que aquel era su ltimo da. Llam a su bisnieta Oria, nica superviviente de su numerosa familia, y le pidi que lo llevase a la cima del monte ms alto de los que rodeaban su aldea. Estaba amaneciendo. Al llegar a la cumbre, la muchacha pidi a Lekobide que le dijera cul de los pueblos que habitan la tierra era el preferido de Jaungoikoa, su dios. El anciano contest que, en realidad, todos los pueblos se crean elegidos por Dios, pero que todos se equivocaban, pues para Jaungoikoa todos los pueblos son iguales. Con voz temblorosa y haciendo un gran esfuerzo, pudo decir an el viejo caudillo moribundo que dejaba a su pueblo un gran maestro. Gracias a l, muchas cosas que haca cien aos le parecan buenas a Lekobide, hoy le parecan malas, muchas que le parecan injustas hoy las vea justas, y gracias a ese maestro haba llegado a vislumbrar la verdad. Oria quiso saber el nombre del maestro y Lekobide, con voz muy dbil dijo a su bisnieta que aquel maestro no era otro que el tiempo. Fueron las ltimas palabras del caudillo euskaldn. Luego, Oria, llorosa, baj hacia el pueblo repitiendo lentamente las palabras de Lekobide, aunque sin llegar a comprenderlas.