del aquf y del modo; s6lo asi es autorredencién respecto a la contingencia del ser y del destino; sélo asi es ella lo que fué para Pla- ton, Aristételes, Spinoza, Kant — la libre respiracién del hombre, que amenaza ahogarse en la especificidad de su mundo cireundante —. E] Oceidente ha perdido casi por completo la idea de una metafisica y mas atin su técnica y método, totalmente ahogado, por un lado en Asperas creencias dogméticas (basadas en una conereta deificacién de la imagen de Jesiis en San Pablo), y, por otro lado, en Ia cieneia posit de rendimiento. Aistar, empero, al hombre y sepat Jo de su inmediato contacto de esencia y existen con el fundamento de todas las cosas, es una reduccidn del hombre tan temible como su falso aislamiento ¢ incomunicacién con la naturaleza; es directamente privar de aire su vida interior. Tres veneraciones — dice Goethe — ha menester el hombre: veneracién Por lo que esta sobre él, bajo él y junto a él ‘Tengo ain que recordar una iiltima igualacién — la que afecta a las clases inferiores y superiores, y después a los pueblos dominantes y dominados. Las clases inferiores y los Estados que comparten su des- tino persistirén adheridos al naturalismo, menospre- ciador del espiritu — enya breve férmula suena: el hombre es lo que come — o a ideologias mas finas de BL porv bre a este género, como verbigracia la concepeién materia. lista de la historia de Marx; continuardn mofandose de toda especie de vineulacién metafisica del hombre, mientras las ideas dominantes en las clases superio. res acerca de Dios y la humanidad sean las ideas cli- sicas del hombre y el teismo unilateral del espiritu a cllas correspondiente, Nadie imagine que se pueda ganar el poderoso grupo del proletariado a ninguna clase de comunién eclesidstica — que al presente sélo la desorientacién de la burguesfa y la desespera- cién, junto con Ia decadencia de las autoridades del Estado, mantiene en alto —; nadie crea que se pueda, en general, ganarlo para ninguna forma de teismo y Su correspondiente idea del hombre. Poraue las cita- das ideas cristianas y las doctrinas a ellas pertinen- es de una caida en el pecado, de una perversa consti tucién fundamental hereditaria del hombre (con cual la cristiandad de toda especie disculpa una mul- titud de males natural por ejemplo: la por el Estado, la en- fermedad, eteétera, como cosas en cierta medida ine- luetables ¢ irvefrenables), son, por su origen, lo mis- mo que la idea clisica del hombre, exclusivamente ‘ideologias de tas clases superiores — no verdades ob- Jetivas —. El tefsmo personalista es, ademés de eso — como ya Ia procedencia étnica de esta idea, que vamente en grandes monarquias, lo de- ideologia de la forma mondrquica de! Estado y de la cultura y mentalidad unilateralmente patriarcalistas. La prueba rigorosa de esta afirma- s Max Seheter cién no puedo hacerla aqui. (Comparese el parrafo sobre Légica de las clases en mi Sociologta det saber que forma parte de la obra Las formas del saber y la sociedad, paginas 203 y siguientes; véase también F, Graebner, El mundo del hombre primitivo ( Bakunin, Dios y el Hstado.) Pero también las for pantefstas. de la concepeién de Dios exclusivamente como espiritu, son, en el fondo, ideologias de clases superiores, La clase inferior seguird afirmando — como he dicho — la concepeién puramente naturalis- ta del hombre, unida a una explicacién meramente social y econémica de la religién y de sus autoridades, mientras la clase superior, por su parte, crea unilate- ralmente en el poder del espiritu puro y en la positivi- dad activa del querer, y se esfuerce en hacer de esta fe la base, por ejemplo, de Ia edueacién. Una suprema unifieacién metafisiea y reljgiosa sélo seré aqui po- sible sobre el terreno de una metafisiea que abarque Ia lua y las tinieblas, el espfritu y el impetu (que de- termina el demonismo del destino), una metafisiea que comprenda el hombre espiritual y también el ser de instintos, una metaffsiea que acepte la univer- sal y comprensiva referencia de la vida al espfritu y de] espiritu a la vida, en la idea del fundamento del mundo, el cual como Substancia esté por encima de ambos contrarios, y en el cual debe lograrse, en el curso de la historia universal, la wnién de ambos atei- butos. | | La sociologia de las religiones y de las metafisicas (a la cual han contribuido M. Weber, E. Troeltsch, ©. Schmidt-Dorotiez y los etnélogos) jeto la conexién de las ideas sobre Dios y sobre la salvacién con las estructuras sociales y las formas politicas del sefiorio, He tratado algunas partes en mi ensayo «Sociologia del saber» (véase mas arriba), No es que — como Marx crey6 — pueda directamen- te deducirse de las estructuras histéricas las esferas de las ideas religiosas, y menos atin deducirse de las relaciones meramente econémicas de la produccién, Pero sf es cierto que ambas cosas estén ligadas entre si por un interior vinculo, La religién térnase tradi- én muerta donde ésto no acontece, donde la vida integra del hombre en su estructura social no la pe- netra ya como un flujo vivifieador. No une ya enton- ces a la humanidad, segiin es de esencia en todas las concepeiones vivas de lo trascendente y lo santo; an- tes la divide y separa. ¥ facilmente se convierte jus- to en aquello que Marx creyé con error que era su ‘iltima esencia: en una si no espirituales de todo género, en una ideologia para la fijacién de estados sociales decrépitos al servicio de una clase privilegiada. Pero la mera cieneia no tiene poder para reemplazarla o desalojarla. La efen- cia no tiene poder para lenar el vacio que surge en nuestro espiritu y en nuestro corazén, cuando la re- ligién trasmitida es abandonada, La religién, como la metafisica, puede ser deshecha y sustituida, ny otra metafisiea Scheler y la idea de Dios en nuestro Yas pueden caminar — estan, en realidad, de tal modo constituidas, que no corres- ponden ya al grado hist6rico del ser y de Ia estructu- ra social de la humanidad. Persisten en colocar al hombre en una relacién con el fundamento del mundo, que no puede ser Ja ajustada a la époea de una huma- nidad ya mayor de edad, y menos todavia a cireulos de cultura que tienden a la igualacién y la unifica- cién. Por eso, tenemos que revisar considerablemen- te el problema de la especial posicién metafisiea del hombre en el Cosmos, respecto al fundamento del mundo, y resolverlo de nuevo en la medida de nues- tras fuerzas, Max Scheler.

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