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Porqu me encontraba yo en ese lugar? Tampoco lo comprenda bien.


A mi alrededor circulaban las multitudes coloridas de telas diversas, telas tupidas, crespas,
translucidas y semitranslucidas. En el aire se respiraba el perfume deletreo del desencanto que me
bajaba hasta el pecho. Era como su perfume, el de aquella muchacha hermosa de pelo renegrido y
tupido, que caia como una cascada azabache sobre sus hombros. Tendra unos 30 aos. La haba
tratado solamente una vez en mi vida, y fue en un encuentro demasiado fugaz como para recordar
detalles.
Pronto la multitud comenz a agitarse a mi alrededor, movida como por un impulso gregario que
acompasaba sus movimientos de ameba en perezosa sincrona. A lo lejos se aproximaba la pareja:
ella, la del perfume, avanzaba del brazo de su desposado reciente, con la radiante serenidad de las
estatuas. l caminaba a su lado, el mismo hombre que siempre persigo en mis sueos y que jams
alcanzo. Finalmente el perfume termin de empozarse en mi pecho y d ah fluy a raudales por mi
cuerpo, avanzando con ritmo lento y siniestro. No esper a verlos acercarse: me refugi en el bao
para atrincherarme en la amargura de la felicidad ajena. Para mi sorpresa, eran otros los que se
atrincheraban conmigo, entre ellos Lorena, la muchacha melanclica, como toda alma romntica
fracasaba en el amor. Comparta conmigo la frustracin de vivir en un mundo que no poda
ofrecernos nada. Con gesto de autmata jugu con el rizo rubio que penda, descuidado, al costado
de mi sien. Parecamos un tanto fuera de lugar, esperando que en cualquier momento alguien viniera
a recriminarnos nuestro mal gesto al no estar all para despedir a los novios.
Ninguna hablaba, ni se miraba. Simplemente eramos un monton de mujeres atrincheradas en un
bao. Contuve la respiracin para escuchar mejor los sonidos lejanos del exterior: las risas se
mezclaban con otras voces creando una amalgama de sonidos ininteligibles. Algo se iba rompiendo
dentro mo, y el veneno, es decir, el perfume, segua avanzando, haciendo temblar mis miembros.
Con sorpresa constat que la temperatura haba bajado notablemente en tan poco tiempo: todos
usaban prendas sin mangas y muy livianas, pero no parecan compartir mi parecer.
Sal, asomando la cabeza apenas. Detrs de la barrera de otras cabezas amalgamadas, pude divisar
el ltimo carro del cortejo, cargado de flores.

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